sábado, 29 de diciembre de 2007

El tuerto. 34: La razón práctica

Salí de allí con los millones en el maletín, contento por el resultado de la operación, pero al mismo tiempo insatisfecho y dubitativo por haberme dejado tentar por Don Federico y sus oscuros negocios. Cuando iba en el taxi camino al hotel, maletín entre las piernas, me preguntaba: “¿Porqué? ¿Por qué te has comprometido a llamarle y hablar de sus negocios?” Me justificaba a mi mismo diciéndome que me interesaba su contacto y buena predisposición, para venderle el resto de las joyas y tal vez los cuadros. Pero en el fondo sabía que había algo más.

¿Qué era ese algo más que me seducía, me fascinaba y me atraía como un imán? En aquel entonces no lo sabía exactamente. Sólo sabía que la imagen de don Federico venía a mi mente una y otra vez, viejo y achacoso pero con una viveza en la mirada, con una intensidad que me cautivaba, que me hacía pensar: “este tío ha sabido vivir la vida, ha sabido disfrutar cada momento, extraer el placer según le venía dado, y aún ahora sigue disfrutando, con el paladar, con el humor, con la emoción de sus negocios. No necesita el dinero, no necesita nada, sólo actúa para divertirse, para él es un juego”. Eso pensaba, y me reía yo solo en la habitación del hotel.

Pedí que me subieran algo de cenar a la habitación. Mientras masticaba lentamente, contemplaba el maletín y meditaba qué hacer con el dinero, cómo ponerlo a buen recaudo. No podía llevármelo así, tal cual, en el avión. En cuanto lo pasaran por el escáner faltaría tiempo para que se personaran los policías a pedirme explicaciones. Pasé la noche en vela, dando vueltas sobre las suaves sábanas y el mullido colchón del hotel. Me recordaba aquella otra noche, después del golpe en la empresa del tío de Luke, también la pasé en blanco para finalmente esconderlo en la biblioteca, en las tapas de aquel libro de Kant, "Crítica de la razón pura". Esta vez no podía repetir lo mismo, tenía que inventarme algo diferente, pero análogo.

Ya de madrugada, en esa especie de duermevela que se instaura cuando ya tienes el cuerpo molido y después de acordarme de mi hija Cecil, tanto tiempo sin verla, de su madre Libby, ¿qué sería de ella?, tendría que preguntarle discretamente a Charlie. Después de repasar mentalmente toda mi vida, de preguntarme qué clase de destino me había llevado a encontrarme en aquel punto. Después de todo eso, cuando ya la luz del día se filtraba por las cortinas, y el ruido del tráfico, de los coches, los cláxon, me sacaron de mi ensimismamiento, ya por fin se hizo la luz también en mi cabeza.

Salté de la cama como un resorte, me duché, me cambié de ropa, pedí la cuenta y abandoné el hotel sin acordarme de desayunar. A las ocho y cuarto se abrió el Banco.
-Buenos días, quería abrir una cuenta.-Le dije al empleado mientras le mostraba mi flamante tarjeta de residencia.
-¿Corriente o libreta de ahorro?
-¿Cuál es la diferencia?
-La libreta lleva menos comisiones, pero la corriente le permite usar cheques.
-Con cheques.
-¿Su domicilio actual es éste que figura de Tenerife, la pensión…?
-Sólo provisionalmente, estoy a punto de cambiarlo.
-¿Y la correspondencia a dónde se la enviamos?
-Tengo un apartado de correos –mentira, aún no lo tenía, se me acababa de ocurrir-, mañana les llamo por teléfono y se lo digo.
-De acuerdo, firme aquí. ¿Va a hacer algún depósito ahora?
-Si.
-Muy bien, ¿Qué cantidad?
-Ocho millones de pesetas. –El tío se quedó un poco parado- Espere un momento.- Entró en un despacho que ponía “Director”. Me dije, “ya está, ahora van a llamar a la policía”. Pero no, salió el director, trajeado, encorbatado, muy sonriente. Me tendió la mano, me saludó por mi nombre.
-¿Quiere pasar? Ya me encargo yo. –Le dijo al empleado.
-¿Algún problema? -Pregunté.
-No, ninguno, sólo quería informarle de los productos financieros que tenemos, para rentabilizar más su dinero.
-Ah, muy bien. –Fingí escucharle, mientras por dentro pensaba: “conozco yo productos mucho más rentables que los tuyos, capullo”. Pero bueno, traté de pasar por un cliente normal, preocupado por la rentabilidad de sus ahorros. Le dije que lo pensaría y finalmente me marché. Al salir a la calle le eché un vistazo a mi resguardo del depósito, que hacía las veces de libro de Kant, y pensé: “esta es la razón práctica".

La misma operación la repetí otras dos veces, en bancos diferentes, con idéntica cifra y resultado. En el último, ya envalentonado por las facilidades bancarias, pedí además una caja de seguridad, en la que deposité otra suma igual. Me sobraron tres millones, y esos sí, me los llevé en metálico, en los bolsillos de la chaqueta.

jueves, 27 de diciembre de 2007

El tuerto. 33: Puesto a prueba.

Don Federico me estaba intentando envolver con su amabilidad, que a mi me pareció artificiosa. Me pasó la mano por el hombro, cosa que no me gustó en absoluto, y menos aún que me tapara unos instantes la visión de los diamantes mientras don Javier merodeaba por allí. Retrocedí un paso y me deshice de su falso abrazo.
-Si no le importa me guardaré mis piedrecitas mientras traen el dinero.
-Oh, si, por supuesto, pero ¿cómo sabe que no le hemos dado ya el cambiazo y que los que usted se está guardando tan desconfiadamente no son una mera imitación? No parece usted un experto en diamantes…
Los miré con detenimiento. Se estaba burlando de mí.

-Primero porque parecen iguales.
-No se fíe de las apariencias, amigo mío.
-Ah, sí, eso lo se muy bien, pero no creo que pudiera tener preparados unos tan parecidos, y sobre todo…Estoy convencido de que no me han dado el cambiazo porque ustedes saben que, si lo hicieran, dentro de cuarenta y ocho horas estarían los tres muertos, usted, don Javier y la secretaria. Y créame que lo sentiría por ella. –Noté que según iba hablando me enardecía yo solito. Dudé si sacar una de las navajas y hacer una demostración de fuerza, pero la tranquila sonrisa de Don Federico, y algo en su atenta mirada me hicieron intuir que en realidad me estaba poniendo a prueba con alguna finalidad que se me escapaba.
-Le pido disculpas, joven amigo, sólo estaba bromeando. Espero que no lo tome como una ofensa. A los viejos ya nos quedan pocos placeres, y uno de ellos es el humor.
-Oh, por supuesto.- En ese momento entró la doncella portando una bandeja con mi café y una botella de cognac “Napoleón”, reserva de 1957.- Es más, si no es molestia, creo que tomaré una copa con usted, para brindar por su buen humor.
-Ah, estupendo, así me gusta. Traiga una copa más y llévese el café. –Ordenó a la doncella.
-Propongo un brindis: por los buenos negocios. –Dijo solemnemente.
-Por los buenos negocios. –Levanté mi copa y paladeé el delicioso brebaje, pensando cuánto tardaría en llegar el dinero.

Mientras bebíamos repantigados en sendos mullidos butacones me habló durante un buen rato en tono de confidencia sobre algunas de sus actividades. Era propietario de una conocida casa de subastas de objetos de arte, y también tenía una sociedad inmobiliaria y otra de construcción. Yo escuchaba muy atentamente. A la postre, sus últimas palabras parecían casi una propuesta.
-La verdad, Ralph, ¿puedo tutearle? -Asentí con un gesto- La verdad es que podríamos hacer muchos negocios juntos.
-Claro que sí, don Federico, de hecho estamos a punto de recibir unas mercancías muchísimo más valiosas que estas piedrecitas, y creo que le podrían interesar, incluso unos cuadros de incalculable valor.
-Ah, ¿si? Pues no hay problema, ya sabe como funciono. Pero no me refería a esto. Verá, Plácido y yo teníamos algunos buenos negocios juntos, y ahora que él está temporalmente retirado, tal vez usted podría sustituirle. Estoy hablando de negocios de cientos, o miles de millones.
-Claro, claro, pero mis mercancías también valen cientos o miles de millones, y no parece que a Plácido le haya ido muy bien…-Me mostré reticente.
-Eso es consecuencia de su exceso de ambición y sus imprudencias.
-No sé…la verdad es que a mi me gusta trabajar por mi cuenta y no en exclusiva para nadie…
-Por supuesto, Ralph, tú podrías llevar tus propios asuntos, no estoy sugiriendo que trabajes en exclusiva para mi.
-En ese caso, Federico, ¿puedo llamarte Federico? –Yo también pasé a tutearle, a pesar de su ancianidad.- En ese caso no tengo inconveniente en que hablemos cuanto quieras de negocios. – En ese momento entró Javier, con un maletín en la mano, anunciando que había llegado el dinero. Lo abrió, y extrajo un total de 35 fajos que fue contando uno por uno y colocando encima de la mesa. Yo saqué de nuevo mis diamantes y los puse al lado del dinero.
-Don Federico –No me atreví a tutearle delante de su empleado, decidí hacerlo sólo en privado- ¿Quiere echar otro vistazo a las piedras? Para comprobar que no les he dado yo a ustedes el cambiazo…-Sonreí.
-Oh, no es necesario, ¿verdad, don Javier? ¿Y quiere usted contar los billetes?
-Oh, tampoco es necesario. ¿Le importa si me los llevo dentro del maletín?
-Claro, sírvase, obsequio de la casa.
-Pues ha sido un placer, don Federico. El próximo día seguiremos hablando de esos interesantes negocios.
-Sí, llámeme cuanto antes.
-Descuide, lo haré.

domingo, 23 de diciembre de 2007

El tuerto. 32: Don Federico y..."Ralph".

Ninguno de los posibles compradores para los diamantes me convencía mucho, el primero era un joyero de Santa Cruz, demasiado cerca. Al fin y al cabo él a su vez se los vendería a otra persona, y ese alguien podría ser, por casualidad…cercano a la víctima, y tal vez reconocerlos. Además, dado que era un comerciante, seguro que intentaría rebajarme el precio.
El segundo era un particular de Madrid. Aquí lo que no me gustaba era la idea de viajar en avión a la península, con los diamantes en el bolsillo. Cualquier registro rutinario podía acabar conmigo. Además de tener que meterme en un territorio para mi desconocido, y sin olvidar a la policía. Pero bueno, como no había solución perfecta tuve que elegir, y dejándome llevar por una corazonada elegí al tipo de Madrid. Le llamé por teléfono desde una cabina para tantearle.
-Residencia de Don Federico. –Voz de secretaria
-Buenos días, quería hablar con Don Federico.
-En este momento está ocupado, ¿Quién le llama?
-Dígale que soy un amigo de Plácido, y que quiero hablar con él personalmente.
-Espere un momento, a ver si puede atenderle.
-De acuerdo. –Pasaron unos minutos.
-Si, ¿quién es? –El tipo tenía una voz cascada, de viejo fumador y bebedor.
-Mi nombre es…Ralph – Tuve que recordar la identidad que le había dado a Plácido, con la que alguilé la furgoneta-, soy amigo de Plácido, y me ha dicho que estaría usted interesado en adquirir ciertos artículos…
-De esos temas sólo hablo con él directamente, que me llame él.
-Verá usted, Plácido ha tenido ciertos contratiempos que le impiden llamarle, por eso me estoy encargando yo. Puede usted comprobarlo. Si quisiera usted venir a Tenerife, le mostraría los artículos en cuestión.
-De eso nada, la cosa no funciona así. Usted viene, me enseña la mercancía, y si me interesa compro y pago. Y pago bien. Si no me interesa, se vuelve usted por donde ha venido. Bastante hago con aceptar tratar con usted sin conocerle de nada.
-De acuerdo. Si consigo vuelo, ¿Le parece bien mañana? –No quise dejar escapar la oportunidad. Además, hubo algo que me inspiró confianza, no se, su contundencia. Me gustan las personas que tienen las ideas claras, sobre todo en los negocios.
-Cuando quiera, llámeme tan pronto haya aterrizado y le daré mi dirección.

Fui a la agencia de viajes, compré un billete de avión a Madrid –sólo de ida- y reservé una habitación en el hotel “Cuzco”, para en principio una noche. Coloqué cuatro cosas en una maleta de mano pequeña. Después guardé los diamantes en una bolsita de plástico, ésta a su vez en otra bolsita de tela, y me lo metí…en el calzoncillo. Así viajé. No le llamé desde el aeropuerto, sino que fui a mi hotel, dejé la maletita y salí de compras. Compré un plano de la ciudad y dos navajas. Me guardé una en el bolsillo y la otra en el calcetín, con cinta adhesiva. Después le llamé. Esta vez no se puso al teléfono, la secretaria me dio la dirección y me citó directamente una hora después. Miré el plano, urbanización “La moraleja”, no estaba lejos de mi hotel. Tomé un sándwich y un zumo de naranja para hacer un poco de tiempo. Después pedí un taxi. Por el camino saqué mis diamantes del calzoncillo y los coloqué en mi chaqueta.

Llegué puntualmente a la dirección indicada, era una mansión de dos plantas en una parcela con árboles y jardín. Supuse que en la parte trasera tendría una amplia piscina. Me abrió la puerta una doncella, le dije mi nombre y me condujo a un salón enmoquetado. En las paredes tenía cuadros que no identifiqué, pero imaginé costosos. Lo anoté mentalmente, tal vez le interesaran los nuestros. En la mesa reposaba una especie de microscopio.

Casi enseguida salió a recibirme don Federico. Un anciano bajito, bastante achacoso, se movía con lentitud, casi arrastrando los pies. Exhibía un bigote gris, su cabello era escaso y plateado. Vestía de traje y corbata. El rostro lleno de arrugas esbozaba una sonrisa, parecía contento de verme. Le acompañaban una mujer joven, que deduje sería su secretaria, y un hombre de mediana edad.
-Así que ha venido usted. ¿Ha tenido un vuelo agradable?
-Buenas tardes. Si señor, gracias.
-Veamos qué ha traído.
Saqué la bolsita y deposité los diamantes uno a uno sobre la mesa. El hombre de mediana edad se aproximó.
-Con su permiso. –Los cogió y se los enseñó a Don Federico, que los estuvo contemplando con detenimiento.
-Parecen buenos, veamos qué opina usted, don Javier.
El tal Javier los estuvo examinando al microscopio. Por toda respuesta fue asintiendo con la cabeza ante cada examen.
-Están tasados en diez millones cada uno.- Intervine yo.
-No lo dudo joven, pero evidentemente eso sería si dispusiera usted de los correspondientes certificados, facturas y registros. En este caso, dadas las circunstancias…podemos pagarle veinte millones en total.
-No señor, si a usted no le interesan de verdad, hay otros compradores. Sinceramente me decepciona su pobre oferta. Sepa que no tenemos prisa en vender. –Hice ademán de coger los diamantes.
-Bueno, caballero, no lo tome usted así. Estamos entre caballeros, hablando de negocios. Don Javier, ¿qué opina, podemos subir a veinticinco? –Don Javier, evidentemente no dijo nada, se limitó a hacer una mueca de significado indescifrable.
-Lo siento señor, seré sincero, no soy bueno para regatear, pero lo máximo que estamos dispuestos a rebajar es el cincuenta por ciento. Mírelo desde ese punto de vista, usted obtiene una ganancia de treinta y cinco millones, y nosotros recibimos una cantidad igual. Es lo justo. –Don Federico se quedó pensando, o fingió que pensaba, no lo se.
-De acuerdo, amigo. Me interesa.
-Pues entonces cuando usted quiera hacemos la operación.
-¿Qué tal ahora mismo?
-Si tiene usted el dinero, perfecto.
-Tendrá que esperar un rato. Don Javier hará una llamada, en cosa de media hora me traerán el dinero, y cerramos el negocio.
-No tengo prisa.
-Mientras tanto podemos tomar una copa y charlar tranquilamente.
-Para mí un café, si no es molestia.
-Ah, un joven abstemio. Eso está bien.

jueves, 20 de diciembre de 2007

El tuerto. 31: Los siete diamantes.

Pasaron los seis meses que yo mismo había marcado para comenzar a vender las joyas. Para entonces la prensa ya no hablaba del caso. Los medios de comunicación son así, el primer día primera plana, el segundo página tres, al cabo de una semana un recuadro en páginas interiores y al transcurso de un mes…nada. Cero, ni una línea de información. Yo estaba asombrado, estupefacto. En el fondo esperaba más interés, más dedicación, más búsqueda, más alarma social. Pero la vida continuaba indiferente a nuestros, en realidad, ínfimos anhelos y vicisitudes.
El mundo tenía otras preocupaciones, y hasta la policía tenía otros quehaceres más graves y perentorios. Terminada la guerra del golfo, los políticos españoles se dedicaban a prepararlo todo para la exposición universal de Sevilla (la expo-92), y los Juegos Olímpicos de Barcelona. La policía se centraba en la seguridad de ambos eventos, y en la amenaza terrorista. Eso es lo que me decían los periódicos, y yo me lo creía.

Calculaba que tan sólo un escueto equipo de investigación continuaría dedicado a nuestro pequeño caso. La mayoría de las escuchas telefónicas habrían sido canceladas, las vigilancias y seguimientos reducidos al mínimo, y la solución del caso confiada a la información que pudieran suministrar los joyeros y marchantes de arte sobre cualquier transacción sospechosa; si acaso, como siempre, al soplo de algún confidente infiltrado entre las redes mafiosas, y un mucho al azar, a la buena suerte, o al error que pudieran –pudiéramos – cometer los delincuentes. Un error que yo no pensaba cometer.

Hice un inventario de las joyas. Había pasado muchas horas en el apartamento examinándolas. Saqué la conclusión de que lo más apropiado para comenzar a vender era un grupo de siete diamantes, de buen tamaño y gran valor, pero que no tenían marcas reconocibles a simple vista. Las otras colecciones, ya fueran de relojes, collares, pulseras, etc, tenían marcas o diseños inconfundibles hasta para mí, mucho más para el ojo experto de un joyero.

Elegidos los objetos, me dediqué a esperar que Plácido, el más desesperado por conseguir dinero, se pusiera en contacto con Charlie o conmigo. Mi plan era exigirle que me diera los datos de sus compradores, pero en el último momento permitirle que hiciera él la operación. Así mataba dos pájaros de un tiro. Le daba la sensación de tenerle controlado, de poder intervenir en cualquier momento y saber el precio real, más que nada para ahorrarle la tentación de estafarme, teniendo en cuenta su ansia de dinero. Por otra parte, dejaba que él corriera el riesgo; si el comprador estaba controlado por la policía, sería Plácido el detenido. En el peor de los casos podría delatar a Charlie, pero no a mí, porque no conocía mi identidad, ni el paradero del botín.
Pasaron uno, dos, tres meses adicionales…y Plácido no dio señales de vida. Comencé a preocuparme. Charlie y yo sabíamos cómo localizarnos, pero habíamos preferido mantener la distancia, por si acaso. Por último, fui yo quien me pasé una noche por su apartamento. Le esperé en las escaleras del edificio a su regreso del hotel donde trabajaba.
-¿Sabes algo de Plácido?
-¿No te has enterado? Está en la cárcel.
-¿Y eso?
-Algo relacionado con una red de facturas falsas.
-¿Facturas falsas? –No pude disimular mi interés.
-Si, facturas falsas para defraudar el IVA, ya sabes, el Impuesto sobre el Valor Añadido.
-Ah, pues no sabía nada. ¿Y cómo funciona la cosa?
-Otro día te lo explico, ahora entra y tomemos una copa. Tenemos otro asunto de qué hablar.
Charlie abrió un par de cervezas. Ninguno de los dos tomaba licores de alta graduación. El por su gimnasio, yo por mis pastillas. Me contó que había contratado un abogado para defender a Plácido.
-No será Don Manuel Pablo.
-Sí, el mismo. De ese modo puedo estar al tanto de nuestro amigo sin tener que dar la cara.
-¿Y?
-Le pasé un recado, que me diera los nombres de los compradores y nosotros nos encargaríamos de todo.
-¿Te los ha dado?
-Al principio no quería soltar prenda, pero después, como le hace falta el dinero…Sí, me ha dado un par de nombres.
-Vale, pues dame esos nombres, que yo me encargo. Iré a venderles unos diamantes...

martes, 18 de diciembre de 2007

El tuerto. 30: Agente inmobiliario.

Se instauró un periodo de calma relativa y benéfica rutina. Trabajar, enseñar apartamentos, aprender el mercado inmobiliario isleño y practicar algunas técnicas para favorecer las ventas. Por ejemplo, deslizar de forma casual en el cliente la idea de que los precios estaban en alza, sugerir que era el mejor momento para comprar. O dejar caer con indiferencia que había otro comprador bastante interesado en ese mismo apartamento. Magnificar siempre las ventajas: si estaba lejos de la playa subrayar lo cerca que estaba del centro comercial, de la farmacia o del médico (según la edad y aparente estado de salud del comprador).
En fin, era divertido manipular honradamente a los candidatos a una magnífica compra. En última instancia yo tenía ese instinto asesino que me hacía, en medio de sus titubeos, sacar el contrato y ponerme a rellenar, tomar la decisión por ellos como si fuera un vendedor de enciclopedias.
-Nada, nada, no lo piensen más, tienen que aprovechar esta oportunidad, luego me lo agradecerán. ¿Ha traído el talonario de cheques?
-Noo..
-Es igual, dígame su número de cuenta bancaria, le cargaremos el primer plazo.
-No me lo se de memoria.
-No importa, ¿cual es el banco?
-El Down Town Bank, pero...
-Con eso es suficiente, el resto de los datos ya me los dará. Una firmita...Ya está, eso es. Enhorabuena. Ya verán como dentro de un tiempo se acordarán de mi con agradecimiento.
En el peor de los casos, si después se echaban atrás -pocas veces ocurría, al fin y al cabo no les estaba engañando sino tan sólo ayudando a decidirse-, en ese caso perdían el primer plazo y yo de todos modos cobraba mi comisión. En poco tiempo cerré un buen número de ventas. Mi prestigio en la inmobiliaria subió, el propio jefe me felicitó y me pronosticó que con ellos tendría un buen futuro. Después que completé un cursillo me ascendieron a la categoría de Agente Inmobiliario. "Tal vez pronto trabaje por mi cuenta", pensaba yo.

Finalmente conseguí mi permiso de residencia. Gracias al contrato de trabajo los trámites se resolvieron y cuando salí de la comisaría con una sonrisa pintada en el rostro y la tarjeta en mi bolsillo pensaba "te estás haciendo un honesto ciudadano, ya sólo te falta pagar tus impuestos y...encontrar una novia". Sin embargo esto último me estaría vedado, y para llenar mi hueca vida sentimental comencé a asistir a las clases de Derecho en la Universidad de La Laguna. No pude matricularme oficialmente porque me faltaba convalidar mi titulo de bachillerato y pasar un exámen de acceso, pero sí que podía asistir como oyente, conseguir los temarios y estudiar por mi cuenta. En realidad no me interesaba el título, pues mi objetivo era simplemente adquirir los conocimientos para desarrollar mis negocios. Derecho civil, penal, tributario, procesal y administrativo. Con eso tenía suficiente.

Volví a visitar al psiquiatra para que me recetara más somníferos. Por el día no me hacían falta, estaba muy entretenido con el trabajo y los estudios, pero en el silencio de la noche mis pensamientos y temores hacíanse más intensos...Entonces me acordaba de que tenía un tesoro escondido esperando que la policía se cansara de buscar para poder venderlo... Me asaltaba el temor de encontrar a la señora en sueños...Y la verdad, si no tomaba la pastillita me pasaba la noche sin pegar ojo.
A la tercera visita el psiquiatra me dijo que era la última receta, que no podría seguir tomando somniferos a menos que iniciara una terapia.
-No necesito una terapia, doctor, es algo puntual, hasta que desaparezcan determinadas circunstancias.
-Sí la necesita, para afrontar mejor esas circunstancias.
-De acuerdo -Le dije, mientras pensaba:"no te preocupes, me iré a otro doctor".
Y así lo hice. Pero cuando vi a este segundo médico extendiendo la misma receta que el anterior me dije a mí mismo:"pero eres tonto, no necesitas a un psiquiatra para que te haga una receta, sólo necesitas ir a una imprenta para que te fabriquen un talonario y rellenarla tú mismo".
De ese modo, sin mayores obstáculos, continuó la etapa de sueños felices y días de ocupaciones legales y provechosas.

sábado, 15 de diciembre de 2007

El Tuerto. 29: Síndrome de Raskolnikov.

Pensaba que después del golpe vendría la tranquilidad. ¡Qué equivocado estaba! Lejos de serenarme, la ansiedad por el día y las pesadillas nocturnas se recrudecieron. Mejor dicho, mi pesadilla, porque siempre era la misma, con ligeras variaciones: yo iba viajando en la guagua –como dicen aquí al autobús-, cuando de repente subía la vieja, atada y amordazada, y me señalaba con los ojos. Y yo pensaba, no puede ser, si nunca ha visto mi rostro, no me conoce, pero ella se acercaba a mí, y me miraba fijamente, y entonces despertaba empapado en sudor. Sus ojos me perseguían incluso despierto. Iba por la calle paseando, y de repente me parecía verla, o peor aún, tenía la sensación en la nuca de que ella me estaba mirando, y entonces me giraba bruscamente, intentando descubrirla, sin éxito. ¿Me estaré volviendo loco?, me preguntaba.
Mis conocimientos de criminología me sirvieron para tomar mil precauciones, pero también me condujeron a un estado de permanente alerta. Ser consciente de tantos peligros me impedía relajarme. Tenía que manejar hasta tres identidades diferentes; una para hablar con mi abogado de Londres, otra la de mi vida “legal” en Tenerife, y la tercera y provisionalmente última con la que alquilé el coche de vigilancia y el apartamento donde custodiaba el botín.
Los primeros días, además, todo el mundo hablaba del famoso robo. Salió en los periódicos y en la televisión. La patrona hacía especulaciones sobre el robo delante de mí, yo tenía que hacer de tripas corazón y fingir indiferencia. Cualquier comentario casual me hacía desconfiar. Si por ejemplo me decía:
-Parece que ha dormido usted mal.
-He estado estudiando.
-Aah, ya. -Y yo pensaba, ¿"será que sospecha algo"?
A escondidas me iba a un kiosko lejano y compraba los periódicos cada día para enterarme de cómo iba la investigación. Después los tiraba en una papelera, tras memorizar algún detalle que me interesara.
Cierto día cayó en mis manos un libro, “Crimen y castigo”, de Dostoyevski. Al ir leyendo comprendí de golpe todo lo que me pasaba. Tienes el síndrome de Raskolnikov, me dije a mí mismo. Momentáneamente me tranquilizó poner una etiqueta en mis temores. Al menos tú no has matado a la vieja, como R., no estás tan mal como él. Pero al instante siguiente arreciaban las dudas. ¿Qué me ocurrirá? ¿Los remordimientos me obligarán a entregarme a la policía, -como R.-? Lo descarté de inmediato. ¿Acaso el inconsciente me traicionará y me hará cometer un error fatal que lleve a idéntico desenlace? Esto no podía ya descartarlo. ¿Qué podía hacer para calmar el sentimiento de culpa con su correspondiente anhelo de castigo? ¿Devolverle el botín a la vieja con una nota anónima de disculpa? No podía hacer eso, Charlie y Plácido me matarían.
Ante tanto dilema, como no podía concentrarme en nada, decidí buscar un trabajo. Tuve suerte y después de visitar varias agencias inmobiliarias, en una de ellas me aceptaron. Mi tarea consistía en vender apartamentos a británicos e irlandeses. Recibiría un pequeño salario fijo y un porcentaje de comisión por cada venta que hiciera. Era ideal para mí, así estaba entretenido y no pensaba tanto.
También visité un médico particular que encontré en un listín, ya apenas dormía y se me agotaban las excusas para la patrona cuando me insistía que yo tenía ojeras y mala cara. El médico me despachó en diez minutos con un par de recetas, un tranquilizante para el día, y un somnífero para la noche. Me preguntó qué preocupaciones me impedían dormir, y yo le contesté que “problemas familiares”.
-Si necesita vuelva dentro de un mes.- Concluyó mientras me tendía las recetas y yo le abonaba sus honorarios. Ahí quedó la cosa. ¡Qué maravilla las pastillitas!...Conseguí relajarme lo suficiente, trabajar, leer los periódicos y comprender lo que leía. Y dormía bien, sin despertar angustiado de una pesadilla en mitad de la noche. Ese bienestar, unido a la secreta satisfacción de saber que un valioso botín estaba esperándome, me hizo recuperar mi optimismo. La patrona empezó a cambiar el tono de sus comentarios cuando la saludaba con una abierta sonrisa.
-Ya va usted estando mejor, ¿eh?.- Y yo pensaba, “si tú supieras”…

miércoles, 12 de diciembre de 2007

El tuerto.28: La noche de los mudos.

Tengo una sensación de irrealidad acerca de casi todo lo que sucedió después. Supongo que sería por el estrés que sufrí. No era simple emoción, era miedo, ya que vivía con plena conciencia del riesgo que implicaba dar aquel golpe. Para que no hubiera duda mis sueños –mejor decir pesadillas- en los días previos, se encargaron de recordarme una y otra vez los peligros que acechaban en cada paso que habría que dar. El vigilante nos sorprendía cuando salíamos con el botín y se armaba un tiroteo en medio del cual despertaba sudoroso. ¿Habré aprendido la lección, o estaré repitiendo los mismo errores?, me preguntaba una y otra vez.

De todas formas, a pesar del miedo, estaba decidido a seguir adelante; tan es así que alquilé un apartamento vacío con la sola finalidad de guardar el botín, ya que no pensaba abandonar por el momento la pensión “Las tapias” en la que tan cómodo me sentía. No podía dejar pasar aquella oportunidad de oro -nunca mejor dicho-, de lo contrario toda la vida estaría lamentándome y rumiando lo que pudo haber sido y no fue.

La noche de autos, antes de iniciar la ejecución del plan, revisamos de nuevo todos los pasos y les di algunas instrucciones para después.
-Plácido, sabes que tú serás uno de los principales sospechosos, la policía te va a interrogar duro y te va a vigilar…¿Quieres que sigamos o lo dejamos aquí? –Yo sabía cuál sería su respuesta, pero quería atarle corto.
-No pienso rajarme.
-Bien, después de esta noche no debe haber ningún contacto entre nosotros, ni una llamada de teléfono, nada. Seré yo quien os busque, en tu joyería o en tu hotel. Ya decidiré cuándo podemos empezar a dar salida, primero a las joyas, después a los cuadros.
-Pero si ya tengo un comprador.
-Olvídalo por ahora, y cuando llegue el momento seré yo quien contacte con el comprador y haga la operación, a mí no me tendrán vigilado.
-Supongo que tienes razón.
-Pues en marcha, y recordad, una vez que cortemos la alambrada, ni una sola palabra.

Montamos en la furgoneta que yo había robado previamente; esta vez era Plácido quien conducía. Los tres íbamos armados, enguantados, y una vez nos adentramos en el camino lateral, encapuchados.
Tras cortar el alambre apartamos el seto para dejar paso a la carretilla, yo llevaba una mochila vacía con la intención de llenarla de valiosas joyas. Plácido quedó esperando en el vehículo al borde del camino. Charlie engancha la cuerda, trepa hasta el tejado y desaparece de mi vista. Pasan eternos minutos, siento una punzada en el estómago. Son instantes cruciales de ansiedad intensa, paralizado, no puedo hacer nada salvo esperar. Imagino que está cortando un círculo del vidrio, lo justo para introducir la mano y abrir. De pronto ladra un perro a lo lejos, instintivamente me agazapo más en la sombra y contengo la respiración, después me calmo, debe ser varios chalets más abajo.

Por fin se abre la puerta y Charlie me hace una seña con el pulgar hacia arriba. Me cuelo portando la carretilla y cierro. Subimos a ver a la vieja, está inmóvil, maniatada y amordazada. Pongo ante sus ojos la tarjeta que traigo escrita –confío que sepa leer y que no necesite gafas-: “ENSEÑANOS LAS JOYAS Y EL DINERO Y NO TE PASARA NADA”. Ella niega con la cabeza. Le sacudo una bofetada, le enseño la pistola e insisto. Nada. La agarro del pelo, la obligo a ponerse de pie y le enseño una segunda tarjeta: “LAS JOYAS O TE MATAMOS”. Pongo el cañón entre sus cejas. Si que es tacaña la vieja, pienso, ama sus joyas más que su vida. Otra bofetada. Maldito paripé, pienso, sabemos donde están las joyas, pero no podemos ir directamente, hemos de fingir que no sabemos. Le hago un gesto a Charlie para que la ate a una silla mientras yo comienzo a abrir y vaciar al suelo cajones y armarios, y a esparcirlo todo ante sus ojos. Nunca imaginé que mi profesión requeriría la representación teatral. Recorremos la casa registrando metódicamente. En el doble fondo de un cajón encontramos varios fajos de billetes. Llegamos al sótano. La caja fuerte se abre dócilmente y nos muestra una auténtica habitación acorazada en cuyo interior refulge el tesoro del conde de Montecristo. Qué diantres, en la mochila no cabía ni la mitad. Tuve que subir por una maleta de la vieja que también quedó llena. Plácido no había exagerado. Empecé a cuestionarme cómo íbamos a sacar todo eso, y además los cuadros, tal vez tuviéramos que hacer dos viajes…En silencio fuimos descolgando los cuadros de las paredes, eran siete en total, tres en el salón, dos en la biblioteca, uno en el dormitorio principal y uno en el cuarto de invitados. Atamos la maleta y los cuadros a la carretilla y subí a comprobar que la vieja seguía bien atada y amordazada. Salimos. La primera bocanada de aire me devolvió a la realidad. Los apenas cien metros de recorrido hasta la alambrada se hicieron inmensos. No solo el tiempo es relativo, el espacio también lo es. El perro a lo lejos volvió a ladrar. Seguimos en silencio. La carretilla repleta no pasaba al otro lado del seto, tuvimos que desatar y cruzar cada cosa una por una. Plácido al otro lado lo iba recogiendo. Finalmente salimos nosotros, cargamos la furgoneta y nos alejamos, todavía en silencio. Solo cuando nos habíamos alejado varios kilómetros proferimos un grito unánime de júbilo.

domingo, 9 de diciembre de 2007

El tuerto. 27: Preparativos.

A la tarde siguiente fuimos a vigilar el chalet, la urbanización y los alrededores. Tuvimos que viajar hacia el sur de la isla, unos cincuenta kilómetros, en un coche que alquilé con uno de mis carnets de conducir falsos. Y por cierto, a Plácido fui presentado –por indicación mía a Charlie- con esa mi tercera identidad (más adelante la diré). Yo iba en el asiento trasero y Plácido desde el lugar del copiloto respondía con soltura a mis preguntas.
-¿Sabes si la vieja tiene asegurados los cuadros?
-Se lo pregunté un día, y me dijo que no, que le salía muy caro. Ya ves, la muy zorra es tacaña.
-Pues mejor, así no tendremos a los investigadores privados buscando los cuadros… y a nosotros.
Llegamos a Los Cristianos, el pueblecito donde se encontraba la urbanización, que lucía el ostentoso nombre de “Beverly Hills”. Y a fe que hacía honor al lujo que prometía: grandes y señoriales mansiones, sendos campos de golf a cada lado, y al fondo la playa. Nos adentramos por un camino lateral, evitando la barrera de entrada en la que, en efecto, divisamos a dos guardias de seguridad privada. Bordeamos la urbanización, y casi al final del camino Placido nos señaló el chalet. Con los prismáticos le eché un vistazo. Era una construcción de dos plantas, las ventanas enrejadas, sin embargo en el tejado pude ver una ventanita, como para dar luz a una buhardilla.
-Charlie, tú que estás en buena forma de tanto gimnasio, ¿te consideras capaz de subir al tejado y entrar por esa ventanita? –Le pasé los prismáticos.
-Puedo trepar por el canalón de desagüe, o bien lanzar una cuerda con gancho y subir a pulso.
-Consigue esa cuerda, por si acaso el canalón está en mal estado. Y tú, Plácido, ¿puedes hacerte con un cortador de vidrio y una ventosa?
-Sí, se de una ferretería donde venden.
-Perfecto pues, entraremos por arriba, será mucho más silencioso y seguro que forzar la puerta. Tú, Charlie, una vez dentro amordazas y atas a la vieja, y después me abres la puerta.
-Lo mejor es la cinta aislante. ¿Dónde duerme?
-En la primera planta, según bajas de la buhardilla estará a tu izquierda, hay un vestidor antes de entrar en el dormitorio.
-¿No se cerrará por dentro?
-Hummm, no recuerdo ese detalle.
-Es importante.
-Pues sí, porque además tiene teléfono en su dormitorio.
-Imagínate que llama a la policía.
-Podría intentar que me invite a cenar, en la cena sugerir que ponga algo de música, es muy aficionada a la ópera. Después le pido que me deje usar su teléfono y para que no tenga que bajar el volumen insinúo que mejor hablo desde el dormitorio, si no le importa. Así compruebo si hay cerradura o pestillo, pero eso me convertiría en más sospechoso aún a ojos de la policía.
-Pues no nos interesa que te arriesgues tanto. Charlie, intenta conseguir un silenciador para una de las pistolas, si ha trancado la puerta le das un par de tiros a la cerradura.
-¿Ya has pensado cómo sacaremos los cuadros?
-Sí señor, con una carretilla vertical de dos ruedas, la podemos pasar fácilmente al otro lado, y un pulpo elástico para sujetar los cuadros. Cómpralo todo en esa ferretería tan buena.
-La carretilla no hace falta comprarla, te la alquilan.
-Sí, pero es mejor comprarla, por si acaso no podemos devolverla, llamaría menos la atención.
Esperamos a que anocheciera para controlar los horarios de las rondas. Así supimos que el guardia sólo se daba una vuelta más o menos cada hora, el resto del tiempo estaba con su compañero en la caseta de la entrada, viendo la televisión o charlando. Plácido me entregó el croquis de la casa.
-¿Cuándo lo haremos? –me preguntó.
-En cuanto tengamos todos los materiales, incluido el silenciador, los guantes, los pasamontañas…
-Pues hay que darse prisa, la vieja se marcha de vacaciones la semana próxima. ¿Y la furgoneta?
-De la furgoneta me encargo yo –dije; ya tenía pensado robar una para la ocasión, nada de alquileres.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El tuerto. 26: Plácido, la traición anida dentro.

Estábamos cenando en el restaurante de su hotel, yo le había dejado caer, como el que no quiere la cosa, que si surgía algún negocio bueno podía contar conmigo.
-Estoy un poco aburrido de tanto estudiar, necesito un poco de acción, ya sabes, siempre y cuando el asunto sea lucrativo.
-Pues casualmente hay un posible trabajo que te puede interesar.- Al oír esto no pude evitar ponerme en tensión.
-Cuéntame –le dije- soy todo oídos.
-De hecho llevo unos días pensándolo, no sabía si comentarte, porque como te veo tan retirado...Pues verás, conozco a un tipo, un tal Plácido. Es joyero, tenía una próspera joyería en Madrid, pero decidió venirse a vivir a la tranquilidad y el buen clima de las islas. Le traspasó la mitad a un socio, y con el dinero abrió una sucursal en Santa Cruz. Lo de la tranquilidad es un decir, porque el tío es un juerguista de mucho cuidado, está arruinado. Su debilidad son las fiestas con chicas muy jovencitas, champán francés y abundante cocaína. Vicios caros. Lo cierto es que me debe dinero, no te voy a decir la cifra pero bastante. Se lo he reclamado varias veces y la última, como ya me he puesto serio, me ha contado un plan. Dice que tiene una clienta, una vieja muy rica de la cual se ha hecho amigo, le ha vendido joyas, diamantes, relojes de oro, en diversas ocasiones. La señora vive sola en una mansión y se aburre, ha invitado a Plácido muchas veces a cenar. Poco a poco se ha ido ganando su confianza y la mujer no tiene reparos en hacer ostentación de su riqueza delante de Plácido. Por lo visto la casa está llena de cuadros caros, impresionistas, Dalí, Kandinsky, Miró y no se cuantos más. Porcelanas chinas, cristal de bohemia, y sobre todo muchas joyas, esmeraldas, diamantes, oro. Tiene colecciones de sortijas, pulseras, relojes, pendientes, collares...
-Al grano -le interrumpí-, ¿cuánto puede valer?
-Según Plácido, vendiéndolo poco a poco, más de mil millones de pesetas.
-Uf...Tendrá fuertes medidas de seguridad...
-La mansión está en una urbanización de lujo y tienen dos vigilantes privados las veinticuatro horas, uno que está en el control de entrada, y otro que hace rondas constantes por el día. Por la noche se suelen quedar los dos en la entrada y uno sale de vez en cuando a patrullar. Pero Placido piensa que se puede traspasar cortando la alambrada por un lugar discreto, poco visible, que ya tiene localizado y que además no está lejos de la casa.
-No se, habría que verlo...¿Y dentro de la casa?
-Pues aquí viene lo gracioso. La casa tiene una alarma que está conectada a una central de vigilancia, pero la vieja es muy despistada y nunca se acuerda de desactivarla antes de entrar o salir. Ya le ha saltado fortuitamente varias veces. Ahora en la práctica sólo la conecta cuando se va de viaje y desde luego nunca cuando está en casa.
-¿Por dónde entraríamos?
-Plácido cree que podríamos apalancar la puerta, no es blindada.
-¿La ventanas tienen rejas?
-Eso sí.
-¿Y una vez dentro?
-Pues aquí viene lo mejor. Los cuadros están colgados en las paredes, la caja fuerte acorazada, donde guarda las joyas, está en el sótano, y como la vieja tampoco se acuerda de la com-bi-na-ción...la deja abierta.
-Ja, ja, ja. -No pude evitar las carjadas, en las que Charlie me acompañó-. Esa vieja es buenísima, permíteme resumir sus cualidades: vive sola, no sabe elegir sus amistades, le encanta presumir de sus joyas y cuadros, deja la alarma desconectada y la caja fuerte abierta. ¿Me he equivocado en algo?
-Es correcto.
-¿Tiene perro?
-Un gato.
-¿Cual sería el plan?
-Vamos de noche con una furgoneta, cortamos la alambrada de la urbanización, tú y yo entramos, Plácido espera fuera en un lugar camuflado, llevamos una maza y una palanca para reventar la puerta.
-Primero hay que saber cada cuanto tiempo hace las rondas el vigilante, no quiero tropezarme con él.
-De acuerdo, mañana iremos a controlar eso.
-¿Porqué no esta noche?
-Esta noche trabajo, además Plácido tiene que indicarnos la urbanización, el sitio por el que cortar, la casa.
-De acuerdo. Pero que te haga un croquis también y un plano de la casa, la distribución, dónde está la escalera que lleva al sótano y la caja fuerte, donde están los cuadros más valiosos, todo. Sigamos con el plan.
-Llegamos a la casa, apalancamos la puerta, reducimos a la vieja.
-Tenemos que ir encapuchados, con guantes y con armas de fuego.
-¿Para reducir a una vieja?
-No, para evitar que te detenga un vigilante privado.
-Puedo conseguir un par de pistolas.
-Vale, la atamos, la amordazamos, ya hemos cogido los cuadros y las joyas. ¿Cómo lo transportamos todo hasta la furgoneta? ¿Qué tamaño tienen los cuadros?
-No se...supongo que serán pequeños.
-Veo que faltan muchos detalles por perfilar. Mañana seguiremos...

domingo, 2 de diciembre de 2007

El tuerto. 25: búsqueda y captura.

Esa historia de dobles juegos y traiciones que me contó el Charlie me hizo recordar mi propio caso. De vez en cuando me daba por pensar quién habría sido el confidente de la policía que propició la caída del grupo. Decidí llamar a mi abogado en Londres para saber cómo estaba mi situación. Me habló francamente.
-Ni se te ocurra volver por aquí, y no quiero ni saber dónde estás.
-¿Qué ha pasado?
- La policía ha conseguido nuevas pruebas contra tí que no existían cuando el juez decidió darte la libertad bajo fianza.
-¿Qué tipo de pruebas? -le pregunté.
-Han mostrado tu foto en varios supermercados donde colocaste billetes...y te han reconocido.
-¿Pero cómo me van a reconocer, entre tanta gente?
-Entiéndeme, no pueden asegurar que fuiste tú quien entregó esas libras falsas, pero sí que en todos los sitios donde las detectaron...casualmente has estado.
-Comprendo.
-El juez te ordenó comparecer, y al no encontrarte en tu domicilio ha revocado la libertad, ha dictado tu ingreso en prisión y ha ordenado tu búsqueda y captura. Yo no tenía cómo avisarte, pero tampoco me parecía buena idea que vinieses. Claro que si no te presentas perderás la fianza.
-Dile al juez de mi parte que se la meta por...
-...
-Perdona. ¿Y del confidente se sabe algo más, quién fue?
-No, pero hay otra novedad. A Philip le han puesto en libertad bajo fianza de doce mil libras.
-Ah, muy interesante. ¿Y eso porqué?
-Al contrario que a tí, las pruebas contra él se desvanecen. Nadie le ha reconocido. Su relación con los otros acusados, especialmente Parrot, y el no justificar su patrimonio, son datos meramente circunstanciales.
-¿Cuánto tiempo ha estado en la cárcel?
-No ha llegado a tres meses. Oye, hay otra cosa más, pero no es del caso.
-Dime.
-No se si sabes que Sadam Hussein ha invadido Kwait.
-Algo he oído.
-Hay una coalición militar internacional para derrotarle. Se está preparando la guerra. El gobierno está movilizando a los jóvenes de tu edad, de momento como reservistas, invocando la ley de defensa civil, pero si no te presentas te declararán desertor...
-¡Magnífico! Y si me presento, ¿a dónde me enviarían, a la guerra o a la cárcel?
-De momento a la cárcel, lo otro ya te digo que es una mera disponibilidad. Si quieres puedo averiguar algo más concreto.
-Vale, muchas gracias. Te llamaré dentro de algunas semanas.
-De acuerdo. Y ten cuidado.
Colgué el teléfono abrumado. De repente todo mi pasado, del que había intentado olvidarme, reaparecía con mayor fuerza y peligrosidad. No sólo eso, sino que también los acontecimientos colectivos influían y condicionaban los pasos a dar en mi vida privada.
Después comencé a reaccionar. Si cuando me detuvieron me hubieran enviado a prisión me habría resignado, qué remedio. Pero que me amenazaran ahora con la cárcel, cuando gozaba de libertad...Esa pantomina de ir enseñando mis fotos...un puro montaje de la policía para poder acusarme. Y encima desertor. Me sentí como un tigre herido. De acuerdo, estaba claro que no podría conseguir la tranquilidad que buscaba...Pues al menos sería por algo. Viviría al filo. Esa misma noche hablaría seriamente con Charlie. O si no, actuaría por mi cuenta. Y ese Philip...me estaba dando que sospechar, tal vez fuese el chivato. Si, estaba muy enfadado, con la policía, con el juez, y hasta con Sadam Hussein.

viernes, 30 de noviembre de 2007

El tuerto. 24: “Peter” y don Manuel

Fui con mi pasaporte británico -falso, claro- a ver a este abogado de Santa Cruz que según Charlie me podía conseguir la tarjeta de residencia sin mayores complicaciones. Tenía un despacho lujoso, un tanto recargado para mi gusto, en un edificio antiguo bien conservado. Gruesas alfombras, maderas nobles bien pulidas, estanterías con vitrina llenas de vetustos libros de jurisprudencia. La impresión que me causó don Manuel Pablo fue la de un dandi del siglo XIX. Lo primero que me llegó de él fue un intenso perfume emanaba toda su persona, como si se hubiera bañado en perfume, o al menos rociado abundantemente todo su cuerpo regordete. Vestía un traje inmaculado, una camisa blanca reluciente, chaleco y corbata oscura que casi le estrangulaba. Llevaba el pelo engominado y aplastado, y un pañuelo asomaba la punta del bolsillo superior. Sólo le faltaba el bastón para completar la imagen. Sus mejillas carnosas e impecablemente rasuradas me sonreían todo el tiempo con amabilidad solemne. Tomaba notas con una pluma estilográfica de buena marca. La conversación duró pocos minutos.
-Así que es usted…Peter, amigo del bueno de Charles...- Eso ponía mi pasaporte falso y tenía que empezar a acostumbrarme a mi nueva identidad. Se lo confirmé con una ligera inclinación de cabeza, contagiado por su estilo.
Para hacer las cosas bien, me dijo, primero me conseguiría una prórroga de estancia de seis meses, sin necesidad de justificar nada, y mientras yo decidiría si optaba por presentar un contrato de trabajo, o bien me matriculaba para estudiar algo, en cuyo caso tendría que acreditar mis medios de vida. Que no tuviera prisa en decidirlo. Y se quedó con mi pasaporte tras hacerme firmar una autorización para actuar en mi nombre.
Cuando después le conté mi entrevista a Charlie, me preguntó qué impresión me había causado el abogado.
-Un poco relamido, no se, blando.
-Pues no te fíes de las apariencias – me atajó-, de blando no tiene nada.-Y me contó una anécdota que en parte le definía, y en parte me hacía sospechar también la existencia de ciertos negocios entre él y Charlie, más allá de la relación cliente abogado.
-Don Manuel tiene una amante, Raquel, una rubia de ojos azules de unos veinticinco años. El rondará entre cincuenta y sesenta, no lo se. Raquel está divorciada de un conocido traficante de drogas siciliano, llamado Salvatore di Battello, con el cual tuvo un hijo. El caso es que Raquel se separó, pidió el divorcio y Don Manuel era su abogado. No se si ya se conocían de antes. Dicen los rumores que incluso eran amantes, que se conocieron en una fiesta en un yate y que fue Don Manuel quien incentivó a Raquel a divorciarse. Te puedes imaginar la que se armó. Salvatore montó en cólera, no sólo se negó a llegar al acuerdo de divorcio que amablemente le ofreció don Manuel, sino que propinó una paliza a Raquel, y lo que es peor, envió a un par de matones y amenazó de muerte a nuestro abogado, que ni se inmutó. Por cierto, tiene licencia de armas, y por debajo de ese traje tan elegante siempre lleva un revólver del treinta y ocho especial...Entonces sucedió algo sorprendente. Dos días después, la policía, con una orden judicial, e incluso acompañados del secretario del juzgado, entró en el domicilio de Salvatore...y encontraron dos kilos de cocaína, en una bolsa de deporte debajo de la cama. Muy extraño porque Salvatore todo el mundo sabía que nunca guardaba la mercancía consigo...Raro porque no implicaron a nadie más de su organización, sólo a él. Fue un juicio rápido y discreto, le cayeron once años de prisión, que está cumpliendo. Más casualidades: paralelamente llegó una solicitud de extradición de la justicia italiana, por delitos que le pueden acarrear la cadena perpetua en su país.
-¿Quién crees tú que colocó la cocaína en su casa?
-Evidentemente no fue Don Manuel en persona...-El Charlie lo dijo en un tono de complicidad, como si supiera algo más, pero no quise insistir. No se, me dio la sensación de que podía incluso confesar que había sido él mismo quien puso la droga. A esas alturas yo ya había ido atando cabos y sabía que uno de los negocios de Charlie era el tráfico de drogas, aún no sabía qué clase de sustancias y qué cantidades manejaba, pero se trataba de eso, seguro. Más allá, sólo podía especular, tal vez el abogado le proporcionaba clientes, tal vez le protegía de la policía, o tal vez era otra la clase de negocios que les unía.
Dicen que información es poder, pero también es cierto que saber demasiado puede convertirle a uno en un testigo incómodo, y a mí, la verdad, me gusta saber lo necesario en cada momento y nada más. Así que no me di por enterado de su insinuación y me evadí.
-No, claro, -dije- no me imagino al rechoncho Don Manuel colándose por la ventana, ni agachándose debajo de la cama...-dije, mientras le miraba a los ojos y pensaba en lo ágil que estaba Charlie.
-Pero tranquilo -añadió el Charlie- don Manuel es de fiar...
-Sí, tranquilo, pero por si acaso miraré siempre debajo de la cama, y desde luego, no me fiaré de las apariencias.

jueves, 29 de noviembre de 2007

El tuerto. 23: Rosita

La hija de mi patrona comenzó a darme clases de español. Todas las tardes a las cinco acudía puntualmente a su cuarto en la planta baja, que hacía de estudio y biblioteca. Ella siempre me recibía sentada, leyendo algún libro y con todo dispuesto para la lección.
Rosita, que así se llamaba, tenía una voz clara, suave y melodiosa que me hacía comprender con facilidad y recordar todas y cada una de sus palabras. Su voz resonaba en mi mente aún horas después. Verbos, conjugaciones, frases, vocabulario, todo era como una canción que me arrullaba.

Su rostro redondeado era bien parecido, sereno, equilibrado, con algo de austeridad, sin maquillaje alguno y sin más adorno que un reloj suizo en su muñeca izquierda. El pelo liso castaño a la altura de los hombros, la piel clara, los ojos marrón oscuro, la nariz fina, los labios delgados. Las manos pequeñas, delicadas. Una blusa siempre de seda y de manga larga. Eso era todo cuanto podía ver de ella, pues permanecía todo el tiempo sentada.
Por lo demás, era en extremo reservada, nunca daba pie a una conversación personal, nada que se saliera de la gramática y la pronunciación. Me hacía leer y me corregía meticulosamente. Tampoco aparecía nunca en el comedor de la pensión – deduje que todas sus comidas las hacía en su propio cuarto.

Tal actitud, la verdad, me extrañó, sentí curiosidad por ver cómo era el resto de su cuerpo. Se me ocurrió acecharla cuando saliese hacia la facultad, o bien a su regreso, pero no era fácil, la pensión no tenía un hall propiamente dicho donde sentarme a leer el periódico; quedarme de pie a la puerta, esperando, hubiera resultado sospechoso, por no decir evidente a los ojos de mi patrona, la sagaz doña Rosa. La ventana de mi cuarto daba al patio interior. Sólo la casualidad propiciaría un encuentro cuando yo menos lo pensase, así que opté por confiarme al destino y centrarme en la gramática y lectura en español. Mi primer libro en esta lengua fue, por recomendación y préstamo de Rosita, “El camino”, de Miguel Delibes. No se porqué me sentí fascinado por el relato desde la primera linea:

“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”.


Eso era justamente lo que yo pensaba de mi propia vida.

Poco tiempo después me apunté al gimnasio al que acudía el Charlie, con la intención de aprender algo de kárate. También impartían lucha canaria. Descubrí que no solo mi forma física era penosa, también la torpeza de todo mi cuerpo era proverbial. Qué curioso, yo sólo era hábil con el cuchillo en la mano. Es como si todas mis facultades, mis sensaciones, estuvieran centradas, especializadas, en ese momento álgido de empuñar un arma blanca. Mi sentido del equilibrio, mi cálculo de la distancia, de los ángulos, velocidad, sólo funcionaban con perfección milimétrica cuando el brillo de la navaja deslumbrada mi ojo único. El resto del tiempo yo era un saco de patatas. Me sentía ridículo. En conclusión, al cabo de algunas semanas desistí del gimnasio, decidí que aquello no era lo mío. El charlie me recriminó mi abandono, dijo que yo no tenía paciencia, ni disciplina, pero yo creo que uno sabe bien cuáles son sus facultades y cuales nunca lo serán. Y desde luego ni el kárate ni la gimnasia lo serían para mí. Estoy seguro de que el profesor respiró aliviado cuando supo que se había librado del patán de su alumno.

Fue por aquel entonces que contacté con un abogado de Santa Cruz, para que me consiguiera la tarjeta de residencia, ya que tenía el propósito de afincarme largo tiempo en aquella paradisíaca isla.

lunes, 26 de noviembre de 2007

El tuerto. 22: Siglos inactivo

Cuando desperté no sabía dónde me encontraba, tuve que recapacitar. Una tenue luz se filtraba por las rendijas de la persiana. La levanté y abrí la ventana, que daba a un patio interior con una palmera en el centro y abundantes plantas exóticas a su alrededor. Me llegó el perfume de la vegetación mezclado con la humedad del aire, cálido en la tarde.
Me tumbé de nuevo, dejándome llevar por la pereza. Me vino una sensación difusa de haber soñado algo durante la siesta. Intenté recordar...

Algo sobre la isla, el volcán largo tiempo inactivo. Me veía volando en el avión, al principio la isla se divisaba a lo lejos por la ventanilla, me parecía que salía humo, y lava, como si estuviera en erupción. Me decía a mí mismo “no puede ser”. Luego de repente, ya desde cerca, en la maniobra de aproximación, divisaba nítidamente el volcán, salía de mi error, y pensaba “lleva siglos inactivo”...

En esto sentí que me zarandeaban y ... nuevamente desperté. Era el Charlie que me decía, “vamos, tuerto, despierta”. Me quedé dudando sobre lo que había ocurrido, si recordando me había vuelto a dormir y a soñar lo mismo, o si soñando había creído recordar un sueño anterior. Me sentí confuso, tuve la sensación de haber estado atrapado en un circulo vicioso. El Charlie me preguntó qué me pasaba.

-Nada, he tenido un sueño.-Le dije; él no me pidió más detalles. Me llevó a cenar a un restaurante en el paseo marítimo. Eramos los primeros clientes. Nos sirvieron un pescado que yo no había visto en mi vida pero que me supo a gloria. El charlie tomó vino blanco de la isla, yo un zumo de naranja; había decidido no probar el alcohol en mucho tiempo.
-Bueno, tuerto, ¿qué planes tienes? - me preguntó, en el paréntesis de una conversación intrascendente.
-Creo que voy a permanecer inactivo un largo tiempo, aprender español, tal vez estudiar las leyes de aquí...Después ya veremos.
-Me parece muy buena idea. Tómalo con calma, si necesitas dinero no dudes en pedírmelo.
-Gracias, Charlie, creo que tengo para mantenerme una temporada.-Estuve tentado de añadir “¿Y porqué me preguntas, acaso tienes algún plan reservado para mí?”, pero eso hubiera sido contradictorio con mis propósitos de mantenerme inactivo.
-Si quieres te presto el manual de lengua española con el que yo aprendí. Ah, y pregúntale a tu patrona, creo que su hija da clases particulares.
-Acepto tu manual, y sí, tomaré clases.

Me propuso ir con él a la discoteca del hotel en que trabajaba, quería presentarme gente, sobre todo chicas pero rehusé. También se ofreció a subirme en coche hasta mi pensión, pero preferí dar un paseo, aunque fuera cuesta arriba. Necesitaba pensar...

sábado, 24 de noviembre de 2007

El tuerto. 21: “Las Tapias”.

El Charlie me estaba esperando en el aeropuerto de “Los rodeos” cuando llegué. Tenía buen aspecto, estaba bronceado, había perdido la tripita y su habitual cuerpo fofo se percibía duro, casi atlético. Al mismo tiempo se le notaba un aire más seguro en sus movimientos, tirando a felino.
-Caray, chico, parece que te ha sentado bien este sitio.
-Sí, últimamente me cuido, voy al gimnasio y a la playa; además, esto es el paraíso.
-¿Ah,si? Pues también veo que los negocios te van viento en popa. –Añadí al ver el Mercedes en el que introducía mis maletas y se sentaba al volante.
-Bah, estos coches aquí están baratos, no pagan impuestos y los traen de segunda mano en muy buen uso. Mañana mismo tienes uno, si lo quieres.
-Lo pensaré, ¿a qué te dedicas?
-Trabajo de relaciones públicas en un hotel, que también tiene discoteca. Procuro que los clientes queden satisfechos. También hago algunos asuntillos por mi cuenta, un poco de todo, pero ya hablaremos, de momento necesitas descansar y relajarte…excuñado.
-Ya que lo mencionas, ¿sabes algo de Libby?
-Olvídate de mi hermanita, está con otro.
-Vale, sólo era una pregunta.
Guardamos silencio el resto del camino hasta “Puerto de la Cruz”. Bajé la ventanilla y aproveché para contemplar el mar y los acantilados, a mi derecha. Respiré profundamente el aire cálido. A mi izquierda se veía el pico del Teide, influyendo con su presencia grandiosa en mi estado de ánimo. Sentí un cosquilleo en la boca del estómago. Al llegar a la entrada de la ciudad el Charlie rompió el silencio.
-¿Dónde prefieres quedarte? En mi apartamento tengo un sofá-cama en el salón. En el hotel donde trabajo hay habitaciones libres, pero tienes que registrarte con tu pasaporte. También te puedo conseguir una pensión discretita donde no hacen preguntas…
-Sí, mejor en la pensión.
-El único inconveniente es que tendrás que bajar y subir la cuesta para ir a la playa y volver.
-No me importa.
Me llevó a la pensión “Las Tapias”, junto a la carretera del botánico. Habló con la patrona, una señora entrada en carnes, de unos cincuenta años, con un vestido floreado. Me miró sonriente y asintiendo mientras el Charlie le pagaba por anticipado (yo aún no había cambiado mis libras por la moneda local). Por supuesto no se mencionó el pasaporte ni tuve que firmar ningún registro.
-Haremos lo siguiente –me dijo al despedirse- sube a tu habitación, instálate, descansa. ¿Has comido?
-Sí, en el avión.
-Entonces vendré a buscarte para la cena, ¿a las siete?
-OK.
Y ahí me dejó, deshaciendo mis maletas, recordando ese pasado que intentaba dejar atrás. La habitación era sencilla, limpia y espaciosa, con cuarto de baño. Para mí, acostumbrado a la buhardilla, un lujo. Tomé una ducha y me dormí, preguntándome qué clase de asuntillos se llevaría el Charlie entre manos…

jueves, 22 de noviembre de 2007

El tuerto. 20: Incógnita.

La situación era la siguiente: fui detenido e interrogado tenaz pero correctamente por la policía, no en vano mi abogado estuvo a mi lado en todo momento y desde el principio, si bien no pude hablar a solas con él antes del interrogatorio.
-Dinos dónde está el dinero.
-¿Qué dinero?
-Vamos, tuerto, lo sabes muy bien. Todos los demás ya han confesado y nos han dicho que tú repartías en tu zona de Exeter.
-Eso no es cierto. Y protesto, no me llamo tuerto, tengo un nombre.
-De acuerdo, John. Estás metido en esto hasta el cuello.
-Protesto –Dijo mi abogado, secundando mi actitud.- Eso no es una pregunta.

Había un entendimiento tácito entre mi abogado y yo. Su aquiescencia ante mi reiterada negativa la interpreté como que era la línea buena de declaración.
Si hubieran tenido alguna prueba ¿para qué necesitaban insistirme tanto? Yo sabía que sin prueba material (ningún billete en mi poder) iban a tener difícil acusarme. Para algo me había pasado noches enteras estudiando la jurisprudencia de los tribunales penales.

Pasé dos días detenido por la policía, supongo que para ver si me ablandaba. Mi abogado presentó una petición de “Habeas corpus” y tuvieron que llevarme directamente ante el Juez. El cual, después de un nuevo interrogatorio me puso en libertad bajo fianza.
En la Secretaría del Juzgado me entregaron y conservo como grato recuerdo una copia de mi declaración judicial, y otra copia de la resolución de libertad. Algún día los pondré en un marco y exhibiré en el salón de mi casa. Mientras tanto, para aquellos que gustan de los documentos auténticos, aquí va uno que es a la vez auténtico y falso. Auténtico, porque no hay duda que dije lo que figura. Falso, porque…bueno el contenido de lo que dije no se ajusta a la realidad.

Extracto de la DECLARACION prestada por JOHN H., alias "el tuerto", ante el ilustrísimo señor Juez Instructor.-
-Díganos su profesión.
-Además de estudiar derecho trabajo como agente inmobiliario.
-¿Es usted conocido como "el tuerto"?
-A mí nadie me llama eso a la cara.
-¿Conoce usted a los señores F. Parrot; Philip B.; Mattew S.; y Th. Lucas?
-Por los nombres sólo conozco al último de ellos.
-¿No es cierto que estuvo usted en una reunión, en el verano de 1989, en el Pub "Wide Open", en la cual el señor Lucas le presentó a los otros tres?
-Sólo es cierto que tomé una cerveza con el señor Lucas, pero cuando llegaron estos otros yo me marché.
-¿No es cierto que en esa reunión acordaron que usted distribuiría billletes falsos de 20 libras en la zona de Exeter?
-Eso no es cierto.
-¿No es cierto que el señor Mattew era quien se los entregaba a usted, periódicamente?
-Nada de eso, señoría.
-Entonces dígame cuál es la procedencia de las casi veinte mil libras que se han intervenido en su cuenta bancaria.
-Señoría, son las comisiones que he ido cobrando por la venta de inmuebles, está en mi declaraciòn de impuestos.

RESOLUCION del Ilustrísimo Señor Juez: “al no haberse hallado prueba material alguna en el registro practicado en el domicilio del imputado John H.; y al basarse las sospechas sobre él únicamente en la declaración del señor Mattew S., se acuerda su libertad provisional bajo fianza de diez mil libras”.

Después hablé con mi abogado.
-Mattew ha sido el primer detenido y el que te ha implicado a ti, han registrado la nave y le han incautado la máquina y una buena cantidad de billetes recién fabricados. Le han decretado prisión.
-Pues que se pudra en prisión, por bocazas; pero ¿cómo ha llegado la policía hasta Mattew?
-Ahí está la incógnita. El atestado policial dice, y te leo al pie de la letra: “Según información confidencial recibida por este Equipo de Investigación de Delitos Monetarios, se tiene conocimiento de la existencia de un grupo de delincuentes que se dedican de forma habitual a la falsificación y distribución de moneda, concretamente billetes de veinte libras esterlinas. Esta banda criminal estaría compuesta por los siguientes miembros”…Aquí os cita a todos vosotros, empezando por Parrot, al que señalan como jefe, Philip, Luke, Mattew, el tal Vincent y tú. También figuran las direcciones de la nave, de Philip y de Luke. De ti solo dice que vives en Exeter. “Y en consecuencia se solicita la autorización judicial para Entrada y Registro, así como en su caso Detención de”…tal y tal.
-O sea, que la policía tiene un confidente
-Eso parece
-¿Tienes idea de quién puede haber sido?
-Por ahora no tengo ni idea, sólo te puedo contar lo que ha pasado con los demás. Parrot y Vincent se han fugado, el juez ha decretado Orden de Búsqueda y Captura. Luke está en la cárcel, le pillaron con un montón de billetes. Philip también está en la cárcel. No le han cogido con billetes, pero sí que han pedido facturas telefónicas y hay muchísimas llamadas entre él y Parrot, y no olvidemos que la nave está a nombre de Parrot. Además, Philip tiene un patrimonio que no ha podido justificar.

Días más tarde volví a hablar con el abogado. Me dice:
-He tenido una reunión con los abogados de Luke, Philip y Mattew; por lo visto tus amigos piensan que el chivato has sido tú; ándate con cuidado.
-¿Yo?
-Sí, eres el único que está en libertad provisional, el resto en la cárcel o fugados.
-Lo que me faltaba…
-Además, por lo visto intentaste que se retiraran del asunto días antes, dijiste algo de que la policía te andaba detrás. Creen que has pactado con la policía.
-No fue eso lo que dije, les avisé del peligro y no me hicieron caso pero bueno, ahora ya da igual.¿Qué me aconsejas?
-Evidentemente un cambio de aires durante un tiempo.
-Sí, pero el Juez me ha retirado el pasaporte.
-Ya, pero no creo que eso sea un impedimento para ti. Si tienes problemas me avisas y te puedo dar un nombre para que vayas a verle.

Así que me hice con varios pasaportes falsos, con distintos nombres, total, ya puestos, y se me ocurrió irme…a Tenerife, a ver a mi viejo amigo Charlie. Ya habría tiempo de averiguar quién fue el chivato y ajustarle las cuentas…

martes, 20 de noviembre de 2007

El tuerto.19: Tarot

Aquella visita a la echadora de cartas llevaba tiempo planeándola, desde que vi su anuncio en el periódico y me llamó la atención, “vea su futuro a través de las cartas”. Pensé que era una tontería, pero a pesar de ello recorté el anuncio y lo guardé en mi cartera. En varias oportunidades que fui a Londres tuve la tentación de acudir, pero no lo hice, no me atreví. Ahora estaba totalmente decidido, llamé por teléfono y reservé cita con dos días de antelación. La consulta era un apartamento de clase alta, ubicado en un barrio noble. El portero me preguntó el nombre y pidió confirmación antes de permitirme entrar. En un recibidor la secretaria me hizo descalzar y abonar el importe de la consulta por anticipado. Me condujo a una salita de espera totalmente neutra.
A los pocos minutos salió en persona la que a partir de ese momento califiqué de sacerdotisa. Le calculé unos sesenta años muy bien conservados. Su rostro expresaba serenidad, casi beatitud. Cogió mi mano con ambas suyas y la estrechó efusiva, afectuosamente. Sus dedos anular, corazón e índice estaban rodeados de anillos. Uno me pareció el anillo de los nibelungos. Iba vestida con una túnica de seda china, usaba un largo y grueso collar que parecía de oro y esmeraldas. Caminaba descalza por el suelo enmoquetado, las uñas de sus manos y pies iban pintadas de azul turquesa. Entramos en el salón de consulta, decorado de forma ecléctica y esotérica. Una estatua de buda, una pirámide egipcia, un compás masónico, un candelabro de siete brazos con las velas encendidas, una bola del mundo, una lamina con caracteres chinos que no supe identificar, etc. Dos de las paredes estaban ocupadas por estanterías repletas de libros.
En un rincón una mesa redonda en la que nos sentamos frente a frente. Me preguntó si era la primera vez o conocía el funcionamiento. Le dije la verdad y, anticipándome a las cartas le comenté lo de las matriculas con número diez que me obsesionaban.

-Si le obsesiona es porque su inconsciente algo le quiere decir y usted no está haciendo caso del mensaje. El número diez significa el fin de un ciclo.
Automáticamente pensé, “quiere decir que lo deje”.
-Pero permitamos que hablen las propias cartas, sírvase barajarlas...así, suficiente...ahora escoja tres cartas con la mano izquierda...Veamos, tenemos "La rueda de la fortuna", "El Mago" y "La Torre"; en primer lugar “La rueda de la fortuna”, por si no lo sabe esta carta es precisamente la número diez del tarot, no cabe duda de que se encuentra usted ante un auténtico fin de ciclo. ¿Qué clase de ciclo? Veamos lo que dice la segunda carta, “El Mago”, ah, el mago le dice: cualquiera que sea la acción ha llegado el momento de iniciarla, todo su porvenir está en ciernes en la decisión que tome en este instante, deshágase del fardo inútil del pasado, y del temor al futuro, pero atención, también le señala un nuevo comienzo, algo en lo que usted todavía es aprendiz, pero que le permitirá liberar todas sus energías, como sugiere “La Torre”, que apunta incluso a una mudanza en sentido mas amplio, como un viaje a un país extranjero.

La verdad es que todo lo que me dijo la sacerdotisa me dejó impresionado, dando vueltas en mi cabeza. En ese estado de iluminación acudí a la reunión con Parrot y Philip, también estaban Mattew, mi amigo Luke, y uno nuevo al que no conocía, Vincent. Les dije sin rodeos que lo dejaba, y que mi consejo era que ellos también lo hicieran, al menos por un tiempo. Mi zona estaba saturada de billetes y en esas condiciones en cualquier momento podían caer sobre nosotros. Parrot no me creyó, pero dijo que bueno, que hiciera lo que quisiera. Philip se quedó bastante pensativo. Mattew no era quién para opinar, y Luke era mi amigo. Curiosamente fue el nuevo, el que no me conocía de nada, el que se comportó de forma grosera, me llamó cobarde. Yo me reí en su cara.
-Si quieres te lo demuestro, lo cobarde que soy, ahora mismo.
Parrot le hizo salir de la nave y le dijo que esperara fuera. Finalmente llegamos a un acuerdo, aceptaron mi retirada e incluso quedamos en mantener el contacto a través de Luke, por si surgía otro tipo de asunto que me interesase.

Y ahora viene lo mejor de todo, a los quince días de esta reunión, cuando ya me había desecho del último billete falso, e incluso había tomado en alquiler una pequeña oficina para ejercer como agente inmobiliario, una mañana se presenta la policía en mi buhardilla con una orden de registro y otra de detención contra mi. ¿casualidad, intuición, premonición?

domingo, 18 de noviembre de 2007

El tuerto. 18: Premoniciones.

Poco después me doy cuenta de que estoy teniendo extrañas manías y obsesiones. Me da por fijarme en las matrículas de los coches, sumar sus números y ver significados ocultos y premoniciones en ellas. Al principio lo hago mecánicamente, sin pensar, como un juego, un entrenamiento mental. Normalmente me sucede cuando estoy “trabajando”; si la matrícula suma diez, o incluye el diez, me detengo y desisto de entrar en la tienda o supermercado en el que pensaba colocar el próximo billete. Me digo a mí mismo, “si entras ahí te pillan, terminas preso”. En cambio si la matrícula suma cualquier otro número, no hay peligro, y me digo “tranquilo, todavía no ha llegado tu momento”.

Una de las manías que más me molestaba era que a veces me costaba horrores tomar una decisión en cosas aparentemente triviales, como escoger una espuma de afeitar, o una marca de cuchillas. Podía pasarme horas valorando y sopesando con cual me afeitaría mejor, más apurado, pero cual me dejaría la piel más suave, o con cual tendría más riesgo de cortarme, y qué cuchilla duraria mas tiempo, y si la diferencia de precio compensaba, y así hasta el infinito. Me irritaba conmigo mismo por derrochar el tiempo en esas tonterías, y sin embargo mientras estaba pensando no me daba ni cuenta, perdía totalmente la noción.

Una noche, estoy en mi buhardilla escuchando una cassette de música clásica después de un largo día de trabajo. Me preparo un Whisky con hielo mientras comienza a sonar la séptima sinfonía de Anton Dvorak; mi mente se divide en dos, entre lo que escucho y lo que pienso.
"Primer Movimiento.
Primera melodía: entra la cuerda baja, es dramática, tenebrosa, con aire de misterio. Se repite, va creciendo hasta que responde la flauta, con variaciones. Tercia el violín, repite. Rompe la orquesta, estruendo, percusión, repiten flautas, sostiene... se enlentece..."

"Pienso, DOSTOYEVSKI. EN APUROS.
Un susurro ha desvelado el secreto, y éste ha escapado por su cuenta, ha corrido de boca en boca transformandose en algo horrible que ha sucedido y la gente se pregunta ¿Porqué, cómo, quién? Todo el mundo se pregunta porque todo el mundo se lamenta..."

"Segunda melodía: lento, flauta y violín; es una melodía nostálgica con tonos de alegría. Como un trino que se va haciendo grave, maduro, sereno."

"Pienso: Y es así, mas de nada sirve lamentarse. Es así, as- así, ase-sino.
Y debes cumplir tu autocastigo hasta la última gota. Dostoyevski."

"Se repite la primera melodía, con variaciones, se enlentece, casi se apaga. Entra suave el violín con la segunda. Se cruzan las dos melodías. Reaparece la primera con variaciones al violín, se repite acompañada de tambores, con estruendo. Vuelve la segunda, suave, flauta, violín, violoncellos, se va haciendo seria, sin llegar a dramática, se apaga. Entra la primera, un fortísimo, se vuelve alegre, casi un himno, se repite la primera suave, con la flauta hace variaciones, se apaga en el violoncello."

"Mis pensamientos se separan totalmente de la musica. Así, así. Goza, culpable, con tu tormento que es tu liberación, igual que gozaste con tu culpa, que era tu prisión.
Baila alegremente a pesar de todo.
Un baile, la vida es un baile de...máscaras.
Mozart es la belleza, pero Beethoven es la fuerza. La insinuación de que hay muchas tareas anónimamente heróicas por realizar."

"Segundo movimiento.
Empieza con una marcha (1ª), flauta punteada por violoncello, repite con variaciones, repite alternando violín y cuerda baja, se va transformando progresivamente hasta convertirse en melodía (2ª).
...Me pierdo..."

"Así que, ¿qué haces escuchando esto?
Si sabes que la odisea nunca termina, tan sólo llegas a un oasis.
...Perdido, siempre perdido, condenado a vagar..."

Tengo que parar la musica porque no soporto más la angustia que me produce.
Esa misma noche pienso seriamente dejar el asunto de los billetes. Pero antes de abandonar un negocio tan suculento, por si acaso todo es un producto de mi mente agotada, busco una confirmación exterior. En mi proximo viaje a Londres haré una consulta con mi lectora de tarot y después iré a hablar con Parrot y el resto del grupo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El tuerto.17: Jefe Hoz.

-Quizás sea el momento de contarle otro sueño, doctor. Es curioso porque, y créame que hasta yo mismo me sorprendí, aparentemente no sentí dolor por el abandono de Libby, por la pérdida del amor y del equilibrio. Desde luego me negué a llorar, a estar triste o a consentir que me afectara en nada de mi vida. Continué con mis estudios, con mas ahínco si cabe. Seguí con la rutina monetaria. Mis viajes a Londres se hicieron más frecuentes para reponer mercancía. Sin embargo ese sueño recurrente me decía que algo se había roto por dentro.

“Me veo en la cubierta de un barco, mi ojo tuerto va tapado por un gran parche, y mi mano derecha es un muñón en el que tengo incrustado un enorme gancho, una hoz para ser exactos. Voy vestido a la moda del siglo XVIII, con calzas y jubón y unas botas de caña alta. En la cabeza un pañuelo. El barco es una goleta de tres palos de ciento cincuenta toneladas. Los marineros van también vestidos a la usanza, casi todos lucen tatuajes en los brazos y sus caras tienen una expresión taimada, feroz. Rostros ennegrecidos, oscuros, sucios.
Es noche cerrada, en el cielo campea un estruendoso temporal, las nubes descargan, el mar bravísimo zarandea nuestro barco y el viento nos azota. Por supuesto no se ve ni una estrella. Estamos perdidos en medio de la tempestad. Siento un miedo gélido en mi interior.
Mis hombres se afanan de un lado para otro, reduciendo vela, tensando cable. Yo manejo el timón con mi única mano. En ésto, el vigía grita tierra y me doy cuenta que ha cundido el desconcierto entre mis hombres, ya no saben qué hacer. Unos quieren arrojarse ya mismo e ir a nado hasta la orilla, otros se niegan a saltar, todos se gritan unos a otros.
Levanto la hoz que tengo por mano y esbozo un gesto de que se aproximen. Se apiñan a mi alrededor. Lentamente, en silencio y lanzando una mirada teatral sobre ellos voy bajando la hoz hasta mi cuello, coloco la punta de la hoz sobre mi garganta y aprieto un poco, no demasiado. Noto que no está afilada porque la piel de mi cuello resiste la presión.
-¿Habéis comprendido?- les pregunto.
-¡Sí, jefe!- Gritan todos al unísono."

Entonces despierto, intrigado, todavía pensando en la escena, sin saber lo que va a pasar, si seremos capaces de desembarcar, o si el barco se estrellará contra las rocas de la orilla y todos pereceremos despedazados para ser devorados por los tiburones.
-Y ahora doctor, la interpretación. Déjeme intentarlo a mí, no me ayude. El barco...no me lo diga, soy yo, como siempre. El jefe, es mi voluntad, me he convertido en un auténtico pirata, con parche y todo, como siempre debí llevarlo, es decir, en un verdadero criminal. En el camino he perdido mi mano derecha, que es...el amor de Libby. En su lugar, esa hoz representa la navaja que tanto he utilizado, eso es, mi mano es una hoz, aunque no está afilada, o sea que puedo controlar el daño que causo. Y sigo vivo y más decidido que nunca a desafiar la tempestad de la vida. Esa vestimenta desfasada, quiere decir que en el fondo he sufrido un retroceso en mi evolución personal. Esos tres palos ¿qué son?, ¿el Yo, el Superyo y el Ello? Mis feroces marineros son mis instintos agresivos y de todo tipo, tal vez sexuales, si. Es cierto, al perder a Libby comencé a tener sucios deseos sexuales, doctor. Estoy perdido, no sé a donde ir, ni qué hacer de mi vida, sólo sé hacer lo que hago, fechorías y estudiar para cometer más fechorías. Quiero imponer disciplina en mis instintos, por lo menos que no me lleven a la destrucción total. Mis instintos solo entienden la amenaza. Un miedo cura otro miedo. Tengo miedo de volver a amar. Y tengo más miedo aún de no volver a amar nunca más. Arrojarse antes de tiempo sería renunciar a la vida, al amor, a causa del miedo. Hay que resistir a la incertidumbre, aguantar. Y sé que aguantaré, aunque en el camino me vaya dejando jirones de mí mismo... ¿Qué tal lo he hecho, doctor?

miércoles, 14 de noviembre de 2007

El tuerto. 16: Rutina monetaria

La marquesita era una gran llorona, berreaba todo el dia. Por ser ochomesina la habíamos mimado demasiado desde el principio y ella nos lo pagaba chantajeándonos constantemente. Cuando tenía hambre lo hacía con rabia, unos verdaderos gritos, ya me veías rápidamente calentando el biberón a la temperatura justa. Cuando eran los pañales sucios chillaba de forma intermitente, llamando y esperando una respuesta; allá acudia yo esponja en mano. Cuando simplemente quería que la cogieras, lo hacía de forma continua y desconsolada, con tristeza...terminaba estudiando con ella en mis brazos. La mano izquierda la sujetaba contra el pecho y la otra pasaba paginas, anotaba o subrayaba. Era un poco incómodo, pero ella estaba feliz y, sobre todo, tranquila y en silencio. De vez en cuando la cambiaba de brazo. Al final, los dos me dolían, terminaba depositándola en su cuna y a los pocos minutos despertaba y rompía de nuevo a llorar. Entonces me relevaba la madre y yo aprovechaba para salir, a trabajar un poco los billetes, y de paso hacer la compra o dar una vuelta.
En cada tienda, en cada supermercado, un solo producto. Con el tiempo tuve que ir cada vez más lejos. Me compré un coche de segunda mano, un Peugeot 504 muy antiguo, del año 82, pero apenas usado, era de una viuda que no sabía conducir y lo había conservado como reliquia de su difunto, guardado en un garaje. Cuando ya Exeter estaba saturado de mis billetes, bajé hasta Plymouth, para lo cual tenía que dedicar el día completo, salir por la mañana temprano con un buen fajo de veinte y regresar por la noche, después de una dura jornada de trabajo, cargado de productos, un fajo más grueso de billetes pequeños y un saquito con monedas. Todo muy profesionalizado, muy metódico, muy rutinario casi de no ser por el riesgo, que siempre estaba ahí. En varias ocasiones me rechazaron el billete, por falso, pero no sucedió nada, ya estaba preparado para esa eventualidad, sacaba otro billete, este auténtico, y pagaba con un comentario despreocupado del tipo “pues creo que me lo han dado en el banco”...
La clave estaba en nunca repetir el mismo establecimiento. Tiempo después cambié de ruta y subí hasta Bath y Bristol, contemplando en el horizonte un futuro asalto a Newport y Cardiff.
Tambien por seguridad me registré como agente inmobiliario y presenté declaración de impuestos.
Al margen de esa rutina, sin embargo, hubo un cambio de Libby hacia mí que al principio me resultó imperceptible, pero después se me hizo evidente; me rehuía. No se encontraba bien, le dolía la cabeza, estaba cansada. Yo era comprensivo, me decía a mi mismo “dale tiempo”. Al cabo comprendí que me rechazaba, evitaba incluso mis besos, mis caricias. Seguí pensando que el tiempo lo solucionaría, me refugié en el estudio, me apunté a un curso de criminología que me fascinó y obsesionó. La distancia entre Libby y yo se fue agrandando.
Una tarde de diciembre, próximas las navidades, al regresar a casa no encontré ni a Libby ni por supuesto a la marquesita, en su lugar una nota de despedida. Volvía a Londres, una amiga le había conseguido trabajo en una peluquería y su madre estaba dispuesta a perdonarla. Se llevaba una parte del dinero, del bueno, para hacer frente a los primeros gastos, esperaba que no me importase. Terminaba dándome las gracias por todo y pidiéndome perdón por el daño que me pudiese causar, pero no podía soportar mi clase de vida. Me mandaría su nueva dirección para que pudiera ver a la marquesita cuando quisiera, y a ella...como amigos.
No quiero ser mal pensado ni sugerir que Libby me utilizó para sus fines, para salir adelante un tiempo. Supongo que simplemente no me soportó, ni a mí ni a mi clase de vida. Sobre todo a mí. Nunca intentó cambiarme, nunca hubo reproches ni discusiones inútiles, todo muy de agradecer. Tampoco creo que otro modo de vida hubiese producido un resultado diferente, al fin y al cabo yo seguiría siendo feo y tuerto, eso es imposible cambiarlo. No hay redención por el amor para tipos como yo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

El tuerto. 15: La marquesita

-Se marcharon de allí...déjeme hacerle una pregunta, John... ¿por qué me cuenta a mi todo esto? He leído las notas del doctor Merchant y no aparece nada semejante...¿No cree que hubiera sido mejor contárselo al doctor en su momento? - (la verdad es que me produjo sentimientos contradictorios, por un lado no me gustó que me lo contara, me sentí como si al hacerlo me convirtiera en su cómplice; pero por otro lado también debo confesar que halagó mi ego el hecho de que me hiciera confidente de un secreto que ni siquiera le había revelado a su psiquiatra).
-Le diré por qué, Joseph, porque usted me ha escuchado sin interrupciones, en cambio el doctor, cuando empecé a contarle lo de los billetes me dijo que eso no tenía interés para la terapia...¡Qué equivocado!, si no me hubiera involucrado en ello no habría estado en Londres aquella noche, paseando con Libby, y por tanto no se habría cruzado aquel drogadicto en mi camino y no habría tenido que liquidarle. Toda mi vida habría tomado un derrotero distinto. Además, no se lo conté porque con el doctor a veces tenía la sensación de que me estaba juzgando moralmente...y no me gusta sentirme juzgado. En cambio usted creo que no me juzga...creo que incluso me tiene cierto respeto.
-Estoy seguro que el doctor Merchant le respetaba igualmente, pero si me permite otra pregunta, John ¿por qué lo mató? Realmente no era necesario…
-Esa es la pregunta que yo mismo me he hecho muchas veces. La verdad, me molestó que le pusiera el cuchillo en el cuello a Libby...Me jodió que no me devolviera mis documentos como le pedí, sobre todo por mi licencia de conducir, que me había costado mucho conseguir. Tuve que presentar un certificado médico que dijera que estoy bien de la vista, las autoridades de tráfico no dan licencias de conducir a tuertos como yo, dicen que no calculamos bien las distancias…Bah, historias...A pesar de todo, creo que fue su amenaza última la gota que colmó el vaso de mi paciencia y que me impidió dejarle marchar...
-¿Y qué pasó después?
-Pues el coche era un Austin Victory motor 1300, con bastantes años, no había llave de contacto, claro, pero el motor estaba en marcha, tenía el sistema eléctrico “puenteado”. Puse primera y aceleré. Los escasos dos minutos hasta el hotel se me hicieron eternos, suerte que a esas horas no había trafico. Empecé a pensar: estaba convencido que no hubo ningún testigo presencial, tardaría un buen rato en aparecer la policía, y más aun en comenzar las pesquisas. Por otro lado, abandonar el hotel precipitadamente, en plena noche, podría levantar sospechas, y estábamos registrados con nuestros auténticos nombres, un error que a partir de entonces procuré evitar. Lo mejor sería pasar la noche en el hotel y marcharnos por la mañana tranquilamente, así se lo comuniqué a Libby. Dejé el coche en una calle lateral, a un par de manzanas, correctamente aparcado. Nada más subir a la habitación Libby vomitó la cena. Yo estuve a punto de seguir sus pasos, al final mi estómago resistió. Ninguno de los dos pudo conciliar el sueño. De madrugada Libby me dijo que estaba teniendo contracciones.
-“¿Crees que aguantarás hasta Exeter”?
-“Creo que no”- me dijo.
-“Entonces hagamos la maleta y busquemos un hospital”.
-Y así fue como la niña nació en Londres, contra pronóstico. En compensación, salió mujer, como queríamos los dos, y le pusimos el nombre que siempre habíamos hablado, Cecile, en honor a la familia que ostentó el marquesado de Exeter. Libby no quiso que le diera mi apellido, así que fue registrada con el de su madre, W. Solíamos bromear que algún día nuestra hija llegaría a ser la señora marquesa, nuestra marquesita...Ahora que lo pienso, lo de porqué lo maté, recuerdo que cuando sostuve a mi hija en brazos por primera vez, todavía en la habitación del hospital, una idea fugazmente atravesó mi cabeza, pensé: “alguien tiene que morir para que alguien nazca”. Es como si de repente todo lo sucedido cobrara un sentido nuevo a la luz del nacimiento de mi hija. Sí, creo que aquella muerte me unió a mi hija con un vínculo mucho más fuerte que un simple apellido.
-¿Y la policía nunca le interrogó por este caso?
-Nunca tuve noticias de ellos, así que ignoro si quedó como un caso sin resolver, o culparon a alguien, tal vez algún compinche suyo por un ajuste de cuentas. Me imagino que tampoco pusieron mucho empeño por un toxicómano que empuñaba un cuchillo...

sábado, 10 de noviembre de 2007

El tuerto. 14: Atracador trasquilado

El embarazo de Libby estaba ya muy avanzado, casi ocho meses, cuando aquel verano fuimos a Londres. Por un lado hubiera preferido que no me acompañase, sobre todo porque tenía que reunirme con los amigos de Luke y quería dejarla a ella totalmente al margen de mis negocios. Sí, la intenté convencer, haría un viaje rápido, y volvería a su lado, a la tranquilidad de Exeter. Pero ella insistió en acompañarme, se negó rotundamente a quedarse sola. Y en parte me convenció ella a mí para quedarnos unos días en Londres. Creo, algo insinuó, que deseaba ir a visitar a sus padres, intentar una reconciliación con ellos. Y eso sí, ver a sus amigas. Me temo que se sentía sola.
El caso es que por otra parte me gustaba la idea de tener a Libby cerca de mí, me daba energía y confianza en mi mismo para enfrentarme a la que imaginaba dura negociación con Parrot y Philip. A la hora de la verdad no lo fue tanto. Yo puse mis condiciones.
-Quiero hacerlo a mi manera, nada de plazos, ni presiones, ni cantidades predeterminadas. Yo colocaré los billetes que realmente pueda según la situación, soy el primer interesado en mover cuantos más mejor...Y a propósito de interesado, no estoy de acuerdo con el cincuenta por ciento. Colocar un billete lleva tiempo, y gastos, a veces hay que comprar cosas de un cierto valor que no necesitas. No siempre se puede comprar una caja de cerillas y pagar con uno de veinte...
-Nosotros también tenemos gastos, ¿qué te has creído, que sólo es darle a la manivela? –me contestó Parrot, bastante ofendido-, conseguir un buen papel es difícil y caro, la tinta no digamos. Y además, nos sobra gente dispuesta, si no te interesa, ¿a qué has venido? ¿A tocarnos los cojones?- Entonces terció Philip en mi favor.
-Mira, John, sabemos que eres de confianza, y sólo por eso, y porque eres amigo de Luke, vamos a hacer una excepción contigo, ¿eh Parrot? –hizo una pausa, Parrot guardó silencio- te vamos a dar el sesenta por ciento, y no hay más regateo, lo tomas o lo dejas.
Lo acepté. Esa misma tarde fuimos a la nave y me hicieron la primera entrega de mercancía. Philip se ofreció a llevarme al hotel, pero yo preferí usar el autobús.
Para celebrarlo, esa noche Libby y yo fuimos a cenar a un buen restaurante. Brindamos por el futuro bebé. Por supuesto no le conté nada de la verdadera naturaleza de mis negocios, aunque supongo que algo se olió. Regresamos paseando al hotel, estaba a pocas manzanas y la noche era cálida y agradable. Ella iba cogida de mi brazo. De súbito un coche frenó bruscamente a nuestro lado, un tipo se bajó muy rápido, en ese momento la calle estaba desierta y recuerdo que pensé “ya está”. El individuo le colocó un cuchillo en el cuello a Libby, que se quedó petrificada.
-Venga, dame la cartera.
-De acuerdo, tranquilo, si no te importa te doy todo el dinero y me dejas los documentos...-El tío estaba sudoroso, con el rostro desencajado, era un drogadicto con síndrome de abstinencia-. Le entregué la cartera con gestos suaves. El comprobó que había dinero y antes de marcharse profirió una amenaza.
-No os mováis de aquí en cinco minutos o la mato a ella.
Se giró y se fue hacia el auto. En ese momento me agaché, cogí mi navaja de la tobillera y se la lancé con rabia. Hacía bastante que no practicaba, desde mis tiempos de navajero, sin embargo pude comprobar que no había perdido mi buena puntería. Se clavó hasta el mango en su espalda justo en el centro. El tipo se quedó parado, de pie, con una mano en el techo del auto y la otra en la puerta abierta. Debió sentir el dolor en la espalda pero aún no sabía de qué se trataba. Seguramente creyó que le había tirado una piedra o algo así. Se dio la vuelta e hizo ademán de venir hacia nosotros, dio algunos pasos ya tambaleante, cayó de bruces a mis pies. Libby a mi lado respiraba entrecortadamente, refrenando el ataque de nervios. Yo me agaché hasta él, extraje la hoja de su espalda, le di la vuelta al cuerpo, recuperé mi cartera, y hundí de nuevo la faca, esta vez en su pecho, en el centro, en el corazón. Todo lo hice muy tranquilo, como si no fuera yo.
-Toma, puto drogadicto –Le susurré; limpié el arma con su propia camisa y me la guardé.- Vámonos, sube al coche.- Le dije a Libby, y nos largamos de allí.

viernes, 9 de noviembre de 2007

El tuerto. 13: habla Luke.

Luke me dijo aquel día que fue a verme, mientras tomábamos una cerveza:
-Tengo un negocio que te puede interesar.
-No lo creo, estoy retirado, por si no lo sabes.
-Esto es diferente, conozco a unos tipos que fabrican billetes de veinte libras, tú te podías encargar de moverlos en esta zona.
-No me interesa, Luke, te lo agradezco, pero llevo una vida tranquila, estudiando...
-Mira tuerto, aquí no tienes que arriesgar nada, nosotros te damos la mercancía a cuenta, tienes que verla, es una mercancía de primera, tú la vas colocando tranquilamente, y te llevas el cincuenta por ciento de beneficio.
-¿Me estás tomando el pelo?, puedo comprar todos los que quiera al diez por ciento.
-Sí, pero son billetes chapuceros, tienes que ver éstos, no se distinguen de los auténticos, ven a Londres y te presento a mis amigos, después decides.
-Cuéntame primero quiénes son esos tipos y de qué los conoces.
-Vale, pero es largo de contar, mejor pedimos otra cerveza…Así que quieres saber de mis amigos...Pues al que primero conocí fue a Philip, íbamos al mismo gimnasio. Es un tío bajito, con cara de inocente, de buena persona, muy educado, siempre muy correcto. Es director de seguridad de una empresa, especialista en sistemas de seguridad, se ha entrenado con el Mosad, ya sabes, los servicios secretos israelíes. Domina las artes marciales. El caso es que poco a poco nos fuimos conociendo, también yo me fui abriendo, un día le conté que había estado en la cárcel...Otro día, al montar con él en su Ferrari, hablamos inevitablemente de dinero, yo me quejé de mi triste sueldo, que apenas me llegaba para el alquiler, y le pregunté: tú ganas mucho en esa empresa de seguridad, por lo que veo...Pues no te creas, me dijo, el beneficio se lo llevan los del consejo de administración, en comisiones, y un poco los accionistas, ¿lo dices por el Ferrari?, bueno, tengo otros asuntos...Me insinuó enigmáticamente. Yo le pregunté qué asuntos. El me devolvió la pregunta:¿qué clase de asunto te llevó a tí a la cárcel? Yo se lo conté, le hablé...lo siento, terminé hablándole de ti, tuerto. Me dijo: hoy en día no se encuentran tíos de fiar. Me propuso presentarme a un par de amigos y hablar de esos asuntos. Así fue cómo conocí a Parrot y a Mathew".
Las jarras estaban vacías una vez más, pedimos otra ronda, la tercera. Cuando nos sirvieron Luke dio un buen trago y recuperó el hilo.
-Parrot es un tío gordo de unos cincuenta años, empresario venido a menos, fabricante de embutidos. Casualmente sé que tuvo algún contacto con mi tío, ya sabes...Por lo visto,esto me lo contó Philip, antes era un empresario totalmente legal, lo máximo que hacía era defraudar al fisco. Estaba casado y tiene dos hijas a las que adora. Un día se lió con una medio cantante de la edad de sus hijas, puede que fuera amiga de ellas, no se, igual te suena el nombre, Caroline Parker, canta una especie de blues y se exhibe muy insinuante en el escenario...Antes de conocer a Parrot era más puta que cantante, se acostaba con cualquiera que trabajara en una discográfica...Parrot perdió la cabeza, se hizo su manager, le financió los discos, los conciertos...un fracaso en realidad. Lo peor vino cuando la esposa se enteró del lío y se divorció, consiguiendo la mayor parte de los bienes para ella y las hijas. Parrot se vió endeudado. Ahí fue cuando empezó a meterse en negocios sucios, entre otros tiene una nave donde guarda una máquina offset con la que imprime los billetes de veinte. Así que ha pasado de fabricar chorizos a fabricar libras. Y ahí es donde entra Mathew, es el que vive en la nave y guarda la máquina y el stock de billetes, y los entrega a los distribuidores. Es, digamos, el hombre de confianza de Parrot, aunque a mí, la verdad, es el que menos confianza me inspira de todos, ya le conocerás, es un tipo barriobajero, con el cuerpo lleno de tatuajes, no se, ví muchos tipos parecidos en la cárcel. Por cierto, tengo aquí un billete de muestra, para que lo veas, ya comprobarás que son todos igual de buenos.
Y me tendió un billete de veinte, lo palpé, a veces el tacto es lo más importante. -¿De dónde habéis sacado este papel tan bueno?- El mismo grosor, el mismo peso, la misma rugosidad. El color y el dibujo también eran perfectos. Sólo al mirar al trasluz se podía notar la diferencia, la marca de agua era apenas una sombra de la original. Aún así quedé impresionado.
-¿Quieres que paguemos con él, a ver qué pasa? -dijo Luke.
-De acuerdo.
Y el camarero se llevó el billete y regresó con 17 libras y algunos peniques de vuelta sin rechistar.
-Está bien, cuando acabe los exámenes iré a Londres y me entrevistaré con tus amigos, pero aún tenemos que negociar los porcentajes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El tuerto. 12: Cartas y una visita.

Conservo varias cartas de aquella época. Una es fotocopia de la que le envié a Charlie, a Tenerife. ¿Porqué hice fotocopia? Muy sencillo, Libby me prohibió hablarle a su hermano de ella. Ni mencionar que vivía conmigo, y mucho menos lo del embarazo. Así que para no olvidarme y caer en contradicción en el futuro hice copia. Cuando Libby vió la fotocopia y le expliqué el motivo le entró la risa. Le dio por decir que yo era muy astuto. Qué tontería, por una simple fotocopia. No es que yo sea astuto, es que soy desconfiado y desconfío de mi propia memoria. Los tuertos somos muy desconfiados. Pero esto es lo que decía la carta:

1-2-89
Hola, Charlie. ¿Qué pasa chaval, cómo te va la vida en Tenerife? Al final conseguiste hacer realidad tu sueño, ¿eh? A mi no se me da mal del todo, estudio leyes en Exeter, leo libros, y ya sabes, de chicas nada de nada. ¿Sabes algo de Luke? Le he perdido la pista. Por cierto, tu dirección tuve que pedirsela a tu hermanita, un día que fui a Londres.
Escribe, cabronazo. Hasta pronto.
Johnny (El tuerto).


Esta fue la respuesta de Charlie:

10-3-89
¡Qué pedazo de bastardo eres, tuerto, estudiando leyes! ¿Ahora te vas a hacer un elegante abogado de mierda? No te olvides que no eres más que un chorizo. A ver si se te van a subir los humos y luego no hay quien te tosa. Oh, si, señoría, claro, señoría. Anda, ¡Vete a lamerle el culo a los jueces, cabrón!
Pues yo estoy de lujo en esta isla. Trabajo en la discoteca de un hotel de británicos, bueno, algún gilipollas de irlandés también. Soy una especie de relaciones públicas, pero también tengo mis negocios y me lo monto bien. Me ligo a todas las tías que quiero, chaval. Y de vez en cuando alguna madurita, que me hacen regalos y todo, chaval.
Oye, ven a verme a la isla cuando quieras. Anda, tonto, y te presento a tías guapas. Te lo pasarías de vicio y podríamos hacer nuestros negocios. Ya sabes. Yo tengo algún pequeño negocio por mi cuenta.
Luke sigue en Londres, el juicio no llegó a celebrarse. Ahora creo que anda metido en un buen asunto y quiere hablar contigo. Le he dado tu dirección.
Bueno, ya me contarás. Anda, no estudies tanto y vente para acá.


Poco después llegó la carta de Luke, que era mucho más breve:

25-3-89
Oye tuerto, el charlie me ha dado tu dirección, quiero hablar contigo de un buen negocio. Estoy seguro que te interesará. Llámame por teléfono y quedamos. Espero tus noticias.

Yo dejé pasar el tiempo, imaginaba de qué índole seria su asunto y, la verdad, no quería complicarme mi feliz existencia. Pasaron un par de meses. Un día, al salir de clase, me lo encuentro esperándome a la puerta del aula.
-Hoola, Luke, vaya sorpresa.
-Ya ves, tuerto, como no me llamabas decidí hacerte una visita.
-Me alegro de verte.
-¿Sii? Pues vamos a tomar unas cervezas.

Y así, tomando unas jarras, me contó su negocio.

domingo, 4 de noviembre de 2007

El tuerto. 11: Suena el timbre

El 17 de enero de 1989, a las seis de la madrugada, cuando me encontraba durmiendo plácidamente en mi buhardilla, sonó insistente el timbre de la puerta. Al principio pensé no abrir y seguir soñando. No sé lo que soñaba creo que con el derecho político que había estado estudiando hasta altas horas de la noche, sí, eso es, repasaba en sueños lo que había estudiado. Supongo que por eso decidí abrir la puerta, no era un sueño muy placentero que digamos... En pijama y medio sonámbulo pero no me sorprendí al verla.
-Hola, vengo a hacerte una visita.
-Pasa, Libby, debes estar helada, voy a preparar té.
-Te traigo la dirección de Charlie, en …Tenerife.
-Estupendo, le mandaré una carta. –Mientras tomábamos el té me lo soltó a bocajarro.
-La verdad, Johnny, es que tengo un problema muy serio…-Mi corazón empezó a bombear con fuerza y creo que me sonrojé porque me miraba a la cara, a mi único ojo, y me había llamado Johnny. No estaba yo acostumbrado a que me llamaran por mi nombre y menos con ese diminutivo cariñoso. Excepto mi familia, y esos no cuentan, y si acaso el doctor, que me dicen John. Siempre me han llamado tuerto. Tuerto esto, tuerto lo otro.
-Tú dirás, Libby, si puedo ayudarte…
-Mis padres me han echado de casa.
-¿Y eso porqué?
-Pues porque me he quedado embarazada. Mi padre se ha puesto hecho una fiera, ha empezado a insultarme, a llamarme puta… de todo.
-Qué cabrones. Bueno mujer, no te preocupes, si no tienes donde ir puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
-Gracias Johnny, eres un tío legal, Charlie siempre lo dice.
-Ah, ¿Sii?
-Si, yo sabía que tú eras el que guardaba el dinero ese que le robasteis al tío de Luke.
-¿Tú sabias eso? ¿Te lo dijo Charlie?
-No, Charlie no me dijo nada, pero no hacía falta. Tengo ojos en la cara, siempre andabais juntos los tres, y la policía no hacía más que preguntar quién era el tercero, quienes eran los amigos de Charlie. Luego lo de la cartita aquella, ¿estaba claro no?
-Si, supongo que estaba claro. Así que los sabías. ¿La policía te preguntó?
-Me preguntaron varias veces, pero no le dije ni pío.
-¿Te puedo hacer una pregunta? –Ella asintió.- ¿Quién es el padre?
-¿Que quién es el padre? Un tío que está casado, yo no lo sabía…Ahora dice que no quiere saber nada ni volver a verme.
-Podrías reclamarle la paternidad…
-¿Y que ese desgraciado sea el padre de mi hijo? No gracias, ya me las apañaré.

Como sólo había una cama individual y la buhardilla era muy pequeña, esa misma mañana fuimos a comprar una colchoneta inflable para mí. Las mañanas las pasaba en clase, las tardes estudiando en la biblioteca. Por la noche regresaba al hogar, ahora dulce hogar por la presencia de Libby. Cenábamos juntos, ella solía preparar la cena. Después, a veces ibamos al cine. Los domingos paseabamos por la orilla del río Exe. Antes de irse a dormir charlabamos como buenos amigos. Libby me contaba sus pequeñas ilusiones, tener su propia peluquería, cuidar a su hijo cuando naciera… Yo me imaginaba terminando la carrera y llevando una vida respetable…a su lado. Después, cuando ella se dormía, yo solía quedarme estudiando, hasta que me bailaban las letras, de sueño. Entonces me tumbaba rendido en la colchoneta y dormía profunda y plácidamente, como no he dormido nunca en mi vida.

Semanas después, una noche ya bien entrada, Libby se levantó al baño cuando yo aún peleaba con el derecho civil. Al salir, dejó encendido el fluorescente del espejo, se acercó a mí por detrás, apagó la lampara de mi mesa y me abrazó. "Ven a la cama conmigo", me susurró al oído. "¿A la cama?", tuve que preguntar. No daba crédito, por un momento pensé que me había quedado dormido sobre el libro de derecho civil y estaba soñando. Y no diré más, porque aunque algunos me consideren un vulgar delincuente, en estas cuestiones en realidad soy un caballero, ni siquiera diré el día exacto en que ocurrió, pese a que lo recuerdo muy bien, porque inició la época más feliz de mi vida.