viernes, 21 de noviembre de 2008

El tuerto. 86: Just Moon

Es más de medianoche, Rosita está tumbada en la cama, sola, el tuerto se ha ido a Tenerife, a realizar otro de sus negocios, a comprar un nuevo terreno rústico y después a una entrevista con un concejal, para “impulsar” la correspondiente recalificación. A la entrevista irá acompañado de Mario, el sobrino de don Luis, y pertrechado con la grabadora. Eso le ha contado por teléfono.

Con la luz de la mesilla encendida, mira el techo y repasa mentalmente lo sucedido. Esta tarde ha ido a la joyería, como casi todas las tardes. Yasmín estaba atendiendo a una clienta, una mujer alta, madura, elegante casi en exceso. Se ha llevado unos pendientes de oro y ha contemplado extasiada el collar de diamantes, pero no se ha decidido a comprarlo, vendrá otro día.

Rosita se ha puesto a clasificar una colección que ha llegado nueva. El trabajo es lento, a Rosita le gusta recrearse en la contemplación de perlas, zafiros, esmeraldas, todo un mundo de colores, brillos, un orden geométrico perfecto, sedante, seductor.

Pasan la tarde tranquilamente. La clientela entra con cuentagotas. Ambas aplican estrictamente las medidas de seguridad instaladas por el tuerto. Un cartel en la puerta avisa a los clientes, les pide disculpas por las molestias, les explica que han sufrido muchos atracos violentos y es por la seguridad de todos, también de los clientes, agradece su colaboración y garantiza su confidencialidad.

Para entrar el cliente debe pulsar un timbre, en ese momento la cámara de seguridad exterior graba su imagen. Si les infunde total confianza le abren, si no, le piden que exhiba la documentación. Todos los cristales, interiores y exteriores, del escaparate, de la puerta y del mostrador, son blindados. Dentro del establecimiento tampoco hay posibilidad de contacto entre empleada y cliente. En todo momento la exhibición del objeto se hace a través del cristal, y la compra y el pago se efectúa mediante una bandeja. Ni que decir tiene que hay una alarma conectada con la policía, y que basta pulsar un botoncito para hacerla saltar.

-¿Pero eso no disuadirá a muchos clientes de entrar siquiera? –A Rosa le parecen excesivas.
-Si alguno protesta o pide explicaciones, se le dice que a menudo hay rehenes, incluso muertos entre los clientes. Pero no quiero que se relajen las medidas ni lo más mínimo. Es preferible vender menos, pero con seguridad. A largo plazo, la clientela fiel apreciará el poder mirar y comprar con absoluta tranquilidad.

Casi nunca se acumulan más de dos compradores. En ese caso Rosita acude a ayudar a Yasmín. Un señor de mediana edad, distinguido, educado, bien trajeado, ha adquirido un anillo de oro y diamantes. Traía la medida dibujada en un papel, y ha explicado con precisión el diseño que buscaba. Yasmín, cuando ha terminado de atender, se ha aproximado discretamente, observando la operación.

-Es para mi prometida.- Ha explicado el hombre, sin que nadie le preguntara nada. Ha sacado un enorme fajo de billetes de cinco mil y ha pagado en efectivo el elevado precio, nada de tarjetas. Yasmín ha contado el dinero, y al tacto, con las yemas de los dedos, ha verificado su autenticidad.
-Intuyo que es para su amante.- Ha aventurado Rosa cuando se han quedado las dos solas.

A última hora han bajado los cierres metálicos y se han puesto a verificar la caja, la contabilidad, las facturas, los libros de registro. De repente Yasmín, que de vez en cuando echaba un vistazo al monitor conectado con la cámara exterior, ha dicho:
-Yo creo afuera unos tipos están esperandonos…
-¿Queé? –Rosa ha tardado unos segundos en comprender el alcance de sus palabras.
-Si, llevan veinte minutos calle arriba, calle abajo, y disimulan que se conocen entre sí, pero miran mucho a nuestra tienda. –Rosa observa el monitor unos minutos y comprueba que es cierto, es más, uno de ellos le suena su cara, como de haberle visto antes merodeando por allí, tal vez el día anterior.

-¿Dónde está Moon?
-Ha ido entregar unas joyas, él regresa rápido.
-Pues ya se está retrasando. Vamos a llamarle a su celular. –Moon tiene órdenes tajantes del tuerto de acompañarlas siempre al abrir y cerrar la joyería, justo los instantes en que son más vulnerables. El tuerto sabe bien que si tuviera que atracar su propia joyería ese sería el momento que elegiría.

-¿Dónde te has metido?
-Estoy en un atasco de tráfico, ya llego en cinco minutos.
-Menos mal. Escucha, hay unos tipos afuera, creo que nos quieren atracar.
-¿Qué aspecto tienen? –Rosa se los describe:
-Uno joven, unos 25 años, de un metro setenta, con el pelo largo, pantalones tejanos y cazadora deportiva. El otro de unos cuarenta años, pelo corto gris, gafas oscuras, pantalón de tela y abrigo largo.
-¿Veis algún coche que les esté esperando?
-Por la cámara no se ve ninguno, tal vez lo tengan más arriba. Ya sabes que aquí no se puede aparcar.
-Vale, tranquilas. ¿Estais preparadas?
-Si.
-Voy a subir el Jeep encima de la acera, en cuanto veais mi coche salís corriendo, os meteis en la parte trasera y os agachais bien.

Os agachais bien, por si hay tiros, piensa Moon, pero no lo dice, para no asustarlas más. En la última esquina, antes de tomar la calle, se detiene un instante, saca su pistola Walther de la sobaquera, le coloca el silenciador, y la monta deslizando suavemente la corredera hacia atrás, hasta insertar un cartucho en la recámara. Después la deja sobre el asiento del copiloto. Arranca despacio, gira la esquina y observa la calle, ya está, ya los ha visto a los dos individuos, el joven y el viejo. Más arriba se ve un auto, un Opel Kadett con un conductor dentro, seguramente ése es el coche y el tercer hombre. En ese instante Moon se alegra especialmente de que el tuerto le haya comprado un Jeep para sus desplazamientos, y no por subirse encima de la acera, eso lo hacen todos los coches, sino porque si el kadett intenta cortarle el paso no tiene duda de que lo embestirá, lo arrollará, lo arrastrará, se lo llevará por delante, lo que haga falta.

Se sube con fuerza y se detiene con un frenazo. Las chicas ya han subido el cierre metálico y están saliendo. Moon baja el cristal de su ventanilla, empuña la pistola y apunta hacia los tipos. Ya se han dado cuenta de la maniobra, vienen hacia acá, están en mitad de la calzada, están sacando sus armas.
-Quietos ahí, cabrones.
Moon apunta a uno y a otro, alternativamente. Los dos se quedan clavados, la cabeza rapada y la fiera expresión de Moon les deja petrificados en medio de la calzada. Los tres se miran mutuamente. En otras circunstancias Moon sabe que los mataría a los dos, sin titubear, si estuviera solo, si no hubiera testigos, pero sabe que su deber es proteger a las chicas, y además el coche está a nombre del tuerto, le metería en un lío. Los atracadores titubean unos segundos, los suficientes, las chicas ya están dentro y agachadas. Pone la primera y pisa el acelerador.
-Adios.


Rosita sigue tumbada, recordando. Al entrar en el Jeep le ha dado tiempo a ver fugazmente las armas de los atracadores. Le ha entrado un miedo, un temblor incontrolable. Lo suyo no son las armas, ni la violencia, lo suyo es el veneno y el engaño. Por un instante ha pensado: ya está aquí, éste es mi castigo, voy a morir. Se ha abrazado con Yasmín, jadeando de pánico durante unos instantes. Luego, cuando ha sentido que se alejaban de allí, y que nada ocurría, se ha ido poco a poco calmando, pero sin alcanzar la tranquilidad. Moon las ha llevado a casa, cerciorándose de que nadie les seguía.

-Anda, sube con nosotras, no nos dejes solas esta noche.
-Por supuesto. –Moon se siente protector hacia ellas, le encanta su papel, y además le profesa cierta admiración a Rosita, la chica del jefe. Yasmín prepara una cena ligera estilo de su país, un arroz basmati con verduras. Después han tomado una infusión relajante, pero no le ha servido de mucho. Moon estaba dispuesto a dormir en el sofá del salón, pero Yasmín ha tenido una idea mejor, ha despejado el cuarto que utiliza para pintar, y ha sacado una colchoneta hinchable de los tiempos en que peregrinaba por pensiones de mala muerte y compartía el dormitorio con varias personas más.

Y ahora Rosa tiene a Moon en el cuarto de al lado, casi le oye respirar, y piensa que le gustaría tocar su cabeza rapada, palpar la musculatura de sus brazos, dejarse rodear por ellos.
-A la porra. –Murmura, y se levanta sigilosamente, sale de su habitación y entra sin llamar en la de al lado.

Está clareando, anoche se les olvidó bajar la persiana. Rosita entreabre los ojos, a su lado en la colchoneta Moon duerme un sueño profundo, relajado. Se queda unos minutos escuchando su respiración acompasada. Luego le intenta despertar con ligeras caricias.
-Buenos díiaas…-Pero Moon no responde. Le zarandea suavemente.- Oye, Moon, despierta, que te quiero hacer una pregunta.
-¿Eh?
-¿Tú cómo te llamas?
-Moon.
-No, tonto, tu nombre de pila.
-Just Moon.- Sólo Moon.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El tuerto. 85: Esparta, S.A.

En el baño, mientras me aliviaba, me di cuenta de que las dos copas de vino que había tomado se me habían subido a la cabeza, me encontraba en un estado de beatitud, de euforia. En ese momento me era indiferente la dieta, la hipertensión, la depresión. Me imaginé diciéndole a mi médico:
-Lo siento doctor, cuando mi sangre circula a presión normal me aburro, me deprimo, necesito estar activado.

Mientras regresaba a la mesa, caí en la cuenta que ya había transcurrido más de la mitad de la comida y, entre anécdotas y chistes, aún no habíamos entrado en materia. Al acercarme observé que Blas le decía cosas a Lucía, y ésta se ponía roja. Alcancé a oír las últimas palabras antes de que intentaran cambiar de conversación.
-Es que con una abogada como tú no me importaría estar procesado todos los días. –Lucía guardaba silencio, tímida.
-Pues te iba a salir caro en honorarios. –Tercié, mientras me sentaba.- Y por cierto, ¿te han pagado estos dos?
-Le pagaremos en especie, o en servicios especiales.- Saltó Blas.- Eso me recuerda que tengo una cita con un cliente y todavía no te hemos comentado el negocio que te queríamos proponer.
-¿Ah, sí? Pues cuenta. –La anécdota del casino quedó aparcada, en un segundo plano, para terminarla en otra ocasión.

-Queremos crear una empresa de seguridad, de ámbito nacional. Ya sabes que tengo contactos en la policía, y nos darían la licencia. Yo estoy cualificado para ejercer de director de seguridad y Teo puede conseguir contratos de vigilancia con algunos bancos y cadenas de supermercados, él conoce el sector.
-¿Cuáles son los requisitos?
-Verás, tenemos que tener un plantilla mínima de 25 vigilantes. Los primeros meses, hasta que se firmen contratos, no sé si tendríamos trabajo para todos, pero el salario base hay que pagárselo.
-Creo que no hace falta, -intervino Lucía-, con unos precontratos sería suficiente para conseguir la licencia. Cuando tienen que estar ya trabajando es para la primera inspección que efectúe la policía, que suele ser a los seis meses. Lo que puedes hacer, ya que tienes contactos, es que te avisen antes de la inspección, para en todo caso tenerlos contratados, haya servicios que prestar o no, esperemos que sí.
-Ah, vale, estupendo. –continuó Blas-, pues también necesitamos una oficina adecuada, con un armero y unas medidas de seguridad para custodiar las armas de los vigilantes; hay que darles unos cursillos de formación permanente, gestionarles las prácticas de tiro para que mantengan la licencia de armas, y un largo etcétera. Por otro lado, la sociedad tiene que ser anónima, con un capital mínimo de diez millones, un seguro de responsabilidad civil, y un aval bancario de veinte millones depositado en el Ministerio del Interior.
-Vale, y de todo eso, ¿qué es lo que os falta?
-Hemos reunido siete millones, para eso nos metimos en lo de la deuda de mi primo.- Intervino Teo.- Nos falta el resto del dinero, y sobre todo el aval bancario…
-Ya veo.- Me mostré un poco reticente, intenté aparentar indiferencia, pero por dentro ardía de interés. Armas, e información, dos de mis debilidades. Sobre todo información, el verdadero poder.- ¿Y qué pasaría con “Teo y Blas C.B.”? ¿Se integraría en la nueva sociedad como un departamento de investigación, o se quedaría aparte?
-Pues no lo hemos pensado mucho. La verdad es que no queremos estar toda la vida investigando a maridos cornudos…
-Es que no me refiero a eso, sino a tener otro tipo de investigación, comercial, industrial, ya sabéis.
-Ah, por supuesto que sí, eso nos interesa.
-Creo que jurídicamente habría que mantenerlo en una empresa aparte,- Intervino Lucía- podríamos transformarla en una S.L., -añadió, como si me hubiera leído el pensamiento, ya que esa era la fórmula de que yo pudiera entrar. Y me gustó ese “podríamos”, en primera persona del plural, desliz o indicio de que Lucía también estaba interesada.

-¿Y cuál es la propuesta que me haríais?
-A cambio de los tres millones que nos faltan, y del aval bancario, te daríamos una participación del cuarenta por ciento.
-No hago inversiones en porcentajes minoritarios, sólo me interesa si hay un equilibrio en el control de la sociedad. No quiero ser el convidado de piedra.
-Vaya, tú apuestas fuerte.- Dijo Teo.- ¿Cuál es tu oferta?
-Yo aportaría la mitad del capital social, que podemos fijarlo en ese diez mínimo, o en catorce, para tener más liquidez los primeros meses hasta que se firmen contratos. Además aporto el aval bancario sin ningún problema. A cambio…-Hice una pausa y les miré a todos uno por uno.- A cambio quiero el cincuenta por ciento de las acciones, un consejo de administración en el que estemos los tres, Blas, Teo y yo; además, si ella acepta, porque no me habéis dejado tiempo para consultárselo, Lucía sería la consejera delegada, -yo sabía que aceptaría, no era casualidad que me hubiera insistido para que acudiera al almuerzo, pero había que mantener la intriga-; Blas el director de seguridad, y Teo el jefe de personal. Y por último, eso mismo respecto de la nueva “Teo y Blas, S.L.”, especializada en investigación.

-Vamos, que quieres ser el jefe.-Protestó Blas.
-No, yo no quiero entrometerme para nada en vuestro trabajo, no es mi estilo, la jefa sería Lucía, si es que acepta. ¿No has dicho que con una abogada como ella no te importaría estar procesado? –Le restregué sus propias palabras.
-Qué cabrón.- Dijo Teo por lo bajo, mitad sorprendido, mitad divertido por mi audacia. Saqué la impresión de que Teo estaba de mi parte, en cambio Blas se levantó, creo que un poco molesto.
-Me tengo que ir, -dijo- ya seguiremos hablando.

Me estrechó la mano. A Lucía le dio dos besos. Estaba convencido de que aceptarían, sobre todo porque cualquiera que les consiguiera un aval de veinte millones les iba a pedir lo mismo que yo, y encima no disfrutarían de la eficaz abogada y tímida mujer, Lucía.

-¿Bueno, y qué hacemos con el Sebas? –Me preguntó Teo cuando nos quedamos los tres solos.
-Vosotros quiero que investiguéis a fondo con los bancos a los que les debe dinero. Quiero una relación completa, cuantía de la deuda, y sobre todo qué documentación ha presentado en cada uno de los bancos para conseguir que le concedan el crédito. Sospecho que algún dato ha debido falsear, los bancos no suelen prestar dinero alegremente. También quiero saber si la esposa, Ester, ha firmado alguno de esos créditos, o aparece su firma como avalista. Aunque me consta que tienen régimen de separación de bienes. A partir de ahí actuaré yo, soy cliente importante de algunos de esos bancos estafados. Hablaré con sus servicios jurídicos para que presenten querellas criminales contra él, necesitamos demostrar que ha habido estafa, y si además se ha cometido falsedad documental. No son delitos muy graves, pero lo suficiente para tenerle entretenido con las querellas una larga temporada, y tal vez unas vacaciones a la sombra, para reponerse de tanto sol de Ibiza. -Teo soltó una carcajada, la idea le pareció estupenda. Nos quedamos unos segundos en silencio. Y de paso que deje en paz a Ester, pensé, atendiendo al pedido de ésta. Luego, una vez que esté en la cárcel, aunque sea por poco tiempo, ya veremos la manera de acabar con él.

-Por cierto, volviendo a lo anterior, ¿Habéis pensado qué nombre ponerle a la empresa de seguridad? –Teo se quedó callado.
-Pues no.
-¿Qué os parece un nombre clásico de resonancia heróica, como por ejemplo Bizancio, Siracusa, Esparta? –Propuso Lucía.
-Esparta, ese me gusta. -Dijo Teo.
-Perfecto, -añadí- así puedes decirle a los clientes: “tranquilo, está usted protegido por Esparta”.

sábado, 8 de noviembre de 2008

El tuerto. 84: Los detectives silvestres.

Ester me dejó allí sentado, preguntándome quién había manipulado a quién; si toda la conversación no habría sido una estrategia para hacer que yo mismo me convenciera de lo inútil de mi postura y viera las ventajas de aceptar el acuerdo, liquidar el fideicomiso y finiquitar así ese parentesco que Don Fede nos había impuesto post mortem.

Después me quedé dudando qué haría con el tal Sebastián. Lucía, la abogada, ya me estaba representando como acusación particular contra él. En la duda opté por algo que ya se estaba convirtiendo en rutinario: contratar un detective para investigar y vigilar al Sebas. Si encontraba una oportunidad, tal vez le aplastaría de forma legal, y si no ya veríamos.

Salí de la cafetería. “No voy a hacer nada más, no tengo fuerzas, necesito descansar, esperaré”. La dieta, la hipertensión, la depresión, qué se yo.

Y sin embargo, no fue posible descansar mucho tiempo. Si yo no buscaba los negocios, parecía que los negocios me buscaban a mí.
El encargo al detective se lo encomendé a Lucía. No tenía ganas ni de ocuparme de eso. Ella escogió una agencia de una oscura oficina de la calle Gran Vía de Madrid. “Teo y Blas C.B.”, así se llamaba la agencia, en atención a los dos socios y únicos detectives que componían la plantilla. Teo era un antiguo vigilante jurado de un banco, que a base de cursillos se había reconvertido a labores de investigación hasta conseguir el título. Poca cultura, mediana inteligencia, pero mucha constancia, tesón, y fortaleza. Era de un pueblo de Toledo y tenía a gala sus orígenes campesinos. De vez en cuando hacía ostentación de rusticidad.

El otro, Blas, era un ex policía, expulsado del cuerpo debido a razones que nunca conseguimos averiguar con detalle. Unas veces daba a entender que fue por saltarse procedimientos y utilizar métodos expeditivos con los delincuentes. Otras dejaba entrever la sombra de la corrupción.

En un primer momento le hicieron varias vigilancias y seguimientos para saber a qué se dedicaba en la actualidad. En pocos días el Sebas asistió a fiestas, conciertos, discotecas y restaurantes. A pesar de lo cual parece que se aburría, ya que al cabo de una semana se marchó con destino a Ibiza, que era su principal residencia. Al mismo tiempo investigaron su situación financiera y fiscal. Accedieron, a través de un hacker, a la base de datos de la seguridad social, con el resultado de que en toda su vida sólo había cotizado 45 días, en su juventud, un exceso que no volvió a repetir. En Hacienda tampoco tenían noticias de su existencia. En compensación, los bancos sí que le conocían sobradamente, como cliente moroso que había obtenido múltiples créditos en distintas sucursales, ninguno de los cuales había satisfecho.

-¿Qué hacemos, nos desplazamos a Ibiza para seguirle los pasos, o lo dejamos en este punto? –Le preguntó Teo a Lucía, al entregarle el informe preliminar.- La verdad, les va a salir caro, y si lo que buscan es cobrarle alguna deuda me parece que lo tienen ustedes muy negro. Aunque hay otros métodos…-Insinuó.
-No, no se trata de ninguna deuda. Lo que desea mi cliente es información de este sujeto, para ver cuál es su punto débil.
-¿Su punto débil para qué?
-No lo sabemos aún, eso lo decidirá mi cliente.
-Si su cliente quiere darle un escarmiento, le podemos pegar una buena paliza…Y a propósito de palizas, aprovechando que es usted abogada, le quería comentar que mi socio y yo tenemos un juicio de faltas dentro de poco.
-¿Tiene aquí la citación? –Teo se la entregó.- Ya sabe usted, además aquí se lo pone, que no es necesario acudir con abogado…
-Ya, pero a Blas y a mí nos gustaría llevar una buena defensa, ya me entiende.
-Bueno, veo que es por una falta de lesiones y amenazas. Antes de aceptar el caso tendría que consultarlo con mi cliente, ya que tengo un contrato en exclusiva con él, para sus muchos asuntos, y es en realidad mi jefe. Pero podría contarme de qué se trata y así mientras lo voy pensando.
-Pues mi primo traspasó un restaurante que tenía, a este tipo, el que nos ha denunciado. El precio del traspaso eran diez millones, le pagó tres en efectivo, y los otros siete en letras de cambio. Y bueno, de esas letras no le ha pagado ninguna, todas han sido devueltas por el banco.
-¿Y qué hicieron ustedes?
-Pues le compramos las letras de cambio a mi primo, por el cuarenta por ciento.
-¿Le compraron la deuda?
-Sí, en realidad fue mi primo el que me lo propuso con mucha insistencia, estaba apurado de dinero. Así que Blas y yo pedimos un crédito al banco y se la compramos.
-¿Y después?
-Intentamos cobrarle, claro. Primero por las buenas, haciéndole visitas para recordarle su deuda. Unas veces nos daba veinte mil pesetas, otros días quince mil, lo que tenía en la caja en ese momento. Últimamente casi nunca nos daba nada, solía tener la caja vacía. Nos dimos cuenta que a ese paso no íbamos a terminar de cobrar en la vida, nos estaba tomando el pelo. Así que una noche que estábamos cabreados mi socio y yo, nos habíamos tomados unas copas, y fuimos a por él a su restaurante. Le dimos una buena somanta de hostias, y le dijimos que si no nos pagaba en veinticuatro horas le íbamos a matar. Al día siguiente el tipo estaba asustado y nos pagó todo lo que debía, la verdad, no sé de dónde sacaría el dinero, nos quedamos asombrados. Sin embargo, después se ha debido de arrepentir, o se le ha pasado el miedo, o alguien le ha aconsejado, porque el caso es que nos ha denunciado.

Eso fue lo que me contó Lucía, preguntándome si me parecía bien que les defendiera.
-¿Por qué no? Un simple juicio de faltas no te va a robar mucho tiempo…
-Claro que no, y siempre viene bien tener unos clientes que a la vez son nuestros detectives.

Lucía realizó una defensa eficaz, basándose en que el denunciante no había acudido de inmediato al centro médico, sino varios días después de los supuestos hechos, por lo que el informe de las lesiones no podía considerarse probatorio. Anulado este documento como prueba, lo único que había era la versión contradictoria entre el denunciante y los denunciados. Se acreditaba además que había un conflicto de intereses entre ambas partes, debido a los impagados, que cuestionaba la veracidad del denunciante. Los detectives fueron absueltos. Para celebrarlo, invitaron a Lucía a una comida. Esta les preguntó si podía acudir acompañada por su cliente, o sea yo, dado que había percibido la posibilidad de establecer una colaboración más estrecha, incluso permanente, entre nosotros, yo como cliente habitual, ellos como detectives. Teo Y Blas aceptaron encantados, de hecho les picaba la curiosidad por conocerme. Lucía casi me arrastró a esa comida, yo me resistía, instalado en mi pereza, en mi apatía. O tal vez quería saber hasta dónde llegaba su interés por incluirme.

-Creo que de esa comida puede salir algo interesante…Si tú estás. –Dijo Lucía.
-No sé a qué te refieres.
-Pues que si voy yo sola intentarán vacilar un poquito conmigo, ni siquiera ligarme, y eso será todo, no se hablará de nada más, aquí paz y después gloria.
-¿Y si voy qué puede pasar? Que no intentarán ligarte. Ya entiendo, quieres que te proteja de sus galanterías, eso es que temes no resistir…-Intenté bromear, pero me cortó. Sin embargo, vi para mi sorpresa que se había ruborizado, lo que me llevó a considerar que de algún modo había dado en el blanco.
-Mira jefe, a ti te interesa esto de los detectives, te encanta, lo sé. Tal vez no ocurra nada, pero no puedes perder la oportunidad de conocer a estos dos personajes, créeme, son atípicos.
-Está bien, tú ganas. –Creo que eso fue lo que me convenció, que mi abogada los calificara de atípicos. Sinceramente fui con la intención de divertirme un poco, al menos distraerme de mis obsesiones.
Lo primero que me llamó la atención, nada más verlos, era la aparente total disparidad entre ellos. Teo iba vestido como él era, rústico, un pantalón vaquero, una camisa y un jersey gastado algo arrugado. De estatura media, fuerte, robusto, y una incipiente barriga. Por el contrario, Blas Cuerda, así se me presentó mientras me estrechaba la mano, era guapo como un actor americano a punto de recibir el oscar. Alto, de más de un metro noventa, esbelto, ataviado con un elegante traje de Armani, perfumado, estirado. Al punto comprendí aquel rubor de Lucía, y el hecho de que apenas me hubiera contado de Blas. Los silencios y las omisiones también son significativos.

Ellos hablaban mucho, sobre todo Teo, y al mismo tiempo atacaban el jamón de bellota, la cecina, los pimientos. Era un almuerzo rústico, al estilo de Teo, pero muy sustancioso. Yo mismo comencé picando lentamente, probando una pizca de cada plato, y terminé cogiéndole el gustillo, olvidando mi dieta, mi salud y mi apatía. Escuchaba con interés y de vez en cuando hacía preguntas. Me contaban sus aventuras como investigadores. Enseguida me di cuenta que disfrutaban de su trabajo. Para ellos representaba la libertad casi total. Intuí cuál era el punto de encuentro entre un vigilante de banco que a fuerza de voluntad había conseguido el título de investigador, y un policía cuyos gustos y maneras difícilmente podían casar con la burocracia de los cuerpos de seguridad del estado. Teo era el encargado de las tareas de paciente vigilancia y seguimiento. Blas en cambio asumía los encargos más difíciles, arriesgados incluso, que requerían su inventiva, su capacidad para el disfraz, el engaño, para sonsacar la verdad a través de la mentira.

-Acabo de terminar un caso que me ha divertido mucho.- Se arrancó Blas, mediado ya el almuerzo.- En un casino llevaban tiempo sospechando que alguno de los empleados estaba robando parte del dinero. Simplemente los ingresos no se correspondían con el número de clientes que entraban. No sabían quién, ni cómo lo conseguía, pero alguien robaba. Colocamos cámaras ocultas de filmación, sin embargo el estudio de las grabaciones no proporcionó ninguna pista. Todos los movimientos y gestos de empleados y clientes eran aparentemente normales. Intentaron, por consejo mío, aprobar una norma que permitiera los registros a los empleados, pero el comité sindical se negó, amenazando con ir a los tribunales, porque atentaba contra la dignidad del trabajador. Así que sólo quedaba un camino.

-Espera un momento, tengo que ir al baño, -le interrumpí a mi pesar, pero tanta agua que bebía últimamente, por orden de mi dietista, me obligaba a hacer constantes excursiones a los inodoros, que por cierto la mayoría no hacen honor a su nombre- no cuentes nada hasta que regrese, no quiero perderme ningún detalle.