lunes, 29 de septiembre de 2008

El tuerto. 76: Caribbean Investments, S.A.

-Bueno, el caso es que hay otro problema.- Por fin arrancó Basilio, que se había aireado en la terraza hasta el punto de animarse a “enjuagar” el oxígeno sobrante con un whisky escocés de primera marca.
-¿Qué problema? Cuénteme, seguro lo resolvemos.
-Pues…Por unas deudas tributarias que tengo…Ese capital social no puede estar a mi nombre, porque Hacienda lo embargaría. –Ajá, pensó Rosita, ya hemos llegado a la encrucijada.
Ese fue el momento crítico, decisivo en el curso que tomarían los acontecimientos posteriores. Hasta aquí, todo había resultado según lo previsible. La ambición desmedida de Gutiérrez le había llevado a escuchar la propuesta con agrado. Incluso había revelado la cantidad de dinero de que disponía (la mitad del cual era nuestro, por cierto). Pero, ¿cómo conseguir que aflorase, de forma que pudiéramos embargarle mediante el procedimiento civil que ya estaba iniciado? Ni que decir tiene que en este punto Rosita seguiría su instinto, lo que habíamos hablado y debatido con anterioridad sólo servía ya como bagaje de conocimientos que ella dosificaría para improvisar los quiebros tácticos de la negociación.

-Ay, mi amor, pues ese sí que es un problema. –Rosa hizo ademán de retirarse. Tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia el Guti, mirándole a la cara, y entonces fue cuando se recostó en el sillón y se puso a mirar el mar, y los veleros, con gesto de estar perdiendo el tiempo y pensando en otra cosa. Y dejó pasar los minutos. En silencio. Que pensara y propusiera él. No había que demostrar ningún interés. Ni mucho menos dejar entrever que existía una idea preconcebida.
-Bueno…Las acciones podrían estar a nombre de mi esposa. En realidad el dinero saldría de una cuenta en que ella es titular, yo sólo estoy autorizado.
-Ah, tú estás autorizado. ¿Pero tu esposa tiene experiencia en ser administradora? –Inconscientemente Rosa había pasado a tutearle, pero en el clímax de la negociación el Guti no pareció percatarse.
-No, mi esposa es ama de casa, el administrador sería yo, por supuesto.
-Sí, pero entonces ya seríamos tres personas a tener en cuenta, y no dos. Mis socios no aceptarían eso porque rompe el equilibrio de la sociedad. Además, las esposas siempre terminan dando complicaciones…-Hizo una pausa para crear un poco de expectación en Guti, y para evaluar su grado de ansiedad.- A menos que…
-¿Sii?
-A menos que tu esposa firme un documento privado…En el que reconozca que te ha vendido a ti las acciones y que tú eres el único titular…-Rosa hablaba muy lentamente, para que la idea calara en la mente del Guti, pero también como si lo estuviera pensando en ese momento, cuando en realidad ya lo tenía muy pensado.- En el Registro Mercantil figurando tu esposa, en eso no tenemos problema y por supuesto Hacienda nunca se enterará. Ese papel será sólo para tranquilizar a mis socios, y de paso asegurarte a ti, cariño, para que tu linda esposa no te de problemas en el futuro.
-Si, no es mala idea…¿Y tú me garantizas que ese papel no irá a ninguna parte, será sólo entre nosotros?
-¡Pero claro, mi amor! Ese papel no saldrá de mis manos; ¿Qué interés voy a tener yo en que venga Hacienda a jodernos la sociedad?
-Si, es cierto.
-Pues entonces todo arreglado. –Rosa dejó escapar un ligero suspiro de alivio. Estaba claro que el Guti ni por un instante había sospechado de ella. ¿Y es que quién iba a sospechar de Flor, esa joven delicada y elegante que todavía conservaba la imagen de su pasada ingenuidad? Ni por lo más remoto de la astuta mente del Guti había pasado la sombra de lo que podía estar cocinándose detrás, y mucho menos que esa criatura hubiese venido de Venezuela para tenderle una trampa.

Flor cambió de conversación. No había que darle más vueltas al asunto. Se puso a hablarle de su amada ciudad, Caracas, a contarle historias inventadas o leídas en novelas de Rómulo Gallegos, o de Uslar Pietri, daba igual porque el tipo no había leído un libro en su vida. Incluso le invitó a viajar con él, donde le presentaría a su esposo –un militar de la más antigua escuela de América latina, las armas y las finanzas debían trabajar unidas-, a sus socios, visitarían un barrio, La Candelaria, donde había buenos restaurantes especializados en, qué te parece, comida canaria, pasearían por la avenida de Los Próceres, subirían en el teleférico.
-Y si vienes sin tu esposa te presentaré a unas muchachas muy lindas. El administrador de una empresa llamada “Caribbean Investments” tiene que conocer la cultura venezolana en todas sus facetas…-Sentenció Rosa, y se detuvo analizando la expresión de Basilio, preguntándose si se habría excedido. Pero no, el Guti estaba fascinado por el torrente de seductoras promesas.
-¿Caribian invesmes?
-Sí, así se llamará nuestra sociedad, ya tengo reservado el nombre en el Registro Mercantil.
-Me gusta, suena bien.

Tras divagar un rato más en la terraza del casino, y pasada ya la medianoche, la caraqueña de guía turística dio por concluida la velada.
-Tengo que llamar a mis socios para comunicarles que está cerrado el trato, pero en Caracas apenas son las seis y media de la tarde, así que mi chofer y yo podemos acompañarte hasta tu casa.
-No te molestes, pediré un taxi.
-Molestia ninguna, de camino conversamos un poco más.

No, para Rosa no era ninguna molestia, estaba disfrutando con el papel, máxime, después de la tensión inicial, cuando se persuadió de que el Guti se había tragado el anzuelo. No, la molestia era para nosotros, para Charlie y yo, que llevábamos esperando toda la tarde y noche, con apenas un bocadillo comido en el asiento del auto, y un par de ansiolíticos para relajarme, porque sino hubiera tirado de pistola sin más dilación, y al traste con nuestro magnífico plan.

Por suerte no vivía lejos de allí, sólo tuvimos que subir, atravesando los muelles, continuar subiendo por Princesa Guayamina, sexta a la izquierda, y hasta el fondo. En la calle Timagán vivía, en un edificio que daba directamente a una playa semicircular, de arena negra y rocas, muy batida por el oleaje del norte.
-Mañana os recojo a ti y a tu esposa, vamos a tu banco y depositamos el capital social a nombre de “Caribbean”, ¿Ok? Después vamos al notario y firmamos las escrituras.

El resto fue coser y cantar. La esposa, como bien dijo el Guti, no tenía ni idea de negocios, no hizo ninguna pregunta, se limitó a firmar el cheque por los sesenta millones. Tampoco puso ningún reparo al documento por el que vendía sus acciones al marido, en régimen de separación de bienes. Firmó las dos copias, una para el Guti, y la otra Rosa la guardó como oro en paño en su pequeño maletín. Ese papelito era el que nos abría las puertas al embargo de bienes.

Curiosamente, hubo un problema de última hora y nunca mejor dicho, en el banco, pero fue por culpa nuestra. El director, amigo de Gutiérrez, intentó pedir conformidad telefónica al traspaso desde mi cuenta de Panamá, y claro que a esas horas estaba cerrado. Rosa llamó en un aparte a Charlie, éste a su vez me lo explicó a mi, y yo me fui directo a otra oficina bancaria en la que tenía una jugosa cuenta a la vista, con el producto de las facturas falsas. Saqué un cheque bancario al portador por la cifra requerida, y se lo hice llegar a Rosa por el mismo conducto. En total apenas nos retrasó tres cuartos de hora. Ventajas de tener exceso de liquidez. El director del banco sonrió al recibir el cheque a manos de Doña Flor, como si los millones fueran para él.
-Todo correcto.

Esa misma tarde le entregué al abogado el documento firmado por Gutiérrez y su esposa. El abogado lo presentó en el juzgado y solicitó el embargo preventivo. El juez, días después, lo despachó previa fianza para asegurar responsabilidades, que presentamos de inmediato. Habíamos cruzado el rubicón. Antes de recuperar lo nuestro con engaño no hubiera tenido gracia matarle. Ahora, dejarle vivo hubiera sido una peligrosa imprudencia.

jueves, 25 de septiembre de 2008

El tuerto. 75: Hotel Catilina

-Nuestro proyecto –continuó Rosita, alias Doña Flor- es invertir de forma estable en el sector turístico de Canarias. No descartamos alguna operación a corto plazo que pueda ser lucrativa, pero en el fondo lo que nos interesa, a mí y a mis inversores, es permanecer. Estamos seguros que a largo plazo las islas se beneficiarán de una gran expansión económica, y queremos ir tomando posiciones. Para ello nuestra fórmula inicial será crear empresas mixtas, en las que el cincuenta por ciento de capital sea español, y el otro cincuenta de nuestros inversores, representados por mí. Como usted sabe –y si no lo sabe se lo digo yo, pensó Rosita- podríamos prescindir en este momento de dicha fórmula, pues recientemente se ha aprobado una nueva ley de liberalización de inversiones extranjeras en España. Pero la verdad sea dicha, tenemos información extraoficial de fuentes cercanas al gobierno, y no estaría bien visto crear empresas al cien por cien venezolanas o colombianas, al menos por el momento. En realidad la liberalización vino impuesta por una Directiva de la Unión Europea, no porque el gobierno esté convencido.- Rosa detuvo su discurso para dar tiempo a que el Guti lo asimilase.
-¿Y porqué han pensado ustedes en mi como su socio español?
-Bueno, usted sería nuestro socio en las islas porque usted preside una empresa constructora, y nosotros queremos construir hoteles, apartamentos, y también participar en los concursos de obras del Estado y de la Comunidad Autónoma Canaria. Tenemos buenos contactos en las instituciones…¿Quiere que le cuente cuál va a ser nuestra primera operación?
-Si, claro. Pero tal vez podríamos ir a un sitio más relajado…
-Eso mismo estaba pensando yo, ¿no le apetece tomar un martíni? Conozco un lugar donde los sirven inmejorables.
-Oh, qué buena idea.
-Perfecto, señor Gutiérrez. Permítame que le tome del brazo, y a cambio iremos en mi carro, ya que lo he dejado esperando a la puerta.
-Con mucho gusto, doña Flor. Si no le importa, mi chofer nos seguirá en el mío, para traerme de vuelta.
-De ninguna manera, ya le traeré yo mismita de vuelta, si es que le dejo regresar…-Y diciendo esto le guiñó un ojo. Y el Guti no se imaginó hasta qué punto estaba en duda si volvería.

La caraqueña impostada salió con aire majestuoso, del brazo del Guti. Charlie le abrió la puerta a la dama y dejó que el patán se abriera la suya
-Llévanos…al Hotel Catilina. –La orden sonó como si fuera algo improvisado, y como si hubiera pasado toda la vida tomando martínis en la cafetería de ese hotel. Pero lo cierto es que todo estaba planificado con anterioridad, y el sitio elegido, localizado y estudiado con todo detalle. Entre otras cosas porque Charlie, que apenas conocía las calles de Las Palmas, había exigido que no hubiera itinerarios improvisados ni complicados. Este era muy sencillo: salir a la calle León y Castillo y seguir todo recto hasta el número 227. Allí, en los escalones que daban al pórtico de entrada al hotel, se detuvo el flamante mercedes 500, y esta vez no tuvo que bajar el Charlie para abrir la puerta, lo hizo el botones.

Era un hotel de cinco estrellas, por supuesto, de estilo colonial inglés, construido en 1890 y totalmente renovado. Declarado monumento histórico artístico. Estaba enfrente del puerto deportivo, rodeado de un jardín tropical. Contaba con todas las prestaciones para cerrar un buen negocio: Sauna, masajista, baño turco, gimnasio, piscina cubierta y al aire libre, pista de tenis, sala de reuniones…incluso un casino en la última planta.

Entraron en la cafetería, un enorme salón con suelo de mármol, amplios butacones, iluminado por dos inmensas lámparas de araña. Allí, mientras paladeaban las bebidas, Rosa le fue desgranando el plan.
-Pues mire, señor Gutiérrez…
-Llámeme Basilio.
-Gracias. Le decía que vamos a comprar un buen lote de terreno en Puerto de la Aldea.
-Ah, sí, lo conozco, ¿En qué zona?
-Al final de la calle de la Gabarra.
-¿Donde desemboca el río?
-Exacto.
-Pero esa zona no es urbanizable…
-Pronto lo será. Claro, usted no lo sabe…Ese río, la mayor parte se va a soterrar, y en el tramo final se hará una piscina.
-Qué buena idea.
-Y lo mejor es que toda, toda la zona, será urbanizada. Viviendas, hoteles, centros comerciales…Imagínese.
-¿Y el terreno ya está comprado.
-Yo tengo una reserva, en un documento privado, con derecho de cesión a terceros. Y la escritura pública se hará a favor de la sociedad anónima que usted y yo constituiremos. ¿Quiere que le hable de los términos de esa sociedad?
-Ya le digo que la idea me parece buena…
-Pues pasemos al restaurante, Don Basilio, y enjuguemos los martínis antes de que se me suban todito a la cabeza.
-De acuerdo, señorita, “enjuaguemos” los martínis. –Respondió el zafio. Y es que una de las tácticas de Rosa, alias Flor era precisamente soltar de vez en cuando alguna palabra que el tipo no comprendiese, para hacerle sentir su inferioridad. Y el zopenco indefectiblemente mordía el anzuelo.
-Señora, si no le importa.- Le corrigió, por puro afán de corregirle.- Que soy casada. Pero para usted simplemente Flor.

Tampoco era cierto lo de que se le subieran a la cabeza, porque de los tres martínis sólo había bebido la mitad del primero y un sorbito del segundo. El último ni lo había tocado. En cambio Basilio había sorbido hasta la última gota, y aún se quedó mirando el hielo con ganas de chuparlo pero, queriendo dar la mejor imagen, se reprimió en el último instante. Eso sí, en compensación, trasegó una botella y después otra de vino blanco para “enjuagar” una deliciosa merluza a la cazuela.

-Creo que lo justo es que la sociedad sea al cincuenta por ciento del capital, y que los dos seamos administradores mancomunados, para que así ninguno pueda realizar ningún acto que perjudique al otro, y tanto mis socios como usted tengáis la garantía y la tranquilidad de que el dinero sólo se destina a los fines previstos.-Y al decir esto Rosa probó un poco de su ensalada de marisco.
-¿Qué cantidad habéis calculado?
-Pues habíamos pensado comenzar con un capital social de dos millones de dólares. Perdone, ahora mismo no sé cuánto es en pesetas. –Sí que lo sabía, pero hablar en dólares era otra técnica más.
-Unos doscientos. Pero ahora mismo yo no tengo ese dinero. –Dijo el zoquete.
-¿Ah, no? ¿Y de cuánto dispondría entonces?
-Pues…-Ahí fue cuando Basilio comenzó a dudar- Unos cincuenta millones, tal vez sesenta.
-Bueno, supongo que no hace falta desembolsar todo el capital ahora. Podemos comenzar con esa cifra, y darnos un plazo para depositar el restante, o bien…Podemos cubrirlo en forma de préstamos externos que harían mis socios.

Se le veía pensativo y abotargado, el efecto del alcohol, sin duda, pero había algo más que le preocupaba.
-¿Quiere que subamos a la terraza del casino, a contemplar el mar y los veleros? ¿O prefiere una sauna y un masaje?
-Creo que mejor subimos a que me de un poco el aire.
-También podemos jugar unos bolívares en el casino.
-¿Unos qué?
-Ay, perdone, siempre me trasnocha la moneda de mi país.

domingo, 14 de septiembre de 2008

El tuerto. 74: Operación Sanahan.

La oficina de Guticonsa estaba en un edificio sobrio de la Plaza del Doctor O´Sanahan, esquina León y Castillo. Dos calles antes había visto la Clínica Nuestra Señora del Carmen, me acuerdo que pensé: del doctor a la clínica, ahí te vamos a mandar, puerco. Rosa iba en una limusina alquilada para la ocasión, un Mercedes 500 conducido por…Charlie, que había venido desde Tenerife a prestarnos apoyo logístico y lucía un impecable uniforme de chofer. Yo iba detrás, en un discreto Renault Clío. El Mercedes entró en la plaza y yo observé desde la esquina cómo se detenía a la entrada del edificio. Rosa no se bajaba del coche. Pasaron algunos segundos, por fin salió Charlie y le abrió la portezuela, como debe ser. Yo le rebasé, salí al otro lado de la plaza y aparqué bajo unos árboles. Cuando el Mercedes reemprendiese la marcha pasaría por fuerza delante de mi. Charlie tenía instrucciones de esperar a la puerta, pese a que estaba prohibido aparcar. Si aparecía algún policía daría la vuelta a la manzana y regresaría. Por si acaso a alguno de nosotros –especialmente a Rosa, que se iba a meter en la boca del lobo- le surgía algún imprevisto, llevábamos un aparatito que se llamaba “busca”, y que mediante una llamada de teléfono enviaba una señal y un mensaje al usuario del busca en cuestión. En concreto, si Rosa decidía que teníamos que entrar de inmediato en acción, nos enviaría un mensaje a los dos que diría: “urge cirujano”. En tal hipótesis, ambos echaríamos mano a la pistola y nos cargaríamos yo al Guti y Charlie a su guardaespaldas. Pero no era ese el plan inicial, era un poco más sutil y sofisticado.

La secretaria, una señora madura vestida de marrón, tenía pinta de ser esa empleada de toda la vida, que sin duda conoce bien los trapicheos de su jefe. Miró a Rosa con interés, dedicándole una especial atención al collar de perlas que había tomado prestado de nuestra joyería de la calle Arenal.
-Buenas tardes, venía ver al señor Gutiérrez.
-Está reunido con el arquitecto ¿Tenía cita?
-Si es tan amable entréguele mi tarjeta de visita y esperaré a que pueda recibirme. –Y Rosa le tendió una elegante cartulina, con su nombre, su dirección en Caracas, y un escueto pero sugerente título, “investments”. Una palabra sencilla, para que un paleto como el Guti pueda entenderla y provoque en él atrayentes asociaciones de ideas. Pero la secretaria todavía no estaba leyendo la tarjetita, sino que su mirada se había posado en la muñeca de Rosa, en la que brillaba una pulsera de oro y diamantes, o tal vez se había detenido en el anillo de platino que decoraba su anular. Por fin leyó la tarjeta.
-Siéntese, por favor.
-Gracias.

La empleada recorrió el pasillo y entró sin llamar en el cuarto del fondo. En otra habitación, tras una mampara de cristal, se veía a un señor con aspecto de contable, rodeado de archivadores y afanándose con una pila de papeles (probablemente facturas impagadas, pensó Rosa). Tenía el rostro gordo y amarillento, con la cabeza gacha la papada le caía sobre la camisa, y hasta el pelo encanecido amarilleaba, enfermo de las preocupaciones infinitas que le causaba la tarea de cuadrar las cuentas de la empresa. Seguramente el contable no ganaba para sustos ni para medicamentos contra la ictericia. Dentro de poco tendría que acogerse a la incapacidad laboral transitoria y no llegaría ni a la jubilación.

Rosa observó el resto de la sala de espera: planos enmarcados colgando de la pared, a modo de cuadros a modo de cuadros de abstracción geométrico-futurista. Maquetas de edificios de diseño vanguardista. En fin, una horterada de pésimo gusto, pensó, lo cual, por asociación de ideas le hizo percatarse de que por ningún lado se veía al chofer-guardaespaldas. Rosa se lo imaginó asistiendo a la reunión de su jefe con el arquitecto, para protegerle de las amenazas de éste último.
-Mire, señor Gutiérrez, si no echa usted más cemento y menos arena no podré firmar el certificado de finalización de la obra.
-Pues me buscaré otro arquitecto que sea menos melindroso.

El sonido de los tacones la sacó de su ensoñación.
-Puede pasar.
-Gracias. -¿Pero no estaba reunido con el arquitecto? Pues no le he visto salir…Rosa caminó con elegancia, acompañando sus pisadas de un leve balanceo de brazos cuyo efecto óptico disimulaba ya por completo su cojera. En ese instante de entrar en el despacho del Guti experimentó una nueva clase de confianza en sí misma, que por primera vez iba más allá de la inteligencia o de su capacidad de seducción, era una confianza física, en su identidad corporal. Por primera vez se sintió dueña de su cuerpo, y eso en aquella tesitura le proporcionó la extraña convicción de que todo saldría bien.

El Guti, un paleto cincuentón con barriga, de rostro bien parecido, de facciones regulares, que sin duda había sido atractivo en su juventud, lo cual le hacía creer que aún lo era, esbozó una sonrisa melosa cuando contempló a aquella mujer joven, elegante y de exótica belleza. La curiosidad inicial que mostraban sus ojos, se transformó en abierta atracción. Sus pupilas se dilataron, por un instante recobraron el fulgor de antaño. Rosa le ofreció la mano con la palma hacia abajo, para que se la besara, pero el tipo no se percató a tiempo del gesto, porque no miraba la mano, y simplemente se la estrechó. Tomaron asiento frente a frente.
-Dígame en qué puedo servirla. –Dijo el tipo, todo obsequioso.
-Pues verá, señor Gutiérrez, yo represento a un grupo de inversores de mi país, Venezuela, y también algunos de la vecina Colombia. Traigo cartas de presentación y de crédito de diversos bancos que ahora mismo le estoy mostrando para corroborar lo que le digo. –Y así diciendo le entregó documentos de un banco de Panamá, uno de Gibraltar, otro de Suiza y finalmente uno de Holanda. Los documentos de Panamá eran los únicos auténticos, me los había proporcionado su director, como titular que yo era de la cuenta del difunto Federico. Era el único que estaba escrito en español y desde luego el único que a esas horas de la tarde podría comprobar el Guti, porque los otros bancos, todos europeos, ya estaban cerrados. Los había redactado la propia Rosa, en inglés, francés y nada menos que holandés. Los sellos y membretes nos los había proporcionado nuestra imprenta habitual de Tenerife. Lo que sí entendería el zafio Guti son las cifras consignadas: un millón de dólares, dos millones de libras esterlinas, ocho millones de francos, doce millones de florines.

domingo, 7 de septiembre de 2008

El tuerto. 73: La caraqueña.

El tipo era imprevisible y escurridizo, difícil de abordar y más difícil aún diseñar un plan de ataque. Como de costumbre, le habíamos puesto un detective privado que le siguiera los pasos y nos tuviera al tanto de sus andanzas. No parecía tener costumbres fijas, ni hábitos, ni rutinas, ni horarios. Lo mismo podía entrar en su oficina y pasarse doce horas seguidas sin salir de allí, (aparentemente trabajando, aunque eso el detective no lo podía asegurar, tal vez estuviese fornicando con alguna empleada, o durmiendo en el sofá de su despacho), como estar una semana sin pisar la sede social de la empresa. Cuando el detective llamaba por teléfono desde la cabina más cercana (todavía no se habían popularizado los teléfonos móviles o celulares, los pocos que había en manos de algún ejecutivo parecían transmisores de radio de la segunda guerra mundial), llamaba simplemente para asegurarse de que el informado –así se le designaba en los datos escritos que periódicamente me iban llegando- seguía dentro de su oficina, en esos casos la secretaria siempre respondía que su jefe estaba reunido.

El informado tenía una amante, leí en una de las noticias que nos iba dando el investigador. Eureka, me dije, tal vez podamos chantajearle. Pero la ilusión se desvaneció poco después, porque de los detalles se desprendía que la esposa debía de ser harto conocedora de las andanzas del marido, no sólo pernoctaba con su querida día sí día no, (en realidad habría que preguntarse quién de las dos era la amante y quién la engañada, o si más bien ambas eran engañadas por igual), sino que muchas de las noches salía de diversión por su cuenta.

Por ese lado, de su vida crapulosa, creí ver un resquicio por el que asaltarle, pero para colmo siempre iba acompañado de una especie de matón, mezcla de chofer y guardaespaldas, hermano gemelo – a juzgar por las fotografías- del señor Moon, el amigo de Charlie, salvo que no tenía la cabeza rapada, pero sí un bulto en la sobaquera que a un pistolón debía corresponder. Nunca iba solo, como si tuviera miedo. Qué tontería, claro que tenía miedo, cómo no iba a tenerlo, si tenía las Islas Canarias sembradas de enemigos, engañados, defraudados, perjudicados y estafados.

Por primera vez empecé a tomar conciencia de que a veces cargarte a un tipo no es tan fácil, sobre todo si quieres hacerlo bien y sin riesgos. En las ocasiones anteriores, o bien había surgido por casualidad, sin premeditación, como le ocurrió a aquel drogadicto; o alguien se había encargado de hacerlo por mí, como en el caso de Plácido; o bien las circunstancias me lo habían puesto en bandeja, tal fue con Philip. Pero ahora no sólo había que elaborar un plan, había que crear las circunstancias que lo permitieran, o como dijo Rosa:
-Si Mahoma no viene a la montaña, la montaña tendrá que ir a Mahoma. (¿o era al revés?).

No importa, lo que Rosa quería decir es que si nosotros no podíamos acceder a Gutiérrez, habría que hacer que Gutiérrez viniese a nosotros. O para ser más exactos, a ella. O sea, que Rosa quería ponerle un cebo…un cebo que sería en parte ella misma, y en parte la propia ambición de Gutiérrez.

También fue Rosa la que dijo:
-Si todas las opciones están abiertas, entonces hay que utilizarlas todas ellas, unas no excluyen las otras.
Traducido: había que poner el pleito. Pero ¿Para qué?, le pregunté yo, si las posibilidades de cobrar van a ser mínimas (ya estaba demostrado que el tipo y su empresa eran insolventes, por eso le resbalaba todo).

-Nunca se sabe, -me respondió-, pero el pleito será nuestra coartada, la prueba de que nosotros hemos actuado por la vía legal, confiando en la justicia, sí, no te rías. Es más, cuando ya esté presentada la demanda, es conveniente que el abogado le mande una carta comunicándoselo y ofreciéndole negociar para llegar a un acuerdo.

Así se hizo todo ello, siguiendo el plan de Rosa, sobre todo porque ya me estaba impacientando y no tenía mejor alternativa que ir directamente por Gutiérrez, de frente y a pecho descubierto, pistola en mano. Y eso no resultaba muy prudente.

Para el siguiente paso volamos por separado a Las Palmas, donde se movía el tipo, sacando los billetes con pasaporte falso y registrándonos en hoteles diferentes. Rescaté para la ocasión mi antiguo pasaporte de Ralph, y Rosa se agenció un bonito pasaporte de la República de Venezuela, a nombre de Flor Izaguirre, con domicilio en Caracas, Avenida del Libertador, 615. Lo de Flor era como una sugerencia genérica de su verdadero nombre de pila. Y el apellido vasco facilitaba su historia de hija de emigrantes de la posguerra civil española. A Flor, digo a Rosa, se le daba muy bien imitar el acento venezolano (tampoco muy diferente del canario, al menos para mí, un foráneo), pero no dejaba de ser eso, una buena imitación que a oídos de un experto nunca pasaría por auténtico. Por ahí venían muy bien los ancestros españoles, para justificar la impureza de sus expresiones caribeñas.

Esa falsa venezolana tenía que aprender también a disimular lo mejor posible su cojera, para evitar cualquier identificación o asociación posterior. Rosa era una maestra de la puesta en escena, llegar siempre antes que su interlocutor, presentarse ya sentada, marcharse la última, y sobre todo beber muy poco líquido para no tener que ir al baño en mitad de una cena. Recuerdo que a mi me costó muchos meses descubrir cuál era su secreto. A eso había añadido el hallazgo de unos zapatos de suela mullida, con los que más que andar se deslizaba. Por último, había comenzado a usar unos pantalones largos y anchos de fino tejido, mezcla diría entre falda y pantalón, que disfrazaban muy bien las oscilaciones de su pierna.

Así las cosas, la caraqueña hizo su presentación en sociedad, o para ser más exactos, en las oficinas de Gutiérrez, aprovechando un aviso del detective de que el informado, o sea el pájaro, estaba dentro.