tag:blogger.com,1999:blog-2510187792582105432023-11-15T14:27:40.131+01:00Joseph SeewoolNARRATIVA. Aquí el lector encontrará:
...
I.- Un relato, EL CAPITAN RICHARD, en Diez Episodios;...
II.-Una novela negra por entregas: EL TUERTO;...
-Sugiero comenzar por los episodios más antiguos-...Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.comBlogger104125tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-21778160011082799142009-02-08T22:07:00.002+01:002009-02-08T22:11:09.063+01:00El tuerto 94: El inspector Otero.La noche antes de mi regreso a Tenerife, a dar la cara ante la policía, Rosita me ofreció –sin que yo le hubiese vuelto a insistir- una explicación de todo lo que pasaba por su mente. Fue después de hacer el amor como nunca, me sonó a despedida. Resultó una explicación muy razonable, convincente. Tal vez incluso demasiado razonable.<br /><br />-Mira, querido, necesito aclarar qué es lo que nos une, y quizá sobre todo averiguar qué clase de efecto produces tú en mí. Tengo la sensación de que has hecho aflorar una parte siniestra que había en mi interior y que yo misma desconocía, ni imaginaba que existiera. La verdad, lo del Guti aún no acabo de asimilarlo, es como si lo hubiera hecho otra persona, otra Rosita.<br />-Claro, en realidad lo hizo Flor Izaguirre.<br />-Estoy hablando en serio.<br />-Yo también, creo que todos albergamos varios personajes de diferente calaña pugnando por salir a escena. Fíjate, sin ir más lejos, que llevo varios días pensando hacer un sustancioso donativo a alguna entidad benéfica. Sólo que no consigo elegir a cuál.<br />-Ya, pero no me cambies de conversación, ahora que estoy intentando explicarte. Lo que quería decir es que tú y yo por separados somos de una forma, y juntos parece que nos transformamos. Volviendo a lo del Guti, porque eso me ha marcado. Creo que por una parte me lo tomé como un reto, quería emularte, conseguir tu admiración o algo así. Pero sólo conseguí que te pusieras receloso. –Abrí la boca para intentar rebatirla, pero no me dejó.- No, escúchame, no me interrumpas ahora que estoy lanzada. Que no te estoy reprochando nada. Y en el fondo, confieso que no fue sólo por emularte, la verdad es que me gustó hacerlo, y aún no he encontrado las palabras exactas para definirlo. Fue como un acto de liberación, de resentimiento y rencor hacia la humanidad en general, por todas las humillaciones que he sufrido, no sólo por parte de mi madre, sino de mis propias amigas, a las que yo consideraba amigas, y al final sólo una puedo decir que verdaderamente lo sea. Y de algunos chicos, peor aún que su desprecio era su compasión, maldita sea, no quiero compasión. Y también disfruté porque ese Guti era un sujeto asqueroso, en todos los sentidos, físicos y morales. Disfruté y eso hace que me sienta aún más extraña. Una cosa es haberle matado, que se lo merecía, y otra muy distinta disfrutar con ello. Si lo hubiera hecho sólo como un acto justicia, de venganza incluso, no me hubiera asustado tanto de mí misma. Pero ahora tengo miedo, y necesito saber quién soy yo en realidad. ¿La que vivía apocada, sometida a su madre, o la asesina que disfrutó quitando la vida? En realidad te estoy muy agradecida, contigo he descubierto la libertad. Pero compréndeme…tanta libertad me da miedo.<br />-Te comprendo perfectamente. Pero dime una cosa, ¿y esa repentina pasión tuya por las joyas, por el lujo, de dónde te viene?<br />-Pero si hasta en eso la culpa la tienes tú, que me iniciaste. ¿No te acuerdas cuando me regalaste la tobillera de diamantes? <br />-Claro que me acuerdo.<br />-Pues fue el comienzo. Descubrí que me gustaba, y mucho. En realidad me fascinaba y sentía vergüenza a la vez, lo cual crea en mi una espiral que se retroalimenta, pues cada vez que me pongo una joya no sólo me recreo con algo hermoso, y créeme que me encanta, sino que también estoy venciendo esa parte pusilánime que había en mí. Así que me causa un doble placer. Puede que sea infantil, pero no quiero evitarlo. Me gusta sentirme admirada.<br /><br />Al día siguiente me acompañó al aeropuerto y se despidió, algo más efusiva de lo habitual. Nada más aterrizar en Tenerife, sin pasar siquiera por mi casa, fui directo a hablar con Luis Tosco. Me contó con algo más de detalle lo que ya me había anticipado por teléfono; que habían estado dos inspectores de policía preguntando por Charlie, por su paradero y por su vinculación con la empresa, que habían hablado con los empleados y con el abogado Jesús, pero que nadie había podido decir gran cosa porque nada sabía en realidad, excepto que era un socio que había sido presentado por mi. De ahí el interés de la policía en hablar conmigo.<br />-¿Te han dejado algún teléfono, con quién debo hablar, o algo?<br />-Si, con el inspector Simón Otero, de la Brigada de Homicidios. Aquí está su tarjeta.<br /><br />Aprovechando que me había tomado un ansiolítico extra en los lavabos del aeropuerto, y me encontraba muy relajado, sin más dilación le llamé, allí mismo, desde el teléfono de la inmobiliaria, delante de don Luis, aparentando la mayor soltura e indiferencia. Hay que coger el toro por los cuernos, como dicen los españoles. Conseguí que me pasaran con el inspector, me identifiqué.<br />-Me han dicho que quería hablar conmigo.<br />-Sí, es sobre su amigo Charles.<br />-Mi socio más bien. <br />-Bueno, su socio. ¿Cuándo podría pasarse por la comisaría?<br />-Ahora mismo, si quiere.<br />-Perfecto, le espero.<br /><br />Así llegué a la comisaría pregunté en el control por el inspector y le pasaron el aviso de mi llegada. Esperé unos minutos en la salita, hasta que bajó el propio inspector en persona a recibirme. Era alto, fuerte, con acento peninsular. Le acompañé hasta su despacho, era un cuarto bien iluminado, a través de los estores de la ventana se filtraba la luz del sol, nada que ver con la escena de un tercer grado. Nos sentamos frente a frente, me ofreció un cigarrillo.<br />-Gracias, no fumo.<br />-¿Le importa que grabe la conversación?<br />-En absoluto.<br />-Bien, así que ha estado usted de viaje.<br />-Sí, en Lisboa y en Madrid.<br />-¿Por negocios?<br />-Sí, en Portugal estoy buscando zonas para expandir nuestra actividad promotora e inmobiliaria, ya sabe, todavía hay buenos precios, en comparación con España, y las posibilidades son buenas.<br />-¿Y ha encontrado lo que buscaba?<br />-Bueno, he visto varios terrenos. Tengo que estudiarlo más a fondo y por supuesto consultarlo con mis socios. Si le interesa invertir puedo mandarle un informe por escrito dentro de unos días.<br />-Oh, no, el motivo de esta conversación es muy otro. Aunque es posible que necesite un nuevo socio…<br />-¿Y eso?<br />-No encontramos a su amigo Charles, parece que se ha esfumado. ¿Sabe usted algo de su paradero? –Me disparó a bocajarro la preguntita, mirándome fijamente, y volvió a insistir en lo de “amigo”. Pero en ésta ya no le corregí. Había decidido que mi estrategia sería colaborar enteramente con la policía, no ponerme formalista ni quisquilloso. Si se les daba motivos para investigarme a fondo podían sacarme muchos trapos sucios, así lo que me interesaba era dar una buena imagen, de ciudadano colaborador.<br />-Pues no, y se me hace raro, porque en alguna ocasión que se marchó de viaje me dejó las llaves de su apartamento, ya sabe, para que alguien le echara un vistazo, retirara la correspondencia del buzón, etc.<br />-¿Cuándo le vio por última vez?<br />-Verle, verle…no me acuerdo, la última conversación fue por teléfono, hará cosa de mes y medio…o dos meses, no recuerdo bien.<br />-Intente recordar, es importante, si quiere puede consultar este calendario, o su agenda. Necesitamos que sea lo más preciso posible.<br />-Déjeme pensar…Sí, recuerdo que hablamos por teléfono, yo estaba en Madrid, le conté que la inauguración del hotel se retrasaría, no por las obras sino por las licencias y papeleos de la Consejería de Turismo. Ya sabe.<br />-Sí, continúe.<br />-Así que debió de ser en torno a esta semana, -se la señalé en su calendario-. O sea, que hará unos dos meses.<br />-Ya, y ¿él no le comentó nada de que pensara ausentarse?<br />-Quizás por entonces aún no tuviera previsto ir a ninguna parte…<br />-¿Cuál es su relación con él? ¿Cómo le conoció?<br />-Vino a nuestra inmobiliaria, quería comprar un apartamento, pero no para vivir en él, que ya tenía, sino como inversión. Ahí reconozco que yo le convencí para que en lugar de eso, lo invirtiera en nuestra sociedad. Y pasó a ser socio. También es cierto que yo le presenté como amigo mío, en lugar de como cliente, para así capitalizarlo como un éxito mío y fortalecer mi posición dentro de la sociedad. Yo había empezado como un simple empleado, y necesitaba ascender. Dado que los dos éramos británicos, todo el mundo dio por hecho que era así, y en realidad todo el mundo contento, Charles tiene unas acciones que valen más de lo que valdría ese apartamento que pretendía comprar, y la sociedad consiguió una ampliación de capital en un momento muy oportuno.<br />-Ya, y usted llegó a ser consejero delegado…<br />-Sí, pero eso no hacía daño a nadie, al contrario, la inmobiliaria estaba vegetando, y yo la reactivé hasta el punto que hemos construido un hotel.<br />-Le felicito, pero dígame, ¿Su…socio Charles tiene algún teléfono móvil?<br />-No que yo sepa.<br />-¿Y usted?<br />-De vez en cuando lo uso, pero siempre me olvido de cargar la batería. Y el último no sé qué pasó que lo he extraviado, o me lo han sustraído.<br />-¿Y lo ha denunciado?<br />-No, porque estaba apagado, así que nadie podía hacer uso.<br />-De todas maneras debería denunciarlo.<br />-¿Si? Bueno, lo haré.<br />-Y dígame, ¿Sabe usted el origen del dinero de su amig…digo su socio?<br />-No nunca se lo pregunté, ni él me lo dijo. Como comprenderá hubiera sido indiscreto por mi parte.<br />-¿Sabe si…Charles tiene algún familiar?<br />-Pues…sí, algo me dijo de que tiene una hermana en Inglaterra, creo que está intentando que ella venga a vivir a Tenerife.<br />-Creo que es todo por ahora. Es posible que le llamen mis compañeros de Las Palmas, que son los que llevan el caso, o tal vez el juez instructor.<br />-Entonces hay un caso. ¿Puede decirme de qué se trata? ¿Por qué le están buscando?<br />-Lo lamento, pero por ahora no puedo decirle nada más. Simplemente eso, que le estamos buscando, y que ha desaparecido misteriosamente. Gracias por su colaboración.<br /><br /><br />Me estrechó la mano. Yo salí de la comisaría como un zombi, pensando en todo el interrogatorio, intentando deducir de sus preguntas hasta dónde podían saber, estrujando mi cerebro para detectar grietas, trampas. El dinero, los teléfonos móviles, la hermana…Sabiendo que volverían a llamarme, que ahora mismo tendrían pinchados mis teléfonos, por si acaso, que no pararían hasta encontrar lo que buscaban, o algo les hiciera descartarme, o algo más importante recabase su atención…Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com7tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-65652083421161447402009-01-31T23:42:00.004+01:002009-02-01T01:20:39.422+01:00El tuerto. 93: Caronte acecha.No era buena idea quedarse demasiado tiempo en el mismo sitio. Así que a pesar de que me encontraba muy a gusto en aquella tranquila mansión le dije a Rosita que por qué no nos marchábamos al Algarve, como habíamos planeado, y nos confundíamos entre la vorágine de turistas, muchos de ellos británicos como yo. Además, Rosita estaba un poco harta del tráfico de Lisboa, de los atascos y sobre todo de la forma temeraria que tienen de conducir, sin señalizar, cambiando bruscamente de carril, por no hablar de su nulo respeto a los límites de velocidad. Una gente encantadora, pero una vez al volante se transforman en furiosos kamikazes. Y yo con mi brazo manco, apenas un adorno, y con los reflejos embotados por las pastillas, ni de lejos podía soñar, ni apetecer, darle relevo en el volante. <br /><br />Rosita estaba rara, afectuosamente apasionada, como siempre, pero se quedaba pensativa más a menudo de lo habitual, como si su mente volviera a Madrid. También debo confesar que yo no era un acompañante demasiado alegre en aquellas circunstancias.<br />-¿Te preocupa algo? -Le preguntaba, irónicamente, ya que quien debía estar preocupado era yo, pero las pastillitas me proporcionaban un efecto sedante que alejaba la preocupación y me hacía contemplar todo como en la distancia.<br />-No, es sólo que estaba pensando en todo lo que tengo pendiente de la joyería.<br />-Olvida la joyería, deja que Yasmín se ocupe.<br />-También tengo que reincorporarme al colegio.<br />-Pues si quieres regresamos a Madrid.- Propuse, y ella aceptó. Al fin y al cabo me daba igual un sitio que otro, Madrid era un sitio tan bueno como cualquiera para pasar desapercibido mientras me reponía, lenta, demasiado lentamente para mi gusto. Y así fue como el proyectado viaje por el sur de Portugal se quedó en palabras. Me dejé llevar, pasivo y dócil, de regreso a Madrid. Poco importaba el sitio, lo único que deseaba era descansar tranquilo y reponer mi brazo, al menos para poder mover y flexionar con moderada agilidad, pues ya asumía que ese brazo ya nunca sería el mismo. De hecho hice todo el viaje medio adormilado por las pastillas, y ambientado por la suave música Rosita sintonizaba para distraerse durante aquel monótono trayecto.<br /><br />En el piso de la calle Velázquez disfruté unos días de calma externa y sosiego interno. Rosita y Yasmín salían por la mañana temprano, una al colegio, la otra a la joyería, y yo me quedaba plácidamente durmiendo hasta media mañana. Sobrecogido por extrañas pesadillas de las que me despertaba intrigado, y a las que daba vueltas mientras desayunaba un zumo, un café, una tostada, invariablemente y por ese orden. Después salía a la calle, a estirar las piernas, en un deambular que a veces me conducía hasta el parque del Retiro, a sentarme a tomar el sol en algún banco, imitando a los ancianos. Mañanas de jubilado, me decía a mí mismo, mientras me preguntaba, ¿qué pensarán de mi estos viejitos, qué se imaginarán que soy? Porque evidentemente son cotillos, me miraban con atención, alguno se atrevía a sentarse a mi lado, e intentaba entablar conversación.<br />-Hace buen día, ¿eh?<br />-Sorry, I don´t understand.- Le respondía yo indefectiblemente, con mi más cerrado acento londinense, rogando porque el viejo, o la vieja, no fuese angloparlante. Y me dio buen resultado. Pero al final opté por cambiar de itinerario. Y un buen día, contemplando los nuevos cuadros que había pintado Yasmín en sus ratos libres, elegantes paisajes que yo le había comprado para la decoración de mi hotel de Puerto Mogán, se me ocurrió visitar el paseo del Prado.<br /><br />La verdad, hasta entonces no había sido yo muy dado a la pintura, dejando aparte aquel episodio de los cuadros que robamos y finalmente devolvimos por imposibilidad de darles salida. No me parecía útil, ni le encontraba el encanto, más allá de un ligero recreo para la vista, y en mi caso incluso eso estaba mermado, sería más exacto decir un medio recreo para mi media vista. Sin embargo, tal vez mi predisposición había cambiado por las circunstancias, porque en aquella primera visita y en las sucesivas hubo muchos cuadros que me impresionaron, algunos de manera especialmente fascinadora. “El paso de la laguna Estigia”, de Joachim Patinir. <br /><br />Me llamó la atención muy a pesar de su pequeño tamaño, apenas un metro. Pensé que sería un buen paisaje para que lo recreara Yasmín, ese contraste de elementos y colores, el azul oscuro del agua, el blanco algodonoso de las nubes, los matices verdes en ambas orillas…y el fuego en expansión. Pero al leer el título, recordé la mitología griega y de golpe comprendí la metáfora de la muerte que encerraba el cuadro. El barquero no era otro que Caronte, y el fuego…sin duda el fuego del Averno. Sentí una profunda emoción. Ese cuadro era un “memento mori”, y yo realmente había presenciado muy de cerca la crudeza de la muerte, yo mismo a punto de morir, salvado por un maletín “Samsonite”. Pero, ¿porqué Caronte va casi desnudo?, me preguntaba, mirando como hechizado el óleo. Ese detalle me desconcertaba. Tuve que sentarme al caer en la cuenta de lo que significaba. Desnudo irás a la otra orilla. En la muerte ninguna de tus pertenencias te protegerá, ninguna de tus riquezas te aliviará, y ni siquiera tus vestidos impedirán que los gusanos den buena cuenta de ti.<br /><br />Pero ¿por qué me impresionaba precisamente ese pequeño cuadro y no tanto otros que trataban de la muerte de manera más espectacular y cruenta? Sin ir más lejos el de Pieter Bruegel, con título bien explícito, “El triunfo de la muerte”, e imágenes espectaculares, apocalípticas, montañas de cadáveres.<br />Después de reflexionar, llegué a la conclusión nítida: lo que me asusta no es la muerte en sí misma, sino lo que viene después. Ya sea el infierno, o simplemente el vacío, la nada, la inexistencia, el sinsentido.<br /><br />Intenté ahuyentar mis pensamientos contemplando otras pinturas de contenido más alegre, pero fue inútil, ni las majas desnudas, ni las venus, ni las bacanales pudieron cambiar mi estado de ánimo. Tan sólo otro paisaje, el “Embarco en Ostia de santa Paula Romana”, de Claudio de Lorena, con su majestuosa monumentalidad, consiguió que mi vista se perdiera en el brillante infinito del horizonte. Y tal vez esa era otra metáfora de la muerte más tranquilizadora: un horizonte brillante infinito en el que perderse.<br /><br />Esa reflexión sobre la esterilidad de nuestros afanes me hizo intentar lo único que podía darme un poco de calor en medio de esa fría negrura que invadía mi mente: acercarme un poco más a Rosita, tratar de hablar con ella, saber qué era lo que le inquietaba. Así lo hice, y el resultado, tras bastante insistir por mi parte, fue que me pidió que nos diéramos un tiempo de separación, para aclararse, que por supuesto seguiríamos siendo socios, y podríamos vernos, pero que necesitaba su espacio y su tiempo. No sé si también consideraba –porque no lo dijo, pero yo sí lo pensé- que era conveniente que estuviéramos un tiempo separados hasta que se enfriara la investigación por el tiroteo y los cuatro muertos. En cualquier caso no tuve tiempo para muchas disquisiciones, porque a los pocos días recibí una llamada de Luis Tosco.<br /><br />-Verás, es que ha estado aquí la policía, preguntando por tu amigo, Charles, querían saber si conocíamos su paradero. Y después han preguntado por ti, les he dicho que estabas de viaje, pero han insistido en saber dónde, y cuándo regresarías. ¿Qué les digo?<br />-Pues que estoy en Madrid y que regreso dentro de cuatro o cinco días.<br />-¿Qué está pasando? –Me preguntó.<br />-No tengo ni idea, pero no te preocupes, no creo que tenga nada que ver con nosotros; de todas formas en cuanto llegue, antes de ir a hablar con la policía, me reuniré contigo para que me cuentes los detalles, por si acaso podemos deducir de qué se trata.<br /><br />Cuando colgué el teléfono debo confesar que no estaba sorprendido. En realidad era lo lógico. Casi hasta podía reconstruir los pasos por los que habían llegado hasta mí. Lo primero, al ver la droga en la furgoneta, y a poco que identificaran a alguno de los colombianos, habrían deducido fácilmente el tipo de negocio que condujo al fatal desenlace. Supongo que hicieron un peinado entre todos los posibles camellos y traficantes de Gran Canaria. Eso les habría llevado su tiempo, un tiempo precioso para mí, primero para curarme la herida, después para restablecerme. Tuvieron que interrogar a confidentes, consumidores y pequeños camellos, uno por uno. Al ver que en toda la isla no encontraban ninguna pista, extendieron el radio de investigación a las otras, empezando por Tenerife. En algún momento alguien le susurró a la policía el nombre de Charlie. Le buscaron infructuosamente, fueron a su casa, al no encontrarle solicitaron una orden judicial de entrada y registro en su domicilio. Entre sus papeles seguramente encontraron la compra de acciones de “Paradise Real State, S.A.” Tal vez incluso algo de la primera compra del terreno en el que ahora se levantaba mi hotel. En fin, nada serio, nada que no pudiera taponar con una buena y sincera explicación a la policía, que justificase mi relación y mis negocios inmobiliarios con él. Por fortuna, y a pesar de que él insistió muchas veces, yo nunca había frecuentado sus ambientes. No tenían ninguna prueba, de lo contrario no habrían ido a preguntar cuándo vuelvo, habrían venido a detenerme. Todo eso y más me decía a mí mismo para tranquilizarme.<br /><br />No sé por qué extraña asociación de ideas, esa misma tarde de la llamada telefónica, se me antojó comprarme una Biblia, y así como antaño en cierta ocasión me dio por leer en voz alta la “Crítica de la razón pura” en alemán, ahora me dio por recitar Salmos con toda solemnidad: <br /><br />“Tu mano derrotará a todos tus enemigos,<br />tu diestra destruirá a tus adversarios:<br />los convertirás en horno de fuego…<br />…pues han tramado hacerte daño,<br />han urdido intrigas, pero han fracasado;<br />tú los pondrás en fuga<br />en cuanto los apuntes con tu arco”. (Salmos, 21,9)<br /><br />Y en verdad que esas palabras calmaban mi angustia, me proporcionaban la fuerza, el coraje, la serenidad, para enfrentarme a esos esbirros del poder que venían a molestarme por unos asesinos que habían fracasado y lo habían pagado con su vida, merecidamente.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-59809427283942630212009-01-18T14:19:00.002+01:002009-02-01T01:23:44.671+01:00El tuerto. 92: Intermedio en Lisboa.Al cabo de ocho días la inflamación del codo había bajado, el doctor me dijo que ya no había riesgo de infección, ni de que le herida se reabriese, y me quitó los puntos. Pude prescindir del cabestrillo, al menos para moverme en público, así que estuve listo para marcharme de la isla, y cuanto antes lo hiciera mejor.<br /><br />Me despedí de Chaíd con agradecimiento y una mezcla de pesadumbre por no ser capaz de ayudarle a salir de su situación. Su honrada cabezonería me irritaba, pero al fin y al cabo él había elegido su postura y yo debía respetarlo. De todas maneras le dije que si alguna vez necesitaba cualquier cosa de mi, sólo tenía que dejarme un recado en el hotel, y yo le buscaría.<br /><br />A Ivo sí le pude ayudar. A través de Blas, le conseguí un servicio peligroso, de los que a él le gustan: proteger a un empresario del país vasco, amenazado por ETA, que había solicitado escolta oficial y se la habían denegado, así que no puso ningún reparo a tenerle sin contrato ni licencia, sobre todo cuando supo las cualidades de su protector. Realmente no le arrendaba la ganancia al que intentase atacar a ese empresario.<br /><br />Hablé con Rosita por teléfono. No me pareció buena idea reunirnos en la isla, tampoco en Madrid; acordamos que yo volaría directo hasta Lisboa y ella viajaría en coche –dijo que le apetecía conducir su nuevo vehículo, un Mercedes E300 automático- y se reuniría allí conmigo. Después bajaríamos hasta El Algarve, a pasar unos días de descanso. Me encontraba muy débil, sin fuerzas, debido a la pérdida de sangre. Relajarme, tomar el sol, pasear por la playa, tal vez me ayudaría a recuperarme.<br /><br />Me estaba esperando en el aeropuerto, había llegado un par de horas antes que yo. Iba muy elegante, con un vestido de alta firma que no acerté a precisar, un collar de perlas, reloj de oro y brillantes en la muñeca izquierda, pulseras de rubíes en la derecha. Hermosa, sí, pero demasiado llamativa para mi gusto y en mis circunstancias, quizás hubiera preferido algo más discreto. Me besó fugazmente. Pensé que se mostraba un tanto fría y distante como respuesta por el hecho de que yo la hubiera mantenido apartada de todo el asunto. O tal vez estaba cansada después de siete horas de conducir, y seguir haciéndolo porque yo no podía relevarla, mi brazo todavía no estaba para hacer ni el más mínimo esfuerzo. Tomó una gran avenida, Almirante Gago pude leer, toda recta, dejamos un parque a nuestra izquierda. <br />-Han cambiado un poco los planes. –Por fin habló.<br />-Ah, ¿sí?<br />-Vamos a quedarnos unos días en Lisboa; un compañero, profesor de matemáticas en el colegio me ha dejado las llaves de su casa; su mujer es portuguesa.<br />-Qué amable.<br />-Sí, el lo hizo para que no gastáramos dinero en hotel, pero yo pensé que tú también preferirías un sitio tranquilo.<br />-Pues has acertado.<br /> <br />Era una avenida larguísima, siete kilómetros, después cambiaba de nombre, seguía siendo almirante, aunque no recuerdo cuál. Con el denso tráfico nos llevó casi una hora recorrerla. Durante el trayecto, y como le había prometido, le conté todo, sin omitir detalles, con especial hincapié en la providencial intervención de Ivo, y la no menos eficaz actuación del doctor Chaíd. A partir de ese momento se comportó más cariñosa conmigo. Me tomó de la mano en un semáforo, me dio un beso largo. Siguió conduciendo hasta la desembocadura del río Tajo, giró a la derecha, tomó otra avenida, 24 de Julio, continuó cosa de un kilómetro más, dejó atrás un edificio con un rótulo que ponía “Escuela superior de marketing e publicidade”, giró de nuevo a la derecha e inmediatamente entró en un estrecho camino de grava, sin nombre, que iba hasta la verja de un finca. Rosita detuvo el auto sin parar el motor, sacó unas llaves, bajó, abrió la verja, y condujo finalmente el coche hasta una rotonda, al pie de la entrada principal. Recuerdo cada detalle de sus gestos porque estaba asombrado, sorprendido del lugar, una lujosa y sin embargo discreta mansión, toda rodeada de árboles que resguardaban de cualquier mirada curiosa, con jardín y una piscina rectangular. O tal vez fuera que mi mente quería abandonar por completo cuanto había dejado atrás, en la isla, y para ello se aferraba a este nuevo lugar, a cada detalle, a cada matiz del color de las hojas de los árboles, a los reflejos del sol en el azul de la piscina, a la cálida humedad del aire, a la solidez de la construcción a base de piedra y ladrillo.<br /><br />-¿Cómo has sabido llegar hasta aquí sin consultar ni titubear?<br />-Mi amigo me hizo un plano para venir desde el aeropuerto, y lo memoricé, en realidad es muy fácil. Entremos a echar un vistazo.<br />-Pues vaya con la casita de tu amigo…<br />-¿Te gusta? En realidad era de los suegros, ahora es herencia de su mujer y su cuñado, pero aún no se la han repartido, ni la han vendido; y por lo visto la usan indistintamente. Creo que mi amigo me la ha prestado también un poco por fastidiar al cuñado…<br /><br />El interior no desmerecía en absoluto del exterior. Enorme salón, muebles de gruesa madera, sillones de cuero, numerosas habitaciones y cuartos de baño, con grifería antigua pero aún reluciente. Todo vetusto, señorial, que había presenciado con dignidad el paso del tiempo.<br />-Pues los viejos debieron ser unos cuidadosos perfeccionistas, porque a pesar de los años está todo impecable. Lo único que me pregunto es por qué no vive aquí el cuñado.<br />-El tipo trabaja en Oporto, así que no puede hacer uso más que una o dos semanas al año.<br />-Pues qué despilfarro…<br /><br />Nos instalamos cómodamente. Yo desde luego me sentí desde el primer momento mejor que si estuviera en mi propia casa. Tenía la sensación de seguridad, de que allí nadie que yo no quisiera me encontraría, y al mismo tiempo de libertad, de provisionalidad, de poder abandonar el lugar en cualquier momento. En ese instante tomé conciencia de que cuando eres dueño de algo, ese algo también se convierte de algún modo en propietario de ti, se te mete dentro, te posee. Me vino a la mente Rosita y su reciente pasión por el lujo; tal vez fueran figuraciones mías, pero se me antojaba que se había metido tanto y tan brillantemente en aquel papel de la caraqueña…que el personaje se le había metido dentro y en cierta forma se había apoderado de ella. <br />-A propósito, -le dije- para movernos por Lisboa prefiero que alquilemos un coche más discreto con matrícula portuguesa, y dejemos tu precioso auto descansar a la sombra de estos árboles…-Nada me respondió, lo aceptó calladamente, como si comprendiera lo acertado de mi petición pero le molestara reconocerlo. <br /><br />Durante los días siguientes paseamos por lugares emblemáticos pero tranquilos: el Jardín de la Estrella, el Botánico, el Jardín de Ultramar, El Parque del Monsanto. Después, a medida que –gracias a los sabrosos platos de bacalao, cada día en una receta diferente, y gracias al vino verde- fui recobrando mis fuerzas, nos alejamos más y más, hacia la costa, hacia Estoril, Cascais, hacia la luminosidad. Por supuesto visitamos el casino, yo no aposté, me limité a observar y grabarlo todo en mi mente, a aprender para cuando se inaugurara mi pequeño casino de Puerto Mogán.<br /><br />Leía los periódicos españoles, que conseguía en el kiosko de un centro comercial. Buscaba, claro está, alguna noticia sobre cómo iba la investigación del caso que a mi me afectaba. No encontré ninguna mención, pero no supe interpretar si eso era bueno o malo. La verdad es que, salvo en los momentos que lograba distraerme con algo (por ejemplo en el casino), y a pesar de que tomaba dosis moderadas de ansiolíticos, mi cerebro trabajaba sin cesar sobre las consecuencias de aquel tiroteo. Imaginaba cuáles serían los pasos de la policía. Tenía claro que un suceso de tal envergadura, con cuatro cadáveres y una furgoneta con droga de pésima calidad, sería objeto de una exhaustiva investigación, no me hacía ilusiones. Lógicamente las pesquisas se orientarían hacia los traficantes de las islas. La cuestión era cuánto tardarían en escuchar el nombre de Charlie, y si después que comprobaran su ausencia perseguirían ese hilo hasta llegar a mi. <br /><br />Por las noches tenía pesadillas recurrentes. Los somníferos me inducían un sueño pastoso, enfangado y soporífero, y atenuaban los síntomas físicos de las pesadillas, el sudor, la agitación, el pánico, pero mi mente no descansaba, volvía una y otra vez a los instantes en que me disparaban, y construía imágenes en las que me veía rodeado de policías, detenido, esposado, interrogado, encerrado en un oscuro calabozo, rodeado de criminales entre los que había uno especialmente al que los demás llamaban “Corbacho” con una mezcla de respeto y temor reverencial.<br /><br />Realmente llegué a intuir, más aún, a comprender, porqué hay tantos criminales que prefieren entregarse a la policía, a la justicia, confesar, sufrir el castigo y así terminar con la ansiedad, el temor y la incertidumbre. Yo mismo, creo que si una de esas noches se hubiera presentado un policía en mi cuarto, grabadora en mano, le hubiera regalado una confesión completa con tal de volverme a dormir libre de inquietud. Sí, a veces es preferible la certeza del castigo que la incertidumbre de la huida perpetua.<br /><br />Los mejores momentos eran por las mañanas, desayunando en el jardín, contemplando el suave agitarse de las hojas de los árboles a plena luz del sol. Cuando mi cuerpo todavía experimentaba la relajación del somnífero, y mi mente disfrutaba del alivio de sentir que las pesadillas habían quedado atrás, sepultadas en la oscuridad de la noche. Entonces encontraba la serenidad suficiente para decirme a mí mismo, como esos drogadictos en fase de rehabilitación: aguanta un poco más, sólo un día más, y la angustia irá disminuyendo.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-62106621680533789972009-01-09T19:03:00.001+01:002009-01-09T19:04:56.679+01:00El tuerto. 91: situación kafkiana.Me encontraba muy quebrantado, de cuerpo y espíritu. Se había disipado la euforia tras el éxito de la operación, y en su lugar había dejado una especie de resaca en mi cabeza. El brazo me dolía como si el diablo se hubiera hecho cargo de él, en prenda o a cuenta de sus futuros derechos sobre mi alma o mi cuerpo, lo que fuese que debía sufrir el castigo por mis muchos errores. En el pecado –dicen- está la penitencia. Ese era, ni más ni menos, mi caso. Triste por la pérdida lamentable de Charlie, mi último amigo de los viejos tiempos, cómplice de fechorías desde la adolescencia, fiel y leal compañero. Sin embargo, su empeño en subir por encima de sus posibilidades le acababa de costar la vida en un estúpido incidente. Eso me llevó a una reflexión sumaria, y me prometí a mí mismo que jamás intentaría navegar en aguas demasiado profundas y procelosas para la envergadura de mis naves. Pero los propósitos son unos, siempre los mejores, y los hechos al fin son los que son.<br /><br />Tomé un par de cápsulas de “adolonta” y al cabo de un rato el calvario se transformó en una molestia permanente pero soportable. Mi cabeza empezó a funcionar, tuve claro que Charlie debía seguir los pasos de Philip, es decir, se reuniría con él en las profundidades del Atlántico. Instruí a Dimitri sobre cómo debía proceder y lo que debía comprar, especialmente los cinturones de pesas. Alquiló dos vehículos (no quise tener ningún contratiempo más de movilidad), una furgoneta para trasladar el cadáver, y un turismo para los desplazamientos que necesitáramos. También alquiló una barca con motor en el puerto de pescadores. El dueño, un viejo y curtido pescador que al parecer complementaba sus exiguas capturas marinas con el subsidio de desempleo hasta su ya cercana jubilación, no hizo ninguna pregunta, se limitó a recibir de buen grado los billetes que le permitirían regalarse una alegría extra. <br /><br /><br />En mitad de la noche trasladaron a la barca el cadáver envuelto en una manta del hotel, junto con los dos subfusiles y los dos revólveres que se habían utilizado y por tanto era imprescindible hacer desaparecer. Tan sólo nos quedamos con mi revólver, la pistola de Charlie (ambos pasaron a poder de Ivo), y el fusil de precisión que fue guardado en un armario con doble fondo en el cuarto del gerente del hotel, del que por ahora sólo yo tenía llave. Con las primeras luces del alba Marco y Dimitri se hicieron a la mar. Me hubiera gustado acompañarles y en honor a Charlie disparar algunas salvas antes de sepultarle, hacer que pareciera un acto solemne. Pero Ivo salió a buscar al doctor y yo debía quedarme a esperar su visita y recibir la cura.<br /><br />La herida evolucionaba normalmente a pesar del dolor, no había infección, no había fiebre. Tan pronto regresaran Marco y Dimitri de su expedición marina, les ordenaría que regresaran a Madrid en el primer avión y se reincorporaran a su trabajo en Esparta, S.A. De Ivo no podía prescindir porque necesitaba un chofer. El serbo bosnio había demostrado ser un hombre de recursos muy variados y eficaces para todo tipo de situaciones, y además no tenía que reincorporarse a ningún destino, puesto que no figuraba de alta.<br /><br />Rosita me llamó para saber cómo iba todo, y se ofreció a volar hasta Las Palmas para hacerme compañía, pero yo rehusé por el momento. Las cosas no estaban en absoluto calmadas y no necesitaba más gente, sino menos, en el hotel. Ya de hecho nos habíamos trasladado a la última planta, a las habitaciones del fondo, para hacer que nuestra presencia fuera lo más discreta posible. Y desde luego, mientras estuviera acompañado por alguno de los hombres no permitiría que Rosita se reuniera conmigo.<br /><br />El doctor Chaíd desinfectó y volvió a vendar la herida. Era muy hábil y cuidadoso en todo lo que hacía. Me sentí muy agradecido hacia él, de modo que quise saber cuáles eran esos problemas que tenía con su documentación, por si acaso podía devolverle el favor. Me extrañaba que siendo médico, y a su edad, viviera sólo en una pensión muy modesta. Lo que pude comprender y entresacar de su historia, teniendo en cuenta su extraña forma de narrar, sus circunloquios, sus elipsis, y mi desconocimiento del contexto histórico-político al que se refería, es lo siguiente:<br /><br />Había nacido, vivido y trabajado de médico en El Aaiun, capital del Sáhara Occidental, cuando ese territorio estaba bajo mandato español, para ser exactos no era una colonia, sino una provincia española más, y sus habitantes gozaban de los mismos derechos. “Yo tenía mi pasaporte y mi documento nacional de identidad español”, me subrayó, e insistió: “soy español, y mis hijos son españoles”.<br /><br />En 1976, meses después de que Marruecos invadiera el Sáhara, Chaíd se desplazó al desierto para ayudar como médico en los campos de refugiados saharauis. Su mujer y sus hijos salieron hacia las islas Canarias. Pasó un año con los refugiados. Al final, no pudiendo resistir la nostalgia de su familia, terminó marchándose también a Canarias, donde algunos años viviendo y trabajando como médico, siempre con su documentación española.<br />En 1980, al ir a renovar el documento nacional la policía se lo confiscó. Le dijeron que tenía que presentar un certificado de nacimiento. Lo solicitó al Registro Central, pero sus datos no aparecían. Las autoridades españolas, al abandonar el Sáhara, se supone que habían traído consigo los libros de registro civil. Sin embargo su certificado no existía, o no lo encontraban, o había sido destruido. Intentó presentar certificados de su matrimonio, y de nacimiento de sus hijos, pero no se lo admitieron como prueba de su nacionalidad de origen. Más tarde al ir a renovar su tarjeta de la seguridad social, le ocurrió exactamente lo mismo, sus datos también habían sido borrados. Asustado, contempló el último documento que le quedaba, su antiguo carné de médico. Acongojado, se dirigió al Colegio Oficial de Médicos, para verificar sus datos, y descubrió horrorizado que tampoco allí tenían noticia alguna de su existencia. Poco después, en el hospital donde trabajaba, se enteraron de su irregular situación, y le amenazaron que o pedía la baja del servicio, o le denunciarían por delito de intrusismo profesional. En una sus múltiples gestiones ante la policía, uno de los funcionarios, tal vez por compasión, o acaso por quitarse el problema de encima, le aconsejó que legalizara su situación pidiendo un permiso de residencia…como inmigrante marroquí en España. Chaíd rechazó indignado la sugerencia. “Eso supondría reconocer que no soy español”, apostilló. Más tarde, su mujer, cansada de la penosa situación que arrastraban, y enfadada con Chaíd por haber rechazado la humillante salida que le ofrecían, se separó de él. Se vio entonces sin pasaporte, sin documento nacional, sin titulo de médico, sin esposa, sin hijos. Lo había perdido todo…menos la dignidad, según él. Intentó entonces contratar un abogado que planteara su caso ante los tribunales, pero al no tener dinero, ningún picapleitos aceptaba el difícil encargo. Cuando por fin tuvo la inmensa suerte de tropezar con un letrado que de forma altruista se ofreció a representarle, se encontró con otro problema: para que el profesional le representara tenía que otorgar un poder, bien ante notario, bien ante el propio juzgado, pero para eso necesitaba un documento que acreditase su identidad, ya fuese pasaporte, documento nacional, permiso de residencia o permiso de conducir. Nada de eso tenía Chaíd, así que se quedó con abogado pero sin pleito que rascar. Era la pescadilla que se muerde la cola.<br /><br />Y así estaba, dolido, resentido, dispuesto a morir de hambre o de miseria y que la culpa de la infamia cayera sobre las autoridades españolas. De vez en cuando hacía chapuzas en la economía sumergida, para sobrevivir malamente. La verdad, a mi me costaba mucho trabajo creer la historia, no tanto que el gobierno español hubiera sido capaz de tamaña injusticia, ya que mi desconfianza hacia los poderes públicos es innata, sino más bien me costaba comprender la cabezonería de Chaíd al no aceptar aquel permiso de residencia que le ofrecían. Por un instante incluso pasó por mi mente si todo aquello no sería la fantasía de su mente paranoica, traumatizada por la guerra del Sáhara. Supongo que algo de mis pensamientos intuyó Chaíd, ya que sacó su cartera y me mostró un viejo y gastado carné del Colegio Oficial de Médicos, con una fotografía desvaída pero en la que aún se podía reconocer un Chaíd joven, inteligente, vital, dinámico, ilusionado y brillante. En ese momento ya no tuve ninguna duda de la total y brutal exactitud de su historia.<br /><br />-Me gustaría ayudarte, Chaíd.- Le dije. –Pero no sé cómo. Lo único que podría ofrecerte es un pasaporte falso…español, por supuesto. Pero me temo que eso no lo aceptarás. – Y por primera vez en aquella tarde noche, le vi sonreír abiertamente, supongo que gozando de manera efímera de la superioridad moral que poseía frente a mí. En ese momento entró Ivo en la habitación.<br />-Han regresado los pescadores.<br />-¿Ha ido bien la pesca? –Pregunté.<br />-La mar en calma y el viento favorable.<br />-Magnífico, ¿llevas al doctor donde él te pida?<br />-Con mucho gusto.<br /><br />Cuando subieron Marco y Dimitri, confirmándome lo que me había anticipado Ivo, les comuniqué mi decisión de que abandonaran la isla y regresaran a Madrid. Pero de uno en uno, por si acaso.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-91112027882000563692008-12-31T19:30:00.010+01:002009-01-01T21:48:46.410+01:00El tuerto. 90: Doctor Chaid.-¿A dónde vamos? –Preguntó Ivo.<br />-Al hotel.<br />-Pero tenemos que llevarte a un hospital.-Protestó Marco.<br />-Nada de hospital. ¿Qué pretendes, que me lleven a la cárcel? Dame el teléfono móvil. –Llamé a Rosita. Por la hora deduje que ya debía haber llegado a casa. Me atendió Yasmín. Traté de aparentar normalidad, pero me dolía mucho el brazo, creo que no pude evitar que mi voz sonara débil, contenida, tratando de no gemir por el sufrimiento. Me pasó con Rosa.<br />-Hola cariño, ¿cómo estás?<br />-Bueno, más o menos bien. Escucha, necesito que me hagas un favor.<br />-¿Qué ha ocurrido?<br />-Ahora no puedo contarte, y menos por teléfono, pero no te preocupes, nada grave. Sólo que necesitamos un médico, ¿me entiendes? Uno que no haga preguntas. No podemos ir al hospital. Había pensado que tu amiga la enfermera debe conocer alguno que esté dispuesto a hacernos ese favor y que viva aquí, en Gran Canaria. Por supuesto se le pagaría bien…<br />-Pero Gaby ahora vive en Tenerife.<br />-Ya lo sé, ¿pero no me dijiste que antes había trabajado en Las Palmas?<br />-Si.<br />-Pues entonces seguro que conoce a algún médico de aquí.<br />-Vale, la llamaré ahora mismo. –Y colgó.<br /><br />Dimitri conducía con prudencia el Ford Escort, sin hacer maniobras bruscas ni peligrosas, pero a buena velocidad. Estábamos ya en las afueras de Las Palmas. Mi dolor iba en aumento, era ya insoportable. Sentí miedo, de perder el conocimiento, no de morir, pues sabía que la herida no era mortal. Estaba empapado de sudor, un sudor frío.<br />-Necesito algo para este dolor, así no puedo ni pensar.<br />-Para en una farmacia.-Dijo Ivo.<br />-¿Qué vas a hacer?<br />-Tú tranquilo. Esperadme con el coche a la vuelta de la esquina, no tardaré.<br />- Este tío va a atracar la farmacia.- Dijo Marco. Yo no tenía fuerzas para decir nada, mucho menos para oponerme. A los dos minutos volvió con una bolsa de plástico llena de medicamentos.<br />-Arranca.-Dimitri salió a buena velocidad, pero siempre sin estrépito, sin llamar la atención, y volvió a girar en la primera esquina. Ivo sacó dos cajas de la bolsa de plástico. Una contenía ampollas, la otra jeringuillas desechables.<br />-¿Qué es eso?<br />-Morfina. Dimitri, cuando puedas paras en un sitio discreto.<br /><br />Dimitri se salió por una vía de servicio y paró en una gasolinera tipo autoservicio. Mientras él repostaba, Ivo cargó una jeringuilla y me inyectó la morfina en el brazo. A los pocos segundos experimenté un inmenso alivio. Por lo menos ya podía pensar con serenidad<br />-¿Dónde has aprendido esto?<br />-Joder, en la guerra…<br />Seguimos viajando en dirección a Puerto Mogán. El teléfono tardaba en sonar. Pasó una media hora, después otra media más. Llegamos al hotel. Afortunadamente por la noche no había absolutamente nadie. Por el día venían distintos empleados, a terminar los últimos retoques, a realizar limpieza, o aprovisionar de víveres y bebidas la despensa y el frigorífico del hotel, para cuando se celebrara la esperada inauguración. Pero por la noche sólo yo, en calidad de dueño, tenía las llaves del hotel. Así que por ese lado no habría problema, tendríamos todo el hotel para nosotros, y toda la tranquilidad y discreción que necesitábamos. Lo primero que hice fue guardar el maletín que me había salvado la vida, conteniendo los cinco millones de dólares, en la caja fuerte del hotel. Aproveché para sacar algo de dinero en pesetas, un par de millones que me guardé en el bolsillo de mi cazadora. Por fin sonó el teléfono.<br /><br />-Siento la tardanza pero a mi amiga le ha costado tiempo localizar a tu médico a estas horas.<br />-Ya imagino, ¿pero lo ha conseguido?<br />-Sí, más o menos.<br />-¿Qué significa eso?<br />-Pues que el tipo es médico, pero no puede ejercer legalmente, no tiene los papeles en regla. La policía le ha retenido la documentación porque es saharaui, pero el dice que se considera español. Es una larga historia. ¿Te servirá?<br />-Si sabe medicina me servirá.<br />-Pues tenéis que ir a buscarle a la pensión donde se aloja, porque tampoco tiene permiso de conducir; la pensión se llama “Tres esquinas” y está en Arucas. Ah, él se llama Chaid.<br />-Dale las gracias a Gaby, y dile que también habrá una gratificación para ella.<br />-Vale, cuídate.<br /><br />-A ver chicos, hay que ir a recoger al doctor a una pensión de Arucas. El problema es que no podemos usar el Ford. Habrá que deshacerse de él. A estas horas la policía ya está en el lugar del tiroteo. No sabemos si algún testigo ha podido dar la descripción del coche, puede que ya lo estén buscando en los controles de carretera. En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a circular con él.<br />-Yo puedo conseguir otro coche en cualquier momento.- Espetó Ivo con aplomo.<br />-No lo dudo, pero no me gusta mucho esa opción de viajar en un coche robado. En cualquier control rutinario podrías caer. En fin, me temo que no tenemos otra opción, a estas horas no es posible alquilar uno, y yo no puedo aguantar hasta mañana con la herida.<br />-No te preocupes, yo sé cómo tengo que actuar si me tropiezo con la policía...-Dijo enigmáticamente. No quise preguntar qué pretendía decir.<br />-Vale, entonces Ivo traerá al doctor y nosotros nos quedaremos quietecitos.<br />-Escucha, lo mejor sería aprovechar para deshacernos del Ford. Puedo conducirlo por ejemplo hasta San Bartolomé, en el centro de la isla, dejarlo correctamente aparcado en cualquier calle donde no llame la atención, y unas calles más allá conseguir otro coche.<br />-De acuerdo, en ese caso hay que sacar el cadáver del maletero. Lo colocáis en una de las habitaciones y mañana ya decidiremos lo que hacer con él.<br /><br />Mientras esperaba al doctor, me quedé medio adormilado. Entré en una especie de semiinconsciencia en la que revivía y analizaba los sucesos acaecidos en forma de sueño, y en la que yo mismo me decía “esto es una pesadilla”. Ignoro lo que significaba, si era el deseo de despertar y descubrir que todo era un simple producto de la actividad onírica, un mal sueño, o si estaba definiendo la realidad con ese abrumador sustantivo, y de algún modo mentalizándome para lo peor. O ambas cosas. Mi mente se iba por todos los derroteros, hacia atrás, analizando lo ocurrido; hacia delante, imaginando caminos, posibilidades, soluciones. Cómo librarnos del cadáver.<br /><br />Sin abrir los ojos, fui consciente de que alguien manipulaba mi brazo. Sentí un pinchazo, después otro, y un tercero. Más tarde supe que el médico me inyectó antibióticos, anestésicos, antihemorrágicos, antiinflamatorios. Hizo un trabajo de artesanía, como en sus viejos tiempos veinte años atrás en los campamentos del Frente Polisario en el Sáhara. Con una habitación de hotel como improvisado quirófano, sin más ayuda que Ivo, abrió la herida con el bisturí, extrajo el proyectil incrustado entre húmero y radio, reparó el hueso dañado lo mejor que pudo, recolocándolo y quitando las astillas, drenó sangre y líquido sinovial, cerró la herida, suturó con veinte puntos, y finalmente colocó un vendaje. Sentí unas palmaditas en la mejilla y una voz de grave suavidad que me decía:<br />-Vamos, despierta, ya estás operado amigo.<br /><br />Abrí los ojos con una sensación de bienestar, de euforia, nada me dolía y sabía que todo había ido bien, al menos razonablemente bien. Por las rendijas de la persiana se filtraba la claridad del día.<br />-Escúchame amigo, has tenido mucha suerte, ahora estás fuera de peligro. ¿Me comprendes lo que te estoy diciendo?<br />-Sí doctor.- Asentí con la cabeza. Nos miramos a los ojos. El doctor tenía un rostro venerable, anciano, triste, amable, dulce, depurado por el sufrimiento serenamente aceptado. O no sé si era la morfina la que me hacía percibir todo aquello, pero intuí que era una buena persona y sentí una inmensa gratitud hacia él.<br />-He podido salvar el brazo, un poco más y hubiera empezado a gangrenarse. También has estado en peligro de morir desangrado, o por la infección. Pero he llegado a tiempo. De todas formas no te hagas ilusiones, has perdido un trocito de hueso, y aunque soldará bien, dudo que puedas mover el brazo como antes, y mucho menos hacer esfuerzos.<br />-No importa doctor, muchas gracias. Estoy seguro que en un hospital no lo hubieran hecho mejor. Ivo, alcanza mi cazadora y dale al doctor su dinero.<br />-Gracias, en la mesilla les dejo los medicamentos que tiene que tomar, y la pauta. Dentro de unas horas, cuando le vuelva el dolor, que tome una cápsula de “adolonta”, no le inyectes más morfina, podría enmascarar una complicación, y además acostumbrarse. Vendré mañana por la tarde para desinfectar la herida y cambiar el vendaje. Ahora descansa, amigo.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-20815303897559960332008-12-21T15:32:00.013+01:002008-12-21T16:55:58.187+01:00El tuerto. 89: La misiónEl primer paso era encontrar a los hombres adecuados para encarar el trabajo, mejor dicho: la misión, porque de eso se trataba. La plantilla de Esparta S.A. contaba con numerosos candidatos, entre los que no me fue difícil seleccionar a los mejores.<br /><br />Ivo, un exguerrillero serbo bosnio de treinta años, con una endiablada puntería que ejecutaba en una doble especialidad: era un buen francotirador, que había practicado mucho en Sarajevo, con fusil de larga distancia y mira telescópica; y sobre todo era un excelente tirador instintivo y ambidextro, capaz de disparar dos pistolas a la vez, una en cada mano, y acertar un noventa y cinco por ciento. Con esas cualidades, algún defecto había de tener: estaba loco, era un alcohólico y un psicópata paranoico, un individuo indisciplinado e imprevisible, casi imposible de controlar. Había conseguido huir de Bosnia nada más terminar la guerra. Intentó enrolarse en Francia, en la legión extranjera…Y le habían rechazado precisamente por sus desequilibrios mentales. Viajó a Madrid, donde le habíamos librado de la cárcel, acusado de un delito de agresión. Teo le había reclutado para la empresa, pero no figuraba oficialmente en la nómina, ya que no tenía sus papeles en regla. Probablemente su pasaporte era falso (como el mío, al llegar a España), y sin duda le buscaría la justicia Bosnia, tal vez incluso el Tribunal de La Haya. Así que cobraba su nómina en dinero negro y prestaba sus servicios de escolta de manera disimulada bajo la figura de chofer o simplemente de acompañante. Los clientes, sus protegidos, no solían soportarle mucho tiempo sus excentricidades. En aquel momento no tenía asignado ningún servicio.<br /><br />Si alguien podía controlar a Ivo ese era Dimitri, un exmilitar ucraniano, de Kiev. Pasaba de los cincuenta, con abundantes entradas y prominente barriga. Sin embargo era el único al que Ivo respetaba, precisamente por ser su polo opuesto. Dimitri era calmado, astuto, prudente, sabía imponer su autoridad con la sola mirada de sus ojos grises, fríos. Había estado en Afganistán en los primeros años ochenta, cuando todavía formaba parte del glorioso ejército soviético. Conocía, pues, todas las tácticas guerrilleras, las había combatido y la prueba de su eficacia es que había sobrevivido. Confiaba en su instinto para el buen fin de la misión.<br /><br />Marek, un polaco al que todos llamaban Marco, a la española. En realidad no tenía preparación militar ni policial, su profesión en Polonia era ingeniero, pero en España no había encontrado trabajo en su especialidad y se había reconvertido a las tareas de vigilante de seguridad. A pesar de poca experiencia, lo elegí porque en las pruebas de tiro resultó ser también un excelente tirador, sin llegar a la altura de Ivo. Además, tenía buen carácter, era laborioso, leal, muy inteligente, un hombre de recursos. En suma, podía actuar de elemento integrador en el equipo y había demostrado que en un momento necesario podía servir para todo.<br /><br />El segundo paso era informarles de la misión a realizar y conseguir que aceptaran. Les dije la verdad desde el principio:<br />-Chicos, se trata de que nos deis protección a mi amigo y a mi, en una digamos entrevista o reunión que vamos a tener con unos individuos que pueden ser peligrosos. De momento no puedo entrar en detalles, se trata de un trabajo ilegal, no estaréis por cuenta de la empresa, sino mía, por tanto es voluntario. A cambio estará muy bien pagado. Medio millón de pesetas a cada uno por apenas unos cuantos días de preparación, estar disponibles, y una operación que en sí apenas durará unos minutos. Por supuesto no se trata de ningún robo, sino al contrario, de que no nos roben a nosotros, es lo único que os puedo decir. A los que aceptéis se os contarán los detalles con antelación y podréis incluso dar vuestra opinión, sin que ello signifique aceptarla.<br /><br />Naturalmente no hubo que hacer ningún esfuerzo para persuadir al loco Ivo, estaba deseoso de acción. De hecho era el aburrimiento lo que le mataba y le hacía consumir alcohol en grandes cantidades. Tan pronto supo de la operación se mantuvo sobrio y concentrado. En cambio el prudente Marco no quería involucrarse en nada ilegal. Tuve que vencer su resistencia doblando la cantidad a percibir por cada uno de ellos, un millón de pesetas. Dimitri, además, como buen militar quería tener el mando operativo.<br />-Tú estarás al mando de Ivo y Marco,-le respondí- pero la operación es de mi amigo y mía.- Dimitri asintió. De hecho fue de los tres al primero que le conté los detalles de la misión, tan pronto llegamos a las islas Canarias y estábamos instalados discretamente en cinco habitaciones de mi hotel en Puerto Mogán, ya terminado y habitable, si bien todavía no estaba abierto al público por cuestiones de papeles y licencias de apertura.<br /><br />Estudie con Dimitri el material necesario y a través de Esparta hicimos la compra: armas, munición, chalecos antibala. Para disparar a dos manos Ivo prefería que fueran revólveres, ya que no precisan montar; en caso contrario tendría que llevar las pistolas ya alimentadas, es decir, el cartucho ya en la recámara, con el riesgo que ello suponía de disparo accidental. Mostró su deseo de llevar dos Colt 45, pero aquí no se encuentran armas de esa marca y calibre, tuvo que conformarse con Astra 38 especial. Yo también escogí un revólver, ya que llevaría la mano izquierda ocupada con el maletín y tampoco podría montar el arma. A Charlie le conseguimos una pistola BUL M5 de 9 mm. Y para Marco y Dimitri, que nos cubrirían desde la retaguardia, conseguimos dos subfusiles HK Calibre 45. Por si acaso, compramos también para Charlie un fusil de precisión, Stoner SR25, con mira telescópica.<br /><br />Los chalecos eran de tipo militar, tamaño largo, con protección de cuello, costado y pelvis. Menos mal que era invierno, porque si no nos hubiéramos asado. Por encima, para disimular, usaríamos unas cazadoras de tela impermeable, muy ligeras.<br /><br />Elegidos los hombres y el material, la tercera parte consistía en elaborar un procedimiento que nos garantizase la seguridad, o al menos que redujese al mínimo los riesgos. Dimitri apuntó que lo esencial era elegir nosotros el sitio donde se efectuaría la entrega, un lugar que pudiéramos vigilar, limpiar previamente, y colocar a los hombres en lugares estratégicos, donde su rendimiento fuera el óptimo, por ejemplo a Ivo, el francotirador, en un emplazamiento elevado, en el cual su eficacia fuera máxima.<br /><br />Estuve plenamente de acuerdo, pero fijar el lugar de encuentro supuso una ardua negociación con los colombianos. Ellos pretendían que fuéramos a buscar la mercancía al barco donde la tenían almacenada, el cual estaría navegando a corta distancia de la costa, y cuyas coordenadas nos darían horas antes de la entrega. Nos negamos rotundamente, ni siquiera hubo dudas en ninguno de nosotros, era evidente que de esa forma estaríamos totalmente vendidos, en alta mar, y a merced de un barco que no sabíamos de cuántos hombres y armas dispondría.<br /><br />Yo no tenía prisa en concretar, porque aún estaba gestionando el cambio de divisa, de pesetas a dólares. Propusimos a los narcos que la entrega se hiciera en una nave del polígono industrial “El sebadal”, colindante al Puerto de Las Palmas. Un sitio perfecto para nosotros, ya que podríamos instalar cámaras de vigilancia, controlar los movimientos de los colombianos e inclusive apostar a Ivo de forma que tuviera a tiro tanto el interior como el exterior, a través de una ventana que dominaba la salida.<br />Pero aquí fueron ellos los que rechazaron sin contemplaciones la propuesta. Si no queríamos ir al mar, dijeron, tendríamos que ir al menos al muelle pantalán, donde fondearía provisionalmente el barco. Podríamos ir con una furgoneta hasta el inicio de la dársena, y allí, con un carrito hacer el trasvase del material.<br />El Charlie estaba de acuerdo, yo me quedé dudando, pero Dimitri, siempre cauto, se negó. Nada de acercarnos a ese barco, ni siquiera a la dársena, es el lugar ideal para que nos preparen una encerrona, sentenció, y al instante le comprendí. En efecto, un lugar estrecho, con yates y mar a ambos lados, mientras lo transitáramos seríamos un blanco fácil, aparte que podían tener una segunda embarcación desde la que atacarnos por sorpresa.<br /><br />-Si quieren que la saquen ellos del barco y de la dársena. –Le dije a Charlie, para que a su vez se lo transmitiera a los colombianos.- El punto de reunión será un lugar neutral, el recodo del muelle, donde enlaza con la calle Luis Doreste. Allí hay una explanada discreta, con aparcamientos. Que vengan con la furgoneta cargada, una furgoneta de alquiler. Tú, Charlie, compruebas la mercancía, la calidad y la cantidad, ellos nos entregan las llaves de la furgoneta y les damos el dinero. Así no hay que descargar y cargar. Nosotros devolveremos la furgoneta a la empresa de alquiler. Sencillo, ¿no? Es nuestra última propuesta, si no aceptan se terminaron las negociaciones, no hay trato. Ah, y que venga personalmente tu contacto, el representante del cártel. ¿Cómo se llama?<br />-Corbacho.<br />Aceptaron.<br />El día fijado, minutos antes de la hora señalada, llegamos a la explanada en un solo vehículo, un Ford Escort 16 válvulas. Nos situamos en el fondo del recodo, mirando a la entrada; a nuestra izquierda un muro nos separaba de la avenida Bethencourt, se oía el tránsito de coches; a la derecha otro muro, y a nuestra espalda una abertura de unos tres metros que daba a un camino de tierra paralelo al mar, entre el muro y la escollera: nuestra puerta de escape en caso de necesidad. Con el motor en marcha bajamos Charlie y yo. En mi mano izquierda el maletín con el dinero, un “samsonite” de acero, atado con una cadena y un candado a mi muñeca, para evitar que me lo arrebataran. Al volante Marco, su metralleta pasó a reposar en el asiento del copiloto. Detrás permaneció Dimitri, con el subfusil en las rodillas. Ivo, nervioso, salió también a estirar las piernas. La explanada estaba casi vacía, a aquella última hora de la tarde sólo quedaban un par de coches, seguramente de algún rezagado trabajador del muelle. Esperamos cosa de media hora, nos estábamos impacientando.<br /><br />-Si no aparecen en diez minutos nos largamos.-Le dije a Charlie. En ese momento los vimos entrar, delante un Renault 21 con las luces ya encendidas. Detrás la furgoneta. Subimos todos al coche y nos acercamos a ellos, en mitad de la explanada, para no quedar encerrados y no perder de vista la trasera de la furgoneta. Charlie y yo nos adelantamos, Ivo se quedó de pie con la portezuela abierta, los otros dos dentro. Charlie saludó a uno de los tipos y me lo presentó.<br />-Este es Leocadio, el lugarteniente de Corbacho.<br />-Yo soy Ralph.- Dije, recurriendo a mi antiguo nombre de guerra. No me gustó el tipo, sonreía demasiado sin venir a cuento, me pareció falso.- ¿Pero dónde está Corbacho? Quedamos en que vendría.<br />-No ha podido ser, la policía le está siguiendo los pasos y hubiera sido temerario.<br />-Esto no es lo acordado.<br />-Lo que importa es que trajimos hasta acá la mercancía, como ustedes querían. Espero que hayan traído la plata.<br />-Por supuesto, ¿qué cree que tengo si no en el maletín?<br />-Queremos verla.-Sí, pero antes veamos la mercancía.<br />-Claro. –Leocadio le hizo seña a uno de sus secuaces y éste se acercó con un paquete. Charlie lo abrió, cogió un pellizco del polvo blanco y lo probó con la lengua. Su cara mostró satisfacción.<br />-Es superior.<br />-Ahora la plata.<br />Con el pulgar derecho introduje la combinación, abrí un poco el maletín y les mostré fugazmente los billetes, saqué un fajo, cerré de nuevo el maletín y desplegué ante sus ojos el dinero.<br />-Cinco millones de dólares, como ustedes querían.-Recalqué.- No ha sido fácil cambiar tanta divisa. Y ahora si no le importa, mi amigo subirá a la furgoneta y comprobará el resto de la mercancía, como hemos acordado.<br />-No querrá abrir todos los paquetes…<br />-Claro que no, sólo unos cuantos.<br />Charlie subió a la furgoneta, yo desde fuera le acompañé con la mirada y acto seguido giré el cuello hacia atrás y le hice una seña de alerta a Ivo, levantando las cejas. Charlie me hizo un gesto negativo desde la furgoneta, había abierto en total tres paquetes, de diversas cajas al azar, y salió pálido de la furgoneta.<br />-Esto son polvos de talco.- Dijo. Y fue lo último que dijo. El tal Leocadio de repente empuñaba una pistola y le descerrajó un tiro en la cabeza a Charlie. Yo sólo tuve tiempo de proteger la mía con el maletín de acero. En un segundo me llovieron disparos de todas partes. El maletín me golpeó la cabeza, por la fuerza de los proyectiles, pero resistió. Caí al suelo derribado por los impactos en el pecho. Pero sobre todo sentí un dolor abrasador en el brazo izquierdo, a la altura del codo. De repente cesó el tiroteo, tan bruscamente como había comenzado. Ivo había eliminado a cuatro de ellos. Los otros dos intentaron huir, uno al volante del Renault, y el otro en la furgoneta. Pero Marco y Dimitri, los acribillaron con los subfusiles.<br /><br />Rápidamente Ivo se llegó a mi lado y examinó mi brazo izquierdo herido, que aún portaba el maletín. Con celeridad extrajo su navaja, cortó la manga de mi cazadora y con ella me hizo un torniquete para detener la hemorragia. Al ver la destreza con que manejaba la navaja pensé que era una similitud más entre nosotros dos, y no pude evitar agradecer a la legión francesa su error de no haber admitido a Ivo en sus filas. Mientras, Marco y Dimitri habían depositado a Charlie, el cadáver de Charlie para ser exactos, en el maletero. No podíamos dejarlo allí. De ninguna manera. Me incorporé con la ayuda de Ivo, entramos en la parte posterior del Ford Escort, y escapamos a toda velocidad.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-54512149147861405002008-12-11T13:37:00.002+01:002008-12-11T13:38:00.091+01:00El tuerto. 88: Buenos “negosios”.Todavía no sé porqué acepté participar en aquel disparate que me propuso Charlie. Es verdad que me lo pidió como un favor, que casi me echó en cara todo lo que él había hecho por mí, y no hacía falta mencionarlo ni entrar en detalles. Cómo podría olvidar que fue él quien me ayudó a establecerme en Tenerife cuando yo no era nada, menos que nada, era un perseguido de la justicia. Gracias a su ayuda conseguí mi permiso de residencia; Charlie me facilitó entrar en aquel primer golpe que me alejó de la miseria cuando ya se me estaban acabando las reservas monetarias; colaboró conmigo en el negocio de las facturas, tuvo que torear con drogadictos; me ayudó a liquidar al Philip, y también estuvo en lo del Guti.<br /><br />No cabe duda de que además yo le había tenido últimamente un poquito abandonado a su propia suerte. El Charlie no terminaba de encajar en mis negocios. Para operaciones puntuales servía muy bien, pero no podía tener un papel permanente en ninguna empresa, ni en la gestión inmobiliaria, ni en la reciente empresa de seguridad, ni en la futura constructora. En un intento de que sentara la cabeza le ofrecí ser el director del hotel que estábamos a punto de inaugurar, pero lo rechazó con argumentos aplastantes, el no era un gerente, el era un relaciones públicas, un hombre simpático, sociable, lleno de contactos, un intermediario perfecto, pero incapaz de planificar, ni de organizar nada.<br /><br />Lo único en lo que había sabido encontrar su hueco era el comercio…de la droga. Para eso era perfecto, porque su negocio no requería ningún establecimiento permanente, ni oficina, ni licencias, ni abogados, ni contratos por escrito, ni cotizaciones a la seguridad social, ni contabilidad, ni balances, ni libros de registro, ni nada. Sólo requería lo que él sabía dar mejor que nadie: una pequeña frase amistosa, una palabra deslizada como casualmente, “si quieres algo para pasarlo bien, ya sabes”, y un rápido trueque, así es como empezó. Su clientela fue numerosa, fiel, y hasta ahora nunca le habían traicionado, no sé si por azar o porque había sabido seleccionar. Con el tiempo, y paulatinamente, ascendió de tener una red de clientes a tener una red de camellos. Pasó de manejar unos cientos de gramos, a decenas de kilos.<br /><br />Y en esto se fue de vacaciones a Inglaterra. Allí, además de conocer a Yasmín y traerse a Moon, amplió su agenda de contactos de cara a una ampliación de su negocio. Con esa trayectoria era inevitable que terminaran presentándole al apoderado del cártel de Cali para Europa. Fue en una de esas fiestas a las que él asistía con frecuencia, invitado por un magnate vicioso. Ya habían oído hablar el uno del otro, por lo que ni siquiera fue sorpresa la frase pronunciada por el caleño.<br />-Usted y yo podríamos “haser” buenos “negosios”.- Esa fue la frase que a Charlie le impactó, se le quedó grabada como una obsesión.<br /><br />También es cierto que intenté convencerle de que desistiera de su plan.<br />-Mira, Charlie, no te dejes fascinar por ese mundillo; es difícil entrar, pero salir es imposible. Una vez que te metas nunca dejarán que te marches. ¿No querías casarte con Yasmín y llevar una vida respetable? Pues de ese modo nunca lo conseguirás.<br />-Sólo quiero hacer una operación y retirarme.<br />-Eso no te lo crees ni tú. ¿Cómo sabes que no es una trampa? ¿Y si el tipo ese lo que quiere es quedarse con tu dinero y quitarte de en medio? ¿No se te ha ocurrido pensar que cuando empieces a inundar de cocaína todas las islas, las canarias y las británicas, le estarás quitando el negocio a otros, y lógicamente querrán eliminarte?<br />-Joder, tuerto, para eso es para lo que te necesito a ti y a tus hombres, para protegerme en esta operación. Necesito tu olfato para detectar si algo va mal, y también para que organices todo, ya sabes que yo no sirvo para eso.<br />-¿Y para financiar la compra?<br />-En realidad también te necesito. Hay que pagar en dólares y querría que tú hicieras el cambio de divisa. Y…bueno, aún no hemos fijado la cantidad exacta ni el precio, si quieres entrar como socio podemos aumentar la compra; eso reduciría el precio por kilo y aumentaría el beneficio a repartir.<br />-¿De qué cantidad estamos hablando?<br />-Yo había pensado comprar trescientos kilos, tres millones de dólares, pero si tú entras podríamos doblar la cantidad, seiscientos kilos nos saldrían por cinco millones. Iríamos a partes iguales, como en los viejos tiempos…<br />-¿Estás loco?¿Pero dónde piensas colocar tamaña cantidad de coca?<br />-Tranquilo, tuerto, tú sabes de tu negocio, pero yo conozco bien el mío. Tengo una docena de camellos por todas las islas que venden cada uno entre cincuenta y cien gramos diarios, en total de seis a ocho kilos por semana. La gente consume coca a raudales, todo el mundo la consume, los ejecutivos para tener claridad mental en sus negocios, los políticos para mantenerse despiertos en sus maratonianas reuniones de partido, los estudiantes para divertirse en la discoteca…<br />-Aún así, tardarías un año en vender 400 kilos.<br />-Déjame terminar. La realidad, es que ahora mismo la demanda de coca es muy fuerte. Si no vendemos más no es por falta de clientes, sino porque se nos termina la mercancía. Muchos drogadictos tienen que contentarse y engañar el síndrome de abstinencia con sucedáneos, anfetaminas, tranquilizantes, o cualquier mierda que les trastorne la mente. Estoy seguro de que podríamos ampliar la venta. Y además, tengo un contacto en Londres para enviarle una mula con un par de kilitos a la semana. <br />-¿Una mula?<br />-Si, coño, un tipo en avión, un don nadie, un “pringao”, como dicen aquí…Bueno, ¿qué respondes? Ten en cuenta que en ocho o diez meses a lo sumo, habremos triplicado el capital.<br />-Lo estudiaré.<br /><br />La siguiente vez que hablamos del tema le solté una batería de objeciones y peligros, pero cuando alguien está decidido a hacer una cosa, al final la hace.<br />-Mira, Charlie, todos esos drogadictos, esas docenas, cientos de clientes. ¿Quién te dice que alguno de ellos no es chivato de la policía? No digo por gusto, nadie es chivato por gusto, sino porque le han detenido con droga encima y para salvar su culo se pone a dar nombres…<br />-No te preocupes, sólo podrían dar el nombre de mi camello, hace tiempo que no trato directamente con clientes, excepto unos pocos de mi absoluta confianza.<br />-Bueno, piensa otra cosa: el tipo al que le estás comprando, si haces esta operación le vas a dejar de comprar, te perderá como cliente, ¿crees que le va a gustar? Tal vez intente joderte…<br />-Si, ya había pensado en ello. Ese tipo a su vez le compra a los del cártel de Medellín. Creo que lo mejor sería que me dejaras uno de tus hombres como escolta, durante unos meses…<br />-Ya veremos, todavía no tengo decidido si hacerlo o no. Pero quiero que me prometas que no harás nada por tu cuenta.<br />-Eso no puedo prometértelo.<br />-O sea, que de todas maneras lo harás, conmigo o sin mi.<br />-Es posible.-Dijo, enigmáticamente.- Lo cual, para mi significaba que sí, que de todos modos lo haría. Eso fue lo que me decidió a participar. Pensé que si yo lo organizaba, al menos tendría una oportunidad de que saliera bien.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-2211461438953703272008-12-01T15:54:00.006+01:002008-12-01T16:09:23.198+01:00El tuerto. 87: La mujer de las diez y diez.El hotel de Puerto Mogán ya estaba casi terminado. Las obras, con la nueva constructora, habían avanzado a buen ritmo y cumpliendo la calidad pactada. Los Toscos estaban más que satisfechos, ilusionados con el negocio que se avecinaba. Cien habitaciones, restaurante, discoteca, piscina y pista de tenis. Las cuatro estrellas estarían aseguradas, y lucharíamos por la quinta.<br /><br />Sin embargo, mantuve una conversación con Teo y Blas el día que finalmente constituimos “Esparta, S.A”. Firmamos en la notaría temprano, a las diez y media; Lucía, después de aceptar el cargo de consejera delegada, se marchó a toda prisa al juzgado, tenía que practicar una diligencia en ejecución hipotecaria contra uno de mis deudores. Nosotros tres, Blas, Teo y yo, nos fuimos a tomar un café.<br /><br />Esa charla me dio la idea de introducir una pequeña modificación de última hora. Al lado del hotel, en la zona destinada a aparcamiento, construiría un casino, y el aparcamiento quedaría subterráneo. No sería un gran casino, ni siquiera mediano, bastaría con uno pequeño para empezar. Tendría una sala de máquinas tragaperras, una sala de bingo, y otra con ruleta, black jack y distintas modalidades de póker. Después, si el negocio funcionaba, ya habría tiempo de ampliar.<br /><br />Tomando sorbos de su carajillo, Blas me relató su investigación sobre los hurtos en el casino, aquella historia que apenas había empezado a contar en el almuerzo rústico, y que primero yo interrumpí con mi urgencia mingitoria, y finalmente quedó aparcada (pero no olvidada) cuando pasaron a proponerme la empresa de seguridad.<br /><br />-El gerente del casino estaba convencido de que había un ladrón, pero yo no lo veía claro. Las cámaras no detectaron nada sospechoso.<br />-¿Sospechoso como qué?<br />- Hay muchas maneras de estafar a un casino, por ejemplo, un jugador que obtiene ganancias repetidas y abundantes se convierte en sospechoso de estar haciendo trampas. Se le vigila de cerca, si no se descubre el truco se le invita amablemente a no volver, y si se descubre se le denuncia. Más fácil aún si se tiene la complicidad de un empleado, en ese caso en una mesa determinada se producen demasiadas ganancias por uno o varios jugadores. Nada de esto detectamos. Pasamos entonces a investigar a todos los empleados, uno por uno, sus costumbres, su patrimonio, sus deudas, etc. Y nada, tampoco encontramos nada. Yo, la verdad, empecé a dudar de que realmente existieran los robos. Se lo dije al gerente:<br /><br />“-Mire, me parece que estamos perdiendo el tiempo, ¿Qué le hace estar tan seguro de que alguien roba?<br />-Los ingresos han disminuido casi un cinco por ciento en los dos últimos años; en cambio las entradas de clientes se han mantenido estables, incluso han subido ligeramente.<br />-Pero eso puede ser porque los que entran se gastan menos dinero, debido a la crisis.<br />-No, porque las ventas de cartones de bingo, que están contabilizadas, ya que cada cartón queda inutilizado después de usarlo, se han mantenido. Y la recaudación de las máquinas tragaperras, ha aumentado ligeramente. Las que han bajado han sido las fichas de juego, de ruleta y póker, justamente las que no están controladas, porque son reutilizables.<br />-Pues entonces ponga un sistema de control de esas fichas.<br />-Tenemos un control de fichas en caja, de fichas vendidas, de fichas recuperadas, y fichas pagadas, pero es imposible establecer un control exacto de lo que se llama ficha flotante.<br />-¿Y eso qué es?<br />-Muy sencillo, las fichas, en cada jornada, parten de la caja, las llamamos fichas en caja. Las que se venden a los clientes son fichas vendidas. Las que el croupier gana para la banca se llaman fichas recuperadas. Pero…-hizo una pausa- las fichas que están en manos del cliente, ni siquiera están en la mesa de apuestas, esas no podemos saber la cantidad exacta en cada momento. De vez en cuando hacemos un control por sorpresa de las fichas en caja, lo llamamos control de ficha flotante, porque si del número total de fichas restamos las que hay en caja, y las que se han recuperado en mesa, obtenemos la cifra de fichas flotantes.<br />-Puede que el ladrón sea el cajero.- Sugerí.- Es el que más fácil lo tiene. Le bastaría con un solo cómplice, le entregaría más fichas de las realmente vendidas, y luego las anotaría como fichas pagadas.<br />-Tal vez.- Dijo el gerente.- Pero necesitamos demostrarlo. El cajero es un respetable señor de cincuenta y seis años, lleva trabajando con nosotros más de diez, le falta relativamente poco para jubilarse, no tendría sentido que se arriesgara, y los robos sólo se han empezado a producir hace año y medio más o menos. Además, por lo que sabemos, este hombre lleva una vida intachable.<br />-¿Pero porqué no le despiden sin más? Si, los robos dejan de producirse es que era él…<br />-Mire, no nos gusta dar palos de ciego, y menos aún dejar en la calle a un honrado padre de familia. Aparte que el Juez declararía nulo ese despido y tendríamos que readmitirlo o indemnizarle fuertemente. Esa solución ya la hemos pensado, pero no nos gusta. Le repito que necesitamos pruebas.<br />-Pues entonces sólo me queda infiltrarme en el casino como un empleado más.<br />-Haga lo que tenga que hacer”.<br /><br />-Así que me firmaron un contrato de trabajo, me dieron de alta en la seguridad social, me vi vestido con el smoking y la pajarita, el uniforme del casino. Y ahí empezó lo divertido.<br />-¿Qué es lo divertido?<br />-Todo lo que aprendí, de la gente, de sus ingenuas pasiones. Hasta qué punto pueden ser estúpidos. Puedo comprender que alguien vaya al casino una vez, a probar suerte, a saciar su curiosidad. Pero que alguien acuda habitualmente, por hábito, por costumbre, por adicción, sabiendo positivamente que van a perder, porque la estadística no falla, a la larga siempre se pierde. Eso es que no lo entiendo, o no lo entendía, porque después de mi corta experiencia de croupier en la mesa de póker descubierto he intuido que detrás de esa pauta de conducta se esconde un vacío existencial, una búsqueda inútil de algún tipo de sensación, aunque sea sólo la fugaz emoción que experimentan mientras la ruleta está girando. Un casino es un laboratorio de sensaciones y de comportamiento humano, y el póker no es un juego de cartas, es un juego de psicología.<br />-Caray, estás hecho un filósofo.- Le cortó Teo.<br />-Pero todos tenemos nuestros agujeros negros, y los intentamos tapar de una manera u otra.- Dije, pensando sobre todo en mí mismo y en cómo satisfacía mi ansia de emoción buscando en los confines de la legalidad.<br />-Sí, pero no todo fue filosofía, también tuve tiempo de, bueno…me enrollé con una de las camareras, Vicky, eso fue lo mejor…creo. Yo, la verdad es que no tenía ninguna intención de complicarme la vida en medio de aquella investigación, sobre todo porque necesitaba tener los ojos bien abiertos si quería descubrir qué era lo que estaba pasando. Pero supongo que fue esa indiferencia lo que la picó a ella, porque la nena está buenísima, con una carita de muñeca y un cuerpazo de modelo, y no voy a dar más detalles a estas horas. El caso es que empezó a bromear conmigo, tirándome pullas, intentando burlarse de mí, a cuenta de mi supuesta inexperiencia como croupier. Yo le seguí el juego, me hice aún más el gilipollas. Me di cuenta de que la tía era una chula, narcisista, suspicaz y un pelín agresiva, y yo también soy muy chulo. En otro contexto habríamos acabado a hostias, pero allí no me interesaba dar la nota. A Vicky le gusta burlarse de los demás, pero su sentido del humor no le alcanza para reírse de sí misma.<br /><br />A mi, la verdad, no me interesaban sus aventuras donjuanescas, sino lo otro, la investigación sobre los robos. Estuve tentado de interrumpirle otra vez mediante la técnica de irme al baño, pero luego pensé que podía ocurrir como la anterior ocasión, que me quedé sin saber el final de la historia, y decidí aguantar y seguirle el hilo.<br /><br />-Empecé a llevarla a su casa en mi coche, al salir del trabajo. Ella vive en Aluche, me pillaba de paso hacia Móstoles. Por el camino me contaba su vida, se había separado recientemente de su novio de toda la vida, el tío le ponía los cuernos con unas y con otras. Yo le seguía la corriente, pero con moderación: “Qué imbécil, mira que no apreciar lo que tenía”…Pero sin caer en mis frases de halago típicas. La elogiaba, pero muy sutilmente. La verdad es que llegué a pensar que sólo me quería para un rollito de amigos, para contarme sus penas, y lo malos que somos los hombres, y lo buena que es ella. Yo sin hacer nada, sin dar un paso.<br /><br />Y yo impacientándome, con ganas de preguntarle: “Si, pero ¿qué pasa con los robos?”, y me mordía la lengua, “déjale que termine, porque éste en cualquier momento se larga a ver a un cliente y te quedas con la curiosidad”.<br /><br />-Entonces, una noche, se me echó a llorar, contándome que el ex-novio la estaba puteando, con una casa que habían comprado a medias y en la que él seguía viviendo y se negaba a liquidar, pero la hipoteca la tenían que pagar entre los dos. Yo la abracé para consolarla, pensando que era una faceta más de mis obligaciones como amigo. Pero ella me empezó a besar, primero en las mejillas, luego en los labios, y después…pero no os voy a contar detalles.<br />-Si, ya sabemos, sobre todo a estas horas.-Corroboró Teo.<br />-El caso es que me dijo que no quería pasar la noche sola, etc, y yo en lugar de irme a mi casa de Móstoles la llevé a un discreto apartamento en la zona de Nuevos Ministerios, que uso como picadero para mis aventurillas. En esta ocasión mi doble vida era completa, profesional y personal.<br /><br />A mi todo aquello me parecía una pérdida de tiempo y un derroche de energías, pero Blas estaba tan orgulloso relatando su hazaña que ni Teo ni yo nos atrevíamos a cortarle. Hasta que hizo ademán de mirar el reloj mientras apuraba el último sorbo de su carajillo.<br />-Ah, no, de aquí no te vas sin antes revelarnos quién era el ladrón.<br />-Pues en honor a la verdad debo decir que fue una mezcla de casualidad y perseverancia que lo descubriéramos.<br />-Casualidad y una leche.- Dijo Teo.- En realidad fui yo quien lo descubrí, no lo olvides.<br />-Sí, pero con la información que yo te di, pues fui yo quien te dije lo que tenías que buscar. Lo cierto es que el principal sospechoso, por lógica, por ocasión, por oportunidades, era y seguía siendo el cajero, así que le dije a Teo que repasara una y otra vez las grabaciones de la caja, sobre todo las entregas de fichas. Hasta que lo descubrió.<br />-Vamos, que mientras tú estabas tirándote a la camarera yo me chupaba horas y horas de aburrida grabación,-se quejó Teo,- a cámara lenta, para observar entregas de dinero, entregas de fichas, así una y otra vez. Y de repente lo descubrí, allí estaba, allí había estado todo el tiempo. Llegaba la mujer, en hora de máxima afluencia, entregaba diez billetes de mil, y dos billetes de cinco mil, y decía: “diez y diez”, y el cajero, sin apenas mirarla, le entregaba diez fichas de mil, y, atención...diez fichas de diez mil.<br />-El plan era casi perfecto.-Concluyó Blas.- Si alguien lo hubiera advertido, o si el control de ficha flotante lo hubiera detectado, el cajero siempre podría haber alegado que había sido un error, un simple error. Pero el control de ficha flotante, como yo ya había observado, nunca se hacía en horas de máxima afluencia de clientela, entre otras cosas porque eso habría supuesto interrumpir la venta de fichas, y en definitiva habría perjudicado el negocio más que aquel robo continuado.<br />-¿Y quién era la mujer cómplice?<br />-Pues ahí está lo bueno, y por eso no habíamos percibido nada sospechoso en el comportamiento del cajero a pesar de que le habíamos vigilado. Y es que esa mujer, “la mujer de las diez y diez” la bautizamos, era su amante, claro está, pero además era…su vecina. Por eso el honrado padre de familia no salía del edificio, del trabajo al edificio y del edificio al trabajo, a robar un poco para su amante y para la jubilación. Por cierto, el golpe no les salió mal, después de todo. Sólo conservábamos cinco grabaciones, todas las anteriores se habían ido borrando, como no se había encontrado nada…así que de momento están en libertad provisional bajo fianza. Y de los quince o veinte millones que habrán robado sólo se podrán demostrar unas quinientas mil pesetillas. Hay golpes que aunque te pillen merecen la pena, ¿no?Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-65449079179867103292008-11-21T21:49:00.001+01:002008-11-21T21:50:06.800+01:00El tuerto. 86: Just MoonEs más de medianoche, Rosita está tumbada en la cama, sola, el tuerto se ha ido a Tenerife, a realizar otro de sus negocios, a comprar un nuevo terreno rústico y después a una entrevista con un concejal, para “impulsar” la correspondiente recalificación. A la entrevista irá acompañado de Mario, el sobrino de don Luis, y pertrechado con la grabadora. Eso le ha contado por teléfono.<br /><br />Con la luz de la mesilla encendida, mira el techo y repasa mentalmente lo sucedido. Esta tarde ha ido a la joyería, como casi todas las tardes. Yasmín estaba atendiendo a una clienta, una mujer alta, madura, elegante casi en exceso. Se ha llevado unos pendientes de oro y ha contemplado extasiada el collar de diamantes, pero no se ha decidido a comprarlo, vendrá otro día.<br /><br />Rosita se ha puesto a clasificar una colección que ha llegado nueva. El trabajo es lento, a Rosita le gusta recrearse en la contemplación de perlas, zafiros, esmeraldas, todo un mundo de colores, brillos, un orden geométrico perfecto, sedante, seductor.<br /><br />Pasan la tarde tranquilamente. La clientela entra con cuentagotas. Ambas aplican estrictamente las medidas de seguridad instaladas por el tuerto. Un cartel en la puerta avisa a los clientes, les pide disculpas por las molestias, les explica que han sufrido muchos atracos violentos y es por la seguridad de todos, también de los clientes, agradece su colaboración y garantiza su confidencialidad.<br /><br />Para entrar el cliente debe pulsar un timbre, en ese momento la cámara de seguridad exterior graba su imagen. Si les infunde total confianza le abren, si no, le piden que exhiba la documentación. Todos los cristales, interiores y exteriores, del escaparate, de la puerta y del mostrador, son blindados. Dentro del establecimiento tampoco hay posibilidad de contacto entre empleada y cliente. En todo momento la exhibición del objeto se hace a través del cristal, y la compra y el pago se efectúa mediante una bandeja. Ni que decir tiene que hay una alarma conectada con la policía, y que basta pulsar un botoncito para hacerla saltar.<br /><br />-¿Pero eso no disuadirá a muchos clientes de entrar siquiera? –A Rosa le parecen excesivas.<br />-Si alguno protesta o pide explicaciones, se le dice que a menudo hay rehenes, incluso muertos entre los clientes. Pero no quiero que se relajen las medidas ni lo más mínimo. Es preferible vender menos, pero con seguridad. A largo plazo, la clientela fiel apreciará el poder mirar y comprar con absoluta tranquilidad.<br /><br />Casi nunca se acumulan más de dos compradores. En ese caso Rosita acude a ayudar a Yasmín. Un señor de mediana edad, distinguido, educado, bien trajeado, ha adquirido un anillo de oro y diamantes. Traía la medida dibujada en un papel, y ha explicado con precisión el diseño que buscaba. Yasmín, cuando ha terminado de atender, se ha aproximado discretamente, observando la operación.<br /><br />-Es para mi prometida.- Ha explicado el hombre, sin que nadie le preguntara nada. Ha sacado un enorme fajo de billetes de cinco mil y ha pagado en efectivo el elevado precio, nada de tarjetas. Yasmín ha contado el dinero, y al tacto, con las yemas de los dedos, ha verificado su autenticidad.<br />-Intuyo que es para su amante.- Ha aventurado Rosa cuando se han quedado las dos solas.<br /><br />A última hora han bajado los cierres metálicos y se han puesto a verificar la caja, la contabilidad, las facturas, los libros de registro. De repente Yasmín, que de vez en cuando echaba un vistazo al monitor conectado con la cámara exterior, ha dicho:<br />-Yo creo afuera unos tipos están esperandonos…<br />-¿Queé? –Rosa ha tardado unos segundos en comprender el alcance de sus palabras.<br />-Si, llevan veinte minutos calle arriba, calle abajo, y disimulan que se conocen entre sí, pero miran mucho a nuestra tienda. –Rosa observa el monitor unos minutos y comprueba que es cierto, es más, uno de ellos le suena su cara, como de haberle visto antes merodeando por allí, tal vez el día anterior.<br /><br />-¿Dónde está Moon?<br />-Ha ido entregar unas joyas, él regresa rápido.<br />-Pues ya se está retrasando. Vamos a llamarle a su celular. –Moon tiene órdenes tajantes del tuerto de acompañarlas siempre al abrir y cerrar la joyería, justo los instantes en que son más vulnerables. El tuerto sabe bien que si tuviera que atracar su propia joyería ese sería el momento que elegiría.<br /><br />-¿Dónde te has metido?<br />-Estoy en un atasco de tráfico, ya llego en cinco minutos.<br />-Menos mal. Escucha, hay unos tipos afuera, creo que nos quieren atracar.<br />-¿Qué aspecto tienen? –Rosa se los describe:<br />-Uno joven, unos 25 años, de un metro setenta, con el pelo largo, pantalones tejanos y cazadora deportiva. El otro de unos cuarenta años, pelo corto gris, gafas oscuras, pantalón de tela y abrigo largo.<br />-¿Veis algún coche que les esté esperando?<br />-Por la cámara no se ve ninguno, tal vez lo tengan más arriba. Ya sabes que aquí no se puede aparcar.<br />-Vale, tranquilas. ¿Estais preparadas?<br />-Si.<br />-Voy a subir el Jeep encima de la acera, en cuanto veais mi coche salís corriendo, os meteis en la parte trasera y os agachais bien.<br /><br />Os agachais bien, por si hay tiros, piensa Moon, pero no lo dice, para no asustarlas más. En la última esquina, antes de tomar la calle, se detiene un instante, saca su pistola Walther de la sobaquera, le coloca el silenciador, y la monta deslizando suavemente la corredera hacia atrás, hasta insertar un cartucho en la recámara. Después la deja sobre el asiento del copiloto. Arranca despacio, gira la esquina y observa la calle, ya está, ya los ha visto a los dos individuos, el joven y el viejo. Más arriba se ve un auto, un Opel Kadett con un conductor dentro, seguramente ése es el coche y el tercer hombre. En ese instante Moon se alegra especialmente de que el tuerto le haya comprado un Jeep para sus desplazamientos, y no por subirse encima de la acera, eso lo hacen todos los coches, sino porque si el kadett intenta cortarle el paso no tiene duda de que lo embestirá, lo arrollará, lo arrastrará, se lo llevará por delante, lo que haga falta.<br /><br />Se sube con fuerza y se detiene con un frenazo. Las chicas ya han subido el cierre metálico y están saliendo. Moon baja el cristal de su ventanilla, empuña la pistola y apunta hacia los tipos. Ya se han dado cuenta de la maniobra, vienen hacia acá, están en mitad de la calzada, están sacando sus armas.<br />-Quietos ahí, cabrones.<br />Moon apunta a uno y a otro, alternativamente. Los dos se quedan clavados, la cabeza rapada y la fiera expresión de Moon les deja petrificados en medio de la calzada. Los tres se miran mutuamente. En otras circunstancias Moon sabe que los mataría a los dos, sin titubear, si estuviera solo, si no hubiera testigos, pero sabe que su deber es proteger a las chicas, y además el coche está a nombre del tuerto, le metería en un lío. Los atracadores titubean unos segundos, los suficientes, las chicas ya están dentro y agachadas. Pone la primera y pisa el acelerador.<br />-Adios.<br /><br /><br />Rosita sigue tumbada, recordando. Al entrar en el Jeep le ha dado tiempo a ver fugazmente las armas de los atracadores. Le ha entrado un miedo, un temblor incontrolable. Lo suyo no son las armas, ni la violencia, lo suyo es el veneno y el engaño. Por un instante ha pensado: ya está aquí, éste es mi castigo, voy a morir. Se ha abrazado con Yasmín, jadeando de pánico durante unos instantes. Luego, cuando ha sentido que se alejaban de allí, y que nada ocurría, se ha ido poco a poco calmando, pero sin alcanzar la tranquilidad. Moon las ha llevado a casa, cerciorándose de que nadie les seguía. <br /><br />-Anda, sube con nosotras, no nos dejes solas esta noche.<br />-Por supuesto. –Moon se siente protector hacia ellas, le encanta su papel, y además le profesa cierta admiración a Rosita, la chica del jefe. Yasmín prepara una cena ligera estilo de su país, un arroz basmati con verduras. Después han tomado una infusión relajante, pero no le ha servido de mucho. Moon estaba dispuesto a dormir en el sofá del salón, pero Yasmín ha tenido una idea mejor, ha despejado el cuarto que utiliza para pintar, y ha sacado una colchoneta hinchable de los tiempos en que peregrinaba por pensiones de mala muerte y compartía el dormitorio con varias personas más.<br /><br />Y ahora Rosa tiene a Moon en el cuarto de al lado, casi le oye respirar, y piensa que le gustaría tocar su cabeza rapada, palpar la musculatura de sus brazos, dejarse rodear por ellos.<br />-A la porra. –Murmura, y se levanta sigilosamente, sale de su habitación y entra sin llamar en la de al lado.<br /><br />Está clareando, anoche se les olvidó bajar la persiana. Rosita entreabre los ojos, a su lado en la colchoneta Moon duerme un sueño profundo, relajado. Se queda unos minutos escuchando su respiración acompasada. Luego le intenta despertar con ligeras caricias.<br />-Buenos díiaas…-Pero Moon no responde. Le zarandea suavemente.- Oye, Moon, despierta, que te quiero hacer una pregunta.<br />-¿Eh?<br />-¿Tú cómo te llamas?<br />-Moon.<br />-No, tonto, tu nombre de pila.<br />-Just Moon.- Sólo Moon.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-64563246271222953152008-11-14T20:31:00.001+01:002008-11-14T20:32:59.432+01:00El tuerto. 85: Esparta, S.A.En el baño, mientras me aliviaba, me di cuenta de que las dos copas de vino que había tomado se me habían subido a la cabeza, me encontraba en un estado de beatitud, de euforia. En ese momento me era indiferente la dieta, la hipertensión, la depresión. Me imaginé diciéndole a mi médico:<br />-Lo siento doctor, cuando mi sangre circula a presión normal me aburro, me deprimo, necesito estar activado.<br /><br />Mientras regresaba a la mesa, caí en la cuenta que ya había transcurrido más de la mitad de la comida y, entre anécdotas y chistes, aún no habíamos entrado en materia. Al acercarme observé que Blas le decía cosas a Lucía, y ésta se ponía roja. Alcancé a oír las últimas palabras antes de que intentaran cambiar de conversación.<br />-Es que con una abogada como tú no me importaría estar procesado todos los días. –Lucía guardaba silencio, tímida.<br />-Pues te iba a salir caro en honorarios. –Tercié, mientras me sentaba.- Y por cierto, ¿te han pagado estos dos?<br />-Le pagaremos en especie, o en servicios especiales.- Saltó Blas.- Eso me recuerda que tengo una cita con un cliente y todavía no te hemos comentado el negocio que te queríamos proponer.<br />-¿Ah, sí? Pues cuenta. –La anécdota del casino quedó aparcada, en un segundo plano, para terminarla en otra ocasión.<br /><br />-Queremos crear una empresa de seguridad, de ámbito nacional. Ya sabes que tengo contactos en la policía, y nos darían la licencia. Yo estoy cualificado para ejercer de director de seguridad y Teo puede conseguir contratos de vigilancia con algunos bancos y cadenas de supermercados, él conoce el sector.<br />-¿Cuáles son los requisitos?<br />-Verás, tenemos que tener un plantilla mínima de 25 vigilantes. Los primeros meses, hasta que se firmen contratos, no sé si tendríamos trabajo para todos, pero el salario base hay que pagárselo.<br />-Creo que no hace falta, -intervino Lucía-, con unos precontratos sería suficiente para conseguir la licencia. Cuando tienen que estar ya trabajando es para la primera inspección que efectúe la policía, que suele ser a los seis meses. Lo que puedes hacer, ya que tienes contactos, es que te avisen antes de la inspección, para en todo caso tenerlos contratados, haya servicios que prestar o no, esperemos que sí.<br />-Ah, vale, estupendo. –continuó Blas-, pues también necesitamos una oficina adecuada, con un armero y unas medidas de seguridad para custodiar las armas de los vigilantes; hay que darles unos cursillos de formación permanente, gestionarles las prácticas de tiro para que mantengan la licencia de armas, y un largo etcétera. Por otro lado, la sociedad tiene que ser anónima, con un capital mínimo de diez millones, un seguro de responsabilidad civil, y un aval bancario de veinte millones depositado en el Ministerio del Interior. <br />-Vale, y de todo eso, ¿qué es lo que os falta?<br />-Hemos reunido siete millones, para eso nos metimos en lo de la deuda de mi primo.- Intervino Teo.- Nos falta el resto del dinero, y sobre todo el aval bancario…<br />-Ya veo.- Me mostré un poco reticente, intenté aparentar indiferencia, pero por dentro ardía de interés. Armas, e información, dos de mis debilidades. Sobre todo información, el verdadero poder.- ¿Y qué pasaría con “Teo y Blas C.B.”? ¿Se integraría en la nueva sociedad como un departamento de investigación, o se quedaría aparte?<br />-Pues no lo hemos pensado mucho. La verdad es que no queremos estar toda la vida investigando a maridos cornudos…<br />-Es que no me refiero a eso, sino a tener otro tipo de investigación, comercial, industrial, ya sabéis.<br />-Ah, por supuesto que sí, eso nos interesa.<br />-Creo que jurídicamente habría que mantenerlo en una empresa aparte,- Intervino Lucía- podríamos transformarla en una S.L., -añadió, como si me hubiera leído el pensamiento, ya que esa era la fórmula de que yo pudiera entrar. Y me gustó ese “podríamos”, en primera persona del plural, desliz o indicio de que Lucía también estaba interesada.<br /><br />-¿Y cuál es la propuesta que me haríais?<br />-A cambio de los tres millones que nos faltan, y del aval bancario, te daríamos una participación del cuarenta por ciento.<br />-No hago inversiones en porcentajes minoritarios, sólo me interesa si hay un equilibrio en el control de la sociedad. No quiero ser el convidado de piedra.<br />-Vaya, tú apuestas fuerte.- Dijo Teo.- ¿Cuál es tu oferta?<br />-Yo aportaría la mitad del capital social, que podemos fijarlo en ese diez mínimo, o en catorce, para tener más liquidez los primeros meses hasta que se firmen contratos. Además aporto el aval bancario sin ningún problema. A cambio…-Hice una pausa y les miré a todos uno por uno.- A cambio quiero el cincuenta por ciento de las acciones, un consejo de administración en el que estemos los tres, Blas, Teo y yo; además, si ella acepta, porque no me habéis dejado tiempo para consultárselo, Lucía sería la consejera delegada, -yo sabía que aceptaría, no era casualidad que me hubiera insistido para que acudiera al almuerzo, pero había que mantener la intriga-; Blas el director de seguridad, y Teo el jefe de personal. Y por último, eso mismo respecto de la nueva “Teo y Blas, S.L.”, especializada en investigación.<br /><br />-Vamos, que quieres ser el jefe.-Protestó Blas.<br />-No, yo no quiero entrometerme para nada en vuestro trabajo, no es mi estilo, la jefa sería Lucía, si es que acepta. ¿No has dicho que con una abogada como ella no te importaría estar procesado? –Le restregué sus propias palabras.<br />-Qué cabrón.- Dijo Teo por lo bajo, mitad sorprendido, mitad divertido por mi audacia. Saqué la impresión de que Teo estaba de mi parte, en cambio Blas se levantó, creo que un poco molesto.<br />-Me tengo que ir, -dijo- ya seguiremos hablando.<br /><br />Me estrechó la mano. A Lucía le dio dos besos. Estaba convencido de que aceptarían, sobre todo porque cualquiera que les consiguiera un aval de veinte millones les iba a pedir lo mismo que yo, y encima no disfrutarían de la eficaz abogada y tímida mujer, Lucía.<br /><br />-¿Bueno, y qué hacemos con el Sebas? –Me preguntó Teo cuando nos quedamos los tres solos.<br />-Vosotros quiero que investiguéis a fondo con los bancos a los que les debe dinero. Quiero una relación completa, cuantía de la deuda, y sobre todo qué documentación ha presentado en cada uno de los bancos para conseguir que le concedan el crédito. Sospecho que algún dato ha debido falsear, los bancos no suelen prestar dinero alegremente. También quiero saber si la esposa, Ester, ha firmado alguno de esos créditos, o aparece su firma como avalista. Aunque me consta que tienen régimen de separación de bienes. A partir de ahí actuaré yo, soy cliente importante de algunos de esos bancos estafados. Hablaré con sus servicios jurídicos para que presenten querellas criminales contra él, necesitamos demostrar que ha habido estafa, y si además se ha cometido falsedad documental. No son delitos muy graves, pero lo suficiente para tenerle entretenido con las querellas una larga temporada, y tal vez unas vacaciones a la sombra, para reponerse de tanto sol de Ibiza. -Teo soltó una carcajada, la idea le pareció estupenda. Nos quedamos unos segundos en silencio. Y de paso que deje en paz a Ester, pensé, atendiendo al pedido de ésta. Luego, una vez que esté en la cárcel, aunque sea por poco tiempo, ya veremos la manera de acabar con él.<br /><br />-Por cierto, volviendo a lo anterior, ¿Habéis pensado qué nombre ponerle a la empresa de seguridad? –Teo se quedó callado.<br />-Pues no.<br />-¿Qué os parece un nombre clásico de resonancia heróica, como por ejemplo Bizancio, Siracusa, Esparta? –Propuso Lucía.<br />-Esparta, ese me gusta. -Dijo Teo.<br />-Perfecto, -añadí- así puedes decirle a los clientes: “tranquilo, está usted protegido por Esparta”.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-71056974914168788452008-11-08T18:58:00.001+01:002008-11-08T19:02:18.738+01:00El tuerto. 84: Los detectives silvestres.Ester me dejó allí sentado, preguntándome quién había manipulado a quién; si toda la conversación no habría sido una estrategia para hacer que yo mismo me convenciera de lo inútil de mi postura y viera las ventajas de aceptar el acuerdo, liquidar el fideicomiso y finiquitar así ese parentesco que Don Fede nos había impuesto post mortem.<br /><br />Después me quedé dudando qué haría con el tal Sebastián. Lucía, la abogada, ya me estaba representando como acusación particular contra él. En la duda opté por algo que ya se estaba convirtiendo en rutinario: contratar un detective para investigar y vigilar al Sebas. Si encontraba una oportunidad, tal vez le aplastaría de forma legal, y si no ya veríamos.<br /><br />Salí de la cafetería. “No voy a hacer nada más, no tengo fuerzas, necesito descansar, esperaré”. La dieta, la hipertensión, la depresión, qué se yo.<br /><br />Y sin embargo, no fue posible descansar mucho tiempo. Si yo no buscaba los negocios, parecía que los negocios me buscaban a mí.<br />El encargo al detective se lo encomendé a Lucía. No tenía ganas ni de ocuparme de eso. Ella escogió una agencia de una oscura oficina de la calle Gran Vía de Madrid. “Teo y Blas C.B.”, así se llamaba la agencia, en atención a los dos socios y únicos detectives que componían la plantilla. Teo era un antiguo vigilante jurado de un banco, que a base de cursillos se había reconvertido a labores de investigación hasta conseguir el título. Poca cultura, mediana inteligencia, pero mucha constancia, tesón, y fortaleza. Era de un pueblo de Toledo y tenía a gala sus orígenes campesinos. De vez en cuando hacía ostentación de rusticidad.<br /><br />El otro, Blas, era un ex policía, expulsado del cuerpo debido a razones que nunca conseguimos averiguar con detalle. Unas veces daba a entender que fue por saltarse procedimientos y utilizar métodos expeditivos con los delincuentes. Otras dejaba entrever la sombra de la corrupción.<br /><br />En un primer momento le hicieron varias vigilancias y seguimientos para saber a qué se dedicaba en la actualidad. En pocos días el Sebas asistió a fiestas, conciertos, discotecas y restaurantes. A pesar de lo cual parece que se aburría, ya que al cabo de una semana se marchó con destino a Ibiza, que era su principal residencia. Al mismo tiempo investigaron su situación financiera y fiscal. Accedieron, a través de un hacker, a la base de datos de la seguridad social, con el resultado de que en toda su vida sólo había cotizado 45 días, en su juventud, un exceso que no volvió a repetir. En Hacienda tampoco tenían noticias de su existencia. En compensación, los bancos sí que le conocían sobradamente, como cliente moroso que había obtenido múltiples créditos en distintas sucursales, ninguno de los cuales había satisfecho.<br /><br />-¿Qué hacemos, nos desplazamos a Ibiza para seguirle los pasos, o lo dejamos en este punto? –Le preguntó Teo a Lucía, al entregarle el informe preliminar.- La verdad, les va a salir caro, y si lo que buscan es cobrarle alguna deuda me parece que lo tienen ustedes muy negro. Aunque hay otros métodos…-Insinuó.<br />-No, no se trata de ninguna deuda. Lo que desea mi cliente es información de este sujeto, para ver cuál es su punto débil.<br />-¿Su punto débil para qué?<br />-No lo sabemos aún, eso lo decidirá mi cliente.<br />-Si su cliente quiere darle un escarmiento, le podemos pegar una buena paliza…Y a propósito de palizas, aprovechando que es usted abogada, le quería comentar que mi socio y yo tenemos un juicio de faltas dentro de poco.<br />-¿Tiene aquí la citación? –Teo se la entregó.- Ya sabe usted, además aquí se lo pone, que no es necesario acudir con abogado… <br />-Ya, pero a Blas y a mí nos gustaría llevar una buena defensa, ya me entiende.<br />-Bueno, veo que es por una falta de lesiones y amenazas. Antes de aceptar el caso tendría que consultarlo con mi cliente, ya que tengo un contrato en exclusiva con él, para sus muchos asuntos, y es en realidad mi jefe. Pero podría contarme de qué se trata y así mientras lo voy pensando.<br />-Pues mi primo traspasó un restaurante que tenía, a este tipo, el que nos ha denunciado. El precio del traspaso eran diez millones, le pagó tres en efectivo, y los otros siete en letras de cambio. Y bueno, de esas letras no le ha pagado ninguna, todas han sido devueltas por el banco.<br />-¿Y qué hicieron ustedes?<br />-Pues le compramos las letras de cambio a mi primo, por el cuarenta por ciento.<br />-¿Le compraron la deuda?<br />-Sí, en realidad fue mi primo el que me lo propuso con mucha insistencia, estaba apurado de dinero. Así que Blas y yo pedimos un crédito al banco y se la compramos.<br />-¿Y después?<br />-Intentamos cobrarle, claro. Primero por las buenas, haciéndole visitas para recordarle su deuda. Unas veces nos daba veinte mil pesetas, otros días quince mil, lo que tenía en la caja en ese momento. Últimamente casi nunca nos daba nada, solía tener la caja vacía. Nos dimos cuenta que a ese paso no íbamos a terminar de cobrar en la vida, nos estaba tomando el pelo. Así que una noche que estábamos cabreados mi socio y yo, nos habíamos tomados unas copas, y fuimos a por él a su restaurante. Le dimos una buena somanta de hostias, y le dijimos que si no nos pagaba en veinticuatro horas le íbamos a matar. Al día siguiente el tipo estaba asustado y nos pagó todo lo que debía, la verdad, no sé de dónde sacaría el dinero, nos quedamos asombrados. Sin embargo, después se ha debido de arrepentir, o se le ha pasado el miedo, o alguien le ha aconsejado, porque el caso es que nos ha denunciado.<br /><br />Eso fue lo que me contó Lucía, preguntándome si me parecía bien que les defendiera.<br />-¿Por qué no? Un simple juicio de faltas no te va a robar mucho tiempo…<br />-Claro que no, y siempre viene bien tener unos clientes que a la vez son nuestros detectives.<br /><br />Lucía realizó una defensa eficaz, basándose en que el denunciante no había acudido de inmediato al centro médico, sino varios días después de los supuestos hechos, por lo que el informe de las lesiones no podía considerarse probatorio. Anulado este documento como prueba, lo único que había era la versión contradictoria entre el denunciante y los denunciados. Se acreditaba además que había un conflicto de intereses entre ambas partes, debido a los impagados, que cuestionaba la veracidad del denunciante. Los detectives fueron absueltos. Para celebrarlo, invitaron a Lucía a una comida. Esta les preguntó si podía acudir acompañada por su cliente, o sea yo, dado que había percibido la posibilidad de establecer una colaboración más estrecha, incluso permanente, entre nosotros, yo como cliente habitual, ellos como detectives. Teo Y Blas aceptaron encantados, de hecho les picaba la curiosidad por conocerme. Lucía casi me arrastró a esa comida, yo me resistía, instalado en mi pereza, en mi apatía. O tal vez quería saber hasta dónde llegaba su interés por incluirme.<br /><br />-Creo que de esa comida puede salir algo interesante…Si tú estás. –Dijo Lucía.<br />-No sé a qué te refieres.<br />-Pues que si voy yo sola intentarán vacilar un poquito conmigo, ni siquiera ligarme, y eso será todo, no se hablará de nada más, aquí paz y después gloria.<br />-¿Y si voy qué puede pasar? Que no intentarán ligarte. Ya entiendo, quieres que te proteja de sus galanterías, eso es que temes no resistir…-Intenté bromear, pero me cortó. Sin embargo, vi para mi sorpresa que se había ruborizado, lo que me llevó a considerar que de algún modo había dado en el blanco.<br />-Mira jefe, a ti te interesa esto de los detectives, te encanta, lo sé. Tal vez no ocurra nada, pero no puedes perder la oportunidad de conocer a estos dos personajes, créeme, son atípicos.<br />-Está bien, tú ganas. –Creo que eso fue lo que me convenció, que mi abogada los calificara de atípicos. Sinceramente fui con la intención de divertirme un poco, al menos distraerme de mis obsesiones.<br />Lo primero que me llamó la atención, nada más verlos, era la aparente total disparidad entre ellos. Teo iba vestido como él era, rústico, un pantalón vaquero, una camisa y un jersey gastado algo arrugado. De estatura media, fuerte, robusto, y una incipiente barriga. Por el contrario, Blas Cuerda, así se me presentó mientras me estrechaba la mano, era guapo como un actor americano a punto de recibir el oscar. Alto, de más de un metro noventa, esbelto, ataviado con un elegante traje de Armani, perfumado, estirado. Al punto comprendí aquel rubor de Lucía, y el hecho de que apenas me hubiera contado de Blas. Los silencios y las omisiones también son significativos.<br /><br />Ellos hablaban mucho, sobre todo Teo, y al mismo tiempo atacaban el jamón de bellota, la cecina, los pimientos. Era un almuerzo rústico, al estilo de Teo, pero muy sustancioso. Yo mismo comencé picando lentamente, probando una pizca de cada plato, y terminé cogiéndole el gustillo, olvidando mi dieta, mi salud y mi apatía. Escuchaba con interés y de vez en cuando hacía preguntas. Me contaban sus aventuras como investigadores. Enseguida me di cuenta que disfrutaban de su trabajo. Para ellos representaba la libertad casi total. Intuí cuál era el punto de encuentro entre un vigilante de banco que a fuerza de voluntad había conseguido el título de investigador, y un policía cuyos gustos y maneras difícilmente podían casar con la burocracia de los cuerpos de seguridad del estado. Teo era el encargado de las tareas de paciente vigilancia y seguimiento. Blas en cambio asumía los encargos más difíciles, arriesgados incluso, que requerían su inventiva, su capacidad para el disfraz, el engaño, para sonsacar la verdad a través de la mentira.<br /><br />-Acabo de terminar un caso que me ha divertido mucho.- Se arrancó Blas, mediado ya el almuerzo.- En un casino llevaban tiempo sospechando que alguno de los empleados estaba robando parte del dinero. Simplemente los ingresos no se correspondían con el número de clientes que entraban. No sabían quién, ni cómo lo conseguía, pero alguien robaba. Colocamos cámaras ocultas de filmación, sin embargo el estudio de las grabaciones no proporcionó ninguna pista. Todos los movimientos y gestos de empleados y clientes eran aparentemente normales. Intentaron, por consejo mío, aprobar una norma que permitiera los registros a los empleados, pero el comité sindical se negó, amenazando con ir a los tribunales, porque atentaba contra la dignidad del trabajador. Así que sólo quedaba un camino.<br /><br />-Espera un momento, tengo que ir al baño, -le interrumpí a mi pesar, pero tanta agua que bebía últimamente, por orden de mi dietista, me obligaba a hacer constantes excursiones a los inodoros, que por cierto la mayoría no hacen honor a su nombre- no cuentes nada hasta que regrese, no quiero perderme ningún detalle.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-22855709710246212362008-10-30T17:52:00.003+01:002008-10-30T17:57:59.436+01:00El tuerto. 83: Carta blancaMe citó en el Irish Tavern del paseo de la castellana, a las cinco de la tarde. Yo me desplacé en taxi, últimamente ni siquiera tenía ganas de conducir, me daba pereza. Tampoco quería llevar a Moon de chofer, para que fuera testigo de mis andanzas. Y menos aún andar buscando el taxi por la calle, así que normalmente lo pedía por el teléfono celular, que últimamente se había convertido en mi herramienta imprescindible para todo, y estaba a punto de igualarse en importancia y afecto a la navaja que siempre llevaba conmigo, unas veces en el bolsillo y otras en el calcetín, dependiendo de las circunstancias.<br /><br />Llegó puntual, cosa que me satisfizo, no me gusta la informalidad, y menos aún la gente que en la primera cita llega tarde, me parece un muy mal comienzo, sea cual sea la índole del encuentro. Yo acababa de pedir mi zumo de naranja. Me saludó con un familiar beso en la mejilla, rechazando la mano que yo le tendía, cortés pero prudente.<br />-Hola, Ester. ¿Qué quieres tomar?<br />-Un Chivas con hielo. Pero lo primero que quiero es saber cómo estás, y pedirte perdón por lo del juzgado.<br />-Pues estoy bien, gracias. Y tú no tienes la culpa del comportamiento de otros, aunque sea tu esposo.<br />-No debí dejar que Sebastián me acompañara, en realidad hay tantas cosa que no debí dejar que sucedieran…Pero no importa, ya pronto va a dejar de ser mi esposo, he pedido el divorcio.<br /><br />En ese momento le sirvieron el Chivas, lo cual me ahorró tener que decir algo, porque en realidad no sabía qué decir. Guardamos silencio mientras ella paladeaba su whisky, dio varios tragos hasta tomar más de la mitad de la consumición. Sólo se me ocurría decir aquello de “todos cometemos errores, lo que importa es aprender a no repetirlos”, pero me sonó una tontería, preferí callar. En su lugar opté por un toque de humor, que tampoco sé si fue de muy buen gusto, pero lo dije.<br />-Veo que en el aprecio por el whisky sí que te pareces a tu padre. –Por un instante le cambió la expresión, me arrepentí de haberlo dicho. Pero luego recuperó la compostura y decidió tomárselo a broma.<br />-Sí, es cierto.- Sonrió.- Y también en la capacidad para conocer a las personas. En cambio nunca coincidimos en el afán por el dinero.<br />-Comprendo.- Yo también sonreí, me estaba devolviendo el golpe, lo cual interpreté como una buena señal, un signo de que nos estábamos entendiendo. Ester apuró su whisky e hizo un gesto al camarero de que le sirviera otro. Yo aproveché para pedir un segundo zumo, éste de melocotón, para que no me diera tanta acidez en el estómago. A estas alturas yo ni siquiera me preguntaba qué era lo que pretendía de mí. La calma con la que se lo tomaba todo, su aparente indiferencia, se me había contagiado. Yo tampoco tenía ninguna prisa por ir al grano.<br /><br />-Ya sabes que me he retirado de la impugnación del testamento.<br />-Sí, me lo dijo el albacea.<br />-Os dejo a mi hermanita y a ti para que os peleéis.<br />-Gracias.<br />-No me des las gracias, no te arriendo la ganancia. En realidad me ha costado mucho entender todo esto…Entenderte a ti. –Noté que se estaba acercando a una zona caliente de la conversación. Tomó un largo trago de su segundo whisky, se demoró unos instantes contemplándome con una media sonrisa, mitad burlona, mitad cómplice. Yo me puse un poco tenso, la verdad, intuí que se avecinaba una revelación, algo importante. Por primera vez en mucho tiempo eché de menos mis pastillas tranquilizantes.<br /><br />-¿Cuántos años tienes? –Caray, era la segunda vez en poco tiempo que me hacían la misma pregunta.<br />-Voy a cumplir veinticinco. –Le dije, como al enfermero, la edad que figura en mi pasaporte falso y en mi tarjeta de residencia. En realidad tengo uno más, voy a cumplir veintiséis, pero eso únicamente yo lo sé, ni siquiera Rosita. No por nada, sino para no crear confusiones inútiles. Al fin y al cabo, ¿Qué importa un año más o menos? La historia del pasaporte nunca llegué a conocerla del todo, pienso que utilizaron los datos y el pasaporte auténtico de alguien, y cambiaron sólo la foto y la huella, por eso la discordancia en la fecha de nacimiento.<br /><br />-Desde el primer momento me pregunté qué pudo ver mi padre en ti para nombrarte su fideicomisario. En realidad, querido Peter, merced a ese testamento, ahora somos prácticamente parientes…De por vida.<br />-Creo que mi edad fue un factor que tuvo en cuenta, se supone que…<br />-Perdona, -me interrumpió en mi evasiva- pero no creo que fuera eso, no te eligió por tu edad, sino a pesar de ella. Te voy a ser sincera. –Hizo una pausa, que aprovechó para ingerir más whisky-. Hace unos meses contraté un detective para que te investigara. –Y al ver mi sorpresa intentó calmarme-. Tranquilo, no tengo ninguna intención de ir contra ti.<br />-Tampoco creo que pudieras hacer nada, Ester, simplemente confieso que me has sorprendido.- Esto último era cierto. Vaya, me dije, la última persona de quien hubiera imaginado esa estrategia. Yo poniendo detectives a unos y otros, atesorando dossieres, y resulta que la indolente Ester, la mujer instalada en un sueño de juventud, la niña mimada de su papá, que succionaba el whisky como si fuera biberón, había tenido la misma idea. Nunca subestimes al enemigo, menos aún si es enemiga.<br /><br />-Mira, Peter, la diferencia entre mi hermana y yo, y lo aplico a mi cuñado y a Sebastián, es que a ellos les gusta creerse sus propias mentiras. Se inventan una teoría para culpar a los demás de sus contrariedades y terminan por convencerse de ella. En cambio a mi no, a mi me gusta saber la realidad. – El camarero le llenó el vaso por tercera vez y dejó la botella en la mesa.<br />-¿Y cuál es tu conclusión? -Adopté un tono desenfadado, volvimos a relajarnos.<br />-Lo primero que intuía es que si tú tenías negocios con mi padre, entonces te tiene que gustar mucho el dinero, hasta el punto de no reparar en medios ni en métodos para conseguirlo.<br />-¿Conocías mucho a tu padre en ese aspecto? –Quise desviar un poco la conversación. La verdad es que no me estaba gustando descubrir que alguien pudiera conocerme más de lo conveniente, sobre todo alguien a quien apenas había visto un par de veces y aquella era nuestra primera conversación.<br />-Mira, si he averiguado de ti, te puedes imaginar que de mi padre lo sé casi todo. Si te refieres a sus negocios sucios, vuestros negocios sucios –subrayó la palabra vuestros- si, los conozco, y no me interesan. Ni te preocupes, no pienso remover nada de eso. Pero a lo que iba, que me estás apartando del tema. Además de vuestra común ansia por el dinero, mi padre vio algo más en ti, algo que le inspiró seguridad, hasta el punto de confiarte nuestro futuro. Si, eres valiente, de eso no hay duda, y no te ibas a amedrentar por presiones ni amenazas. Pero la verdad es que la última oferta que se te hizo a través de tu abogada era muy generosa. ¿Por qué la rechazaste? Si sólo te interesase el dinero no tenía sentido, era mucho más práctico para ti coger tu parte y liquidar el fideicomiso, que no tener una mera propiedad futura que no te da más que gastos y dolor de cabeza.<br /><br />-Dolor de nariz, para ser más exactos.- Bromeé de nuevo. Ester se rió, esta vez de buena gana. Pero tampoco así logré apartarla de su idea.<br />-Bueno, ya que no me respondes tú, lo haré yo por ti. Lo que mi padre percibió es que a ti, por encima de todo, lo que te gusta es hacer lo que te da la gana, o sea, tu santa voluntad.<br />-No lo había pensado en esos términos.<br />-Mi padre te consultó su idea antes de nombrarte, ¿no?<br />-Claro.<br />-Te convenció, ¿verdad?<br />-Si.<br />-Pues ahí lo tienes. Mi padre sabía que una vez que te hubiera convencido, que hubiera logrado que te gustara la idea, ya nada ni nadie te apartaría de ella, ni siquiera una oferta económica ventajosa, y mucho menos presiones o amenazas.<br />-Ya. –Dije escuetamente. No me gustaba nada el giro de la conversación. Ester parecía descubrir facetas de mi de las que yo mismo no era consciente.<br />Me quedé pensativo algunos instantes. Ella guardó silencio, como para dejarme que asimilara todas las implicaciones, y se sirvió nuevamente de la botella. Volví a preguntarme qué era lo que pretendía. Esta vez formulé la cuestión.<br /><br />-¿Y qué pretendes, que yo mismo me convenza de que he sido manipulado por tu difunto padre, y cambie de opinión y os libere del fideicomiso? Muy sutil…<br />-Pues créeme que si la idea se me hubiera ocurrido antes de saber lo que sé de ti, lo hubiera intentado.<br />-¿Ah, si, y ahora ya no?<br />-Ahora sé que mi padre tenía razón. –Hizo otra pausa para beber un poco más; a estas alturas lo que me sorprendía era su resistencia al alcohol.- Tú tienes veinticuatro años, yo tengo cuarenta, pero tú has vivido el doble que yo. Conozco los negocios de joyas que hiciste con mi padre, sí, he hablado con algunos antiguos empleados, con su secretaria. Algo sé también del fraude fiscal que os traíais entre manos. Y por supuesto que se de tus actividades inmobiliarias. Tú pista se me pierde en Londres, no sé a qué te dedicabas antes de aterrizar en las Canarias…¿Por dónde iba? –Vaya, por fin se le empezaban a notar los efectos del whisky.<br />-Que tu padre tenía razón.<br />-Ah, sí. Mi padre nos educó para ser unas princesas. Esa fue su equivocación, nos protegió demasiado de un mundo duro y cruel. Cuando llegó la hora de la verdad, descubrió que no había príncipes para nosotras. Que ya no quedan príncipes en esta época que nos ha tocado vivir…Mira, a mi me gusta la vida contemplativa. A tu edad yo estaba en Katmandú, practicando el budismo, el amor libre y viviendo paraísos artificiales. –Ahora sí, por fin se le había subido todo el whisky a la cabeza, su voz se arrastraba, le costaba mover la lengua, su relato se hacía más lento, más delirante. Yo guardaba silencio, que hablara ella, que se descubriera.- A mi no me importa el dinero, -continuó- mientras no me falte. No quiero grandes lujos. Dentro de unos días me marcho a Irlanda, con una amiga.<br />-Encontrarás buen whisky.<br />-Ja, ja. Ya sé que me desprecias, pero no te lo reprocho. En el fondo me envidias, algún día lo descubrirás. Mientras tanto, lo que te quería decir, la conclusión de todo, es que me interesa que te quedes con el fideicomiso. Recibir todos los meses una renta y no preocuparme de nada.<br />-¿Entonces qué quieres que haga con…Sebastián?<br />-Haz lo que tengas que hacer, me da igual. Cuando me canse de estar en Irlanda, de beber buen Whisky como dices, me iré una temporadita a la India, a purificarme. ¿Sabes? En el fondo tú y yo tenemos algo en común.<br />-¿Si?<br />-Si, los dos despreciamos este sistema de valores. Tú lo demuestras delinquiendo, y yo marchándome a la India, a buscar otras ideas, otras formas de vida.<br />-No se me había ocurrido.<br />-Algún día tal vez quieras viajar a la India.<br />-Tal vez.<br />-Bueno, me marcho. Ya sabes, ocúpate de todo. -Me dio dos besos de despedida.- Ah, paga tú la cuenta, apúntaselo al fideicomiso.<br /><br />Y me dejó allí sentado.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-65562971577086448682008-10-25T12:34:00.001+02:002008-10-25T12:35:52.996+02:00El tuerto. 82: Sensación de marioneta.Tumbado en la ambulancia iba todavía recreándome en la escena final de mi salida. Mientras el enfermero me tomaba la tensión, en mi cabeza se habían quedado grabados los rostros de todos los intervinientes. La mirada de preocupación de Ester, la cara de solicitud de Lucía, la expresión dura del juez. A quien no vi por ninguna parte fue a Josefina, la hermana de Ester, seguramente aprovechó la confusión para ir al servicio a empolvarse la nariz, estos barullos de verduleras no le interesarían lo más mínimo.<br /><br />-¿Qué edad tiene usted?<br />-Veinticuatro.<br />-Pues tiene usted la tensión demasiado alta, 10 y media, dieciséis. Es un poco raro a su edad.<br /><br />Maldita sea, pensé, no tenía que haberme dejado llevar al hospital. Nunca vayas al médico, me decía un viejo conocido, seguro que te encuentran algo. Se me ocurrió la idea de escaparme, pero ya era tarde, la ambulancia estaba entrando en el túnel de acceso a urgencias. Me sentaron en una silla de ruedas.<br />-No es para tanto- dije- un simple puñetazo en la nariz. <br />-Son las normas, por si acaso se vuelve a desmayar.<br /><br />Me pasearon por distintas salas y cuartos, en una me sacaron sangre, me pesaron y midieron, en otra me hicieron una radiografía de la nariz, por si tenía algo roto, y en la última un electrocardiograma. Por último, me hicieron esperar un rato en una consulta, hasta que apareció un doctor de mediana edad, muy cordial, campechano, y charlatán.<br />-Hola, Peter, soy el doctor Galio ¿cómo te encuentras?<br />-Bien, doctor, ¿y usted?<br />-Muy cansado de tener que atender a lesionados, agredidos, y gente que no se cuida, como tú. Vamos a ver, tienes la tensión muy alta para tu edad, estás bajo de peso y masa muscular, y encima tienes el colesterol alto.<br />-Vamos, que estoy hecho una piltrafa.- Concluí, entristecido.<br />-Bueno, te vamos a poner una dieta y volverás dentro de un mes, a la consulta de tu médico de cabecera, con éste informe. Si no has mejorado tendrás que tomar medicación.<br />-¿Medicación? Si yo me encuentro bien.<br />- Pues muy sencillo, si no te cuidas, dentro de algunos años puedes tener un derrame cerebral, y morirte…O perder el otro ojo y quedarte ciego, ¿es eso lo que quieres?<br />-No, claro.<br />-¿Tomas frutas y verduras?<br />-Muy poco.<br />-¿Ensaladas?<br />-Eh, no.<br />-¿Pescado?...¿Pero tú qué es lo que comes?<br />-Sandwiches de jamón y queso.<br />-¿Haces deporte?<br />-Muy poco. –Sólo lanzamiento de cuchillo de vez en cuando, pensé.<br />-Pues tendrás que caminar todos los días una hora, y hacer todo el ejercicio que puedas…Incluido féminas. Alimentarte bien, nada de sal, ni de alcohol, ni café, ni grasas.¿fumas?<br />-No, doctor. –Contesté abatido.<br />-Menos mal. Una cosa que haces correctamente. Y levanta ese ánimo, muchacho, esto es sólo un aviso, para que cambies de vida. Pero un aviso serio. Ya te puedes ir, y espero no verte más, salvo que nos encontremos en un bar, yo tomando una cerveza y tú un zumo, ah, nada de coca-cola. Venga, lárgate, que tengo mucho trabajo.<br />-Adiós, doctor. –Me despedí dócilmente.<br /><br /><br />No me lo podía creer. Toda la diversión, el regocijo, la pantomima, todo eso había desaparecido; en su lugar el desánimo y la autocompasión se habían enseñoreado de mi. Lucía me estaba esperando, solícita. Me preguntó si necesitaba algo. Sólo quería irme a casa y tumbarme, no hacer nada, intentar asimilar lo que me había pasado y lo que significaba. En cuanto me vio entrar por la puerta Rosita se percató de mi rostro cariacontecido.<br />-¿Qué ha pasado?<br />-Nada, que estoy lleno de achaques de viejo. –Y le expliqué todo.<br />-Entonces no querrás la pizza. ¿Te preparo una ensalada de lechuga y tomate?<br />-El médico no me ha dicho nada de pizza.<br />-Ya, pero eso se deduce, tienes colesterol.<br /><br />Me tuve que resignar a esa nueva vida insípida. Caminar me aburría, nunca me gustó el ejercicio físico. Me desentendí de la rutina de los negocios. ¿Para qué preocuparme, para qué tanto afán? Lo delegué todo. En Jesús, en los toscos, en Lucía, en Rosa. Yo me limitaba a hablar por teléfono con unos y con otros –excepto Rosa, claro, con quien vivía-, darles algunas instrucciones, y a veces enviar a Charlie de un lugar a otro. Por aquel entonces ya comenzaron a comercializarse los teléfonos celulares, así que me compré un aparato y daba mis paseos mientras hablaba. Al cabo de un mes volví al médico. Algo había mejorado, muy poco.<br />-Tendrá que continuar con el mismo programa. Me dijo.<br /><br />Definitivamente dejé de tomar tranquilizantes, ya no los necesitaba, estaba muy tranquilo, demasiado. ¿Para qué?, me preguntaba una y otra vez. ¿Qué sentido tiene todo esto? Dormía lo que nunca, ocho y diez horas diarias, incluso me entraba sueño después de comer y me tumbaba la siesta. Leía novelas todo el día, horas y horas. Me dio por la novela sudamericana, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Mújica Láinez, y un largo etcétera. Todo lo que me transportara a otro mundo, otro ambiente, otros problemas que fueran bien distintos a los míos. Leía por puro placer de evadirme, sin intentar razonar ni extraer nada. Aunque a la larga supongo que todos esos sentimientos, esas ideas de los personajes fueron calando poco a poco dentro de mi, creando un caldo de cultivo que me permitió tener otra visión de la realidad. Tomé conciencia de hasta qué punto yo había sido un personaje más, una marioneta en manos del destino. Acabé pensando que el tipo me había hecho un gran favor al darme aquel puñetazo, esa cadena de causas y efectos me había conducido a cambiar de vida, a pararme a pensar, a no dejarme llevar ciegamente –y nunca mejor dicho- por un camino que me abocaba de forma inexorable al desastre. Decidí que tenía que tomar las riendas de mi propio destino.<br /><br />En esas estaba cuando recibí una llamada del albacea de Federico. Me comunicaba que Ester se había retirado de la impugnación del testamento, y solicitaba una entrevista personal conmigo, ella y yo, sin abogados; me preguntaba si podía darle mi teléfono para que nosotros mismos fijáramos el encuentro. Lo pensé unos instantes, si se hubiera tratado de una reunión con abogados, para seguir discutiendo y negociando, hubiera escurrido el bulto enviando a Lucía para lidiar. Pero aquello daba la impresión de tratarse de algo más personal, distinto de la rutina.<br />-De acuerdo, dele mi número de celular.<br /><br />Mientras esperaba la llamada, que tardó varios días en producirse, hacía cábalas sobre cuál sería su objetivo. Desconfía, me dije. Seguramente, ya que se ha apartado de la impugnación, me sugerirá que yo a mi vez retire la denuncia contra su marido. Vale, estoy dispuesto a hacerlo, se librará de pagar por mis lesiones, pero aún así le quedará la acusación por resistencia a la autoridad, y esa esta en manos del fiscal. Además, todavía está la otra hermanita, Josefina, tendrá que proponerme alguna táctica para hacerla regresar al redil de la cordura. Todo eso, y más, pensaba mientras se demoraba la llamada de Ester.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-91757443182268645262008-10-19T13:38:00.001+02:002008-10-19T13:39:24.883+02:00El tuerto. 81: Confesión judicial.-El juez te ha citado a prestar confesión judicial bajo juramento indecisorio.- Me espetó Lucía, la abogada que me lleva todos los asuntos del difunto Federico.<br />-¿Quee? –En un primer momento me sobresalté. Tenía tantas cosas en la cabeza últimamente que no sabía de lo que me estaba hablando.<br />-Tranquilo, no tiene importancia, es sobre la impugnación del testamento, un simple trámite. –Y me puso al corriente de las últimas incidencias de ese procedimiento. Las hijas de Don Fede, instigadas por su abogada, Carmen, habían impugnado el testamento de su padre en lo que me nombraba fideicomisario y por tanto les impedía disponer de los bienes de la herencia, que pasarían a mi dominio cuando ellas fallecieran. Sus argumentos eran un tanto peregrinos y en absoluto me habían inquietado. Insinuaban de forma vaga que Don Fede no estaba en pleno uso de sus facultades cuando me nombró a mí, incluso en estado de embriaguez. Aludían a que ese último testamento había sido redactado poco antes de fallecer, cuando ya su estado de salud era muy delicado. Y sobre todo cargaban las tintas en mi condición de completo desconocido para el entorno familiar, aderezándolo con toda clase de conjeturas sobre amenazas o presiones que yo habría ejercido sobre el difunto para obligarle a modificar su última voluntad. Pero nada de lo que decían tenía ni el más mínimo sustento probatorio. Para empezar, pasaban por alto un hecho fundamental, y es que el Notario había autorizado el testamento, lo cual nunca hubiera hecho de haber albergado la más mínima duda sobre su sano juicio. ¿Le estaban llamando imbécil? Más aún, era el notario que habitualmente protocolizaba todos los documentos y escrituras de Don Fede, luego le conocía bien. La demanda era en realidad -como me dijo Lucía y yo mismo así lo pensaba- temeraria, una jugada desesperada, y una manipulación descarada por parte de la abogada contraria para alimentar vanas ilusiones de sus clientas y de paso cobrar jugosos honorarios. Pretendieron llamar a declarar al notario, pero el juez les pidió previamente informes médicos o psiquiátricos que justificasen su petición. Como no los tenían, el juez les rechazó esa prueba. Así las cosas, lo único que les quedaba era llamarme a mí a declarar, para ver si yo de pura estupidez reconocía alguna de sus disparatadas alegaciones. Y el juez les admitió la prueba porque a esta sí que tenían derecho.<br /><br />-Pero no te preocupes. –Añadió.- No les va a servir para nada. Basta con que te limites a negar lo que te planteen. Ellos tienen derecho a llamarte, y tú tienes derecho a contestar simplemente que no a todo.<br />-Pues si no va a servir para nada, ¿por qué la acepta el juez?<br />-Para cubrirse las espaldas ante una futura apelación. No quiere que la audiencia le mande repetir el juicio por haber denegado indebidamente una prueba.<br />-O sea, para guardar las apariencias.<br />-Exactamente. Y no te olvides que estás en un procedimiento civil, no penal, así que tranquilo. –En realidad yo estaba tranquilo, mis preguntas eran más que nada para confirmar lo que imaginaba, y también para valorar el grado de conocimiento de mi abogada.<br />-¿Y lo de juramento indecisorio?<br />-Que tus respuestas sólo se considerarán probatorias en aquello que te perjudique a ti.<br />-Ah, me parece muy justo.<br /><br />El juzgado estaba en la Plaza de Castilla, en un edificio nuevo colindante al de los juzgados penales. En el control de acceso me pasaron por el detector de metales, nada encontraron porque yo en previsión ya había dejado mi habitual navaja en la guantera del coche. Me había vestido para el evento con un traje nuevo y una reluciente corbata, quería causar buena impresión en sede judicial. Rosa no podía acompañarme, porque tenía que dar sus clases, pero había insistido en que lo hiciera Moon. Yo rehusé porque el aspecto de Moon era demasiado matonil, y no quería dar imagen de mafioso. Así que sólo estábamos mi abogada y yo.<br /><br />En la otra parte, en cambio, además de la abogada peleona estaban las dos hijas de Don Fede, Josefina y Ester, y el que deduje era marido de esta última. Josefina se había vuelto a teñir el pelo, ahora iba de morena clara, e igual de elegante que siempre, con su traje de falda y chaqueta. A su marido no se le veía por ninguna parte, era el más inteligente de todos nosotros y no había querido perder el tiempo. Ester seguía vistiendo pantalones vaqueros, pero había cambiado la camiseta por una elegante blusa de seda, y la cazadora por una chaqueta con hombreras, supongo que también quería causar buena impresión al juez. El marido de Ester, vaya pinta de pijo trasnochado y venido a menos. Con el pelito engominado, pantalones de pinzas, polo y americana. La tez curtida por el sol de la playa, el viento del mar, o tal vez de esquiar. Tenía cara de haber llevado buena vida. Confieso que se cruzaron nuestras miradas y se me escapó una sonrisa burlona, lo cual le hizo fruncir el ceño. Al entrar en la sala y pasar a su lado me susurró entre dientes.<br />-Ten cuidado con lo que dices que te vamos a arruinar la vida. -Ostras, me sorprendió su atrevimiento. Me paré en seco y le miré de arriba abajo. Me quedé dudando unos segundos si responderle allí mismo o hacerlo más tarde. Entonces Lucía tiró de mi brazo y me condujo delante del juez. Yo me dejé llevar, la verdad, cuando no estoy en mi medio prefiero comportarme. Y de todas maneras ya tendría tiempo de divertirme. Habló el juez.<br /><br />-Señores, vamos a celebrar esta prueba en audiencia pública, a petición expresa de la abogada de la parte demandante.<br />Creo que Lucía se había quedado corta en lo de guardar las apariencias. El juez ni siquiera disimulaba su irritación. Golpeó con el mazo y nos obsequió con una mueca de hastío. Lo habitual es que este mero trámite se hiciera en la secretaría, y llevado a cabo por un simple oficial del juzgado, y no por el magistrado en persona y con toda la solemnidad. Entonces comenzó la diversión.<br /><br />-Diga ser cierto que usted conocía el delicado estado de salud de Don Federico.<br />-Yo no soy médico. ¿A qué se refiere?<br />-Sea más concreta, señora Letrada. –Terció el juez.<br />-¿Sabía que había sufrido varios infartos?<br />-¿Varios, cuantos? Creí que había que ser concretos.<br />-Límitese a contestar.-Trató de imponerse la abogada, con soberbia.<br />-Negativo.<br />-¿Cómo que negativo, se niega a contestar?<br />-Que mi respuesta a su pregunta es negativa, por favor preste más atención.-La abogada enrojeció de ira. Se oyeron murmullos en los bancos del público, una voz masculina, así que sólo podía ser el marido de Ester.<br />-Eh, oiga usted, aquí las reconvenciones las hago yo. –De nuevo habló el juez.<br />-Sí, señoría.<br />-¿Le constaba que Don Federico abusaba del alcohol?<br />-¿Qué es abusar, a qué llama usted abusar?<br />-Señoría, está tratando de eludir la respuesta.- Se quejó la abogadita.<br />-Vamos a ver, señora letrada, no quiero que esto se convierta en un circo. A partir de ahora las preguntas las voy a hacer yo. –Silencio absoluto en la sala.- ¿Se emborrachaba delante de usted?<br />-No, señoría.<br />-¿Consumía drogas estupefacientes delante de usted?<br />-No, señoría, don Federico era una persona de sanas costumbres.<br />-¿Alguna vez le vio alterado?<br />-Nunca, señoría.<br />-¿O fuera de su estado normal?<br />-Siempre de buen humor y con la mente bien clara.<br />-¿Cuál era la índole de su relación con él?<br />-Inicialmente negocios, después amistad.<br />-¿Qué clase de negocios?<br />-Yo le suministraba productos informáticos, y a veces hacía de subcontratista en proyectos de construcción e inmobiliarios.<br />-¿Le comunicó su intención de nombrarle fideicomisario en el testamento?<br />-Por supuesto, señoría.<br />-Luego entonces sabía de su delicado estado de salud.<br />-Sí, señoría, pero la letrada habló de varios infartos, y yo sólo supe de uno.<br />-¿Y qué motivo le dio para querer nombrarle fideicomisario?<br />-Señoría, si me permite explicarme, Don Federico no quería que sus dos yernos pudieran disponer de los bienes de la herencia, porque según me dijo son dos golfos que nunca han trabajado y les gusta vivir la vida regalada.<br />-¡Eres un mentiroso, cabrón! –Estalló el marido de Ester.<br />-¡Silencio! –Le cortó el juez.- No permito insultos en mi sala. Le impongo una multa de veinte mil pesetas. Salga ahora mismo. Oficial, tómele los datos. Se ha terminado el acto. Despejen la sala. Señora letrada, acérquese. –Y entonces se oyó, en voz baja, pero se oyó, porque todos habíamos enmudecido.- Señora letrada, usted ha montado esto y se le ha ido de las manos…<br /><br />Yo estaba cruzando el umbral de la sala, cuando el marido de Ester, que estaba fuera esperando, se me abalanzó y no pude oír el resto de la reprimenda. Me sacudió un puñetazo que intenté esquivar, pero no lo conseguí del todo, me rozó en la nariz y yo aproveché para dejarme caer al suelo. Se me doblaron las rodillas y me desplomé de lado como si fuera un muñeco. El resto es un tanto confuso porque yo tenía los ojos cerrados y los demás se pusieron todos histéricos. Sé que escuché varios gritos de “socorro, una ambulancia” y era la voz de mi abogada. Ella me contó después que entre el juez, el oficial, y el secretario judicial consiguieron reducir al energúmeno. Rápidamente subieron varios policías y vigilantes jurados que estaban en el control de acceso y le esposaron. <br /><br />-Llévenselo detenido a comisaría, por agresión, desacato y resistencia a la autoridad. Que se pase cuarenta y ocho horas en el calabozo, hasta que se le bajen los humos y después se lo llevan al juez de guardia.<br />-A la orden, señoría.<br />-Secretario, haga constar en el acta todo lo que ha ocurrido y le entrega copia a los policías, para que sirva de prueba.<br />-Sí, señoría.<br /><br />Mi nariz seguía sangrando abundantemente. Yo sabía que no era nada, tengo tendencia a sangrar por la nariz, a veces por un simple estornudo se desencadena la hemorragia. No se si por mi alta presión sanguínea, o porque mis capilares nasales son frágiles. La noche anterior, sin ir más lejos, me había sangrado un poco. Pero la sangre es muy aparatosa y espectacular, mi traje nuevo estaba completamente arruinado, la camisa blanca totalmente enrojecida, y hasta el suelo del juzgado caían gotas y más gotas, hasta formar un reguero. Lucía, inclinada hacía mí, trataba de contener la hemorragia con su pañuelo. Y en esto llegó el médico de urgencia y los enfermeros. Yo fingí despertar del desmayo. Me hicieron inhalar algo, me taponaron las fosas nasales y me llevaron al hospital, para hacerme las pruebas oportunas. Salí de los juzgados por mi propio pie, un tanto inseguro, escoltado por los enfermeros, con mi traje nuevo empapado de sangre, bajo la mirada ansiosa de Ester, y por dentro riéndome del espectáculo, y de la que le iba a caer al imbécil desgraciado de su marido.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-38024796501023197412008-10-13T19:03:00.001+02:002008-10-13T19:20:48.669+02:00El tuerto. 80: Yasmín.Hubo un corto periodo de tranquilidad, casi de normalidad. Rosita volvió a su trabajo de profesora en Leganés, y a ocuparse a tiempo parcial de la joyería, en la que contratamos a Yasmín, la novia de Charlie, como empleada permanente, y a mister Moon en tareas de protección, transporte de joyas y de dinero. Yasmín, como estudiante de bellas artes que había sido, tenía una fina sensibilidad para apreciar la calidad de las joyas, por ende su valor, y transmitírselo a la clientela, mayormente femenina, en el todavía reducido pero correcto español que ya estaba aprendiendo. Además, era una persona de absoluta honradez y confianza, sobre todo por sus principios idealistas, más que por la precariedad de su situación en el país. Finalmente le habían denegado su petición de asilo político, y ahora se encontraba tramitando un permiso de residencia ordinario. En cierto modo yo me sentía solidario con ella, también tuve que huir de mi país, aunque por motivos bien diferentes, y estuve meses pendiente del hilo de un permiso de residencia. Yasmín tenía el obstáculo añadido de que no era ciudadana europea, por lo que su permiso corría el riesgo de ser rechazado.<br /><br />La honestidad de Yasmín la había comprobado al poco de su llegada a España. En cierta ocasión, hablando casualmente, y conociendo sus habilidades pictóricas, la tanteé sobre si estaría dispuesta a copiar un cuadro, por encargo de un cliente mío que pagaría muy generosamente. No me dejó ni terminar la frase, ni decir siquiera cuál era el cuadro que el cliente deseaba. A decir verdad, el cliente era yo, y estaba pensando en falsificar alguno de los valiosos lienzos de la mansión de Federico, con la traviesa intención de….darles el cambiazo a las herederas. Me interrumpió indignada, asegurando que ella jamás haría algo ilegal.<br />-Antes prefiero que me deporten a mi país, pero con la cabeza bien alta. –Y estábamos hablando del Irán post Jomeini.<br /><br />Después Charlie me echó la bronca por dejar entrever siquiera un asomo de ilegalidad. Yasmín no sabía nada de las actividades delictivas de Charlie. Pobre Yasmín, si se hubiera imaginado de qué clase de asesinos y ladrones estaba rodeada, habría salido corriendo espantada a pedir asilo…en la embajada de Irán. Su ingenuidad me resultaba conmovedora. No sé si mis deseos de ayudarla eran por hacer algo bueno en la vida, algo noble al menos una vez. O si por el contrario lo que buscaba era tenerla cerca para averiguar si algún día Yasmín caería en la tentación y se saltaría sus propios principios. El caso de Rosita no era muy significativo al respecto, pues nunca estuvo claro que tuviera principios. Mas bien pienso lo contrario, que nunca los tuvo, ni la madre ni los huéspedes de la pensión fueron muy buena imagen. Lo que le faltaba a Rosita era el coraje para saltarse las normas, hasta que fue cogiendo seguridad en sí misma y terminó siendo audaz.<br /><br />El caso de Yasmín era muy diferente, nunca le faltó la valentía para oponerse a la sociedad islamizada iraní, se negó a llevar el velo, a someterse a la dominación masculina. Ni tampoco ahora le faltaba la firmeza para negarse a seguir el camino fácil que yo le insinuaba. Su sentido de la libertad, la dignidad y la ética parecía innato. Charlie estaba completamente enamorado de ella -y no me extrañaba, yo mismo estaba un tanto fascinado-. Le había propuesto casarse, para de ese modo, como esposa de ciudadano británico, tener automáticamente la residencia. Y también lo había rechazado ofendida. Ella sólo se casaría por amor, nunca cometería un matrimonio falso, de conveniencia.<br />-Pero yo te quiero.- Intentó convencerla Charlie.<br />-No lo sé si me quieres de verdad, pero yo no estoy preparada para el matrimonio.<br /><br />-¿Y no será que sospecha algo? –Le pregunté yo a Charlie, cuando me contó sus confidencias, algunas de las cuales me llevaron a pensar que el noviazgo entre ambos no había rebasado la fase platónica, y no por falta de ganas de Charlie.<br />-No lo creo, si sospechara algo ya no estaría aquí.<br />-Tienes razón.<br />En realidad mi pregunta no iba en serio, era más bien por inquietarle un poco, lo que en realidad me preguntaba es qué podía haber visto Yasmín en un traficante de drogas, ladrón y asesino como Charlie, para darle siquiera esperanzas. Es decir, me sorprendía que se hubiera venido con él desde Londres. Se me ocurrió que tal vez hubiera algún otro motivo, pero esto no se lo dije a Charlie. Lo que sí hice fue aprovechar la primera oportunidad para hablar discretamente con ella.<br /><br />-En Londres hay muchos compatriotas tuyos, ¿no tenías amigos allí?<br />-Sí, algunos conocidos. – Noté que se ponía un poco tensa, lo cual me confirmó que estaba dando en el clavo.<br />-¿Y nadie especial?<br />-¿Qué quieres decir con especial?<br />-No sé, supongo que lo normal es que os ayudéis unos a otros, ¿no?<br />-Bah, no te creas, todo el mundo tiene miedo. –Al instante percibí que se había arrepentido de sus palabras.<br />-¿Miedo de qué?...Vamos, Yasmín, confía en mí, lo que hablemos tú y yo será un secreto, aquí estamos en España y no te va a pasar nada. Sólo quiero ayudarte.<br />-¿A mi, por qué?<br />-¿Prometes guardar secreto de lo que voy a decirte?<br />-Sí, lo juro. –Dijo con toda solemnidad. En ese momento supe que podía confiar en ella.<br />-Yo también estoy huido de mi país, y he vivido mucho tiempo en una pensión, sin papeles, igual que tú. Por eso me daría una alegría poder ayudarte en algo. Y ahora dime, ¿Miedo por qué?<br />-Muchos son espías de los guardianes.<br />-¿Quée? ¿Los guardianes?<br />-Sí, los guardianes de la revolución, los esbirros de Jomeini, ahora de Ali Jamenei.<br />-Explícame eso.<br />-Pues está muy claro. En Londres tienen espías por todas partes, fingen ser amigos tuyos, puede ser tu colega en la universidad, tu compañera de cuarto, y en realidad son espías que le pasan la información a los guardianes, para que tomen represalias.<br />-¿Qué represalias?<br />-A veces persiguen a tu familia en Irán, los detienen bajo acusación de contrarrevolucionarios. Otras veces te atacan directamente en Londres, de repente recibes una paliza de unos desconocidos encapuchados. O incluso…<br />-¿O incluso qué?<br />-Incluso ha desaparecido gente.<br />-No te preocupes Yasmín, con nosotros estás totalmente segura, te puedo garantizar que no somos chivatos, ni de esos guardianes ni de nadie.<br /><br />Después de vivir algún tiempo en una modesta pensión cercana a la joyería, finalmente accedió a instalarse en nuestro amplio apartamento de la calle Velázquez. No resultó fácil convencerla, Yasmín no era alguien a quien le gustara recibir favores. Aparentemente fue Rosita quien logró vencer su resistencia con el argumento de que así le haría compañía en los periodos en que yo me encontraba en Tenerife. Pero yo quiero pensar que también influyó aquella conversación privada que sostuvimos. <br /><br />Por cierto, que también las cosas en la isla volvieron a funcionar. Reanudamos la construcción del hotel, esta vez a cargo de una empresa un poco más cara, pero de reconocida calidad y solvencia. Al tiempo, para evitar en el futuro problemas similares al del Guti, y abrir un nuevo frente de negocio, fui planeando la creación de una sociedad constructora, que ejecutaría nuestras promociones y también competiría en el mercado. Tanteé la posibilidad de utilizar la sociedad “Caribbean”, que ya estaba formalmente constituida y vacía de contenido, a la espera de que el juez resolviese definitivamente el pleito. Jesús, el abogado me hizo desistir. Podíamos pedir al juez que nos concediese la administración provisional única, y saltarnos así la administración mancomunada que le habíamos puesto al Guti como cebo, pero en ese caso habríamos tenido que rendir cuentas periódicamente al juez, y no nos interesaba que la justicia metiera la nariz en nuestras cuentas, ni siquiera de manera rutinaria y burocrática. Así pues, lo mejor era constituir una nueva sociedad y dotarla de su propio capital. Mi problema no era de liquidez, sino al contrario, tenía demasiado dinero negro, fruto de mi antiguo negocio de las facturas falsas, pero no podía sacarlo a la luz a un ritmo demasiado rápido, ya que eso sí que habría llamado la atención del fisco. Por otro lado, me interesaba seguir integrando a la familia de “los toscos” en la nueva sociedad, por sus contactos con las autoridades urbanísticas locales, y por su larga experiencia en el aledaño sector inmobiliario. Pero el problema es que ellos sí que carecían de liquidez, hasta el punto que no podían suscribir el capital social necesario para tener una participación significativa y estar suficientemente motivados. Un asunto nuevo para el que buscar la solución. Y es que yo nunca descansaba, no podía simplemente disfrutar de lo mucho que ya había conseguido, necesitaba tener siempre un reto al que enfrentarme.<br /><br />Por eso me gustaba volver a Madrid, a lo más parecido a un hogar que nunca tuve, abrazar a Rosa y encontrarme a Yasmín pintando en el salón, o en la terraza, dependiendo del tiempo que hiciera, sus paisajes y retratos de precisos trazos y elegantes colores que nunca lograba vender. Pobre Yasmín, exiliada de su país, rechazada por las autoridades británicas, huyendo de sus propios compatriotas exiliados. Todo para acabar encontrando refugio y ayuda en el seno de un grupo de delincuentes comunes. Casi me hacía sentir bien, después de todo tal vez no éramos tan malos.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-26391185220230196382008-10-10T18:33:00.002+02:002008-10-10T19:04:28.380+02:00El tuerto. 79: Gaby.El tuerto está cabreado. Por la angustia que ha vivido como mero espectador, presenciando desde las sombras del aparcamiento cómo se iba Rosa acompañada por la policía, temiendo: “ya no la vuelvo a ver”. Tras las horas de incertidumbre, de miedo, de arrepentimiento por haber dejado que se llevara a cabo el plan de Rosa: “teníamos que haberlo hecho a mi manera, un rápido tiroteo y a escapar”. Luego vino el alivio profundo cuando las vio a las dos regresar al hotel, a ella y a la otra mujer. Al menos no se ha quedado detenida, pensó. Aún así, no respiró tranquilo hasta que no vio salir de nuevo al policía con una bolsa de plástico (los efectos del muerto, dedujo), montar en su vehículo oficial y marcharse.<br /><br />Por fin salió de nuevo Rosita, con su maleta, después de abonar la cuenta en el hotel.<br />-¿Ya se marcha?, le preguntó el director con gran interés.<br />-Sí, después de lo que ha pasado la verdad es que prefiero cambiar un poco de ambiente, como comprenderá no tengo buenas sensaciones.<br />-Lo sentimos mucho y esperamos que vuelva a visitarnos en mejores circunstancias.<br />-Oh, sí, claro que volveré, el hotel ha sido muy de mi agrado.<br /><br />Se sube al Mercedes de Charlie. Detrás va el tuerto, en su Renault Clío. Conducen hasta el hotel Don Benito, en la Calle Pérez Galdós, donde se hospedan, en habitaciones contiguas. Allí, en la del tuerto, a solas, se abrazan él y Rosa. El abrazo parece una reedición del que poco antes se han dado ella y Laura. Aquel abrazo fue de despedida, este de reencuentro, pero los dos parecen fundirse en uno sólo, solaparse en la mente de Rosa. Decimos hola porque antes hemos dicho adiós a alguien, o a algo. Decimos adiós para ir con otra persona, o para volver con nosotros mismos. Cuántas veces encubrimos la realidad con una apariencia de signo opuesto. El abrazo de antes entre las dos mujeres, que parecía de despedida, es en realidad un abrazo que sella y rubrica la complicidad que ha nacido entre ambas. El abrazo de ahora, entierra el miedo que los mantenía cohesionados, y abre la puerta a la individualidad, a la discrepancia, a la división, a la lucha por el poder.<br /><br /> Después de la angustia y después del alivio surge la ira, la indignación.<br />-Ahora que estás a salvo, y nadie lo celebra tanto como yo, permíteme que te diga que has sido una gran imprudente.<br />-¿Pero qué dices?<br />-Lo de menos es que nos hayas relegado al papel de comparsas.- Dice el tuerto. Pero no es verdad, no está siendo sincero, el y Charlie se sienten disminuidos, casi humillados por el protagonismo acaparador de Rosa.- Lo que no puedo ignorar es que te la hayas jugado tú, y de paso puesto en riesgo toda la operación.<br /><br />Nada más pronunciar las palabras, se arrepiente. Su lado cerebral sabe que hay mucho de cierto en lo que dice, pero al mismo tiempo siente admiración por la audacia de Rosa. El no hubiera sido capaz de hacerlo, ¿o si?<br />Rosa en cambio está exultante. Hay una extraña belleza que irradia de ella y que el tuerto percibe. El brillo de sus ojos, la firmeza de su mirada, la barbilla que se levanta un centímetro más de lo habitual. El orgullo. Esa belleza maligna y a la vez fascinadora de una mujer que ha administrado la muerte. Sigue un intercambio de argumentos.<br />-No sabía que tuvieras miedo.<br />-Más que si hubiera estado allí, en plena acción.<br />-¿Pero qué querías que hiciera? La mujer apareció de repente en la piscina, si hubiera huido eso habría levantado más sospechas.<br />-Ya, pero ¿Y si te hubieran tomado las huellas? ¿Y si después de todo el análisis de laboratorio detecta esas sustancias que le diste? Entonces hubieras estado sentenciada. Métete en la cabeza que has rozado el desastre.<br />-Esas sustancias no las van a detectar.<br />-¿Por qué estás tan segura?<br />-Pues porque no las van ni siquiera a buscar. Sólo van a buscar signos de violencia, venenos, drogas y alcohol. Ya está. A menos, claro, que haya otros indicios y entonces, en lugar de las pruebas y marcadores habituales hagan un repaso exhaustivo a todas y cada una de las sustancias químicas. Además, esas medicinas no significan nada por sí solas, no son letales, puede haberlas tomado por prescripción médica, o incluso por su cuenta. Hay gente que toma betabloqueadores como si fueran tranquilizantes.<br />-¿Eso te dijo tu amiga?<br />-¿Qué amiga? –Por un momento Rosa no sabe a quién se refiere, cree que a Laura porque es la única amiga que tiene en la mente.<br />-Tú amiga la enfermera, la que te dio las medicinas. ¿Qué otra amiga tienes?<br />-Ah, pues sí, eso fue lo que me dijo. ¿Quieres que te cuente la historia de mi amiga? –En ese momento Rosa, para no tener que hablar de Laura, para darle al tuerto algo en qué pensar y evitar que le pregunte por la mujer de la piscina, prefiere contar una historia del pasado. Un pequeño secreto que ahora ya es inocuo, al menos comparado con otras cosas.<br /><br />-Soy todo oídos.<br />-Mi amiga se llama Gabriela, Gaby. Fuimos compañeras del colegio. Mi madre ya sabes que no me dejaba tener amigas, ni que vinieran a la pensión, ni me permitía ir a su casa. Así que Gabriela y yo nos veíamos a escondidas de mi madre. Cuando teníamos quince años mi madre cogió unas fiebres y la tuvieron que llevar al hospital, estuvo una semana ingresada. Entonces aprovechamos para estar juntas, Gaby pidió permiso a sus padres para venir a dormir conmigo en la pensión. Yo les dije que tenía miedo de quedarme sola por las noches.<br />-Pero están los huéspedes.- Dijo la madre, un tanto suspicaz.<br />-Si, pero algunos no son muy de fiar. –Contesté. Finalmente el padre sentenció a nuestro favor, no se si por generosidad, o por quitarse un posible cargo de conciencia.<br /><br />Esa semana que dormimos juntas, bueno, la verdad es que dormimos poco, nos quedábamos hablando hasta la madrugada, de nuestros planes en la vida, de nuestros sueños de adolescentes. Nos juramos amistad eterna, ayuda mutua ante cualquier adversidad, pasara lo que pasara. Después, cuando regresó mi madre, tuvimos que volver a los encuentros furtivos. A los diecisiete años nuestros caminos se bifurcaron. Yo entré a estudiar magisterio y ella enfermería, quiso estudiar medicina pero sorprendentemente no le alcanzó la nota, tuvo que conformarse con enfermería. Eso la dejó resentida y amargada con la sociedad, fue una injusticia. Todos estos años nos hemos seguido escribiendo y manteniendo el contacto. Ese pacto de ayuda mutua es el que invoqué hace poco, cuando me dio las medicinas y me explicó lo que necesitaba.<br />-¿Ella sabe para lo que era?<br />-Sí, por supuesto. Pero tranquilo, no dirá nada.<br />-Ya lo creo que no, sobre todo porque ella ha sido cooperadora necesaria, o sea, coautora. Pero dime otra cosa, ¿Qué es lo que has sentido al darle pasaporte?<br /><br />-¿En qué momento? Porque ha habido muchos momentos diferentes. Por ejemplo, mientras estábamos cenando sentí asco al verle engullir e imaginar que toda esa comida se pudriría junto con él. Después, cuando le estaba dando el champán con las medicinas, estaba disociando el acto de sus posibles consecuencias, o sea, pensaba, simplemente le estás dando un betabloqueante que por sí mismo no es letal, todavía puedes dar marcha atrás y dejarle dormir la borrachera. Y por último, en la piscina…Me venía la imagen de mi madre, supongo que de algún modo estaba matando a mi madre, estaba vengando todas las humillaciones. Por otro lado, para tranquilizarme, me decía a mí misma: es un juego, como cuando le estás haciendo una ahogadilla a alguien. Y el hecho de que el Guti no opusiera resistencia lo interpretaba como una confirmación de que se trataba de un simple juego sin importancia…Hasta que apareció la mujer, la testigo, ahí me di cuenta de que no era un juego, tuve un instante de pánico, pero rápidamente se me pasó. Y ahora, en este momento, me siento eufórica, victoriosa, con ganas de celebrarlo. ¿Quieres dormir un poco antes?<br />-No, mejor después.<br />Y lo celebran, y en esa celebración flotan en el aire las imágenes de dos adolescentes durmiendo juntas, sintiendo mutuamente el calor de sus cuerpos. Flota desde luego la imagen de dos mujeres jóvenes en una piscina, una de ellas completamente desnuda, mojada. Y lo que verdaderamente flota es un cadáver .Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-46320288032164768952008-10-06T18:36:00.005+02:002008-10-06T18:50:33.877+02:00El tuerto. 78: Laura.-Me llamo Laura. –Dijo, e introduciéndose en el agua, ayudó a empujar el cuerpo inerte hasta el borde de la pileta. Entre ambas lograron ponerlo en seco.<br />-Yo Flor. – Dijo Rosa, y al salir del agua se percató de que Laura miraba atenta su desnudez, por lo que repentinamente pudorosa se cubrió con su albornoz y echó el otro por encima del cuerpo de Guti.<br />-¿Es su esposo? –Preguntó Laura.<br />-No, es mi socio. Ha debido ser por el alcohol.- Intentó justificarse.<br />-Pues claro, Flor, tomó demasiado trago, ya yo lo vi durante la cena. Será mejor que llamemos una ambulancia. Deje, yo voy a recepción.<br />-Gracias. –Rosa suspiró. Lo que más temía es que Laura se pusiera a practicar la respiración artificial y que Guti no estuviera muerto del todo. Un boca a boca de aquella mujer de rostro celestial y labios de terciopelo podría revivir incluso a un cadáver. Pasó a preguntarse si Laura habría detectado algo anómalo al entrar, llegando a la conclusión de que no pudo ver nada, si acaso le habría extrañado la tranquilidad que mostró.<br /><br />Rápidamente analizó todas las posibilidades para buscar la salida adecuada. No se le ocultaban los riesgos que existían. En primer lugar, tenía que subir de nuevo a la suite y deshacerse de la botella de “Dom Pérignon”, y las copas con los rastros de betabloqueador y vasodilatadores periféricos. Eso fue lo que hizo de inmediato, mientras seguía pensando. Tampoco ignoraba que unas pruebas exhaustivas del laboratorio toxicológico revelarían la presencia de dichas sustancias en la sangre y órganos del Guti. Lo bueno es que esas sustancias no eran por sí solas venenosas ni letales.<br /><br />Una opción -continuó sopesando- era dejar a Guti en la piscina y tras recoger sus cosas, incluida la botella y las copas, bajar al aparcamiento, montar en el Mercedes con Charlie al volante y desaparecer. Por la mañana, estaría tomando el avión a Madrid, habría recobrado su identidad de Rosa, y borrado todo nexo de relación con Flor Izaguirre. Sus acciones en “Caribbean” ya habían sido vendidas a “Paradise”, por lo que nunca más tendría que reaparecer. El inconveniente era que ese comportamiento levantaría sospechas, tal vez hiciera que el examen forense y las pruebas de laboratorio fueran más exhaustivas y terminaran dictaminando que la muerte fue provocada.<br /><br />Entró en la suite, recogió todo, se vistió y se puso a limpiar las huellas dactilares de todas las agarraderas, de puertas y cajones, de los grifos del baño, de los vasos. De todo lo que recordaba haber tocado. Si la policía científica tomaba sus huellas, éstas quedarían registradas, y quién sabe, algún día en el futuro podrían descubrir su verdadera identidad, cotejándolas con la base de datos del Documento Nacional de Identidad.<br /><br />La segunda opción era permanecer, aguantar el tipo, hacer su declaración ante la policía, y confiar en que no le retuviesen el pasaporte y, sobre todo, que no le tomaran las dichosas huellas. Mientras no hubiera un dictamen médico no se la podría considerar sospechosa de nada. A ello se sumaba que la carita angelical de Laura y su declaración como testigo, haciendo énfasis en el abuso de alcohol de Guti, eran una baza inmejorable. En esto llamaron a la puerta. Era Laura.<br /><br /><br />-Ya están llegando. Tuve que buscar al mozo, que dormitaba en un cuartito. Ha telefoneado al director del hotel.-Continuó Laura.- También está para acá. Ha dicho que intentemos no alarmar a los clientes.<br />-Perfecto. - Pensó Rosa en voz alta. Se le escapó decirlo porque en realidad seguía pensando, intentando decidir cuál era la salida adecuada.<br />-Voy a cambiarme yo también, -dijo Laura- y bajamos. – Esa extraña confianza que le infundía la joven mamá inclinó la balanza a favor de la segunda opción. Asumir un poco de riesgo ahora, si todo salía bien, significaba dejar casi resuelto el asunto, mientras que huir implicaría que el caso siempre estaría abierto. Prefirió afrontar.<br /><br /><br />Así que allí estaba, en compañía de una hermosa mujer, cuando entraron los de la ambulancia, corriendo pero discretamente, para no alarmar a los distinguidos huéspedes. Tres personas: una mujer bajita, la doctora, y dos jóvenes robustos con un desfibrilador y un pequeño monitor.<br />-Le aplicamos el desfibrilador. –Dijo la mujer.<br /><br />Por lo que Rosa pudo ver, le dieron hasta tres descargas, y tras cada una comprobaban en el monitor si había alguna actividad cardiaca. También le pusieron una inyección de lidocaína y adrenalina y le sacaron una muestra de sangre para valorar el pH y el oxígeno.<br />En ese momento llegó el director del hotel y habló en un aparte con la doctora. Finalmente se acercaron.<br />-¿Son ustedes familiares? Siento decirles que está muerto.<br />-No, es mi socio. Arriba tengo el teléfono de su esposa.<br />-Nos lo vamos a llevar en la ambulancia, lo pasaremos por urgencias y de allí al tanatorio. El director nos ha pedido ese favor porque sino tendríamos que dejarlo aquí hasta que viniese el juez a levantar el cadáver. De todas maneras ya hemos avisado a la policía, que está al llegar, y al médico forense.<br /><br /><br /><br />Cuando llegó la policía Rosa perdió toda capacidad de pensar, de elaborar nada. Es como si su cerebro, al haber asumido que ya no podía escoger, que ya todo estaba decidido, se hubiera colocado en una especie de piloto automático. Se movía y respondía con lenta regularidad. Fueron a comisaría para prestar una declaración formal. Por suerte, les interrogaron a ella y a Laura conjuntamente, y fue Laura, muy habladora, quien llevó la voz cantante en todo momento. Fue una testigo inmejorable, describió la cena con todo detalle, la cantidad de botellas de champán que ingirió el finado, los síntomas de embriaguez que iba mostrando progresivamente, el enrojecimiento de sus pupilas (Rosa se preguntó cómo podía haber percibido eso, a la distancia que se hallaba), su conversación cada vez más pastosa y a la vez vociferante. Relató cómo se tambaleaba cuando se levantó para ir al cuarto de baño, cómo les llamó la atención ese detalle a su marido y a ella. Laura era una magnífica fabuladora.<br />-Ahora está cuidando al bebé, pero si quieren avisarle, mi marido puede confirmarlo todo.<br />-No se preocupe, no será necesario, ya hemos llamado a los empleados del hotel, que nos explicarán eso.<br />Luego relató una versión perfecta, inventada y sublimada, de la escena en la piscina. Cómo estaban los tres tranquilamente, ellas dos hablando en una esquina de la pileta, y él se tiró a hacer un largo…Y cuando se dieron cuenta flotaba inerte. Nada pudieron hacer por él excepto sacarle de la piscina y llamar la ambulancia. Omitió detalles irrelevantes, como la desnudez de Flor. Y cargó las tintas en la borrachera. Sólo hubo un momento de tensión, cuando el policía le preguntó directamente a Rosa/Flor, cuál era la relación que tenía con el difunto.<br />-Pues mire, estábamos para crear una empresa constructora entre los dos, pero ni siquiera habíamos comenzado, y ya me temo que nunca comenzaremos. Mire, yo traía un aval de un banco de Panamá, que si quiere le puedo mostrar, por un millón de dólares, pero no he llegado a hacerlo efectivo, así que todavía lo conservo. –Diciendo lo cual, sacó de su bolso el meritado aval y se lo mostró al policía, que lo contempló con interés. El policía debió llegar a la conclusión de que una mujer que posee un millón de dólares para invertir en España no puede ser sospechosa de nada, por lo que se lo devolvió, tomando nota en el acta de declaración.<br /><br />Ambas firmaron al pie de la misma. Primero Laura Cabrera, 1437 Brickell Ave., Miami, Florida, Estados Unidos. Después Flor, que leyó atentamente la declaración, aunque sólo consiguió memorizar la dirección de Laura.<br /><br />-Muchas gracias, pueden marcharse. Pero les ruego que me avisen antes de abandonar el país, por si tenemos alguna pregunta más. Ah, uno de mis agentes las acompañará para recoger los efectos personales del difunto. –El policía se puso de pie y se despidió con un apretón de manos.<br />Y ya está. Ni retención de pasaporte, ni huellas, ni siquiera tuvo que llamar a la esposa de Guti, la policía se encargó de tan desagradable tarea.<br /><br />Regresaron las dos al hotel en el coche de la policía. Rosa iba pensativa, calculando la forma y momento de desaparecer. Laura seguía tan locuaz.<br />-Mi marido y yo estamos pasando unos días de vacaciones.<br />-Ah, es magnífico. Por cierto, les felicito, tienen un bebé muy lindo.<br />-Gracias. Pasado mañana iremos a visitar a unos amigos en Lanzarote, si quiere acompañarnos… -Oh, me encantaría hacerlo, pero no es posible. Esta misma noche vuelo a la península para realizar otros negocios.<br />-Qué lástima. Pero entonces tal vez quiera almorzar con nosotros…<br />-Pues la verdad es que me caigo de sueño y no se siquiera si me despertaré a la hora del almuerzo.<br />-Pero claro, qué distraída soy. Como yo últimamente, por los biberones de mi hijito, apenas duermo dos horas seguidas…Por cierto, espero que su papi le haya dado el que le toca, porque sino mi pobrecito estará hambriento.<br /><br />Subieron los tres a la suite de Rosa. Esta le entregó al policía una bolsa con las ropas y pertenencias del Guti, incluyendo la cartera con el casi millón de pesetas que había ganado en el casino. El agente le dio una copia del acta de entrega y se marchó en el ascensor. Rosa y Laura se miraron a los ojos.<br />-Gracias por todo, Laura, me has ayudado muchísimo.<br />-Por nada, Flor, era mi deber. –Se abrazaron.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-3107473029201097062008-10-01T18:38:00.003+02:002008-10-01T18:40:56.070+02:00El tuerto. 77: La botella de “Dom Pérignon”.-Dejadme hacer a mí, -dijo Rosa- los hombres matáis violentamente y se os ve el plumero. Las mujeres matamos mejor.<br />Charlie y yo tuvimos que callarnos y obedecer, especialmente porque no disponíamos de ningún plan alternativo. El Guti había vuelto a ir a todas partes acompañado de su guardaespaldas; Rosa era la única que tenía acceso a él.<br />-Si, te dejamos, pero tiene que ser pronto, antes de que se anote el embargo en el Registro Mercantil, y sobre todo antes de que llegue al banco el bloqueo del dinero.<br />-Ya lo se, tranquilos. Dile al abogado que retenga la orden un par de días. Mañana vuelo a Tenerife para hablar con una vieja amiga de la infancia. Pasado mañana bien temprano estaré de vuelta y esa misma noche caerá.<br />-¿Una vieja amiga? ¿Quieres que te acompañe?<br />-No, es mejor que vaya sola para que tenga plena confianza en mí y me de lo que necesito.<br />-¿Y qué necesitas?<br />-Cierta información…y unos pequeños medicamentos. Mi amiga es enfermera, pero sabe más que muchos médicos.<br /><br />No quiso desvelar nada más, a pesar que insistimos. Se cerró en que por ahora cuanto menos supiéramos mejor, y que ya nos lo contaría en su momento. Lo que sí estaba esa noche era muy alterada, nerviosa, y como consecuencia su habitual apetito sexual se había incrementado. Suerte que no me había tomado mis tranquilizantes, aún así tuve que hacer un sobreesfuerzo, y ya al final de la noche Rosita hubo de emplearse a fondo, haciendo uso de técnicas para estimularme que nunca antes había empleado. Llegué a pensar que era la idea de matar al Guti lo que la excitaba y la volvía violenta.<br />-¿Por qué no regresas mañana por la noche? –Pregunté.<br />-Cuando termine de hablar con mi amiga ya no habrá vuelo.<br />-¿Dormirás en su casa?<br />-Tal vez.<br />-¿Erais muy amigas?<br />-Era mi única amiga.<br />-¿Y qué pasó?<br />-¿Por qué crees que pasó algo?<br />-No sé, tengo la sensación…<br />-Pues te equivocas.<br />Sus palabras no consiguieron disipar mi sospecha de que tras ese velo de misterio algo me ocultaba. Como no soy dado a especulaciones, decidí que ya me lo contaría cuando quisiera. Sin embargo, ese día y medio que estuvo fuera no pude resistir la tentación de registrar sus cosas, mas no encontré nada. Noté que se había llevado consigo el libro que estaba leyendo últimamente, que –ahora caí en la cuenta- trataba de medicina farmacológica.<br /><br />La misma mañana de su regreso telefoneó al Guti y le invitó a cenar en el hotel Catilina. Hablaban del terreno cuya compra iban a formalizar en breve, y de las gestiones posteriores para impulsar su recalificación. Por alguna casualidad ambos tomaban mariscos, gambas, langosta, canapés de salmón, un poquito de caviar y champán francés. No querían alimentarse sino dar gusto al paladar. Si bien sus razones probablemente diferían, los dos querían hacer de aquella noche algo memorable, y a fe que lo consiguieron.<br />-Esta noche la quiero especial, mi socio, mañana regreso a Caracas.<br />-¿Y eso?<br />-Mis inversores me reclaman, y tengo que dar satisfacción a mi señor marido antes que me abandone por una tacarigua o me mande buscar con el ejército.<br />-Hace bien, yo no la dejaría ir así, libremente por el mundo.<br />-¿Pues que se cree, que sólo ustedes los varones pueden tener sus querindangas?<br /><br />El Guti se levantó de la mesa para ir al baño y Rosa paseó la vista por el salón hasta recaer sobre una pareja con un bebé de meses. El papá lo tenía recostado sobre su pecho, y la mamá decía unas palabras (no escuchó si eran dirigidas al bebé o al marido) mientras observaba a Rosa. Sus miradas se cruzaron. Era una chica joven, de rostro angelical, con suaves rasgos redondeados, tez clara, cabello moreno. Abiertamente sonreía y Rosa le devolvió la sonrisa. La chica terminó de tomar su café y la pareja se levantó de la mesa. En ese momento volvió el Guti, Rosa se percató de que la chica también le miraba. Como si se estuviera preguntando qué estarían haciendo juntos, qué relación tendrían. Pensó que la chica probablemente les habría estado observando durante la cena. El Guti ni reparó en el detalle, se sentó y continuaron cenando.<br /><br />La conversación languidecía, ya habían agotado todos los temas que podían tener en común. En realidad el peso del diálogo recaía en Rosita, porque Guti lo que hacía era masticar, tragar y beber, y de vez en cuando soltar alguna estupidez. De hecho estaba empezando a sentir antipatía hacia él. O tal vez fuese que se estaba preparando psicológicamente para lo que tendría que hacer más tarde. Pero el caso es que su forma de comer le repelía, su conversación era insulsa, y su actitud arrogante. “Menuda joya de socio”, pensó, “menos mal que le voy a tener que aguantar muy poco”.<br /><br />Pero aún era demasiado temprano. Así que propuso que subieran al casino a jugar esos “bolívares” que tenían pendientes. De ese modo se distraerían y no tendrían que hablar. El Guti apostó a la ruleta y ganó. Siguió apostando y la suerte le era favorable la mayoría de las veces. “Si encima morirá contento este cabrón”, pensaba Rosa. Continuaron tomando champán hasta la última tirada. Cuando cambió sus fichas el patán había ganado casi un millón de pesetas.<br />-¿Quiere un cheque o efectivo?<br />-Nada de cheques, je, je, billetes de diez mil. –Su embriaguez era ostensible.<br />-Vamos a mi suite, a tomar la última copa.- Sugirió Rosa. Y cuando pronunció esa frase, “la última copa”, le sonó como si estuviese dictando la sentencia.<br />-¿A tu suite? Pues sí que hoy es mi día de suerte…<br />-No lo sabes tú bien.<br />-Ah, ¿Sí? ¿Qué me tienes preparado?<br />-Una sorpresita que espero te guste.<br /><br />La nevera de la suite estaba muy bien abastecida, para beber o comer a cualquier hora.<br />-Tengo aquí un “Dom Pérignon Gran Reserva” del 78, que nos lo vamos a beber usted y yo ahorita.<br />Si el Guti se hubiera acercado por detrás en ese momento, hubiera visto que el precinto de la botella estaba quitado, la caperuza sobrepuesta, y el tapón no era el original. Pero como estaba recostado en el sofá, muy borracho, ni siquiera le preocupó que fuera ella la que le sirviera a él y no al revés. En ese instante consideraba que todo le era debido, le parecía natural que una joven y bella mujer le invitase a su habitación. El era el importante socio que dentro de poco, aprovechando los viajes de ella, empezaría a meter la mano en la caja de la sociedad. Y si se terciaba, en los próximos minutos metería la mano entre las piernas de su socia. En esos pensamientos se hallaba y por eso ni se percató del poco ruido que hizo el tapón al saltar.<br />-Por los negocios.<br />-Hum, sí que está bueno. –El paladar todavía lo conservaba. Se hallaban sentados en el sofá, más cerca que nunca. Se acercaba el momento de la verdad. El Guti acarició el brazo de Rosa, intentó besarla en los labios, pero ella apartó la cara en el último instante, permitió que hocicase un poco en su cuello y mientras aprovechó para vaciar su copa intacta en el jarrón de la mesita.<br />-Déjese de besos, que los besos los guardo para mi marido. Esto sólo es un desahogo para el cuerpo. Y bebamos, que las burbujas se pierden. – Sirvió dos nuevas copas. Guti apuró la suya, Rosa le colocó de repente su mano en la entrepierna.<br />-¿Pero qué le pasa mi hijito, que no se le para? ¿Es que no le gusto?<br />-Es el alcohol…-Murmuró el Guti.<br />-Pues tómese la última –y esa palabra le repicaba en la mente- que ahorita vamos a darnos un baño en la piscina para que se despierte, concho.<br />-¿En la piscina? Pero no tengo bañador.<br />-Qué bañador, en cueros vivos mi socio, que a esta hora no hay nadie. –Eran las tres y cuarto de la madrugada.<br /><br />La propuesta era tan turbadora que Guti sacó fuerzas para incorporarse, abotargado como estaba, y dejó que Rosa le desnudara y cubriese con un albornoz para bajar a la piscina. Tomaron el ascensor y entraron, abrazados por la cintura, en el recinto acristalado. En ese momento, calculó Rosa, estaban empezando a surtir efecto las sustancias disueltas en el champán. Rememoró las explicaciones que le había dado su amiga la enfermera. Un bloqueador B-adrenérgico y un vasodilatador periférico, medicamentos muy sencillos, ninguno letal por sí sólo, recetados habitualmente para cualquier tipo de arritmia cardiaca o problema circulatorio. El vasodilatador periférico haría que el flujo sanguíneo se distribuyese hacia el cuerpo, en detrimento del riego cerebral. El efecto vasoconstrictor del champán reforzaría dicho efecto, impidiendo casi totalmente el flujo. De hecho, antes incluso de entrar en la piscina ya estaba semiinconsciente. En el instante de sumergirse en el agua a 26 grados la diferencia de temperatura incrementó la dilatación periférica. Como consecuencia, el Guti sufrió un leve síncope, una pérdida súbita de conciencia causada por fuerte disminución de flujo sanguíneo cerebral. En condiciones normales la inconsciencia sería breve, pero ese fue el momento que Rosa aprovechó para hundirle suavemente la cabeza en el agua y contar los segundos. El bloqueador B-adrenérgico actuaba impidiendo una descarga de adrenalina que hubiera hecho bombear a toda máquina el corazón, provocando una reacción defensiva inmediata. Guti trataba de sacar la cabeza, pero muy débilmente, sin fuerza. Treinta segundos. Y lo importante es que tenía la boca abierta y respiraba agua, no inhalaría mucha debido a su inconsciencia pero la suficiente para certificar su muerte por ahogamiento. Salían burbujas de su boca y no eran las del champán. Un minuto. El Guti estaba totalmente inmóvil en la piscina. En ese momento una figura entró en el recinto. Era la mamá del bebé. Rosa sufrió un instante de pánico, hasta que sus miradas se cruzaron. La mamá esbozó una leve sonrisa tranquilizadora.<br />-Acabo de amamantar a mi bebé y como no conseguía dormir me vine a dar un baño…-Tenía una voz suave, como de seda, y un acento cubano muy cálido.<br />-Creo que se ha desmayado, ayúdeme a sacarlo del agua.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-71839678544576375572008-09-29T02:21:00.002+02:002008-09-29T02:22:26.981+02:00El tuerto. 76: Caribbean Investments, S.A.-Bueno, el caso es que hay otro problema.- Por fin arrancó Basilio, que se había aireado en la terraza hasta el punto de animarse a “enjuagar” el oxígeno sobrante con un whisky escocés de primera marca. <br />-¿Qué problema? Cuénteme, seguro lo resolvemos.<br />-Pues…Por unas deudas tributarias que tengo…Ese capital social no puede estar a mi nombre, porque Hacienda lo embargaría. –Ajá, pensó Rosita, ya hemos llegado a la encrucijada. <br />Ese fue el momento crítico, decisivo en el curso que tomarían los acontecimientos posteriores. Hasta aquí, todo había resultado según lo previsible. La ambición desmedida de Gutiérrez le había llevado a escuchar la propuesta con agrado. Incluso había revelado la cantidad de dinero de que disponía (la mitad del cual era nuestro, por cierto). Pero, ¿cómo conseguir que aflorase, de forma que pudiéramos embargarle mediante el procedimiento civil que ya estaba iniciado? Ni que decir tiene que en este punto Rosita seguiría su instinto, lo que habíamos hablado y debatido con anterioridad sólo servía ya como bagaje de conocimientos que ella dosificaría para improvisar los quiebros tácticos de la negociación.<br /><br />-Ay, mi amor, pues ese sí que es un problema. –Rosa hizo ademán de retirarse. Tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia el Guti, mirándole a la cara, y entonces fue cuando se recostó en el sillón y se puso a mirar el mar, y los veleros, con gesto de estar perdiendo el tiempo y pensando en otra cosa. Y dejó pasar los minutos. En silencio. Que pensara y propusiera él. No había que demostrar ningún interés. Ni mucho menos dejar entrever que existía una idea preconcebida.<br />-Bueno…Las acciones podrían estar a nombre de mi esposa. En realidad el dinero saldría de una cuenta en que ella es titular, yo sólo estoy autorizado.<br />-Ah, tú estás autorizado. ¿Pero tu esposa tiene experiencia en ser administradora? –Inconscientemente Rosa había pasado a tutearle, pero en el clímax de la negociación el Guti no pareció percatarse.<br />-No, mi esposa es ama de casa, el administrador sería yo, por supuesto.<br />-Sí, pero entonces ya seríamos tres personas a tener en cuenta, y no dos. Mis socios no aceptarían eso porque rompe el equilibrio de la sociedad. Además, las esposas siempre terminan dando complicaciones…-Hizo una pausa para crear un poco de expectación en Guti, y para evaluar su grado de ansiedad.- A menos que…<br />-¿Sii?<br />-A menos que tu esposa firme un documento privado…En el que reconozca que te ha vendido a ti las acciones y que tú eres el único titular…-Rosa hablaba muy lentamente, para que la idea calara en la mente del Guti, pero también como si lo estuviera pensando en ese momento, cuando en realidad ya lo tenía muy pensado.- En el Registro Mercantil figurando tu esposa, en eso no tenemos problema y por supuesto Hacienda nunca se enterará. Ese papel será sólo para tranquilizar a mis socios, y de paso asegurarte a ti, cariño, para que tu linda esposa no te de problemas en el futuro.<br />-Si, no es mala idea…¿Y tú me garantizas que ese papel no irá a ninguna parte, será sólo entre nosotros?<br />-¡Pero claro, mi amor! Ese papel no saldrá de mis manos; ¿Qué interés voy a tener yo en que venga Hacienda a jodernos la sociedad?<br />-Si, es cierto.<br />-Pues entonces todo arreglado. –Rosa dejó escapar un ligero suspiro de alivio. Estaba claro que el Guti ni por un instante había sospechado de ella. ¿Y es que quién iba a sospechar de Flor, esa joven delicada y elegante que todavía conservaba la imagen de su pasada ingenuidad? Ni por lo más remoto de la astuta mente del Guti había pasado la sombra de lo que podía estar cocinándose detrás, y mucho menos que esa criatura hubiese venido de Venezuela para tenderle una trampa.<br /><br />Flor cambió de conversación. No había que darle más vueltas al asunto. Se puso a hablarle de su amada ciudad, Caracas, a contarle historias inventadas o leídas en novelas de Rómulo Gallegos, o de Uslar Pietri, daba igual porque el tipo no había leído un libro en su vida. Incluso le invitó a viajar con él, donde le presentaría a su esposo –un militar de la más antigua escuela de América latina, las armas y las finanzas debían trabajar unidas-, a sus socios, visitarían un barrio, La Candelaria, donde había buenos restaurantes especializados en, qué te parece, comida canaria, pasearían por la avenida de Los Próceres, subirían en el teleférico.<br />-Y si vienes sin tu esposa te presentaré a unas muchachas muy lindas. El administrador de una empresa llamada “Caribbean Investments” tiene que conocer la cultura venezolana en todas sus facetas…-Sentenció Rosa, y se detuvo analizando la expresión de Basilio, preguntándose si se habría excedido. Pero no, el Guti estaba fascinado por el torrente de seductoras promesas.<br />-¿Caribian invesmes?<br />-Sí, así se llamará nuestra sociedad, ya tengo reservado el nombre en el Registro Mercantil.<br />-Me gusta, suena bien.<br /><br />Tras divagar un rato más en la terraza del casino, y pasada ya la medianoche, la caraqueña de guía turística dio por concluida la velada.<br />-Tengo que llamar a mis socios para comunicarles que está cerrado el trato, pero en Caracas apenas son las seis y media de la tarde, así que mi chofer y yo podemos acompañarte hasta tu casa.<br />-No te molestes, pediré un taxi.<br />-Molestia ninguna, de camino conversamos un poco más.<br /><br />No, para Rosa no era ninguna molestia, estaba disfrutando con el papel, máxime, después de la tensión inicial, cuando se persuadió de que el Guti se había tragado el anzuelo. No, la molestia era para nosotros, para Charlie y yo, que llevábamos esperando toda la tarde y noche, con apenas un bocadillo comido en el asiento del auto, y un par de ansiolíticos para relajarme, porque sino hubiera tirado de pistola sin más dilación, y al traste con nuestro magnífico plan.<br /><br />Por suerte no vivía lejos de allí, sólo tuvimos que subir, atravesando los muelles, continuar subiendo por Princesa Guayamina, sexta a la izquierda, y hasta el fondo. En la calle Timagán vivía, en un edificio que daba directamente a una playa semicircular, de arena negra y rocas, muy batida por el oleaje del norte.<br />-Mañana os recojo a ti y a tu esposa, vamos a tu banco y depositamos el capital social a nombre de “Caribbean”, ¿Ok? Después vamos al notario y firmamos las escrituras.<br /><br />El resto fue coser y cantar. La esposa, como bien dijo el Guti, no tenía ni idea de negocios, no hizo ninguna pregunta, se limitó a firmar el cheque por los sesenta millones. Tampoco puso ningún reparo al documento por el que vendía sus acciones al marido, en régimen de separación de bienes. Firmó las dos copias, una para el Guti, y la otra Rosa la guardó como oro en paño en su pequeño maletín. Ese papelito era el que nos abría las puertas al embargo de bienes. <br /> <br />Curiosamente, hubo un problema de última hora y nunca mejor dicho, en el banco, pero fue por culpa nuestra. El director, amigo de Gutiérrez, intentó pedir conformidad telefónica al traspaso desde mi cuenta de Panamá, y claro que a esas horas estaba cerrado. Rosa llamó en un aparte a Charlie, éste a su vez me lo explicó a mi, y yo me fui directo a otra oficina bancaria en la que tenía una jugosa cuenta a la vista, con el producto de las facturas falsas. Saqué un cheque bancario al portador por la cifra requerida, y se lo hice llegar a Rosa por el mismo conducto. En total apenas nos retrasó tres cuartos de hora. Ventajas de tener exceso de liquidez. El director del banco sonrió al recibir el cheque a manos de Doña Flor, como si los millones fueran para él.<br />-Todo correcto.<br /><br />Esa misma tarde le entregué al abogado el documento firmado por Gutiérrez y su esposa. El abogado lo presentó en el juzgado y solicitó el embargo preventivo. El juez, días después, lo despachó previa fianza para asegurar responsabilidades, que presentamos de inmediato. Habíamos cruzado el rubicón. Antes de recuperar lo nuestro con engaño no hubiera tenido gracia matarle. Ahora, dejarle vivo hubiera sido una peligrosa imprudencia.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-28007532889148579372008-09-25T19:04:00.002+02:002008-09-25T19:04:51.285+02:00El tuerto. 75: Hotel Catilina-Nuestro proyecto –continuó Rosita, alias Doña Flor- es invertir de forma estable en el sector turístico de Canarias. No descartamos alguna operación a corto plazo que pueda ser lucrativa, pero en el fondo lo que nos interesa, a mí y a mis inversores, es permanecer. Estamos seguros que a largo plazo las islas se beneficiarán de una gran expansión económica, y queremos ir tomando posiciones. Para ello nuestra fórmula inicial será crear empresas mixtas, en las que el cincuenta por ciento de capital sea español, y el otro cincuenta de nuestros inversores, representados por mí. Como usted sabe –y si no lo sabe se lo digo yo, pensó Rosita- podríamos prescindir en este momento de dicha fórmula, pues recientemente se ha aprobado una nueva ley de liberalización de inversiones extranjeras en España. Pero la verdad sea dicha, tenemos información extraoficial de fuentes cercanas al gobierno, y no estaría bien visto crear empresas al cien por cien venezolanas o colombianas, al menos por el momento. En realidad la liberalización vino impuesta por una Directiva de la Unión Europea, no porque el gobierno esté convencido.- Rosa detuvo su discurso para dar tiempo a que el Guti lo asimilase.<br />-¿Y porqué han pensado ustedes en mi como su socio español?<br />-Bueno, usted sería nuestro socio en las islas porque usted preside una empresa constructora, y nosotros queremos construir hoteles, apartamentos, y también participar en los concursos de obras del Estado y de la Comunidad Autónoma Canaria. Tenemos buenos contactos en las instituciones…¿Quiere que le cuente cuál va a ser nuestra primera operación?<br />-Si, claro. Pero tal vez podríamos ir a un sitio más relajado…<br />-Eso mismo estaba pensando yo, ¿no le apetece tomar un martíni? Conozco un lugar donde los sirven inmejorables.<br />-Oh, qué buena idea.<br />-Perfecto, señor Gutiérrez. Permítame que le tome del brazo, y a cambio iremos en mi carro, ya que lo he dejado esperando a la puerta.<br />-Con mucho gusto, doña Flor. Si no le importa, mi chofer nos seguirá en el mío, para traerme de vuelta.<br />-De ninguna manera, ya le traeré yo mismita de vuelta, si es que le dejo regresar…-Y diciendo esto le guiñó un ojo. Y el Guti no se imaginó hasta qué punto estaba en duda si volvería.<br /><br />La caraqueña impostada salió con aire majestuoso, del brazo del Guti. Charlie le abrió la puerta a la dama y dejó que el patán se abriera la suya<br />-Llévanos…al Hotel Catilina. –La orden sonó como si fuera algo improvisado, y como si hubiera pasado toda la vida tomando martínis en la cafetería de ese hotel. Pero lo cierto es que todo estaba planificado con anterioridad, y el sitio elegido, localizado y estudiado con todo detalle. Entre otras cosas porque Charlie, que apenas conocía las calles de Las Palmas, había exigido que no hubiera itinerarios improvisados ni complicados. Este era muy sencillo: salir a la calle León y Castillo y seguir todo recto hasta el número 227. Allí, en los escalones que daban al pórtico de entrada al hotel, se detuvo el flamante mercedes 500, y esta vez no tuvo que bajar el Charlie para abrir la puerta, lo hizo el botones.<br /><br />Era un hotel de cinco estrellas, por supuesto, de estilo colonial inglés, construido en 1890 y totalmente renovado. Declarado monumento histórico artístico. Estaba enfrente del puerto deportivo, rodeado de un jardín tropical. Contaba con todas las prestaciones para cerrar un buen negocio: Sauna, masajista, baño turco, gimnasio, piscina cubierta y al aire libre, pista de tenis, sala de reuniones…incluso un casino en la última planta. <br /><br /> Entraron en la cafetería, un enorme salón con suelo de mármol, amplios butacones, iluminado por dos inmensas lámparas de araña. Allí, mientras paladeaban las bebidas, Rosa le fue desgranando el plan.<br />-Pues mire, señor Gutiérrez…<br />-Llámeme Basilio.<br />-Gracias. Le decía que vamos a comprar un buen lote de terreno en Puerto de la Aldea.<br />-Ah, sí, lo conozco, ¿En qué zona?<br />-Al final de la calle de la Gabarra.<br />-¿Donde desemboca el río?<br />-Exacto.<br />-Pero esa zona no es urbanizable…<br />-Pronto lo será. Claro, usted no lo sabe…Ese río, la mayor parte se va a soterrar, y en el tramo final se hará una piscina.<br />-Qué buena idea.<br />-Y lo mejor es que toda, toda la zona, será urbanizada. Viviendas, hoteles, centros comerciales…Imagínese.<br />-¿Y el terreno ya está comprado.<br />-Yo tengo una reserva, en un documento privado, con derecho de cesión a terceros. Y la escritura pública se hará a favor de la sociedad anónima que usted y yo constituiremos. ¿Quiere que le hable de los términos de esa sociedad?<br />-Ya le digo que la idea me parece buena…<br />-Pues pasemos al restaurante, Don Basilio, y enjuguemos los martínis antes de que se me suban todito a la cabeza.<br />-De acuerdo, señorita, “enjuaguemos” los martínis. –Respondió el zafio. Y es que una de las tácticas de Rosa, alias Flor era precisamente soltar de vez en cuando alguna palabra que el tipo no comprendiese, para hacerle sentir su inferioridad. Y el zopenco indefectiblemente mordía el anzuelo.<br />-Señora, si no le importa.- Le corrigió, por puro afán de corregirle.- Que soy casada. Pero para usted simplemente Flor.<br /><br />Tampoco era cierto lo de que se le subieran a la cabeza, porque de los tres martínis sólo había bebido la mitad del primero y un sorbito del segundo. El último ni lo había tocado. En cambio Basilio había sorbido hasta la última gota, y aún se quedó mirando el hielo con ganas de chuparlo pero, queriendo dar la mejor imagen, se reprimió en el último instante. Eso sí, en compensación, trasegó una botella y después otra de vino blanco para “enjuagar” una deliciosa merluza a la cazuela.<br /><br />-Creo que lo justo es que la sociedad sea al cincuenta por ciento del capital, y que los dos seamos administradores mancomunados, para que así ninguno pueda realizar ningún acto que perjudique al otro, y tanto mis socios como usted tengáis la garantía y la tranquilidad de que el dinero sólo se destina a los fines previstos.-Y al decir esto Rosa probó un poco de su ensalada de marisco. <br />-¿Qué cantidad habéis calculado?<br />-Pues habíamos pensado comenzar con un capital social de dos millones de dólares. Perdone, ahora mismo no sé cuánto es en pesetas. –Sí que lo sabía, pero hablar en dólares era otra técnica más.<br />-Unos doscientos. Pero ahora mismo yo no tengo ese dinero. –Dijo el zoquete.<br />-¿Ah, no? ¿Y de cuánto dispondría entonces?<br />-Pues…-Ahí fue cuando Basilio comenzó a dudar- Unos cincuenta millones, tal vez sesenta.<br />-Bueno, supongo que no hace falta desembolsar todo el capital ahora. Podemos comenzar con esa cifra, y darnos un plazo para depositar el restante, o bien…Podemos cubrirlo en forma de préstamos externos que harían mis socios.<br /><br />Se le veía pensativo y abotargado, el efecto del alcohol, sin duda, pero había algo más que le preocupaba.<br />-¿Quiere que subamos a la terraza del casino, a contemplar el mar y los veleros? ¿O prefiere una sauna y un masaje?<br />-Creo que mejor subimos a que me de un poco el aire.<br />-También podemos jugar unos bolívares en el casino.<br />-¿Unos qué?<br />-Ay, perdone, siempre me trasnocha la moneda de mi país.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-30547187039241194322008-09-14T19:31:00.003+02:002008-09-14T19:37:09.506+02:00El tuerto. 74: Operación Sanahan.La oficina de Guticonsa estaba en un edificio sobrio de la Plaza del Doctor O´Sanahan, esquina León y Castillo. Dos calles antes había visto la Clínica Nuestra Señora del Carmen, me acuerdo que pensé: del doctor a la clínica, ahí te vamos a mandar, puerco. Rosa iba en una limusina alquilada para la ocasión, un Mercedes 500 conducido por…Charlie, que había venido desde Tenerife a prestarnos apoyo logístico y lucía un impecable uniforme de chofer. Yo iba detrás, en un discreto Renault Clío. El Mercedes entró en la plaza y yo observé desde la esquina cómo se detenía a la entrada del edificio. Rosa no se bajaba del coche. Pasaron algunos segundos, por fin salió Charlie y le abrió la portezuela, como debe ser. Yo le rebasé, salí al otro lado de la plaza y aparqué bajo unos árboles. Cuando el Mercedes reemprendiese la marcha pasaría por fuerza delante de mi. Charlie tenía instrucciones de esperar a la puerta, pese a que estaba prohibido aparcar. Si aparecía algún policía daría la vuelta a la manzana y regresaría. Por si acaso a alguno de nosotros –especialmente a Rosa, que se iba a meter en la boca del lobo- le surgía algún imprevisto, llevábamos un aparatito que se llamaba “busca”, y que mediante una llamada de teléfono enviaba una señal y un mensaje al usuario del busca en cuestión. En concreto, si Rosa decidía que teníamos que entrar de inmediato en acción, nos enviaría un mensaje a los dos que diría: “urge cirujano”. En tal hipótesis, ambos echaríamos mano a la pistola y nos cargaríamos yo al Guti y Charlie a su guardaespaldas. Pero no era ese el plan inicial, era un poco más sutil y sofisticado.<br /><br />La secretaria, una señora madura vestida de marrón, tenía pinta de ser esa empleada de toda la vida, que sin duda conoce bien los trapicheos de su jefe. Miró a Rosa con interés, dedicándole una especial atención al collar de perlas que había tomado prestado de nuestra joyería de la calle Arenal.<br />-Buenas tardes, venía ver al señor Gutiérrez.<br />-Está reunido con el arquitecto ¿Tenía cita?<br />-Si es tan amable entréguele mi tarjeta de visita y esperaré a que pueda recibirme. –Y Rosa le tendió una elegante cartulina, con su nombre, su dirección en Caracas, y un escueto pero sugerente título, “investments”. Una palabra sencilla, para que un paleto como el Guti pueda entenderla y provoque en él atrayentes asociaciones de ideas. Pero la secretaria todavía no estaba leyendo la tarjetita, sino que su mirada se había posado en la muñeca de Rosa, en la que brillaba una pulsera de oro y diamantes, o tal vez se había detenido en el anillo de platino que decoraba su anular. Por fin leyó la tarjeta.<br />-Siéntese, por favor.<br />-Gracias.<br /><br />La empleada recorrió el pasillo y entró sin llamar en el cuarto del fondo. En otra habitación, tras una mampara de cristal, se veía a un señor con aspecto de contable, rodeado de archivadores y afanándose con una pila de papeles (probablemente facturas impagadas, pensó Rosa). Tenía el rostro gordo y amarillento, con la cabeza gacha la papada le caía sobre la camisa, y hasta el pelo encanecido amarilleaba, enfermo de las preocupaciones infinitas que le causaba la tarea de cuadrar las cuentas de la empresa. Seguramente el contable no ganaba para sustos ni para medicamentos contra la ictericia. Dentro de poco tendría que acogerse a la incapacidad laboral transitoria y no llegaría ni a la jubilación.<br /><br />Rosa observó el resto de la sala de espera: planos enmarcados colgando de la pared, a modo de cuadros a modo de cuadros de abstracción geométrico-futurista. Maquetas de edificios de diseño vanguardista. En fin, una horterada de pésimo gusto, pensó, lo cual, por asociación de ideas le hizo percatarse de que por ningún lado se veía al chofer-guardaespaldas. Rosa se lo imaginó asistiendo a la reunión de su jefe con el arquitecto, para protegerle de las amenazas de éste último.<br />-Mire, señor Gutiérrez, si no echa usted más cemento y menos arena no podré firmar el certificado de finalización de la obra.<br />-Pues me buscaré otro arquitecto que sea menos melindroso.<br /><br />El sonido de los tacones la sacó de su ensoñación.<br />-Puede pasar.<br />-Gracias. -¿Pero no estaba reunido con el arquitecto? Pues no le he visto salir…Rosa caminó con elegancia, acompañando sus pisadas de un leve balanceo de brazos cuyo efecto óptico disimulaba ya por completo su cojera. En ese instante de entrar en el despacho del Guti experimentó una nueva clase de confianza en sí misma, que por primera vez iba más allá de la inteligencia o de su capacidad de seducción, era una confianza física, en su identidad corporal. Por primera vez se sintió dueña de su cuerpo, y eso en aquella tesitura le proporcionó la extraña convicción de que todo saldría bien.<br /><br />El Guti, un paleto cincuentón con barriga, de rostro bien parecido, de facciones regulares, que sin duda había sido atractivo en su juventud, lo cual le hacía creer que aún lo era, esbozó una sonrisa melosa cuando contempló a aquella mujer joven, elegante y de exótica belleza. La curiosidad inicial que mostraban sus ojos, se transformó en abierta atracción. Sus pupilas se dilataron, por un instante recobraron el fulgor de antaño. Rosa le ofreció la mano con la palma hacia abajo, para que se la besara, pero el tipo no se percató a tiempo del gesto, porque no miraba la mano, y simplemente se la estrechó. Tomaron asiento frente a frente.<br />-Dígame en qué puedo servirla. –Dijo el tipo, todo obsequioso.<br />-Pues verá, señor Gutiérrez, yo represento a un grupo de inversores de mi país, Venezuela, y también algunos de la vecina Colombia. Traigo cartas de presentación y de crédito de diversos bancos que ahora mismo le estoy mostrando para corroborar lo que le digo. –Y así diciendo le entregó documentos de un banco de Panamá, uno de Gibraltar, otro de Suiza y finalmente uno de Holanda. Los documentos de Panamá eran los únicos auténticos, me los había proporcionado su director, como titular que yo era de la cuenta del difunto Federico. Era el único que estaba escrito en español y desde luego el único que a esas horas de la tarde podría comprobar el Guti, porque los otros bancos, todos europeos, ya estaban cerrados. Los había redactado la propia Rosa, en inglés, francés y nada menos que holandés. Los sellos y membretes nos los había proporcionado nuestra imprenta habitual de Tenerife. Lo que sí entendería el zafio Guti son las cifras consignadas: un millón de dólares, dos millones de libras esterlinas, ocho millones de francos, doce millones de florines.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-53859548146746552402008-09-07T19:44:00.001+02:002008-09-07T19:45:17.868+02:00El tuerto. 73: La caraqueña.El tipo era imprevisible y escurridizo, difícil de abordar y más difícil aún diseñar un plan de ataque. Como de costumbre, le habíamos puesto un detective privado que le siguiera los pasos y nos tuviera al tanto de sus andanzas. No parecía tener costumbres fijas, ni hábitos, ni rutinas, ni horarios. Lo mismo podía entrar en su oficina y pasarse doce horas seguidas sin salir de allí, (aparentemente trabajando, aunque eso el detective no lo podía asegurar, tal vez estuviese fornicando con alguna empleada, o durmiendo en el sofá de su despacho), como estar una semana sin pisar la sede social de la empresa. Cuando el detective llamaba por teléfono desde la cabina más cercana (todavía no se habían popularizado los teléfonos móviles o celulares, los pocos que había en manos de algún ejecutivo parecían transmisores de radio de la segunda guerra mundial), llamaba simplemente para asegurarse de que el informado –así se le designaba en los datos escritos que periódicamente me iban llegando- seguía dentro de su oficina, en esos casos la secretaria siempre respondía que su jefe estaba reunido.<br /><br />El informado tenía una amante, leí en una de las noticias que nos iba dando el investigador. Eureka, me dije, tal vez podamos chantajearle. Pero la ilusión se desvaneció poco después, porque de los detalles se desprendía que la esposa debía de ser harto conocedora de las andanzas del marido, no sólo pernoctaba con su querida día sí día no, (en realidad habría que preguntarse quién de las dos era la amante y quién la engañada, o si más bien ambas eran engañadas por igual), sino que muchas de las noches salía de diversión por su cuenta.<br /><br />Por ese lado, de su vida crapulosa, creí ver un resquicio por el que asaltarle, pero para colmo siempre iba acompañado de una especie de matón, mezcla de chofer y guardaespaldas, hermano gemelo – a juzgar por las fotografías- del señor Moon, el amigo de Charlie, salvo que no tenía la cabeza rapada, pero sí un bulto en la sobaquera que a un pistolón debía corresponder. Nunca iba solo, como si tuviera miedo. Qué tontería, claro que tenía miedo, cómo no iba a tenerlo, si tenía las Islas Canarias sembradas de enemigos, engañados, defraudados, perjudicados y estafados.<br /><br />Por primera vez empecé a tomar conciencia de que a veces cargarte a un tipo no es tan fácil, sobre todo si quieres hacerlo bien y sin riesgos. En las ocasiones anteriores, o bien había surgido por casualidad, sin premeditación, como le ocurrió a aquel drogadicto; o alguien se había encargado de hacerlo por mí, como en el caso de Plácido; o bien las circunstancias me lo habían puesto en bandeja, tal fue con Philip. Pero ahora no sólo había que elaborar un plan, había que crear las circunstancias que lo permitieran, o como dijo Rosa:<br />-Si Mahoma no viene a la montaña, la montaña tendrá que ir a Mahoma. (¿o era al revés?).<br /><br />No importa, lo que Rosa quería decir es que si nosotros no podíamos acceder a Gutiérrez, habría que hacer que Gutiérrez viniese a nosotros. O para ser más exactos, a ella. O sea, que Rosa quería ponerle un cebo…un cebo que sería en parte ella misma, y en parte la propia ambición de Gutiérrez.<br /><br />También fue Rosa la que dijo:<br />-Si todas las opciones están abiertas, entonces hay que utilizarlas todas ellas, unas no excluyen las otras.<br />Traducido: había que poner el pleito. Pero ¿Para qué?, le pregunté yo, si las posibilidades de cobrar van a ser mínimas (ya estaba demostrado que el tipo y su empresa eran insolventes, por eso le resbalaba todo).<br /><br />-Nunca se sabe, -me respondió-, pero el pleito será nuestra coartada, la prueba de que nosotros hemos actuado por la vía legal, confiando en la justicia, sí, no te rías. Es más, cuando ya esté presentada la demanda, es conveniente que el abogado le mande una carta comunicándoselo y ofreciéndole negociar para llegar a un acuerdo.<br /><br />Así se hizo todo ello, siguiendo el plan de Rosa, sobre todo porque ya me estaba impacientando y no tenía mejor alternativa que ir directamente por Gutiérrez, de frente y a pecho descubierto, pistola en mano. Y eso no resultaba muy prudente.<br /><br />Para el siguiente paso volamos por separado a Las Palmas, donde se movía el tipo, sacando los billetes con pasaporte falso y registrándonos en hoteles diferentes. Rescaté para la ocasión mi antiguo pasaporte de Ralph, y Rosa se agenció un bonito pasaporte de la República de Venezuela, a nombre de Flor Izaguirre, con domicilio en Caracas, Avenida del Libertador, 615. Lo de Flor era como una sugerencia genérica de su verdadero nombre de pila. Y el apellido vasco facilitaba su historia de hija de emigrantes de la posguerra civil española. A Flor, digo a Rosa, se le daba muy bien imitar el acento venezolano (tampoco muy diferente del canario, al menos para mí, un foráneo), pero no dejaba de ser eso, una buena imitación que a oídos de un experto nunca pasaría por auténtico. Por ahí venían muy bien los ancestros españoles, para justificar la impureza de sus expresiones caribeñas.<br /><br />Esa falsa venezolana tenía que aprender también a disimular lo mejor posible su cojera, para evitar cualquier identificación o asociación posterior. Rosa era una maestra de la puesta en escena, llegar siempre antes que su interlocutor, presentarse ya sentada, marcharse la última, y sobre todo beber muy poco líquido para no tener que ir al baño en mitad de una cena. Recuerdo que a mi me costó muchos meses descubrir cuál era su secreto. A eso había añadido el hallazgo de unos zapatos de suela mullida, con los que más que andar se deslizaba. Por último, había comenzado a usar unos pantalones largos y anchos de fino tejido, mezcla diría entre falda y pantalón, que disfrazaban muy bien las oscilaciones de su pierna.<br /><br />Así las cosas, la caraqueña hizo su presentación en sociedad, o para ser más exactos, en las oficinas de Gutiérrez, aprovechando un aviso del detective de que el informado, o sea el pájaro, estaba dentro.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com10tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-17282140292084403432008-08-31T19:54:00.001+02:002008-08-31T19:55:20.532+02:00El tuerto. 72: GutiérrezYo intentaba ser honrado pero las circunstancias no me lo permitían. Ya casi me había vuelto un ciudadano corriente y normal. No cometía atracos, no asesinaba (salvo casos de extrema necesidad), y ni siquiera vendía facturas falsas. Incluso pagaba discretamente mis propios impuestos. Sólo me faltaba ir a la iglesia los domingos y donar mi dinero a instituciones benéficas, y mi biografía estaría completa.<br /><br />Pero no me dejaban, que conste. Me obligaban a saltarme la ley. Porque cuando empiezas a cumplir la ley a rajatabla, entonces son los demás los que se empeñan en darte por el culo. Y todo tiene un límite. Digo yo: ¿Qué necesidad tenía el tipo de la constructora de complicarse la vida conmigo? O si lo prefieren: ¿Cómo pudo equivocarse tanto? Sí, es cierto que también nos equivocamos nosotros, “Paradise Real State”, al contratarle a él, al señor Gutiérrez, para que nos ejecutara la construcción de nuestro magnífico proyecto, primeramente un hotel de cien habitaciones y después vendría un edificio de ochenta apartamentos en Puerto Mogán. “Gutiérrez y Construcciones, S.A.”, se llamaba su empresa. “Guticonsa” La verdad es que su presupuesto era el más barato de todos los que recibimos, casi cincuenta millones menos. Eso debió mosquearnos. Pero ay, la falta de experiencia. Y eso que Jesús, el abogado, hizo averiguaciones en el Registro Mercantil: estaba todo correcto (aparentemente), con sus cuentas depositadas y todo. E incluso consultó en los Juzgados y no tenía reclamaciones ni denuncias. Las trampas las tenía bien ocultas el pájaro.<br /><br /> Confieso que me equivoqué, sí, yo personalmente, porque después de la última ampliación de capital era yo quien tenía el control efectivo de “Paradise Real State, S.A.” A través de Rosita había suscrito un quince por ciento adicional, lo que sumado al cuarenta que ya teníamos entre Charlie y yo significaba que poseíamos el 55 por ciento de las acciones. “Los toscos” se habían tenido que conformar con pasar a ser socios minoritarios. Así que la responsabilidad última era mía. Me falló el olfato. “Los toscos” se venían ocupando de la parte rutinaria del negocio, pero se suponía que las decisiones trascendentales eran de cuenta mía.<br /><br />Así que cuando Jesús me llamó para comunicarme el problema, la emergencia más bien, no pude sino tranquilizarle y descargarle de toda responsabilidad. Yo estaba tan ricamente en Madrid, además, disfrutando de mi vida con Rosa y todo me iba viento en popa. Habíamos comprado la joyería y estábamos a punto de ponerla en marcha, tras instalar algunas medidas de seguridad: cámaras de vigilancia, cristales blindados, y alarma conectada con la policía. Nos faltaba elegir al empleado que se ocuparía del negocio, bajo la supervisión de Rosa, para poder inaugurar el cambio de dueño.<br /><br />Los negocios del banco privado del difunto Federico también estaban siendo gestionados satisfactoriamente. En este caso era la abogada Sofía la que se encargaba, siguiendo mis instrucciones, de todos los detalles, reclamando deudas atrasadas, cobrando intereses, y ejecutando cédulas hipotecarias.<br /><br />Todo iba tan bien, que en realidad me daba por pensar si no me estaría ablandando a causa de la vida fácil y cómoda. Lo peor es que no me entiendo ni yo mismo. Cuando estoy sumergido en la aventura, en el riesgo, anhelo la tranquilidad superficial, y cuando la consigo me aburro, añoro la emoción del riesgo. De forma que cuando le conté a Rosita el problema, con un ligero toque de preocupación, en realidad pensaba: ¡Qué hipócrita eres! Si en el fondo necesitabas un poco de acción…<br /><br />¿Pero cuál era el problema?, me dirán. Muy sencillo, tras recibir un primer pago anticipado, “Guticonsa” había levantado la estructura del hotel, hasta aquí todo correcto, pero después de pagarles el segundo plazo, y al comenzar a levantar paredes exteriores, Don Luis Tosco, mi socio, detectó de inmediato que la calidad de los materiales era muy inferior a la contratada. Ordenó parar de inmediato y rectificar la chapuza. Y ahí comenzaron los conflictos. Se negaron a modificar nada y dejaron paralizada la obra. Intervino Jesús, el abogado, enviando un requerimiento notarial y amenazando con demandarles judicialmente. Y lo que ocurrió fue…que el tal Gutiérrez hizo caso omiso. Ahí fue cuando mis socios acudieron a mí. La vía legal no parecía causarle ningún temor. Había recibido un anticipo de treinta millones y se negaba a todo, a continuar la obra correctamente, y a devolver el dinero. La paralización ya nos estaba causando un perjuicio considerable.<br /><br />Por si fuera poco, cuando le llamé por teléfono ni me atendió, ni me devolvió la llamada. Así que tengo que ir personalmente a resolver esta situación, le dije a Rosa.<br /><br />-¿Qué piensas hacer?<br />-Ya veremos, todas las opciones están abiertas, la vía del acuerdo, la vía judicial…y la vía de la fuerza.<br />-Voy contigo.- Dijo, afirmó. No me preguntó como otras veces: ¿Quieres que te acompañe? Qué bueno, tuve la certeza de que a Rosa también le apetecía un poco de acción.<br />-No, cariño, puede ser peligroso, tú quédate aquí, ocúpate de la joyería, ¿vale? –Su gesto de rechazo me lo confirmó.<br />-La joyería puede esperar, ¿no? ¿O crees que no soy capaz de ayudarte?<br />-¿Qué pasa, quieres participar? ¿Y tu trabajo en el colegio?<br />-Bah, el colegio…puedo cogerme unos días de baja. Y por supuesto que quiero participar, es más, creo que tengo tanto derecho como tú. ¿No se supone que tengo el quince por ciento? Pues si el tipo te está jodiendo a ti, me está jodiendo a mí.<br />-Oh, desde luego que tienes todo el derecho; simplemente pensaba que era responsabilidad mía.<br />-Pues olvídate.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-26756783314177540142008-07-23T00:36:00.007+02:002008-07-23T00:47:32.751+02:00El tuerto. 71: pequeño inconveniente.Mi vida discurría en un equilibrio físico y mental inestable, precario. Me daba cuenta porque cualquier pequeño cambio afectaba al resto de mi existencia, diría más: una ligera modificación de la rutina ponía en peligro el conjunto de mi estructura vital, hasta el punto de que me obligaba desesperadamente a buscar y encontrar un nuevo reajuste. Digo esto, y pondré un ejemplo. Otra vez lleno de ironía.<br /><br />Mi viaje a Madrid y mi estancia con Rosa, esa época que al principio pintaba con rasgos de armonía ypara después ensombrecer con sorprendentes manchas de envidia. Aparece un elemento más, y ahora el trazo se vuelve tembloroso. ¿Cómo decirlo? Estando con Rosa tuve que dejar de tomar mis pastillitas, tranquilizantes y somníferos. No por capricho ni por una pura decisión de la voluntad, sino por una necesidad perentoria. Me explico, esas dichosas, benditas pastillitas, entre sus muchos efectos benéficos que para mí tenían, presentaban un pequeño inconveniente, -vamos a decirlo con claridad- y es que suprimían mi apetito sexual. Eso era inadmisible, impensable, de todo punto descartable mientras estuviera en compañía de Rosa. Ya he dejado entrever que la antaño Rosita había perdido su timidez y se mostraba cada vez más…libidinosa. No, en modo alguno podía dejar de satisfacer las necesidades de mi querida profesora.<br /><br />Así que no me quedó más remedio que tirar las pastillitas por el retrete y aguantar lo mejor que pude. Durante el día en un estado de tensión, mental, física, muscular. Hubo una tarde que practicando los placeres de Eros con mi querida profesora y futura joyera, la cual, para estimularme visualmente se había puesto la tobillera que le regalé, esa tarde, digo, me dio una contractura en el muslo y no pude continuar. Tuvimos que intercambiar los papeles y que fuera ella la que adoptara el papel activo mientras yo yacía tendido e inmóvil. Parece que a ella le resultó positivo el intercambio, pues a partir de entonces siempre quería montar encima de mi, y manejar por completo el ritmo y la melodía.<br /><br />Por la noche sobrellevando el insomnio gracias a la lectura mientras Rosa dormía plácidamente. He de confesar que me vino bien para profundizar en el estudio de leyes, criminología, e incluso intrigado por la curiosidad de conocer un poco mi propia mente me compré -un poco al azar- varios manuales de psicología.<br /><br />Lo peor no era el insomnio, ya digo, sino que cuando por fin conseguía conciliar el sueño, agotado, me asaltaban las pesadillas. Bien es verdad que a veces, después de una sesión de erotismo placentero, conseguía enlazar ese estado de relajación que me sobrevenía, con el sueño. Entonces disfrutaba de un par de horas de algo parecido al auténtico descanso. Pero siempre al final me despertaba sobresaltado, en medio de imágenes cuando menos preocupantes, si no angustiosas.<br /><br />Lo curioso es que mis sueños, o pesadillas, lejos de repetirse, presentaban cada vez un contenido más variado, y al mismo tiempo eso las hacía más inaprensibles, más escurridizas. Muchas de ellas se desvanecían nada más despertar, dejando sólo una vaga sensación. Era como si a medida que yo intentaba ensanchar el campo de mi conciencia mi mundo onírico se alejaba más y más de mí, como queriendo arrastrarme, como intentando llevarme…¿a dónde?<br /><br />Recuerdo, sí, algunos de estos sueños: “Se estaba celebrando una competición de lanzamiento de cuchillos. Cada uno tenía tres lanzamientos y el reto era que había que clavarlo en el mango del cuchillo anterior. Hice un primer intento y…fallé. Sorprendido, me dije a mi mismo: no te preocupes, ten calma, no pasa nada. Aunque por dentro sonaba otra voz susurrando: -ya no eres el de antes, estás perdiendo facultades. Segundo lanzamiento…de nuevo fallé. Esto sí que ya es preocupante. Bueno, hay que tener en cuenta que es una difícil diana. Pero ahora, por favor, concéntrate. Por fin, al tercer intento, conseguí ensartar el mango del anterior. Fue un lanzamiento limpio, seguro, preciso, contundente.”<br /><br />Y me preguntaba por el significado. Tal vez el sueño te indica que estás volviendo hacia atrás, a una etapa o situación similar a otra del pasado. ¿Cuál puede ser esa situación, en qué consiste? Pero por más que me devanaba los sesos no conseguía encontrar la respuesta. El sueño sólo me dejaba entrever la pregunta. Caray, a veces la solución no se encuentra en un único sueño, sino que hay que mirar el conjunto de un grupo de sueños. El inconsciente se vuelve complicado. Y en éstas me llamó la atención un segundo sueño.<br /><br />“Me encontraba en lo más alto de un rascacielos, en el último piso. Había más gente. Era como si todos fuésemos visitantes. Yo iba acompañado de una mujer, puede que fuese Rosa. El lugar era una atracción pero no sabía cuál era. De pronto la descubrí, era el ascensor. Estaba con la puerta abierta, esperando que Rosa y yo entráramos. Y de repente lo supe, ese ascensor bajaba en caída libre. Simplemente alguien soltaba los frenos y cincuenta pisos hacia abajo, acelerando a ¿cuánto era, diez metros por segundo? La ley de la gravedad. Sentir el vacío en el estómago. Y la incógnita: ¿frenaría en el último instante? ¿O nos estrellaríamos contra el suelo, abrazados Rosa y yo en ese último suspiro?”<br /><br />Desperté mucho antes de saber siquiera si entraría o no entraría en ese ascensor acompañado de Rosa. Lo que sí supe muy bien al despertar es lo que sentí: miedo. Miedo a caer, miedo al vacío. Miedo sobre todo por mi querida Rosa, a la que yo estaba arrastrando injustamente a mi forma de vida. Miedo, sensación de peligro. Pensé. ¿Qué es lo más peligroso en lo que estás metido en éste preciso momento? Las facturas falsas, los drogadictos de testaferros. Algo puede salir mal si no paras de inmediato ese negocio. Esa es la situación similar al pasado, que están a punto de pillarte. Aparecerá un inspector de hacienda, o alguno de los drogadictos hablará más de la cuenta. ¿Y entonces qué harás, cargarte al inspector de hacienda? Es absurdo que sigas metido en eso. En realidad ya hace tiempo que no necesitas esa fuente de ingresos. Tienes liquidez suficiente, sobrada incluso. Además, Rosita es lo único bueno que hay en tu vida (en momentos de mi propia fragilidad seguía pensando en ella como Rosita, seguía sintiéndome protector hacia ella). Rosita es tu mujer, pero también es toda tu familia, es tu padre, tu madre, tu tía, tus hermanos. Así que se prudente. Ya, acábalo.<br /><br />Y eso fue lo que hice, quitarme al menos una fuente de preocupación, de ansiedad. No vendí ninguna factura más, le dije a todos los clientes que se terminaba el negocio. Y no sólo eso, encargué la disolución y liquidación de las sociedades pantalla. Debo añadir, para mi orgullo, que cosa de un año después llegó una orden de inspección de hacienda a una de aquellas sociedades. Para entonces, el drogadicto que figuraba como dueño…se había muerto de…sida, sobredosis, no lo sé exactamente. Parada cardiorrespiratoria decía el certificado de defunción, que fue el documento que le enviamos a Hacienda, a través de la gestoría, junto con la escritura de liquidación de la sociedad.Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-251018779258210543.post-59003864471979341322008-07-11T00:00:00.003+02:002008-07-11T00:01:47.877+02:00El tuerto. 70: Las comparaciones son odiosas.Creo que debido a esa época de armonía que atravesaba me resultó mucho más extraña e incomprensible para mí mismo la reacción que me provocó la noticia de la libertad de Luke, y sobre todo el saber de su vida. Fue Charlie quien me trajo las novedades. A su regreso a España, pasó por Madrid un par de días, tenía que arreglar papeles en la Embajada. Venía, para mi sorpresa, doblemente acompañado, uno era mister Moon, amigo de gimnasio de Charlie. La otra era Yasmín, la reciente novia de Charlie. Pero de ellos hablaré después.<br /><br />Digo que me extrañó mi propia reacción, porque sentí…envidia. Eso es, cuesta decirlo, casi me avergüenza. ¿Pero cómo puedo sentir envidia, yo,-me preguntaba- un tipo que consiguió escapar de la policía, de uno que fue capturado y se ha pasado casi cuatro años entre rejas? ¿Cómo puedo sentir envidia yo, un tipo que está forrado de dinero, de un pobre tipejo que ahora mismo no tiene dónde caerse muerto?<br /><br />Y sin embargo, eso es lo que sentía. Todo mi asombro no podía ocultar lo que en el fondo pensaba: “Mira, ahí le tienes, ahora Luke está en libertad, condicional, sí, pero con pleno derecho, sin temor alguno, ha cumplido su parte de castigo y ahora va por la vida con la cabeza bien alta. En cambio yo, sí, escapé, pero aquí me tienes, en busca y captura, viviendo con una identidad falsa. Siempre con el miedo en el cuerpo a que la policía británica me encuentre.”<br /><br />Es que las noticias de Luke eran sorprendentes. “No me lo esperaba en absoluto. Ha estado estudiando en la cárcel y se ha sacado el título de analista informático, brillantemente además. Qué callado se lo tenía. Yo no he sido capaz de terminar mis estudios de derecho. Pero tampoco lo necesito, puedo contratar a los abogados que quiera. Me jode que como un gilipollas he estado mandándole dinerito mes a mes, pensando que estaría pasándolas moradas. Al menos ha sabido tener la boca cerrada. Y mírale. Encima tuvo suerte con la apelación, le redujeron la condena. Le ofrecieron un trabajo de informático y… a la calle. Libertad condicional. Yo en cambio en busca y captura.”<br /><br />Lo que más me ha cabreado ha sido que no quisiera saber nada de nosotros, ni de Charlie ni de mí. Qué ingratitud. Charlie se tuvo que enterar a través del abogado. Y nosotros preocupándonos por él. Le llamó a su nuevo trabajo, en esa empresa informática, y va y le dice que por favor no vuelva a llamarle, que es mejor que cada uno siga su camino. Está bien. Ya veremos las vueltas que da la vida. Podía haber trabajado con nosotros, de informático, por supuesto, y todo legal, sin ensuciarse las manos, que para ensuciárselas ya estoy yo. Pero no, el niño ya no se relaciona con delincuentes. Pues no te preocupes, chaval, que en cuanto regrese a Tenerife lo primero que voy a hacer es contratar un informático, para que nos informatice bien toda la gestión de la empresa. Lo quiero todo en ordenador, fuera los viejos ficheros.<br /><br />¿Pero porqué te empeñas en compararte con él? Mira que las comparaciones siempre son odiosas. Y además: cada uno es como es.<br /><br />Es mejor que hables de mister Moon. Se habían encontrado casualmente en Londres, viejos amigos de gimnasio.<br />-¿Cómo te va la vida?<br />-Pues no muy bien, la verdad, he estado en la cárcel,<br />-¿Y eso?<br />-Bueno, una pelea. –Moon tiene el físico de un levantador de pesas, una auténtica mole. Además se gasta muy mala leche.<br />-¿Qué le hiciste al otro?<br />-Le rompí la cara y varias costillas. Ahora no tengo trabajo.<br />-¿Pues por qué no te vienes conmigo a España? -Le dijo Charlie-. Seguro que encontramos algo para ti. – Y vaya si se lo encontré, en ese instante ya me lo estaba imaginando como empleado vigilante de la futura joyería.<br /><br />A la chica, Yasmín, la conoció en la plaza de Trafalgar, donde vendía sus dibujos y hacía caricaturas. Es iraní, refugiada política, pero las autoridades británicas aún no le han reconocido su estatus. Tiene unas ideas que en su país no son bien vistas, es totalmente prooccidental. La habían arrestado varias veces, por negarse a llevar el velo, por hacer protestas en la universidad. Al tercer arresto le advirtieron que la próxima vez le caerían veinte años, por activista contrarrevolucionaria. Consiguió salir de su país, con un visado de turista. Tiene veintidós años y no ha podido terminar sus estudios de bellas artes en la universidad. En eso está como yo. En lo demás está mucho peor. Está convencida de que le van a denegar la condición de asilada política, el abogado que la defiende ya se lo ha advertido: no puede demostrar claramente su militancia, y en cualquier caso no pesa sobre ella ningún cargo grave, ni siquiera leve en realidad. Lo único que puede alegar es la posibilidad de ser arrestada nuevamente, pero eso no es más que una hipótesis. Así es la justicia, quiere hechos, pruebas, no especulaciones ni futuribles. En esas circunstancias, no hizo falta que Charlie se lo repitiera dos veces cuando la invitó a venir con él, en principio de vacaciones, hasta tener la resolución de su petición de asilo.<br /><br />-No te preocupes, Yasmín, si hace falta ya encontraremos algo también para ti. Dice Charlie que pintas muy bien…Joseph Seewoolhttp://www.blogger.com/profile/12066556803111777659noreply@blogger.com4