miércoles, 28 de mayo de 2008

El tuerto. 65: Charlie de vacaciones.

Esa mañana no pude evitar seguir pensando en el salto cualitativo que había dado en mi carrera como asesino. Empecé dándole unos navajazos a Larry, en una pelea colectiva, cosas de chavales, quedó malherido pero se salvó. Luego fue lo de aquel puto drogadicto atracador, le maté a cuchilladas, si bien fue en al acaloramiento y casi en legítima defensa. Después, ya de forma fría y premeditada, decidimos la eliminación de Plácido; sin embargo no fui yo quien lo llevó a cabo, no tuve ni que mancharme las manos, me limité a pagar por el trabajo, un dinero por cierto que le vino muy bien a la familia del ejecutor, casi una obra social. Y por último, esto de Philip, planeado y efectuado con toda sangre fría, y cuánta sangre. No sentía remordimientos, el Philip se lo merecía, mierda de chivato. Al contrario, sentía una gran satisfacción por haberme vengado y haber vengado a Luke. Pero también…sentía asco, repugnancia física, era algo muy desagradable mancharse de sangre, tocar un cadáver desnudo, una masa inerte de carne.

Me duché concienzudamente y salí, sin ganas de desayunar, para encontrarme con Charlie.
-¿Por qué no te tomas unas vacaciones? –Le dije, nada más verle.
-La verdad es que llevo tiempo con ganas de ir a Londres unos días.- Me respondió pensativo.
-Pues ésta es la ocasión, pide tu mes de vacaciones en el Hotel, déjame las facturas del próximo trimestre firmadas por tus drogadictos, y saca el billete de avión.
-Sí, creo que lo voy a hacer, es un buen momento. Veré a mi familia y…¿Quieres que le diga algo a Libby de tu parte?
-Ni se te ocurra mencionarle que me has visto, y no sabes nada de mi paradero.- Le respondí muy tajantemente.
-Bueno, bueno, sólo era una idea.
-Lo que sí puedes hacer son tres cosas. Una, ir a ver a Luke a la cárcel, enterarte de cómo está, qué posibilidades tiene de salir y ayudarle en lo que necesite. La segunda hacerme un poder para representarte en la junta de accionistas de la sociedad.
-¿Y la tercera?
-Llevarte las llaves del piso de Philip en Londres y entrar a registrarlo.
-¿No será arriesgado? ¿Qué esperas encontrar?
-¿Arriesgado? Hemos hecho cosas mucho más arriesgadas. Sólo tienes que entrar cómodamente con tu llave, al menor contratiempo te esfumas. Y encontrar no lo sé exactamente pero debes buscar cualquier documentación, papeles, dosieres, me gustaría averiguar lo que hacía en Tenerife, estoy seguro que andaba metido en algo. De hecho voy a encargar a otro detective de aquí una investigación sobre los tipos con los que se había reunido. Además, nos vendría bien saber algo más de su vida en Inglaterra, si tiene familiares que le puedan echar en falta y denunciar su desaparición; quiero que tú también encargues un informe a una buena agencia de detectives de Londres. Necesito saber lo que hay detrás de Philip
-Le estás cogiendo el gustillo a los detectives…
-Ay, Charlie, ¿no sabes que información es poder? Además, ¿quién te asegura que nosotros mismos, en éste momento, no estamos siendo investigados o vigilados por alguien? –Me daba cuenta que mi razonamiento podía parecer que rozaba lo paranoico. Sin embargo, cuanto más lo pensaba, más plausible me resultaba esa posibilidad.

Tuve que aparcar esas preocupaciones para ocuparme de los negocios inmobiliarios, un tanto descuidados últimamente. Al final se había aprobado la recalificación de nuestro terreno en Puerto de Mogán, Alfredo Fuertes había cumplido formalmente lo acordado. Sin embargo, en cierto modo también nos había ocultado la verdad, ya que al mismo tiempo se habían recalificado otros terrenos colindantes dentro de un planeamiento mucho más amplio. A Luis Tosco le parecía, con su visión pesimista, que eso nos traería complicaciones, al tener más competencia. Yo en cambio sabía que eso a la larga nos beneficiaría, ya que la zona cobraría más vida, sería más atractiva turísticamente al tener más variedad, más servicios. En cualquier caso, ahora había que contratar un arquitecto, elaborar y presentar el proyecto de edificación, solicitar la licencia de obra, y contratar una empresa constructora que la llevase a cabo, ya que nosotros sólo éramos los dueños y promotores. Ello a su vez implicaba necesidad de financiación. La alternativa era: ampliación de capital social, o préstamos. Convoqué una junta de accionistas en la que expuse las ventajas e inconvenientes de las dos opciones. Ampliar capital supondría, si no podíamos cubrirlo nosotros mismos, dar entrada a nuevos socios y en cierto modo perder el control de la sociedad. No les dije cuál era mi propósito en éste caso: reforzar mi propia posición dando entrada a Rosita en la suscripción de nuevas acciones. La otra opción, pedir un préstamo, implicaba aumentar el riesgo de la operación, y reducir los beneficios por el pago de intereses. Don Luis prefería la ampliación de capital, no quería riesgos. En cambio Mario, el hijo de Don Antonino, quería pedir prestado y no tocar el equilibrio accionarial. La intervención de Mario me recordó mis sospechas de que estaba realizando ventas por su cuenta con clientes de la inmobiliaria, y apropiándose de las comisiones, claro. Mentalmente decidí ponerle también un detective para comprobarlo, ya le ajustaría las cuentas. Me pregunté qué pensaría Charlie si supiera lo de éste otro detective. Finalmente yo abogué por una solución mixta, al cincuenta por ciento, que fue a la postre la aceptada: presupuestar las necesidades de financiación y conseguir el capital por las dos vías. También se aprobó una propuesta mía de contratar un abogado, a sueldo de la sociedad, para gestionar todos los trámites que se avecinaban. Yo mismo me encargaría de seleccionar al candidato.

Hablé por teléfono con Rosita. Sentí que la echaba mucho de menos. Me contó que ya había tomado posesión de su plaza de profesora en Leganés. También me comentó que había visitado varias galerías de arte y casas de subastas, y les había llevado las fotos de los cuadros de Federico. La conclusión es que eran inequívocamente auténticos todos ellos. Decidí que los incluiría en el inventario de la herencia. Yo, por mi parte, le pedí que hiciese un poder notarial a mi favor, con la facultad de suscribir en su nombre las acciones de “Paradise Real State, S.A.”, a lo cual ni me preguntó ni objetó nada.
-¿Cuándo vas a venir? -Fue lo que dijo.
-Pronto, muy pronto. –Ese era mi deseo.

miércoles, 21 de mayo de 2008

El tuerto. 64: Actos posteriores.

Al dar la vuelta la embarcación para emprender el regreso, de repente me sentí mareado. No se si fue el viento en contra, o el sol, que ya se alzaba, en los ojos; o que de pronto el mar se puso revuelto. O tal vez que se me estaba pasando el efecto de los dos trankimazines que me había tomado antes de emprender la tarea. O que no había desayunado y apenas cenado la noche anterior. O que la barca estaba toda manchada de sangre, yo mismo manchado de sangre. El caso es que me tuve que tumbar en la barca porque sentí que me desmayaba, que me abandonaban la consciencia, las fuerzas, todo. Apenas podía respirar. El Charlie vino hasta mi, alarmado.
-¿Qué te pasa?
-Nada…un mareo…sigue pilotando.

Una vez tumbado, el riego sanguíneo volvió poco a poco a mi cerebro. Entonces lo que sentí fue asco, un asco profundo, inmenso de haber estado tocando un muerto, un cadáver, y encima desnudo. Mientras lo manipulábamos había pensado en él como un cuerpo, pero ahora se abría paso con fuerza la idea de que había tocado un muerto, un trozo de carne desangrándose. Vomité por la borda. Más comida para los peces, pensé.
Poco a poco me fui recuperando.
-Llévame hasta el coche, y tú vete a devolver la barca. Pero no, así no podemos volver. Acércate un poco a la orilla, tenemos que asearnos un poco.
Nos metimos en las frías aguas del Atlántico para limpiarnos la sangre. Después, con ellas llenamos el bidón vacío de la gasolina y lavamos la barca lo mejor que pudimos.
-No te preocupes, -me dijo Charlie,- en la dársena hay una manguera de agua a presión, allí termino de limpiarla.

Charlie se fue pilotando la barca y yo caminando por la arena hacia el coche de Philip, para hacerme cargo. Ahí se me presentó un problema, el coche estaba cerrado. ¿Dónde estaría la llave? No se nos había ocurrido registrar su bañador, un fallo. No podíamos dejar el coche allí, llamaría demasiado la atención…A ver, piensa. En la playa empieza a haber gente paseando, una pareja de ancianos. Un joven haciendo footing. Tal vez no estuviera en el bañador…Recordé que estos coches van equipados con alarma, que se desactiva con un mando a distancia, la cual no conviene mojar. ¿dónde dejarías una llave? Súbitamente recordé que mientras le vigilaba con los prismáticos, al salir del coche, me pareció que se agachaba…Ya está, debajo de la rueda. Eureka, en la parte interior de la rueda delantera derecha, la del piloto en mi país, pero aquí la del pasajero, estaban la llave y el mando. Entré en el coche y me alejé de allí.

En un sitio más discreto, sin testigos, detuve el auto, paré el motor y registré sus pertenencias. En la guantera el contrato de alquiler del vehículo. Vi que vencía cuatro días después. Ostras pensé, ¿pensaría renovarlo, o será que estuvo a punto de escapárseme? También había un recibo que justificaba el pago por anticipado.
En sus ropas, un permiso de conducir británico y unas llaves que sólo podían ser de la casa.
Me reuní con Charlie en su apartamento, como habíamos acordado.
-Lo mejor es que vayamos cuanto antes a la vivienda y nos llevemos todas sus cosas, como si se hubiera marchado.
Así lo hicimos, entramos tranquilamente, con sus propias llaves. Sus pertenencias no eran muchas, las ropas cabían en una maleta.
-Toma, tírala al contenedor de basura de tu hotel.
Aparte, encontramos una agenda con nombres, teléfonos y alguna dirección, su pasaporte, un permiso de armas de la policía británica, lo que confirmaba sus vínculos con la pasma, otras llaves que deduje serían de su apartamento de Londres, algo de dinero, libras esterlinas y pesetas, un talonario de cheques y una tarjeta de crédito, ambos de un banco londinense. En un cajón estaba el contrato de alquiler de la casa, válido hasta final de mes, para lo cual faltaba una semana. Lo guardé todo en una bolsa y me lo llevé. Hasta decidir lo que haríamos con ello lo depositaría en mi caja de seguridad del banco.
Abandonamos la vivienda, dejando las llaves en el buzón. Esa misma tarde aparqué el vehículo a la puerta de la agencia de alquiler, y coloqué las llaves en el buzón, minutos antes de que abrieran. Después llamé por teléfono, sin identificarme.
-Mire, le hemos dejado el coche alquilado por el señor Philip y las llaves en el buzón.
-Sí, si, las acabo de recoger. ¿Qué ha pasado, se ha tenido que marchar?
-En efecto, así ha sido. ¿Está todo en orden, pues?
-Sí, no se preocupe, no hay ningún problema. Lo único que los días que le faltaban por disfrutar no le podemos devolver el importe.
-Por supuesto, el señor Philip lo comprende, y no tiene ninguna intención de reclamar nada.
-En ese caso todo correcto.
-Pues muchas gracias.
-Gracias a usted.

Poco después, con el dueño de la vivienda repetí el mismo esquema, con idéntico resultado.

Esa noche, borradas todas las huellas de Philip en Tenerife, me fui a mi refugio y me tumbé agotado en la cama. Aún así, tuve que tomarme un Valium, porque no conseguía dormir. Cuando lo hice, tuve un sueño cargado de pesadillas confusas. Perseguíamos una ballena, Moby Dick, la arponeábamos una y otra vez, a pesar de lo cual se nos escapaba, y volvía a reaparecer. Esta ballena es inmortal, pensaba, acabará tragándome como a Jonás. Y en efecto, la ballena se convertía en un tiburón asesino que se abalanzaba sobre nosotros…Me desperté con la imagen de sus fauces gigantescas abatiéndose sobre mi cabeza.
Me quedé pensando en el significado. ¿Qué significa el sueño? Algo se me escapa. ¿Qué estaba haciendo Philip aquí? ¿Con quién se reunía? En estas dudas y preocupaciones vi clarear el día.

jueves, 15 de mayo de 2008

El tuerto. 63: Venganza.

El resto del viaje mi pensamiento se fue dispersando, entre la decepción por el escaso contenido hallado y la inquietud por la decisión a tomar respecto a Philip y cómo darle su merecido por chivato.

En La Guardia lo único que encontramos fue una docena de cuadros, que según Rosita sólo podían ser falsos. Un Manet cuyo original se hallaba en el Museo del Louvre, en París, un Madox Brown que debía estar en Manchester, un Rossetti que se encontraba en Londres, un Esquivel que se ubicaba en el Museo del Prado, y así sucesivamente. Me preguntaba cómo habrían ido a parar allí, quién se los habría vendido a Federico, si éste sabría que eran falsos y para qué los tendría, si con el propósito de deleitarse con su vista, y con la finalidad práctica de darles salida de alguna forma. En todo caso, el hallazgo me sugirió algo.
-Recuérdame que cuando estemos en Madrid vayamos a echar un vistazo a unos cuadros que hay en la mansión de La Moraleja, a ver qué te parecen.- Le dije a Rosita.

Aparte de mirar falsas pinturas, también comimos auténtico marisco de la ría gallega, y bebimos vino blanco de albariño. Y por cierto, el pazo no estaba rayando literalmente con la frontera, pero tampoco distaba mucho, un par de kilómetros. Deduje que ambos lugares habían sido elegidos como estratégico retiro en los momentos que amenazaba la tormenta policial, bien a la espera de que se calmaran las aguas, o bien para ponerse a recaudo.

Pensándolo con lógica, era normal que no hubiéramos encontrado gran cosa en ninguno de los dos lugares de recreo, habida cuenta que Federico los utilizaba tan sólo de forma eventual. Ello me dejó el resto del camino de regreso para meditar en plan de venganza contra Philip, en caso de que se confirmara su localización. La primera de mis dudas era si merecía realmente la pena correr el riesgo, el tipo era peligroso y ejecutarle no sería tarea fácil, amén de la posibilidad de ser perseguido por la justicia. Ahora que mi vida parecía asentarse en el terreno sentimental con Rosita, y en el de los negocios por cauces de relativa legalidad con la inmobiliaria, ¿iba a jugármela por un mero ajuste de cuentas? Por otro lado, pensaba, este cabrón de Philip se ha venido demasiado cerca de mi, e igual que yo le he localizado a él, también él podría localizarme a mi, o incluso toparse conmigo casualmente y denunciarme a la policía. Su mera presencia ponía en riesgo todos los fundamentos de mi vida actual. En un instante, mientras conducía, con mi único ojo clavado en el horizonte de la autopista, tuve la visión clara de que debía eliminarle. Era mejor correr ahora el riesgo y a cambio tener una tranquilidad en el futuro. Por el contrario, eludir ahora el desafío supondría correr toda la vida con la incertidumbre. Paré en la primera estación de servicio, reposté combustible y fui a la cabina de teléfonos. A juzgar por la hora, el charlie debía estar en el hotel.
-¿Sabes algo del detective?
-Si, tuerto, me ha confirmado su dirección, no vive donde decía en el testimonio notarial, sino en un chalet en las afueras de San Andrés. ¿Qué hacemos?
-Que le tengan vigilado muuy discretamente las veinticuatro horas, no quiero perderle de vista. Que se turnen varios detectives para no llamar la atención, y que te informen de cualquier movimiento que haga. ¿Se ha traído el Ferrari?
-¿Ferrari? No, me ha dicho que se desplaza en un Mercedes de alquiler.
-Entonces es que va a estar poco tiempo. Escucha, ¿te acuerdas de las medicinas que usamos para calmar a aquella vieja? – Me refería a las pistolas que utilizamos en el golpe que dimos con Plácido.
-¿Qué medicinas? Ah, sí, ya se. Pues creo que puedo conseguir otras parecidas. ¿Cuántas quieres? ¿Dos?
-Sí, dos. Ténlas preparadas, mañana estaré allí.

Ya en Madrid, y con las prisas y preocupación, casi se me olvida lo de echar un vistazo a los cuadros de La Moraleja. Fue Rosita quien me lo recordó. Esta vez, además, hicimos fotos de todos ellos. Había un angustioso cuadro de Francis Bacon, un enigmático lienzo de Fernando Zóbel, una escena naturalista de Renato Gatusso, una tela surrealista de llanura insondable de Yves Tanguy, una pintura metafísica de Carlo Carrá, un grabado de Max Klinger, un pequeño paisaje de Giorgio Morando, otro de José Frau, y un largo etcétera que incluía pintores como Romero de Torres, Anglada Camarasa, Gustav Klimt, Karl Kaufmann…
-Un gusto muy ecléctico tenía este hombre.-Sentenció Rosita.

Al día siguiente volé yo sólo, de vuelta a Tenerife, Rosita se quedó en Madrid para tomar posesión de su plaza de profesora en Leganés, lo cual me vino de maravilla para dejarla totalmente al margen del feo asunto que se me avecinaba. Charlie fue a esperarme al aeropuerto, como en aquella primera ocasión, dos años atrás, que aterricé procedente de Londres. Como siempre, miré por la ventanilla cuando el avión se aproximaba a la isla. Me seguía impresionando la vista del inmenso volcán.
-Cuéntame, ¿cuáles son sus movimientos?
-Como te dije, vive en un Chalet en San Andrés, al norte de Santa Cruz. Se mueve poco, a veces sale a comer, o a cenar, donde se reúne con gente, no tiene horas fijas. Por la vestimenta que usa, podría ir armado. A veces da un paseo por el jardín o toma el sol en la terraza. Ya te digo, sale poco.
-¿Y no va al gimnasio? – Recordé que Philip tenía es costumbre.
-No, pero ahora que lo dices, sale a nadar todos los días casi de noche, a eso de las siete de la mañana.
-Joder, Charlie, eso es importante. A ver, dime qué hace exactamente.
-Déjame recordar lo que me contó el detective. Sí, pues conduce hasta la playa, se mete en el agua justo cuando está saliendo el sol, vaya huevos el tío, con lo fría que a esas horas debe estar el agua, nada mar adentro un buen rato y vuelve a la orilla, se viste, se mete en el coche y vuelve a su casa.
-¿A qué playa va a nadar?
-A Las Teresitas.
-Perfecto. Consigue una lancha con motor fuera borda, un par de fusiles de pesca submarina, y un par de trajes de buceo con su equipo completo. También bastante cuerda, y ah, un ancla y unos prismáticos.
-¿Qué pasa, vamos a ir de pesca?
-Mas o menos.

Todavía de noche, salimos en una lancha de la dársena pesquera y navegamos hasta la parte exterior del dique de la playa de Las Teresitas, junto a la boca de salida, y allí permanecimos esperando la salida del sol y la llegada de Philip, con el motor parado. No tardó en aparecer, desde la lancha, mirando por encima del dique con los prismáticos, le ví llegar en su coche, caminar por la playa, e introducirse en el agua con las gafas de nadar puestas. Vimos que venía nadando hacia la salida del dique, con intención de seguir mar adentro. El solito se metió en la boca del lobo. Salió al mar exterior, sin apercibirse de nuestra presencia. Dejamos que continuase nadando varios cientos de metros más, vigilándole con los prismáticos. Por fin, cuando dio la vuelta para regresar, arrancamos el motor y fuimos a toda velocidad hasta él, cortándole el paso. Al oír el ruido de nuestro motor, levantó la cabeza y miró varias veces hacia nosotros. Charlie dirigía la embarcación y yo empuñaba el fusil de pesca submarina. A unos cinco metros de distancia le apunté, cuando ya alarmado intentaba inútilmente escapar, y disparé. El arpón salió catapultado con una fuerza increíble y se clavó en el centro de su espalda, lo atravesó como si fuera un pescado. Cogí el otro fusil, y ya desde cerca e inmovilizado, a escasos dos metros, le disparé en el cuello causándole una herida mortal de necesidad.
-Recuerdos de parte de Luke.- Le dije.

Afianzando los fusiles, le acercamos hasta la barca y le izamos. Nos dirigimos primero mar adentro, alejándonos de la vista de la costa y después en dirección al norte de la isla. Pasamos la Punta del Roquete, la de Antequera, y por último la de Anaga. Giramos a la izquierda, dejamos atrás el faro, y abandonamos por completo la isla. En esa zona la marea era fuerte. Le abrochamos los dos cinturones de bucear, con las pesas de ocho kilos cada uno, en total dieciséis kilos, para que se hundiera bien en las frías aguas del Atlántico. Para mayor seguridad, le atamos con múltiples vueltas el ancla. Le extrajimos los dos arpones y le arrojamos al mar, donde se hundió plácidamente, sin protesta alguna. Calculé que permanecería en el fondo bastante tiempo, hasta que se descompusiera. Después, tras servir de alimento para los peces, la corriente cálida de superficie conduciría sus huesos en dirección a Centroamérica, al Caribe, donde disfrutarían de aguas más cálidas, y gozarían del merecido reposo, lejos de la fatigosa vida de chivato.

jueves, 8 de mayo de 2008

El tuerto. 62: “El tunante”.

-Ayer me llegó carta del Ministerio, me han concedido la plaza en un colegio de Leganés.-Me dijo Rosita tras los besos y abrazos de rigor.
-Vaya, enhorabuena. Pues qué casualidad que precisamente ayer alquilé un apartamento. Así que nos podemos instalar cuando quieras.
-¿De verdad? Estupendo. Ah, otra cosa: que llames a Charlie, es urgente. ¿Cómo ha ido tu reunión?
-Bueno, creo que las herederas van a impugnar el testamento, pero no me preocupa. Eso sí, necesitaré un abogado. Lo que había pensado es que podíamos visitar el pazo y la finca de los que soy fideicomisario. Quiero registrar la caja fuerte, y de paso hacemos un poco de turismo. ¿Tú conoces la península?
-Yo no. ¿Y éste coche?
-También es alquilado. ¿Quieres descansar, o nos vamos de viaje?
-Quiero que vayamos al hotel, o al apartamento, pero no a descansar…
-Humm…


Después del efusivo reencuentro, todavía en la cama, le entregué la tobillera, en un estuche. Al principio se mostró sorprendida, casi ofendida.
-¿Porqué, si yo no puedo lucirla, no ves que siempre llevo pantalón?
-Quiero que la luzcas para mí, como algo privado entre los dos.- No quise añadir que esa joya no convenía exhibirla demasiado. Tampoco quise entrar en detalles del contenido de las cuatro maletas, más que nada para no preocuparla.
-Bueno, en ese caso gracias.


Llamé a Charlie a su hotel, intrigado por ese aviso urgente.
-Verás, he hablado con el abogado de Luke, ya sabes, para informarme de la situación y hacerle llegar algún dinero. El caso es que me ha comentado, todo extraoficial, que casi por azar ha tenido conocimiento del paradero del tal Philip.
-¿Ese chivato?…¿Y dónde está?
-Espera. Resulta que este abogado es defensor en otro procedimiento penal, en el cual a su vez Philip figura como testigo. El Juez le llama a declarar, y Philip, en lugar de comparecer personalmente, envía un testimonio legalizado ante Notario, diciendo que se encuentra fuera del Reino Unido, y que está enfermo y no puede viajar. ¿Y a que no sabes de dónde es el Notario?
-Fuera del Reino Unido…¿No me digas que es vecino nuestro?
-Como que cualquier día te lo encuentras por la calle, colega.
-¿En Tenerife?
-Exactamente. Parece que se siente muy seguro, ni se imagina que sospechamos de él. Y con Luke en la cárcel, no habrá ni pensado que tú puedas estar interesado en sus pasos.
-Hazme un favor, contrata un detective para que nos confirme que realmente vive donde dice, y también para que nos informe de sus entradas y salidas, de sus movimientos.
-¿Porqué no lo hago yo personalmente? A mi no me conoce.
-¿Estás loco? Es un tipo muy peligroso, y suele ir armado. Y otra cosa, cuando contrates al detective, no le des tu verdadera identidad, por si las moscas. Dentro de un par de días hablamos.



A la mañana siguiente salimos de ruta. Fuimos primero a la finca de caza, en Valencia de Alcántara, Cáceres. En toda la provincia abundaban los latifundios. A un lado y otro de la carretera inmensas fincas de olivares se sucedían, algunas de varios kilómetros de extensión. Al llegar al pueblo tuvimos que preguntar por la nuestra, que por cierto se llamaba “El tunante”, imagino que el nombre se lo pondría el propio Federico en honor a sí mismo. Nos indicaron un camino de tierra, a la salida de la localidad, que recorrimos durante un par de kilómetros más, y al final del mismo, tras una curva, nos topamos con la verja y un cartel indicador. Abrí con mi llave de fideicomisario y nos adentramos unos cientos de metros, hasta desembocar en una casa tipo rural.
-Espero que no tenga alarma.- Dije, abriendo la puerta con cautela.

Exploramos la vivienda, de estilo totalmente rústico. Mesas y sillas de madera de nogal, aperos de labranza como elementos decorativos, camas con cabeceros de madera, baño con grifería antigua. En una vitrina cerrada con llave se veían dos escopetas de caza. Pero ni rastro de caja fuerte ni objetos de valor.
-Subamos al desván.- Propuso Rosita. Allí, tras un montón de cachivaches, junto a una pared, encontramos un falso baúl y al levantar la tapa estaba la caja fuerte. El contenido fue decepcionante, amén de escaso: algo de dinero, seguramente para imprevistos, y documentación de la finca. Lo dejamos todo tal y como estaba.

Dimos una vuelta por el terreno, por si había algo más, un cobertizo, algo. Pisoteamos la hierba, saltamos algunos charcos de la última lluvia. Descubrimos una alberca, alimentada por un arroyuelo, y llegamos hasta la valla; unos metros más allá se erigía un mojón que tenía tallada la palabra “Portugal”.
-Ostras, esta finca hace frontera con Portugal, saltas la tapia y estás en el exilio.
-Sí, señora profesora, supongo que Federico quería tener fácil una posible huida de la justicia.
-El otro sitio, el pazo, ¿dónde dijiste que estaba?
- En La Guardia, Pontevedra.
-Qué casualidad, -dijo Rosita con ironía- también limita con Portugal.