jueves, 31 de enero de 2008

El tuerto. 44: Paseo por el valle.

Cuando estaba terminando mi almuerzo en la pensión entró Rosita en el comedor y se sentó frente a mí. Sentí una oleada de emoción, de calor por todo el cuerpo.
-Vaya, dichosos los ojos, mejor dicho: el ojo que te contempla.
-He pensado que cuando acabes tu postre podíamos comenzar esas clases de portugués.
-Ah, pues sí, me vendría de maravilla. Después tengo que ir a enseñar un piso, pero si me acompañas, será un momento, luego podemos ir a dar un paseo por el Valle de la Orotava, o incluso acercarnos al Teide.
-Bueno, pero un rato sólo, ya sabes que no puedo descuidar mis oposiciones.
-Ni yo quisiera entorpecer tu brillante carrera funcionarial.
-Caray, cómo han mejorado tu dicción y tu gramática.
-Bueno…La verdad es que esa frase ya la tenía pensada.
-Qué tramposo eres…

Dimos una hora de portugués, con unas primeras nociones de verbos y pronombres. Me hice el propósito de esa misma noche estudiar a fondo la gramática, para seguir siendo considerado como un buen alumno por Rosita, que viera que me tomaba en serio sus enseñanzas y no como un mero pretexto para estar cerca de ella.

Bajamos en el coche a enseñar el piso, cerca de la estación de guaguas. Como el comprador aún no había llegado, y la oficina de Correos y Telégrafos me quedaba al lado, me acerqué a recoger la correspondencia de mi apartado de correos. Extractos bancarios y una inesperada carta del administrador de la comunidad de propietarios de la calle de La Palma de Santa Cruz, donde tenía mi flamante apartamento, aún sin ocupar. Me decía que un político, diputado autonómico, estaba buscando casa. Y dado que la mía se encontraba a sólo dos calles de la sede del parlamento de Canarias, me preguntaba si me interesaría alquilársela. El diputado estaba dispuesto a firmar un contrato por cuatro años (estaba al comienzo de su legislatura).
Llevaba varias semanas pensando qué destino darle a mi enorme apartamento de ciento cuarenta metros cuadrados. No me sentía preparado para vivir en él, yo sólo. No estaba acostumbrado a tanto espacio, me abrumaría. Por otro lado, esa cercanía con los edificios oficiales, que al diputado le resultaba una ventaja, a mí casi me desagradaba para vivir. Sin embargo, eché una mirada de reojo a Rosita y por un instante pensé: “bueno, en vez de sólo, tal vez acompañado de una esposa no me desagradaría vivir allí, y hasta me daría un aire de respetabilidad”. Rápidamente aparté de mi mente ese fugaz pensamiento, como una ilusión inalcanzable, carente de realismo.

-¿Va todo bien? –Me preguntó Rosita.
-Oh, sí, todo bien.
En ese momento llegó el candidato a comprador. Rosita nos acompañó, permaneciendo en un segundo plano. Estuve tentado de ensayar una pequeña exhibición de mis técnicas y trucos de vendedor, pero lo pensé mejor, el tipo había venido sin su novia, así que seguro que sería incapaz de tomar una decisión. Además, en realidad yo tenía prisa, estaba deseando largarme a pasear con Rosita. Le resumí las virtudes del piso, y sobre todo le insinué que volviera otro día con su pareja, que a ella le había de encantar. Cuando le despedí, me encontré con la mirada de Rosita, que se reía.
-Ese no se ha dejado engatusar, ¿eh?
-Anda, vamos a dar nuestro paseo.

Montamos de nuevo y esta vez tomamos la carretera de ascenso hasta La Orotava. Fuimos comentando la hermosura del paisaje. Atravesamos el pueblo, prestando atención a sus casas con balcones de madera. En unos minutos, desde la zona turística del Puerto de la Cruz hasta La Orotava, fue como si nos hubiéramos trasladado en el tiempo, retrocediendo un siglo, siglo y medio. Continuamos viajando, dirección al Parque Nacional del Teide. De repente nos vimos por encima de las nubes, con la silueta del volcán a la altura de la vista. Paré el coche en un lateral de la carretera y nos bajamos extasiados.

-¿Sabes? –me dijo-, al principio me producías un poco de recelo, me impresionabas con esas gafas ahumadas que te pones para ocultar lo de tu ojo.
-Pero ya no me tienes miedo, ¿verdad? – Ambos estábamos mirando el Teide. Yo me coloqué a su espalda, me guardé las gafas en el bolsillo de la camisa y la abracé por detrás. Era la ocasión. Ahora o nunca. Ella no protestó ni hizo ademán de desasirse.
-No, ahora ya me he acostumbrado, no me das miedo.
-Yo también me he acostumbrado a ti y me gusta estar contigo, Rosita.
-Sigues siendo muy misterioso, pero no me importa, me siento bien contigo.
-Me irás conociendo poco a poco, hasta donde tú quieras conocerme. Dispuesto estoy. – De nuevo me desplacé, hasta colocarme frente a ella, sin dejar de abrazarla. Nos miramos, frente a frente, muy cerca. Nos besamos…

domingo, 27 de enero de 2008

El Tuerto. 43: Consejero delegado.

Después de la conversación con Charlie me fui a la inmobiliaria, a hacer acto de presencia. El jefe, Don Luis Tosco (ya va siendo hora de que diga su nombre) estaba dándole instrucciones a la secretaria, me agarró del brazo y me llevó a su despacho.
-Mire, Peter, aquí tengo su nuevo contrato, en el que se le nombra “jefe de ventas”. Necesito que ponga orden en la cuadrilla de vendedores. Yo no voy a poder ayudarle porque estamos metidos en otros proyectos, vamos a abrir una sucursal en Las Palmas. Mi hermano y mi sobrino se van a hacer cargo.
-Pues enhorabuena, Don Luis.

En ese momento recordé que, pese al rimbombante nombre que ostentaba, “Inmobiliaria Paradise” era en esencia un pequeño negocio familiar. En realidad eran conocidos en el ambiente como “Los Toscos”. Don Luis había sido muy bueno como vendedor, no tanto para dirigir un equipo. Don Antonino, su hermano, tenía buenos contactos en las constructoras y promotoras, por lo que siempre estaba llena la cartera de inmuebles. Los dos tenían fama de honrados, aunque algo lentos de reflejos para adaptarse a los nuevos tiempos. Mario Tosco, el sobrinito, era un joven presumido, fanfarrón, ambicioso y no muy competente. Tuve la sospecha de que él era el impulsor de la nueva sucursal. Seguramente quería volar un poquito por su cuenta, construirse su pequeña satrapía, más bien su corral. Las palabras posteriores de Don Luis me confirmaron la sospecha.

-La verdad es que la cosa va más lejos aún, por eso necesito un socio, alguien como usted. Esto que le voy a contar es para que lo piense con calma y me de su opinión. Mi hermano y mi sobrino quieren hacerse promotores, comprar terrenos a bajo precio, construir y vender. Ya sabe usted que yo no soy muy amigo de cambios, ni de meterme en berenjenales. No estoy para esos trotes, y tampoco lo necesito, tengo lo suficiente para vivir bien, y no tengo hijos a los que dejar ninguna herencia. Para que se lo lleve mi sobrinito, pues que se lo trabaje él. Pero bueno, el caso es que se han empeñado, ya tienen ojeado un terreno en Gran Canaria, al sudoeste, cerca de Puerto de Mogán, primera linea de playa, en una zona de próximo desarrollo turístico. De momento es terreno rústico, y sería muy barato comnprarlo. Mi hermano tiene un contacto en ese ayuntamiento, un concejal, y dice que hay un plan para hacerlo urbanizable. No se...¿Y si nos quedamos con el terreno en las manos y sin poder construir? Además…Habría que sobornar a ese concejal para que impulse la recalificación, y no me gusta meterme en esos líos, si algo sale mal podemos acabar en la cárcel…

-Pues a mi la idea me parece buena, pero ¿bajo qué forma jurídica pretenden operar? Porque, la verdad, “Paradise Comunidad de Bienes” no me parece la más adecuada, por no decir que ya está obsoleta.
-Quieren constituir una sociedad limitada.
-Pues también me parece que se queda pequeña. Piense que si sale adelante la recalificación, para construir habrá que pedir préstamos hipotecarios, o bien dar entrada a inversores de fuera que inyecten capital, y eso con una simple S.L. es difícil de hacer, porque las acciones no se pueden transmitir libremente, sino que hay que ofrecerlas primero a los socios actuales. Es mejor una Sociedad Anónima, eso facilita que pueda entrar un inversor. –Don Luis me escuchaba indeciso, pero atento. – Además, podríamos crear un consejo de administración de la sociedad, para equilibrar la toma de decisiones teniendo en cuenta todos los puntos de vista, sobre todo para que no le arrastren sus parientes por mayoría donde no quiera ir. Y en cuanto a esas negociaciones algo turbias, usted podría quedarse al margen, sin involucrarse. Podríamos designar un Consejero Delegado que sería el brazo ejecutor de las decisiones del Consejo. Ese consejero delegado podría ser…Yo mismo, don Luis. Mire, si le parecen bien estas ideas generales, lo voy a estudiar minuciosamente, y le haré un plan detallado.
-A mi me parece muy bien todo lo que dices, pero a quienes hay que convencer es a mi hermano y mi sobrino.
-Ah, no se preocupe por esos dos, de ellos me encargo yo. Les haremos una propuesta que no podrán rechazar…Ahora vamos a firmar este contrato de jefe de ventas.

miércoles, 23 de enero de 2008

El tuerto. 42: Roma no paga traidores.

-Ah, qué bien que has venido, porque tenemos que hablar sin pérdida de tiempo.- Me dijo Charlie nada más entrar en su apartamento, a la mañana siguiente.
-¿Qué ocurre? Te he ingresado en la cuenta tu parte…
-No se trata de eso, sino de Plácido. Hay que actuar con rapidez. Ayer me llamó Don Manuel Pablo, me ha dicho que el Juez le ha concedido la libertad provisional bajo fianza de veinte millones. Así que tenemos que decidir lo que hacemos. Yo le había explicado que en realidad preferíamos que siguiera un tiempo más en prisión, pero claro, él, como abogado no puede evitar su excarcelación. Ha hablado con el Fiscal, y parece que va a presentar recurso de apelación ante la Audiencia, pero mientras tanto, en cuanto se deposite la fianza, saldrá excarcelado.
-Pues no me gusta nada la idea de Placido suelto por ahí.
-A mi tampoco, pero eso no es lo peor. Parece ser que la policía le quiere interrogar a fondo sobre el robo. Ya han ido a verle a la cárcel, y le han estado preguntando que dónde estuvo ese día, y qué relación tenía con la vieja, cuantas veces había visitado la casa, que cuál era su situación económica, etc. No sabemos si piensan acusarle, o simplemente están dando palos de ciego, pero en cualquier caso es un riesgo.
-Si, sabemos que Plácido tiene la lengua muy larga…
-Eso ya lo sabe demasiada gente. Hasta Don Manuel conoce las orgías e indiscreciones de Plácido. Dice que tenemos un problema con ese hombre…
-¿Y qué sugieres que hagamos?

-Verás, el propio Don Manuel me ha comentado una posibilidad. El tiene otro cliente que también está en prisión. Por lo visto está condenado a treinta años y tiene el sida, así que sabe que no va a salir vivo de la cárcel. Además, conoce a Plácido, le ha dicho a Don Manuel que anda alardeando de que en cuanto salga le espera mucho dinero afuera.
-Si, ya se, haciéndose el importante.
-Bueno, este individuo en cambio tiene mujer y una hija de corta edad, las cuales están pasando necesidad. La mujer anda fregando escaleras para poder mantener a la cría…
-¿Y?...
-Don Manuel dice que este pájaro estaría dispuesto a librarnos de Plácido para siempre, a cambio de dinero para su mujer e hija. Total, él no tiene nada que perder. Pero eso sí, quiere dejar asegurado el futuro de su hija.
-Ya…Comprendo, ¿qué cantidad sería esa?
-Pues Don Manuel dice que veinte millones serán suficientes para convencerle.
-Qué casualidad, la misma cifra que la fianza.
-Si, eso mismo pensé yo. La mitad sería por anticipado, y la otra mitad cuando haga el trabajo. De ahí Don Manuel cobrará sus honorarios a la familia y sería el depositario y garante de toda la operación, es decir, que si no cumple con el trabajo nos devuelve el dinero, y él garantiza a la familia que pagaremos el resto. Eso sí, el dinero tiene que ser en efectivo.

-¿Cómo se llama el pájaro?
-Le llaman “el rubio”.
-¿Y te ha dicho cómo lo haría?
-No, de eso nada, lo hará a su manera, y mejor no saberlo.
-Si, claro.
Nos quedamos un buen rato en silencio los dos, pensando en el asunto.
-¿Qué opinas? –Finalmente me preguntó.
-Que Roma no paga traidores...
-¿Eh?
-Nada, creo que sería una buena acción por partida triple. Míralo de este modo: ayudaríamos a la pobre mujer del “rubio” y a su hijita. También, de algún modo, sería un desagravio para la vieja, saber que el tipo que la traicionó ha pagado por su bellaquería. Y por último, nos haríamos un favor a nosotros mismos librándonos de un problema.
-¿Entonces lo hacemos?
-Por supuesto, es la mejor solución. Encárgate tú de pagar, que ya arreglaremos cuentas, y la parte de Plácido nos la repartiremos. –Y cuando ya me levantaba para irme, recordé-. Por cierto, necesito que me presentes un par de esos clientes tuyos drogadictos, que estén dispuestos a firmar lo que sea por un poco de tu droga.
-Eso no hay problema, tuerto. ¿Pero firmar el qué? Si se puede saber…
- Si, te lo puedo decir: Tienen que ser los titulares de unas cuantas sociedades que voy a manejar, pero a ellos no les des explicaciones.
-Por supuesto.
-Te pagaré bien por tu mediación.
-Trato hecho.

domingo, 20 de enero de 2008

El tuerto. 41: Salida al cine

Cerré la venta de las joyas con Federico –al final en ciento veinte-, ingresé el dinero como la vez anterior, repartido en varias cuentas y cajas de seguridad, pura rutina.
De regreso en Tenerife, llegué a la pensión poco antes de la hora de la comida. Con el periódico en la mano fui a ver a Rosita a su cuarto, como de costumbre estaba estudiando. Había terminado su carrera de Magisterio y preparaba unas oposiciones para ser profesora de Instituto. Tras algunos preámbulos la invité a ir al cine.
-Hola, profesora.
-Hombre, mi alumno aventajado vuelve de su viaje de negocios…
-Y mi profesora como siempre clavando los codos.
-A ver qué remedio, quiero sacar estas oposiciones cuanto antes y ganarme la vida.
-Pero no os va tan mal con la pensión…
-Esto no tiene futuro.
-Ya…Oye, he pensado que te vendría bien desconectar un poco. Acaban de estrenar “El padrino tercera parte” y he visto que en el cine “Yermo” de Santa Cruz la pasan, ¿te apetece verla?
-Bueno…¿cuándo iríamos?
-Cuando tú quieras. Dan un pase a las cinco y media.
-De acuerdo.
-Salimos de aquí a las cuatro y media, ¿vale?

Fuimos en mi coche, un “Golf” que me había vendido el Charlie. Era de un cliente suyo que no pudo saldar sus deudas de cocaína y se lo había dado en pago.
-Por cierto, Rosita, si tuvieras tiempo me podías dar unas lecciones de portugués. –La chica tenía facilidad para los idiomas, tiempo atrás descubrí que dominaba nada menos que seis lenguas, por este orden: español, inglés, francés, portugués, alemán e italiano.
-Bueno, pero ¿Para qué quieres aprender portugués?
-Pues…-Tuve que inventar una excusa. La verdadera razón es que al tiempo que el “Golf” me conseguí un permiso de conducir...portugués. En teoría podía pasar por bueno incluso ante la comprobación más exhaustiva, porque a través de un intermediario, a quien se lo había comprado era un corrupto funcionario luso y estaba registrado ante la policía portuguesa. Pero claro, por si acaso alguna vez tuviese que mostrarlo, se suponía que algo de portugués debía yo saber para haberlo obtenido en Lisboa...Todo esto obviamente no se lo podía contar a Rosita, ella era muy seria.-…La verdad es que me gustaría leer a Jorge Amado en su propio idioma.
-Ah, ¿si? También podrías leer a Pessoa – Y se puso a recitar unos versos en portugués. No parecía muy difícil, se podía intuir el significado. Después los he reconstruido, estos eran los versos:


"Da mais alta janela da minha casa
Com um lenco branco digo adeus
Aos meus versos que partem para a humanidade.
Eu nao estou alegre nem triste.
Esse é o destino dos versos.
Escreví-os e devo mostrá-los a todos
Porque nao posso fazer o contrário
Como a flor nao pode esconder a cor,
Nem o rio esconder que corre,
Nem a árvore esconder que dá fruto".



En esto, habíamos llegado al cine, y tras aparcar me preguntaba si la película escogida sería de su agrado. Incluso me vino a la mente la peregrina y paranoide ocurrencia de que quizá tomase mi elección como un indicio de mis actividades delictivas. Pero enseguida deseché la idea: en cuanto vi la cola que había para sacar entrada. Luego, una vez dentro, en la oscuridad de la sala, en los primeros instantes de la película, me acometió un extraño pensamiento: “Ah, si estos que están aquí supieran que a su lado se sienta un verdadero delincuente, de carne y hueso, no de celuloide, qué susto se llevarían”. Creo que nadie se para a pensar que los criminales también vamos al cine, que el espectador que se sienta en la butaca colindante puede ser un atracador, un asesino, un terrorista.

La película en sí me pareció más floja que la primera y la segunda parte, la contemplé con cierto distanciamiento, no así Rosita, que en los momentos de tensión me agarraba del brazo. Ese fue el primer contacto físico que tuvimos. Al salir, yo propuse ir a tomar algo, pero ella rehusó.
-No, será mejor que volvamos o mi madre se empezará a poner pesada y a hacerme preguntas, que porqué hemos tardado tanto, que dónde hemos estado, que si estoy descuidando las oposiciones…
-Bueno, como tú digas, no quiero causarte problemas.
-No, si me lo ha pasado bien contigo, y la película me ha gustado, pero por no aguantarla…
-Si, lo comprendo. Pero mañana podríamos ir a dar una vuelta por el Valle de la Orotava.
-Ya veremos.
Hicimos el trayecto de vuelta en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos. Supongo que haciendo balance de la tarde. Al llegar, antes de salir del coche, Rosita me sorprendió, puso su mano sobre la mía en el volante y dijo:
-Gracias. – Me dio un beso en la mejilla y salió apresuradamente, a toda la velocidad que le permitía su pierna renqueante.

jueves, 17 de enero de 2008

El tuerto. 40: Testaferros.

-¿Cuál es el problema? – Insistió Federico. En realidad yo quería darle largas, al menos hasta cerrar el otro negocio, el de las joyas. Yo sabía bien cuál era el problema, e incluso cuál era la solución.
-Pues que si todo es tan sencillo, ¿Por qué está Plácido en la cárcel por este asunto? No nos engañemos, trabajaba para ti, y como él ha caído necesitas alguien que le sustituya. Tendrás que ser más claro conmigo si quieres que trabajemos juntos.
-No te equivoques, Plácido ha caído por su exceso de ambición. ¿Quieres saber los detalles? De acuerdo, te lo diré. Primero, se puso a hacer operaciones por su cuenta, eso no me molestó, pero lo peor, las hizo con mis propios clientes, eso no lo acepto. Entiéndeme, si tú quieres aplicar mi negocio por tu cuenta, muy bien, no me opongo, pero búscate tus propios clientes, no me robes los míos. ¿Me comprendes?
-Sí, en eso te doy toda la razón.
-Bien. El caso es que si sólo hubiera sido eso tampoco estaría en la cárcel. Me habría limitado a retirarle de mi negocio y punto. Quiero decir que de cualquier manera le habría sustituido. Pero las cosas se precipitaron porque además de avaricioso se volvió descuidado e indiscreto. Comenzó a operar con sociedades sin testaferro, ¿entiendes? El mismo, personalmente, a pecho descubierto…Y eso sí que no podía consentirlo, había que pararle cuanto antes, de lo contrario yo mismo estaría en peligro. Se supone que él era mi barrera protectora, si él dejaba de serlo me colocaba a mi en primera línea de fuego.
-Eso ya no lo tengo tan claro, creo más bien que tú ya le tenías sentenciado y él mismo te lo sirvió en bandeja.
-Pues mira, te digo una cosa, por mí que se quede Plácido en la cárcel. Se lo puedes decir tal cuál, de mi parte. Bueno, él ya lo sabe. Es más, si aceptas un consejo te diré que no te interesa como socio. Ya no es de fiar, estaba gastando demasiado dinero en drogas, en orgías, llamando demasiado la atención en ciertos círculos, y se le ha descontrolado la cabeza, anda soltando la lengua más de la cuenta…¿Comprendes?

Yo guardaba silencio, sopesando todo lo que me había dicho. Me preocupaba lo que hacer con Plácido, y lo que Federico decía confirmaba y aumentaba mi preocupación. Por otro lado, lo que yo creía una idea genial mía, usar testaferros para protegerme, no era más que algo elemental, evidente, que no era preciso ni decirlo, se sobreentendía…Bueno, en cierto modo eso hacía que todo encajara. Sin embargo, Federico fue aún más explícito.
-Mira, manejar sociedades no deja de ser un trabajo como cualquier otro, plantéatelo así. Tienes que estar en la calle para buscar y elegir bien a los testaferros, me da igual cómo lo hagas, mendigos, drogadictos, tú sabrás. Comprarles un buen traje, lavarlos, afeitarlos y llevarlos de la manita al notario a firmar las escrituras de constitución de sociedad. Darles un poco de droga o de dinero para contentarles. Son unos cabrones y si huelen el dinero cada vez te pedirán más. Luego tienes que estar detrás de ellos para que te firmen las remesas de facturas. Al final acabas cuidándolos como si fueran de tu familia. Te lo cuento por experiencia, porque todo eso yo ya lo hice en otras épocas, pero ya no estoy para esos trotes, ni tengo necesidad. Yo me muevo por arriba, con los clientes, y tú por debajo, en las cloacas. Ese es el trato y por eso recibirás tu dinero. Hazlo bien y no tendrás problemas, la justicia no podrá alcanzarte. No hay más que hablar, o lo tomas o lo dejas.
-Vale, ahora ya me has convencido, lo tomo.
-Estupendo. Creo que tú y yo nos entenderemos perfectamente. Por cierto, habla con tus socios, diles que bajen un poquito la cifra y mañana tendrás el dinero de las joyas.
-Un poquito, no mucho.

lunes, 14 de enero de 2008

El tuerto. 39: Incinerado

Esa noche en el hotel tuve otro de esos sueños impactantes:
“Estoy llevando a hombros el féretro de un amigo, a mi lado el charlie hace también de porteador, detrás van Plácido y Federico, no los veo, pero se que son ellos porque me pregunto, ¿cómo es posible que estén aquí en el sepelio? Si Plácido estaba en la cárcel…Le habrán dado un permiso. Y Federico, ¿Cómo puede sostener el ataúd, con lo viejo y achacoso que parecía?
Llegamos a la sala de crematorio, un empleado con aire ausente abre la portezuela del horno, puedo entrever las llamas y sentir el calor que se desprende un instante, antes de introducir el cajón. Mientras esperamos que los restos de mi amigo se consuman, Federico se empeña en pronunciar unas solemnes palabras de adios definitivo.
-Aquí estamos cumpliendo la última voluntad de nuestro amigo, ser incinerado, y que sus cenizas sean esparcidas en la cima del Teide, para que se mezclen con las lavas de la mismísima boca del infierno, y a fe que cumpliremos su último deseo.
Hace una pausa teatral y nos miramos todos, extrañamente sonrientes. El empleado de la funeraria me entrega una pequeña urna con las cenizas de mi amigo. Nos ponemos en marcha, todos alegres, hacia la boca del infierno.”


Desperté lleno de extrañeza. En aquel momento no acerté a descifrar el significado, pero ahora, después de lo que ya he aprendido en las sesiones con el doctor Merchant, y de lo que he leído por mi cuenta, no me cabe duda de que ese amigo al que incineramos…soy yo mismo. Es mi antigua identidad de John H., es mi pasado en Inglaterra. Es incluso el hacha de mi deseo de venganza hacia Philip, el chivato. Por eso me están ayudando a incinerar mi pasado gentes como Charlie, Plácido.. y Federico oficiando de maestro de ceremonias. Claro, como que tiene mucho que ver, en ese deseo de incinerar mi pasado, el negocio que me propuso la tarde precedente.


-Verás, yo tengo muchos contactos con empresas medianas, incluso algunas grandes, de todo tipo, constructoras, hoteleras, de servicios, informáticas, etc. Lo que estas empresas quieren es pagar menos impuestos, como todo hijo de vecino, sólo que el impuesto sobre sociedades tributa al 35 por ciento del beneficio, y estamos hablando de cientos, miles de millones de pesetas al año. La manera de conseguirlo es declarar menos beneficios, claro, pero ¿cómo? Declarando más gastos. Ahí es donde intervienes tú. Verás, lo que necesito de ti –me dijo tras este preámbulo- es que constituyas una serie de sociedades, las cuales se dedicarán a emitir facturas que me venderás a mi. En realidad yo soy un mero intermediario, las facturas irán a cargo de una serie de empresas que yo te iré diciendo de antemano en su momento, así como el concepto y la cantidad. Por cada factura tú recibirás en metálico el ocho por ciento de su importe. ¿Qué opinas?
-Pues que lo que para tus empresas es un gasto, para las mías será un beneficio que en teoría tendrán que declarar…
-Exacto, ahora lo has dicho, en teoría. –Y recalcó la palabra.- En la práctica tus empresas serán insolventes, no tendrán patrimonio, ni bienes que embargar, así que no pagarán nada.
-Comprendo. ¿Pero cúanto tardará el fisco en darse cuenta y denunciarme penalmente?
-Pues eso depende, no se puede saber con exactitud. Lo mejor es cambiar de empresas cada cierto tiempo, consituir unas nuevas, y dejar inactivas las anteriores, para que no te localizen. ¿Qué me dices? ¿Te interesa?
-No se...necesito pensarlo, estudiar los pros y los contras. Déjame consultarlo con la almohada -le dije- y mañana te doy una respuesta.

No imaginaba yo que la contestación me iba a venir en forma de tan enigmático sueño.

viernes, 11 de enero de 2008

El tuerto. 38: Tres mentiras y un farol

Llevé las joyas en un maletín de acero inoxidable reforzado y cerradura de combinación. Mis navajas como siempre, una en la tobillera y otra en la cintura.
-Esta vez te quedas a comer, no hay discusión, ya está todo preparado –Me dijo a modo de bienvenida Don Federico, que había mudado un poco su imagen, sustituyendo la corbata por un pañuelo de seda en el cuello - Así tendremos tiempo de hablar de todo un poco.
-Será un placer –Acepté; lo cierto es que tenía hambre, no me había parado a comer mi acostumbrado sandwich, fui directamente del aeropuerto a la mansión de Federico.- Pero antes podríamos resolver nuestro negocio.
-Sí, claro, veamos lo que me has traído…Mientras, podemos tomar un aperitivo.

Abrí el maletín y fui desplegando con delicadeza los collares, las pulseras, las diademas, todo de oro y brillantes, ante la mirada complacida del anciano y de Don Javier, que había discretamente aparecido y se mantenía en un segundo plano. Al mismo tiempo, les hacía un resumen de las distintas colecciones de alhajas, y su valor individual.
-No está mal, pero esto va a ser más difícil sacarlo, llevará su tiempo y es más arriesgado…
-Sí, es cierto que la suma total de tasación asciende a trescientos diez millones de pesetas, pero teniendo en cuenta el volumen estaríamos dispuestos a negociar por el cuarenta y cinco por ciento, en vez del cincuenta de la otra vez.
-Bueno, Don Javier, vaya usted echando un vistazo a todo…Pero de este lote no podemos pagar más del treinta por ciento, hay muchos gastos, muchos intermediarios, y todos cobran.
-Si quieres podemos negociar sólo una parte, digamos los collares; tengo otro comprador interesado que podría encargarse del resto. –Era un farol, no existía tal otro comprador, pero eso no podía saberlo a ciencia cierta Federico, tal vez intuirlo con su olfato experto para las transacciones.
-Ah, tienes otro comprador, así que me quieres ser infiel…
-Nada de eso, tú estás el primero y tienes toda la prioridad, de hecho me gustaría negociarlo todo contigo, harías una buena compra, pero si te causa dificultades…
-Bueno, bueno, ¿Qué opina don Javierito?
Don Javierito, con su habitual parquedad, se limitó a hacer un gesto de asentimiento con la cabeza. El viejo se quedó pensativo, tomando sorbos de su martini. Por fin se arrancó.

-Digamos cien, pero no podría tener esa suma hasta mañana.
-Mira, el cuarenta y cinco por ciento serían ciento treinta y nueve y medio. Estoy autorizado a una rebaja final dejándolo en ciento treinta y cinco. Más de eso tendría que consultar con mis socios…- Mentira, tampoco necesitaba consultar, el charlie me había dado carta blanca, y Plácido en la cárcel pocas objeciones podía plantear.- Si quieres hablamos esta noche por teléfono. –De repente, contagiado por el estilo del viejo, me veía hablando de cifras, cien, ciento treinta y cinco, con toda naturalidad, frivolidad casi. No hacía falta especificar que se trataba de millones de pesetas, ¿qué otra cosa podía ser? Es más, quedaba poco elegante especificarlo, como si fuera de mal gusto. Se trataba de hablar de dinero sin que pareciera que estabas hablando de dinero. “Cien”, una sílaba, así de simple, cuatro letras, podía ser la medida del sujetador de tu mujer, o el fruto de varias vidas de honrado trabajo asalariado. Al fin y al cabo todo venía a ser lo mismo. Cuanto más alta era la cifra más ahorrábamos en saliva. Qué relativo es el valor.

-Puedes quedarte a dormir, hay habitaciones de sobra.
-Muchas gracias, pero ya tengo reservado el hotel. -Nueva mentira, no me apetecía estar demasiado cerca de Federico mientras tuviéramos negocios pendientes.
-Como prefieras. ¿En qué hotel te alojas? –De repente su voz se había tornado más seca, severa casi, como si le hubiera irritado mi resistencia. Tal vez no estaba acostumbrado a que se le resistieran.
-En el hotel “Cuzco”.
-Te llamaré esta noche.
-Mejor te llamo yo cuando haya hablado con mis socios…¿Hasta qué hora te puedo llamar?
-Ah, no te preocupes por eso, los viejos dormimos poco. – Y de nuevo se le aflojó la sonrisa. O se le había pasado el enfado, o sabía disimular muy bien, el viejo zorro. Brindamos con el martini, como si ya hubiéramos cerrado el trato, o como si supiéramos al menos que estábamos condenados a entendernos porque los intereses comunes superaban con creces cualquier diferencia.

-Verás –aproveché-, también te he traído fotografías de otra remesa, por si te puede interesar. Esta es aún mucho más valiosa. Por un lado una colección de relojes de oro marca “Rolex”, de distintos años de fabricación, los hay muy antiguos. Difícil de colocar, es sólo para un coleccionista muy entendido y rico. De hecho, si no hay buena salida no descarto quedármelos yo mismo –tercera mentira, o improvisación, como prefieran-. Por otro lado una colección de esmeraldas de rara perfección, también muy difícil de sacar. Y por último, el plato fuerte, una colección de cuadros, Miró, Kandinsky, etc, no se si don Javierito también entiende de cuadros o tendrás que buscar otro especialista para que te los tase –Ya me permitía ironizar y todo-. Si quisieras verlo todo personalmente, me complacerá recibirte en la maravillosa isla que es Tenerife. Podemos pasar unos días en las playas del sur, tal vez, si te gusta, quieras incluso comprarte una casa, las hay a muy buen precio. Evidentemente los cuadros no los voy a traer a la península sin haber cerrado previamente el trato…-Ese transporte no sabía de hecho cómo lo haría, obvio que no en vuelo de línea regular, pero no había decidido si alquilaría una avioneta particular, o un yate.
-Si no te importa me quedo con las fotografías –me contestó-, lo estudiaré, ahora vamos a comer, y entre bocado y bocado te cuento el negocio que voy a proponerte.

martes, 8 de enero de 2008

El tuerto. 37: incógnita desvelada.

Antes de emprender aquel segundo viaje a la península me dio por llamar de nuevo a mi abogado de Londres. Me contó que se había celebrado el juicio contra los tres únicos procesados que estaban a disposición de la justicia. Mattew y Luke habían sido condenados a diez años de prisión cada uno. Philip, en cambio, había sido absuelto por falta de pruebas del delito de falsificación, y condenado únicamente por delito fiscal a una pena de un año con libertad condicional. Parrot y yo estábamos con orden internacional de búsqueda y captura.

Me quedé apabullado por la noticia. Pobre Luke -pensé- diez años en la cárcel. Y al mismo tiempo sobrecogido por que esa condena podía haberme caído a mí. Peor aún –seguí pensando-, esa misma condena podía caerme a mí en cualquier momento, si me cogían. Me estremecí de…miedo, sí, porqué no decirlo. Todos mis temores, manías, obsesiones y angustias resucitaron, con más intensidad si cabe, reavivados por la no menor ansiedad de mi vida presente. Me di cuenta de que había cometido un error al llamar al abogado. Los tipos como yo es mejor que ignoren –si pueden- el pasado.

Pero aún había una noticia no menos impactante.
-Y por cierto –añadió el abogado- tú querías averiguar quién había sido el confidente, ¿verdad?
-Claro, ¿porqué, sabes algo más?
-Pues sí. Después de la celebración del juicio quedan pocas dudas, a mi ninguna en realidad, de que el confidente es…Philip. Viendo la saña con que los policías declararon contra Mattew y sobre todo Luke, detallando indicios incriminatorios, y en cambio cómo actuaban de defensores de Philip, argumentando que su cuantioso patrimonio no demostraba su implicación en este delito. Claro que tuvieron que condenarle por defraudación de impuestos a un añito en libertad condicional, supongo que ese era el pacto…Bueno, ¿qué opinas?
-¿Hay alguna manera de ayudar a Luke?
-Su abogado ya ha presentado apelación, pero no creo que consiga mucho, tal vez que le rebajen un par de años la condena. Eso, y con buen comportamiento, tal vez dentro de cinco años pueda salir.

Esa noche no tuve pesadillas, porque no pude pegar ojo. Me encontraba en un estado de tensión, con el cuello y los músculos agarrotados y el cerebro machacándome, intentando rumiar todas las ideas a la vez. Mal momento para emprender el viaje, justo cuando necesitaba toda mi serenidad y concentración. No, a la mañana siguiente pedí cita urgente con el psiquiatra que me había estado recetando. Me encontraba tan quebrantado que directamente le dije que estaba dispuesto a seguir esa terapia que me había recomendado tiempo atrás. Le conté todos los síntomas actuales. Me recetó, además de los tranquilizantes, un relajante muscular, llamó por teléfono a su colega, el Doctor Merchant, que era quien se encargaría de mi terapia, y directamente me concertó la primera cita para esa misma tarde. Así fue como empecé a ser paciente del doctor Merchant. En aquella primera entrevista le conté, bueno, ya saben, cosas de mi infancia...

Ya bajo los efectos de la maravillosa medicación, pude pensar con claridad y organizar mis prioridades. Se me acumulaba el trabajo. Primero vender la segunda remesa de joyas a Don Federico. Tal vez tratar con él alguno de sus negocios. De regreso tendría que hablar con mi jefe de mi nuevo puesto en la inmobiliaria. Ocuparme del asunto de Plácido. Y…afrontar un viaje de incógnito a Inglaterra para ajustarle las cuentas al chivato de Philip. Sin olvidar que me había propuesto invitar al cine a Rosita. Esa idea me hizo recuperar el optimismo, tal vez fuese una ilusoria compensación, pero era lo más agradable que se me presentaba.
Esta vez, antes de viajar, hablé con Charlie. Le pedí su número de cuenta bancaria para ingresarle directamente su parte desde la península. También le conté la desventura de Luke. Quedamos en que él le enviaría un poco de dinero a la cárcel, sin mencionar mi nombre para nada.
Y así fue como emprendí mi segundo viaje de mercader de joyas…

sábado, 5 de enero de 2008

El tuerto. 36: Propietario y socio

Continué con mi trabajo de vender pisos en la agencia. El jefe no insistió en preguntar sobre los motivos de mi absentismo laboral, después de todo yo era un buen vendedor. Sólo que como ya tenía decidido trabajar para mí mismo, empecé por aprovechar una buena oportunidad que se presentó. Entre mi cartera de inmuebles a la venta figuraba un magnífico apartamento en una excelente zona de Santa Cruz de Tenerife, en la calle de La Palma. El dueño había fallecido y los herederos –cinco hijos mal avenidos- no se ponían de acuerdo. De hecho se odiaban unos a otros. Ya se habían malogrado dos oportunidades de vender porque siempre había uno que se negaba a firmar en el último instante, una vez por el precio, otra por la forma de reparto. Lo que hubiera sido fácil amenazaba eternizarse o incluso acabar en los tribunales.

Ahora, dada mi reciente próspera situación financiera, diseñé una estrategia para adquirir yo el apartamento a la mitad de su valor. Fui reuniéndome por separado con cada uno de los herederos y les compré su cuota hereditaria. En realidad todos, excepto uno, estaban necesitados de dinero. Me bastó insinuar la posibilidad de que el asunto acabara en un pleito, totalmente creíble, dado que no se hablaban entre sí, y sobre todo sacar mi reluciente talonario de cheques, para que los cuatro, uno tras otro, firmaran el contrato de venta y los poderes notariales necesarios para otorgar la escritura pública.

Me reuní entonces con el quinto y último, el más recalcitrante, y me presenté como el propietario de las otras cuatro quintas partes. Le mostré mis contratos y le dije que deseaba llegar a un acuerdo, pero que también podíamos dirimirlo a través de la justicia, yo no tenía prisa y sí dinero para pleitear. Para mi sorpresa, se mostró totalmente favorable a mi oferta.
-Así que ha comprado usted poco a poco a los imbéciles de mis hermanos…Me parece bien, no tengo inconveniente en venderle a usted mi parte. Lo único que quería era fastidiar un poco a esos cabrones, pero ahora que ya ellos han vendido, a mí me da igual. Eso sí, págueme un poco más que a ellos, sólo para que pueda reirme a mis anchas. Digamos un diez por ciento más.
-Pues ahora mismo.-Dije, y saqué el contrato y mi talonario de cheques. Y así fue como me estrené como propietario.

Tuve que comunicárselo a mi jefe, ya que de todos modos se hubiera enterado. No sabía cuál sería su reacción. Tal vez le molestase que hubiera usado la información de la agencia para mis propios fines. No es que me preocupase mucho, estaba dispuesto a marcharme, si se terciaba, pero prefería llevarme bien. Es por eso que le conté todo el proceso negociador y concluí:
-Evidentemente abonaré a la agencia su comisión…
-Ah, no, la agencia no le va a cobrar a uno de sus mejores empleados, délo por zanjado. Y por cierto, le felicito, ha empleado usted una buena estrategia mercantil.
-Gracias. Y a propósito, quería comentarle que nuevamente necesitaré algunos días libres, tengo que viajar a la península. Un asunto personal.
-Si, no se preocupe. Tal vez a su regreso podamos hablar de su futura condición de socio en la agencia…
-¿Socio? Vaya, gracias, me sorprende.
-Bueno, de hecho es usted más que un simple vendedor, tiene iniciativa para buscar negocios, tiene conocimientos de leyes, en fin, que podríamos sacarle más partido a sus cualidades…En beneficio mutuo, por supuesto.

miércoles, 2 de enero de 2008

El tuerto. 35: instintos protectores

De vuelta en Tenerife pasé varios días sin hacer nada, me sentía cansado, abatido, incluso triste. Lejos de la euforia que había esperado sentir, que...¿hubiera debido sentir?. Me preguntaba, “¿y ahora qué?” Me resultaba extraño, después de tanto desear el dinero, cuando por fin empezaba a llegar a mis manos no me reportaba la satisfacción que imaginé me daría.

Después, afortunadamente, el mundo exterior comenzó a reclamarme, a llamar literalmente a mi puerta, y eso me hizo salir de nuevo a la vida. Primero fue la patrona –tan discreta ella- ; me preguntó, extrañada, si me pasaba algo, si estaba enfermo, ya que en contra de lo habitual en mi, dormía hasta muy tarde y pasaba muchas horas en la habitación. En realidad me alegré de seguir viviendo en aquella modesta pensión, y el detalle me hizo preguntarme si estaba preparado para vivir solo, para cuidar de mí mismo en todos los aspectos, no sólo materiales.
Una tarde Rosita, la hija de la patrona, vino ¡personalmente! a mi habitación a preguntar qué tal estaba y ¡Oh, desdichado de mi! Descubrí su secreto, la razón de que siempre estuviera sentada cuando me daba aquellas clases de español. Rosita era…¡Coja! Renqueaba de la pierna derecha, ligera pero perceptiblemente. Eso no la hacía menos atractiva a mi ojo, sino…todo lo contrario. Creo que despertó mi enterrado instinto protector.
-Que dice mi madre que si quieres que te preparen una sopa o algo especial…
-No, Rosita, dale las gracias a tu madre. –Mientras por dentro me preguntaba, “¿viene sólo porque la envía su madre, o de algún modo se preocupa por mí?”.
-¿No quieres un pescadito para cenar? Dice mi madre que han traído una corvina buenísima.
-Vale, si, un pescadito.
-Tu español ha mejorado mucho, ¿eh? Ya es casi perfecto.
-He tenido una buena profesora.

Luego me llamaron de la agencia inmobiliaria donde aún trabajaba, pidiéndome explicaciones por mi ausencia. Me había marchado precipitadamente a la península sin dar justificación y a mi regreso tampoco di señales de vida. Decidí ponerme en marcha y seguir con mi antigua rutina, más que nada para evitar complicaciones. Volví a la agencia.

Por último fue Charlie el que se puso en contacto conmigo, quería saber el resultado de mis gestiones de venta, y tratar conmigo el tema de Plácido. En esa conversación empezaron a surgir otros instintos protectores. Queríamos proteger el botín, por supuesto, y queríamos proteger a Plácido de sí mismo.
-Ha ido todo bien, Charlie, no te preocupes. Es que he estado un poco enfermo. Creo que me sentó mal el viaje de regreso en avión…Mira te voy a dar dos cheques de cuatro y medio. En total me pagó veintisiete, ¿qué te parece? Así que tocamos a nueve.
-¿Veintisiete?
-Si, ¿quieres ver mis cuentas?
-No, no, está bastante bien.
-Bueno, yo quería sacarle treinta y cinco, pero el tipo era duro de pelar, me empezó a llorar que si los certificados, que si las facturas, ya sabes…
-No te preocupes, está muy bien, de verdad, gracias tuerto. ¿Qué planes tienes para vender el resto?
-Pues dentro de un mes organizaré otro viaje y me llevaré la colección de collares, creo, y así sucesivamente. También creo que contactaré con el otro nombre que nos dio Plácido, pero no se, intuyo que será menos rentable y más peligroso.
-Y por cierto, ¿Qué hacemos con Plácido?
-Creo que lo mejor sería que se quedase una temporadita más a la sombra, al menos mientras vendemos el resto del botín, después ya veremos.
-Estoy de acuerdo, suelto lo único que haría es gastarse el dinero en orgías, y llamaría la atención. Sería peligroso. Pero el caso es que Don Manuel Pablo, el abogado, me ha llamado. Ha tenido que pedir la libertad provisional, Plácido, le insistía, y me ha dicho que es probable que el juez se la conceda…Bajo fianza.
-Habla otra vez con el abogado, debe haber algún medio de que el juez se la deniegue. Que el abogado le entretenga con la apelación, para justificarse ante Plácido y así ganamos unos meses.
-¿Crees que es prudente que el abogado sepa nuestras verdaderas intenciones?
-Tú le conoces mejor que yo, pero lo que sí creo es que resulta más peligroso Plácido en la calle y con dinero abundante en el bolsillo.
-Si, eso es cierto. Pero siempre podemos dejar sin pagar la fianza.
-No, no podemos arriesgarnos a eso, podría hablar más de la cuenta si se siente traicionado. No, tiene que ser el juez el culpable de que esté en prisión, nunca nosotros.¿Prefieres que hable yo con Don Manuel Pablo?
-Descuida lo haré yo, tú ocúpate de la venta del botín. Sólo quería estar seguro de que hacemos lo mejor.