jueves, 29 de noviembre de 2007

El tuerto. 23: Rosita

La hija de mi patrona comenzó a darme clases de español. Todas las tardes a las cinco acudía puntualmente a su cuarto en la planta baja, que hacía de estudio y biblioteca. Ella siempre me recibía sentada, leyendo algún libro y con todo dispuesto para la lección.
Rosita, que así se llamaba, tenía una voz clara, suave y melodiosa que me hacía comprender con facilidad y recordar todas y cada una de sus palabras. Su voz resonaba en mi mente aún horas después. Verbos, conjugaciones, frases, vocabulario, todo era como una canción que me arrullaba.

Su rostro redondeado era bien parecido, sereno, equilibrado, con algo de austeridad, sin maquillaje alguno y sin más adorno que un reloj suizo en su muñeca izquierda. El pelo liso castaño a la altura de los hombros, la piel clara, los ojos marrón oscuro, la nariz fina, los labios delgados. Las manos pequeñas, delicadas. Una blusa siempre de seda y de manga larga. Eso era todo cuanto podía ver de ella, pues permanecía todo el tiempo sentada.
Por lo demás, era en extremo reservada, nunca daba pie a una conversación personal, nada que se saliera de la gramática y la pronunciación. Me hacía leer y me corregía meticulosamente. Tampoco aparecía nunca en el comedor de la pensión – deduje que todas sus comidas las hacía en su propio cuarto.

Tal actitud, la verdad, me extrañó, sentí curiosidad por ver cómo era el resto de su cuerpo. Se me ocurrió acecharla cuando saliese hacia la facultad, o bien a su regreso, pero no era fácil, la pensión no tenía un hall propiamente dicho donde sentarme a leer el periódico; quedarme de pie a la puerta, esperando, hubiera resultado sospechoso, por no decir evidente a los ojos de mi patrona, la sagaz doña Rosa. La ventana de mi cuarto daba al patio interior. Sólo la casualidad propiciaría un encuentro cuando yo menos lo pensase, así que opté por confiarme al destino y centrarme en la gramática y lectura en español. Mi primer libro en esta lengua fue, por recomendación y préstamo de Rosita, “El camino”, de Miguel Delibes. No se porqué me sentí fascinado por el relato desde la primera linea:

“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”.


Eso era justamente lo que yo pensaba de mi propia vida.

Poco tiempo después me apunté al gimnasio al que acudía el Charlie, con la intención de aprender algo de kárate. También impartían lucha canaria. Descubrí que no solo mi forma física era penosa, también la torpeza de todo mi cuerpo era proverbial. Qué curioso, yo sólo era hábil con el cuchillo en la mano. Es como si todas mis facultades, mis sensaciones, estuvieran centradas, especializadas, en ese momento álgido de empuñar un arma blanca. Mi sentido del equilibrio, mi cálculo de la distancia, de los ángulos, velocidad, sólo funcionaban con perfección milimétrica cuando el brillo de la navaja deslumbrada mi ojo único. El resto del tiempo yo era un saco de patatas. Me sentía ridículo. En conclusión, al cabo de algunas semanas desistí del gimnasio, decidí que aquello no era lo mío. El charlie me recriminó mi abandono, dijo que yo no tenía paciencia, ni disciplina, pero yo creo que uno sabe bien cuáles son sus facultades y cuales nunca lo serán. Y desde luego ni el kárate ni la gimnasia lo serían para mí. Estoy seguro de que el profesor respiró aliviado cuando supo que se había librado del patán de su alumno.

Fue por aquel entonces que contacté con un abogado de Santa Cruz, para que me consiguiera la tarjeta de residencia, ya que tenía el propósito de afincarme largo tiempo en aquella paradisíaca isla.

4 comentarios:

Maria dijo...

Parece que para el tuerto llega una época de tranquilidad ¿durara mucho tiempo? Jeje
Espera hasta el próximo capitulo para saberlo
Un saludo

Anónimo dijo...

Hola María:
Esa tranquilidad, como bien decías, son unas vacaciones...Y no digo más.
Besos, Joseph.

(Ah, el de antes también era yo, que por no hacer el login entré como anónimo en mi propio blog, ja, ja, qué vago)

-Anna- dijo...

Ayyyy, que yo tampoco soy constante con el gimnasio, jeje pobre tuerto.
Me gustó la frase del libro...tan cierta.
Esperemos a ver que pasa...
Será que despues de la calma vendrá la tormenta?
(Sigo leyendo)
Besos!

Joseph Seewool dijo...

Anita, tú no necesitas ser constante ;-)
Es un magnífico libro, si lo consigues por allá, te lo recomiendo. De hecho toda la obra de DELIBES es de altísima calidad. En mi opinión fue él quien hubiera merecido el premio Nobel de Literatura en lugar de CELA 8-(
Un besito, gracias por seguirme leyendo.