sábado, 29 de diciembre de 2007

El tuerto. 34: La razón práctica

Salí de allí con los millones en el maletín, contento por el resultado de la operación, pero al mismo tiempo insatisfecho y dubitativo por haberme dejado tentar por Don Federico y sus oscuros negocios. Cuando iba en el taxi camino al hotel, maletín entre las piernas, me preguntaba: “¿Porqué? ¿Por qué te has comprometido a llamarle y hablar de sus negocios?” Me justificaba a mi mismo diciéndome que me interesaba su contacto y buena predisposición, para venderle el resto de las joyas y tal vez los cuadros. Pero en el fondo sabía que había algo más.

¿Qué era ese algo más que me seducía, me fascinaba y me atraía como un imán? En aquel entonces no lo sabía exactamente. Sólo sabía que la imagen de don Federico venía a mi mente una y otra vez, viejo y achacoso pero con una viveza en la mirada, con una intensidad que me cautivaba, que me hacía pensar: “este tío ha sabido vivir la vida, ha sabido disfrutar cada momento, extraer el placer según le venía dado, y aún ahora sigue disfrutando, con el paladar, con el humor, con la emoción de sus negocios. No necesita el dinero, no necesita nada, sólo actúa para divertirse, para él es un juego”. Eso pensaba, y me reía yo solo en la habitación del hotel.

Pedí que me subieran algo de cenar a la habitación. Mientras masticaba lentamente, contemplaba el maletín y meditaba qué hacer con el dinero, cómo ponerlo a buen recaudo. No podía llevármelo así, tal cual, en el avión. En cuanto lo pasaran por el escáner faltaría tiempo para que se personaran los policías a pedirme explicaciones. Pasé la noche en vela, dando vueltas sobre las suaves sábanas y el mullido colchón del hotel. Me recordaba aquella otra noche, después del golpe en la empresa del tío de Luke, también la pasé en blanco para finalmente esconderlo en la biblioteca, en las tapas de aquel libro de Kant, "Crítica de la razón pura". Esta vez no podía repetir lo mismo, tenía que inventarme algo diferente, pero análogo.

Ya de madrugada, en esa especie de duermevela que se instaura cuando ya tienes el cuerpo molido y después de acordarme de mi hija Cecil, tanto tiempo sin verla, de su madre Libby, ¿qué sería de ella?, tendría que preguntarle discretamente a Charlie. Después de repasar mentalmente toda mi vida, de preguntarme qué clase de destino me había llevado a encontrarme en aquel punto. Después de todo eso, cuando ya la luz del día se filtraba por las cortinas, y el ruido del tráfico, de los coches, los cláxon, me sacaron de mi ensimismamiento, ya por fin se hizo la luz también en mi cabeza.

Salté de la cama como un resorte, me duché, me cambié de ropa, pedí la cuenta y abandoné el hotel sin acordarme de desayunar. A las ocho y cuarto se abrió el Banco.
-Buenos días, quería abrir una cuenta.-Le dije al empleado mientras le mostraba mi flamante tarjeta de residencia.
-¿Corriente o libreta de ahorro?
-¿Cuál es la diferencia?
-La libreta lleva menos comisiones, pero la corriente le permite usar cheques.
-Con cheques.
-¿Su domicilio actual es éste que figura de Tenerife, la pensión…?
-Sólo provisionalmente, estoy a punto de cambiarlo.
-¿Y la correspondencia a dónde se la enviamos?
-Tengo un apartado de correos –mentira, aún no lo tenía, se me acababa de ocurrir-, mañana les llamo por teléfono y se lo digo.
-De acuerdo, firme aquí. ¿Va a hacer algún depósito ahora?
-Si.
-Muy bien, ¿Qué cantidad?
-Ocho millones de pesetas. –El tío se quedó un poco parado- Espere un momento.- Entró en un despacho que ponía “Director”. Me dije, “ya está, ahora van a llamar a la policía”. Pero no, salió el director, trajeado, encorbatado, muy sonriente. Me tendió la mano, me saludó por mi nombre.
-¿Quiere pasar? Ya me encargo yo. –Le dijo al empleado.
-¿Algún problema? -Pregunté.
-No, ninguno, sólo quería informarle de los productos financieros que tenemos, para rentabilizar más su dinero.
-Ah, muy bien. –Fingí escucharle, mientras por dentro pensaba: “conozco yo productos mucho más rentables que los tuyos, capullo”. Pero bueno, traté de pasar por un cliente normal, preocupado por la rentabilidad de sus ahorros. Le dije que lo pensaría y finalmente me marché. Al salir a la calle le eché un vistazo a mi resguardo del depósito, que hacía las veces de libro de Kant, y pensé: “esta es la razón práctica".

La misma operación la repetí otras dos veces, en bancos diferentes, con idéntica cifra y resultado. En el último, ya envalentonado por las facilidades bancarias, pedí además una caja de seguridad, en la que deposité otra suma igual. Me sobraron tres millones, y esos sí, me los llevé en metálico, en los bolsillos de la chaqueta.

jueves, 27 de diciembre de 2007

El tuerto. 33: Puesto a prueba.

Don Federico me estaba intentando envolver con su amabilidad, que a mi me pareció artificiosa. Me pasó la mano por el hombro, cosa que no me gustó en absoluto, y menos aún que me tapara unos instantes la visión de los diamantes mientras don Javier merodeaba por allí. Retrocedí un paso y me deshice de su falso abrazo.
-Si no le importa me guardaré mis piedrecitas mientras traen el dinero.
-Oh, si, por supuesto, pero ¿cómo sabe que no le hemos dado ya el cambiazo y que los que usted se está guardando tan desconfiadamente no son una mera imitación? No parece usted un experto en diamantes…
Los miré con detenimiento. Se estaba burlando de mí.

-Primero porque parecen iguales.
-No se fíe de las apariencias, amigo mío.
-Ah, sí, eso lo se muy bien, pero no creo que pudiera tener preparados unos tan parecidos, y sobre todo…Estoy convencido de que no me han dado el cambiazo porque ustedes saben que, si lo hicieran, dentro de cuarenta y ocho horas estarían los tres muertos, usted, don Javier y la secretaria. Y créame que lo sentiría por ella. –Noté que según iba hablando me enardecía yo solito. Dudé si sacar una de las navajas y hacer una demostración de fuerza, pero la tranquila sonrisa de Don Federico, y algo en su atenta mirada me hicieron intuir que en realidad me estaba poniendo a prueba con alguna finalidad que se me escapaba.
-Le pido disculpas, joven amigo, sólo estaba bromeando. Espero que no lo tome como una ofensa. A los viejos ya nos quedan pocos placeres, y uno de ellos es el humor.
-Oh, por supuesto.- En ese momento entró la doncella portando una bandeja con mi café y una botella de cognac “Napoleón”, reserva de 1957.- Es más, si no es molestia, creo que tomaré una copa con usted, para brindar por su buen humor.
-Ah, estupendo, así me gusta. Traiga una copa más y llévese el café. –Ordenó a la doncella.
-Propongo un brindis: por los buenos negocios. –Dijo solemnemente.
-Por los buenos negocios. –Levanté mi copa y paladeé el delicioso brebaje, pensando cuánto tardaría en llegar el dinero.

Mientras bebíamos repantigados en sendos mullidos butacones me habló durante un buen rato en tono de confidencia sobre algunas de sus actividades. Era propietario de una conocida casa de subastas de objetos de arte, y también tenía una sociedad inmobiliaria y otra de construcción. Yo escuchaba muy atentamente. A la postre, sus últimas palabras parecían casi una propuesta.
-La verdad, Ralph, ¿puedo tutearle? -Asentí con un gesto- La verdad es que podríamos hacer muchos negocios juntos.
-Claro que sí, don Federico, de hecho estamos a punto de recibir unas mercancías muchísimo más valiosas que estas piedrecitas, y creo que le podrían interesar, incluso unos cuadros de incalculable valor.
-Ah, ¿si? Pues no hay problema, ya sabe como funciono. Pero no me refería a esto. Verá, Plácido y yo teníamos algunos buenos negocios juntos, y ahora que él está temporalmente retirado, tal vez usted podría sustituirle. Estoy hablando de negocios de cientos, o miles de millones.
-Claro, claro, pero mis mercancías también valen cientos o miles de millones, y no parece que a Plácido le haya ido muy bien…-Me mostré reticente.
-Eso es consecuencia de su exceso de ambición y sus imprudencias.
-No sé…la verdad es que a mi me gusta trabajar por mi cuenta y no en exclusiva para nadie…
-Por supuesto, Ralph, tú podrías llevar tus propios asuntos, no estoy sugiriendo que trabajes en exclusiva para mi.
-En ese caso, Federico, ¿puedo llamarte Federico? –Yo también pasé a tutearle, a pesar de su ancianidad.- En ese caso no tengo inconveniente en que hablemos cuanto quieras de negocios. – En ese momento entró Javier, con un maletín en la mano, anunciando que había llegado el dinero. Lo abrió, y extrajo un total de 35 fajos que fue contando uno por uno y colocando encima de la mesa. Yo saqué de nuevo mis diamantes y los puse al lado del dinero.
-Don Federico –No me atreví a tutearle delante de su empleado, decidí hacerlo sólo en privado- ¿Quiere echar otro vistazo a las piedras? Para comprobar que no les he dado yo a ustedes el cambiazo…-Sonreí.
-Oh, no es necesario, ¿verdad, don Javier? ¿Y quiere usted contar los billetes?
-Oh, tampoco es necesario. ¿Le importa si me los llevo dentro del maletín?
-Claro, sírvase, obsequio de la casa.
-Pues ha sido un placer, don Federico. El próximo día seguiremos hablando de esos interesantes negocios.
-Sí, llámeme cuanto antes.
-Descuide, lo haré.

domingo, 23 de diciembre de 2007

El tuerto. 32: Don Federico y..."Ralph".

Ninguno de los posibles compradores para los diamantes me convencía mucho, el primero era un joyero de Santa Cruz, demasiado cerca. Al fin y al cabo él a su vez se los vendería a otra persona, y ese alguien podría ser, por casualidad…cercano a la víctima, y tal vez reconocerlos. Además, dado que era un comerciante, seguro que intentaría rebajarme el precio.
El segundo era un particular de Madrid. Aquí lo que no me gustaba era la idea de viajar en avión a la península, con los diamantes en el bolsillo. Cualquier registro rutinario podía acabar conmigo. Además de tener que meterme en un territorio para mi desconocido, y sin olvidar a la policía. Pero bueno, como no había solución perfecta tuve que elegir, y dejándome llevar por una corazonada elegí al tipo de Madrid. Le llamé por teléfono desde una cabina para tantearle.
-Residencia de Don Federico. –Voz de secretaria
-Buenos días, quería hablar con Don Federico.
-En este momento está ocupado, ¿Quién le llama?
-Dígale que soy un amigo de Plácido, y que quiero hablar con él personalmente.
-Espere un momento, a ver si puede atenderle.
-De acuerdo. –Pasaron unos minutos.
-Si, ¿quién es? –El tipo tenía una voz cascada, de viejo fumador y bebedor.
-Mi nombre es…Ralph – Tuve que recordar la identidad que le había dado a Plácido, con la que alguilé la furgoneta-, soy amigo de Plácido, y me ha dicho que estaría usted interesado en adquirir ciertos artículos…
-De esos temas sólo hablo con él directamente, que me llame él.
-Verá usted, Plácido ha tenido ciertos contratiempos que le impiden llamarle, por eso me estoy encargando yo. Puede usted comprobarlo. Si quisiera usted venir a Tenerife, le mostraría los artículos en cuestión.
-De eso nada, la cosa no funciona así. Usted viene, me enseña la mercancía, y si me interesa compro y pago. Y pago bien. Si no me interesa, se vuelve usted por donde ha venido. Bastante hago con aceptar tratar con usted sin conocerle de nada.
-De acuerdo. Si consigo vuelo, ¿Le parece bien mañana? –No quise dejar escapar la oportunidad. Además, hubo algo que me inspiró confianza, no se, su contundencia. Me gustan las personas que tienen las ideas claras, sobre todo en los negocios.
-Cuando quiera, llámeme tan pronto haya aterrizado y le daré mi dirección.

Fui a la agencia de viajes, compré un billete de avión a Madrid –sólo de ida- y reservé una habitación en el hotel “Cuzco”, para en principio una noche. Coloqué cuatro cosas en una maleta de mano pequeña. Después guardé los diamantes en una bolsita de plástico, ésta a su vez en otra bolsita de tela, y me lo metí…en el calzoncillo. Así viajé. No le llamé desde el aeropuerto, sino que fui a mi hotel, dejé la maletita y salí de compras. Compré un plano de la ciudad y dos navajas. Me guardé una en el bolsillo y la otra en el calcetín, con cinta adhesiva. Después le llamé. Esta vez no se puso al teléfono, la secretaria me dio la dirección y me citó directamente una hora después. Miré el plano, urbanización “La moraleja”, no estaba lejos de mi hotel. Tomé un sándwich y un zumo de naranja para hacer un poco de tiempo. Después pedí un taxi. Por el camino saqué mis diamantes del calzoncillo y los coloqué en mi chaqueta.

Llegué puntualmente a la dirección indicada, era una mansión de dos plantas en una parcela con árboles y jardín. Supuse que en la parte trasera tendría una amplia piscina. Me abrió la puerta una doncella, le dije mi nombre y me condujo a un salón enmoquetado. En las paredes tenía cuadros que no identifiqué, pero imaginé costosos. Lo anoté mentalmente, tal vez le interesaran los nuestros. En la mesa reposaba una especie de microscopio.

Casi enseguida salió a recibirme don Federico. Un anciano bajito, bastante achacoso, se movía con lentitud, casi arrastrando los pies. Exhibía un bigote gris, su cabello era escaso y plateado. Vestía de traje y corbata. El rostro lleno de arrugas esbozaba una sonrisa, parecía contento de verme. Le acompañaban una mujer joven, que deduje sería su secretaria, y un hombre de mediana edad.
-Así que ha venido usted. ¿Ha tenido un vuelo agradable?
-Buenas tardes. Si señor, gracias.
-Veamos qué ha traído.
Saqué la bolsita y deposité los diamantes uno a uno sobre la mesa. El hombre de mediana edad se aproximó.
-Con su permiso. –Los cogió y se los enseñó a Don Federico, que los estuvo contemplando con detenimiento.
-Parecen buenos, veamos qué opina usted, don Javier.
El tal Javier los estuvo examinando al microscopio. Por toda respuesta fue asintiendo con la cabeza ante cada examen.
-Están tasados en diez millones cada uno.- Intervine yo.
-No lo dudo joven, pero evidentemente eso sería si dispusiera usted de los correspondientes certificados, facturas y registros. En este caso, dadas las circunstancias…podemos pagarle veinte millones en total.
-No señor, si a usted no le interesan de verdad, hay otros compradores. Sinceramente me decepciona su pobre oferta. Sepa que no tenemos prisa en vender. –Hice ademán de coger los diamantes.
-Bueno, caballero, no lo tome usted así. Estamos entre caballeros, hablando de negocios. Don Javier, ¿qué opina, podemos subir a veinticinco? –Don Javier, evidentemente no dijo nada, se limitó a hacer una mueca de significado indescifrable.
-Lo siento señor, seré sincero, no soy bueno para regatear, pero lo máximo que estamos dispuestos a rebajar es el cincuenta por ciento. Mírelo desde ese punto de vista, usted obtiene una ganancia de treinta y cinco millones, y nosotros recibimos una cantidad igual. Es lo justo. –Don Federico se quedó pensando, o fingió que pensaba, no lo se.
-De acuerdo, amigo. Me interesa.
-Pues entonces cuando usted quiera hacemos la operación.
-¿Qué tal ahora mismo?
-Si tiene usted el dinero, perfecto.
-Tendrá que esperar un rato. Don Javier hará una llamada, en cosa de media hora me traerán el dinero, y cerramos el negocio.
-No tengo prisa.
-Mientras tanto podemos tomar una copa y charlar tranquilamente.
-Para mí un café, si no es molestia.
-Ah, un joven abstemio. Eso está bien.

jueves, 20 de diciembre de 2007

El tuerto. 31: Los siete diamantes.

Pasaron los seis meses que yo mismo había marcado para comenzar a vender las joyas. Para entonces la prensa ya no hablaba del caso. Los medios de comunicación son así, el primer día primera plana, el segundo página tres, al cabo de una semana un recuadro en páginas interiores y al transcurso de un mes…nada. Cero, ni una línea de información. Yo estaba asombrado, estupefacto. En el fondo esperaba más interés, más dedicación, más búsqueda, más alarma social. Pero la vida continuaba indiferente a nuestros, en realidad, ínfimos anhelos y vicisitudes.
El mundo tenía otras preocupaciones, y hasta la policía tenía otros quehaceres más graves y perentorios. Terminada la guerra del golfo, los políticos españoles se dedicaban a prepararlo todo para la exposición universal de Sevilla (la expo-92), y los Juegos Olímpicos de Barcelona. La policía se centraba en la seguridad de ambos eventos, y en la amenaza terrorista. Eso es lo que me decían los periódicos, y yo me lo creía.

Calculaba que tan sólo un escueto equipo de investigación continuaría dedicado a nuestro pequeño caso. La mayoría de las escuchas telefónicas habrían sido canceladas, las vigilancias y seguimientos reducidos al mínimo, y la solución del caso confiada a la información que pudieran suministrar los joyeros y marchantes de arte sobre cualquier transacción sospechosa; si acaso, como siempre, al soplo de algún confidente infiltrado entre las redes mafiosas, y un mucho al azar, a la buena suerte, o al error que pudieran –pudiéramos – cometer los delincuentes. Un error que yo no pensaba cometer.

Hice un inventario de las joyas. Había pasado muchas horas en el apartamento examinándolas. Saqué la conclusión de que lo más apropiado para comenzar a vender era un grupo de siete diamantes, de buen tamaño y gran valor, pero que no tenían marcas reconocibles a simple vista. Las otras colecciones, ya fueran de relojes, collares, pulseras, etc, tenían marcas o diseños inconfundibles hasta para mí, mucho más para el ojo experto de un joyero.

Elegidos los objetos, me dediqué a esperar que Plácido, el más desesperado por conseguir dinero, se pusiera en contacto con Charlie o conmigo. Mi plan era exigirle que me diera los datos de sus compradores, pero en el último momento permitirle que hiciera él la operación. Así mataba dos pájaros de un tiro. Le daba la sensación de tenerle controlado, de poder intervenir en cualquier momento y saber el precio real, más que nada para ahorrarle la tentación de estafarme, teniendo en cuenta su ansia de dinero. Por otra parte, dejaba que él corriera el riesgo; si el comprador estaba controlado por la policía, sería Plácido el detenido. En el peor de los casos podría delatar a Charlie, pero no a mí, porque no conocía mi identidad, ni el paradero del botín.
Pasaron uno, dos, tres meses adicionales…y Plácido no dio señales de vida. Comencé a preocuparme. Charlie y yo sabíamos cómo localizarnos, pero habíamos preferido mantener la distancia, por si acaso. Por último, fui yo quien me pasé una noche por su apartamento. Le esperé en las escaleras del edificio a su regreso del hotel donde trabajaba.
-¿Sabes algo de Plácido?
-¿No te has enterado? Está en la cárcel.
-¿Y eso?
-Algo relacionado con una red de facturas falsas.
-¿Facturas falsas? –No pude disimular mi interés.
-Si, facturas falsas para defraudar el IVA, ya sabes, el Impuesto sobre el Valor Añadido.
-Ah, pues no sabía nada. ¿Y cómo funciona la cosa?
-Otro día te lo explico, ahora entra y tomemos una copa. Tenemos otro asunto de qué hablar.
Charlie abrió un par de cervezas. Ninguno de los dos tomaba licores de alta graduación. El por su gimnasio, yo por mis pastillas. Me contó que había contratado un abogado para defender a Plácido.
-No será Don Manuel Pablo.
-Sí, el mismo. De ese modo puedo estar al tanto de nuestro amigo sin tener que dar la cara.
-¿Y?
-Le pasé un recado, que me diera los nombres de los compradores y nosotros nos encargaríamos de todo.
-¿Te los ha dado?
-Al principio no quería soltar prenda, pero después, como le hace falta el dinero…Sí, me ha dado un par de nombres.
-Vale, pues dame esos nombres, que yo me encargo. Iré a venderles unos diamantes...

martes, 18 de diciembre de 2007

El tuerto. 30: Agente inmobiliario.

Se instauró un periodo de calma relativa y benéfica rutina. Trabajar, enseñar apartamentos, aprender el mercado inmobiliario isleño y practicar algunas técnicas para favorecer las ventas. Por ejemplo, deslizar de forma casual en el cliente la idea de que los precios estaban en alza, sugerir que era el mejor momento para comprar. O dejar caer con indiferencia que había otro comprador bastante interesado en ese mismo apartamento. Magnificar siempre las ventajas: si estaba lejos de la playa subrayar lo cerca que estaba del centro comercial, de la farmacia o del médico (según la edad y aparente estado de salud del comprador).
En fin, era divertido manipular honradamente a los candidatos a una magnífica compra. En última instancia yo tenía ese instinto asesino que me hacía, en medio de sus titubeos, sacar el contrato y ponerme a rellenar, tomar la decisión por ellos como si fuera un vendedor de enciclopedias.
-Nada, nada, no lo piensen más, tienen que aprovechar esta oportunidad, luego me lo agradecerán. ¿Ha traído el talonario de cheques?
-Noo..
-Es igual, dígame su número de cuenta bancaria, le cargaremos el primer plazo.
-No me lo se de memoria.
-No importa, ¿cual es el banco?
-El Down Town Bank, pero...
-Con eso es suficiente, el resto de los datos ya me los dará. Una firmita...Ya está, eso es. Enhorabuena. Ya verán como dentro de un tiempo se acordarán de mi con agradecimiento.
En el peor de los casos, si después se echaban atrás -pocas veces ocurría, al fin y al cabo no les estaba engañando sino tan sólo ayudando a decidirse-, en ese caso perdían el primer plazo y yo de todos modos cobraba mi comisión. En poco tiempo cerré un buen número de ventas. Mi prestigio en la inmobiliaria subió, el propio jefe me felicitó y me pronosticó que con ellos tendría un buen futuro. Después que completé un cursillo me ascendieron a la categoría de Agente Inmobiliario. "Tal vez pronto trabaje por mi cuenta", pensaba yo.

Finalmente conseguí mi permiso de residencia. Gracias al contrato de trabajo los trámites se resolvieron y cuando salí de la comisaría con una sonrisa pintada en el rostro y la tarjeta en mi bolsillo pensaba "te estás haciendo un honesto ciudadano, ya sólo te falta pagar tus impuestos y...encontrar una novia". Sin embargo esto último me estaría vedado, y para llenar mi hueca vida sentimental comencé a asistir a las clases de Derecho en la Universidad de La Laguna. No pude matricularme oficialmente porque me faltaba convalidar mi titulo de bachillerato y pasar un exámen de acceso, pero sí que podía asistir como oyente, conseguir los temarios y estudiar por mi cuenta. En realidad no me interesaba el título, pues mi objetivo era simplemente adquirir los conocimientos para desarrollar mis negocios. Derecho civil, penal, tributario, procesal y administrativo. Con eso tenía suficiente.

Volví a visitar al psiquiatra para que me recetara más somníferos. Por el día no me hacían falta, estaba muy entretenido con el trabajo y los estudios, pero en el silencio de la noche mis pensamientos y temores hacíanse más intensos...Entonces me acordaba de que tenía un tesoro escondido esperando que la policía se cansara de buscar para poder venderlo... Me asaltaba el temor de encontrar a la señora en sueños...Y la verdad, si no tomaba la pastillita me pasaba la noche sin pegar ojo.
A la tercera visita el psiquiatra me dijo que era la última receta, que no podría seguir tomando somniferos a menos que iniciara una terapia.
-No necesito una terapia, doctor, es algo puntual, hasta que desaparezcan determinadas circunstancias.
-Sí la necesita, para afrontar mejor esas circunstancias.
-De acuerdo -Le dije, mientras pensaba:"no te preocupes, me iré a otro doctor".
Y así lo hice. Pero cuando vi a este segundo médico extendiendo la misma receta que el anterior me dije a mí mismo:"pero eres tonto, no necesitas a un psiquiatra para que te haga una receta, sólo necesitas ir a una imprenta para que te fabriquen un talonario y rellenarla tú mismo".
De ese modo, sin mayores obstáculos, continuó la etapa de sueños felices y días de ocupaciones legales y provechosas.

sábado, 15 de diciembre de 2007

El Tuerto. 29: Síndrome de Raskolnikov.

Pensaba que después del golpe vendría la tranquilidad. ¡Qué equivocado estaba! Lejos de serenarme, la ansiedad por el día y las pesadillas nocturnas se recrudecieron. Mejor dicho, mi pesadilla, porque siempre era la misma, con ligeras variaciones: yo iba viajando en la guagua –como dicen aquí al autobús-, cuando de repente subía la vieja, atada y amordazada, y me señalaba con los ojos. Y yo pensaba, no puede ser, si nunca ha visto mi rostro, no me conoce, pero ella se acercaba a mí, y me miraba fijamente, y entonces despertaba empapado en sudor. Sus ojos me perseguían incluso despierto. Iba por la calle paseando, y de repente me parecía verla, o peor aún, tenía la sensación en la nuca de que ella me estaba mirando, y entonces me giraba bruscamente, intentando descubrirla, sin éxito. ¿Me estaré volviendo loco?, me preguntaba.
Mis conocimientos de criminología me sirvieron para tomar mil precauciones, pero también me condujeron a un estado de permanente alerta. Ser consciente de tantos peligros me impedía relajarme. Tenía que manejar hasta tres identidades diferentes; una para hablar con mi abogado de Londres, otra la de mi vida “legal” en Tenerife, y la tercera y provisionalmente última con la que alquilé el coche de vigilancia y el apartamento donde custodiaba el botín.
Los primeros días, además, todo el mundo hablaba del famoso robo. Salió en los periódicos y en la televisión. La patrona hacía especulaciones sobre el robo delante de mí, yo tenía que hacer de tripas corazón y fingir indiferencia. Cualquier comentario casual me hacía desconfiar. Si por ejemplo me decía:
-Parece que ha dormido usted mal.
-He estado estudiando.
-Aah, ya. -Y yo pensaba, ¿"será que sospecha algo"?
A escondidas me iba a un kiosko lejano y compraba los periódicos cada día para enterarme de cómo iba la investigación. Después los tiraba en una papelera, tras memorizar algún detalle que me interesara.
Cierto día cayó en mis manos un libro, “Crimen y castigo”, de Dostoyevski. Al ir leyendo comprendí de golpe todo lo que me pasaba. Tienes el síndrome de Raskolnikov, me dije a mí mismo. Momentáneamente me tranquilizó poner una etiqueta en mis temores. Al menos tú no has matado a la vieja, como R., no estás tan mal como él. Pero al instante siguiente arreciaban las dudas. ¿Qué me ocurrirá? ¿Los remordimientos me obligarán a entregarme a la policía, -como R.-? Lo descarté de inmediato. ¿Acaso el inconsciente me traicionará y me hará cometer un error fatal que lleve a idéntico desenlace? Esto no podía ya descartarlo. ¿Qué podía hacer para calmar el sentimiento de culpa con su correspondiente anhelo de castigo? ¿Devolverle el botín a la vieja con una nota anónima de disculpa? No podía hacer eso, Charlie y Plácido me matarían.
Ante tanto dilema, como no podía concentrarme en nada, decidí buscar un trabajo. Tuve suerte y después de visitar varias agencias inmobiliarias, en una de ellas me aceptaron. Mi tarea consistía en vender apartamentos a británicos e irlandeses. Recibiría un pequeño salario fijo y un porcentaje de comisión por cada venta que hiciera. Era ideal para mí, así estaba entretenido y no pensaba tanto.
También visité un médico particular que encontré en un listín, ya apenas dormía y se me agotaban las excusas para la patrona cuando me insistía que yo tenía ojeras y mala cara. El médico me despachó en diez minutos con un par de recetas, un tranquilizante para el día, y un somnífero para la noche. Me preguntó qué preocupaciones me impedían dormir, y yo le contesté que “problemas familiares”.
-Si necesita vuelva dentro de un mes.- Concluyó mientras me tendía las recetas y yo le abonaba sus honorarios. Ahí quedó la cosa. ¡Qué maravilla las pastillitas!...Conseguí relajarme lo suficiente, trabajar, leer los periódicos y comprender lo que leía. Y dormía bien, sin despertar angustiado de una pesadilla en mitad de la noche. Ese bienestar, unido a la secreta satisfacción de saber que un valioso botín estaba esperándome, me hizo recuperar mi optimismo. La patrona empezó a cambiar el tono de sus comentarios cuando la saludaba con una abierta sonrisa.
-Ya va usted estando mejor, ¿eh?.- Y yo pensaba, “si tú supieras”…

miércoles, 12 de diciembre de 2007

El tuerto.28: La noche de los mudos.

Tengo una sensación de irrealidad acerca de casi todo lo que sucedió después. Supongo que sería por el estrés que sufrí. No era simple emoción, era miedo, ya que vivía con plena conciencia del riesgo que implicaba dar aquel golpe. Para que no hubiera duda mis sueños –mejor decir pesadillas- en los días previos, se encargaron de recordarme una y otra vez los peligros que acechaban en cada paso que habría que dar. El vigilante nos sorprendía cuando salíamos con el botín y se armaba un tiroteo en medio del cual despertaba sudoroso. ¿Habré aprendido la lección, o estaré repitiendo los mismo errores?, me preguntaba una y otra vez.

De todas formas, a pesar del miedo, estaba decidido a seguir adelante; tan es así que alquilé un apartamento vacío con la sola finalidad de guardar el botín, ya que no pensaba abandonar por el momento la pensión “Las tapias” en la que tan cómodo me sentía. No podía dejar pasar aquella oportunidad de oro -nunca mejor dicho-, de lo contrario toda la vida estaría lamentándome y rumiando lo que pudo haber sido y no fue.

La noche de autos, antes de iniciar la ejecución del plan, revisamos de nuevo todos los pasos y les di algunas instrucciones para después.
-Plácido, sabes que tú serás uno de los principales sospechosos, la policía te va a interrogar duro y te va a vigilar…¿Quieres que sigamos o lo dejamos aquí? –Yo sabía cuál sería su respuesta, pero quería atarle corto.
-No pienso rajarme.
-Bien, después de esta noche no debe haber ningún contacto entre nosotros, ni una llamada de teléfono, nada. Seré yo quien os busque, en tu joyería o en tu hotel. Ya decidiré cuándo podemos empezar a dar salida, primero a las joyas, después a los cuadros.
-Pero si ya tengo un comprador.
-Olvídalo por ahora, y cuando llegue el momento seré yo quien contacte con el comprador y haga la operación, a mí no me tendrán vigilado.
-Supongo que tienes razón.
-Pues en marcha, y recordad, una vez que cortemos la alambrada, ni una sola palabra.

Montamos en la furgoneta que yo había robado previamente; esta vez era Plácido quien conducía. Los tres íbamos armados, enguantados, y una vez nos adentramos en el camino lateral, encapuchados.
Tras cortar el alambre apartamos el seto para dejar paso a la carretilla, yo llevaba una mochila vacía con la intención de llenarla de valiosas joyas. Plácido quedó esperando en el vehículo al borde del camino. Charlie engancha la cuerda, trepa hasta el tejado y desaparece de mi vista. Pasan eternos minutos, siento una punzada en el estómago. Son instantes cruciales de ansiedad intensa, paralizado, no puedo hacer nada salvo esperar. Imagino que está cortando un círculo del vidrio, lo justo para introducir la mano y abrir. De pronto ladra un perro a lo lejos, instintivamente me agazapo más en la sombra y contengo la respiración, después me calmo, debe ser varios chalets más abajo.

Por fin se abre la puerta y Charlie me hace una seña con el pulgar hacia arriba. Me cuelo portando la carretilla y cierro. Subimos a ver a la vieja, está inmóvil, maniatada y amordazada. Pongo ante sus ojos la tarjeta que traigo escrita –confío que sepa leer y que no necesite gafas-: “ENSEÑANOS LAS JOYAS Y EL DINERO Y NO TE PASARA NADA”. Ella niega con la cabeza. Le sacudo una bofetada, le enseño la pistola e insisto. Nada. La agarro del pelo, la obligo a ponerse de pie y le enseño una segunda tarjeta: “LAS JOYAS O TE MATAMOS”. Pongo el cañón entre sus cejas. Si que es tacaña la vieja, pienso, ama sus joyas más que su vida. Otra bofetada. Maldito paripé, pienso, sabemos donde están las joyas, pero no podemos ir directamente, hemos de fingir que no sabemos. Le hago un gesto a Charlie para que la ate a una silla mientras yo comienzo a abrir y vaciar al suelo cajones y armarios, y a esparcirlo todo ante sus ojos. Nunca imaginé que mi profesión requeriría la representación teatral. Recorremos la casa registrando metódicamente. En el doble fondo de un cajón encontramos varios fajos de billetes. Llegamos al sótano. La caja fuerte se abre dócilmente y nos muestra una auténtica habitación acorazada en cuyo interior refulge el tesoro del conde de Montecristo. Qué diantres, en la mochila no cabía ni la mitad. Tuve que subir por una maleta de la vieja que también quedó llena. Plácido no había exagerado. Empecé a cuestionarme cómo íbamos a sacar todo eso, y además los cuadros, tal vez tuviéramos que hacer dos viajes…En silencio fuimos descolgando los cuadros de las paredes, eran siete en total, tres en el salón, dos en la biblioteca, uno en el dormitorio principal y uno en el cuarto de invitados. Atamos la maleta y los cuadros a la carretilla y subí a comprobar que la vieja seguía bien atada y amordazada. Salimos. La primera bocanada de aire me devolvió a la realidad. Los apenas cien metros de recorrido hasta la alambrada se hicieron inmensos. No solo el tiempo es relativo, el espacio también lo es. El perro a lo lejos volvió a ladrar. Seguimos en silencio. La carretilla repleta no pasaba al otro lado del seto, tuvimos que desatar y cruzar cada cosa una por una. Plácido al otro lado lo iba recogiendo. Finalmente salimos nosotros, cargamos la furgoneta y nos alejamos, todavía en silencio. Solo cuando nos habíamos alejado varios kilómetros proferimos un grito unánime de júbilo.

domingo, 9 de diciembre de 2007

El tuerto. 27: Preparativos.

A la tarde siguiente fuimos a vigilar el chalet, la urbanización y los alrededores. Tuvimos que viajar hacia el sur de la isla, unos cincuenta kilómetros, en un coche que alquilé con uno de mis carnets de conducir falsos. Y por cierto, a Plácido fui presentado –por indicación mía a Charlie- con esa mi tercera identidad (más adelante la diré). Yo iba en el asiento trasero y Plácido desde el lugar del copiloto respondía con soltura a mis preguntas.
-¿Sabes si la vieja tiene asegurados los cuadros?
-Se lo pregunté un día, y me dijo que no, que le salía muy caro. Ya ves, la muy zorra es tacaña.
-Pues mejor, así no tendremos a los investigadores privados buscando los cuadros… y a nosotros.
Llegamos a Los Cristianos, el pueblecito donde se encontraba la urbanización, que lucía el ostentoso nombre de “Beverly Hills”. Y a fe que hacía honor al lujo que prometía: grandes y señoriales mansiones, sendos campos de golf a cada lado, y al fondo la playa. Nos adentramos por un camino lateral, evitando la barrera de entrada en la que, en efecto, divisamos a dos guardias de seguridad privada. Bordeamos la urbanización, y casi al final del camino Placido nos señaló el chalet. Con los prismáticos le eché un vistazo. Era una construcción de dos plantas, las ventanas enrejadas, sin embargo en el tejado pude ver una ventanita, como para dar luz a una buhardilla.
-Charlie, tú que estás en buena forma de tanto gimnasio, ¿te consideras capaz de subir al tejado y entrar por esa ventanita? –Le pasé los prismáticos.
-Puedo trepar por el canalón de desagüe, o bien lanzar una cuerda con gancho y subir a pulso.
-Consigue esa cuerda, por si acaso el canalón está en mal estado. Y tú, Plácido, ¿puedes hacerte con un cortador de vidrio y una ventosa?
-Sí, se de una ferretería donde venden.
-Perfecto pues, entraremos por arriba, será mucho más silencioso y seguro que forzar la puerta. Tú, Charlie, una vez dentro amordazas y atas a la vieja, y después me abres la puerta.
-Lo mejor es la cinta aislante. ¿Dónde duerme?
-En la primera planta, según bajas de la buhardilla estará a tu izquierda, hay un vestidor antes de entrar en el dormitorio.
-¿No se cerrará por dentro?
-Hummm, no recuerdo ese detalle.
-Es importante.
-Pues sí, porque además tiene teléfono en su dormitorio.
-Imagínate que llama a la policía.
-Podría intentar que me invite a cenar, en la cena sugerir que ponga algo de música, es muy aficionada a la ópera. Después le pido que me deje usar su teléfono y para que no tenga que bajar el volumen insinúo que mejor hablo desde el dormitorio, si no le importa. Así compruebo si hay cerradura o pestillo, pero eso me convertiría en más sospechoso aún a ojos de la policía.
-Pues no nos interesa que te arriesgues tanto. Charlie, intenta conseguir un silenciador para una de las pistolas, si ha trancado la puerta le das un par de tiros a la cerradura.
-¿Ya has pensado cómo sacaremos los cuadros?
-Sí señor, con una carretilla vertical de dos ruedas, la podemos pasar fácilmente al otro lado, y un pulpo elástico para sujetar los cuadros. Cómpralo todo en esa ferretería tan buena.
-La carretilla no hace falta comprarla, te la alquilan.
-Sí, pero es mejor comprarla, por si acaso no podemos devolverla, llamaría menos la atención.
Esperamos a que anocheciera para controlar los horarios de las rondas. Así supimos que el guardia sólo se daba una vuelta más o menos cada hora, el resto del tiempo estaba con su compañero en la caseta de la entrada, viendo la televisión o charlando. Plácido me entregó el croquis de la casa.
-¿Cuándo lo haremos? –me preguntó.
-En cuanto tengamos todos los materiales, incluido el silenciador, los guantes, los pasamontañas…
-Pues hay que darse prisa, la vieja se marcha de vacaciones la semana próxima. ¿Y la furgoneta?
-De la furgoneta me encargo yo –dije; ya tenía pensado robar una para la ocasión, nada de alquileres.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

El tuerto. 26: Plácido, la traición anida dentro.

Estábamos cenando en el restaurante de su hotel, yo le había dejado caer, como el que no quiere la cosa, que si surgía algún negocio bueno podía contar conmigo.
-Estoy un poco aburrido de tanto estudiar, necesito un poco de acción, ya sabes, siempre y cuando el asunto sea lucrativo.
-Pues casualmente hay un posible trabajo que te puede interesar.- Al oír esto no pude evitar ponerme en tensión.
-Cuéntame –le dije- soy todo oídos.
-De hecho llevo unos días pensándolo, no sabía si comentarte, porque como te veo tan retirado...Pues verás, conozco a un tipo, un tal Plácido. Es joyero, tenía una próspera joyería en Madrid, pero decidió venirse a vivir a la tranquilidad y el buen clima de las islas. Le traspasó la mitad a un socio, y con el dinero abrió una sucursal en Santa Cruz. Lo de la tranquilidad es un decir, porque el tío es un juerguista de mucho cuidado, está arruinado. Su debilidad son las fiestas con chicas muy jovencitas, champán francés y abundante cocaína. Vicios caros. Lo cierto es que me debe dinero, no te voy a decir la cifra pero bastante. Se lo he reclamado varias veces y la última, como ya me he puesto serio, me ha contado un plan. Dice que tiene una clienta, una vieja muy rica de la cual se ha hecho amigo, le ha vendido joyas, diamantes, relojes de oro, en diversas ocasiones. La señora vive sola en una mansión y se aburre, ha invitado a Plácido muchas veces a cenar. Poco a poco se ha ido ganando su confianza y la mujer no tiene reparos en hacer ostentación de su riqueza delante de Plácido. Por lo visto la casa está llena de cuadros caros, impresionistas, Dalí, Kandinsky, Miró y no se cuantos más. Porcelanas chinas, cristal de bohemia, y sobre todo muchas joyas, esmeraldas, diamantes, oro. Tiene colecciones de sortijas, pulseras, relojes, pendientes, collares...
-Al grano -le interrumpí-, ¿cuánto puede valer?
-Según Plácido, vendiéndolo poco a poco, más de mil millones de pesetas.
-Uf...Tendrá fuertes medidas de seguridad...
-La mansión está en una urbanización de lujo y tienen dos vigilantes privados las veinticuatro horas, uno que está en el control de entrada, y otro que hace rondas constantes por el día. Por la noche se suelen quedar los dos en la entrada y uno sale de vez en cuando a patrullar. Pero Placido piensa que se puede traspasar cortando la alambrada por un lugar discreto, poco visible, que ya tiene localizado y que además no está lejos de la casa.
-No se, habría que verlo...¿Y dentro de la casa?
-Pues aquí viene lo gracioso. La casa tiene una alarma que está conectada a una central de vigilancia, pero la vieja es muy despistada y nunca se acuerda de desactivarla antes de entrar o salir. Ya le ha saltado fortuitamente varias veces. Ahora en la práctica sólo la conecta cuando se va de viaje y desde luego nunca cuando está en casa.
-¿Por dónde entraríamos?
-Plácido cree que podríamos apalancar la puerta, no es blindada.
-¿La ventanas tienen rejas?
-Eso sí.
-¿Y una vez dentro?
-Pues aquí viene lo mejor. Los cuadros están colgados en las paredes, la caja fuerte acorazada, donde guarda las joyas, está en el sótano, y como la vieja tampoco se acuerda de la com-bi-na-ción...la deja abierta.
-Ja, ja, ja. -No pude evitar las carjadas, en las que Charlie me acompañó-. Esa vieja es buenísima, permíteme resumir sus cualidades: vive sola, no sabe elegir sus amistades, le encanta presumir de sus joyas y cuadros, deja la alarma desconectada y la caja fuerte abierta. ¿Me he equivocado en algo?
-Es correcto.
-¿Tiene perro?
-Un gato.
-¿Cual sería el plan?
-Vamos de noche con una furgoneta, cortamos la alambrada de la urbanización, tú y yo entramos, Plácido espera fuera en un lugar camuflado, llevamos una maza y una palanca para reventar la puerta.
-Primero hay que saber cada cuanto tiempo hace las rondas el vigilante, no quiero tropezarme con él.
-De acuerdo, mañana iremos a controlar eso.
-¿Porqué no esta noche?
-Esta noche trabajo, además Plácido tiene que indicarnos la urbanización, el sitio por el que cortar, la casa.
-De acuerdo. Pero que te haga un croquis también y un plano de la casa, la distribución, dónde está la escalera que lleva al sótano y la caja fuerte, donde están los cuadros más valiosos, todo. Sigamos con el plan.
-Llegamos a la casa, apalancamos la puerta, reducimos a la vieja.
-Tenemos que ir encapuchados, con guantes y con armas de fuego.
-¿Para reducir a una vieja?
-No, para evitar que te detenga un vigilante privado.
-Puedo conseguir un par de pistolas.
-Vale, la atamos, la amordazamos, ya hemos cogido los cuadros y las joyas. ¿Cómo lo transportamos todo hasta la furgoneta? ¿Qué tamaño tienen los cuadros?
-No se...supongo que serán pequeños.
-Veo que faltan muchos detalles por perfilar. Mañana seguiremos...

domingo, 2 de diciembre de 2007

El tuerto. 25: búsqueda y captura.

Esa historia de dobles juegos y traiciones que me contó el Charlie me hizo recordar mi propio caso. De vez en cuando me daba por pensar quién habría sido el confidente de la policía que propició la caída del grupo. Decidí llamar a mi abogado en Londres para saber cómo estaba mi situación. Me habló francamente.
-Ni se te ocurra volver por aquí, y no quiero ni saber dónde estás.
-¿Qué ha pasado?
- La policía ha conseguido nuevas pruebas contra tí que no existían cuando el juez decidió darte la libertad bajo fianza.
-¿Qué tipo de pruebas? -le pregunté.
-Han mostrado tu foto en varios supermercados donde colocaste billetes...y te han reconocido.
-¿Pero cómo me van a reconocer, entre tanta gente?
-Entiéndeme, no pueden asegurar que fuiste tú quien entregó esas libras falsas, pero sí que en todos los sitios donde las detectaron...casualmente has estado.
-Comprendo.
-El juez te ordenó comparecer, y al no encontrarte en tu domicilio ha revocado la libertad, ha dictado tu ingreso en prisión y ha ordenado tu búsqueda y captura. Yo no tenía cómo avisarte, pero tampoco me parecía buena idea que vinieses. Claro que si no te presentas perderás la fianza.
-Dile al juez de mi parte que se la meta por...
-...
-Perdona. ¿Y del confidente se sabe algo más, quién fue?
-No, pero hay otra novedad. A Philip le han puesto en libertad bajo fianza de doce mil libras.
-Ah, muy interesante. ¿Y eso porqué?
-Al contrario que a tí, las pruebas contra él se desvanecen. Nadie le ha reconocido. Su relación con los otros acusados, especialmente Parrot, y el no justificar su patrimonio, son datos meramente circunstanciales.
-¿Cuánto tiempo ha estado en la cárcel?
-No ha llegado a tres meses. Oye, hay otra cosa más, pero no es del caso.
-Dime.
-No se si sabes que Sadam Hussein ha invadido Kwait.
-Algo he oído.
-Hay una coalición militar internacional para derrotarle. Se está preparando la guerra. El gobierno está movilizando a los jóvenes de tu edad, de momento como reservistas, invocando la ley de defensa civil, pero si no te presentas te declararán desertor...
-¡Magnífico! Y si me presento, ¿a dónde me enviarían, a la guerra o a la cárcel?
-De momento a la cárcel, lo otro ya te digo que es una mera disponibilidad. Si quieres puedo averiguar algo más concreto.
-Vale, muchas gracias. Te llamaré dentro de algunas semanas.
-De acuerdo. Y ten cuidado.
Colgué el teléfono abrumado. De repente todo mi pasado, del que había intentado olvidarme, reaparecía con mayor fuerza y peligrosidad. No sólo eso, sino que también los acontecimientos colectivos influían y condicionaban los pasos a dar en mi vida privada.
Después comencé a reaccionar. Si cuando me detuvieron me hubieran enviado a prisión me habría resignado, qué remedio. Pero que me amenazaran ahora con la cárcel, cuando gozaba de libertad...Esa pantomina de ir enseñando mis fotos...un puro montaje de la policía para poder acusarme. Y encima desertor. Me sentí como un tigre herido. De acuerdo, estaba claro que no podría conseguir la tranquilidad que buscaba...Pues al menos sería por algo. Viviría al filo. Esa misma noche hablaría seriamente con Charlie. O si no, actuaría por mi cuenta. Y ese Philip...me estaba dando que sospechar, tal vez fuese el chivato. Si, estaba muy enfadado, con la policía, con el juez, y hasta con Sadam Hussein.