miércoles, 12 de diciembre de 2007

El tuerto.28: La noche de los mudos.

Tengo una sensación de irrealidad acerca de casi todo lo que sucedió después. Supongo que sería por el estrés que sufrí. No era simple emoción, era miedo, ya que vivía con plena conciencia del riesgo que implicaba dar aquel golpe. Para que no hubiera duda mis sueños –mejor decir pesadillas- en los días previos, se encargaron de recordarme una y otra vez los peligros que acechaban en cada paso que habría que dar. El vigilante nos sorprendía cuando salíamos con el botín y se armaba un tiroteo en medio del cual despertaba sudoroso. ¿Habré aprendido la lección, o estaré repitiendo los mismo errores?, me preguntaba una y otra vez.

De todas formas, a pesar del miedo, estaba decidido a seguir adelante; tan es así que alquilé un apartamento vacío con la sola finalidad de guardar el botín, ya que no pensaba abandonar por el momento la pensión “Las tapias” en la que tan cómodo me sentía. No podía dejar pasar aquella oportunidad de oro -nunca mejor dicho-, de lo contrario toda la vida estaría lamentándome y rumiando lo que pudo haber sido y no fue.

La noche de autos, antes de iniciar la ejecución del plan, revisamos de nuevo todos los pasos y les di algunas instrucciones para después.
-Plácido, sabes que tú serás uno de los principales sospechosos, la policía te va a interrogar duro y te va a vigilar…¿Quieres que sigamos o lo dejamos aquí? –Yo sabía cuál sería su respuesta, pero quería atarle corto.
-No pienso rajarme.
-Bien, después de esta noche no debe haber ningún contacto entre nosotros, ni una llamada de teléfono, nada. Seré yo quien os busque, en tu joyería o en tu hotel. Ya decidiré cuándo podemos empezar a dar salida, primero a las joyas, después a los cuadros.
-Pero si ya tengo un comprador.
-Olvídalo por ahora, y cuando llegue el momento seré yo quien contacte con el comprador y haga la operación, a mí no me tendrán vigilado.
-Supongo que tienes razón.
-Pues en marcha, y recordad, una vez que cortemos la alambrada, ni una sola palabra.

Montamos en la furgoneta que yo había robado previamente; esta vez era Plácido quien conducía. Los tres íbamos armados, enguantados, y una vez nos adentramos en el camino lateral, encapuchados.
Tras cortar el alambre apartamos el seto para dejar paso a la carretilla, yo llevaba una mochila vacía con la intención de llenarla de valiosas joyas. Plácido quedó esperando en el vehículo al borde del camino. Charlie engancha la cuerda, trepa hasta el tejado y desaparece de mi vista. Pasan eternos minutos, siento una punzada en el estómago. Son instantes cruciales de ansiedad intensa, paralizado, no puedo hacer nada salvo esperar. Imagino que está cortando un círculo del vidrio, lo justo para introducir la mano y abrir. De pronto ladra un perro a lo lejos, instintivamente me agazapo más en la sombra y contengo la respiración, después me calmo, debe ser varios chalets más abajo.

Por fin se abre la puerta y Charlie me hace una seña con el pulgar hacia arriba. Me cuelo portando la carretilla y cierro. Subimos a ver a la vieja, está inmóvil, maniatada y amordazada. Pongo ante sus ojos la tarjeta que traigo escrita –confío que sepa leer y que no necesite gafas-: “ENSEÑANOS LAS JOYAS Y EL DINERO Y NO TE PASARA NADA”. Ella niega con la cabeza. Le sacudo una bofetada, le enseño la pistola e insisto. Nada. La agarro del pelo, la obligo a ponerse de pie y le enseño una segunda tarjeta: “LAS JOYAS O TE MATAMOS”. Pongo el cañón entre sus cejas. Si que es tacaña la vieja, pienso, ama sus joyas más que su vida. Otra bofetada. Maldito paripé, pienso, sabemos donde están las joyas, pero no podemos ir directamente, hemos de fingir que no sabemos. Le hago un gesto a Charlie para que la ate a una silla mientras yo comienzo a abrir y vaciar al suelo cajones y armarios, y a esparcirlo todo ante sus ojos. Nunca imaginé que mi profesión requeriría la representación teatral. Recorremos la casa registrando metódicamente. En el doble fondo de un cajón encontramos varios fajos de billetes. Llegamos al sótano. La caja fuerte se abre dócilmente y nos muestra una auténtica habitación acorazada en cuyo interior refulge el tesoro del conde de Montecristo. Qué diantres, en la mochila no cabía ni la mitad. Tuve que subir por una maleta de la vieja que también quedó llena. Plácido no había exagerado. Empecé a cuestionarme cómo íbamos a sacar todo eso, y además los cuadros, tal vez tuviéramos que hacer dos viajes…En silencio fuimos descolgando los cuadros de las paredes, eran siete en total, tres en el salón, dos en la biblioteca, uno en el dormitorio principal y uno en el cuarto de invitados. Atamos la maleta y los cuadros a la carretilla y subí a comprobar que la vieja seguía bien atada y amordazada. Salimos. La primera bocanada de aire me devolvió a la realidad. Los apenas cien metros de recorrido hasta la alambrada se hicieron inmensos. No solo el tiempo es relativo, el espacio también lo es. El perro a lo lejos volvió a ladrar. Seguimos en silencio. La carretilla repleta no pasaba al otro lado del seto, tuvimos que desatar y cruzar cada cosa una por una. Plácido al otro lado lo iba recogiendo. Finalmente salimos nosotros, cargamos la furgoneta y nos alejamos, todavía en silencio. Solo cuando nos habíamos alejado varios kilómetros proferimos un grito unánime de júbilo.

6 comentarios:

Hisae dijo...

Nuevamente nos has metido en una trama.¡Dios mío! ¡Esto es un sin vivir!
Veremos que pasa ahora....

Abrazos.

Anónimo dijo...

Hola Mario:
Ya lo ves, hay épocas en que no ocurre nada, y de repente se desatan los acontecimientos.
Un abrazo.

Maria dijo...

Jo pobre anciana, este tuerto tiene mucha sangre fría como ya ha ido demostrando en otros capítulos, pero piensa muy bien para hacer su trabajo y claro si no tuviera sangre fría no pensaría bien................cada vez más emocionante Joseph

-Anna- dijo...

Todo fríamente calculado, pero por Dios!!! que buena historia...quiero más!!!!
Volveré por las joyas en este blog :D
Un besote Joseph, un gusto andar por acá esta tarde.

Joseph Seewool dijo...

Hola, María: Sí sangre fría es lo que tiene el tuerto. Precisamente Mario compara esta novela (inmerecidamente) con "A sangre fría", de Capote.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Anita. Me alegro de que quieras más. Lo tendrás, vuelve por las joyas ;-)Un besazo, es un placer tu presencia.