domingo, 31 de agosto de 2008

El tuerto. 72: Gutiérrez

Yo intentaba ser honrado pero las circunstancias no me lo permitían. Ya casi me había vuelto un ciudadano corriente y normal. No cometía atracos, no asesinaba (salvo casos de extrema necesidad), y ni siquiera vendía facturas falsas. Incluso pagaba discretamente mis propios impuestos. Sólo me faltaba ir a la iglesia los domingos y donar mi dinero a instituciones benéficas, y mi biografía estaría completa.

Pero no me dejaban, que conste. Me obligaban a saltarme la ley. Porque cuando empiezas a cumplir la ley a rajatabla, entonces son los demás los que se empeñan en darte por el culo. Y todo tiene un límite. Digo yo: ¿Qué necesidad tenía el tipo de la constructora de complicarse la vida conmigo? O si lo prefieren: ¿Cómo pudo equivocarse tanto? Sí, es cierto que también nos equivocamos nosotros, “Paradise Real State”, al contratarle a él, al señor Gutiérrez, para que nos ejecutara la construcción de nuestro magnífico proyecto, primeramente un hotel de cien habitaciones y después vendría un edificio de ochenta apartamentos en Puerto Mogán. “Gutiérrez y Construcciones, S.A.”, se llamaba su empresa. “Guticonsa” La verdad es que su presupuesto era el más barato de todos los que recibimos, casi cincuenta millones menos. Eso debió mosquearnos. Pero ay, la falta de experiencia. Y eso que Jesús, el abogado, hizo averiguaciones en el Registro Mercantil: estaba todo correcto (aparentemente), con sus cuentas depositadas y todo. E incluso consultó en los Juzgados y no tenía reclamaciones ni denuncias. Las trampas las tenía bien ocultas el pájaro.

Confieso que me equivoqué, sí, yo personalmente, porque después de la última ampliación de capital era yo quien tenía el control efectivo de “Paradise Real State, S.A.” A través de Rosita había suscrito un quince por ciento adicional, lo que sumado al cuarenta que ya teníamos entre Charlie y yo significaba que poseíamos el 55 por ciento de las acciones. “Los toscos” se habían tenido que conformar con pasar a ser socios minoritarios. Así que la responsabilidad última era mía. Me falló el olfato. “Los toscos” se venían ocupando de la parte rutinaria del negocio, pero se suponía que las decisiones trascendentales eran de cuenta mía.

Así que cuando Jesús me llamó para comunicarme el problema, la emergencia más bien, no pude sino tranquilizarle y descargarle de toda responsabilidad. Yo estaba tan ricamente en Madrid, además, disfrutando de mi vida con Rosa y todo me iba viento en popa. Habíamos comprado la joyería y estábamos a punto de ponerla en marcha, tras instalar algunas medidas de seguridad: cámaras de vigilancia, cristales blindados, y alarma conectada con la policía. Nos faltaba elegir al empleado que se ocuparía del negocio, bajo la supervisión de Rosa, para poder inaugurar el cambio de dueño.

Los negocios del banco privado del difunto Federico también estaban siendo gestionados satisfactoriamente. En este caso era la abogada Sofía la que se encargaba, siguiendo mis instrucciones, de todos los detalles, reclamando deudas atrasadas, cobrando intereses, y ejecutando cédulas hipotecarias.

Todo iba tan bien, que en realidad me daba por pensar si no me estaría ablandando a causa de la vida fácil y cómoda. Lo peor es que no me entiendo ni yo mismo. Cuando estoy sumergido en la aventura, en el riesgo, anhelo la tranquilidad superficial, y cuando la consigo me aburro, añoro la emoción del riesgo. De forma que cuando le conté a Rosita el problema, con un ligero toque de preocupación, en realidad pensaba: ¡Qué hipócrita eres! Si en el fondo necesitabas un poco de acción…

¿Pero cuál era el problema?, me dirán. Muy sencillo, tras recibir un primer pago anticipado, “Guticonsa” había levantado la estructura del hotel, hasta aquí todo correcto, pero después de pagarles el segundo plazo, y al comenzar a levantar paredes exteriores, Don Luis Tosco, mi socio, detectó de inmediato que la calidad de los materiales era muy inferior a la contratada. Ordenó parar de inmediato y rectificar la chapuza. Y ahí comenzaron los conflictos. Se negaron a modificar nada y dejaron paralizada la obra. Intervino Jesús, el abogado, enviando un requerimiento notarial y amenazando con demandarles judicialmente. Y lo que ocurrió fue…que el tal Gutiérrez hizo caso omiso. Ahí fue cuando mis socios acudieron a mí. La vía legal no parecía causarle ningún temor. Había recibido un anticipo de treinta millones y se negaba a todo, a continuar la obra correctamente, y a devolver el dinero. La paralización ya nos estaba causando un perjuicio considerable.

Por si fuera poco, cuando le llamé por teléfono ni me atendió, ni me devolvió la llamada. Así que tengo que ir personalmente a resolver esta situación, le dije a Rosa.

-¿Qué piensas hacer?
-Ya veremos, todas las opciones están abiertas, la vía del acuerdo, la vía judicial…y la vía de la fuerza.
-Voy contigo.- Dijo, afirmó. No me preguntó como otras veces: ¿Quieres que te acompañe? Qué bueno, tuve la certeza de que a Rosa también le apetecía un poco de acción.
-No, cariño, puede ser peligroso, tú quédate aquí, ocúpate de la joyería, ¿vale? –Su gesto de rechazo me lo confirmó.
-La joyería puede esperar, ¿no? ¿O crees que no soy capaz de ayudarte?
-¿Qué pasa, quieres participar? ¿Y tu trabajo en el colegio?
-Bah, el colegio…puedo cogerme unos días de baja. Y por supuesto que quiero participar, es más, creo que tengo tanto derecho como tú. ¿No se supone que tengo el quince por ciento? Pues si el tipo te está jodiendo a ti, me está jodiendo a mí.
-Oh, desde luego que tienes todo el derecho; simplemente pensaba que era responsabilidad mía.
-Pues olvídate.