jueves, 27 de marzo de 2008

El tuerto. 58: beneficio de inventario.

Yo escuchaba en silencio, impresionado por el relato, pero sin saber a dónde quería ir a parar. Hasta que no pude evitar el comentario que me rondaba la cabeza.
-De cualquier manera el problema ya no es la vía judicial, su fallecimiento extingue la responsabilidad penal.
-En efecto, amigo Peter, el problema es el posible procedimiento tributario que pueda iniciar la administración de hacienda. Y ese es el motivo de la urgencia. Ya sabe usted que si se acepta una herencia el heredero se hace responsable de todas las cargas, y no sólo con los bienes de la herencia, sino con los suyos propios. Pues he ahí la cuestión, que no sabemos a cuanto podría ascender esa hipotética deuda tributaria, mas la sanción y los intereses de demora. Podría ser incluso superior al valor de la herencia.
-Pero seguro que ya se le ha ocurrido una solución, señor letrado.
-Por supuesto, siempre hay una solución para todo. Y en este caso es aceptar la herencia a beneficio de inventario. ¿Conoce la figura jurídica?
-La verdad, me suena esa expresión, pero no se en qué consiste exactamente.
-Pues que el heredero no queda obligado a pagar las deudas sino hasta donde alcancen los bienes de la herencia, previo inventario. Pero para ello hay que acudir al juez dentro del plazo de diez días para manifestarlo, de ahí la urgencia que le comentaba. Después, una vez iniciado el trámite judicial, usted será parte interesada en el procedimiento. No se podrá vender nada, e incluso la administración de los bienes quedará bajo control judicial. Finalmente, a los cinco años habrán prescrito las posibles deudas tributarias
-Sí ahora ya recuerdo la expresión, aunque la verdad es que yo la había oído en otro contexto y no la entendí muy bien.
-Tal vez iba aplicada a la vida misma, lo cual está muy de acuerdo con mi propia filosofía. Creo que así es como deberíamos tomarnos la vida, a beneficio de inventario. No aceptar las herencias entre comillas, ni familiares ni sociales, sino después de saber a dónde nos conducen. Y lo mismo respecto de las relaciones personales de todo tipo, incluso las sentimentales. Entablamos una relación, creemos que nos va a reportar un bien, la aceptamos, y después resulta que era una carga y que no podemos desprendernos de ella.
-Deduzco de sus palabras que usted no se ha casado, Don Baltasar.
-He visto demasiados divorcios, demasiado odio en parejas donde alguna vez hubo amor, como para cometer yo ese error. Pero nos estamos apartando del tema, tal vez en otra ocasión estaré encantado de charlar con usted, Peter. Ahora quería abordar otro asunto, la cuestión de las hijas de Don Federico. Debo decirle que están planteándose impugnar el testamento. He pensado que sería bueno para usted tener una reunión con ellas. Tal vez para ellas también sería bueno, se han buscado una abogada que parece muy peleona y dispuesta a embarcar en pleitos a sus clientas, y de paso sacarles el dinero. A fin de agilizar, y para no prolongar su estancia en Madrid más de lo necesario, me he permitido mencionarles su visita y de paso concertar una reunión para mañana a primera hora, si usted está conforme.
-Totalmente, ya sabe que estoy a su disposición, cuando y donde diga.
-Será aquí, en mi despacho, y acudirá también la abogada de ellas. Yo, como albacea, no puedo representar a ninguna de las partes, pero puedo sugerirle que se busque un abogado, por si acaso.
-Tres mujeres y una de ellas abogada, hmm, sí, tal vez necesite un buen abogado. Hasta mañana, don Baltasar.

lunes, 17 de marzo de 2008

El tuerto. 57: R.I.P.

Me encontraba una tarde en la inmobiliaria, echando la bronca a uno de los vendedores. Se había dejado escapar un cliente con dinero y ganas de comprar, simplemente porque no teníamos exactamente lo que él buscaba.
-Pero vamos a ver, que no estamos en una pescadería, para decirle a un cliente “no tenemos”. Esa frase no existe en nuestro vocabulario. Podemos decir: “tenemos uno casi igual”, o preferiblemente “tenemos uno mejor aún”. ¿Qué hago contigo? Dímelo tú, ¿te despido por inútil, o te doy otra oportunidad?

En ese momento sonó el teléfono. Era Rosita desde la pensión, había ido a ver a su madre.
-Oye, tienes aquí una carta de un abogado de Madrid, un tal Baltasar Gaceta.
-Ábrela y léeme lo que pone.
-De acuerdo, va dirigida a ti, Don Peter R., pensión “Las tapias”, calle tal…”Muy señor mío, por la presente le comunico el fallecimiento de mi cliente Don Federico tal y tal, y siguiendo sus últimas voluntades le hago saber que ha sido usted llamado a la herencia del finado, en calidad de sustituto fideicomisario. Así mismo le participo que este abogado ha sido designado albacea para la ejecución del testamento. Por todo lo cual le ruego se ponga en contacto con conmigo, a la mayor brevedad posible, en la dirección o teléfonos arriba indicados, para llevar a cabo las formalidades de aceptación de la herencia, así como en su caso llegar a un acuerdo con las hijas de don Federico y herederas universales, doña Ester y doña Josefina, tal y tal. En espera de sus noticias, le saluda atentamente”…

Eso de “la mayor brevedad posible” sonaba urgente, así que llamé de inmediato al abogado.
-Está con un cliente, ¿de parte de quién?- Me dijo su secretaria. Le di mi nombre y le expliqué la aparente urgencia que indicaba su carta. La secretaria debía estar advertida, porque dijo: -Ah, si, voy a intentar pasarle la llamada, espere un momento. Al cabo de un minuto escuché la voz del abogado. Me saludó muy amablemente y me repitió el contenido de la carta.
-¿Cómo ha muerto? –Pregunté.
-Sufrió un ataque al corazón en mitad de la noche. Por la mañana le encontró la empleada doméstica, cuando fue a llevarle el desayuno. Supongo que Don Federico le habría enterado de su intención de nombrarle fideicomisario…
-Sí, me lo dijo, y también me dijo que usted sabía las razones…
-En efecto, pero sucede que necesito hablar con usted personalmente. Hemos de tomar algunas decisiones sobre la herencia con la mayor celeridad, y no puedo darle más detalles por teléfono. Si usted pudiera venir a verme cuanto antes yo se lo agradecería muchísimo.
-Claro que sí, Don Baltasar, cuente conmigo para lo que haga falta. Mañana mismo cojo el avión.
-Gracias. Por supuesto, los gastos irán a cargo de un fondo que Don Federico dejó expresamente. ¿Le importa que nos reunamos en mi despacho en cuanto llegue usted a Madrid? Simplemente avise a mi secretaria cuando sepa la hora aproximada, yo estaré esperándole.
-Así lo haré.

El abogado me pareció muy sensato, inteligente y calmado. Creo que a él le sorprendió mi juventud. De inmediato empezamos a tutearnos y se estableció un clima de confianza, casi camaradería, especialmente cuando le dije que conocía el derecho hereditario español.
-Debo decirle, amigo Peter, que no sé exactamente cuales son sus méritos, pero deben ser muchos cuando Don Federico confió precisamente en usted, a pesar de su juventud, para esta llamada, un tanto intempestiva la verdad, a la herencia.
-Tal vez precisamente esa juventud, que usted considera un inconveniente, él la juzgó mi principal ventaja. Quiero decir que tal vez pretendía que pueda estar vivo no ahora, sino dentro de muchos años, para proteger a sus hijas.
-Si, eso es cierto. Pues bien, le explicaré cuál es la situación, y porqué tenemos cierta urgencia para actuar. Ocurre que la tarde antes de su fallecimiento, Don Federico había recibido una citación judicial, para declarar en calidad de imputado, por delitos de falsedad documental y contra la hacienda pública. Un asunto en apariencia grave, pero en realidad no alarmante desde el punto de vista penal, dado que no podía haber pruebas contra él, y lo más probable es que nunca hubiera sido llevado a juicio: más tarde o más temprano ese caso habría sido archivado.
-¿A cuál se refiere, al de Plácido y las facturas?
-Ah, veo que está informado, sí a ese me refiero. Como le digo, intenté tranquilizar a Federico, pero claro, es más fácil hablar cuando los toros se ven desde la barrera. Lo cierto es que según la empleada esa noche se tomó una botella de whisky, los informes preliminares de la autopsia hablan de una alta tasa de alcoholemia, en modo alguno letal para una persona sana, pero sí para Federico, que como usted sabe tenía una lesión cardiaca.

lunes, 10 de marzo de 2008

El tuerto. 56: La grabadora

Me desperté agitado, confuso. Mientras se desvanecía la pesadilla de mi mente logré retener una imagen en la memoria. Había perdido mi navaja, necesitaba encontrarla, buscaba afanosamente, me venía la sensación de que estaba cerca, pero nada.
Miré el reloj, las tres y media, no había dormido ni dos horas. Llevaba unos días sin tomar las pastillas de dormir, ni los tranquilizantes. Mi pijama estaba empapado en sudor. Me lo quité y me puse otro limpio. Salí a la terraza a pensar, escuchar el rumor del mar y contemplar las estrellas. Momentos después oí a Rosita levantarse, salió detrás de mí, se abrazó a mi cintura y apoyó su cabeza en mi espalda.

-¿Qué te preocupa?
-Pues…supongo que la reunión que tengo mañana para sobornar al Teniente de Alcalde de Puerto de Mogán. Vamos a entregarle diez millones de pesetas en efectivo para que presente en el pleno del Ayuntamiento la recalificación de nuestro terreno. Pero, ¿Y si no se aprueba? ¿Nos devolverá el dinero? No lo creo. ¿Y si todo es un cuento para estafarnos? ¿Y si alguien se va de la lengua y nos acusan de cohecho? No me fío de los políticos…
-Y-si, easy, take it easy, ¿entiendes? No te preocupes lo más mínimo. Lo que tienes que hacer es ir a la entrevista con una mini-grabadora en el bolsillo.
Rosita volvió de nuevo al dormitorio y estuvo rebuscando entre sus cosas. Reapareció con un aparatito no mayor que un paquete de tabaco. Rebobinó la microcinta y me lo colocó en el bolsillo de la chaqueta del pijama.
-¿Lo ves? Esta es la que he usado yo para grabar los temas de mis oposiciones. Cuando empiece la entrevista sólo tienes que apretar discretamente este botoncito, ¿ves? Y se encenderá la luz roja, indicadora de que está grabando.
-Vale, ¿y después?
-Pues muy sencillo: te guardas la cinta como prueba, por si acaso, en alguna de tus cajas de seguridad. ¿Qué no lo aprueban y no te quiere devolver el dinero? Le mandas una copia de la cinta, ya verás como se lo replantea. Y tranquilo, que nadie se va a ir de la lengua. ¿Quieres que te acompañe?
-¿Al aeropuerto?
-Si quieres vuelo contigo a Gran Canaria y te espero en algún sitio mientras tú vas a la reunión.
-Voy a ir acompañado de Don Antonino Tosco y su hijo Mario. Pero no sabemos si habrá plaza para ti en el avión.
-Pues hacemos lo siguiente: te acompaño al aeropuerto, si hay plaza vuelo contigo, si no, me vuelvo a casa en tu coche. Y ahora vamos a dormir.

Así lo hicimos. La verdad es que yo mismo no entendía porqué me preocupaba tanto. Teniendo en cuenta los asuntos a los que estaba acostumbrado esto era fácil para mí. Repasando en mi mente, descubrí que lo que de verdad me fastidiaba era darle dinero, así a lo tonto, a un político, por hacer algo que de todas maneras, tarde o temprano, tendrían que hacer, urbanizar ese suelo. Me sentía como un imbécil y eso era lo que disparaba mi adrenalina hacia todos los posibles motivos de temor. Así las cosas, la tranquilidad de Rosita despejó mi indecisión y me insufló nueva confianza. Si ella, que era novata en esto de la delincuencia, lo veía tan claro, no sería yo quien me arrugase. Dormí de un tirón el resto de la noche.

Rosita voló con nosotros. Don Antonino apenas prestó atención cuando la presenté como mi novia, sin duda tenía otras preocupaciones en su cabeza. Mario se la quedó mirando con algo de insistente descaro, pero no hizo ningún comentario. De todas formas les aclaré que ella haría unas gestiones en Las Palmas, y que nos reuniríamos después de nuestra cita.
Por supuesto la reunión no era en el Ayuntamiento, sino en un discreto restaurante de Maspalomas. Antes de traspasar la puerta apreté el botón de la grabadora en el bolsillo de mi camisa.
-Hemos quedado con Alfredo Fuertes. -dijo don Antonino.

El maitre nos condujo al reservado. Y allí estábamos los tres, como tres gilipollas, delante del tipo aquel, un gordo enorme y sudoroso, que nos estrechó una mano húmeda y empezó a hablar por los codos al tiempo que bebía grandes sorbos de una jarra de medio litro de cerveza y pinchaba de un plato de papas con mojo picón, de aperitivo. Don Antonino, que era el único que le conocía personalmente, apenas podía meter baza. Mario y yo callados. El individuo pasaba de un tema a otro sin transición, tan pronto hablaba de grandes proyectos que haríamos juntos, un puerto deportivo, hoteles, restaurantes, como de pronto pasaba a quejarse de las dificultades de la política, la ruindad de los concejales de la oposición, cuya envidia no les permitía reconocer su talento, su iniciativa y su esfuerzo por impulsar el progreso de su ciudad. En mitad de su discurso se paró bruscamente y espetó:
-¿Habéis traído lo convenido? –Yo instintivamente miré a mi bolsillo y comprobé que la lucecita de grabación estaba encendida.
-¿Te refieres al dinero que nos pediste? –Dije. Don Antonino me hizo un gesto con la mano, intentando que me callara. El gordo me miró frunciendo el ceño, pero yo continué.- Sí, hemos traído los diez millones de pesetas.
-Pero bueno…-Protestó Alfredito, (así comencé a llamarle en mi mente) lanzando la servilleta.-…Esto no se hace así.
-Tranquilo. – Terció don Antonino.- Mi socio es nuevo en estas cosas…Aquí está el dinero.- Dijo, entregándole el maletín, que el gordinflón se apresuró a agarrar.
-Cuéntalo. –Continué.- Supongo que nos darás garantía de que la recalificación se va a aprobar…-Freddy se puso en pie, ya claramente furioso.
-Está claro, este tío es tonto.
-Discúlpame, no te ofendas, no era mi intención, hombre, toma otra cervecita, que están a punto de traerte el solomillo que has pedido.-Dije para aplacarle. Le tendí la mano y él, tras un ligero titubeo, me la estrechó.
-De acuerdo, voy al baño. – Y se fue con el maletín, no se si a mear, o a contar los diez millones. Y en ese momento paré la grabadora.
-Has estado a punto de cagarla.- Me dijo don Antonino.
-¿Pero cómo se te ocurre? –Intentó sermonearme Mario.
-Tú cierra el pico.- Le silencié.

jueves, 6 de marzo de 2008

El tuerto. 55: Bye, bye, pensión.

-¿Quieres desayunar?
-No tengo ganas, ¿Y tú?
-Yo tampoco.
-Rosita, ¿Te gusta este apartamento?
-Si, es tranquilo…
-Podemos instalarnos aquí, hasta que te den el destino.
-Vale, pero ¿y después? Si me acostumbro a ti no voy a querer marcharme…
-Yo estoy dispuesto a irme contigo, si tú quieres.
-¿De veras? La idea me gusta. Pero de momento vayamos a recoger nuestras cosas. A ver qué escándalo monta mi madre.
-No te preocupes, de tu madre me ocupo yo. No hace falta que vengas, puedes esperarme aquí, que yo te traeré todo lo tuyo.
-Esta noche contigo me ha dado fuerzas, tengo que empezar a perderle el miedo a mi madre. En realidad necesito decirle adiós a la cara, para sentirme bien, por mi propia autoestima.
-¿Tienes muchas cosas, pido una furgoneta de mudanza o cabrán en el “Golf”?
-Bah, no tengo tanto que de verdad quiera llevar. Los libros más importantes y una parte de las ropas, el resto lo dejo.

Cuando estábamos llegando a la pensión me asaltaron las dudas. ¿Y si ante la presión de su madre Rosita se echaba atrás?
-¿Estás segura de que quieres enfrentarte a tu madre? Mira, en realidad no es necesario, podemos comprar todo lo que necesites. A mi no me preocupa tu madre, pero tengo miedo de que te eches atrás.
-Si, ya lo sé, pero esta vez no va a suceder, y quiero demostrármelo a mi misma.
-De acuerdo.

A doña Rosa, la madre, no le gustaban los escándalos, así que la hora de la comida, con el salón lleno de huéspedes era el momento ideal para la operación salida. Rosita se fue derecha a su habitación, a hacer sus maletas, mientras yo entretuve a la vieja en el mostrador de recepción.
-Por favor, doña Rosa, me prepara la cuenta. –Dije en voz alta, para que lo oyeran todos. Me miró entrecerrando los ojos, con rabia. Dudó si atenderme o salir detrás de su hija. –Tengo prisa. –Añadí para reforzar mi petición.
-Esto no va a quedar así.- Murmuró entre dientes.- Hablaré con la policía, sé que eres un delincuente.
-Mire, doña Rosa, si su hija me acepta me casaré con ella. Tiene usted dos opciones, ganar un yerno, o perder una hija, si quiere esto último llame ahora mismo a la policía, por mi encantado. –Le señalé el teléfono con tranquilidad. La bruja titubeó, no estaba acostumbrada a que sus chantajes cayeran en el vacío.- En cambio, por el bien de su hija estoy dispuesto incluso a llevarme bien con usted.
Súbitamente doña Rosa retomó la compostura y me sorprendió con su capacidad de reflejos. Salió del mostrador, se dirigió a mí, e hizo lo último que hubiera esperado: me abrazó con ternura.
-Hijo mío, porque no he ganado un yerno, he ganado un hijo.
Bueno, casi me hace llorar, la vieja astuta. Por un momento me lo creí, después, pensándolo fríamente, deduje que no era sino una muestra más de su capacidad camaleónica de sobrevivir a todas las adversidades. La puerta del comedor estaba abierta, y una parte de los comensales habían dirigido su atención a nosotros. Doña Rosa, en su papel de patrona, se dirigió a ellos en voz alta.
-Se va a casar con mi hija.- Les anunció.
-Oh, enhorabuena.

En ese instante bajó Rosita con una maleta en cada mano y se paró atónita. Le había dado tiempo a escuchar la última frase de su madre. Yo rápidamente me acerqué a ella, le cogí las maletas, la besé en la mejilla, le susurré “sígueme la corriente”, y le guiñé mi único ojo. La vieja se abrazó a su hija llorando y gimoteando.
-Hija mía…
-Mamá, ya hablaremos.
Salimos de allí como pudimos, prometiendo visitarla a menudo.

domingo, 2 de marzo de 2008

El tuerto. 54: El refugio.

Esa tarde, en la inmobiliaria, me dediqué a mirar fichas de pisos y apartamentos. Pero no encontré lo que buscaba, así que llamé por teléfono a varias inmobiliarias conocidas. Tuve la satisfacción de identificarme por mi nuevo cargo: Peter, el consejero de “Paradise”.
-Oye, ¿Tenéis algún apartamento en Costa del Silencio?
-Nosotros no, pero conozco una agencia en Las Galletas que seguro que tienen para elegir. ¿Qué es lo que buscas?
-Un apartamento para alquilar un mes o dos, que esté listo para entrar hoy mismo, y si es posible con vistas al mar. ¿Crees que habrá?
-Seguro que sí. ¿Quieres que me ocupe?
-Sí, por favor, luego me pasas tu comisión. –Al rato me llamó de vuelta.
-Ya está, Peter, es el edificio “Atlantic View”, apartamento 303, la llave estará debajo del felpudo. Mañana te pasas por la agencia para firmar el contrato, cuesta setenta mil pesetas al mes.
-Gracias, te debo una.

Conduje con agilidad por la autopista hasta Icod, allí, como estaban en obras me desvié por la comarcal. Eso nos demoró un poquito, pero aún así llegamos a Los Gigantes a tiempo de presenciar el crepúsculo desde los acantilados, justo en el instante en que el sol emitía su último rayo antes de hundirse en el océano. Sentados en el auto, con el motor parado, nos dejamos seducir por la paleta de colores, azul del mar, naranja, rosa, violeta. Esa perspectiva gigantesca parecía simbolizar el paso que los dos estábamos a punto de dar. De repente sentí frío. Busqué la mano de Rosita, la encontré extendida hacia mí, junto a la palanca de cambios, la estreché. Los dos seguimos mirando el horizonte infinito.

Restaurante del “Park Hotel Troya”. Una mesa al borde del paseo marítimo, con vistas a la Playa de las Américas, el rumor del mar llegando a nosotros a través de la ventana abierta. Una mesa con velas, blanco mantel, un jarrón con flores, una lubina al horno y una botella de vino blanco, un Riestling bien frío, música de boleros.

-Yo también tengo que contarte algo. –Dije, animado por el vino.- Quiero pasar la noche contigo, me refiero a esta noche y todas las que vendrán después, la larga noche de la vida. He alquilado un apartamento aquí cerca, en la Costa del Silencio. Pero antes de llegar allí quiero que sepas quién soy en realidad…-Inspiré, bebí otro trago. Noté que me faltaba la respiración, me sentía muy nervioso. En ese momento me di cuenta que…¡Se me había olvidado tomar las pastillas! Ya no tenía remedio, había que continuar. Con la voz entrecortada por la emoción, proseguí mi discurso.
-No hace falta que me cuentes nada, no me importa lo que hayas hecho.
-Pero yo quiero contártelo. He cometido delitos en Inglaterra, vine aquí huyendo de la policía. –Le hice un resumen de mis británicas fechorías, el atraco a la empresa del tío de Luke, la distribución de billetes falsos, el drogadicto que maté. - Y lo peor es que también he cometido delitos aquí, en Tenerife y en la península…

-No me cuentes más por hoy. ¿Te crees que me sorprende? Pues no. Yo ya sospechaba que tenías un oscuro pasado. Mira, en la pensión estoy acostumbrada a ver gente de toda calaña, era muy evidente que tú te escondías de algo o de alguien. La verdad, no necesitaba que me contaras nada…Pero te agradezco la confianza que me demuestras al haberlo hecho.
-¿Y a pesar de lo que te he contado querrás pasar la noche conmigo?
-Anda, pide la cuenta y vamos a ese apartamento al que me vas a raptar.

La llave estaba debajo del felpudo, como me había indicado la colega de la inmobiliaria. El apartamento era espacioso, amueblado de forma sencilla y funcional, tenía una terraza orientada al sur, directamente sobre la Costa del Silencio. Salimos a contemplar la luna menguante, a respirar la brisa del Atlántico, y a calmar un poco nuestra emoción.
-¿Sabes, Peter? En el fondo tú me inspiras seguridad, contigo me siento protegida. - ¿Qué podía decir? Nada, sólo rodearla con mis brazos.

Fuimos al dormitorio. Rosita se empezó a desnudar ella sola, con gestos rápidos y precisos se despojó de los zapatos, la blusa, el pantalón vaquero. Yo todavía estaba completamente vestido y absorto mirándola cuando me ofreció la espalda para que le desabrochase el sujetador. Lo hice mientras besaba su hombro. Rápidamente se sumergió bajo las sábanas, pude ver fugazmente sus braguitas rosa pálido con encajes. Me senté al borde de la cama y me desvestí lentamente, colocando la ropa sobre una silla. También me dejé puesta la prenda interior.

La chica temblaba y su respiración era rápida y agitada, trataba de tomar aire profundamente para relajarse. La abracé larga y suavemente, acaricié su espalda. Toda ella estaba tensa, rígida. Fue una noche de abrazos, besos y caricias sin fin. En algún momento, antes del amanecer, nos dormimos. Ya con el sol naciente, bañando de claridad nuestro cuarto, las piernas de Rosita se aflojaron, se abrieron para un nuevo día de placer compartido.