viernes, 29 de febrero de 2008

El tuerto. 53: La profesora.

Se celebró la exposición universal de Sevilla. La gente me preguntaba si no tenía intención de visitarla.
-¿Qué, no vas a la expo? –Era la pregunta típica.
-No me gustan las multitudes, odio hacer cola. – Mi respuesta invariable. No entiendo ese espíritu gregario, esa necesidad de ver todos lo mismo y al mismo tiempo, hacer los mismos comentarios. De vez en cuando veía imágenes en la televisión, generalmente a la hora de comer, en la pensión. Gente deshidratada por el calor, agotada por las caminatas, exhausta, con los pies doloridos, magullados. Y a pesar de todo estaban satisfechos de su hazaña, lo contaban para la cámara con orgullo. Jamás haría yo tal cosa, si cayera en la tentación de dejarme arrastrar por las masas me avergonzaría de mi debilidad, lo último sería contarlo y encima delante de una cámara y un micrófono.

Me dediqué con ahínco al trabajo, en la inmobiliaria organizando mejor el equipo de captadores y vendedores, y en la promotora introduciéndome en los vericuetos urbanísticos para impulsar la recalificación. De la mano de don Antonino y a veces de Mario, visité en sus despachos a los técnicos de planeamiento urbanístico. Su informe favorable era preceptivo para que la concejalía hiciera la propuesta. Nos dijeron que sí, que nuestro terreno reunía los requisitos para ser urbanizable, pero la propuesta la tendría que presentar el concejal en el pleno del Ayuntamiento, tendría que ser aprobado, y por último ratificado por la consejería del Gobierno Autónomo. Toda una odisea.

En estas preocupaciones andaba cuando un mediodía se presentó Rosita en el comedor, mientras estaba yo almorzando.
-He aprobado las oposiciones, ya soy profesora de EGB.
-Enhorabuena, Rosita. ¿Quieres que vayamos a tomar algo y me lo cuentas?- Desde aquella cita cancelada tan sólo nos habíamos visto fugazmente y apenas intercambiado breves palabras. Nunca le pregunté la razón por la que había cancelado la cita, ni ella lo mencionó. Tampoco se reanudaron mis clases de portugués, me limité a estudiar la gramática por mi cuenta y leer una novela de Jorge Amado, “Dona flor e seus dois maridos”.
-Bueno.
-Pues vamos hasta la playa de San Telmo y nos tomamos una leche merengada en alguna terraza.
Bajamos en el coche, no era cuestión de caminar, y nos sentamos contemplando el mar, que por momentos se estaba encrespando, azuzado por un viento racheado del oeste. Pequeñas nubes ocultaban el sol de forma intermitente. Nos quedamos en silencio algunos minutos.
-Bueno, ¿cómo ha sido? –finalmente pregunté, notaba que a Rosita le costaba arrancar, después del primer momento de acercamiento.
-Pues…Me presenté a unas plazas reservadas para personas con minusvalía, había veinticinco y he sacado el número catorce. –Me resultaba extraño ver a Rosita indecisa por primera vez; ella, que siempre aparentaba tanta seguridad cuando actuaba de maestra conmigo, ahora que se había convertido en auténtica profesora se mostraba dubitativa. Me dio que pensar que había algo más.
-Eso está muy bien, teniendo en cuenta que has estado poco tiempo preparándolas.
-Sí, menos de un año, ocho meses y medio en realidad.
-Es fantástico. – Rosita volvió a guardar silencio algunos minutos más. Esta vez lo rompió por sí misma.
-El caso es que seguramente me voy a la península.
-Ah, ¿si? ¿A dónde?
-Aún no lo se con seguridad, he pedido varios destinos, todos ellos en la provincia de Madrid. Quiero vivir en una gran ciudad, o cerca de ella, donde nadie me conozca, poder ir al cine, al teatro, a conciertos, exposiciones…Pero sobre todo lo que quiero es…
-Alejarte de tu madre, ¿no?
-Sí, tú me comprendes…
-Claro que te comprendo, Rosita. ¿Se lo has dicho a ella?
-Le he dicho que he aprobado, pero de mis planes de irme a la península no pienso decirle una palabra hasta tener las maletas preparadas.
-Me parece muy bien.
-Por cierto, nunca me preguntaste porqué no acudí a aquella cita.
-No hacía falta.
-Mi madre me montó un escándalo, me amenazó, me insultó. Llegó a decirme que si salía contigo que no volviese más.
-Ah, ¿Sí, eso dijo? Interesante…¿Y cuándo te irás?
-Pues aún tienen que comunicarme el destino, dentro de unos quince días, calculo, y después tengo un plazo de otros treinta días para tomar posesión de mi plaza.
-Es decir, un mes o mes y medio. Y tendrás que buscarte un alojamiento, llevarte tus cosas…-De repente me vi pensando en voz alta sobre cuestiones prácticas. – Oye, Rosita, ¿aceptarías cenar conmigo esta noche?
-Pues sabes qué te digo, que acepto, si mi madre me echa de casa tanto mejor.
-Estupendo. Ahora tengo que volver a la inmobiliaria. ¿Tú qué vas a hacer?
-Voy a estar en la biblioteca, no quiero aparecer por la pensión en toda la tarde, por si acaso.
-Buena idea, te recojo a las siete y vamos a cenar.

lunes, 25 de febrero de 2008

El tuerto. 52: sustituto fideicomisario.

El restaurante se encontraba cerca de la plaza de Castilla. Cruzamos por delante del edificio de los Juzgados de Instrucción. Federico me cogió del codo y me lo señaló.
-Aquí he estado yo varias veces, declarando como imputado. Siempre tuve suerte y me archivaron los procesos. Nunca pudieron probarme nada. –Yo escuchaba en silencio-. Te lo digo para que lo tengas muy en cuenta, procura no dejar pruebas, y si alguna vez te acusan tienes que negarlo todo hasta el final. Bueno, ya se que has estudiado leyes.
-Yo también he estado procesado en Inglaterra. –Era el momento de sincerarme un poco.
-Ah, ¿si? ¿Y qué pasó?
-Igual que a ti, me lo archivaron por falta de pruebas.- Sincerarme, pero no del todo.
Entramos en el restaurante, nos acomodaron en un amplio reservado para los dos solos.
-Por ejemplo –continuó- este restaurante lo conocí de casualidad, precisamente un día que tuve que venir a ser interrogado. Después lo estuvimos celebrando aquí, mi abogado y yo. Bueno, a ti ¿qué te gusta, la carne o el pescado?
-Pues…No sé, me da igual. –En esos temas afloraba mi indecisión, pero a Federico no pareció importarle.
-Entonces elegiré yo por los dos. Cordero asado y…Una botellita de “Vega Sicilia”.
En el transcurso del día, el anciano se había ido animando un poco, supongo que con la emoción de la actividad. Ahora, tras la primera copa de tinto, un reserva de 1979, afloraron los colores a su rostro y se volvió casi locuaz.
-Quiero que seas tú quien continúe con mi negocio. Mira, tengo dos hijas, Ester y Josefina, si los gilipollas de mis yernos fueran la mitad de despiertos que tú, tal vez ahora no estaríamos aquí, hablando. Quiero redactar un nuevo testamento. Mis propiedades inmobiliarias se las dejo a mis hijas, por supuesto, pero con un fideicomiso, para que no puedan disponer, ni mis yernos puedan tocar nada. Quiero que el sustituto fideicomisario, en el caso de que falten mis dos hijas, seas tú. Necesito tu nombre verdadero, al menos con el que actúas en España, para ponerte en el testamento. –Titubeé unos instantes, ¿No sería una estratagema para denunciarme y librarse de mí? Pero en ese caso, ¿para qué me hubiera presentado a sus clientes? Federico percibió mis dudas. Nos habían servido el cordero, y durante un rato los dos comimos en silencio.
–Tranquilo, no es nada raro, confía en mí. Sé que no te llamas Ralph, eso lo he comprobado.
-¿Pero no tienes otros parientes a los que nombrar? Tus hijas te pueden dar nietos. No se, la verdad, me resulta extraño que quieras poner en tu testamento, ni siquiera como sustituto, a un tipo del que ni siquiera sabes su verdadera identidad.
-Hay varias cosas más. Primero, no tengo más parientes que valgan la pena. Mi hermana es soltera y por lógica morirá antes que mis hijas. Ester no puede tener descendencia, Josefina no quiere, y dudo mucho que alguien la convenza de lo contrario, y menos que nadie el imbécil de su marido. Además, necesito que alguien las proteja de la avaricia de sus consortes, que no son más que unos golfos derrochadores, deseosos de que yo muera para abalanzarse sobre la herencia. Quiero que seas tú su protector.
-Pero si no las conozco.
-Eso no importa. De momento no hace falta. Cuando se abra mi testamento te llamará mi abogado. Legalmente no podrán hacer nada sin tu firma. Es sólo que con el tiempo es posible que intenten presionar a mis hijas, o incluso al sustituto para que renuncie a la sustitución y poder disponer de los bienes. ¿Comprendes? Por eso necesito alguien que no ceda ante ninguna clase de presión, y ese alguien eres tú.
-De acuerdo, acepto. Aquí tienes mi permiso de residencia. –Se lo entregué.
-Muy bien…Peter, amigo Peter. Te lo agradezco mucho. En ese caso te contaré algo más. Tengo una cuenta secreta en Panamá, con una importante cantidad de dinero, ciento cincuenta millones. Quiero que seas tú el administrador de esa cuenta, y la uses únicamente en caso de verdadera necesidad, tuya o de ellas
-Pues ahora soy yo quien te lo agradece a ti, Federico. Y por cierto, este cordero está buenísimo.
-Vamos a brindar.- Levantamos las copas, llenas de oscuro vino rojo.-Por el protector de mis hijas.
-Por el padre de Ester y Josefina.

jueves, 21 de febrero de 2008

El tuerto. 51: Heredero.

Tuve que viajar a la península para entregar una remesa de facturas a Federico, y por supuesto recibir mi dinero. Esta vez, en contra de lo habitual, me citó por la mañana temprano, a las ocho. Cogí el último vuelo del día anterior y pasé la noche en mi acostumbrado hotel “Cuzco”. A la hora fijada estaba llamando a la puerta de su mansión. Pensaba preguntarle a qué se debía tanto madrugar, pero no me dio tiempo. Me quedé sorprendido algunos instantes, porque le vi muy desmejorado, ojeroso, pálido, demacrado, así que cambié mi pregunta.

-Hola, Federico, ¿te encuentras bien?
-Hola, Ralph, quiero que me acompañes al banco y a visitar a mis clientes. Después te invito a comer en un buen restaurante, ya he reservado mesa.- Su voz era apenas audible. Cuando le estreché la mano, la sentí sin fuerza, inerte y fría. La verdad, me quedé impresionado y en silencio. Montamos en su coche, un flamante Mercedes, conducido por su chófer, que manejaba con suavidad y destreza.
-He tenido un infarto. –Me susurró.- Por eso quiero que me acompañes. No voy a durar mucho, según dicen los médicos.
-Eso nunca se sabe…
-No nos engañemos, tú mismo te has asustado al verme.
No quise responder, porque la verdad, las mentiras piadosas no son mi fuerte. El anciano se recostó junto a la ventanilla y cerró los ojos. Comenzaba a despuntar el sol y ese ligero calor que entraba por el cristal supongo que le reanimaba un poco. Sus mejillas perdieron un poco de palidez.

Primero recorrimos varias sucursales bancarias, de las cuales sacó importantes cantidades de dinero en efectivo. En todas, el empleado nos pasaba directamente al despacho del director. Federico me explicó que el día anterior había telefoneado para que tuvieran preparado el dinero. Me hizo contarlo a mi, no se si porque no se fiaba del Banco, o porque pretendía que yo me acostumbrara. Como si no estuviera yo suficientemente habituado a contar billetes, falsos y auténticos. Al salir, el chófer estaba esperando a la puerta, dentro del auto, con el motor en marcha. Yo intentaba adivinar para qué sería tanto dinero, no quise preguntarle directamente, ya me lo contaría él, llegado el caso.

No tardó en desvelarse el misterio. Terminado el periplo bancario, pasamos a visitar a los clientes. Empresas filiales de multinacionales informáticas, subcontratistas de obras del estado, corporaciones locales de telecomunicaciones. Edificios lujosos de oficinas, guardias de seguridad en la entrada, mullidas moquetas, secretarias despampanantes cuyo perfume de marca se expandía a su paso dejando como una estela.
-Hola, Federico.
-Buenos días, Manolo, te presento a Ralph, mi socio.
-Mucho gusto, Ralph.
-El gusto es mío.
-Es probable que él se encargue de todo a partir del próximo trimestre. – Cuando le escuché decir esto, me sentí como si me hubiera designado heredero de su “negocio”.
-Ningún problema, Federico. ¿Me has traído las facturas que te pedí?
-Aquí las tienes.- Las revisó superficialmente.
-¿Y el dinero?
-Como siempre, contante y sonante.
-Muy bien, pues aquí tienes tus cheques.

Yo al principio no entendía nada. Para qué tanto intercambio de dinero y de cheques. Después me lo explicó Federico.
-Algunas empresas no quieren pagar en efectivo, sino en cheque. De ese modo, en el caso de que tengan una inspección fiscal, con el movimiento bancario pueden acreditar que el pago ha sido real y no les pueden sancionar. En estos casos, a mi me entregan un cheque por el importe total y exacto de cada factura, y yo se lo devuelvo en efectivo descontando nuestra comisión, que es del dieciséis por ciento.
-Fascinante.
Repetimos la operación en media docena de empresas, en todas me quedé con una tarjeta del cliente, para el futuro contacto.
-Ahora nos vamos a comer. ¿A ti cómo quieres que te pague, en cheque o efectivo?
-A mí en cheque, por favor.

miércoles, 20 de febrero de 2008

El tuerto. 50: Paradise Real State S.A.

Devueltos ya los cuadros, sólo quedaba del botín la maravillosa colección de Rolex, la mayoría eran piezas únicas, de todas las épocas y modelos. Desde el más antiguo, que databa de 1940, y su número de referencia sólo tenía cinco dígitos, un auténtico ejemplar de museo, hasta los más modernos, fabricados en 1987, con letra y seis dígitos. Los había de línea clásica, deportiva, con caja de platino, con brazalete de diamantes, de oro de 18 y hasta de 24 kilates.
Cada reloj tenía su nombre y apellidos y su número de identificación. En aquel momento, y así en conjunto, serían tan difíciles de vender como los cuadros. Demasiado llamativos, demasiado característicos. Había, sin embargo, varias diferencias. Primera, ocupaban mucho menos espacio para ser escondidos. Segunda: pasado el tiempo, mínimo varios años, tal vez cuando prescribiera el delito, se podían vender poquito a poco, uno a uno quizá. De ese modo, si capturaban al vendedor o al poseedor, siempre podría fingir que no sabía nada, perdería la pieza, pero no arriesgaría la cárcel. Y tercera: aquellos relojes me fascinaban, mi idea era quedarme varios de ellos para mi uso personal, tal vez incluso la colección entera. Sesenta y tres relojes, todos con su logotipo auténtico y su contraste. Convertirme en poseedor de toda aquella precisión, belleza, armonía. Alquilé dos cajas de seguridad en diferentes bancos y repartí la colección, dispuesto a esperar largos años.

Resuelto lo cual, pasé a encargarme activamente de la inmobiliaria. Hablé con el Charlie para incorporarle a mis proyectos, yo también necesitaba un socio de confianza para equilibrar la junta de accionistas en la futura “Paradise Real State S.A.” (ya tenía reservado el nombre en el Registro Mercantil). Fuimos a ver el terreno rústico de Puerto Mogán, y en efecto había un cartel de “se vende”. Hablamos con los dueños, un matrimonio ya mayor, de Las Palmas. Antiguos ricos venidos a menos, su casa denotaba que había sido lujosa, pero en la actualidad pedía a gritos una reforma. El suelo, las ventanas, la instalación eléctrica, todo expresaba decadencia. Nos enseñaron las escrituras, los recibos de contribución, estaba todo en orden.
-¿Cuánto piden?
-Queremos diez millones.
-Es mucho, señora. De momento no vale más que para tierra de labor, y nosotros no somos agricultores.
-Pronto se podrá construir y entonces valdrá muchísimo más.
-Pronto pueden pasar años…-Y ustedes pueden estar muertos, pensé, pero no lo dije, claro. También me llamó la atención que la idea de la urbanización ya estuviera en su mente.- Mientras tanto hay que pagar la contribución.
-¿Cuánto ofrecen?
-Cinco millones en efectivo mañana mismo.- Pronuncié despacio la cifra, para que calara más en su mente.
-Lo tenemos que pensar.
-Es una pena, mi socio y yo regresamos mañana a Tenerife, vamos a ver otros terrenos y si nos gustan quizá después ya no podamos comprar el de ustedes…
-¿Ha dicho en efectivo?
-En efectivo o en un cheque garantizado, como ustedes prefieran. –Los viejos intercambiaron una mirada. Charlie permanecía en un segundo plano, a pesar de que oficialmente sería el comprador.- De hecho traigo aquí medio millón de pesetas como señal y un documento privado si quieren que cerremos la operación ahora mismo. Mañana firmamos en el notario y pagamos el resto.
Saqué el fajo de billetes y se lo enseñé, incluso los desplegué como si fuera un mazo de naipes. Yo sabía por experiencia que a los ancianos les gustan los billetes, mucho más que la idea del cheque; tienen una ancestral desconfianza hacia los bancos. A veces incluso utilizan el colchón o el escondrijo bajo el ladrillo como cuenta bancaria. Para darles el empujón definitivo añadí:
-Si quieren podemos declarar en la escritura menos precio, para que no tengan que pagar impuestos a Hacienda. Digamos…Un millón.
-Ah…Sí, si.
El viejo leyó el contrato por encima y ambos firmaron. La mujer cogió el dinero y se lo guardó en el bolsillo de su bata.
-Me llevo las escrituras para la notaría.

Días después, le pedí una reunión a Don Luis, con su hermano y su sobrino, a la cual asistiría Charlie como dueño (aparente) del terreno. Mi propuesta fue, cinco socios a partes iguales, veinte por ciento de las acciones para cada uno. Capital social veinticinco millones, todos aportaríamos nuestra parte en efectivo, excepto Charlie que aportaría el terreno. Les presenté un borrador de los estatutos de la sociedad. Por último, previamente pactado con don Luis, yo sería el consejero delegado. Don Luis últimamente me decía que sí a todo. En esa reunión, don Antonino y Mario fingieron pensarlo, pero en realidad no tenían nada que pensar, era eso o se quedaban fuera, al menos de esta operación. Nosotros teníamos el suelo y podíamos esperar, aunque nos vendría bien ese contacto de don Antonino con el concejal, para la agilizar la recalificación. Al día siguiente nos comunicaron que aceptaban. Fuimos al banco, hicimos los depósitos en una cuenta provisional, y seguidamente a la notaría, donde Esteban, ese oficial tan competente al cual me estaba haciendo asiduo, ya tenía preparada la escritura de constitución de sociedad anónima, con nombramiento de consejero. “Paradise Real State S.A.” había nacido.

lunes, 18 de febrero de 2008

El tuerto. 49: Devolución

-Escucha atentamente lo que dice el periódico, Charlie: “La policía recupera los famosos cuadros robados hace un año. Fruto del paciente trabajo de investigación, y a su infiltración en las redes de contrabando de obras de arte…bla, bla, bla…La policía obtuvo información decisiva del lugar donde se encontraban escondidos (en el sótano de un barrio marginal de Santa Cruz) los valiosos cuadros de pintores como Kandinsky, Miró, etc, y consiguió recuperarlos intactos. Estoy feliz y agradecida a la policía, ha declarado la dueña de los cuadros, que después de más de un año transcurrido comienza a recuperarse de las graves secuelas psicológicas que le causó el trauma de ser asaltada, atada, amordazada y robada en su propia vivienda, cuando se encontraba durmiendo plácidamente…Bla, bla, bla…Creo que sí, que los volveré a colgar en las paredes de mi casa, pero esta vez con muchas alarmas y sensores de esos. Ahora tengo dos perros de protección y he puesto rejas en todas las ventanas, bla, bla, bla”…
-Joder, dan ganas de volver a robárselos.
-Déjalo, nos viene bien que la policía venda su imagen de eficacia, así se dedican a otra cosa; los ciudadanos tranquilos, sintiéndose protegidos, y nosotros a lo nuestro. Si hasta la vieja está feliz, ¿qué más quieres?

¿Qué fue lo que en realidad ocurrió? ¿Cómo hicimos para devolver los cuadros? Muy sencillo, devolver es más fácil que robar. Los sacamos del apartamento alquilado donde los tenía escondidos. Recuerdo que les eché un último vistazo y tuve un asomo de duda. Sobre todo el Kandinsky me gustaba, me daban tentaciones de quedármelo. Por un instante me imaginé, treinta años más viejo, envuelto en mi bata a cuadros y enfundado en mis zapatillas, contemplándolo con satisfacción, en la sala de mi casa al borde del mar. Esos colores tan vivos, los contrastes que nada significaban y por eso mismo podían significar todo, lo que uno quisiera…Luego volví a la realidad, al riesgo que implicaba y descarté la idea.

Después de abatir los asientos traseros, los metimos en mi coche y conduje hasta el barrio de los drogadictos. Charlie, previamente había localizado un trastero y me guió hasta allí. Los bajamos discretamente, uno a uno, por supuesto iban envueltos, cada cual en su funda de tela. Era un sótano húmedo y mugriento, pero eso no importaba porque los cuadros no iban a tener más que una corta estancia. Cerramos la puerta y le pusimos un candado nuevo, por si acaso. Acto seguido llamé a la policía desde una cabina telefónica. Marqué directamente el número del grupo de investigación de la policía judicial que llevaba el caso (me había informado a través de Don Manuel Pablo, nuestro brillante abogado).

-Policía judicial, dígame.
-¿El inspector Robledo?
-Al habla, ¿Quién llama?
-Un ciudadano que quiere colaborar con la policía.
-Dígame su nombre.
-Sé dónde están los cuadros del robo en “Beverly Hills”, trastero “H” de la calle “Zeta”, número “equis”. ¿Lo ha anotado?
-Oiga, ¿Quién es usted?
-¿Lo ha anotado?
-Si…
-Buena suerte. –Y colgué.
Por si acaso, nos quedamos vigilando la entrada del edificio a prudente distancia, hasta que, al cabo de una media hora, vimos llegar varios coches de la policía. En ese momento abandonamos el lugar.

jueves, 14 de febrero de 2008

El tuerto. 48: Playa frustrada.

Una mañana de sábado había quedado con Rosita para ir a la playa. Era la primera vez que iríamos juntos. La noche anterior habíamos estado hablándolo, decidiendo a cuál playa ir. Finalmente nos inclinamos por la “Playa Jardín”, el entorno era agradable para una parejita iniciándose, como nosotros. La entrada al agua era difícil, por los guijarros, pero eso pasaba en casi todas las playas, y tampoco pensábamos estar mucho en el agua -ni ella ni yo sabíamos apenas nadar-, como mucho remojarnos las pantorrillas. Y eso sí, tomar el agradable sol de febrero. Ese año (era ya 1992) estaba haciendo un tiempo excelente, despejado y con brisa del sáhara. Cuando el sol nos quemase podríamos ponernos en las tumbonas con sombrilla y tomarnos un martíni antes de comer. Luego podíamos ir dando un paseo hasta el muelle pesquero, y tomar un delicioso pescado en alguna de las tascas de la zona.
-De todas maneras –le dije a Rosita- no te preocupes, en caso de que amanezca nublado cogemos el coche y nos vamos al sur, a la “Playa de las Américas”, que allí seguro que hace un sol espléndido.

Me encontraba un poco más nervioso de lo habitual, de hecho me tomé doble ración de pastilla de dormir. Presentía que algo crucial podía suceder al día siguiente, un acercamiento especial entre nosotros, algo que acaso consolidase nuestra incipiente y aún indefinida relación. Imaginaba cómo sería contemplar el cuerpo de Rosita en bañador, cómo sería su piel en partes que aún no había visto, por ejemplo en sus piernas. Hasta ahora siempre la había visto con pantalones. Recostado en mi cama, dando vueltas, cerraba los ojos e imaginaba la misma suavidad de sus manos y de sus mejillas…en sus muslos. Después me veía a mi mismo conversando con ella, frente a frente, tomando un café ante los restos del pescado y diciéndole: “creo que me voy a comprar un piso para irme a vivir, ¿te vendrías conmigo?, claro que si quisieras antes nos podríamos casar, sólo por contentar a tu madre”. Y ahí se quedaba bloqueada mi fantasía, sin saber qué respondería, ni siquiera qué cara pondría ante mi atrevida propuesta.
Ah, no es bueno planear tanto en los asuntos del corazón, nunca salen como uno quiere. Es mejor improvisar, dejarse llevar por lo que surja. Planificar sólo hay que hacerlo en los negocios.
A la mañana siguiente yo estaba desayunando en el comedor de la pensión. Me extrañó que Rosita no hubiera bajado. En esto se me acercó la madre y dueña de la pensión.


-De parte de Rosita, que lo siente pero no puede ir a la playa.
-¿Porqué, está enferma?
-No, está bien, pero tiene mucho que estudiar.
-Ah, bueno, lo comprendo. Otra vez será.
La madre se dio la vuelta y no me contestó. Mentiría si dijera que no me sentí decepcionado. Me preguntaba qué habría ocurrido, qué clase de discusión o de batalla se habría celebrado entre Rosita y su madre, en la que evidentemente la madre había vencido. ¿O acaso era la propia Rosita la que se había echado atrás y ponía a su madre como escudo? Confuso, me levanté y me fui. Cogí el coche, me dirigí hacia el sur, hacia esa Playa de las Américas que había pasado de segunda opción a vía de escape. No tenía sentido ir yo sólo a Playa Jardín, hubiera sido recrearme en la ausencia de Rosita. Playa Jardín se convertiría en mi recuerdo en “playa frustrada”.


Conduje a alta velocidad, por esa carretera de suaves curvas, deseando alejarme cuanto antes. En menos de una hora alcancé e incluso pasé de largo la prevista Playa de las Américas. Llegué a la punta sur de la isla, “Punta de la Rasca”. Paré el coche cerca del faro y me quedé mirando el horizonte, el mar infinito. Intentando evadirme, consolarme, yo qué se. No se cuánto tiempo estuve contemplando el mar, hasta que me calmé. La serenidad me fue invadiendo.
De nuevo conduje, esta vez retrocediendo hasta la dichosa Playa de las Américas. Aparqué el auto a la entrada de la ciudad y caminé. Había mucha gente por las calles, la mayoría compatriotas. De repente me sobrecogió una sensación extraña pero muy intensa, casi de euforia. Me sentí envuelto en el anonimato de la multitud, era como estar en Inglaterra pero fuera del alcance de la ley. En ese momento se me ocurrió la idea de que tal vez existiera un lugar en el que fuese capaz de vivir, con Rosita o sin Rosita, algo parecido a esto pero más tranquilo y no tan cerca de “Los cristianos” y de aquella urbanización “Beverly hills” cuyo recuerdo aún me causaba inquietud. Empecé a estudiar con atención el entorno, los edificios, todo.


Entré en un local híbrido, mezcla de pub irlandés y restaurante de comidas rápidas, platos combinados y similares. Pedí cerveza negra, hacía tiempo que no saboreaba una. Las camareras eran inglesas, los parroquianos también. Luego me decanté por unos huevos fritos con beicon. Qué curioso, mi estómago se había desacostumbrado y ya no aceptaba tanta grasa, o puede que fuera por las pastillas, pensé. El caso es que sólo pude ingerir la mitad.


Caminé al buen tun-tun, después volví al coche y conduje también al azar. De repente vi un cartel que ponía “Costa del Silencio”, e instintivamente allí me dirigí. Entré en un pueblo que llaman “Las Galletas”, recorrí, esta vez muy despacio, la avenida del Atlántico, y desemboqué directamente en la Playa de la Ballena. Sentí un aguijoneo en el estómago y no era del huevo con beicon, sino de la emoción que me produjo el paraje. Este podría ser mi refugio, me dije, un pueblo pequeño, tranquilo, apartado de los recuerdos de todo tipo. Un poco lejos para ir a trabajar todos los días, pero buen lugar para retirarme los fines de semana. Así, en ese estado de indecisión, de duda, de esperanza, concluyó el día. Cuando regresé a la pensión no hallé ni el menor rastro de Rosita.

martes, 12 de febrero de 2008

El tuerto. 47: …y sobredosis.

A la noche siguiente, cuando ya me disponía a dormir, se presentó de nuevo el Charlie a buscarme a la pensión.
-Vístete, vamos a dar una vuelta.
-¿Qué pasa, hay novedades?
-Por el camino te cuento.
Nos alejamos en silencio por la carretera del botánico, íbamos en su coche nuevo, un BMW 323 i. Al cabo de unos minutos ya no resistí más la tensión que me provocaba el silencio, y eso que me había tomado la pastilla de dormir.
-Venga, habla ya.
-Se trata de Plácido…
-Si, ¿Qué ha ocurrido con él?
-Le han dado el pasaporte.
-¿De veras? Eso es fenomenal, problema resuelto. ¿Cómo ha sido?
-Ha muerto de sobredosis.
-Perfecto, así lo calificarán como muerte accidental y apenas habrá investigación.
-Es que…Seguramente ha sido con la droga que yo les pasé. ¿Crees que por el grado de pureza podrán saber quién ha sido el proveedor?
-Tío, ¿qué te pasa? ¿Te has comido uno de los “tripis” del “Pato”? Anda, déjate de paranoias, le habrán mezclado la droga con estricnina, con matarratas, yo qué se.
-Joder, es que no me lo acabo de creer. Pensé que no me iba a afectar tanto cuando sucediera, pero estoy nervioso.
-¿Quieres un trankimazin?
-Sí, dame uno.
-Y ahora, como excepción, me voy a ir contigo a la discoteca y nos tomamos unos “whiskies”, para celebrarlo, ¿qué te parece?

A Charlie le gustó la idea, fuimos a la discoteca donde él “trabajaba”. Nos sentamos en una mesa y contemplamos a la gente bailar. De vez en cuando se levantaba, hablaba con alguien, a veces desaparecían en dirección a la zona de reservados. Así en público no vi que hicieran intercambio de nada, lo harían en privado. Yo, mientras, reflexionaba sobre mi propia vida. Me decía a mi mismo: “qué pensarán de mi estos, que bailan despreocupadamente”. Bebía lentamente mi whisky con hielo, dejaba que fuera mezclándose en la sangre con las pastillas, envolviendo mi cerebro en una especie de niebla del pensamiento. “Esa rubia delgaducha, qué afán de protagonismo tiene, cómo le gusta llamar la atención, agitando su melena, con esos mini-shorts y esa blusa super-escotada, saberse-observada, incluso deseada”…
-Parece que miras mucho a Vicky, si quieres te la presento.
-No gracias. Estaba pensando en los cuadros…
-¿Qué pasa con los cuadros? Te advierto que yo no estoy mucho para pensar.
-No si no estoy tratando de pensar, sino dejando que la mente vaya donde quiera. Es que esta misma tarde he tenido una conversación por teléfono con nuestro comprador en Madrid, y todavía no lo he asimilado. Me ha dicho que lo mejor es que nos olvidemos del asunto. No lo ha dicho con estas palabras, pero es la conclusión. A ver tú qué opinas. Es muy difícil encontrar un comprador, ni siquiera internacional. A estas alturas todo el mundo sabe la procedencia de los cuadros. Una subasta está descartada. Y un coleccionista privado…suponiendo que alguno quisiera arriesgarse, nos pagaría un precio irrisorio. A los coleccionistas les gusta mirar sus cuadros, pero en el fondo les gusta más recrearse en su valor en el mercado. Estos cuadros nunca van a tener salida. Tal vez dentro de quince o veinte años, cuando prescriba todo. Creo que no merece la pena.
-¿Qué es un precio irrisorio?
-No lo se, tal vez diez, o veinte millones por cuadro. Ni la décima parte de su valor.
-¿Y qué sugieres?
-Pues…no me hagas mucho caso, Charlie, ya te digo que se me acaba de ocurrir la idea y estoy algo borracho…Entonces, o nos los repartimos tú y yo y nos los quedamos. Y para qué queremos tú y yo unos cuadros…O…
-Venga, hombre, di lo que sea.
-Se me ha ocurrido…Devolvérselos a la vieja. No se, de repente me ha gustado la idea.- El Charlie se empezó a reir. Yo le acompañé en las carcajadas. Al final, con la borrachera que nos invadía, no podíamos parar de reír.
-Estás de coña.
-No, en serio. Sería una jugada redonda. Desaparecido el Plácido, hemos cortado el hilo por el que la investigación podría llegar hasta nosotros. Si encima aparecen los cuadros, ya está, la poli se apunta un tanto y yo creo que cerrarían el caso. Nos quitaríamos una incertidumbre.
-No, si visto así…

viernes, 8 de febrero de 2008

El tuerto. 46: Dosis…

A la mañana siguiente fui a la notaría y encargué las escrituras de constitución de las cuatro sociedades limitadas que necesitaba para las facturas de Federico. Cuando estuvieron preparadas, días después –sólo faltaba saber quiénes serían los socios- fui a ver a Charlie.
-Bueno, ¿Qué? ¿tienes ya los drogadictos que te pedí?
-Drogadictos tengo todos los que quieras. Te he escogido a dos que creo te vendrán bien. Podemos ir ahora y los conoces.
-Venga, vamos, y si cumplen los requisitos podemos firmar hoy mismo.

Por el camino le pregunté.
-¿Hay alguna novedad de lo de Plácido?
-Está todo en marcha, les he pagado, y les he dado algo de droga; en cualquier momento tendremos noticias.
Me llevó a Santa Cruz, a un suburbio por el barrio de Candelaria, entre calles sin nombre y bloques de pisos de cemento gris. Tuvimos que subir andando, el ascensor estaba estropeado. Las escaleras olían a comida, a repollo, a sofrito. Cuando Charlie ya estaba arriba, en el cuarto y último piso, yo aún iba por el segundo. Empecé a entender porqué Federico no quería ocuparse de estos pormenores y prefería compartir la ganancia.

-Mira, este es “el Edu”. Este es mi amigo…
-Ralph.-Dije rápidamente, antes de que Charlie diera mi identidad legal en España.
-¿Eh? ¿Rafa?
-Eso, Rafa.- El tipo no tenía mala pinta del todo, estaba muy delgado, consumido por la droga, pero iba más o menos limpio y decentemente vestido. Podía servir.
-Esto…Edu, necesitamos tu carnet de identidad. –El tío me lo entregó. Estaba en vigor. Miré a mi amigo, le hice una seña de asentimiento.
-Necesito llamar por teléfono, si me dan cita podemos ir ahora mismo y firmar los papeles; después Charlie te dará una gratificación – añadí mirando al Edu.
-Si, si –asintió solícito- la vecina de enfrente tiene teléfono, y es muy maja.

Llamé a la notaría, hablé con el oficial –Esteban- que había preparado la documentación. Ya le conocía de haber firmado compraventas de la inmobiliaria y la escritura de mi propio apartamento; tenía cierta confianza con él. Me dijo que no había ningún problema, que fuéramos dentro de un rato, él nos haría un hueco para otorgar las escrituras.
-Nos vamos. –Anuncié. Me quedé mirando al Edu.-¿Tienes una corbata? –Puso cara de pena.
-Corbata, eeh…
-Es igual, toma, ponte la mía. –Yo mismo se la anudé al cuello.- Ya está, ahora sí que pareces un auténtico hombre de negocios. Le guiñé mi único ojo, pero no se si entendió la broma, su mente estaba en otra cosa.
-Oye, Charlie, necesito ponerme algo ahora…-El Charlie le dio una papelina.
-Ah, no –me opuse- tienes que estar totalmente sereno para firmar, amigo.
-No se preocupe, señor Rafa, es sólo un chutecito para quitarme el nerviosismo. –Miré a Charlie, que asintió levemente.
-Bueno, pero si no os importa yo espero abajo. No tardéis mucho que tenemos que recoger al otro socio.- Me desagradaba la escena.

El otro socio, apodado “El Pato” menudo pájaro, cuando llegamos a su alojamiento –un oscuro semisótano en el antiguo cuarto de la portería de un edificio viejo y desconchado- estaba totalmente drogado, borracho, no se, en calzoncillos tirado en un sofá desvencijado y balbuceando incoherencias, delirios persecutorios. Al vernos entrar creyó que éramos policías.
-Qué queréis, maderos…no he hecho, nada…largo de aquí.
-Tranquilo, “Pato”, que soy el Charlie ¿no me conoces?
-¿El Charlie? ¿Y éste quién es? –Me señaló a mi- Este es un madero, fijo, tiene pinta de madero. –Me entró la risa, mira que confundirme con un policía…
-Que no, “Pato”, que es un amigo, se llama Rafa, es con el que vamos a firmar esos papeles que te dije, ¿Te acuerdas? ¿Qué te has tomado?
-Eh…Un “tripi”…
-¿Sólo uno?
-Bueno…dos.
-¿Y qué más? –El charlie le conocía bien.
-Eh…Unos cubatas, no se, tío, déjame en paz.
Yo quería largarme de allí. Viendo a esa escoria me recordaba al drogadicto que apuñalé tiempo atrás, y la verdad, me daban ganas de repetirlo. Tuve que hacer un esfuerzo para controlarme.
-Mira Charlie, este tío no está en condiciones de firmar nada en la notaría. Nos vamos.
-Espera un poco a ver si con una ducha le reanimamos…
-No quiero llegar tarde.
-Tranquilo, se cómo ponerle en condiciones…¿Tienes aquí tus pastillitas?
-Si.
-Dame dos “trankimazines” para que se le quiten las paranoias. Y tú, Edu, a ver si consigues un café para este “Pato” que está más que mareado.
-Toma, te espero abajo.

Finalmente logró espabilarle. Tengo que reconocer la paciencia del Charlie. Además, sabía cómo tratar a esa chusma. Mentalmente decidí delegar en él todo lo posible. Llegamos a la notaría por los pelos, cuando ya el ilustre notario se disponía a irse a comer con su señora. Le retuvimos unos escasos minutos, los justos para que estamparan sus firmas en las cuatro sociedades. El oficial le convenció de que no hacía falta que se leyesen todos los estatutos, que los señores comparecientes ya los conocían. Mejor, así evitamos el riesgo de que el “Pato” se nos durmiese. Le estrechamos la mano agradecidos y salimos corriendo de allí. En las propias escaleras del edificio el Charlie les dio su gratificación, (unos cuantos billetes y varias papelinas de droga a cada uno) y les despidió con una palmadita en el hombro al Edu, y al “Pato” con un amable tirón de orejas.
-No te coloques tanto, cabronazo.
Después, el Charlie y yo nos fuimos al restaurante, a celebrarlo con una opípara comida. Ya tenía las sociedades, ahora, a emitir facturas a destajo.

lunes, 4 de febrero de 2008

El tuerto. 45: Confidencias en el auto.

-¿Quieres que nos acerquemos hasta la base del Teide?
-No, es un poco tarde, mejor volvemos, sino mi madre empezará a darme la lata.
-De acuerdo. – No insistí. Tomamos el camino de vuelta. Yo conducía callado, fue ella quien rompió el silencio.
-La verdad, estoy deseando sacar las oposiciones para librarme de mi madre, es pesadísima.
-Claro, sólo te tiene a ti…¿Te puedo hacer una pregunta?
-Bueno.
-¿Qué sucedió con tu padre?
-Es una historia complicada. Yo sólo le he visto en una foto que conserva mi madre. Era un hombre casado, mayor que mi madre, ella trabajaba en su casa como empleada doméstica. Se quedó embarazada, él le dio dinero para poner la pensión. Nunca más volvieron a verse. Algunos años después murió. Ya te digo que nunca le conocí en persona.
-¿Y qué sientes al respecto?
-La verdad, no lo se. Mi madre siempre ha tratado de inculcarme odio y desconfianza hacia los hombres. Dice que él la sedujo, que la engañó con promesas de que iba a separarse de su mujer. Pero su versión no termina de encajarme. Digo yo que algo haría ella. A lo mejor fue la que le sedujo a él, sabiendo que era casado y con hijos. La observo a menudo, siempre se considera la víctima de todo, pero lo cierto es que le gusta mucho manipular a las personas. A mi ya te digo que me tiene agobiada. Que tenga cuidado con los hombres, que son todos unos cerdos, que con quién salgo, que con quién entro. ¿Pero quién se va a fijar en mí? Una coja…Nunca me ha permitido tener ni siquiera amigas.

Yo la dejaba hablar, escuchaba e iba conduciendo de vuelta a la pensión. Deseaba preguntar muchas cosas, pero no me atrevía a interrumpir el curso de sus pensamientos. Sin embargo, ahora hizo una pausa y yo aproveché.
-Oye, ¿Te puedo hacer otra pregunta?
-Claro, para eso estamos.
-¿Cómo fue lo de tu pierna?
-De pequeña tuve Poliomielitis. Hasta donde alcanza mi memoria siempre me he visto así. Bueno, antes era peor, llevaba unos zapatos ortopédicos y un aparato corrector en la pierna que me hacían parecer un monstruo. Era horrible.
-Lo siento. Si quieres te cuento cómo fue lo de mi ojo.
-Sí, me gustaría saberlo, llevo tiempo queriendo preguntarte.
-También ocurrió de pequeño, jugaba a tirar una piedra al aire y cogerla al vuelo…Y me cayó en el ojo. A veces creo que me odio a mí mismo por eso, por imbécil…-Guardamos silencio un rato, sin saber qué decir. Al fin reanudé la conversación.

-Oye, y a tus hermanos, los hijos de tu padre, ¿tampoco los has conocido?
-Siempre he tenido mucha curiosidad, pero mi madre se ha negado, es más, me lo ha prohibido rotundamente.
-¿Porqué? A mi me parece natural.
-Dice que yo no tengo hermanos, que ellos no han querido saber nada de nosotras en todos estos años. Bueno, cada vez que le saco el tema se pone echa una furia.
-Pero ¿ellos saben que tienen una hermana?
-Creo que no. Además, no llevo el apellido de mi padre. Por lo visto el doctor no quería escándalos, así que no me reconoció.
-Ah, era doctor.
-Si, era médico. –Nuevo silencio. Estábamos cerca ya de Puerto de la Cruz.

-Y tú, ¿tienes familia?
-Pues padres tengo pero como si no los tuviera. Nunca se han ocupado de mí, siempre andaban fuera de casa. Mi padre borracho, y mi madre trabajando. No tengo hermanos. La verdad, hace años que no se nada de ellos, ni si viven o han muerto. Tengo una tía, es la única a la que no me importaría volver a ver, pero no creo que lo haga, al menos por ahora. –Me callé un tanto bruscamente, con temor de hablar demasiado.

Otro silencio aún más espeso, percibí que Rosita quería preguntar las razones, pero no se atrevía. Tal vez intuía que estábamos rozando la zona escabrosa de mi vida. Ni yo mismo sabía hasta dónde estaba dispuesto a contar, a sincerarme. En esto llegamos a la pensión, y se desvaneció el clima de confidencia. Yo, la verdad, me sentí aliviado de la tensión que me provocaba el deseo de contar en lucha con el miedo a hacerlo. La madre se asomó por la ventana en cuanto escuchó el sonido del motor, y Rosita salió de inmediato, despidiéndose con un “nos vemos”. No hubo beso.