miércoles, 14 de noviembre de 2007

El tuerto. 16: Rutina monetaria

La marquesita era una gran llorona, berreaba todo el dia. Por ser ochomesina la habíamos mimado demasiado desde el principio y ella nos lo pagaba chantajeándonos constantemente. Cuando tenía hambre lo hacía con rabia, unos verdaderos gritos, ya me veías rápidamente calentando el biberón a la temperatura justa. Cuando eran los pañales sucios chillaba de forma intermitente, llamando y esperando una respuesta; allá acudia yo esponja en mano. Cuando simplemente quería que la cogieras, lo hacía de forma continua y desconsolada, con tristeza...terminaba estudiando con ella en mis brazos. La mano izquierda la sujetaba contra el pecho y la otra pasaba paginas, anotaba o subrayaba. Era un poco incómodo, pero ella estaba feliz y, sobre todo, tranquila y en silencio. De vez en cuando la cambiaba de brazo. Al final, los dos me dolían, terminaba depositándola en su cuna y a los pocos minutos despertaba y rompía de nuevo a llorar. Entonces me relevaba la madre y yo aprovechaba para salir, a trabajar un poco los billetes, y de paso hacer la compra o dar una vuelta.
En cada tienda, en cada supermercado, un solo producto. Con el tiempo tuve que ir cada vez más lejos. Me compré un coche de segunda mano, un Peugeot 504 muy antiguo, del año 82, pero apenas usado, era de una viuda que no sabía conducir y lo había conservado como reliquia de su difunto, guardado en un garaje. Cuando ya Exeter estaba saturado de mis billetes, bajé hasta Plymouth, para lo cual tenía que dedicar el día completo, salir por la mañana temprano con un buen fajo de veinte y regresar por la noche, después de una dura jornada de trabajo, cargado de productos, un fajo más grueso de billetes pequeños y un saquito con monedas. Todo muy profesionalizado, muy metódico, muy rutinario casi de no ser por el riesgo, que siempre estaba ahí. En varias ocasiones me rechazaron el billete, por falso, pero no sucedió nada, ya estaba preparado para esa eventualidad, sacaba otro billete, este auténtico, y pagaba con un comentario despreocupado del tipo “pues creo que me lo han dado en el banco”...
La clave estaba en nunca repetir el mismo establecimiento. Tiempo después cambié de ruta y subí hasta Bath y Bristol, contemplando en el horizonte un futuro asalto a Newport y Cardiff.
Tambien por seguridad me registré como agente inmobiliario y presenté declaración de impuestos.
Al margen de esa rutina, sin embargo, hubo un cambio de Libby hacia mí que al principio me resultó imperceptible, pero después se me hizo evidente; me rehuía. No se encontraba bien, le dolía la cabeza, estaba cansada. Yo era comprensivo, me decía a mi mismo “dale tiempo”. Al cabo comprendí que me rechazaba, evitaba incluso mis besos, mis caricias. Seguí pensando que el tiempo lo solucionaría, me refugié en el estudio, me apunté a un curso de criminología que me fascinó y obsesionó. La distancia entre Libby y yo se fue agrandando.
Una tarde de diciembre, próximas las navidades, al regresar a casa no encontré ni a Libby ni por supuesto a la marquesita, en su lugar una nota de despedida. Volvía a Londres, una amiga le había conseguido trabajo en una peluquería y su madre estaba dispuesta a perdonarla. Se llevaba una parte del dinero, del bueno, para hacer frente a los primeros gastos, esperaba que no me importase. Terminaba dándome las gracias por todo y pidiéndome perdón por el daño que me pudiese causar, pero no podía soportar mi clase de vida. Me mandaría su nueva dirección para que pudiera ver a la marquesita cuando quisiera, y a ella...como amigos.
No quiero ser mal pensado ni sugerir que Libby me utilizó para sus fines, para salir adelante un tiempo. Supongo que simplemente no me soportó, ni a mí ni a mi clase de vida. Sobre todo a mí. Nunca intentó cambiarme, nunca hubo reproches ni discusiones inútiles, todo muy de agradecer. Tampoco creo que otro modo de vida hubiese producido un resultado diferente, al fin y al cabo yo seguiría siendo feo y tuerto, eso es imposible cambiarlo. No hay redención por el amor para tipos como yo.

6 comentarios:

Hisae dijo...

Perdona el lapsus... He vuelto a revisar el primer capítulo y es cierto que dice que al cabo de un par de semanas conseguiste entrevistarte con Jonny con la condición de no descubrir su paradero... Quizás me recordaba tanto a Truman que inconscientemente estaba repasando su novela al mismo tiempo que leía la tuya. Perdona.
Bueno, tienes trabajo por delante hasta los 35, pero está bien ponerse la tarea para que esto no decaiga. Por lo demás, nosotros estaremos desde fuera dándote ánimo y apoyo.
Ya que vivo en tu isla preferida, mira a ver si Jonny puede saltar en alguno de los capítulos a esta isla. Asi te paso notas de exteriores.
Suerte y gracias por compartirla.
Un abrazo.

Joseph Seewool dijo...

No hay nada que perdonar, sigue siendo halagadora la comparación.
No puedo permitir que El Tuerto deambule por mi isla favorita haciendo fechorías 8-) pero sí te anticipo dos cosas:
1.- Que en algún momento aterrizará muy cerca, en una de las otras islas afortunadas (ahí contaré con tu opinión de exteriores); Y
2.- Que mañana viernes 16 saldrá el capítulo con el sueño ese que te mencioné en tu blog...
...Suspense.
Hasta mañana, felices sueños. Ah, y gracias a ti.

Maria dijo...

Hola Joseph Pobre Tuerto sufre por amor, abandonado y solo otra vez.
Me esta dando pena el Tuerto, hasta casi olvido sus fechorías
Libby no lo dejo por feo y tuerto, si no por que tiene que ser muy difícil vivir con un hombre con esa profesión.
Un saludo
Maria

Joseph Seewool dijo...

Coincido totalmente contigo, María, en la interpretación que haces del "pobre tuerto" y el sin vivir de su "profesión"...
Por otro lado, mi intención es justamente esa, provocar sentimientos ambivalentes (rechazo-compasión) hacia el protagonista. Veo que un poco lo voy consiguiendo.
Muchas gracias.

-Anna- dijo...

Buaaaaa, es triste que lo hayan dejado...Pero bueno, también hay que ponerse en el lugar de Libby. Interesante la frase del final, creo que el tipo de vida que lleva es la que no le da la posibilidad en el amor, porque también se fue forjando una personalidad, que se yo, igual pobre tuerto.
Continúo...

Joseph Seewool dijo...

El tuerto intenta justificarse a sí mismo, en lugar de cambiar aquello que podría (el tipo de vida). Pero veo que no os ha engañado a ningún lector.