viernes, 30 de noviembre de 2007

El tuerto. 24: “Peter” y don Manuel

Fui con mi pasaporte británico -falso, claro- a ver a este abogado de Santa Cruz que según Charlie me podía conseguir la tarjeta de residencia sin mayores complicaciones. Tenía un despacho lujoso, un tanto recargado para mi gusto, en un edificio antiguo bien conservado. Gruesas alfombras, maderas nobles bien pulidas, estanterías con vitrina llenas de vetustos libros de jurisprudencia. La impresión que me causó don Manuel Pablo fue la de un dandi del siglo XIX. Lo primero que me llegó de él fue un intenso perfume emanaba toda su persona, como si se hubiera bañado en perfume, o al menos rociado abundantemente todo su cuerpo regordete. Vestía un traje inmaculado, una camisa blanca reluciente, chaleco y corbata oscura que casi le estrangulaba. Llevaba el pelo engominado y aplastado, y un pañuelo asomaba la punta del bolsillo superior. Sólo le faltaba el bastón para completar la imagen. Sus mejillas carnosas e impecablemente rasuradas me sonreían todo el tiempo con amabilidad solemne. Tomaba notas con una pluma estilográfica de buena marca. La conversación duró pocos minutos.
-Así que es usted…Peter, amigo del bueno de Charles...- Eso ponía mi pasaporte falso y tenía que empezar a acostumbrarme a mi nueva identidad. Se lo confirmé con una ligera inclinación de cabeza, contagiado por su estilo.
Para hacer las cosas bien, me dijo, primero me conseguiría una prórroga de estancia de seis meses, sin necesidad de justificar nada, y mientras yo decidiría si optaba por presentar un contrato de trabajo, o bien me matriculaba para estudiar algo, en cuyo caso tendría que acreditar mis medios de vida. Que no tuviera prisa en decidirlo. Y se quedó con mi pasaporte tras hacerme firmar una autorización para actuar en mi nombre.
Cuando después le conté mi entrevista a Charlie, me preguntó qué impresión me había causado el abogado.
-Un poco relamido, no se, blando.
-Pues no te fíes de las apariencias – me atajó-, de blando no tiene nada.-Y me contó una anécdota que en parte le definía, y en parte me hacía sospechar también la existencia de ciertos negocios entre él y Charlie, más allá de la relación cliente abogado.
-Don Manuel tiene una amante, Raquel, una rubia de ojos azules de unos veinticinco años. El rondará entre cincuenta y sesenta, no lo se. Raquel está divorciada de un conocido traficante de drogas siciliano, llamado Salvatore di Battello, con el cual tuvo un hijo. El caso es que Raquel se separó, pidió el divorcio y Don Manuel era su abogado. No se si ya se conocían de antes. Dicen los rumores que incluso eran amantes, que se conocieron en una fiesta en un yate y que fue Don Manuel quien incentivó a Raquel a divorciarse. Te puedes imaginar la que se armó. Salvatore montó en cólera, no sólo se negó a llegar al acuerdo de divorcio que amablemente le ofreció don Manuel, sino que propinó una paliza a Raquel, y lo que es peor, envió a un par de matones y amenazó de muerte a nuestro abogado, que ni se inmutó. Por cierto, tiene licencia de armas, y por debajo de ese traje tan elegante siempre lleva un revólver del treinta y ocho especial...Entonces sucedió algo sorprendente. Dos días después, la policía, con una orden judicial, e incluso acompañados del secretario del juzgado, entró en el domicilio de Salvatore...y encontraron dos kilos de cocaína, en una bolsa de deporte debajo de la cama. Muy extraño porque Salvatore todo el mundo sabía que nunca guardaba la mercancía consigo...Raro porque no implicaron a nadie más de su organización, sólo a él. Fue un juicio rápido y discreto, le cayeron once años de prisión, que está cumpliendo. Más casualidades: paralelamente llegó una solicitud de extradición de la justicia italiana, por delitos que le pueden acarrear la cadena perpetua en su país.
-¿Quién crees tú que colocó la cocaína en su casa?
-Evidentemente no fue Don Manuel en persona...-El Charlie lo dijo en un tono de complicidad, como si supiera algo más, pero no quise insistir. No se, me dio la sensación de que podía incluso confesar que había sido él mismo quien puso la droga. A esas alturas yo ya había ido atando cabos y sabía que uno de los negocios de Charlie era el tráfico de drogas, aún no sabía qué clase de sustancias y qué cantidades manejaba, pero se trataba de eso, seguro. Más allá, sólo podía especular, tal vez el abogado le proporcionaba clientes, tal vez le protegía de la policía, o tal vez era otra la clase de negocios que les unía.
Dicen que información es poder, pero también es cierto que saber demasiado puede convertirle a uno en un testigo incómodo, y a mí, la verdad, me gusta saber lo necesario en cada momento y nada más. Así que no me di por enterado de su insinuación y me evadí.
-No, claro, -dije- no me imagino al rechoncho Don Manuel colándose por la ventana, ni agachándose debajo de la cama...-dije, mientras le miraba a los ojos y pensaba en lo ágil que estaba Charlie.
-Pero tranquilo -añadió el Charlie- don Manuel es de fiar...
-Sí, tranquilo, pero por si acaso miraré siempre debajo de la cama, y desde luego, no me fiaré de las apariencias.

jueves, 29 de noviembre de 2007

El tuerto. 23: Rosita

La hija de mi patrona comenzó a darme clases de español. Todas las tardes a las cinco acudía puntualmente a su cuarto en la planta baja, que hacía de estudio y biblioteca. Ella siempre me recibía sentada, leyendo algún libro y con todo dispuesto para la lección.
Rosita, que así se llamaba, tenía una voz clara, suave y melodiosa que me hacía comprender con facilidad y recordar todas y cada una de sus palabras. Su voz resonaba en mi mente aún horas después. Verbos, conjugaciones, frases, vocabulario, todo era como una canción que me arrullaba.

Su rostro redondeado era bien parecido, sereno, equilibrado, con algo de austeridad, sin maquillaje alguno y sin más adorno que un reloj suizo en su muñeca izquierda. El pelo liso castaño a la altura de los hombros, la piel clara, los ojos marrón oscuro, la nariz fina, los labios delgados. Las manos pequeñas, delicadas. Una blusa siempre de seda y de manga larga. Eso era todo cuanto podía ver de ella, pues permanecía todo el tiempo sentada.
Por lo demás, era en extremo reservada, nunca daba pie a una conversación personal, nada que se saliera de la gramática y la pronunciación. Me hacía leer y me corregía meticulosamente. Tampoco aparecía nunca en el comedor de la pensión – deduje que todas sus comidas las hacía en su propio cuarto.

Tal actitud, la verdad, me extrañó, sentí curiosidad por ver cómo era el resto de su cuerpo. Se me ocurrió acecharla cuando saliese hacia la facultad, o bien a su regreso, pero no era fácil, la pensión no tenía un hall propiamente dicho donde sentarme a leer el periódico; quedarme de pie a la puerta, esperando, hubiera resultado sospechoso, por no decir evidente a los ojos de mi patrona, la sagaz doña Rosa. La ventana de mi cuarto daba al patio interior. Sólo la casualidad propiciaría un encuentro cuando yo menos lo pensase, así que opté por confiarme al destino y centrarme en la gramática y lectura en español. Mi primer libro en esta lengua fue, por recomendación y préstamo de Rosita, “El camino”, de Miguel Delibes. No se porqué me sentí fascinado por el relato desde la primera linea:

“Las cosas podían haber sucedido de cualquier otra manera y, sin embargo, sucedieron así”.


Eso era justamente lo que yo pensaba de mi propia vida.

Poco tiempo después me apunté al gimnasio al que acudía el Charlie, con la intención de aprender algo de kárate. También impartían lucha canaria. Descubrí que no solo mi forma física era penosa, también la torpeza de todo mi cuerpo era proverbial. Qué curioso, yo sólo era hábil con el cuchillo en la mano. Es como si todas mis facultades, mis sensaciones, estuvieran centradas, especializadas, en ese momento álgido de empuñar un arma blanca. Mi sentido del equilibrio, mi cálculo de la distancia, de los ángulos, velocidad, sólo funcionaban con perfección milimétrica cuando el brillo de la navaja deslumbrada mi ojo único. El resto del tiempo yo era un saco de patatas. Me sentía ridículo. En conclusión, al cabo de algunas semanas desistí del gimnasio, decidí que aquello no era lo mío. El charlie me recriminó mi abandono, dijo que yo no tenía paciencia, ni disciplina, pero yo creo que uno sabe bien cuáles son sus facultades y cuales nunca lo serán. Y desde luego ni el kárate ni la gimnasia lo serían para mí. Estoy seguro de que el profesor respiró aliviado cuando supo que se había librado del patán de su alumno.

Fue por aquel entonces que contacté con un abogado de Santa Cruz, para que me consiguiera la tarjeta de residencia, ya que tenía el propósito de afincarme largo tiempo en aquella paradisíaca isla.

lunes, 26 de noviembre de 2007

El tuerto. 22: Siglos inactivo

Cuando desperté no sabía dónde me encontraba, tuve que recapacitar. Una tenue luz se filtraba por las rendijas de la persiana. La levanté y abrí la ventana, que daba a un patio interior con una palmera en el centro y abundantes plantas exóticas a su alrededor. Me llegó el perfume de la vegetación mezclado con la humedad del aire, cálido en la tarde.
Me tumbé de nuevo, dejándome llevar por la pereza. Me vino una sensación difusa de haber soñado algo durante la siesta. Intenté recordar...

Algo sobre la isla, el volcán largo tiempo inactivo. Me veía volando en el avión, al principio la isla se divisaba a lo lejos por la ventanilla, me parecía que salía humo, y lava, como si estuviera en erupción. Me decía a mí mismo “no puede ser”. Luego de repente, ya desde cerca, en la maniobra de aproximación, divisaba nítidamente el volcán, salía de mi error, y pensaba “lleva siglos inactivo”...

En esto sentí que me zarandeaban y ... nuevamente desperté. Era el Charlie que me decía, “vamos, tuerto, despierta”. Me quedé dudando sobre lo que había ocurrido, si recordando me había vuelto a dormir y a soñar lo mismo, o si soñando había creído recordar un sueño anterior. Me sentí confuso, tuve la sensación de haber estado atrapado en un circulo vicioso. El Charlie me preguntó qué me pasaba.

-Nada, he tenido un sueño.-Le dije; él no me pidió más detalles. Me llevó a cenar a un restaurante en el paseo marítimo. Eramos los primeros clientes. Nos sirvieron un pescado que yo no había visto en mi vida pero que me supo a gloria. El charlie tomó vino blanco de la isla, yo un zumo de naranja; había decidido no probar el alcohol en mucho tiempo.
-Bueno, tuerto, ¿qué planes tienes? - me preguntó, en el paréntesis de una conversación intrascendente.
-Creo que voy a permanecer inactivo un largo tiempo, aprender español, tal vez estudiar las leyes de aquí...Después ya veremos.
-Me parece muy buena idea. Tómalo con calma, si necesitas dinero no dudes en pedírmelo.
-Gracias, Charlie, creo que tengo para mantenerme una temporada.-Estuve tentado de añadir “¿Y porqué me preguntas, acaso tienes algún plan reservado para mí?”, pero eso hubiera sido contradictorio con mis propósitos de mantenerme inactivo.
-Si quieres te presto el manual de lengua española con el que yo aprendí. Ah, y pregúntale a tu patrona, creo que su hija da clases particulares.
-Acepto tu manual, y sí, tomaré clases.

Me propuso ir con él a la discoteca del hotel en que trabajaba, quería presentarme gente, sobre todo chicas pero rehusé. También se ofreció a subirme en coche hasta mi pensión, pero preferí dar un paseo, aunque fuera cuesta arriba. Necesitaba pensar...

sábado, 24 de noviembre de 2007

El tuerto. 21: “Las Tapias”.

El Charlie me estaba esperando en el aeropuerto de “Los rodeos” cuando llegué. Tenía buen aspecto, estaba bronceado, había perdido la tripita y su habitual cuerpo fofo se percibía duro, casi atlético. Al mismo tiempo se le notaba un aire más seguro en sus movimientos, tirando a felino.
-Caray, chico, parece que te ha sentado bien este sitio.
-Sí, últimamente me cuido, voy al gimnasio y a la playa; además, esto es el paraíso.
-¿Ah,si? Pues también veo que los negocios te van viento en popa. –Añadí al ver el Mercedes en el que introducía mis maletas y se sentaba al volante.
-Bah, estos coches aquí están baratos, no pagan impuestos y los traen de segunda mano en muy buen uso. Mañana mismo tienes uno, si lo quieres.
-Lo pensaré, ¿a qué te dedicas?
-Trabajo de relaciones públicas en un hotel, que también tiene discoteca. Procuro que los clientes queden satisfechos. También hago algunos asuntillos por mi cuenta, un poco de todo, pero ya hablaremos, de momento necesitas descansar y relajarte…excuñado.
-Ya que lo mencionas, ¿sabes algo de Libby?
-Olvídate de mi hermanita, está con otro.
-Vale, sólo era una pregunta.
Guardamos silencio el resto del camino hasta “Puerto de la Cruz”. Bajé la ventanilla y aproveché para contemplar el mar y los acantilados, a mi derecha. Respiré profundamente el aire cálido. A mi izquierda se veía el pico del Teide, influyendo con su presencia grandiosa en mi estado de ánimo. Sentí un cosquilleo en la boca del estómago. Al llegar a la entrada de la ciudad el Charlie rompió el silencio.
-¿Dónde prefieres quedarte? En mi apartamento tengo un sofá-cama en el salón. En el hotel donde trabajo hay habitaciones libres, pero tienes que registrarte con tu pasaporte. También te puedo conseguir una pensión discretita donde no hacen preguntas…
-Sí, mejor en la pensión.
-El único inconveniente es que tendrás que bajar y subir la cuesta para ir a la playa y volver.
-No me importa.
Me llevó a la pensión “Las Tapias”, junto a la carretera del botánico. Habló con la patrona, una señora entrada en carnes, de unos cincuenta años, con un vestido floreado. Me miró sonriente y asintiendo mientras el Charlie le pagaba por anticipado (yo aún no había cambiado mis libras por la moneda local). Por supuesto no se mencionó el pasaporte ni tuve que firmar ningún registro.
-Haremos lo siguiente –me dijo al despedirse- sube a tu habitación, instálate, descansa. ¿Has comido?
-Sí, en el avión.
-Entonces vendré a buscarte para la cena, ¿a las siete?
-OK.
Y ahí me dejó, deshaciendo mis maletas, recordando ese pasado que intentaba dejar atrás. La habitación era sencilla, limpia y espaciosa, con cuarto de baño. Para mí, acostumbrado a la buhardilla, un lujo. Tomé una ducha y me dormí, preguntándome qué clase de asuntillos se llevaría el Charlie entre manos…

jueves, 22 de noviembre de 2007

El tuerto. 20: Incógnita.

La situación era la siguiente: fui detenido e interrogado tenaz pero correctamente por la policía, no en vano mi abogado estuvo a mi lado en todo momento y desde el principio, si bien no pude hablar a solas con él antes del interrogatorio.
-Dinos dónde está el dinero.
-¿Qué dinero?
-Vamos, tuerto, lo sabes muy bien. Todos los demás ya han confesado y nos han dicho que tú repartías en tu zona de Exeter.
-Eso no es cierto. Y protesto, no me llamo tuerto, tengo un nombre.
-De acuerdo, John. Estás metido en esto hasta el cuello.
-Protesto –Dijo mi abogado, secundando mi actitud.- Eso no es una pregunta.

Había un entendimiento tácito entre mi abogado y yo. Su aquiescencia ante mi reiterada negativa la interpreté como que era la línea buena de declaración.
Si hubieran tenido alguna prueba ¿para qué necesitaban insistirme tanto? Yo sabía que sin prueba material (ningún billete en mi poder) iban a tener difícil acusarme. Para algo me había pasado noches enteras estudiando la jurisprudencia de los tribunales penales.

Pasé dos días detenido por la policía, supongo que para ver si me ablandaba. Mi abogado presentó una petición de “Habeas corpus” y tuvieron que llevarme directamente ante el Juez. El cual, después de un nuevo interrogatorio me puso en libertad bajo fianza.
En la Secretaría del Juzgado me entregaron y conservo como grato recuerdo una copia de mi declaración judicial, y otra copia de la resolución de libertad. Algún día los pondré en un marco y exhibiré en el salón de mi casa. Mientras tanto, para aquellos que gustan de los documentos auténticos, aquí va uno que es a la vez auténtico y falso. Auténtico, porque no hay duda que dije lo que figura. Falso, porque…bueno el contenido de lo que dije no se ajusta a la realidad.

Extracto de la DECLARACION prestada por JOHN H., alias "el tuerto", ante el ilustrísimo señor Juez Instructor.-
-Díganos su profesión.
-Además de estudiar derecho trabajo como agente inmobiliario.
-¿Es usted conocido como "el tuerto"?
-A mí nadie me llama eso a la cara.
-¿Conoce usted a los señores F. Parrot; Philip B.; Mattew S.; y Th. Lucas?
-Por los nombres sólo conozco al último de ellos.
-¿No es cierto que estuvo usted en una reunión, en el verano de 1989, en el Pub "Wide Open", en la cual el señor Lucas le presentó a los otros tres?
-Sólo es cierto que tomé una cerveza con el señor Lucas, pero cuando llegaron estos otros yo me marché.
-¿No es cierto que en esa reunión acordaron que usted distribuiría billletes falsos de 20 libras en la zona de Exeter?
-Eso no es cierto.
-¿No es cierto que el señor Mattew era quien se los entregaba a usted, periódicamente?
-Nada de eso, señoría.
-Entonces dígame cuál es la procedencia de las casi veinte mil libras que se han intervenido en su cuenta bancaria.
-Señoría, son las comisiones que he ido cobrando por la venta de inmuebles, está en mi declaraciòn de impuestos.

RESOLUCION del Ilustrísimo Señor Juez: “al no haberse hallado prueba material alguna en el registro practicado en el domicilio del imputado John H.; y al basarse las sospechas sobre él únicamente en la declaración del señor Mattew S., se acuerda su libertad provisional bajo fianza de diez mil libras”.

Después hablé con mi abogado.
-Mattew ha sido el primer detenido y el que te ha implicado a ti, han registrado la nave y le han incautado la máquina y una buena cantidad de billetes recién fabricados. Le han decretado prisión.
-Pues que se pudra en prisión, por bocazas; pero ¿cómo ha llegado la policía hasta Mattew?
-Ahí está la incógnita. El atestado policial dice, y te leo al pie de la letra: “Según información confidencial recibida por este Equipo de Investigación de Delitos Monetarios, se tiene conocimiento de la existencia de un grupo de delincuentes que se dedican de forma habitual a la falsificación y distribución de moneda, concretamente billetes de veinte libras esterlinas. Esta banda criminal estaría compuesta por los siguientes miembros”…Aquí os cita a todos vosotros, empezando por Parrot, al que señalan como jefe, Philip, Luke, Mattew, el tal Vincent y tú. También figuran las direcciones de la nave, de Philip y de Luke. De ti solo dice que vives en Exeter. “Y en consecuencia se solicita la autorización judicial para Entrada y Registro, así como en su caso Detención de”…tal y tal.
-O sea, que la policía tiene un confidente
-Eso parece
-¿Tienes idea de quién puede haber sido?
-Por ahora no tengo ni idea, sólo te puedo contar lo que ha pasado con los demás. Parrot y Vincent se han fugado, el juez ha decretado Orden de Búsqueda y Captura. Luke está en la cárcel, le pillaron con un montón de billetes. Philip también está en la cárcel. No le han cogido con billetes, pero sí que han pedido facturas telefónicas y hay muchísimas llamadas entre él y Parrot, y no olvidemos que la nave está a nombre de Parrot. Además, Philip tiene un patrimonio que no ha podido justificar.

Días más tarde volví a hablar con el abogado. Me dice:
-He tenido una reunión con los abogados de Luke, Philip y Mattew; por lo visto tus amigos piensan que el chivato has sido tú; ándate con cuidado.
-¿Yo?
-Sí, eres el único que está en libertad provisional, el resto en la cárcel o fugados.
-Lo que me faltaba…
-Además, por lo visto intentaste que se retiraran del asunto días antes, dijiste algo de que la policía te andaba detrás. Creen que has pactado con la policía.
-No fue eso lo que dije, les avisé del peligro y no me hicieron caso pero bueno, ahora ya da igual.¿Qué me aconsejas?
-Evidentemente un cambio de aires durante un tiempo.
-Sí, pero el Juez me ha retirado el pasaporte.
-Ya, pero no creo que eso sea un impedimento para ti. Si tienes problemas me avisas y te puedo dar un nombre para que vayas a verle.

Así que me hice con varios pasaportes falsos, con distintos nombres, total, ya puestos, y se me ocurrió irme…a Tenerife, a ver a mi viejo amigo Charlie. Ya habría tiempo de averiguar quién fue el chivato y ajustarle las cuentas…

martes, 20 de noviembre de 2007

El tuerto.19: Tarot

Aquella visita a la echadora de cartas llevaba tiempo planeándola, desde que vi su anuncio en el periódico y me llamó la atención, “vea su futuro a través de las cartas”. Pensé que era una tontería, pero a pesar de ello recorté el anuncio y lo guardé en mi cartera. En varias oportunidades que fui a Londres tuve la tentación de acudir, pero no lo hice, no me atreví. Ahora estaba totalmente decidido, llamé por teléfono y reservé cita con dos días de antelación. La consulta era un apartamento de clase alta, ubicado en un barrio noble. El portero me preguntó el nombre y pidió confirmación antes de permitirme entrar. En un recibidor la secretaria me hizo descalzar y abonar el importe de la consulta por anticipado. Me condujo a una salita de espera totalmente neutra.
A los pocos minutos salió en persona la que a partir de ese momento califiqué de sacerdotisa. Le calculé unos sesenta años muy bien conservados. Su rostro expresaba serenidad, casi beatitud. Cogió mi mano con ambas suyas y la estrechó efusiva, afectuosamente. Sus dedos anular, corazón e índice estaban rodeados de anillos. Uno me pareció el anillo de los nibelungos. Iba vestida con una túnica de seda china, usaba un largo y grueso collar que parecía de oro y esmeraldas. Caminaba descalza por el suelo enmoquetado, las uñas de sus manos y pies iban pintadas de azul turquesa. Entramos en el salón de consulta, decorado de forma ecléctica y esotérica. Una estatua de buda, una pirámide egipcia, un compás masónico, un candelabro de siete brazos con las velas encendidas, una bola del mundo, una lamina con caracteres chinos que no supe identificar, etc. Dos de las paredes estaban ocupadas por estanterías repletas de libros.
En un rincón una mesa redonda en la que nos sentamos frente a frente. Me preguntó si era la primera vez o conocía el funcionamiento. Le dije la verdad y, anticipándome a las cartas le comenté lo de las matriculas con número diez que me obsesionaban.

-Si le obsesiona es porque su inconsciente algo le quiere decir y usted no está haciendo caso del mensaje. El número diez significa el fin de un ciclo.
Automáticamente pensé, “quiere decir que lo deje”.
-Pero permitamos que hablen las propias cartas, sírvase barajarlas...así, suficiente...ahora escoja tres cartas con la mano izquierda...Veamos, tenemos "La rueda de la fortuna", "El Mago" y "La Torre"; en primer lugar “La rueda de la fortuna”, por si no lo sabe esta carta es precisamente la número diez del tarot, no cabe duda de que se encuentra usted ante un auténtico fin de ciclo. ¿Qué clase de ciclo? Veamos lo que dice la segunda carta, “El Mago”, ah, el mago le dice: cualquiera que sea la acción ha llegado el momento de iniciarla, todo su porvenir está en ciernes en la decisión que tome en este instante, deshágase del fardo inútil del pasado, y del temor al futuro, pero atención, también le señala un nuevo comienzo, algo en lo que usted todavía es aprendiz, pero que le permitirá liberar todas sus energías, como sugiere “La Torre”, que apunta incluso a una mudanza en sentido mas amplio, como un viaje a un país extranjero.

La verdad es que todo lo que me dijo la sacerdotisa me dejó impresionado, dando vueltas en mi cabeza. En ese estado de iluminación acudí a la reunión con Parrot y Philip, también estaban Mattew, mi amigo Luke, y uno nuevo al que no conocía, Vincent. Les dije sin rodeos que lo dejaba, y que mi consejo era que ellos también lo hicieran, al menos por un tiempo. Mi zona estaba saturada de billetes y en esas condiciones en cualquier momento podían caer sobre nosotros. Parrot no me creyó, pero dijo que bueno, que hiciera lo que quisiera. Philip se quedó bastante pensativo. Mattew no era quién para opinar, y Luke era mi amigo. Curiosamente fue el nuevo, el que no me conocía de nada, el que se comportó de forma grosera, me llamó cobarde. Yo me reí en su cara.
-Si quieres te lo demuestro, lo cobarde que soy, ahora mismo.
Parrot le hizo salir de la nave y le dijo que esperara fuera. Finalmente llegamos a un acuerdo, aceptaron mi retirada e incluso quedamos en mantener el contacto a través de Luke, por si surgía otro tipo de asunto que me interesase.

Y ahora viene lo mejor de todo, a los quince días de esta reunión, cuando ya me había desecho del último billete falso, e incluso había tomado en alquiler una pequeña oficina para ejercer como agente inmobiliario, una mañana se presenta la policía en mi buhardilla con una orden de registro y otra de detención contra mi. ¿casualidad, intuición, premonición?

domingo, 18 de noviembre de 2007

El tuerto. 18: Premoniciones.

Poco después me doy cuenta de que estoy teniendo extrañas manías y obsesiones. Me da por fijarme en las matrículas de los coches, sumar sus números y ver significados ocultos y premoniciones en ellas. Al principio lo hago mecánicamente, sin pensar, como un juego, un entrenamiento mental. Normalmente me sucede cuando estoy “trabajando”; si la matrícula suma diez, o incluye el diez, me detengo y desisto de entrar en la tienda o supermercado en el que pensaba colocar el próximo billete. Me digo a mí mismo, “si entras ahí te pillan, terminas preso”. En cambio si la matrícula suma cualquier otro número, no hay peligro, y me digo “tranquilo, todavía no ha llegado tu momento”.

Una de las manías que más me molestaba era que a veces me costaba horrores tomar una decisión en cosas aparentemente triviales, como escoger una espuma de afeitar, o una marca de cuchillas. Podía pasarme horas valorando y sopesando con cual me afeitaría mejor, más apurado, pero cual me dejaría la piel más suave, o con cual tendría más riesgo de cortarme, y qué cuchilla duraria mas tiempo, y si la diferencia de precio compensaba, y así hasta el infinito. Me irritaba conmigo mismo por derrochar el tiempo en esas tonterías, y sin embargo mientras estaba pensando no me daba ni cuenta, perdía totalmente la noción.

Una noche, estoy en mi buhardilla escuchando una cassette de música clásica después de un largo día de trabajo. Me preparo un Whisky con hielo mientras comienza a sonar la séptima sinfonía de Anton Dvorak; mi mente se divide en dos, entre lo que escucho y lo que pienso.
"Primer Movimiento.
Primera melodía: entra la cuerda baja, es dramática, tenebrosa, con aire de misterio. Se repite, va creciendo hasta que responde la flauta, con variaciones. Tercia el violín, repite. Rompe la orquesta, estruendo, percusión, repiten flautas, sostiene... se enlentece..."

"Pienso, DOSTOYEVSKI. EN APUROS.
Un susurro ha desvelado el secreto, y éste ha escapado por su cuenta, ha corrido de boca en boca transformandose en algo horrible que ha sucedido y la gente se pregunta ¿Porqué, cómo, quién? Todo el mundo se pregunta porque todo el mundo se lamenta..."

"Segunda melodía: lento, flauta y violín; es una melodía nostálgica con tonos de alegría. Como un trino que se va haciendo grave, maduro, sereno."

"Pienso: Y es así, mas de nada sirve lamentarse. Es así, as- así, ase-sino.
Y debes cumplir tu autocastigo hasta la última gota. Dostoyevski."

"Se repite la primera melodía, con variaciones, se enlentece, casi se apaga. Entra suave el violín con la segunda. Se cruzan las dos melodías. Reaparece la primera con variaciones al violín, se repite acompañada de tambores, con estruendo. Vuelve la segunda, suave, flauta, violín, violoncellos, se va haciendo seria, sin llegar a dramática, se apaga. Entra la primera, un fortísimo, se vuelve alegre, casi un himno, se repite la primera suave, con la flauta hace variaciones, se apaga en el violoncello."

"Mis pensamientos se separan totalmente de la musica. Así, así. Goza, culpable, con tu tormento que es tu liberación, igual que gozaste con tu culpa, que era tu prisión.
Baila alegremente a pesar de todo.
Un baile, la vida es un baile de...máscaras.
Mozart es la belleza, pero Beethoven es la fuerza. La insinuación de que hay muchas tareas anónimamente heróicas por realizar."

"Segundo movimiento.
Empieza con una marcha (1ª), flauta punteada por violoncello, repite con variaciones, repite alternando violín y cuerda baja, se va transformando progresivamente hasta convertirse en melodía (2ª).
...Me pierdo..."

"Así que, ¿qué haces escuchando esto?
Si sabes que la odisea nunca termina, tan sólo llegas a un oasis.
...Perdido, siempre perdido, condenado a vagar..."

Tengo que parar la musica porque no soporto más la angustia que me produce.
Esa misma noche pienso seriamente dejar el asunto de los billetes. Pero antes de abandonar un negocio tan suculento, por si acaso todo es un producto de mi mente agotada, busco una confirmación exterior. En mi proximo viaje a Londres haré una consulta con mi lectora de tarot y después iré a hablar con Parrot y el resto del grupo.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El tuerto.17: Jefe Hoz.

-Quizás sea el momento de contarle otro sueño, doctor. Es curioso porque, y créame que hasta yo mismo me sorprendí, aparentemente no sentí dolor por el abandono de Libby, por la pérdida del amor y del equilibrio. Desde luego me negué a llorar, a estar triste o a consentir que me afectara en nada de mi vida. Continué con mis estudios, con mas ahínco si cabe. Seguí con la rutina monetaria. Mis viajes a Londres se hicieron más frecuentes para reponer mercancía. Sin embargo ese sueño recurrente me decía que algo se había roto por dentro.

“Me veo en la cubierta de un barco, mi ojo tuerto va tapado por un gran parche, y mi mano derecha es un muñón en el que tengo incrustado un enorme gancho, una hoz para ser exactos. Voy vestido a la moda del siglo XVIII, con calzas y jubón y unas botas de caña alta. En la cabeza un pañuelo. El barco es una goleta de tres palos de ciento cincuenta toneladas. Los marineros van también vestidos a la usanza, casi todos lucen tatuajes en los brazos y sus caras tienen una expresión taimada, feroz. Rostros ennegrecidos, oscuros, sucios.
Es noche cerrada, en el cielo campea un estruendoso temporal, las nubes descargan, el mar bravísimo zarandea nuestro barco y el viento nos azota. Por supuesto no se ve ni una estrella. Estamos perdidos en medio de la tempestad. Siento un miedo gélido en mi interior.
Mis hombres se afanan de un lado para otro, reduciendo vela, tensando cable. Yo manejo el timón con mi única mano. En ésto, el vigía grita tierra y me doy cuenta que ha cundido el desconcierto entre mis hombres, ya no saben qué hacer. Unos quieren arrojarse ya mismo e ir a nado hasta la orilla, otros se niegan a saltar, todos se gritan unos a otros.
Levanto la hoz que tengo por mano y esbozo un gesto de que se aproximen. Se apiñan a mi alrededor. Lentamente, en silencio y lanzando una mirada teatral sobre ellos voy bajando la hoz hasta mi cuello, coloco la punta de la hoz sobre mi garganta y aprieto un poco, no demasiado. Noto que no está afilada porque la piel de mi cuello resiste la presión.
-¿Habéis comprendido?- les pregunto.
-¡Sí, jefe!- Gritan todos al unísono."

Entonces despierto, intrigado, todavía pensando en la escena, sin saber lo que va a pasar, si seremos capaces de desembarcar, o si el barco se estrellará contra las rocas de la orilla y todos pereceremos despedazados para ser devorados por los tiburones.
-Y ahora doctor, la interpretación. Déjeme intentarlo a mí, no me ayude. El barco...no me lo diga, soy yo, como siempre. El jefe, es mi voluntad, me he convertido en un auténtico pirata, con parche y todo, como siempre debí llevarlo, es decir, en un verdadero criminal. En el camino he perdido mi mano derecha, que es...el amor de Libby. En su lugar, esa hoz representa la navaja que tanto he utilizado, eso es, mi mano es una hoz, aunque no está afilada, o sea que puedo controlar el daño que causo. Y sigo vivo y más decidido que nunca a desafiar la tempestad de la vida. Esa vestimenta desfasada, quiere decir que en el fondo he sufrido un retroceso en mi evolución personal. Esos tres palos ¿qué son?, ¿el Yo, el Superyo y el Ello? Mis feroces marineros son mis instintos agresivos y de todo tipo, tal vez sexuales, si. Es cierto, al perder a Libby comencé a tener sucios deseos sexuales, doctor. Estoy perdido, no sé a donde ir, ni qué hacer de mi vida, sólo sé hacer lo que hago, fechorías y estudiar para cometer más fechorías. Quiero imponer disciplina en mis instintos, por lo menos que no me lleven a la destrucción total. Mis instintos solo entienden la amenaza. Un miedo cura otro miedo. Tengo miedo de volver a amar. Y tengo más miedo aún de no volver a amar nunca más. Arrojarse antes de tiempo sería renunciar a la vida, al amor, a causa del miedo. Hay que resistir a la incertidumbre, aguantar. Y sé que aguantaré, aunque en el camino me vaya dejando jirones de mí mismo... ¿Qué tal lo he hecho, doctor?

miércoles, 14 de noviembre de 2007

El tuerto. 16: Rutina monetaria

La marquesita era una gran llorona, berreaba todo el dia. Por ser ochomesina la habíamos mimado demasiado desde el principio y ella nos lo pagaba chantajeándonos constantemente. Cuando tenía hambre lo hacía con rabia, unos verdaderos gritos, ya me veías rápidamente calentando el biberón a la temperatura justa. Cuando eran los pañales sucios chillaba de forma intermitente, llamando y esperando una respuesta; allá acudia yo esponja en mano. Cuando simplemente quería que la cogieras, lo hacía de forma continua y desconsolada, con tristeza...terminaba estudiando con ella en mis brazos. La mano izquierda la sujetaba contra el pecho y la otra pasaba paginas, anotaba o subrayaba. Era un poco incómodo, pero ella estaba feliz y, sobre todo, tranquila y en silencio. De vez en cuando la cambiaba de brazo. Al final, los dos me dolían, terminaba depositándola en su cuna y a los pocos minutos despertaba y rompía de nuevo a llorar. Entonces me relevaba la madre y yo aprovechaba para salir, a trabajar un poco los billetes, y de paso hacer la compra o dar una vuelta.
En cada tienda, en cada supermercado, un solo producto. Con el tiempo tuve que ir cada vez más lejos. Me compré un coche de segunda mano, un Peugeot 504 muy antiguo, del año 82, pero apenas usado, era de una viuda que no sabía conducir y lo había conservado como reliquia de su difunto, guardado en un garaje. Cuando ya Exeter estaba saturado de mis billetes, bajé hasta Plymouth, para lo cual tenía que dedicar el día completo, salir por la mañana temprano con un buen fajo de veinte y regresar por la noche, después de una dura jornada de trabajo, cargado de productos, un fajo más grueso de billetes pequeños y un saquito con monedas. Todo muy profesionalizado, muy metódico, muy rutinario casi de no ser por el riesgo, que siempre estaba ahí. En varias ocasiones me rechazaron el billete, por falso, pero no sucedió nada, ya estaba preparado para esa eventualidad, sacaba otro billete, este auténtico, y pagaba con un comentario despreocupado del tipo “pues creo que me lo han dado en el banco”...
La clave estaba en nunca repetir el mismo establecimiento. Tiempo después cambié de ruta y subí hasta Bath y Bristol, contemplando en el horizonte un futuro asalto a Newport y Cardiff.
Tambien por seguridad me registré como agente inmobiliario y presenté declaración de impuestos.
Al margen de esa rutina, sin embargo, hubo un cambio de Libby hacia mí que al principio me resultó imperceptible, pero después se me hizo evidente; me rehuía. No se encontraba bien, le dolía la cabeza, estaba cansada. Yo era comprensivo, me decía a mi mismo “dale tiempo”. Al cabo comprendí que me rechazaba, evitaba incluso mis besos, mis caricias. Seguí pensando que el tiempo lo solucionaría, me refugié en el estudio, me apunté a un curso de criminología que me fascinó y obsesionó. La distancia entre Libby y yo se fue agrandando.
Una tarde de diciembre, próximas las navidades, al regresar a casa no encontré ni a Libby ni por supuesto a la marquesita, en su lugar una nota de despedida. Volvía a Londres, una amiga le había conseguido trabajo en una peluquería y su madre estaba dispuesta a perdonarla. Se llevaba una parte del dinero, del bueno, para hacer frente a los primeros gastos, esperaba que no me importase. Terminaba dándome las gracias por todo y pidiéndome perdón por el daño que me pudiese causar, pero no podía soportar mi clase de vida. Me mandaría su nueva dirección para que pudiera ver a la marquesita cuando quisiera, y a ella...como amigos.
No quiero ser mal pensado ni sugerir que Libby me utilizó para sus fines, para salir adelante un tiempo. Supongo que simplemente no me soportó, ni a mí ni a mi clase de vida. Sobre todo a mí. Nunca intentó cambiarme, nunca hubo reproches ni discusiones inútiles, todo muy de agradecer. Tampoco creo que otro modo de vida hubiese producido un resultado diferente, al fin y al cabo yo seguiría siendo feo y tuerto, eso es imposible cambiarlo. No hay redención por el amor para tipos como yo.

lunes, 12 de noviembre de 2007

El tuerto. 15: La marquesita

-Se marcharon de allí...déjeme hacerle una pregunta, John... ¿por qué me cuenta a mi todo esto? He leído las notas del doctor Merchant y no aparece nada semejante...¿No cree que hubiera sido mejor contárselo al doctor en su momento? - (la verdad es que me produjo sentimientos contradictorios, por un lado no me gustó que me lo contara, me sentí como si al hacerlo me convirtiera en su cómplice; pero por otro lado también debo confesar que halagó mi ego el hecho de que me hiciera confidente de un secreto que ni siquiera le había revelado a su psiquiatra).
-Le diré por qué, Joseph, porque usted me ha escuchado sin interrupciones, en cambio el doctor, cuando empecé a contarle lo de los billetes me dijo que eso no tenía interés para la terapia...¡Qué equivocado!, si no me hubiera involucrado en ello no habría estado en Londres aquella noche, paseando con Libby, y por tanto no se habría cruzado aquel drogadicto en mi camino y no habría tenido que liquidarle. Toda mi vida habría tomado un derrotero distinto. Además, no se lo conté porque con el doctor a veces tenía la sensación de que me estaba juzgando moralmente...y no me gusta sentirme juzgado. En cambio usted creo que no me juzga...creo que incluso me tiene cierto respeto.
-Estoy seguro que el doctor Merchant le respetaba igualmente, pero si me permite otra pregunta, John ¿por qué lo mató? Realmente no era necesario…
-Esa es la pregunta que yo mismo me he hecho muchas veces. La verdad, me molestó que le pusiera el cuchillo en el cuello a Libby...Me jodió que no me devolviera mis documentos como le pedí, sobre todo por mi licencia de conducir, que me había costado mucho conseguir. Tuve que presentar un certificado médico que dijera que estoy bien de la vista, las autoridades de tráfico no dan licencias de conducir a tuertos como yo, dicen que no calculamos bien las distancias…Bah, historias...A pesar de todo, creo que fue su amenaza última la gota que colmó el vaso de mi paciencia y que me impidió dejarle marchar...
-¿Y qué pasó después?
-Pues el coche era un Austin Victory motor 1300, con bastantes años, no había llave de contacto, claro, pero el motor estaba en marcha, tenía el sistema eléctrico “puenteado”. Puse primera y aceleré. Los escasos dos minutos hasta el hotel se me hicieron eternos, suerte que a esas horas no había trafico. Empecé a pensar: estaba convencido que no hubo ningún testigo presencial, tardaría un buen rato en aparecer la policía, y más aun en comenzar las pesquisas. Por otro lado, abandonar el hotel precipitadamente, en plena noche, podría levantar sospechas, y estábamos registrados con nuestros auténticos nombres, un error que a partir de entonces procuré evitar. Lo mejor sería pasar la noche en el hotel y marcharnos por la mañana tranquilamente, así se lo comuniqué a Libby. Dejé el coche en una calle lateral, a un par de manzanas, correctamente aparcado. Nada más subir a la habitación Libby vomitó la cena. Yo estuve a punto de seguir sus pasos, al final mi estómago resistió. Ninguno de los dos pudo conciliar el sueño. De madrugada Libby me dijo que estaba teniendo contracciones.
-“¿Crees que aguantarás hasta Exeter”?
-“Creo que no”- me dijo.
-“Entonces hagamos la maleta y busquemos un hospital”.
-Y así fue como la niña nació en Londres, contra pronóstico. En compensación, salió mujer, como queríamos los dos, y le pusimos el nombre que siempre habíamos hablado, Cecile, en honor a la familia que ostentó el marquesado de Exeter. Libby no quiso que le diera mi apellido, así que fue registrada con el de su madre, W. Solíamos bromear que algún día nuestra hija llegaría a ser la señora marquesa, nuestra marquesita...Ahora que lo pienso, lo de porqué lo maté, recuerdo que cuando sostuve a mi hija en brazos por primera vez, todavía en la habitación del hospital, una idea fugazmente atravesó mi cabeza, pensé: “alguien tiene que morir para que alguien nazca”. Es como si de repente todo lo sucedido cobrara un sentido nuevo a la luz del nacimiento de mi hija. Sí, creo que aquella muerte me unió a mi hija con un vínculo mucho más fuerte que un simple apellido.
-¿Y la policía nunca le interrogó por este caso?
-Nunca tuve noticias de ellos, así que ignoro si quedó como un caso sin resolver, o culparon a alguien, tal vez algún compinche suyo por un ajuste de cuentas. Me imagino que tampoco pusieron mucho empeño por un toxicómano que empuñaba un cuchillo...

sábado, 10 de noviembre de 2007

El tuerto. 14: Atracador trasquilado

El embarazo de Libby estaba ya muy avanzado, casi ocho meses, cuando aquel verano fuimos a Londres. Por un lado hubiera preferido que no me acompañase, sobre todo porque tenía que reunirme con los amigos de Luke y quería dejarla a ella totalmente al margen de mis negocios. Sí, la intenté convencer, haría un viaje rápido, y volvería a su lado, a la tranquilidad de Exeter. Pero ella insistió en acompañarme, se negó rotundamente a quedarse sola. Y en parte me convenció ella a mí para quedarnos unos días en Londres. Creo, algo insinuó, que deseaba ir a visitar a sus padres, intentar una reconciliación con ellos. Y eso sí, ver a sus amigas. Me temo que se sentía sola.
El caso es que por otra parte me gustaba la idea de tener a Libby cerca de mí, me daba energía y confianza en mi mismo para enfrentarme a la que imaginaba dura negociación con Parrot y Philip. A la hora de la verdad no lo fue tanto. Yo puse mis condiciones.
-Quiero hacerlo a mi manera, nada de plazos, ni presiones, ni cantidades predeterminadas. Yo colocaré los billetes que realmente pueda según la situación, soy el primer interesado en mover cuantos más mejor...Y a propósito de interesado, no estoy de acuerdo con el cincuenta por ciento. Colocar un billete lleva tiempo, y gastos, a veces hay que comprar cosas de un cierto valor que no necesitas. No siempre se puede comprar una caja de cerillas y pagar con uno de veinte...
-Nosotros también tenemos gastos, ¿qué te has creído, que sólo es darle a la manivela? –me contestó Parrot, bastante ofendido-, conseguir un buen papel es difícil y caro, la tinta no digamos. Y además, nos sobra gente dispuesta, si no te interesa, ¿a qué has venido? ¿A tocarnos los cojones?- Entonces terció Philip en mi favor.
-Mira, John, sabemos que eres de confianza, y sólo por eso, y porque eres amigo de Luke, vamos a hacer una excepción contigo, ¿eh Parrot? –hizo una pausa, Parrot guardó silencio- te vamos a dar el sesenta por ciento, y no hay más regateo, lo tomas o lo dejas.
Lo acepté. Esa misma tarde fuimos a la nave y me hicieron la primera entrega de mercancía. Philip se ofreció a llevarme al hotel, pero yo preferí usar el autobús.
Para celebrarlo, esa noche Libby y yo fuimos a cenar a un buen restaurante. Brindamos por el futuro bebé. Por supuesto no le conté nada de la verdadera naturaleza de mis negocios, aunque supongo que algo se olió. Regresamos paseando al hotel, estaba a pocas manzanas y la noche era cálida y agradable. Ella iba cogida de mi brazo. De súbito un coche frenó bruscamente a nuestro lado, un tipo se bajó muy rápido, en ese momento la calle estaba desierta y recuerdo que pensé “ya está”. El individuo le colocó un cuchillo en el cuello a Libby, que se quedó petrificada.
-Venga, dame la cartera.
-De acuerdo, tranquilo, si no te importa te doy todo el dinero y me dejas los documentos...-El tío estaba sudoroso, con el rostro desencajado, era un drogadicto con síndrome de abstinencia-. Le entregué la cartera con gestos suaves. El comprobó que había dinero y antes de marcharse profirió una amenaza.
-No os mováis de aquí en cinco minutos o la mato a ella.
Se giró y se fue hacia el auto. En ese momento me agaché, cogí mi navaja de la tobillera y se la lancé con rabia. Hacía bastante que no practicaba, desde mis tiempos de navajero, sin embargo pude comprobar que no había perdido mi buena puntería. Se clavó hasta el mango en su espalda justo en el centro. El tipo se quedó parado, de pie, con una mano en el techo del auto y la otra en la puerta abierta. Debió sentir el dolor en la espalda pero aún no sabía de qué se trataba. Seguramente creyó que le había tirado una piedra o algo así. Se dio la vuelta e hizo ademán de venir hacia nosotros, dio algunos pasos ya tambaleante, cayó de bruces a mis pies. Libby a mi lado respiraba entrecortadamente, refrenando el ataque de nervios. Yo me agaché hasta él, extraje la hoja de su espalda, le di la vuelta al cuerpo, recuperé mi cartera, y hundí de nuevo la faca, esta vez en su pecho, en el centro, en el corazón. Todo lo hice muy tranquilo, como si no fuera yo.
-Toma, puto drogadicto –Le susurré; limpié el arma con su propia camisa y me la guardé.- Vámonos, sube al coche.- Le dije a Libby, y nos largamos de allí.

viernes, 9 de noviembre de 2007

El tuerto. 13: habla Luke.

Luke me dijo aquel día que fue a verme, mientras tomábamos una cerveza:
-Tengo un negocio que te puede interesar.
-No lo creo, estoy retirado, por si no lo sabes.
-Esto es diferente, conozco a unos tipos que fabrican billetes de veinte libras, tú te podías encargar de moverlos en esta zona.
-No me interesa, Luke, te lo agradezco, pero llevo una vida tranquila, estudiando...
-Mira tuerto, aquí no tienes que arriesgar nada, nosotros te damos la mercancía a cuenta, tienes que verla, es una mercancía de primera, tú la vas colocando tranquilamente, y te llevas el cincuenta por ciento de beneficio.
-¿Me estás tomando el pelo?, puedo comprar todos los que quiera al diez por ciento.
-Sí, pero son billetes chapuceros, tienes que ver éstos, no se distinguen de los auténticos, ven a Londres y te presento a mis amigos, después decides.
-Cuéntame primero quiénes son esos tipos y de qué los conoces.
-Vale, pero es largo de contar, mejor pedimos otra cerveza…Así que quieres saber de mis amigos...Pues al que primero conocí fue a Philip, íbamos al mismo gimnasio. Es un tío bajito, con cara de inocente, de buena persona, muy educado, siempre muy correcto. Es director de seguridad de una empresa, especialista en sistemas de seguridad, se ha entrenado con el Mosad, ya sabes, los servicios secretos israelíes. Domina las artes marciales. El caso es que poco a poco nos fuimos conociendo, también yo me fui abriendo, un día le conté que había estado en la cárcel...Otro día, al montar con él en su Ferrari, hablamos inevitablemente de dinero, yo me quejé de mi triste sueldo, que apenas me llegaba para el alquiler, y le pregunté: tú ganas mucho en esa empresa de seguridad, por lo que veo...Pues no te creas, me dijo, el beneficio se lo llevan los del consejo de administración, en comisiones, y un poco los accionistas, ¿lo dices por el Ferrari?, bueno, tengo otros asuntos...Me insinuó enigmáticamente. Yo le pregunté qué asuntos. El me devolvió la pregunta:¿qué clase de asunto te llevó a tí a la cárcel? Yo se lo conté, le hablé...lo siento, terminé hablándole de ti, tuerto. Me dijo: hoy en día no se encuentran tíos de fiar. Me propuso presentarme a un par de amigos y hablar de esos asuntos. Así fue cómo conocí a Parrot y a Mathew".
Las jarras estaban vacías una vez más, pedimos otra ronda, la tercera. Cuando nos sirvieron Luke dio un buen trago y recuperó el hilo.
-Parrot es un tío gordo de unos cincuenta años, empresario venido a menos, fabricante de embutidos. Casualmente sé que tuvo algún contacto con mi tío, ya sabes...Por lo visto,esto me lo contó Philip, antes era un empresario totalmente legal, lo máximo que hacía era defraudar al fisco. Estaba casado y tiene dos hijas a las que adora. Un día se lió con una medio cantante de la edad de sus hijas, puede que fuera amiga de ellas, no se, igual te suena el nombre, Caroline Parker, canta una especie de blues y se exhibe muy insinuante en el escenario...Antes de conocer a Parrot era más puta que cantante, se acostaba con cualquiera que trabajara en una discográfica...Parrot perdió la cabeza, se hizo su manager, le financió los discos, los conciertos...un fracaso en realidad. Lo peor vino cuando la esposa se enteró del lío y se divorció, consiguiendo la mayor parte de los bienes para ella y las hijas. Parrot se vió endeudado. Ahí fue cuando empezó a meterse en negocios sucios, entre otros tiene una nave donde guarda una máquina offset con la que imprime los billetes de veinte. Así que ha pasado de fabricar chorizos a fabricar libras. Y ahí es donde entra Mathew, es el que vive en la nave y guarda la máquina y el stock de billetes, y los entrega a los distribuidores. Es, digamos, el hombre de confianza de Parrot, aunque a mí, la verdad, es el que menos confianza me inspira de todos, ya le conocerás, es un tipo barriobajero, con el cuerpo lleno de tatuajes, no se, ví muchos tipos parecidos en la cárcel. Por cierto, tengo aquí un billete de muestra, para que lo veas, ya comprobarás que son todos igual de buenos.
Y me tendió un billete de veinte, lo palpé, a veces el tacto es lo más importante. -¿De dónde habéis sacado este papel tan bueno?- El mismo grosor, el mismo peso, la misma rugosidad. El color y el dibujo también eran perfectos. Sólo al mirar al trasluz se podía notar la diferencia, la marca de agua era apenas una sombra de la original. Aún así quedé impresionado.
-¿Quieres que paguemos con él, a ver qué pasa? -dijo Luke.
-De acuerdo.
Y el camarero se llevó el billete y regresó con 17 libras y algunos peniques de vuelta sin rechistar.
-Está bien, cuando acabe los exámenes iré a Londres y me entrevistaré con tus amigos, pero aún tenemos que negociar los porcentajes.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El tuerto. 12: Cartas y una visita.

Conservo varias cartas de aquella época. Una es fotocopia de la que le envié a Charlie, a Tenerife. ¿Porqué hice fotocopia? Muy sencillo, Libby me prohibió hablarle a su hermano de ella. Ni mencionar que vivía conmigo, y mucho menos lo del embarazo. Así que para no olvidarme y caer en contradicción en el futuro hice copia. Cuando Libby vió la fotocopia y le expliqué el motivo le entró la risa. Le dio por decir que yo era muy astuto. Qué tontería, por una simple fotocopia. No es que yo sea astuto, es que soy desconfiado y desconfío de mi propia memoria. Los tuertos somos muy desconfiados. Pero esto es lo que decía la carta:

1-2-89
Hola, Charlie. ¿Qué pasa chaval, cómo te va la vida en Tenerife? Al final conseguiste hacer realidad tu sueño, ¿eh? A mi no se me da mal del todo, estudio leyes en Exeter, leo libros, y ya sabes, de chicas nada de nada. ¿Sabes algo de Luke? Le he perdido la pista. Por cierto, tu dirección tuve que pedirsela a tu hermanita, un día que fui a Londres.
Escribe, cabronazo. Hasta pronto.
Johnny (El tuerto).


Esta fue la respuesta de Charlie:

10-3-89
¡Qué pedazo de bastardo eres, tuerto, estudiando leyes! ¿Ahora te vas a hacer un elegante abogado de mierda? No te olvides que no eres más que un chorizo. A ver si se te van a subir los humos y luego no hay quien te tosa. Oh, si, señoría, claro, señoría. Anda, ¡Vete a lamerle el culo a los jueces, cabrón!
Pues yo estoy de lujo en esta isla. Trabajo en la discoteca de un hotel de británicos, bueno, algún gilipollas de irlandés también. Soy una especie de relaciones públicas, pero también tengo mis negocios y me lo monto bien. Me ligo a todas las tías que quiero, chaval. Y de vez en cuando alguna madurita, que me hacen regalos y todo, chaval.
Oye, ven a verme a la isla cuando quieras. Anda, tonto, y te presento a tías guapas. Te lo pasarías de vicio y podríamos hacer nuestros negocios. Ya sabes. Yo tengo algún pequeño negocio por mi cuenta.
Luke sigue en Londres, el juicio no llegó a celebrarse. Ahora creo que anda metido en un buen asunto y quiere hablar contigo. Le he dado tu dirección.
Bueno, ya me contarás. Anda, no estudies tanto y vente para acá.


Poco después llegó la carta de Luke, que era mucho más breve:

25-3-89
Oye tuerto, el charlie me ha dado tu dirección, quiero hablar contigo de un buen negocio. Estoy seguro que te interesará. Llámame por teléfono y quedamos. Espero tus noticias.

Yo dejé pasar el tiempo, imaginaba de qué índole seria su asunto y, la verdad, no quería complicarme mi feliz existencia. Pasaron un par de meses. Un día, al salir de clase, me lo encuentro esperándome a la puerta del aula.
-Hoola, Luke, vaya sorpresa.
-Ya ves, tuerto, como no me llamabas decidí hacerte una visita.
-Me alegro de verte.
-¿Sii? Pues vamos a tomar unas cervezas.

Y así, tomando unas jarras, me contó su negocio.

domingo, 4 de noviembre de 2007

El tuerto. 11: Suena el timbre

El 17 de enero de 1989, a las seis de la madrugada, cuando me encontraba durmiendo plácidamente en mi buhardilla, sonó insistente el timbre de la puerta. Al principio pensé no abrir y seguir soñando. No sé lo que soñaba creo que con el derecho político que había estado estudiando hasta altas horas de la noche, sí, eso es, repasaba en sueños lo que había estudiado. Supongo que por eso decidí abrir la puerta, no era un sueño muy placentero que digamos... En pijama y medio sonámbulo pero no me sorprendí al verla.
-Hola, vengo a hacerte una visita.
-Pasa, Libby, debes estar helada, voy a preparar té.
-Te traigo la dirección de Charlie, en …Tenerife.
-Estupendo, le mandaré una carta. –Mientras tomábamos el té me lo soltó a bocajarro.
-La verdad, Johnny, es que tengo un problema muy serio…-Mi corazón empezó a bombear con fuerza y creo que me sonrojé porque me miraba a la cara, a mi único ojo, y me había llamado Johnny. No estaba yo acostumbrado a que me llamaran por mi nombre y menos con ese diminutivo cariñoso. Excepto mi familia, y esos no cuentan, y si acaso el doctor, que me dicen John. Siempre me han llamado tuerto. Tuerto esto, tuerto lo otro.
-Tú dirás, Libby, si puedo ayudarte…
-Mis padres me han echado de casa.
-¿Y eso porqué?
-Pues porque me he quedado embarazada. Mi padre se ha puesto hecho una fiera, ha empezado a insultarme, a llamarme puta… de todo.
-Qué cabrones. Bueno mujer, no te preocupes, si no tienes donde ir puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras.
-Gracias Johnny, eres un tío legal, Charlie siempre lo dice.
-Ah, ¿Sii?
-Si, yo sabía que tú eras el que guardaba el dinero ese que le robasteis al tío de Luke.
-¿Tú sabias eso? ¿Te lo dijo Charlie?
-No, Charlie no me dijo nada, pero no hacía falta. Tengo ojos en la cara, siempre andabais juntos los tres, y la policía no hacía más que preguntar quién era el tercero, quienes eran los amigos de Charlie. Luego lo de la cartita aquella, ¿estaba claro no?
-Si, supongo que estaba claro. Así que los sabías. ¿La policía te preguntó?
-Me preguntaron varias veces, pero no le dije ni pío.
-¿Te puedo hacer una pregunta? –Ella asintió.- ¿Quién es el padre?
-¿Que quién es el padre? Un tío que está casado, yo no lo sabía…Ahora dice que no quiere saber nada ni volver a verme.
-Podrías reclamarle la paternidad…
-¿Y que ese desgraciado sea el padre de mi hijo? No gracias, ya me las apañaré.

Como sólo había una cama individual y la buhardilla era muy pequeña, esa misma mañana fuimos a comprar una colchoneta inflable para mí. Las mañanas las pasaba en clase, las tardes estudiando en la biblioteca. Por la noche regresaba al hogar, ahora dulce hogar por la presencia de Libby. Cenábamos juntos, ella solía preparar la cena. Después, a veces ibamos al cine. Los domingos paseabamos por la orilla del río Exe. Antes de irse a dormir charlabamos como buenos amigos. Libby me contaba sus pequeñas ilusiones, tener su propia peluquería, cuidar a su hijo cuando naciera… Yo me imaginaba terminando la carrera y llevando una vida respetable…a su lado. Después, cuando ella se dormía, yo solía quedarme estudiando, hasta que me bailaban las letras, de sueño. Entonces me tumbaba rendido en la colchoneta y dormía profunda y plácidamente, como no he dormido nunca en mi vida.

Semanas después, una noche ya bien entrada, Libby se levantó al baño cuando yo aún peleaba con el derecho civil. Al salir, dejó encendido el fluorescente del espejo, se acercó a mí por detrás, apagó la lampara de mi mesa y me abrazó. "Ven a la cama conmigo", me susurró al oído. "¿A la cama?", tuve que preguntar. No daba crédito, por un momento pensé que me había quedado dormido sobre el libro de derecho civil y estaba soñando. Y no diré más, porque aunque algunos me consideren un vulgar delincuente, en estas cuestiones en realidad soy un caballero, ni siquiera diré el día exacto en que ocurrió, pese a que lo recuerdo muy bien, porque inició la época más feliz de mi vida.

viernes, 2 de noviembre de 2007

El tuerto. 10: Exeter

Pasaron un par de años durante los cuales me dediqué sólo a estudiar y leer libros. Preparé mi ingreso en la Universidad y fue estupendo conseguirlo. Tantas noches en vela, estudiando, a base de café, tuvieron su recompensa. Claro que nada de ir a Oxford, ni yo lo soñaba siquiera, los gastos hubieran sido inasequibles, pero Exeter no estaba mal, buen precio, mejor clima que Londres, y un ambiente más tranquilo. La cara de estupor que pusieron mis viejos cuando les dije, con la maleta ya hecha, que me largaba.
Iba a estudiar...derecho, claro, ¿qué otra cosa? Por una parte, teniendo en cuenta mi afición a quebrantar las normas lo mejor era conocerlas bien. De otro lado, tampoco me desagradaba la idea de ser abogado defensor de otros quebrantadores, o incluso de inocentes injustamente acusados.

Alquilé una pequeña buhardilla en las afueras, me compré una bicicleta para ir y venir, con mis libros. Todos los días asistía a clase, tomaba apuntes, estudiaba con regularidad. Era un alumno modélico. En mis ratos libres leía, sobre todo novelas de Patricia Highsmith. O bien daba paseos a la orilla del río. No entablé amistad con nadie, tan sólo conversaba superficialmente. Si me pedían los apuntes los prestaba para que los fotocopiaran. Me invitaron a varias fiestas, pero decliné acudir, no me interesaban sus tonterías. Después ya no me invitaron más. Me interesaban las leyes, y sacaba buenas notas, pero me sentía totalmente ajeno a la vida universitaria. Pienso que yo no era un verdadero universitario, ni me apetecía serlo. Era más bien un infiltrado.

El día que cumplí los 18 años saqué de su escondrijo las 3200 libras que me quedaban del botín y las ingresé en el banco. Me sentí doblemente importante, por ser mayor de edad, y disponer de cuenta bancaria. Esa sensación me gustó.

En navidades fui a Londres a pasar las vacaciones. Se me ocurrió la idea de hacer una visita a Charlie, ya habían pasado más de dos años desde el golpe, tiempo más que prudencial, así que ¿porqué no?, me dije, y me presenté en su casa. Era la mañana del 23 de diciembre de 1988. ¿Quién me abrió la puerta? Su hermana Olivia.
-Hola, Libby, ¿está Charlie?
-No, se fue a España, ¿no lo sabías?
-No sabía nada.
-Está en una isla..."Diferente" o algo así, trabajando en una discoteca, de camarero.
-Querrás decir Tenerife, ¿Tienes su dirección?
-Eso, Tenerife. Entra, y la busco, ¿quieres una cerveza mientras?
-Es un poco temprano, pero bueno.
-Me quedé mirándola mientras rebuscaba entre papeles, facturas y folletos publicitarios. Era la primera vez que la veía tan cerca. Seguí tan bonita como antes pero había dejado de ser una chiquilla. Se había convertido en una esbelta y hermosa mujer que rebosaba sensualidad.
-Siéntate, hombre, no te quedes en pie. ¿A qué te dedicas ahora?
-Estudio derecho en Exeter, ¿y tú?
-¿Derecho?, bueno, claro, tú siempre has sido muy espabilado para eso de los libros. Yo nada, buscando trabajo.
-¿De qué? -De lo que sea, de peluquera, de camarera...-Hubo un silencio incómodo- Oye, no encuentro esa dirección.
-No importa, mira Libby, te dejo la mía, ésta no la pierdas; cuando encuentres la de Charlie me la mandas o le das la mía a él. -Apuré mi cerveza.- Y si quieres darte una vuelta por Exeter, ya sabes.
-Quizá lo haga.
-Hasta pronto.
-Adios.