miércoles, 31 de diciembre de 2008

El tuerto. 90: Doctor Chaid.

-¿A dónde vamos? –Preguntó Ivo.
-Al hotel.
-Pero tenemos que llevarte a un hospital.-Protestó Marco.
-Nada de hospital. ¿Qué pretendes, que me lleven a la cárcel? Dame el teléfono móvil. –Llamé a Rosita. Por la hora deduje que ya debía haber llegado a casa. Me atendió Yasmín. Traté de aparentar normalidad, pero me dolía mucho el brazo, creo que no pude evitar que mi voz sonara débil, contenida, tratando de no gemir por el sufrimiento. Me pasó con Rosa.
-Hola cariño, ¿cómo estás?
-Bueno, más o menos bien. Escucha, necesito que me hagas un favor.
-¿Qué ha ocurrido?
-Ahora no puedo contarte, y menos por teléfono, pero no te preocupes, nada grave. Sólo que necesitamos un médico, ¿me entiendes? Uno que no haga preguntas. No podemos ir al hospital. Había pensado que tu amiga la enfermera debe conocer alguno que esté dispuesto a hacernos ese favor y que viva aquí, en Gran Canaria. Por supuesto se le pagaría bien…
-Pero Gaby ahora vive en Tenerife.
-Ya lo sé, ¿pero no me dijiste que antes había trabajado en Las Palmas?
-Si.
-Pues entonces seguro que conoce a algún médico de aquí.
-Vale, la llamaré ahora mismo. –Y colgó.

Dimitri conducía con prudencia el Ford Escort, sin hacer maniobras bruscas ni peligrosas, pero a buena velocidad. Estábamos ya en las afueras de Las Palmas. Mi dolor iba en aumento, era ya insoportable. Sentí miedo, de perder el conocimiento, no de morir, pues sabía que la herida no era mortal. Estaba empapado de sudor, un sudor frío.
-Necesito algo para este dolor, así no puedo ni pensar.
-Para en una farmacia.-Dijo Ivo.
-¿Qué vas a hacer?
-Tú tranquilo. Esperadme con el coche a la vuelta de la esquina, no tardaré.
- Este tío va a atracar la farmacia.- Dijo Marco. Yo no tenía fuerzas para decir nada, mucho menos para oponerme. A los dos minutos volvió con una bolsa de plástico llena de medicamentos.
-Arranca.-Dimitri salió a buena velocidad, pero siempre sin estrépito, sin llamar la atención, y volvió a girar en la primera esquina. Ivo sacó dos cajas de la bolsa de plástico. Una contenía ampollas, la otra jeringuillas desechables.
-¿Qué es eso?
-Morfina. Dimitri, cuando puedas paras en un sitio discreto.

Dimitri se salió por una vía de servicio y paró en una gasolinera tipo autoservicio. Mientras él repostaba, Ivo cargó una jeringuilla y me inyectó la morfina en el brazo. A los pocos segundos experimenté un inmenso alivio. Por lo menos ya podía pensar con serenidad
-¿Dónde has aprendido esto?
-Joder, en la guerra…
Seguimos viajando en dirección a Puerto Mogán. El teléfono tardaba en sonar. Pasó una media hora, después otra media más. Llegamos al hotel. Afortunadamente por la noche no había absolutamente nadie. Por el día venían distintos empleados, a terminar los últimos retoques, a realizar limpieza, o aprovisionar de víveres y bebidas la despensa y el frigorífico del hotel, para cuando se celebrara la esperada inauguración. Pero por la noche sólo yo, en calidad de dueño, tenía las llaves del hotel. Así que por ese lado no habría problema, tendríamos todo el hotel para nosotros, y toda la tranquilidad y discreción que necesitábamos. Lo primero que hice fue guardar el maletín que me había salvado la vida, conteniendo los cinco millones de dólares, en la caja fuerte del hotel. Aproveché para sacar algo de dinero en pesetas, un par de millones que me guardé en el bolsillo de mi cazadora. Por fin sonó el teléfono.

-Siento la tardanza pero a mi amiga le ha costado tiempo localizar a tu médico a estas horas.
-Ya imagino, ¿pero lo ha conseguido?
-Sí, más o menos.
-¿Qué significa eso?
-Pues que el tipo es médico, pero no puede ejercer legalmente, no tiene los papeles en regla. La policía le ha retenido la documentación porque es saharaui, pero el dice que se considera español. Es una larga historia. ¿Te servirá?
-Si sabe medicina me servirá.
-Pues tenéis que ir a buscarle a la pensión donde se aloja, porque tampoco tiene permiso de conducir; la pensión se llama “Tres esquinas” y está en Arucas. Ah, él se llama Chaid.
-Dale las gracias a Gaby, y dile que también habrá una gratificación para ella.
-Vale, cuídate.

-A ver chicos, hay que ir a recoger al doctor a una pensión de Arucas. El problema es que no podemos usar el Ford. Habrá que deshacerse de él. A estas horas la policía ya está en el lugar del tiroteo. No sabemos si algún testigo ha podido dar la descripción del coche, puede que ya lo estén buscando en los controles de carretera. En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a circular con él.
-Yo puedo conseguir otro coche en cualquier momento.- Espetó Ivo con aplomo.
-No lo dudo, pero no me gusta mucho esa opción de viajar en un coche robado. En cualquier control rutinario podrías caer. En fin, me temo que no tenemos otra opción, a estas horas no es posible alquilar uno, y yo no puedo aguantar hasta mañana con la herida.
-No te preocupes, yo sé cómo tengo que actuar si me tropiezo con la policía...-Dijo enigmáticamente. No quise preguntar qué pretendía decir.
-Vale, entonces Ivo traerá al doctor y nosotros nos quedaremos quietecitos.
-Escucha, lo mejor sería aprovechar para deshacernos del Ford. Puedo conducirlo por ejemplo hasta San Bartolomé, en el centro de la isla, dejarlo correctamente aparcado en cualquier calle donde no llame la atención, y unas calles más allá conseguir otro coche.
-De acuerdo, en ese caso hay que sacar el cadáver del maletero. Lo colocáis en una de las habitaciones y mañana ya decidiremos lo que hacer con él.

Mientras esperaba al doctor, me quedé medio adormilado. Entré en una especie de semiinconsciencia en la que revivía y analizaba los sucesos acaecidos en forma de sueño, y en la que yo mismo me decía “esto es una pesadilla”. Ignoro lo que significaba, si era el deseo de despertar y descubrir que todo era un simple producto de la actividad onírica, un mal sueño, o si estaba definiendo la realidad con ese abrumador sustantivo, y de algún modo mentalizándome para lo peor. O ambas cosas. Mi mente se iba por todos los derroteros, hacia atrás, analizando lo ocurrido; hacia delante, imaginando caminos, posibilidades, soluciones. Cómo librarnos del cadáver.

Sin abrir los ojos, fui consciente de que alguien manipulaba mi brazo. Sentí un pinchazo, después otro, y un tercero. Más tarde supe que el médico me inyectó antibióticos, anestésicos, antihemorrágicos, antiinflamatorios. Hizo un trabajo de artesanía, como en sus viejos tiempos veinte años atrás en los campamentos del Frente Polisario en el Sáhara. Con una habitación de hotel como improvisado quirófano, sin más ayuda que Ivo, abrió la herida con el bisturí, extrajo el proyectil incrustado entre húmero y radio, reparó el hueso dañado lo mejor que pudo, recolocándolo y quitando las astillas, drenó sangre y líquido sinovial, cerró la herida, suturó con veinte puntos, y finalmente colocó un vendaje. Sentí unas palmaditas en la mejilla y una voz de grave suavidad que me decía:
-Vamos, despierta, ya estás operado amigo.

Abrí los ojos con una sensación de bienestar, de euforia, nada me dolía y sabía que todo había ido bien, al menos razonablemente bien. Por las rendijas de la persiana se filtraba la claridad del día.
-Escúchame amigo, has tenido mucha suerte, ahora estás fuera de peligro. ¿Me comprendes lo que te estoy diciendo?
-Sí doctor.- Asentí con la cabeza. Nos miramos a los ojos. El doctor tenía un rostro venerable, anciano, triste, amable, dulce, depurado por el sufrimiento serenamente aceptado. O no sé si era la morfina la que me hacía percibir todo aquello, pero intuí que era una buena persona y sentí una inmensa gratitud hacia él.
-He podido salvar el brazo, un poco más y hubiera empezado a gangrenarse. También has estado en peligro de morir desangrado, o por la infección. Pero he llegado a tiempo. De todas formas no te hagas ilusiones, has perdido un trocito de hueso, y aunque soldará bien, dudo que puedas mover el brazo como antes, y mucho menos hacer esfuerzos.
-No importa doctor, muchas gracias. Estoy seguro que en un hospital no lo hubieran hecho mejor. Ivo, alcanza mi cazadora y dale al doctor su dinero.
-Gracias, en la mesilla les dejo los medicamentos que tiene que tomar, y la pauta. Dentro de unas horas, cuando le vuelva el dolor, que tome una cápsula de “adolonta”, no le inyectes más morfina, podría enmascarar una complicación, y además acostumbrarse. Vendré mañana por la tarde para desinfectar la herida y cambiar el vendaje. Ahora descansa, amigo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El tuerto. 89: La misión

El primer paso era encontrar a los hombres adecuados para encarar el trabajo, mejor dicho: la misión, porque de eso se trataba. La plantilla de Esparta S.A. contaba con numerosos candidatos, entre los que no me fue difícil seleccionar a los mejores.

Ivo, un exguerrillero serbo bosnio de treinta años, con una endiablada puntería que ejecutaba en una doble especialidad: era un buen francotirador, que había practicado mucho en Sarajevo, con fusil de larga distancia y mira telescópica; y sobre todo era un excelente tirador instintivo y ambidextro, capaz de disparar dos pistolas a la vez, una en cada mano, y acertar un noventa y cinco por ciento. Con esas cualidades, algún defecto había de tener: estaba loco, era un alcohólico y un psicópata paranoico, un individuo indisciplinado e imprevisible, casi imposible de controlar. Había conseguido huir de Bosnia nada más terminar la guerra. Intentó enrolarse en Francia, en la legión extranjera…Y le habían rechazado precisamente por sus desequilibrios mentales. Viajó a Madrid, donde le habíamos librado de la cárcel, acusado de un delito de agresión. Teo le había reclutado para la empresa, pero no figuraba oficialmente en la nómina, ya que no tenía sus papeles en regla. Probablemente su pasaporte era falso (como el mío, al llegar a España), y sin duda le buscaría la justicia Bosnia, tal vez incluso el Tribunal de La Haya. Así que cobraba su nómina en dinero negro y prestaba sus servicios de escolta de manera disimulada bajo la figura de chofer o simplemente de acompañante. Los clientes, sus protegidos, no solían soportarle mucho tiempo sus excentricidades. En aquel momento no tenía asignado ningún servicio.

Si alguien podía controlar a Ivo ese era Dimitri, un exmilitar ucraniano, de Kiev. Pasaba de los cincuenta, con abundantes entradas y prominente barriga. Sin embargo era el único al que Ivo respetaba, precisamente por ser su polo opuesto. Dimitri era calmado, astuto, prudente, sabía imponer su autoridad con la sola mirada de sus ojos grises, fríos. Había estado en Afganistán en los primeros años ochenta, cuando todavía formaba parte del glorioso ejército soviético. Conocía, pues, todas las tácticas guerrilleras, las había combatido y la prueba de su eficacia es que había sobrevivido. Confiaba en su instinto para el buen fin de la misión.

Marek, un polaco al que todos llamaban Marco, a la española. En realidad no tenía preparación militar ni policial, su profesión en Polonia era ingeniero, pero en España no había encontrado trabajo en su especialidad y se había reconvertido a las tareas de vigilante de seguridad. A pesar de poca experiencia, lo elegí porque en las pruebas de tiro resultó ser también un excelente tirador, sin llegar a la altura de Ivo. Además, tenía buen carácter, era laborioso, leal, muy inteligente, un hombre de recursos. En suma, podía actuar de elemento integrador en el equipo y había demostrado que en un momento necesario podía servir para todo.

El segundo paso era informarles de la misión a realizar y conseguir que aceptaran. Les dije la verdad desde el principio:
-Chicos, se trata de que nos deis protección a mi amigo y a mi, en una digamos entrevista o reunión que vamos a tener con unos individuos que pueden ser peligrosos. De momento no puedo entrar en detalles, se trata de un trabajo ilegal, no estaréis por cuenta de la empresa, sino mía, por tanto es voluntario. A cambio estará muy bien pagado. Medio millón de pesetas a cada uno por apenas unos cuantos días de preparación, estar disponibles, y una operación que en sí apenas durará unos minutos. Por supuesto no se trata de ningún robo, sino al contrario, de que no nos roben a nosotros, es lo único que os puedo decir. A los que aceptéis se os contarán los detalles con antelación y podréis incluso dar vuestra opinión, sin que ello signifique aceptarla.

Naturalmente no hubo que hacer ningún esfuerzo para persuadir al loco Ivo, estaba deseoso de acción. De hecho era el aburrimiento lo que le mataba y le hacía consumir alcohol en grandes cantidades. Tan pronto supo de la operación se mantuvo sobrio y concentrado. En cambio el prudente Marco no quería involucrarse en nada ilegal. Tuve que vencer su resistencia doblando la cantidad a percibir por cada uno de ellos, un millón de pesetas. Dimitri, además, como buen militar quería tener el mando operativo.
-Tú estarás al mando de Ivo y Marco,-le respondí- pero la operación es de mi amigo y mía.- Dimitri asintió. De hecho fue de los tres al primero que le conté los detalles de la misión, tan pronto llegamos a las islas Canarias y estábamos instalados discretamente en cinco habitaciones de mi hotel en Puerto Mogán, ya terminado y habitable, si bien todavía no estaba abierto al público por cuestiones de papeles y licencias de apertura.

Estudie con Dimitri el material necesario y a través de Esparta hicimos la compra: armas, munición, chalecos antibala. Para disparar a dos manos Ivo prefería que fueran revólveres, ya que no precisan montar; en caso contrario tendría que llevar las pistolas ya alimentadas, es decir, el cartucho ya en la recámara, con el riesgo que ello suponía de disparo accidental. Mostró su deseo de llevar dos Colt 45, pero aquí no se encuentran armas de esa marca y calibre, tuvo que conformarse con Astra 38 especial. Yo también escogí un revólver, ya que llevaría la mano izquierda ocupada con el maletín y tampoco podría montar el arma. A Charlie le conseguimos una pistola BUL M5 de 9 mm. Y para Marco y Dimitri, que nos cubrirían desde la retaguardia, conseguimos dos subfusiles HK Calibre 45. Por si acaso, compramos también para Charlie un fusil de precisión, Stoner SR25, con mira telescópica.

Los chalecos eran de tipo militar, tamaño largo, con protección de cuello, costado y pelvis. Menos mal que era invierno, porque si no nos hubiéramos asado. Por encima, para disimular, usaríamos unas cazadoras de tela impermeable, muy ligeras.

Elegidos los hombres y el material, la tercera parte consistía en elaborar un procedimiento que nos garantizase la seguridad, o al menos que redujese al mínimo los riesgos. Dimitri apuntó que lo esencial era elegir nosotros el sitio donde se efectuaría la entrega, un lugar que pudiéramos vigilar, limpiar previamente, y colocar a los hombres en lugares estratégicos, donde su rendimiento fuera el óptimo, por ejemplo a Ivo, el francotirador, en un emplazamiento elevado, en el cual su eficacia fuera máxima.

Estuve plenamente de acuerdo, pero fijar el lugar de encuentro supuso una ardua negociación con los colombianos. Ellos pretendían que fuéramos a buscar la mercancía al barco donde la tenían almacenada, el cual estaría navegando a corta distancia de la costa, y cuyas coordenadas nos darían horas antes de la entrega. Nos negamos rotundamente, ni siquiera hubo dudas en ninguno de nosotros, era evidente que de esa forma estaríamos totalmente vendidos, en alta mar, y a merced de un barco que no sabíamos de cuántos hombres y armas dispondría.

Yo no tenía prisa en concretar, porque aún estaba gestionando el cambio de divisa, de pesetas a dólares. Propusimos a los narcos que la entrega se hiciera en una nave del polígono industrial “El sebadal”, colindante al Puerto de Las Palmas. Un sitio perfecto para nosotros, ya que podríamos instalar cámaras de vigilancia, controlar los movimientos de los colombianos e inclusive apostar a Ivo de forma que tuviera a tiro tanto el interior como el exterior, a través de una ventana que dominaba la salida.
Pero aquí fueron ellos los que rechazaron sin contemplaciones la propuesta. Si no queríamos ir al mar, dijeron, tendríamos que ir al menos al muelle pantalán, donde fondearía provisionalmente el barco. Podríamos ir con una furgoneta hasta el inicio de la dársena, y allí, con un carrito hacer el trasvase del material.
El Charlie estaba de acuerdo, yo me quedé dudando, pero Dimitri, siempre cauto, se negó. Nada de acercarnos a ese barco, ni siquiera a la dársena, es el lugar ideal para que nos preparen una encerrona, sentenció, y al instante le comprendí. En efecto, un lugar estrecho, con yates y mar a ambos lados, mientras lo transitáramos seríamos un blanco fácil, aparte que podían tener una segunda embarcación desde la que atacarnos por sorpresa.

-Si quieren que la saquen ellos del barco y de la dársena. –Le dije a Charlie, para que a su vez se lo transmitiera a los colombianos.- El punto de reunión será un lugar neutral, el recodo del muelle, donde enlaza con la calle Luis Doreste. Allí hay una explanada discreta, con aparcamientos. Que vengan con la furgoneta cargada, una furgoneta de alquiler. Tú, Charlie, compruebas la mercancía, la calidad y la cantidad, ellos nos entregan las llaves de la furgoneta y les damos el dinero. Así no hay que descargar y cargar. Nosotros devolveremos la furgoneta a la empresa de alquiler. Sencillo, ¿no? Es nuestra última propuesta, si no aceptan se terminaron las negociaciones, no hay trato. Ah, y que venga personalmente tu contacto, el representante del cártel. ¿Cómo se llama?
-Corbacho.
Aceptaron.
El día fijado, minutos antes de la hora señalada, llegamos a la explanada en un solo vehículo, un Ford Escort 16 válvulas. Nos situamos en el fondo del recodo, mirando a la entrada; a nuestra izquierda un muro nos separaba de la avenida Bethencourt, se oía el tránsito de coches; a la derecha otro muro, y a nuestra espalda una abertura de unos tres metros que daba a un camino de tierra paralelo al mar, entre el muro y la escollera: nuestra puerta de escape en caso de necesidad. Con el motor en marcha bajamos Charlie y yo. En mi mano izquierda el maletín con el dinero, un “samsonite” de acero, atado con una cadena y un candado a mi muñeca, para evitar que me lo arrebataran. Al volante Marco, su metralleta pasó a reposar en el asiento del copiloto. Detrás permaneció Dimitri, con el subfusil en las rodillas. Ivo, nervioso, salió también a estirar las piernas. La explanada estaba casi vacía, a aquella última hora de la tarde sólo quedaban un par de coches, seguramente de algún rezagado trabajador del muelle. Esperamos cosa de media hora, nos estábamos impacientando.

-Si no aparecen en diez minutos nos largamos.-Le dije a Charlie. En ese momento los vimos entrar, delante un Renault 21 con las luces ya encendidas. Detrás la furgoneta. Subimos todos al coche y nos acercamos a ellos, en mitad de la explanada, para no quedar encerrados y no perder de vista la trasera de la furgoneta. Charlie y yo nos adelantamos, Ivo se quedó de pie con la portezuela abierta, los otros dos dentro. Charlie saludó a uno de los tipos y me lo presentó.
-Este es Leocadio, el lugarteniente de Corbacho.
-Yo soy Ralph.- Dije, recurriendo a mi antiguo nombre de guerra. No me gustó el tipo, sonreía demasiado sin venir a cuento, me pareció falso.- ¿Pero dónde está Corbacho? Quedamos en que vendría.
-No ha podido ser, la policía le está siguiendo los pasos y hubiera sido temerario.
-Esto no es lo acordado.
-Lo que importa es que trajimos hasta acá la mercancía, como ustedes querían. Espero que hayan traído la plata.
-Por supuesto, ¿qué cree que tengo si no en el maletín?
-Queremos verla.-Sí, pero antes veamos la mercancía.
-Claro. –Leocadio le hizo seña a uno de sus secuaces y éste se acercó con un paquete. Charlie lo abrió, cogió un pellizco del polvo blanco y lo probó con la lengua. Su cara mostró satisfacción.
-Es superior.
-Ahora la plata.
Con el pulgar derecho introduje la combinación, abrí un poco el maletín y les mostré fugazmente los billetes, saqué un fajo, cerré de nuevo el maletín y desplegué ante sus ojos el dinero.
-Cinco millones de dólares, como ustedes querían.-Recalqué.- No ha sido fácil cambiar tanta divisa. Y ahora si no le importa, mi amigo subirá a la furgoneta y comprobará el resto de la mercancía, como hemos acordado.
-No querrá abrir todos los paquetes…
-Claro que no, sólo unos cuantos.
Charlie subió a la furgoneta, yo desde fuera le acompañé con la mirada y acto seguido giré el cuello hacia atrás y le hice una seña de alerta a Ivo, levantando las cejas. Charlie me hizo un gesto negativo desde la furgoneta, había abierto en total tres paquetes, de diversas cajas al azar, y salió pálido de la furgoneta.
-Esto son polvos de talco.- Dijo. Y fue lo último que dijo. El tal Leocadio de repente empuñaba una pistola y le descerrajó un tiro en la cabeza a Charlie. Yo sólo tuve tiempo de proteger la mía con el maletín de acero. En un segundo me llovieron disparos de todas partes. El maletín me golpeó la cabeza, por la fuerza de los proyectiles, pero resistió. Caí al suelo derribado por los impactos en el pecho. Pero sobre todo sentí un dolor abrasador en el brazo izquierdo, a la altura del codo. De repente cesó el tiroteo, tan bruscamente como había comenzado. Ivo había eliminado a cuatro de ellos. Los otros dos intentaron huir, uno al volante del Renault, y el otro en la furgoneta. Pero Marco y Dimitri, los acribillaron con los subfusiles.

Rápidamente Ivo se llegó a mi lado y examinó mi brazo izquierdo herido, que aún portaba el maletín. Con celeridad extrajo su navaja, cortó la manga de mi cazadora y con ella me hizo un torniquete para detener la hemorragia. Al ver la destreza con que manejaba la navaja pensé que era una similitud más entre nosotros dos, y no pude evitar agradecer a la legión francesa su error de no haber admitido a Ivo en sus filas. Mientras, Marco y Dimitri habían depositado a Charlie, el cadáver de Charlie para ser exactos, en el maletero. No podíamos dejarlo allí. De ninguna manera. Me incorporé con la ayuda de Ivo, entramos en la parte posterior del Ford Escort, y escapamos a toda velocidad.

jueves, 11 de diciembre de 2008

El tuerto. 88: Buenos “negosios”.

Todavía no sé porqué acepté participar en aquel disparate que me propuso Charlie. Es verdad que me lo pidió como un favor, que casi me echó en cara todo lo que él había hecho por mí, y no hacía falta mencionarlo ni entrar en detalles. Cómo podría olvidar que fue él quien me ayudó a establecerme en Tenerife cuando yo no era nada, menos que nada, era un perseguido de la justicia. Gracias a su ayuda conseguí mi permiso de residencia; Charlie me facilitó entrar en aquel primer golpe que me alejó de la miseria cuando ya se me estaban acabando las reservas monetarias; colaboró conmigo en el negocio de las facturas, tuvo que torear con drogadictos; me ayudó a liquidar al Philip, y también estuvo en lo del Guti.

No cabe duda de que además yo le había tenido últimamente un poquito abandonado a su propia suerte. El Charlie no terminaba de encajar en mis negocios. Para operaciones puntuales servía muy bien, pero no podía tener un papel permanente en ninguna empresa, ni en la gestión inmobiliaria, ni en la reciente empresa de seguridad, ni en la futura constructora. En un intento de que sentara la cabeza le ofrecí ser el director del hotel que estábamos a punto de inaugurar, pero lo rechazó con argumentos aplastantes, el no era un gerente, el era un relaciones públicas, un hombre simpático, sociable, lleno de contactos, un intermediario perfecto, pero incapaz de planificar, ni de organizar nada.

Lo único en lo que había sabido encontrar su hueco era el comercio…de la droga. Para eso era perfecto, porque su negocio no requería ningún establecimiento permanente, ni oficina, ni licencias, ni abogados, ni contratos por escrito, ni cotizaciones a la seguridad social, ni contabilidad, ni balances, ni libros de registro, ni nada. Sólo requería lo que él sabía dar mejor que nadie: una pequeña frase amistosa, una palabra deslizada como casualmente, “si quieres algo para pasarlo bien, ya sabes”, y un rápido trueque, así es como empezó. Su clientela fue numerosa, fiel, y hasta ahora nunca le habían traicionado, no sé si por azar o porque había sabido seleccionar. Con el tiempo, y paulatinamente, ascendió de tener una red de clientes a tener una red de camellos. Pasó de manejar unos cientos de gramos, a decenas de kilos.

Y en esto se fue de vacaciones a Inglaterra. Allí, además de conocer a Yasmín y traerse a Moon, amplió su agenda de contactos de cara a una ampliación de su negocio. Con esa trayectoria era inevitable que terminaran presentándole al apoderado del cártel de Cali para Europa. Fue en una de esas fiestas a las que él asistía con frecuencia, invitado por un magnate vicioso. Ya habían oído hablar el uno del otro, por lo que ni siquiera fue sorpresa la frase pronunciada por el caleño.
-Usted y yo podríamos “haser” buenos “negosios”.- Esa fue la frase que a Charlie le impactó, se le quedó grabada como una obsesión.

También es cierto que intenté convencerle de que desistiera de su plan.
-Mira, Charlie, no te dejes fascinar por ese mundillo; es difícil entrar, pero salir es imposible. Una vez que te metas nunca dejarán que te marches. ¿No querías casarte con Yasmín y llevar una vida respetable? Pues de ese modo nunca lo conseguirás.
-Sólo quiero hacer una operación y retirarme.
-Eso no te lo crees ni tú. ¿Cómo sabes que no es una trampa? ¿Y si el tipo ese lo que quiere es quedarse con tu dinero y quitarte de en medio? ¿No se te ha ocurrido pensar que cuando empieces a inundar de cocaína todas las islas, las canarias y las británicas, le estarás quitando el negocio a otros, y lógicamente querrán eliminarte?
-Joder, tuerto, para eso es para lo que te necesito a ti y a tus hombres, para protegerme en esta operación. Necesito tu olfato para detectar si algo va mal, y también para que organices todo, ya sabes que yo no sirvo para eso.
-¿Y para financiar la compra?
-En realidad también te necesito. Hay que pagar en dólares y querría que tú hicieras el cambio de divisa. Y…bueno, aún no hemos fijado la cantidad exacta ni el precio, si quieres entrar como socio podemos aumentar la compra; eso reduciría el precio por kilo y aumentaría el beneficio a repartir.
-¿De qué cantidad estamos hablando?
-Yo había pensado comprar trescientos kilos, tres millones de dólares, pero si tú entras podríamos doblar la cantidad, seiscientos kilos nos saldrían por cinco millones. Iríamos a partes iguales, como en los viejos tiempos…
-¿Estás loco?¿Pero dónde piensas colocar tamaña cantidad de coca?
-Tranquilo, tuerto, tú sabes de tu negocio, pero yo conozco bien el mío. Tengo una docena de camellos por todas las islas que venden cada uno entre cincuenta y cien gramos diarios, en total de seis a ocho kilos por semana. La gente consume coca a raudales, todo el mundo la consume, los ejecutivos para tener claridad mental en sus negocios, los políticos para mantenerse despiertos en sus maratonianas reuniones de partido, los estudiantes para divertirse en la discoteca…
-Aún así, tardarías un año en vender 400 kilos.
-Déjame terminar. La realidad, es que ahora mismo la demanda de coca es muy fuerte. Si no vendemos más no es por falta de clientes, sino porque se nos termina la mercancía. Muchos drogadictos tienen que contentarse y engañar el síndrome de abstinencia con sucedáneos, anfetaminas, tranquilizantes, o cualquier mierda que les trastorne la mente. Estoy seguro de que podríamos ampliar la venta. Y además, tengo un contacto en Londres para enviarle una mula con un par de kilitos a la semana.
-¿Una mula?
-Si, coño, un tipo en avión, un don nadie, un “pringao”, como dicen aquí…Bueno, ¿qué respondes? Ten en cuenta que en ocho o diez meses a lo sumo, habremos triplicado el capital.
-Lo estudiaré.

La siguiente vez que hablamos del tema le solté una batería de objeciones y peligros, pero cuando alguien está decidido a hacer una cosa, al final la hace.
-Mira, Charlie, todos esos drogadictos, esas docenas, cientos de clientes. ¿Quién te dice que alguno de ellos no es chivato de la policía? No digo por gusto, nadie es chivato por gusto, sino porque le han detenido con droga encima y para salvar su culo se pone a dar nombres…
-No te preocupes, sólo podrían dar el nombre de mi camello, hace tiempo que no trato directamente con clientes, excepto unos pocos de mi absoluta confianza.
-Bueno, piensa otra cosa: el tipo al que le estás comprando, si haces esta operación le vas a dejar de comprar, te perderá como cliente, ¿crees que le va a gustar? Tal vez intente joderte…
-Si, ya había pensado en ello. Ese tipo a su vez le compra a los del cártel de Medellín. Creo que lo mejor sería que me dejaras uno de tus hombres como escolta, durante unos meses…
-Ya veremos, todavía no tengo decidido si hacerlo o no. Pero quiero que me prometas que no harás nada por tu cuenta.
-Eso no puedo prometértelo.
-O sea, que de todas maneras lo harás, conmigo o sin mi.
-Es posible.-Dijo, enigmáticamente.- Lo cual, para mi significaba que sí, que de todos modos lo haría. Eso fue lo que me decidió a participar. Pensé que si yo lo organizaba, al menos tendría una oportunidad de que saliera bien.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El tuerto. 87: La mujer de las diez y diez.

El hotel de Puerto Mogán ya estaba casi terminado. Las obras, con la nueva constructora, habían avanzado a buen ritmo y cumpliendo la calidad pactada. Los Toscos estaban más que satisfechos, ilusionados con el negocio que se avecinaba. Cien habitaciones, restaurante, discoteca, piscina y pista de tenis. Las cuatro estrellas estarían aseguradas, y lucharíamos por la quinta.

Sin embargo, mantuve una conversación con Teo y Blas el día que finalmente constituimos “Esparta, S.A”. Firmamos en la notaría temprano, a las diez y media; Lucía, después de aceptar el cargo de consejera delegada, se marchó a toda prisa al juzgado, tenía que practicar una diligencia en ejecución hipotecaria contra uno de mis deudores. Nosotros tres, Blas, Teo y yo, nos fuimos a tomar un café.

Esa charla me dio la idea de introducir una pequeña modificación de última hora. Al lado del hotel, en la zona destinada a aparcamiento, construiría un casino, y el aparcamiento quedaría subterráneo. No sería un gran casino, ni siquiera mediano, bastaría con uno pequeño para empezar. Tendría una sala de máquinas tragaperras, una sala de bingo, y otra con ruleta, black jack y distintas modalidades de póker. Después, si el negocio funcionaba, ya habría tiempo de ampliar.

Tomando sorbos de su carajillo, Blas me relató su investigación sobre los hurtos en el casino, aquella historia que apenas había empezado a contar en el almuerzo rústico, y que primero yo interrumpí con mi urgencia mingitoria, y finalmente quedó aparcada (pero no olvidada) cuando pasaron a proponerme la empresa de seguridad.

-El gerente del casino estaba convencido de que había un ladrón, pero yo no lo veía claro. Las cámaras no detectaron nada sospechoso.
-¿Sospechoso como qué?
- Hay muchas maneras de estafar a un casino, por ejemplo, un jugador que obtiene ganancias repetidas y abundantes se convierte en sospechoso de estar haciendo trampas. Se le vigila de cerca, si no se descubre el truco se le invita amablemente a no volver, y si se descubre se le denuncia. Más fácil aún si se tiene la complicidad de un empleado, en ese caso en una mesa determinada se producen demasiadas ganancias por uno o varios jugadores. Nada de esto detectamos. Pasamos entonces a investigar a todos los empleados, uno por uno, sus costumbres, su patrimonio, sus deudas, etc. Y nada, tampoco encontramos nada. Yo, la verdad, empecé a dudar de que realmente existieran los robos. Se lo dije al gerente:

“-Mire, me parece que estamos perdiendo el tiempo, ¿Qué le hace estar tan seguro de que alguien roba?
-Los ingresos han disminuido casi un cinco por ciento en los dos últimos años; en cambio las entradas de clientes se han mantenido estables, incluso han subido ligeramente.
-Pero eso puede ser porque los que entran se gastan menos dinero, debido a la crisis.
-No, porque las ventas de cartones de bingo, que están contabilizadas, ya que cada cartón queda inutilizado después de usarlo, se han mantenido. Y la recaudación de las máquinas tragaperras, ha aumentado ligeramente. Las que han bajado han sido las fichas de juego, de ruleta y póker, justamente las que no están controladas, porque son reutilizables.
-Pues entonces ponga un sistema de control de esas fichas.
-Tenemos un control de fichas en caja, de fichas vendidas, de fichas recuperadas, y fichas pagadas, pero es imposible establecer un control exacto de lo que se llama ficha flotante.
-¿Y eso qué es?
-Muy sencillo, las fichas, en cada jornada, parten de la caja, las llamamos fichas en caja. Las que se venden a los clientes son fichas vendidas. Las que el croupier gana para la banca se llaman fichas recuperadas. Pero…-hizo una pausa- las fichas que están en manos del cliente, ni siquiera están en la mesa de apuestas, esas no podemos saber la cantidad exacta en cada momento. De vez en cuando hacemos un control por sorpresa de las fichas en caja, lo llamamos control de ficha flotante, porque si del número total de fichas restamos las que hay en caja, y las que se han recuperado en mesa, obtenemos la cifra de fichas flotantes.
-Puede que el ladrón sea el cajero.- Sugerí.- Es el que más fácil lo tiene. Le bastaría con un solo cómplice, le entregaría más fichas de las realmente vendidas, y luego las anotaría como fichas pagadas.
-Tal vez.- Dijo el gerente.- Pero necesitamos demostrarlo. El cajero es un respetable señor de cincuenta y seis años, lleva trabajando con nosotros más de diez, le falta relativamente poco para jubilarse, no tendría sentido que se arriesgara, y los robos sólo se han empezado a producir hace año y medio más o menos. Además, por lo que sabemos, este hombre lleva una vida intachable.
-¿Pero porqué no le despiden sin más? Si, los robos dejan de producirse es que era él…
-Mire, no nos gusta dar palos de ciego, y menos aún dejar en la calle a un honrado padre de familia. Aparte que el Juez declararía nulo ese despido y tendríamos que readmitirlo o indemnizarle fuertemente. Esa solución ya la hemos pensado, pero no nos gusta. Le repito que necesitamos pruebas.
-Pues entonces sólo me queda infiltrarme en el casino como un empleado más.
-Haga lo que tenga que hacer”.

-Así que me firmaron un contrato de trabajo, me dieron de alta en la seguridad social, me vi vestido con el smoking y la pajarita, el uniforme del casino. Y ahí empezó lo divertido.
-¿Qué es lo divertido?
-Todo lo que aprendí, de la gente, de sus ingenuas pasiones. Hasta qué punto pueden ser estúpidos. Puedo comprender que alguien vaya al casino una vez, a probar suerte, a saciar su curiosidad. Pero que alguien acuda habitualmente, por hábito, por costumbre, por adicción, sabiendo positivamente que van a perder, porque la estadística no falla, a la larga siempre se pierde. Eso es que no lo entiendo, o no lo entendía, porque después de mi corta experiencia de croupier en la mesa de póker descubierto he intuido que detrás de esa pauta de conducta se esconde un vacío existencial, una búsqueda inútil de algún tipo de sensación, aunque sea sólo la fugaz emoción que experimentan mientras la ruleta está girando. Un casino es un laboratorio de sensaciones y de comportamiento humano, y el póker no es un juego de cartas, es un juego de psicología.
-Caray, estás hecho un filósofo.- Le cortó Teo.
-Pero todos tenemos nuestros agujeros negros, y los intentamos tapar de una manera u otra.- Dije, pensando sobre todo en mí mismo y en cómo satisfacía mi ansia de emoción buscando en los confines de la legalidad.
-Sí, pero no todo fue filosofía, también tuve tiempo de, bueno…me enrollé con una de las camareras, Vicky, eso fue lo mejor…creo. Yo, la verdad es que no tenía ninguna intención de complicarme la vida en medio de aquella investigación, sobre todo porque necesitaba tener los ojos bien abiertos si quería descubrir qué era lo que estaba pasando. Pero supongo que fue esa indiferencia lo que la picó a ella, porque la nena está buenísima, con una carita de muñeca y un cuerpazo de modelo, y no voy a dar más detalles a estas horas. El caso es que empezó a bromear conmigo, tirándome pullas, intentando burlarse de mí, a cuenta de mi supuesta inexperiencia como croupier. Yo le seguí el juego, me hice aún más el gilipollas. Me di cuenta de que la tía era una chula, narcisista, suspicaz y un pelín agresiva, y yo también soy muy chulo. En otro contexto habríamos acabado a hostias, pero allí no me interesaba dar la nota. A Vicky le gusta burlarse de los demás, pero su sentido del humor no le alcanza para reírse de sí misma.

A mi, la verdad, no me interesaban sus aventuras donjuanescas, sino lo otro, la investigación sobre los robos. Estuve tentado de interrumpirle otra vez mediante la técnica de irme al baño, pero luego pensé que podía ocurrir como la anterior ocasión, que me quedé sin saber el final de la historia, y decidí aguantar y seguirle el hilo.

-Empecé a llevarla a su casa en mi coche, al salir del trabajo. Ella vive en Aluche, me pillaba de paso hacia Móstoles. Por el camino me contaba su vida, se había separado recientemente de su novio de toda la vida, el tío le ponía los cuernos con unas y con otras. Yo le seguía la corriente, pero con moderación: “Qué imbécil, mira que no apreciar lo que tenía”…Pero sin caer en mis frases de halago típicas. La elogiaba, pero muy sutilmente. La verdad es que llegué a pensar que sólo me quería para un rollito de amigos, para contarme sus penas, y lo malos que somos los hombres, y lo buena que es ella. Yo sin hacer nada, sin dar un paso.

Y yo impacientándome, con ganas de preguntarle: “Si, pero ¿qué pasa con los robos?”, y me mordía la lengua, “déjale que termine, porque éste en cualquier momento se larga a ver a un cliente y te quedas con la curiosidad”.

-Entonces, una noche, se me echó a llorar, contándome que el ex-novio la estaba puteando, con una casa que habían comprado a medias y en la que él seguía viviendo y se negaba a liquidar, pero la hipoteca la tenían que pagar entre los dos. Yo la abracé para consolarla, pensando que era una faceta más de mis obligaciones como amigo. Pero ella me empezó a besar, primero en las mejillas, luego en los labios, y después…pero no os voy a contar detalles.
-Si, ya sabemos, sobre todo a estas horas.-Corroboró Teo.
-El caso es que me dijo que no quería pasar la noche sola, etc, y yo en lugar de irme a mi casa de Móstoles la llevé a un discreto apartamento en la zona de Nuevos Ministerios, que uso como picadero para mis aventurillas. En esta ocasión mi doble vida era completa, profesional y personal.

A mi todo aquello me parecía una pérdida de tiempo y un derroche de energías, pero Blas estaba tan orgulloso relatando su hazaña que ni Teo ni yo nos atrevíamos a cortarle. Hasta que hizo ademán de mirar el reloj mientras apuraba el último sorbo de su carajillo.
-Ah, no, de aquí no te vas sin antes revelarnos quién era el ladrón.
-Pues en honor a la verdad debo decir que fue una mezcla de casualidad y perseverancia que lo descubriéramos.
-Casualidad y una leche.- Dijo Teo.- En realidad fui yo quien lo descubrí, no lo olvides.
-Sí, pero con la información que yo te di, pues fui yo quien te dije lo que tenías que buscar. Lo cierto es que el principal sospechoso, por lógica, por ocasión, por oportunidades, era y seguía siendo el cajero, así que le dije a Teo que repasara una y otra vez las grabaciones de la caja, sobre todo las entregas de fichas. Hasta que lo descubrió.
-Vamos, que mientras tú estabas tirándote a la camarera yo me chupaba horas y horas de aburrida grabación,-se quejó Teo,- a cámara lenta, para observar entregas de dinero, entregas de fichas, así una y otra vez. Y de repente lo descubrí, allí estaba, allí había estado todo el tiempo. Llegaba la mujer, en hora de máxima afluencia, entregaba diez billetes de mil, y dos billetes de cinco mil, y decía: “diez y diez”, y el cajero, sin apenas mirarla, le entregaba diez fichas de mil, y, atención...diez fichas de diez mil.
-El plan era casi perfecto.-Concluyó Blas.- Si alguien lo hubiera advertido, o si el control de ficha flotante lo hubiera detectado, el cajero siempre podría haber alegado que había sido un error, un simple error. Pero el control de ficha flotante, como yo ya había observado, nunca se hacía en horas de máxima afluencia de clientela, entre otras cosas porque eso habría supuesto interrumpir la venta de fichas, y en definitiva habría perjudicado el negocio más que aquel robo continuado.
-¿Y quién era la mujer cómplice?
-Pues ahí está lo bueno, y por eso no habíamos percibido nada sospechoso en el comportamiento del cajero a pesar de que le habíamos vigilado. Y es que esa mujer, “la mujer de las diez y diez” la bautizamos, era su amante, claro está, pero además era…su vecina. Por eso el honrado padre de familia no salía del edificio, del trabajo al edificio y del edificio al trabajo, a robar un poco para su amante y para la jubilación. Por cierto, el golpe no les salió mal, después de todo. Sólo conservábamos cinco grabaciones, todas las anteriores se habían ido borrando, como no se había encontrado nada…así que de momento están en libertad provisional bajo fianza. Y de los quince o veinte millones que habrán robado sólo se podrán demostrar unas quinientas mil pesetillas. Hay golpes que aunque te pillen merecen la pena, ¿no?

viernes, 21 de noviembre de 2008

El tuerto. 86: Just Moon

Es más de medianoche, Rosita está tumbada en la cama, sola, el tuerto se ha ido a Tenerife, a realizar otro de sus negocios, a comprar un nuevo terreno rústico y después a una entrevista con un concejal, para “impulsar” la correspondiente recalificación. A la entrevista irá acompañado de Mario, el sobrino de don Luis, y pertrechado con la grabadora. Eso le ha contado por teléfono.

Con la luz de la mesilla encendida, mira el techo y repasa mentalmente lo sucedido. Esta tarde ha ido a la joyería, como casi todas las tardes. Yasmín estaba atendiendo a una clienta, una mujer alta, madura, elegante casi en exceso. Se ha llevado unos pendientes de oro y ha contemplado extasiada el collar de diamantes, pero no se ha decidido a comprarlo, vendrá otro día.

Rosita se ha puesto a clasificar una colección que ha llegado nueva. El trabajo es lento, a Rosita le gusta recrearse en la contemplación de perlas, zafiros, esmeraldas, todo un mundo de colores, brillos, un orden geométrico perfecto, sedante, seductor.

Pasan la tarde tranquilamente. La clientela entra con cuentagotas. Ambas aplican estrictamente las medidas de seguridad instaladas por el tuerto. Un cartel en la puerta avisa a los clientes, les pide disculpas por las molestias, les explica que han sufrido muchos atracos violentos y es por la seguridad de todos, también de los clientes, agradece su colaboración y garantiza su confidencialidad.

Para entrar el cliente debe pulsar un timbre, en ese momento la cámara de seguridad exterior graba su imagen. Si les infunde total confianza le abren, si no, le piden que exhiba la documentación. Todos los cristales, interiores y exteriores, del escaparate, de la puerta y del mostrador, son blindados. Dentro del establecimiento tampoco hay posibilidad de contacto entre empleada y cliente. En todo momento la exhibición del objeto se hace a través del cristal, y la compra y el pago se efectúa mediante una bandeja. Ni que decir tiene que hay una alarma conectada con la policía, y que basta pulsar un botoncito para hacerla saltar.

-¿Pero eso no disuadirá a muchos clientes de entrar siquiera? –A Rosa le parecen excesivas.
-Si alguno protesta o pide explicaciones, se le dice que a menudo hay rehenes, incluso muertos entre los clientes. Pero no quiero que se relajen las medidas ni lo más mínimo. Es preferible vender menos, pero con seguridad. A largo plazo, la clientela fiel apreciará el poder mirar y comprar con absoluta tranquilidad.

Casi nunca se acumulan más de dos compradores. En ese caso Rosita acude a ayudar a Yasmín. Un señor de mediana edad, distinguido, educado, bien trajeado, ha adquirido un anillo de oro y diamantes. Traía la medida dibujada en un papel, y ha explicado con precisión el diseño que buscaba. Yasmín, cuando ha terminado de atender, se ha aproximado discretamente, observando la operación.

-Es para mi prometida.- Ha explicado el hombre, sin que nadie le preguntara nada. Ha sacado un enorme fajo de billetes de cinco mil y ha pagado en efectivo el elevado precio, nada de tarjetas. Yasmín ha contado el dinero, y al tacto, con las yemas de los dedos, ha verificado su autenticidad.
-Intuyo que es para su amante.- Ha aventurado Rosa cuando se han quedado las dos solas.

A última hora han bajado los cierres metálicos y se han puesto a verificar la caja, la contabilidad, las facturas, los libros de registro. De repente Yasmín, que de vez en cuando echaba un vistazo al monitor conectado con la cámara exterior, ha dicho:
-Yo creo afuera unos tipos están esperandonos…
-¿Queé? –Rosa ha tardado unos segundos en comprender el alcance de sus palabras.
-Si, llevan veinte minutos calle arriba, calle abajo, y disimulan que se conocen entre sí, pero miran mucho a nuestra tienda. –Rosa observa el monitor unos minutos y comprueba que es cierto, es más, uno de ellos le suena su cara, como de haberle visto antes merodeando por allí, tal vez el día anterior.

-¿Dónde está Moon?
-Ha ido entregar unas joyas, él regresa rápido.
-Pues ya se está retrasando. Vamos a llamarle a su celular. –Moon tiene órdenes tajantes del tuerto de acompañarlas siempre al abrir y cerrar la joyería, justo los instantes en que son más vulnerables. El tuerto sabe bien que si tuviera que atracar su propia joyería ese sería el momento que elegiría.

-¿Dónde te has metido?
-Estoy en un atasco de tráfico, ya llego en cinco minutos.
-Menos mal. Escucha, hay unos tipos afuera, creo que nos quieren atracar.
-¿Qué aspecto tienen? –Rosa se los describe:
-Uno joven, unos 25 años, de un metro setenta, con el pelo largo, pantalones tejanos y cazadora deportiva. El otro de unos cuarenta años, pelo corto gris, gafas oscuras, pantalón de tela y abrigo largo.
-¿Veis algún coche que les esté esperando?
-Por la cámara no se ve ninguno, tal vez lo tengan más arriba. Ya sabes que aquí no se puede aparcar.
-Vale, tranquilas. ¿Estais preparadas?
-Si.
-Voy a subir el Jeep encima de la acera, en cuanto veais mi coche salís corriendo, os meteis en la parte trasera y os agachais bien.

Os agachais bien, por si hay tiros, piensa Moon, pero no lo dice, para no asustarlas más. En la última esquina, antes de tomar la calle, se detiene un instante, saca su pistola Walther de la sobaquera, le coloca el silenciador, y la monta deslizando suavemente la corredera hacia atrás, hasta insertar un cartucho en la recámara. Después la deja sobre el asiento del copiloto. Arranca despacio, gira la esquina y observa la calle, ya está, ya los ha visto a los dos individuos, el joven y el viejo. Más arriba se ve un auto, un Opel Kadett con un conductor dentro, seguramente ése es el coche y el tercer hombre. En ese instante Moon se alegra especialmente de que el tuerto le haya comprado un Jeep para sus desplazamientos, y no por subirse encima de la acera, eso lo hacen todos los coches, sino porque si el kadett intenta cortarle el paso no tiene duda de que lo embestirá, lo arrollará, lo arrastrará, se lo llevará por delante, lo que haga falta.

Se sube con fuerza y se detiene con un frenazo. Las chicas ya han subido el cierre metálico y están saliendo. Moon baja el cristal de su ventanilla, empuña la pistola y apunta hacia los tipos. Ya se han dado cuenta de la maniobra, vienen hacia acá, están en mitad de la calzada, están sacando sus armas.
-Quietos ahí, cabrones.
Moon apunta a uno y a otro, alternativamente. Los dos se quedan clavados, la cabeza rapada y la fiera expresión de Moon les deja petrificados en medio de la calzada. Los tres se miran mutuamente. En otras circunstancias Moon sabe que los mataría a los dos, sin titubear, si estuviera solo, si no hubiera testigos, pero sabe que su deber es proteger a las chicas, y además el coche está a nombre del tuerto, le metería en un lío. Los atracadores titubean unos segundos, los suficientes, las chicas ya están dentro y agachadas. Pone la primera y pisa el acelerador.
-Adios.


Rosita sigue tumbada, recordando. Al entrar en el Jeep le ha dado tiempo a ver fugazmente las armas de los atracadores. Le ha entrado un miedo, un temblor incontrolable. Lo suyo no son las armas, ni la violencia, lo suyo es el veneno y el engaño. Por un instante ha pensado: ya está aquí, éste es mi castigo, voy a morir. Se ha abrazado con Yasmín, jadeando de pánico durante unos instantes. Luego, cuando ha sentido que se alejaban de allí, y que nada ocurría, se ha ido poco a poco calmando, pero sin alcanzar la tranquilidad. Moon las ha llevado a casa, cerciorándose de que nadie les seguía.

-Anda, sube con nosotras, no nos dejes solas esta noche.
-Por supuesto. –Moon se siente protector hacia ellas, le encanta su papel, y además le profesa cierta admiración a Rosita, la chica del jefe. Yasmín prepara una cena ligera estilo de su país, un arroz basmati con verduras. Después han tomado una infusión relajante, pero no le ha servido de mucho. Moon estaba dispuesto a dormir en el sofá del salón, pero Yasmín ha tenido una idea mejor, ha despejado el cuarto que utiliza para pintar, y ha sacado una colchoneta hinchable de los tiempos en que peregrinaba por pensiones de mala muerte y compartía el dormitorio con varias personas más.

Y ahora Rosa tiene a Moon en el cuarto de al lado, casi le oye respirar, y piensa que le gustaría tocar su cabeza rapada, palpar la musculatura de sus brazos, dejarse rodear por ellos.
-A la porra. –Murmura, y se levanta sigilosamente, sale de su habitación y entra sin llamar en la de al lado.

Está clareando, anoche se les olvidó bajar la persiana. Rosita entreabre los ojos, a su lado en la colchoneta Moon duerme un sueño profundo, relajado. Se queda unos minutos escuchando su respiración acompasada. Luego le intenta despertar con ligeras caricias.
-Buenos díiaas…-Pero Moon no responde. Le zarandea suavemente.- Oye, Moon, despierta, que te quiero hacer una pregunta.
-¿Eh?
-¿Tú cómo te llamas?
-Moon.
-No, tonto, tu nombre de pila.
-Just Moon.- Sólo Moon.

viernes, 14 de noviembre de 2008

El tuerto. 85: Esparta, S.A.

En el baño, mientras me aliviaba, me di cuenta de que las dos copas de vino que había tomado se me habían subido a la cabeza, me encontraba en un estado de beatitud, de euforia. En ese momento me era indiferente la dieta, la hipertensión, la depresión. Me imaginé diciéndole a mi médico:
-Lo siento doctor, cuando mi sangre circula a presión normal me aburro, me deprimo, necesito estar activado.

Mientras regresaba a la mesa, caí en la cuenta que ya había transcurrido más de la mitad de la comida y, entre anécdotas y chistes, aún no habíamos entrado en materia. Al acercarme observé que Blas le decía cosas a Lucía, y ésta se ponía roja. Alcancé a oír las últimas palabras antes de que intentaran cambiar de conversación.
-Es que con una abogada como tú no me importaría estar procesado todos los días. –Lucía guardaba silencio, tímida.
-Pues te iba a salir caro en honorarios. –Tercié, mientras me sentaba.- Y por cierto, ¿te han pagado estos dos?
-Le pagaremos en especie, o en servicios especiales.- Saltó Blas.- Eso me recuerda que tengo una cita con un cliente y todavía no te hemos comentado el negocio que te queríamos proponer.
-¿Ah, sí? Pues cuenta. –La anécdota del casino quedó aparcada, en un segundo plano, para terminarla en otra ocasión.

-Queremos crear una empresa de seguridad, de ámbito nacional. Ya sabes que tengo contactos en la policía, y nos darían la licencia. Yo estoy cualificado para ejercer de director de seguridad y Teo puede conseguir contratos de vigilancia con algunos bancos y cadenas de supermercados, él conoce el sector.
-¿Cuáles son los requisitos?
-Verás, tenemos que tener un plantilla mínima de 25 vigilantes. Los primeros meses, hasta que se firmen contratos, no sé si tendríamos trabajo para todos, pero el salario base hay que pagárselo.
-Creo que no hace falta, -intervino Lucía-, con unos precontratos sería suficiente para conseguir la licencia. Cuando tienen que estar ya trabajando es para la primera inspección que efectúe la policía, que suele ser a los seis meses. Lo que puedes hacer, ya que tienes contactos, es que te avisen antes de la inspección, para en todo caso tenerlos contratados, haya servicios que prestar o no, esperemos que sí.
-Ah, vale, estupendo. –continuó Blas-, pues también necesitamos una oficina adecuada, con un armero y unas medidas de seguridad para custodiar las armas de los vigilantes; hay que darles unos cursillos de formación permanente, gestionarles las prácticas de tiro para que mantengan la licencia de armas, y un largo etcétera. Por otro lado, la sociedad tiene que ser anónima, con un capital mínimo de diez millones, un seguro de responsabilidad civil, y un aval bancario de veinte millones depositado en el Ministerio del Interior.
-Vale, y de todo eso, ¿qué es lo que os falta?
-Hemos reunido siete millones, para eso nos metimos en lo de la deuda de mi primo.- Intervino Teo.- Nos falta el resto del dinero, y sobre todo el aval bancario…
-Ya veo.- Me mostré un poco reticente, intenté aparentar indiferencia, pero por dentro ardía de interés. Armas, e información, dos de mis debilidades. Sobre todo información, el verdadero poder.- ¿Y qué pasaría con “Teo y Blas C.B.”? ¿Se integraría en la nueva sociedad como un departamento de investigación, o se quedaría aparte?
-Pues no lo hemos pensado mucho. La verdad es que no queremos estar toda la vida investigando a maridos cornudos…
-Es que no me refiero a eso, sino a tener otro tipo de investigación, comercial, industrial, ya sabéis.
-Ah, por supuesto que sí, eso nos interesa.
-Creo que jurídicamente habría que mantenerlo en una empresa aparte,- Intervino Lucía- podríamos transformarla en una S.L., -añadió, como si me hubiera leído el pensamiento, ya que esa era la fórmula de que yo pudiera entrar. Y me gustó ese “podríamos”, en primera persona del plural, desliz o indicio de que Lucía también estaba interesada.

-¿Y cuál es la propuesta que me haríais?
-A cambio de los tres millones que nos faltan, y del aval bancario, te daríamos una participación del cuarenta por ciento.
-No hago inversiones en porcentajes minoritarios, sólo me interesa si hay un equilibrio en el control de la sociedad. No quiero ser el convidado de piedra.
-Vaya, tú apuestas fuerte.- Dijo Teo.- ¿Cuál es tu oferta?
-Yo aportaría la mitad del capital social, que podemos fijarlo en ese diez mínimo, o en catorce, para tener más liquidez los primeros meses hasta que se firmen contratos. Además aporto el aval bancario sin ningún problema. A cambio…-Hice una pausa y les miré a todos uno por uno.- A cambio quiero el cincuenta por ciento de las acciones, un consejo de administración en el que estemos los tres, Blas, Teo y yo; además, si ella acepta, porque no me habéis dejado tiempo para consultárselo, Lucía sería la consejera delegada, -yo sabía que aceptaría, no era casualidad que me hubiera insistido para que acudiera al almuerzo, pero había que mantener la intriga-; Blas el director de seguridad, y Teo el jefe de personal. Y por último, eso mismo respecto de la nueva “Teo y Blas, S.L.”, especializada en investigación.

-Vamos, que quieres ser el jefe.-Protestó Blas.
-No, yo no quiero entrometerme para nada en vuestro trabajo, no es mi estilo, la jefa sería Lucía, si es que acepta. ¿No has dicho que con una abogada como ella no te importaría estar procesado? –Le restregué sus propias palabras.
-Qué cabrón.- Dijo Teo por lo bajo, mitad sorprendido, mitad divertido por mi audacia. Saqué la impresión de que Teo estaba de mi parte, en cambio Blas se levantó, creo que un poco molesto.
-Me tengo que ir, -dijo- ya seguiremos hablando.

Me estrechó la mano. A Lucía le dio dos besos. Estaba convencido de que aceptarían, sobre todo porque cualquiera que les consiguiera un aval de veinte millones les iba a pedir lo mismo que yo, y encima no disfrutarían de la eficaz abogada y tímida mujer, Lucía.

-¿Bueno, y qué hacemos con el Sebas? –Me preguntó Teo cuando nos quedamos los tres solos.
-Vosotros quiero que investiguéis a fondo con los bancos a los que les debe dinero. Quiero una relación completa, cuantía de la deuda, y sobre todo qué documentación ha presentado en cada uno de los bancos para conseguir que le concedan el crédito. Sospecho que algún dato ha debido falsear, los bancos no suelen prestar dinero alegremente. También quiero saber si la esposa, Ester, ha firmado alguno de esos créditos, o aparece su firma como avalista. Aunque me consta que tienen régimen de separación de bienes. A partir de ahí actuaré yo, soy cliente importante de algunos de esos bancos estafados. Hablaré con sus servicios jurídicos para que presenten querellas criminales contra él, necesitamos demostrar que ha habido estafa, y si además se ha cometido falsedad documental. No son delitos muy graves, pero lo suficiente para tenerle entretenido con las querellas una larga temporada, y tal vez unas vacaciones a la sombra, para reponerse de tanto sol de Ibiza. -Teo soltó una carcajada, la idea le pareció estupenda. Nos quedamos unos segundos en silencio. Y de paso que deje en paz a Ester, pensé, atendiendo al pedido de ésta. Luego, una vez que esté en la cárcel, aunque sea por poco tiempo, ya veremos la manera de acabar con él.

-Por cierto, volviendo a lo anterior, ¿Habéis pensado qué nombre ponerle a la empresa de seguridad? –Teo se quedó callado.
-Pues no.
-¿Qué os parece un nombre clásico de resonancia heróica, como por ejemplo Bizancio, Siracusa, Esparta? –Propuso Lucía.
-Esparta, ese me gusta. -Dijo Teo.
-Perfecto, -añadí- así puedes decirle a los clientes: “tranquilo, está usted protegido por Esparta”.

sábado, 8 de noviembre de 2008

El tuerto. 84: Los detectives silvestres.

Ester me dejó allí sentado, preguntándome quién había manipulado a quién; si toda la conversación no habría sido una estrategia para hacer que yo mismo me convenciera de lo inútil de mi postura y viera las ventajas de aceptar el acuerdo, liquidar el fideicomiso y finiquitar así ese parentesco que Don Fede nos había impuesto post mortem.

Después me quedé dudando qué haría con el tal Sebastián. Lucía, la abogada, ya me estaba representando como acusación particular contra él. En la duda opté por algo que ya se estaba convirtiendo en rutinario: contratar un detective para investigar y vigilar al Sebas. Si encontraba una oportunidad, tal vez le aplastaría de forma legal, y si no ya veríamos.

Salí de la cafetería. “No voy a hacer nada más, no tengo fuerzas, necesito descansar, esperaré”. La dieta, la hipertensión, la depresión, qué se yo.

Y sin embargo, no fue posible descansar mucho tiempo. Si yo no buscaba los negocios, parecía que los negocios me buscaban a mí.
El encargo al detective se lo encomendé a Lucía. No tenía ganas ni de ocuparme de eso. Ella escogió una agencia de una oscura oficina de la calle Gran Vía de Madrid. “Teo y Blas C.B.”, así se llamaba la agencia, en atención a los dos socios y únicos detectives que componían la plantilla. Teo era un antiguo vigilante jurado de un banco, que a base de cursillos se había reconvertido a labores de investigación hasta conseguir el título. Poca cultura, mediana inteligencia, pero mucha constancia, tesón, y fortaleza. Era de un pueblo de Toledo y tenía a gala sus orígenes campesinos. De vez en cuando hacía ostentación de rusticidad.

El otro, Blas, era un ex policía, expulsado del cuerpo debido a razones que nunca conseguimos averiguar con detalle. Unas veces daba a entender que fue por saltarse procedimientos y utilizar métodos expeditivos con los delincuentes. Otras dejaba entrever la sombra de la corrupción.

En un primer momento le hicieron varias vigilancias y seguimientos para saber a qué se dedicaba en la actualidad. En pocos días el Sebas asistió a fiestas, conciertos, discotecas y restaurantes. A pesar de lo cual parece que se aburría, ya que al cabo de una semana se marchó con destino a Ibiza, que era su principal residencia. Al mismo tiempo investigaron su situación financiera y fiscal. Accedieron, a través de un hacker, a la base de datos de la seguridad social, con el resultado de que en toda su vida sólo había cotizado 45 días, en su juventud, un exceso que no volvió a repetir. En Hacienda tampoco tenían noticias de su existencia. En compensación, los bancos sí que le conocían sobradamente, como cliente moroso que había obtenido múltiples créditos en distintas sucursales, ninguno de los cuales había satisfecho.

-¿Qué hacemos, nos desplazamos a Ibiza para seguirle los pasos, o lo dejamos en este punto? –Le preguntó Teo a Lucía, al entregarle el informe preliminar.- La verdad, les va a salir caro, y si lo que buscan es cobrarle alguna deuda me parece que lo tienen ustedes muy negro. Aunque hay otros métodos…-Insinuó.
-No, no se trata de ninguna deuda. Lo que desea mi cliente es información de este sujeto, para ver cuál es su punto débil.
-¿Su punto débil para qué?
-No lo sabemos aún, eso lo decidirá mi cliente.
-Si su cliente quiere darle un escarmiento, le podemos pegar una buena paliza…Y a propósito de palizas, aprovechando que es usted abogada, le quería comentar que mi socio y yo tenemos un juicio de faltas dentro de poco.
-¿Tiene aquí la citación? –Teo se la entregó.- Ya sabe usted, además aquí se lo pone, que no es necesario acudir con abogado…
-Ya, pero a Blas y a mí nos gustaría llevar una buena defensa, ya me entiende.
-Bueno, veo que es por una falta de lesiones y amenazas. Antes de aceptar el caso tendría que consultarlo con mi cliente, ya que tengo un contrato en exclusiva con él, para sus muchos asuntos, y es en realidad mi jefe. Pero podría contarme de qué se trata y así mientras lo voy pensando.
-Pues mi primo traspasó un restaurante que tenía, a este tipo, el que nos ha denunciado. El precio del traspaso eran diez millones, le pagó tres en efectivo, y los otros siete en letras de cambio. Y bueno, de esas letras no le ha pagado ninguna, todas han sido devueltas por el banco.
-¿Y qué hicieron ustedes?
-Pues le compramos las letras de cambio a mi primo, por el cuarenta por ciento.
-¿Le compraron la deuda?
-Sí, en realidad fue mi primo el que me lo propuso con mucha insistencia, estaba apurado de dinero. Así que Blas y yo pedimos un crédito al banco y se la compramos.
-¿Y después?
-Intentamos cobrarle, claro. Primero por las buenas, haciéndole visitas para recordarle su deuda. Unas veces nos daba veinte mil pesetas, otros días quince mil, lo que tenía en la caja en ese momento. Últimamente casi nunca nos daba nada, solía tener la caja vacía. Nos dimos cuenta que a ese paso no íbamos a terminar de cobrar en la vida, nos estaba tomando el pelo. Así que una noche que estábamos cabreados mi socio y yo, nos habíamos tomados unas copas, y fuimos a por él a su restaurante. Le dimos una buena somanta de hostias, y le dijimos que si no nos pagaba en veinticuatro horas le íbamos a matar. Al día siguiente el tipo estaba asustado y nos pagó todo lo que debía, la verdad, no sé de dónde sacaría el dinero, nos quedamos asombrados. Sin embargo, después se ha debido de arrepentir, o se le ha pasado el miedo, o alguien le ha aconsejado, porque el caso es que nos ha denunciado.

Eso fue lo que me contó Lucía, preguntándome si me parecía bien que les defendiera.
-¿Por qué no? Un simple juicio de faltas no te va a robar mucho tiempo…
-Claro que no, y siempre viene bien tener unos clientes que a la vez son nuestros detectives.

Lucía realizó una defensa eficaz, basándose en que el denunciante no había acudido de inmediato al centro médico, sino varios días después de los supuestos hechos, por lo que el informe de las lesiones no podía considerarse probatorio. Anulado este documento como prueba, lo único que había era la versión contradictoria entre el denunciante y los denunciados. Se acreditaba además que había un conflicto de intereses entre ambas partes, debido a los impagados, que cuestionaba la veracidad del denunciante. Los detectives fueron absueltos. Para celebrarlo, invitaron a Lucía a una comida. Esta les preguntó si podía acudir acompañada por su cliente, o sea yo, dado que había percibido la posibilidad de establecer una colaboración más estrecha, incluso permanente, entre nosotros, yo como cliente habitual, ellos como detectives. Teo Y Blas aceptaron encantados, de hecho les picaba la curiosidad por conocerme. Lucía casi me arrastró a esa comida, yo me resistía, instalado en mi pereza, en mi apatía. O tal vez quería saber hasta dónde llegaba su interés por incluirme.

-Creo que de esa comida puede salir algo interesante…Si tú estás. –Dijo Lucía.
-No sé a qué te refieres.
-Pues que si voy yo sola intentarán vacilar un poquito conmigo, ni siquiera ligarme, y eso será todo, no se hablará de nada más, aquí paz y después gloria.
-¿Y si voy qué puede pasar? Que no intentarán ligarte. Ya entiendo, quieres que te proteja de sus galanterías, eso es que temes no resistir…-Intenté bromear, pero me cortó. Sin embargo, vi para mi sorpresa que se había ruborizado, lo que me llevó a considerar que de algún modo había dado en el blanco.
-Mira jefe, a ti te interesa esto de los detectives, te encanta, lo sé. Tal vez no ocurra nada, pero no puedes perder la oportunidad de conocer a estos dos personajes, créeme, son atípicos.
-Está bien, tú ganas. –Creo que eso fue lo que me convenció, que mi abogada los calificara de atípicos. Sinceramente fui con la intención de divertirme un poco, al menos distraerme de mis obsesiones.
Lo primero que me llamó la atención, nada más verlos, era la aparente total disparidad entre ellos. Teo iba vestido como él era, rústico, un pantalón vaquero, una camisa y un jersey gastado algo arrugado. De estatura media, fuerte, robusto, y una incipiente barriga. Por el contrario, Blas Cuerda, así se me presentó mientras me estrechaba la mano, era guapo como un actor americano a punto de recibir el oscar. Alto, de más de un metro noventa, esbelto, ataviado con un elegante traje de Armani, perfumado, estirado. Al punto comprendí aquel rubor de Lucía, y el hecho de que apenas me hubiera contado de Blas. Los silencios y las omisiones también son significativos.

Ellos hablaban mucho, sobre todo Teo, y al mismo tiempo atacaban el jamón de bellota, la cecina, los pimientos. Era un almuerzo rústico, al estilo de Teo, pero muy sustancioso. Yo mismo comencé picando lentamente, probando una pizca de cada plato, y terminé cogiéndole el gustillo, olvidando mi dieta, mi salud y mi apatía. Escuchaba con interés y de vez en cuando hacía preguntas. Me contaban sus aventuras como investigadores. Enseguida me di cuenta que disfrutaban de su trabajo. Para ellos representaba la libertad casi total. Intuí cuál era el punto de encuentro entre un vigilante de banco que a fuerza de voluntad había conseguido el título de investigador, y un policía cuyos gustos y maneras difícilmente podían casar con la burocracia de los cuerpos de seguridad del estado. Teo era el encargado de las tareas de paciente vigilancia y seguimiento. Blas en cambio asumía los encargos más difíciles, arriesgados incluso, que requerían su inventiva, su capacidad para el disfraz, el engaño, para sonsacar la verdad a través de la mentira.

-Acabo de terminar un caso que me ha divertido mucho.- Se arrancó Blas, mediado ya el almuerzo.- En un casino llevaban tiempo sospechando que alguno de los empleados estaba robando parte del dinero. Simplemente los ingresos no se correspondían con el número de clientes que entraban. No sabían quién, ni cómo lo conseguía, pero alguien robaba. Colocamos cámaras ocultas de filmación, sin embargo el estudio de las grabaciones no proporcionó ninguna pista. Todos los movimientos y gestos de empleados y clientes eran aparentemente normales. Intentaron, por consejo mío, aprobar una norma que permitiera los registros a los empleados, pero el comité sindical se negó, amenazando con ir a los tribunales, porque atentaba contra la dignidad del trabajador. Así que sólo quedaba un camino.

-Espera un momento, tengo que ir al baño, -le interrumpí a mi pesar, pero tanta agua que bebía últimamente, por orden de mi dietista, me obligaba a hacer constantes excursiones a los inodoros, que por cierto la mayoría no hacen honor a su nombre- no cuentes nada hasta que regrese, no quiero perderme ningún detalle.

jueves, 30 de octubre de 2008

El tuerto. 83: Carta blanca

Me citó en el Irish Tavern del paseo de la castellana, a las cinco de la tarde. Yo me desplacé en taxi, últimamente ni siquiera tenía ganas de conducir, me daba pereza. Tampoco quería llevar a Moon de chofer, para que fuera testigo de mis andanzas. Y menos aún andar buscando el taxi por la calle, así que normalmente lo pedía por el teléfono celular, que últimamente se había convertido en mi herramienta imprescindible para todo, y estaba a punto de igualarse en importancia y afecto a la navaja que siempre llevaba conmigo, unas veces en el bolsillo y otras en el calcetín, dependiendo de las circunstancias.

Llegó puntual, cosa que me satisfizo, no me gusta la informalidad, y menos aún la gente que en la primera cita llega tarde, me parece un muy mal comienzo, sea cual sea la índole del encuentro. Yo acababa de pedir mi zumo de naranja. Me saludó con un familiar beso en la mejilla, rechazando la mano que yo le tendía, cortés pero prudente.
-Hola, Ester. ¿Qué quieres tomar?
-Un Chivas con hielo. Pero lo primero que quiero es saber cómo estás, y pedirte perdón por lo del juzgado.
-Pues estoy bien, gracias. Y tú no tienes la culpa del comportamiento de otros, aunque sea tu esposo.
-No debí dejar que Sebastián me acompañara, en realidad hay tantas cosa que no debí dejar que sucedieran…Pero no importa, ya pronto va a dejar de ser mi esposo, he pedido el divorcio.

En ese momento le sirvieron el Chivas, lo cual me ahorró tener que decir algo, porque en realidad no sabía qué decir. Guardamos silencio mientras ella paladeaba su whisky, dio varios tragos hasta tomar más de la mitad de la consumición. Sólo se me ocurría decir aquello de “todos cometemos errores, lo que importa es aprender a no repetirlos”, pero me sonó una tontería, preferí callar. En su lugar opté por un toque de humor, que tampoco sé si fue de muy buen gusto, pero lo dije.
-Veo que en el aprecio por el whisky sí que te pareces a tu padre. –Por un instante le cambió la expresión, me arrepentí de haberlo dicho. Pero luego recuperó la compostura y decidió tomárselo a broma.
-Sí, es cierto.- Sonrió.- Y también en la capacidad para conocer a las personas. En cambio nunca coincidimos en el afán por el dinero.
-Comprendo.- Yo también sonreí, me estaba devolviendo el golpe, lo cual interpreté como una buena señal, un signo de que nos estábamos entendiendo. Ester apuró su whisky e hizo un gesto al camarero de que le sirviera otro. Yo aproveché para pedir un segundo zumo, éste de melocotón, para que no me diera tanta acidez en el estómago. A estas alturas yo ni siquiera me preguntaba qué era lo que pretendía de mí. La calma con la que se lo tomaba todo, su aparente indiferencia, se me había contagiado. Yo tampoco tenía ninguna prisa por ir al grano.

-Ya sabes que me he retirado de la impugnación del testamento.
-Sí, me lo dijo el albacea.
-Os dejo a mi hermanita y a ti para que os peleéis.
-Gracias.
-No me des las gracias, no te arriendo la ganancia. En realidad me ha costado mucho entender todo esto…Entenderte a ti. –Noté que se estaba acercando a una zona caliente de la conversación. Tomó un largo trago de su segundo whisky, se demoró unos instantes contemplándome con una media sonrisa, mitad burlona, mitad cómplice. Yo me puse un poco tenso, la verdad, intuí que se avecinaba una revelación, algo importante. Por primera vez en mucho tiempo eché de menos mis pastillas tranquilizantes.

-¿Cuántos años tienes? –Caray, era la segunda vez en poco tiempo que me hacían la misma pregunta.
-Voy a cumplir veinticinco. –Le dije, como al enfermero, la edad que figura en mi pasaporte falso y en mi tarjeta de residencia. En realidad tengo uno más, voy a cumplir veintiséis, pero eso únicamente yo lo sé, ni siquiera Rosita. No por nada, sino para no crear confusiones inútiles. Al fin y al cabo, ¿Qué importa un año más o menos? La historia del pasaporte nunca llegué a conocerla del todo, pienso que utilizaron los datos y el pasaporte auténtico de alguien, y cambiaron sólo la foto y la huella, por eso la discordancia en la fecha de nacimiento.

-Desde el primer momento me pregunté qué pudo ver mi padre en ti para nombrarte su fideicomisario. En realidad, querido Peter, merced a ese testamento, ahora somos prácticamente parientes…De por vida.
-Creo que mi edad fue un factor que tuvo en cuenta, se supone que…
-Perdona, -me interrumpió en mi evasiva- pero no creo que fuera eso, no te eligió por tu edad, sino a pesar de ella. Te voy a ser sincera. –Hizo una pausa, que aprovechó para ingerir más whisky-. Hace unos meses contraté un detective para que te investigara. –Y al ver mi sorpresa intentó calmarme-. Tranquilo, no tengo ninguna intención de ir contra ti.
-Tampoco creo que pudieras hacer nada, Ester, simplemente confieso que me has sorprendido.- Esto último era cierto. Vaya, me dije, la última persona de quien hubiera imaginado esa estrategia. Yo poniendo detectives a unos y otros, atesorando dossieres, y resulta que la indolente Ester, la mujer instalada en un sueño de juventud, la niña mimada de su papá, que succionaba el whisky como si fuera biberón, había tenido la misma idea. Nunca subestimes al enemigo, menos aún si es enemiga.

-Mira, Peter, la diferencia entre mi hermana y yo, y lo aplico a mi cuñado y a Sebastián, es que a ellos les gusta creerse sus propias mentiras. Se inventan una teoría para culpar a los demás de sus contrariedades y terminan por convencerse de ella. En cambio a mi no, a mi me gusta saber la realidad. – El camarero le llenó el vaso por tercera vez y dejó la botella en la mesa.
-¿Y cuál es tu conclusión? -Adopté un tono desenfadado, volvimos a relajarnos.
-Lo primero que intuía es que si tú tenías negocios con mi padre, entonces te tiene que gustar mucho el dinero, hasta el punto de no reparar en medios ni en métodos para conseguirlo.
-¿Conocías mucho a tu padre en ese aspecto? –Quise desviar un poco la conversación. La verdad es que no me estaba gustando descubrir que alguien pudiera conocerme más de lo conveniente, sobre todo alguien a quien apenas había visto un par de veces y aquella era nuestra primera conversación.
-Mira, si he averiguado de ti, te puedes imaginar que de mi padre lo sé casi todo. Si te refieres a sus negocios sucios, vuestros negocios sucios –subrayó la palabra vuestros- si, los conozco, y no me interesan. Ni te preocupes, no pienso remover nada de eso. Pero a lo que iba, que me estás apartando del tema. Además de vuestra común ansia por el dinero, mi padre vio algo más en ti, algo que le inspiró seguridad, hasta el punto de confiarte nuestro futuro. Si, eres valiente, de eso no hay duda, y no te ibas a amedrentar por presiones ni amenazas. Pero la verdad es que la última oferta que se te hizo a través de tu abogada era muy generosa. ¿Por qué la rechazaste? Si sólo te interesase el dinero no tenía sentido, era mucho más práctico para ti coger tu parte y liquidar el fideicomiso, que no tener una mera propiedad futura que no te da más que gastos y dolor de cabeza.

-Dolor de nariz, para ser más exactos.- Bromeé de nuevo. Ester se rió, esta vez de buena gana. Pero tampoco así logré apartarla de su idea.
-Bueno, ya que no me respondes tú, lo haré yo por ti. Lo que mi padre percibió es que a ti, por encima de todo, lo que te gusta es hacer lo que te da la gana, o sea, tu santa voluntad.
-No lo había pensado en esos términos.
-Mi padre te consultó su idea antes de nombrarte, ¿no?
-Claro.
-Te convenció, ¿verdad?
-Si.
-Pues ahí lo tienes. Mi padre sabía que una vez que te hubiera convencido, que hubiera logrado que te gustara la idea, ya nada ni nadie te apartaría de ella, ni siquiera una oferta económica ventajosa, y mucho menos presiones o amenazas.
-Ya. –Dije escuetamente. No me gustaba nada el giro de la conversación. Ester parecía descubrir facetas de mi de las que yo mismo no era consciente.
Me quedé pensativo algunos instantes. Ella guardó silencio, como para dejarme que asimilara todas las implicaciones, y se sirvió nuevamente de la botella. Volví a preguntarme qué era lo que pretendía. Esta vez formulé la cuestión.

-¿Y qué pretendes, que yo mismo me convenza de que he sido manipulado por tu difunto padre, y cambie de opinión y os libere del fideicomiso? Muy sutil…
-Pues créeme que si la idea se me hubiera ocurrido antes de saber lo que sé de ti, lo hubiera intentado.
-¿Ah, si, y ahora ya no?
-Ahora sé que mi padre tenía razón. –Hizo otra pausa para beber un poco más; a estas alturas lo que me sorprendía era su resistencia al alcohol.- Tú tienes veinticuatro años, yo tengo cuarenta, pero tú has vivido el doble que yo. Conozco los negocios de joyas que hiciste con mi padre, sí, he hablado con algunos antiguos empleados, con su secretaria. Algo sé también del fraude fiscal que os traíais entre manos. Y por supuesto que se de tus actividades inmobiliarias. Tú pista se me pierde en Londres, no sé a qué te dedicabas antes de aterrizar en las Canarias…¿Por dónde iba? –Vaya, por fin se le empezaban a notar los efectos del whisky.
-Que tu padre tenía razón.
-Ah, sí. Mi padre nos educó para ser unas princesas. Esa fue su equivocación, nos protegió demasiado de un mundo duro y cruel. Cuando llegó la hora de la verdad, descubrió que no había príncipes para nosotras. Que ya no quedan príncipes en esta época que nos ha tocado vivir…Mira, a mi me gusta la vida contemplativa. A tu edad yo estaba en Katmandú, practicando el budismo, el amor libre y viviendo paraísos artificiales. –Ahora sí, por fin se le había subido todo el whisky a la cabeza, su voz se arrastraba, le costaba mover la lengua, su relato se hacía más lento, más delirante. Yo guardaba silencio, que hablara ella, que se descubriera.- A mi no me importa el dinero, -continuó- mientras no me falte. No quiero grandes lujos. Dentro de unos días me marcho a Irlanda, con una amiga.
-Encontrarás buen whisky.
-Ja, ja. Ya sé que me desprecias, pero no te lo reprocho. En el fondo me envidias, algún día lo descubrirás. Mientras tanto, lo que te quería decir, la conclusión de todo, es que me interesa que te quedes con el fideicomiso. Recibir todos los meses una renta y no preocuparme de nada.
-¿Entonces qué quieres que haga con…Sebastián?
-Haz lo que tengas que hacer, me da igual. Cuando me canse de estar en Irlanda, de beber buen Whisky como dices, me iré una temporadita a la India, a purificarme. ¿Sabes? En el fondo tú y yo tenemos algo en común.
-¿Si?
-Si, los dos despreciamos este sistema de valores. Tú lo demuestras delinquiendo, y yo marchándome a la India, a buscar otras ideas, otras formas de vida.
-No se me había ocurrido.
-Algún día tal vez quieras viajar a la India.
-Tal vez.
-Bueno, me marcho. Ya sabes, ocúpate de todo. -Me dio dos besos de despedida.- Ah, paga tú la cuenta, apúntaselo al fideicomiso.

Y me dejó allí sentado.

sábado, 25 de octubre de 2008

El tuerto. 82: Sensación de marioneta.

Tumbado en la ambulancia iba todavía recreándome en la escena final de mi salida. Mientras el enfermero me tomaba la tensión, en mi cabeza se habían quedado grabados los rostros de todos los intervinientes. La mirada de preocupación de Ester, la cara de solicitud de Lucía, la expresión dura del juez. A quien no vi por ninguna parte fue a Josefina, la hermana de Ester, seguramente aprovechó la confusión para ir al servicio a empolvarse la nariz, estos barullos de verduleras no le interesarían lo más mínimo.

-¿Qué edad tiene usted?
-Veinticuatro.
-Pues tiene usted la tensión demasiado alta, 10 y media, dieciséis. Es un poco raro a su edad.

Maldita sea, pensé, no tenía que haberme dejado llevar al hospital. Nunca vayas al médico, me decía un viejo conocido, seguro que te encuentran algo. Se me ocurrió la idea de escaparme, pero ya era tarde, la ambulancia estaba entrando en el túnel de acceso a urgencias. Me sentaron en una silla de ruedas.
-No es para tanto- dije- un simple puñetazo en la nariz.
-Son las normas, por si acaso se vuelve a desmayar.

Me pasearon por distintas salas y cuartos, en una me sacaron sangre, me pesaron y midieron, en otra me hicieron una radiografía de la nariz, por si tenía algo roto, y en la última un electrocardiograma. Por último, me hicieron esperar un rato en una consulta, hasta que apareció un doctor de mediana edad, muy cordial, campechano, y charlatán.
-Hola, Peter, soy el doctor Galio ¿cómo te encuentras?
-Bien, doctor, ¿y usted?
-Muy cansado de tener que atender a lesionados, agredidos, y gente que no se cuida, como tú. Vamos a ver, tienes la tensión muy alta para tu edad, estás bajo de peso y masa muscular, y encima tienes el colesterol alto.
-Vamos, que estoy hecho una piltrafa.- Concluí, entristecido.
-Bueno, te vamos a poner una dieta y volverás dentro de un mes, a la consulta de tu médico de cabecera, con éste informe. Si no has mejorado tendrás que tomar medicación.
-¿Medicación? Si yo me encuentro bien.
- Pues muy sencillo, si no te cuidas, dentro de algunos años puedes tener un derrame cerebral, y morirte…O perder el otro ojo y quedarte ciego, ¿es eso lo que quieres?
-No, claro.
-¿Tomas frutas y verduras?
-Muy poco.
-¿Ensaladas?
-Eh, no.
-¿Pescado?...¿Pero tú qué es lo que comes?
-Sandwiches de jamón y queso.
-¿Haces deporte?
-Muy poco. –Sólo lanzamiento de cuchillo de vez en cuando, pensé.
-Pues tendrás que caminar todos los días una hora, y hacer todo el ejercicio que puedas…Incluido féminas. Alimentarte bien, nada de sal, ni de alcohol, ni café, ni grasas.¿fumas?
-No, doctor. –Contesté abatido.
-Menos mal. Una cosa que haces correctamente. Y levanta ese ánimo, muchacho, esto es sólo un aviso, para que cambies de vida. Pero un aviso serio. Ya te puedes ir, y espero no verte más, salvo que nos encontremos en un bar, yo tomando una cerveza y tú un zumo, ah, nada de coca-cola. Venga, lárgate, que tengo mucho trabajo.
-Adiós, doctor. –Me despedí dócilmente.


No me lo podía creer. Toda la diversión, el regocijo, la pantomima, todo eso había desaparecido; en su lugar el desánimo y la autocompasión se habían enseñoreado de mi. Lucía me estaba esperando, solícita. Me preguntó si necesitaba algo. Sólo quería irme a casa y tumbarme, no hacer nada, intentar asimilar lo que me había pasado y lo que significaba. En cuanto me vio entrar por la puerta Rosita se percató de mi rostro cariacontecido.
-¿Qué ha pasado?
-Nada, que estoy lleno de achaques de viejo. –Y le expliqué todo.
-Entonces no querrás la pizza. ¿Te preparo una ensalada de lechuga y tomate?
-El médico no me ha dicho nada de pizza.
-Ya, pero eso se deduce, tienes colesterol.

Me tuve que resignar a esa nueva vida insípida. Caminar me aburría, nunca me gustó el ejercicio físico. Me desentendí de la rutina de los negocios. ¿Para qué preocuparme, para qué tanto afán? Lo delegué todo. En Jesús, en los toscos, en Lucía, en Rosa. Yo me limitaba a hablar por teléfono con unos y con otros –excepto Rosa, claro, con quien vivía-, darles algunas instrucciones, y a veces enviar a Charlie de un lugar a otro. Por aquel entonces ya comenzaron a comercializarse los teléfonos celulares, así que me compré un aparato y daba mis paseos mientras hablaba. Al cabo de un mes volví al médico. Algo había mejorado, muy poco.
-Tendrá que continuar con el mismo programa. Me dijo.

Definitivamente dejé de tomar tranquilizantes, ya no los necesitaba, estaba muy tranquilo, demasiado. ¿Para qué?, me preguntaba una y otra vez. ¿Qué sentido tiene todo esto? Dormía lo que nunca, ocho y diez horas diarias, incluso me entraba sueño después de comer y me tumbaba la siesta. Leía novelas todo el día, horas y horas. Me dio por la novela sudamericana, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Mújica Láinez, y un largo etcétera. Todo lo que me transportara a otro mundo, otro ambiente, otros problemas que fueran bien distintos a los míos. Leía por puro placer de evadirme, sin intentar razonar ni extraer nada. Aunque a la larga supongo que todos esos sentimientos, esas ideas de los personajes fueron calando poco a poco dentro de mi, creando un caldo de cultivo que me permitió tener otra visión de la realidad. Tomé conciencia de hasta qué punto yo había sido un personaje más, una marioneta en manos del destino. Acabé pensando que el tipo me había hecho un gran favor al darme aquel puñetazo, esa cadena de causas y efectos me había conducido a cambiar de vida, a pararme a pensar, a no dejarme llevar ciegamente –y nunca mejor dicho- por un camino que me abocaba de forma inexorable al desastre. Decidí que tenía que tomar las riendas de mi propio destino.

En esas estaba cuando recibí una llamada del albacea de Federico. Me comunicaba que Ester se había retirado de la impugnación del testamento, y solicitaba una entrevista personal conmigo, ella y yo, sin abogados; me preguntaba si podía darle mi teléfono para que nosotros mismos fijáramos el encuentro. Lo pensé unos instantes, si se hubiera tratado de una reunión con abogados, para seguir discutiendo y negociando, hubiera escurrido el bulto enviando a Lucía para lidiar. Pero aquello daba la impresión de tratarse de algo más personal, distinto de la rutina.
-De acuerdo, dele mi número de celular.

Mientras esperaba la llamada, que tardó varios días en producirse, hacía cábalas sobre cuál sería su objetivo. Desconfía, me dije. Seguramente, ya que se ha apartado de la impugnación, me sugerirá que yo a mi vez retire la denuncia contra su marido. Vale, estoy dispuesto a hacerlo, se librará de pagar por mis lesiones, pero aún así le quedará la acusación por resistencia a la autoridad, y esa esta en manos del fiscal. Además, todavía está la otra hermanita, Josefina, tendrá que proponerme alguna táctica para hacerla regresar al redil de la cordura. Todo eso, y más, pensaba mientras se demoraba la llamada de Ester.

domingo, 19 de octubre de 2008

El tuerto. 81: Confesión judicial.

-El juez te ha citado a prestar confesión judicial bajo juramento indecisorio.- Me espetó Lucía, la abogada que me lleva todos los asuntos del difunto Federico.
-¿Quee? –En un primer momento me sobresalté. Tenía tantas cosas en la cabeza últimamente que no sabía de lo que me estaba hablando.
-Tranquilo, no tiene importancia, es sobre la impugnación del testamento, un simple trámite. –Y me puso al corriente de las últimas incidencias de ese procedimiento. Las hijas de Don Fede, instigadas por su abogada, Carmen, habían impugnado el testamento de su padre en lo que me nombraba fideicomisario y por tanto les impedía disponer de los bienes de la herencia, que pasarían a mi dominio cuando ellas fallecieran. Sus argumentos eran un tanto peregrinos y en absoluto me habían inquietado. Insinuaban de forma vaga que Don Fede no estaba en pleno uso de sus facultades cuando me nombró a mí, incluso en estado de embriaguez. Aludían a que ese último testamento había sido redactado poco antes de fallecer, cuando ya su estado de salud era muy delicado. Y sobre todo cargaban las tintas en mi condición de completo desconocido para el entorno familiar, aderezándolo con toda clase de conjeturas sobre amenazas o presiones que yo habría ejercido sobre el difunto para obligarle a modificar su última voluntad. Pero nada de lo que decían tenía ni el más mínimo sustento probatorio. Para empezar, pasaban por alto un hecho fundamental, y es que el Notario había autorizado el testamento, lo cual nunca hubiera hecho de haber albergado la más mínima duda sobre su sano juicio. ¿Le estaban llamando imbécil? Más aún, era el notario que habitualmente protocolizaba todos los documentos y escrituras de Don Fede, luego le conocía bien. La demanda era en realidad -como me dijo Lucía y yo mismo así lo pensaba- temeraria, una jugada desesperada, y una manipulación descarada por parte de la abogada contraria para alimentar vanas ilusiones de sus clientas y de paso cobrar jugosos honorarios. Pretendieron llamar a declarar al notario, pero el juez les pidió previamente informes médicos o psiquiátricos que justificasen su petición. Como no los tenían, el juez les rechazó esa prueba. Así las cosas, lo único que les quedaba era llamarme a mí a declarar, para ver si yo de pura estupidez reconocía alguna de sus disparatadas alegaciones. Y el juez les admitió la prueba porque a esta sí que tenían derecho.

-Pero no te preocupes. –Añadió.- No les va a servir para nada. Basta con que te limites a negar lo que te planteen. Ellos tienen derecho a llamarte, y tú tienes derecho a contestar simplemente que no a todo.
-Pues si no va a servir para nada, ¿por qué la acepta el juez?
-Para cubrirse las espaldas ante una futura apelación. No quiere que la audiencia le mande repetir el juicio por haber denegado indebidamente una prueba.
-O sea, para guardar las apariencias.
-Exactamente. Y no te olvides que estás en un procedimiento civil, no penal, así que tranquilo. –En realidad yo estaba tranquilo, mis preguntas eran más que nada para confirmar lo que imaginaba, y también para valorar el grado de conocimiento de mi abogada.
-¿Y lo de juramento indecisorio?
-Que tus respuestas sólo se considerarán probatorias en aquello que te perjudique a ti.
-Ah, me parece muy justo.

El juzgado estaba en la Plaza de Castilla, en un edificio nuevo colindante al de los juzgados penales. En el control de acceso me pasaron por el detector de metales, nada encontraron porque yo en previsión ya había dejado mi habitual navaja en la guantera del coche. Me había vestido para el evento con un traje nuevo y una reluciente corbata, quería causar buena impresión en sede judicial. Rosa no podía acompañarme, porque tenía que dar sus clases, pero había insistido en que lo hiciera Moon. Yo rehusé porque el aspecto de Moon era demasiado matonil, y no quería dar imagen de mafioso. Así que sólo estábamos mi abogada y yo.

En la otra parte, en cambio, además de la abogada peleona estaban las dos hijas de Don Fede, Josefina y Ester, y el que deduje era marido de esta última. Josefina se había vuelto a teñir el pelo, ahora iba de morena clara, e igual de elegante que siempre, con su traje de falda y chaqueta. A su marido no se le veía por ninguna parte, era el más inteligente de todos nosotros y no había querido perder el tiempo. Ester seguía vistiendo pantalones vaqueros, pero había cambiado la camiseta por una elegante blusa de seda, y la cazadora por una chaqueta con hombreras, supongo que también quería causar buena impresión al juez. El marido de Ester, vaya pinta de pijo trasnochado y venido a menos. Con el pelito engominado, pantalones de pinzas, polo y americana. La tez curtida por el sol de la playa, el viento del mar, o tal vez de esquiar. Tenía cara de haber llevado buena vida. Confieso que se cruzaron nuestras miradas y se me escapó una sonrisa burlona, lo cual le hizo fruncir el ceño. Al entrar en la sala y pasar a su lado me susurró entre dientes.
-Ten cuidado con lo que dices que te vamos a arruinar la vida. -Ostras, me sorprendió su atrevimiento. Me paré en seco y le miré de arriba abajo. Me quedé dudando unos segundos si responderle allí mismo o hacerlo más tarde. Entonces Lucía tiró de mi brazo y me condujo delante del juez. Yo me dejé llevar, la verdad, cuando no estoy en mi medio prefiero comportarme. Y de todas maneras ya tendría tiempo de divertirme. Habló el juez.

-Señores, vamos a celebrar esta prueba en audiencia pública, a petición expresa de la abogada de la parte demandante.
Creo que Lucía se había quedado corta en lo de guardar las apariencias. El juez ni siquiera disimulaba su irritación. Golpeó con el mazo y nos obsequió con una mueca de hastío. Lo habitual es que este mero trámite se hiciera en la secretaría, y llevado a cabo por un simple oficial del juzgado, y no por el magistrado en persona y con toda la solemnidad. Entonces comenzó la diversión.

-Diga ser cierto que usted conocía el delicado estado de salud de Don Federico.
-Yo no soy médico. ¿A qué se refiere?
-Sea más concreta, señora Letrada. –Terció el juez.
-¿Sabía que había sufrido varios infartos?
-¿Varios, cuantos? Creí que había que ser concretos.
-Límitese a contestar.-Trató de imponerse la abogada, con soberbia.
-Negativo.
-¿Cómo que negativo, se niega a contestar?
-Que mi respuesta a su pregunta es negativa, por favor preste más atención.-La abogada enrojeció de ira. Se oyeron murmullos en los bancos del público, una voz masculina, así que sólo podía ser el marido de Ester.
-Eh, oiga usted, aquí las reconvenciones las hago yo. –De nuevo habló el juez.
-Sí, señoría.
-¿Le constaba que Don Federico abusaba del alcohol?
-¿Qué es abusar, a qué llama usted abusar?
-Señoría, está tratando de eludir la respuesta.- Se quejó la abogadita.
-Vamos a ver, señora letrada, no quiero que esto se convierta en un circo. A partir de ahora las preguntas las voy a hacer yo. –Silencio absoluto en la sala.- ¿Se emborrachaba delante de usted?
-No, señoría.
-¿Consumía drogas estupefacientes delante de usted?
-No, señoría, don Federico era una persona de sanas costumbres.
-¿Alguna vez le vio alterado?
-Nunca, señoría.
-¿O fuera de su estado normal?
-Siempre de buen humor y con la mente bien clara.
-¿Cuál era la índole de su relación con él?
-Inicialmente negocios, después amistad.
-¿Qué clase de negocios?
-Yo le suministraba productos informáticos, y a veces hacía de subcontratista en proyectos de construcción e inmobiliarios.
-¿Le comunicó su intención de nombrarle fideicomisario en el testamento?
-Por supuesto, señoría.
-Luego entonces sabía de su delicado estado de salud.
-Sí, señoría, pero la letrada habló de varios infartos, y yo sólo supe de uno.
-¿Y qué motivo le dio para querer nombrarle fideicomisario?
-Señoría, si me permite explicarme, Don Federico no quería que sus dos yernos pudieran disponer de los bienes de la herencia, porque según me dijo son dos golfos que nunca han trabajado y les gusta vivir la vida regalada.
-¡Eres un mentiroso, cabrón! –Estalló el marido de Ester.
-¡Silencio! –Le cortó el juez.- No permito insultos en mi sala. Le impongo una multa de veinte mil pesetas. Salga ahora mismo. Oficial, tómele los datos. Se ha terminado el acto. Despejen la sala. Señora letrada, acérquese. –Y entonces se oyó, en voz baja, pero se oyó, porque todos habíamos enmudecido.- Señora letrada, usted ha montado esto y se le ha ido de las manos…

Yo estaba cruzando el umbral de la sala, cuando el marido de Ester, que estaba fuera esperando, se me abalanzó y no pude oír el resto de la reprimenda. Me sacudió un puñetazo que intenté esquivar, pero no lo conseguí del todo, me rozó en la nariz y yo aproveché para dejarme caer al suelo. Se me doblaron las rodillas y me desplomé de lado como si fuera un muñeco. El resto es un tanto confuso porque yo tenía los ojos cerrados y los demás se pusieron todos histéricos. Sé que escuché varios gritos de “socorro, una ambulancia” y era la voz de mi abogada. Ella me contó después que entre el juez, el oficial, y el secretario judicial consiguieron reducir al energúmeno. Rápidamente subieron varios policías y vigilantes jurados que estaban en el control de acceso y le esposaron.

-Llévenselo detenido a comisaría, por agresión, desacato y resistencia a la autoridad. Que se pase cuarenta y ocho horas en el calabozo, hasta que se le bajen los humos y después se lo llevan al juez de guardia.
-A la orden, señoría.
-Secretario, haga constar en el acta todo lo que ha ocurrido y le entrega copia a los policías, para que sirva de prueba.
-Sí, señoría.

Mi nariz seguía sangrando abundantemente. Yo sabía que no era nada, tengo tendencia a sangrar por la nariz, a veces por un simple estornudo se desencadena la hemorragia. No se si por mi alta presión sanguínea, o porque mis capilares nasales son frágiles. La noche anterior, sin ir más lejos, me había sangrado un poco. Pero la sangre es muy aparatosa y espectacular, mi traje nuevo estaba completamente arruinado, la camisa blanca totalmente enrojecida, y hasta el suelo del juzgado caían gotas y más gotas, hasta formar un reguero. Lucía, inclinada hacía mí, trataba de contener la hemorragia con su pañuelo. Y en esto llegó el médico de urgencia y los enfermeros. Yo fingí despertar del desmayo. Me hicieron inhalar algo, me taponaron las fosas nasales y me llevaron al hospital, para hacerme las pruebas oportunas. Salí de los juzgados por mi propio pie, un tanto inseguro, escoltado por los enfermeros, con mi traje nuevo empapado de sangre, bajo la mirada ansiosa de Ester, y por dentro riéndome del espectáculo, y de la que le iba a caer al imbécil desgraciado de su marido.

lunes, 13 de octubre de 2008

El tuerto. 80: Yasmín.

Hubo un corto periodo de tranquilidad, casi de normalidad. Rosita volvió a su trabajo de profesora en Leganés, y a ocuparse a tiempo parcial de la joyería, en la que contratamos a Yasmín, la novia de Charlie, como empleada permanente, y a mister Moon en tareas de protección, transporte de joyas y de dinero. Yasmín, como estudiante de bellas artes que había sido, tenía una fina sensibilidad para apreciar la calidad de las joyas, por ende su valor, y transmitírselo a la clientela, mayormente femenina, en el todavía reducido pero correcto español que ya estaba aprendiendo. Además, era una persona de absoluta honradez y confianza, sobre todo por sus principios idealistas, más que por la precariedad de su situación en el país. Finalmente le habían denegado su petición de asilo político, y ahora se encontraba tramitando un permiso de residencia ordinario. En cierto modo yo me sentía solidario con ella, también tuve que huir de mi país, aunque por motivos bien diferentes, y estuve meses pendiente del hilo de un permiso de residencia. Yasmín tenía el obstáculo añadido de que no era ciudadana europea, por lo que su permiso corría el riesgo de ser rechazado.

La honestidad de Yasmín la había comprobado al poco de su llegada a España. En cierta ocasión, hablando casualmente, y conociendo sus habilidades pictóricas, la tanteé sobre si estaría dispuesta a copiar un cuadro, por encargo de un cliente mío que pagaría muy generosamente. No me dejó ni terminar la frase, ni decir siquiera cuál era el cuadro que el cliente deseaba. A decir verdad, el cliente era yo, y estaba pensando en falsificar alguno de los valiosos lienzos de la mansión de Federico, con la traviesa intención de….darles el cambiazo a las herederas. Me interrumpió indignada, asegurando que ella jamás haría algo ilegal.
-Antes prefiero que me deporten a mi país, pero con la cabeza bien alta. –Y estábamos hablando del Irán post Jomeini.

Después Charlie me echó la bronca por dejar entrever siquiera un asomo de ilegalidad. Yasmín no sabía nada de las actividades delictivas de Charlie. Pobre Yasmín, si se hubiera imaginado de qué clase de asesinos y ladrones estaba rodeada, habría salido corriendo espantada a pedir asilo…en la embajada de Irán. Su ingenuidad me resultaba conmovedora. No sé si mis deseos de ayudarla eran por hacer algo bueno en la vida, algo noble al menos una vez. O si por el contrario lo que buscaba era tenerla cerca para averiguar si algún día Yasmín caería en la tentación y se saltaría sus propios principios. El caso de Rosita no era muy significativo al respecto, pues nunca estuvo claro que tuviera principios. Mas bien pienso lo contrario, que nunca los tuvo, ni la madre ni los huéspedes de la pensión fueron muy buena imagen. Lo que le faltaba a Rosita era el coraje para saltarse las normas, hasta que fue cogiendo seguridad en sí misma y terminó siendo audaz.

El caso de Yasmín era muy diferente, nunca le faltó la valentía para oponerse a la sociedad islamizada iraní, se negó a llevar el velo, a someterse a la dominación masculina. Ni tampoco ahora le faltaba la firmeza para negarse a seguir el camino fácil que yo le insinuaba. Su sentido de la libertad, la dignidad y la ética parecía innato. Charlie estaba completamente enamorado de ella -y no me extrañaba, yo mismo estaba un tanto fascinado-. Le había propuesto casarse, para de ese modo, como esposa de ciudadano británico, tener automáticamente la residencia. Y también lo había rechazado ofendida. Ella sólo se casaría por amor, nunca cometería un matrimonio falso, de conveniencia.
-Pero yo te quiero.- Intentó convencerla Charlie.
-No lo sé si me quieres de verdad, pero yo no estoy preparada para el matrimonio.

-¿Y no será que sospecha algo? –Le pregunté yo a Charlie, cuando me contó sus confidencias, algunas de las cuales me llevaron a pensar que el noviazgo entre ambos no había rebasado la fase platónica, y no por falta de ganas de Charlie.
-No lo creo, si sospechara algo ya no estaría aquí.
-Tienes razón.
En realidad mi pregunta no iba en serio, era más bien por inquietarle un poco, lo que en realidad me preguntaba es qué podía haber visto Yasmín en un traficante de drogas, ladrón y asesino como Charlie, para darle siquiera esperanzas. Es decir, me sorprendía que se hubiera venido con él desde Londres. Se me ocurrió que tal vez hubiera algún otro motivo, pero esto no se lo dije a Charlie. Lo que sí hice fue aprovechar la primera oportunidad para hablar discretamente con ella.

-En Londres hay muchos compatriotas tuyos, ¿no tenías amigos allí?
-Sí, algunos conocidos. – Noté que se ponía un poco tensa, lo cual me confirmó que estaba dando en el clavo.
-¿Y nadie especial?
-¿Qué quieres decir con especial?
-No sé, supongo que lo normal es que os ayudéis unos a otros, ¿no?
-Bah, no te creas, todo el mundo tiene miedo. –Al instante percibí que se había arrepentido de sus palabras.
-¿Miedo de qué?...Vamos, Yasmín, confía en mí, lo que hablemos tú y yo será un secreto, aquí estamos en España y no te va a pasar nada. Sólo quiero ayudarte.
-¿A mi, por qué?
-¿Prometes guardar secreto de lo que voy a decirte?
-Sí, lo juro. –Dijo con toda solemnidad. En ese momento supe que podía confiar en ella.
-Yo también estoy huido de mi país, y he vivido mucho tiempo en una pensión, sin papeles, igual que tú. Por eso me daría una alegría poder ayudarte en algo. Y ahora dime, ¿Miedo por qué?
-Muchos son espías de los guardianes.
-¿Quée? ¿Los guardianes?
-Sí, los guardianes de la revolución, los esbirros de Jomeini, ahora de Ali Jamenei.
-Explícame eso.
-Pues está muy claro. En Londres tienen espías por todas partes, fingen ser amigos tuyos, puede ser tu colega en la universidad, tu compañera de cuarto, y en realidad son espías que le pasan la información a los guardianes, para que tomen represalias.
-¿Qué represalias?
-A veces persiguen a tu familia en Irán, los detienen bajo acusación de contrarrevolucionarios. Otras veces te atacan directamente en Londres, de repente recibes una paliza de unos desconocidos encapuchados. O incluso…
-¿O incluso qué?
-Incluso ha desaparecido gente.
-No te preocupes Yasmín, con nosotros estás totalmente segura, te puedo garantizar que no somos chivatos, ni de esos guardianes ni de nadie.

Después de vivir algún tiempo en una modesta pensión cercana a la joyería, finalmente accedió a instalarse en nuestro amplio apartamento de la calle Velázquez. No resultó fácil convencerla, Yasmín no era alguien a quien le gustara recibir favores. Aparentemente fue Rosita quien logró vencer su resistencia con el argumento de que así le haría compañía en los periodos en que yo me encontraba en Tenerife. Pero yo quiero pensar que también influyó aquella conversación privada que sostuvimos.

Por cierto, que también las cosas en la isla volvieron a funcionar. Reanudamos la construcción del hotel, esta vez a cargo de una empresa un poco más cara, pero de reconocida calidad y solvencia. Al tiempo, para evitar en el futuro problemas similares al del Guti, y abrir un nuevo frente de negocio, fui planeando la creación de una sociedad constructora, que ejecutaría nuestras promociones y también competiría en el mercado. Tanteé la posibilidad de utilizar la sociedad “Caribbean”, que ya estaba formalmente constituida y vacía de contenido, a la espera de que el juez resolviese definitivamente el pleito. Jesús, el abogado me hizo desistir. Podíamos pedir al juez que nos concediese la administración provisional única, y saltarnos así la administración mancomunada que le habíamos puesto al Guti como cebo, pero en ese caso habríamos tenido que rendir cuentas periódicamente al juez, y no nos interesaba que la justicia metiera la nariz en nuestras cuentas, ni siquiera de manera rutinaria y burocrática. Así pues, lo mejor era constituir una nueva sociedad y dotarla de su propio capital. Mi problema no era de liquidez, sino al contrario, tenía demasiado dinero negro, fruto de mi antiguo negocio de las facturas falsas, pero no podía sacarlo a la luz a un ritmo demasiado rápido, ya que eso sí que habría llamado la atención del fisco. Por otro lado, me interesaba seguir integrando a la familia de “los toscos” en la nueva sociedad, por sus contactos con las autoridades urbanísticas locales, y por su larga experiencia en el aledaño sector inmobiliario. Pero el problema es que ellos sí que carecían de liquidez, hasta el punto que no podían suscribir el capital social necesario para tener una participación significativa y estar suficientemente motivados. Un asunto nuevo para el que buscar la solución. Y es que yo nunca descansaba, no podía simplemente disfrutar de lo mucho que ya había conseguido, necesitaba tener siempre un reto al que enfrentarme.

Por eso me gustaba volver a Madrid, a lo más parecido a un hogar que nunca tuve, abrazar a Rosa y encontrarme a Yasmín pintando en el salón, o en la terraza, dependiendo del tiempo que hiciera, sus paisajes y retratos de precisos trazos y elegantes colores que nunca lograba vender. Pobre Yasmín, exiliada de su país, rechazada por las autoridades británicas, huyendo de sus propios compatriotas exiliados. Todo para acabar encontrando refugio y ayuda en el seno de un grupo de delincuentes comunes. Casi me hacía sentir bien, después de todo tal vez no éramos tan malos.