domingo, 8 de febrero de 2009

El tuerto 94: El inspector Otero.

La noche antes de mi regreso a Tenerife, a dar la cara ante la policía, Rosita me ofreció –sin que yo le hubiese vuelto a insistir- una explicación de todo lo que pasaba por su mente. Fue después de hacer el amor como nunca, me sonó a despedida. Resultó una explicación muy razonable, convincente. Tal vez incluso demasiado razonable.

-Mira, querido, necesito aclarar qué es lo que nos une, y quizá sobre todo averiguar qué clase de efecto produces tú en mí. Tengo la sensación de que has hecho aflorar una parte siniestra que había en mi interior y que yo misma desconocía, ni imaginaba que existiera. La verdad, lo del Guti aún no acabo de asimilarlo, es como si lo hubiera hecho otra persona, otra Rosita.
-Claro, en realidad lo hizo Flor Izaguirre.
-Estoy hablando en serio.
-Yo también, creo que todos albergamos varios personajes de diferente calaña pugnando por salir a escena. Fíjate, sin ir más lejos, que llevo varios días pensando hacer un sustancioso donativo a alguna entidad benéfica. Sólo que no consigo elegir a cuál.
-Ya, pero no me cambies de conversación, ahora que estoy intentando explicarte. Lo que quería decir es que tú y yo por separados somos de una forma, y juntos parece que nos transformamos. Volviendo a lo del Guti, porque eso me ha marcado. Creo que por una parte me lo tomé como un reto, quería emularte, conseguir tu admiración o algo así. Pero sólo conseguí que te pusieras receloso. –Abrí la boca para intentar rebatirla, pero no me dejó.- No, escúchame, no me interrumpas ahora que estoy lanzada. Que no te estoy reprochando nada. Y en el fondo, confieso que no fue sólo por emularte, la verdad es que me gustó hacerlo, y aún no he encontrado las palabras exactas para definirlo. Fue como un acto de liberación, de resentimiento y rencor hacia la humanidad en general, por todas las humillaciones que he sufrido, no sólo por parte de mi madre, sino de mis propias amigas, a las que yo consideraba amigas, y al final sólo una puedo decir que verdaderamente lo sea. Y de algunos chicos, peor aún que su desprecio era su compasión, maldita sea, no quiero compasión. Y también disfruté porque ese Guti era un sujeto asqueroso, en todos los sentidos, físicos y morales. Disfruté y eso hace que me sienta aún más extraña. Una cosa es haberle matado, que se lo merecía, y otra muy distinta disfrutar con ello. Si lo hubiera hecho sólo como un acto justicia, de venganza incluso, no me hubiera asustado tanto de mí misma. Pero ahora tengo miedo, y necesito saber quién soy yo en realidad. ¿La que vivía apocada, sometida a su madre, o la asesina que disfrutó quitando la vida? En realidad te estoy muy agradecida, contigo he descubierto la libertad. Pero compréndeme…tanta libertad me da miedo.
-Te comprendo perfectamente. Pero dime una cosa, ¿y esa repentina pasión tuya por las joyas, por el lujo, de dónde te viene?
-Pero si hasta en eso la culpa la tienes tú, que me iniciaste. ¿No te acuerdas cuando me regalaste la tobillera de diamantes?
-Claro que me acuerdo.
-Pues fue el comienzo. Descubrí que me gustaba, y mucho. En realidad me fascinaba y sentía vergüenza a la vez, lo cual crea en mi una espiral que se retroalimenta, pues cada vez que me pongo una joya no sólo me recreo con algo hermoso, y créeme que me encanta, sino que también estoy venciendo esa parte pusilánime que había en mí. Así que me causa un doble placer. Puede que sea infantil, pero no quiero evitarlo. Me gusta sentirme admirada.

Al día siguiente me acompañó al aeropuerto y se despidió, algo más efusiva de lo habitual. Nada más aterrizar en Tenerife, sin pasar siquiera por mi casa, fui directo a hablar con Luis Tosco. Me contó con algo más de detalle lo que ya me había anticipado por teléfono; que habían estado dos inspectores de policía preguntando por Charlie, por su paradero y por su vinculación con la empresa, que habían hablado con los empleados y con el abogado Jesús, pero que nadie había podido decir gran cosa porque nada sabía en realidad, excepto que era un socio que había sido presentado por mi. De ahí el interés de la policía en hablar conmigo.
-¿Te han dejado algún teléfono, con quién debo hablar, o algo?
-Si, con el inspector Simón Otero, de la Brigada de Homicidios. Aquí está su tarjeta.

Aprovechando que me había tomado un ansiolítico extra en los lavabos del aeropuerto, y me encontraba muy relajado, sin más dilación le llamé, allí mismo, desde el teléfono de la inmobiliaria, delante de don Luis, aparentando la mayor soltura e indiferencia. Hay que coger el toro por los cuernos, como dicen los españoles. Conseguí que me pasaran con el inspector, me identifiqué.
-Me han dicho que quería hablar conmigo.
-Sí, es sobre su amigo Charles.
-Mi socio más bien.
-Bueno, su socio. ¿Cuándo podría pasarse por la comisaría?
-Ahora mismo, si quiere.
-Perfecto, le espero.

Así llegué a la comisaría pregunté en el control por el inspector y le pasaron el aviso de mi llegada. Esperé unos minutos en la salita, hasta que bajó el propio inspector en persona a recibirme. Era alto, fuerte, con acento peninsular. Le acompañé hasta su despacho, era un cuarto bien iluminado, a través de los estores de la ventana se filtraba la luz del sol, nada que ver con la escena de un tercer grado. Nos sentamos frente a frente, me ofreció un cigarrillo.
-Gracias, no fumo.
-¿Le importa que grabe la conversación?
-En absoluto.
-Bien, así que ha estado usted de viaje.
-Sí, en Lisboa y en Madrid.
-¿Por negocios?
-Sí, en Portugal estoy buscando zonas para expandir nuestra actividad promotora e inmobiliaria, ya sabe, todavía hay buenos precios, en comparación con España, y las posibilidades son buenas.
-¿Y ha encontrado lo que buscaba?
-Bueno, he visto varios terrenos. Tengo que estudiarlo más a fondo y por supuesto consultarlo con mis socios. Si le interesa invertir puedo mandarle un informe por escrito dentro de unos días.
-Oh, no, el motivo de esta conversación es muy otro. Aunque es posible que necesite un nuevo socio…
-¿Y eso?
-No encontramos a su amigo Charles, parece que se ha esfumado. ¿Sabe usted algo de su paradero? –Me disparó a bocajarro la preguntita, mirándome fijamente, y volvió a insistir en lo de “amigo”. Pero en ésta ya no le corregí. Había decidido que mi estrategia sería colaborar enteramente con la policía, no ponerme formalista ni quisquilloso. Si se les daba motivos para investigarme a fondo podían sacarme muchos trapos sucios, así lo que me interesaba era dar una buena imagen, de ciudadano colaborador.
-Pues no, y se me hace raro, porque en alguna ocasión que se marchó de viaje me dejó las llaves de su apartamento, ya sabe, para que alguien le echara un vistazo, retirara la correspondencia del buzón, etc.
-¿Cuándo le vio por última vez?
-Verle, verle…no me acuerdo, la última conversación fue por teléfono, hará cosa de mes y medio…o dos meses, no recuerdo bien.
-Intente recordar, es importante, si quiere puede consultar este calendario, o su agenda. Necesitamos que sea lo más preciso posible.
-Déjeme pensar…Sí, recuerdo que hablamos por teléfono, yo estaba en Madrid, le conté que la inauguración del hotel se retrasaría, no por las obras sino por las licencias y papeleos de la Consejería de Turismo. Ya sabe.
-Sí, continúe.
-Así que debió de ser en torno a esta semana, -se la señalé en su calendario-. O sea, que hará unos dos meses.
-Ya, y ¿él no le comentó nada de que pensara ausentarse?
-Quizás por entonces aún no tuviera previsto ir a ninguna parte…
-¿Cuál es su relación con él? ¿Cómo le conoció?
-Vino a nuestra inmobiliaria, quería comprar un apartamento, pero no para vivir en él, que ya tenía, sino como inversión. Ahí reconozco que yo le convencí para que en lugar de eso, lo invirtiera en nuestra sociedad. Y pasó a ser socio. También es cierto que yo le presenté como amigo mío, en lugar de como cliente, para así capitalizarlo como un éxito mío y fortalecer mi posición dentro de la sociedad. Yo había empezado como un simple empleado, y necesitaba ascender. Dado que los dos éramos británicos, todo el mundo dio por hecho que era así, y en realidad todo el mundo contento, Charles tiene unas acciones que valen más de lo que valdría ese apartamento que pretendía comprar, y la sociedad consiguió una ampliación de capital en un momento muy oportuno.
-Ya, y usted llegó a ser consejero delegado…
-Sí, pero eso no hacía daño a nadie, al contrario, la inmobiliaria estaba vegetando, y yo la reactivé hasta el punto que hemos construido un hotel.
-Le felicito, pero dígame, ¿Su…socio Charles tiene algún teléfono móvil?
-No que yo sepa.
-¿Y usted?
-De vez en cuando lo uso, pero siempre me olvido de cargar la batería. Y el último no sé qué pasó que lo he extraviado, o me lo han sustraído.
-¿Y lo ha denunciado?
-No, porque estaba apagado, así que nadie podía hacer uso.
-De todas maneras debería denunciarlo.
-¿Si? Bueno, lo haré.
-Y dígame, ¿Sabe usted el origen del dinero de su amig…digo su socio?
-No nunca se lo pregunté, ni él me lo dijo. Como comprenderá hubiera sido indiscreto por mi parte.
-¿Sabe si…Charles tiene algún familiar?
-Pues…sí, algo me dijo de que tiene una hermana en Inglaterra, creo que está intentando que ella venga a vivir a Tenerife.
-Creo que es todo por ahora. Es posible que le llamen mis compañeros de Las Palmas, que son los que llevan el caso, o tal vez el juez instructor.
-Entonces hay un caso. ¿Puede decirme de qué se trata? ¿Por qué le están buscando?
-Lo lamento, pero por ahora no puedo decirle nada más. Simplemente eso, que le estamos buscando, y que ha desaparecido misteriosamente. Gracias por su colaboración.


Me estrechó la mano. Yo salí de la comisaría como un zombi, pensando en todo el interrogatorio, intentando deducir de sus preguntas hasta dónde podían saber, estrujando mi cerebro para detectar grietas, trampas. El dinero, los teléfonos móviles, la hermana…Sabiendo que volverían a llamarme, que ahora mismo tendrían pinchados mis teléfonos, por si acaso, que no pararían hasta encontrar lo que buscaban, o algo les hiciera descartarme, o algo más importante recabase su atención…