miércoles, 23 de julio de 2008

El tuerto. 71: pequeño inconveniente.

Mi vida discurría en un equilibrio físico y mental inestable, precario. Me daba cuenta porque cualquier pequeño cambio afectaba al resto de mi existencia, diría más: una ligera modificación de la rutina ponía en peligro el conjunto de mi estructura vital, hasta el punto de que me obligaba desesperadamente a buscar y encontrar un nuevo reajuste. Digo esto, y pondré un ejemplo. Otra vez lleno de ironía.

Mi viaje a Madrid y mi estancia con Rosa, esa época que al principio pintaba con rasgos de armonía ypara después ensombrecer con sorprendentes manchas de envidia. Aparece un elemento más, y ahora el trazo se vuelve tembloroso. ¿Cómo decirlo? Estando con Rosa tuve que dejar de tomar mis pastillitas, tranquilizantes y somníferos. No por capricho ni por una pura decisión de la voluntad, sino por una necesidad perentoria. Me explico, esas dichosas, benditas pastillitas, entre sus muchos efectos benéficos que para mí tenían, presentaban un pequeño inconveniente, -vamos a decirlo con claridad- y es que suprimían mi apetito sexual. Eso era inadmisible, impensable, de todo punto descartable mientras estuviera en compañía de Rosa. Ya he dejado entrever que la antaño Rosita había perdido su timidez y se mostraba cada vez más…libidinosa. No, en modo alguno podía dejar de satisfacer las necesidades de mi querida profesora.

Así que no me quedó más remedio que tirar las pastillitas por el retrete y aguantar lo mejor que pude. Durante el día en un estado de tensión, mental, física, muscular. Hubo una tarde que practicando los placeres de Eros con mi querida profesora y futura joyera, la cual, para estimularme visualmente se había puesto la tobillera que le regalé, esa tarde, digo, me dio una contractura en el muslo y no pude continuar. Tuvimos que intercambiar los papeles y que fuera ella la que adoptara el papel activo mientras yo yacía tendido e inmóvil. Parece que a ella le resultó positivo el intercambio, pues a partir de entonces siempre quería montar encima de mi, y manejar por completo el ritmo y la melodía.

Por la noche sobrellevando el insomnio gracias a la lectura mientras Rosa dormía plácidamente. He de confesar que me vino bien para profundizar en el estudio de leyes, criminología, e incluso intrigado por la curiosidad de conocer un poco mi propia mente me compré -un poco al azar- varios manuales de psicología.

Lo peor no era el insomnio, ya digo, sino que cuando por fin conseguía conciliar el sueño, agotado, me asaltaban las pesadillas. Bien es verdad que a veces, después de una sesión de erotismo placentero, conseguía enlazar ese estado de relajación que me sobrevenía, con el sueño. Entonces disfrutaba de un par de horas de algo parecido al auténtico descanso. Pero siempre al final me despertaba sobresaltado, en medio de imágenes cuando menos preocupantes, si no angustiosas.

Lo curioso es que mis sueños, o pesadillas, lejos de repetirse, presentaban cada vez un contenido más variado, y al mismo tiempo eso las hacía más inaprensibles, más escurridizas. Muchas de ellas se desvanecían nada más despertar, dejando sólo una vaga sensación. Era como si a medida que yo intentaba ensanchar el campo de mi conciencia mi mundo onírico se alejaba más y más de mí, como queriendo arrastrarme, como intentando llevarme…¿a dónde?

Recuerdo, sí, algunos de estos sueños: “Se estaba celebrando una competición de lanzamiento de cuchillos. Cada uno tenía tres lanzamientos y el reto era que había que clavarlo en el mango del cuchillo anterior. Hice un primer intento y…fallé. Sorprendido, me dije a mi mismo: no te preocupes, ten calma, no pasa nada. Aunque por dentro sonaba otra voz susurrando: -ya no eres el de antes, estás perdiendo facultades. Segundo lanzamiento…de nuevo fallé. Esto sí que ya es preocupante. Bueno, hay que tener en cuenta que es una difícil diana. Pero ahora, por favor, concéntrate. Por fin, al tercer intento, conseguí ensartar el mango del anterior. Fue un lanzamiento limpio, seguro, preciso, contundente.”

Y me preguntaba por el significado. Tal vez el sueño te indica que estás volviendo hacia atrás, a una etapa o situación similar a otra del pasado. ¿Cuál puede ser esa situación, en qué consiste? Pero por más que me devanaba los sesos no conseguía encontrar la respuesta. El sueño sólo me dejaba entrever la pregunta. Caray, a veces la solución no se encuentra en un único sueño, sino que hay que mirar el conjunto de un grupo de sueños. El inconsciente se vuelve complicado. Y en éstas me llamó la atención un segundo sueño.

“Me encontraba en lo más alto de un rascacielos, en el último piso. Había más gente. Era como si todos fuésemos visitantes. Yo iba acompañado de una mujer, puede que fuese Rosa. El lugar era una atracción pero no sabía cuál era. De pronto la descubrí, era el ascensor. Estaba con la puerta abierta, esperando que Rosa y yo entráramos. Y de repente lo supe, ese ascensor bajaba en caída libre. Simplemente alguien soltaba los frenos y cincuenta pisos hacia abajo, acelerando a ¿cuánto era, diez metros por segundo? La ley de la gravedad. Sentir el vacío en el estómago. Y la incógnita: ¿frenaría en el último instante? ¿O nos estrellaríamos contra el suelo, abrazados Rosa y yo en ese último suspiro?”

Desperté mucho antes de saber siquiera si entraría o no entraría en ese ascensor acompañado de Rosa. Lo que sí supe muy bien al despertar es lo que sentí: miedo. Miedo a caer, miedo al vacío. Miedo sobre todo por mi querida Rosa, a la que yo estaba arrastrando injustamente a mi forma de vida. Miedo, sensación de peligro. Pensé. ¿Qué es lo más peligroso en lo que estás metido en éste preciso momento? Las facturas falsas, los drogadictos de testaferros. Algo puede salir mal si no paras de inmediato ese negocio. Esa es la situación similar al pasado, que están a punto de pillarte. Aparecerá un inspector de hacienda, o alguno de los drogadictos hablará más de la cuenta. ¿Y entonces qué harás, cargarte al inspector de hacienda? Es absurdo que sigas metido en eso. En realidad ya hace tiempo que no necesitas esa fuente de ingresos. Tienes liquidez suficiente, sobrada incluso. Además, Rosita es lo único bueno que hay en tu vida (en momentos de mi propia fragilidad seguía pensando en ella como Rosita, seguía sintiéndome protector hacia ella). Rosita es tu mujer, pero también es toda tu familia, es tu padre, tu madre, tu tía, tus hermanos. Así que se prudente. Ya, acábalo.

Y eso fue lo que hice, quitarme al menos una fuente de preocupación, de ansiedad. No vendí ninguna factura más, le dije a todos los clientes que se terminaba el negocio. Y no sólo eso, encargué la disolución y liquidación de las sociedades pantalla. Debo añadir, para mi orgullo, que cosa de un año después llegó una orden de inspección de hacienda a una de aquellas sociedades. Para entonces, el drogadicto que figuraba como dueño…se había muerto de…sida, sobredosis, no lo sé exactamente. Parada cardiorrespiratoria decía el certificado de defunción, que fue el documento que le enviamos a Hacienda, a través de la gestoría, junto con la escritura de liquidación de la sociedad.

viernes, 11 de julio de 2008

El tuerto. 70: Las comparaciones son odiosas.

Creo que debido a esa época de armonía que atravesaba me resultó mucho más extraña e incomprensible para mí mismo la reacción que me provocó la noticia de la libertad de Luke, y sobre todo el saber de su vida. Fue Charlie quien me trajo las novedades. A su regreso a España, pasó por Madrid un par de días, tenía que arreglar papeles en la Embajada. Venía, para mi sorpresa, doblemente acompañado, uno era mister Moon, amigo de gimnasio de Charlie. La otra era Yasmín, la reciente novia de Charlie. Pero de ellos hablaré después.

Digo que me extrañó mi propia reacción, porque sentí…envidia. Eso es, cuesta decirlo, casi me avergüenza. ¿Pero cómo puedo sentir envidia, yo,-me preguntaba- un tipo que consiguió escapar de la policía, de uno que fue capturado y se ha pasado casi cuatro años entre rejas? ¿Cómo puedo sentir envidia yo, un tipo que está forrado de dinero, de un pobre tipejo que ahora mismo no tiene dónde caerse muerto?

Y sin embargo, eso es lo que sentía. Todo mi asombro no podía ocultar lo que en el fondo pensaba: “Mira, ahí le tienes, ahora Luke está en libertad, condicional, sí, pero con pleno derecho, sin temor alguno, ha cumplido su parte de castigo y ahora va por la vida con la cabeza bien alta. En cambio yo, sí, escapé, pero aquí me tienes, en busca y captura, viviendo con una identidad falsa. Siempre con el miedo en el cuerpo a que la policía británica me encuentre.”

Es que las noticias de Luke eran sorprendentes. “No me lo esperaba en absoluto. Ha estado estudiando en la cárcel y se ha sacado el título de analista informático, brillantemente además. Qué callado se lo tenía. Yo no he sido capaz de terminar mis estudios de derecho. Pero tampoco lo necesito, puedo contratar a los abogados que quiera. Me jode que como un gilipollas he estado mandándole dinerito mes a mes, pensando que estaría pasándolas moradas. Al menos ha sabido tener la boca cerrada. Y mírale. Encima tuvo suerte con la apelación, le redujeron la condena. Le ofrecieron un trabajo de informático y… a la calle. Libertad condicional. Yo en cambio en busca y captura.”

Lo que más me ha cabreado ha sido que no quisiera saber nada de nosotros, ni de Charlie ni de mí. Qué ingratitud. Charlie se tuvo que enterar a través del abogado. Y nosotros preocupándonos por él. Le llamó a su nuevo trabajo, en esa empresa informática, y va y le dice que por favor no vuelva a llamarle, que es mejor que cada uno siga su camino. Está bien. Ya veremos las vueltas que da la vida. Podía haber trabajado con nosotros, de informático, por supuesto, y todo legal, sin ensuciarse las manos, que para ensuciárselas ya estoy yo. Pero no, el niño ya no se relaciona con delincuentes. Pues no te preocupes, chaval, que en cuanto regrese a Tenerife lo primero que voy a hacer es contratar un informático, para que nos informatice bien toda la gestión de la empresa. Lo quiero todo en ordenador, fuera los viejos ficheros.

¿Pero porqué te empeñas en compararte con él? Mira que las comparaciones siempre son odiosas. Y además: cada uno es como es.

Es mejor que hables de mister Moon. Se habían encontrado casualmente en Londres, viejos amigos de gimnasio.
-¿Cómo te va la vida?
-Pues no muy bien, la verdad, he estado en la cárcel,
-¿Y eso?
-Bueno, una pelea. –Moon tiene el físico de un levantador de pesas, una auténtica mole. Además se gasta muy mala leche.
-¿Qué le hiciste al otro?
-Le rompí la cara y varias costillas. Ahora no tengo trabajo.
-¿Pues por qué no te vienes conmigo a España? -Le dijo Charlie-. Seguro que encontramos algo para ti. – Y vaya si se lo encontré, en ese instante ya me lo estaba imaginando como empleado vigilante de la futura joyería.

A la chica, Yasmín, la conoció en la plaza de Trafalgar, donde vendía sus dibujos y hacía caricaturas. Es iraní, refugiada política, pero las autoridades británicas aún no le han reconocido su estatus. Tiene unas ideas que en su país no son bien vistas, es totalmente prooccidental. La habían arrestado varias veces, por negarse a llevar el velo, por hacer protestas en la universidad. Al tercer arresto le advirtieron que la próxima vez le caerían veinte años, por activista contrarrevolucionaria. Consiguió salir de su país, con un visado de turista. Tiene veintidós años y no ha podido terminar sus estudios de bellas artes en la universidad. En eso está como yo. En lo demás está mucho peor. Está convencida de que le van a denegar la condición de asilada política, el abogado que la defiende ya se lo ha advertido: no puede demostrar claramente su militancia, y en cualquier caso no pesa sobre ella ningún cargo grave, ni siquiera leve en realidad. Lo único que puede alegar es la posibilidad de ser arrestada nuevamente, pero eso no es más que una hipótesis. Así es la justicia, quiere hechos, pruebas, no especulaciones ni futuribles. En esas circunstancias, no hizo falta que Charlie se lo repitiera dos veces cuando la invitó a venir con él, en principio de vacaciones, hasta tener la resolución de su petición de asilo.

-No te preocupes, Yasmín, si hace falta ya encontraremos algo también para ti. Dice Charlie que pintas muy bien…

viernes, 4 de julio de 2008

El tuerto. 69: El poder de Rosa.

Se trata de una pequeña joyería en la calle Postas, el local es reducido y necesita una buena reforma, pero la zona es muy comercial. Ha sido una casualidad que Rosa viera el cartel de “Se vende”, de hecho en ese momento no iba pensando en joyas, simplemente caminaba al azar, mirando tiendas en busca de algo de ropa, unos vaqueros, una blusa. Al ir despacio, renqueaba muy ligeramente, apenas perceptible. Se queda mirando el cartel, medio absorta, tropieza con el bordillo de la acera y casi cae al suelo; suerte que al perder el equilibrio ha chocado con un caballero de mediana edad que gentilmente la sujeta del brazo.
-¿Se encuentra bien?
-Sí, gracias.
-De nada. Si me permite la acompaño un trecho.- El caballero no pierde oportunidad. Va bien trajeado, casi excesivo, de esos dandis que llevan un pañuelito asomando del bolsillo superior de la chaqueta.
-No, gracias, voy a esta joyería.
-Usted no es de aquí, ¿verdad?, lo digo por el acento…
-No señor, soy canaria.- Rosa le contesta educada pero fría, pensando que ya ha pagado su cuota de amabilidad, y se dirige directa a la puerta de la joyería, sin mirar atrás.
-Ah, canaria. –El señor se la queda mirando. Ella siente la mirada del hombre en su nuca. Finalmente desaparece tras la puerta de la joyería y el caballero, con una media sonrisa prosigue su camino.

-Hola, hija ¿qué querías?
-Buenas tardes, he visto el cartel de “Se vende” y lo cierto es que tengo pensado dedicarme al negocio. ¿Es usted la dueña?
-Mi marido y yo somos los dueños, hija. Llevamos toda la vida en esta joyería y nos vamos a jubilar. Mi marido está enfermo.
-Cuánto lo siento. ¿Y usted me podría informar del local?
-Claro, hija, últimamente soy yo quien se ocupa de todo. No hay más que lo que ves, y ésta pequeña trastienda. Todo está en regla, la escritura de propiedad, la licencia del negocio, los libros, todo. ¿Así que tú entiendes de joyería?
-Sí, señora, mi mamá tenía una. ¿Y el precio?
-Bueno, pedimos cuarenta millones.
-No sé, el local es pequeño y necesita muchos arreglos…
-Ya lo sé hija, pero ese tema mejor que lo hables con mi marido, él es quien tiene la última palabra.
-La verdad es que yo también tendría que consultar con mi compañero. ¿Cuándo podríamos verle?
-Toma nuestra tarjeta, llámanos por teléfono, y venís a casa un día, mi marido casi no sale.

Cuando Rosa me tendió la tarjeta, al tiempo que terminaba de contarme su entrevista, ambos sabíamos que yo no sería capaz de negarme. A lo sumo le haría ver los inconvenientes reales que presentaba su plan.
-La idea es buena –tuve que reconocer- pero ¿quién se hará cargo de atender el negocio? Tú trabajas…
-Sólo por las mañanas. Podría contratar a alguien media jornada. ¿Has calculado lo que podríamos ganar con las joyas si las vendemos bien, poco a poco, en lugar de dárselas a menos de la mitad de su precio a un comerciante abusivo? Yo te lo diré: para comprar dos o tres locales como ése.
-No es eso lo que me preocupa, pero, ¿y cuándo tendrías tiempo libre para estar conmigo? –Me puse en plan egoísta.
-Por las noches…-Me susurró, insinuando su arma secreta. Y esa era otra de las facetas en las que Rosa mostraba una creciente seguridad: el sexo y el consiguiente poder que a través de él ejercía sobre mí. Dentro de casa había perdido por completo no ya cualquier complejo, sino la timidez e incluso el pudor. Con cualquier pretexto –salir de la ducha, cambiar de ropa- se paseaba desnuda por la casa, de un cuarto a otro. Se regodeaba en exhibir su desnudez ante mí, en llamar mi atención, provocar mi estímulo Más aún, había alcanzado una notable habilidad, que acaso poseyera innata, en manejar esa rueda del destino que empieza en el deseo y termina en la satisfacción y la calma. Se había convertido en una especie de diosa doméstica que regulaba los ciclos de mis mareas
-Está bien, me has convencido, mañana hablaremos con ese joyero. –Concluí, mientras la abrazaba…

Fui a ver la joyería con Rosa, a última hora de la tarde, casi en hora de cerrar. La mujer nos enseñó la documentación, yo examiné la escritura y la licencia. Después, mientras Rosa terminaba de ver los libros y la mujer parloteaba, comprobé que no tenía ninguna medida de seguridad, ni tan siquiera una alarma. Después la señora echó el cierre, simple cierre metálico, y fuimos caminando a la casa, quedaba cerca. El hombre nos recibió sentado en su butaca, nos tendió la mano, pero no se movió ni hizo ademán de levantarse para saludarnos. Mientras Rosa charlaba con la dueña yo eché un vistazo por la habitación. Vi una foto.
-¿Son sus hijos? –La mujer asintió-Y dígame, señor, -me dirigí a él- ¿cuántos atracos han sufrido últimamente? Porque usted está así por un atraco, ¿verdad? Fue herido, ¿no es eso? –El hombre guardaba silencio, con la mirada perdida en el infinito; la señora se había echado una mano a la cabeza en señal de pesadumbre; yo continué presionando- Díganos la verdad. ¿Quiere que arriesgue la vida de mi mujer? Rosa, será mejor que nos vayamos, déjales una tarjeta nuestra, si alguna vez quieren ser honestos que nos llamen y seguiremos hablando. Pero creo que éste es un negocio peligroso. Buenas tardes.

Ya en la calle, Rosita (por unos minutos la sentí pequeña de nuevo) me preguntó:
-¿Cómo sabías lo de los atracos?
-Cariño, fue una intuición. Te confieso que al ver el local lo primero que pensé fue en lo fácil que resultaría atracarlo, llámalo deformación profesional si quieres. Luego, en la foto estaba el matrimonio y cuatro hijos. ¿Porqué razón iban a vender un negocio potencialmente tan bueno, si podían dejárselo a cualquiera de ellos? Fue lo que pensé. Y después, mientras miraba al hombre en la butaca me vino a la mente, no está enfermo, se ha quedado paralizado por un disparo que le alcanzó la columna. No sé, tal vez leí la noticia en algún periódico, hace tiempo, y se quedó grabado en mi subconsciente, y de súbito lo relacioné todo.
-Vaya subconsciente que tienes. Pues lamento haberte hecho perder el tiempo.
-Qué va, cielo, no lo hemos perdido en absoluto, creo que al final nos llamarán y compraremos la joyería, pero eso sí, por menos precio y tendremos que solucionar el problema de la seguridad, ya pensaré algo.

Rosita se cogió de mi brazo y seguimos caminando en silencio.