viernes, 30 de noviembre de 2007

El tuerto. 24: “Peter” y don Manuel

Fui con mi pasaporte británico -falso, claro- a ver a este abogado de Santa Cruz que según Charlie me podía conseguir la tarjeta de residencia sin mayores complicaciones. Tenía un despacho lujoso, un tanto recargado para mi gusto, en un edificio antiguo bien conservado. Gruesas alfombras, maderas nobles bien pulidas, estanterías con vitrina llenas de vetustos libros de jurisprudencia. La impresión que me causó don Manuel Pablo fue la de un dandi del siglo XIX. Lo primero que me llegó de él fue un intenso perfume emanaba toda su persona, como si se hubiera bañado en perfume, o al menos rociado abundantemente todo su cuerpo regordete. Vestía un traje inmaculado, una camisa blanca reluciente, chaleco y corbata oscura que casi le estrangulaba. Llevaba el pelo engominado y aplastado, y un pañuelo asomaba la punta del bolsillo superior. Sólo le faltaba el bastón para completar la imagen. Sus mejillas carnosas e impecablemente rasuradas me sonreían todo el tiempo con amabilidad solemne. Tomaba notas con una pluma estilográfica de buena marca. La conversación duró pocos minutos.
-Así que es usted…Peter, amigo del bueno de Charles...- Eso ponía mi pasaporte falso y tenía que empezar a acostumbrarme a mi nueva identidad. Se lo confirmé con una ligera inclinación de cabeza, contagiado por su estilo.
Para hacer las cosas bien, me dijo, primero me conseguiría una prórroga de estancia de seis meses, sin necesidad de justificar nada, y mientras yo decidiría si optaba por presentar un contrato de trabajo, o bien me matriculaba para estudiar algo, en cuyo caso tendría que acreditar mis medios de vida. Que no tuviera prisa en decidirlo. Y se quedó con mi pasaporte tras hacerme firmar una autorización para actuar en mi nombre.
Cuando después le conté mi entrevista a Charlie, me preguntó qué impresión me había causado el abogado.
-Un poco relamido, no se, blando.
-Pues no te fíes de las apariencias – me atajó-, de blando no tiene nada.-Y me contó una anécdota que en parte le definía, y en parte me hacía sospechar también la existencia de ciertos negocios entre él y Charlie, más allá de la relación cliente abogado.
-Don Manuel tiene una amante, Raquel, una rubia de ojos azules de unos veinticinco años. El rondará entre cincuenta y sesenta, no lo se. Raquel está divorciada de un conocido traficante de drogas siciliano, llamado Salvatore di Battello, con el cual tuvo un hijo. El caso es que Raquel se separó, pidió el divorcio y Don Manuel era su abogado. No se si ya se conocían de antes. Dicen los rumores que incluso eran amantes, que se conocieron en una fiesta en un yate y que fue Don Manuel quien incentivó a Raquel a divorciarse. Te puedes imaginar la que se armó. Salvatore montó en cólera, no sólo se negó a llegar al acuerdo de divorcio que amablemente le ofreció don Manuel, sino que propinó una paliza a Raquel, y lo que es peor, envió a un par de matones y amenazó de muerte a nuestro abogado, que ni se inmutó. Por cierto, tiene licencia de armas, y por debajo de ese traje tan elegante siempre lleva un revólver del treinta y ocho especial...Entonces sucedió algo sorprendente. Dos días después, la policía, con una orden judicial, e incluso acompañados del secretario del juzgado, entró en el domicilio de Salvatore...y encontraron dos kilos de cocaína, en una bolsa de deporte debajo de la cama. Muy extraño porque Salvatore todo el mundo sabía que nunca guardaba la mercancía consigo...Raro porque no implicaron a nadie más de su organización, sólo a él. Fue un juicio rápido y discreto, le cayeron once años de prisión, que está cumpliendo. Más casualidades: paralelamente llegó una solicitud de extradición de la justicia italiana, por delitos que le pueden acarrear la cadena perpetua en su país.
-¿Quién crees tú que colocó la cocaína en su casa?
-Evidentemente no fue Don Manuel en persona...-El Charlie lo dijo en un tono de complicidad, como si supiera algo más, pero no quise insistir. No se, me dio la sensación de que podía incluso confesar que había sido él mismo quien puso la droga. A esas alturas yo ya había ido atando cabos y sabía que uno de los negocios de Charlie era el tráfico de drogas, aún no sabía qué clase de sustancias y qué cantidades manejaba, pero se trataba de eso, seguro. Más allá, sólo podía especular, tal vez el abogado le proporcionaba clientes, tal vez le protegía de la policía, o tal vez era otra la clase de negocios que les unía.
Dicen que información es poder, pero también es cierto que saber demasiado puede convertirle a uno en un testigo incómodo, y a mí, la verdad, me gusta saber lo necesario en cada momento y nada más. Así que no me di por enterado de su insinuación y me evadí.
-No, claro, -dije- no me imagino al rechoncho Don Manuel colándose por la ventana, ni agachándose debajo de la cama...-dije, mientras le miraba a los ojos y pensaba en lo ágil que estaba Charlie.
-Pero tranquilo -añadió el Charlie- don Manuel es de fiar...
-Sí, tranquilo, pero por si acaso miraré siempre debajo de la cama, y desde luego, no me fiaré de las apariencias.

4 comentarios:

Maria dijo...

Que vago jajaja

Menudo abogado, miedo me daría a mi tener un abogado que es capaz de hacer eso.
Y veremos como termina el tuerto con el abogado.
Un saludo

Joseph Seewool dijo...

Hola, María: ya sabes que cumplo a rajatabla una ley: la Ley del Mínimo Esfuerzo, jua,jua.

¿Miedo de Don Manuel Pablo? Que no mujer, que es de fiar...(eso sí, no intentes jugárserla);-)
Un besito.

-Anna- dijo...

Jejeje a mi también me da miedo :S
No confío...que no le caiga al tuerto. jajaja, va a estar todos los días chusmeando abajo de la cama, re perseguido.
Sigo con los otros...

Joseph Seewool dijo...

¿Pero qué tendrá don Manuel Pablo, que nadie se fía de él?...Ja,ja.