miércoles, 31 de diciembre de 2008

El tuerto. 90: Doctor Chaid.

-¿A dónde vamos? –Preguntó Ivo.
-Al hotel.
-Pero tenemos que llevarte a un hospital.-Protestó Marco.
-Nada de hospital. ¿Qué pretendes, que me lleven a la cárcel? Dame el teléfono móvil. –Llamé a Rosita. Por la hora deduje que ya debía haber llegado a casa. Me atendió Yasmín. Traté de aparentar normalidad, pero me dolía mucho el brazo, creo que no pude evitar que mi voz sonara débil, contenida, tratando de no gemir por el sufrimiento. Me pasó con Rosa.
-Hola cariño, ¿cómo estás?
-Bueno, más o menos bien. Escucha, necesito que me hagas un favor.
-¿Qué ha ocurrido?
-Ahora no puedo contarte, y menos por teléfono, pero no te preocupes, nada grave. Sólo que necesitamos un médico, ¿me entiendes? Uno que no haga preguntas. No podemos ir al hospital. Había pensado que tu amiga la enfermera debe conocer alguno que esté dispuesto a hacernos ese favor y que viva aquí, en Gran Canaria. Por supuesto se le pagaría bien…
-Pero Gaby ahora vive en Tenerife.
-Ya lo sé, ¿pero no me dijiste que antes había trabajado en Las Palmas?
-Si.
-Pues entonces seguro que conoce a algún médico de aquí.
-Vale, la llamaré ahora mismo. –Y colgó.

Dimitri conducía con prudencia el Ford Escort, sin hacer maniobras bruscas ni peligrosas, pero a buena velocidad. Estábamos ya en las afueras de Las Palmas. Mi dolor iba en aumento, era ya insoportable. Sentí miedo, de perder el conocimiento, no de morir, pues sabía que la herida no era mortal. Estaba empapado de sudor, un sudor frío.
-Necesito algo para este dolor, así no puedo ni pensar.
-Para en una farmacia.-Dijo Ivo.
-¿Qué vas a hacer?
-Tú tranquilo. Esperadme con el coche a la vuelta de la esquina, no tardaré.
- Este tío va a atracar la farmacia.- Dijo Marco. Yo no tenía fuerzas para decir nada, mucho menos para oponerme. A los dos minutos volvió con una bolsa de plástico llena de medicamentos.
-Arranca.-Dimitri salió a buena velocidad, pero siempre sin estrépito, sin llamar la atención, y volvió a girar en la primera esquina. Ivo sacó dos cajas de la bolsa de plástico. Una contenía ampollas, la otra jeringuillas desechables.
-¿Qué es eso?
-Morfina. Dimitri, cuando puedas paras en un sitio discreto.

Dimitri se salió por una vía de servicio y paró en una gasolinera tipo autoservicio. Mientras él repostaba, Ivo cargó una jeringuilla y me inyectó la morfina en el brazo. A los pocos segundos experimenté un inmenso alivio. Por lo menos ya podía pensar con serenidad
-¿Dónde has aprendido esto?
-Joder, en la guerra…
Seguimos viajando en dirección a Puerto Mogán. El teléfono tardaba en sonar. Pasó una media hora, después otra media más. Llegamos al hotel. Afortunadamente por la noche no había absolutamente nadie. Por el día venían distintos empleados, a terminar los últimos retoques, a realizar limpieza, o aprovisionar de víveres y bebidas la despensa y el frigorífico del hotel, para cuando se celebrara la esperada inauguración. Pero por la noche sólo yo, en calidad de dueño, tenía las llaves del hotel. Así que por ese lado no habría problema, tendríamos todo el hotel para nosotros, y toda la tranquilidad y discreción que necesitábamos. Lo primero que hice fue guardar el maletín que me había salvado la vida, conteniendo los cinco millones de dólares, en la caja fuerte del hotel. Aproveché para sacar algo de dinero en pesetas, un par de millones que me guardé en el bolsillo de mi cazadora. Por fin sonó el teléfono.

-Siento la tardanza pero a mi amiga le ha costado tiempo localizar a tu médico a estas horas.
-Ya imagino, ¿pero lo ha conseguido?
-Sí, más o menos.
-¿Qué significa eso?
-Pues que el tipo es médico, pero no puede ejercer legalmente, no tiene los papeles en regla. La policía le ha retenido la documentación porque es saharaui, pero el dice que se considera español. Es una larga historia. ¿Te servirá?
-Si sabe medicina me servirá.
-Pues tenéis que ir a buscarle a la pensión donde se aloja, porque tampoco tiene permiso de conducir; la pensión se llama “Tres esquinas” y está en Arucas. Ah, él se llama Chaid.
-Dale las gracias a Gaby, y dile que también habrá una gratificación para ella.
-Vale, cuídate.

-A ver chicos, hay que ir a recoger al doctor a una pensión de Arucas. El problema es que no podemos usar el Ford. Habrá que deshacerse de él. A estas horas la policía ya está en el lugar del tiroteo. No sabemos si algún testigo ha podido dar la descripción del coche, puede que ya lo estén buscando en los controles de carretera. En cualquier caso, no podemos arriesgarnos a circular con él.
-Yo puedo conseguir otro coche en cualquier momento.- Espetó Ivo con aplomo.
-No lo dudo, pero no me gusta mucho esa opción de viajar en un coche robado. En cualquier control rutinario podrías caer. En fin, me temo que no tenemos otra opción, a estas horas no es posible alquilar uno, y yo no puedo aguantar hasta mañana con la herida.
-No te preocupes, yo sé cómo tengo que actuar si me tropiezo con la policía...-Dijo enigmáticamente. No quise preguntar qué pretendía decir.
-Vale, entonces Ivo traerá al doctor y nosotros nos quedaremos quietecitos.
-Escucha, lo mejor sería aprovechar para deshacernos del Ford. Puedo conducirlo por ejemplo hasta San Bartolomé, en el centro de la isla, dejarlo correctamente aparcado en cualquier calle donde no llame la atención, y unas calles más allá conseguir otro coche.
-De acuerdo, en ese caso hay que sacar el cadáver del maletero. Lo colocáis en una de las habitaciones y mañana ya decidiremos lo que hacer con él.

Mientras esperaba al doctor, me quedé medio adormilado. Entré en una especie de semiinconsciencia en la que revivía y analizaba los sucesos acaecidos en forma de sueño, y en la que yo mismo me decía “esto es una pesadilla”. Ignoro lo que significaba, si era el deseo de despertar y descubrir que todo era un simple producto de la actividad onírica, un mal sueño, o si estaba definiendo la realidad con ese abrumador sustantivo, y de algún modo mentalizándome para lo peor. O ambas cosas. Mi mente se iba por todos los derroteros, hacia atrás, analizando lo ocurrido; hacia delante, imaginando caminos, posibilidades, soluciones. Cómo librarnos del cadáver.

Sin abrir los ojos, fui consciente de que alguien manipulaba mi brazo. Sentí un pinchazo, después otro, y un tercero. Más tarde supe que el médico me inyectó antibióticos, anestésicos, antihemorrágicos, antiinflamatorios. Hizo un trabajo de artesanía, como en sus viejos tiempos veinte años atrás en los campamentos del Frente Polisario en el Sáhara. Con una habitación de hotel como improvisado quirófano, sin más ayuda que Ivo, abrió la herida con el bisturí, extrajo el proyectil incrustado entre húmero y radio, reparó el hueso dañado lo mejor que pudo, recolocándolo y quitando las astillas, drenó sangre y líquido sinovial, cerró la herida, suturó con veinte puntos, y finalmente colocó un vendaje. Sentí unas palmaditas en la mejilla y una voz de grave suavidad que me decía:
-Vamos, despierta, ya estás operado amigo.

Abrí los ojos con una sensación de bienestar, de euforia, nada me dolía y sabía que todo había ido bien, al menos razonablemente bien. Por las rendijas de la persiana se filtraba la claridad del día.
-Escúchame amigo, has tenido mucha suerte, ahora estás fuera de peligro. ¿Me comprendes lo que te estoy diciendo?
-Sí doctor.- Asentí con la cabeza. Nos miramos a los ojos. El doctor tenía un rostro venerable, anciano, triste, amable, dulce, depurado por el sufrimiento serenamente aceptado. O no sé si era la morfina la que me hacía percibir todo aquello, pero intuí que era una buena persona y sentí una inmensa gratitud hacia él.
-He podido salvar el brazo, un poco más y hubiera empezado a gangrenarse. También has estado en peligro de morir desangrado, o por la infección. Pero he llegado a tiempo. De todas formas no te hagas ilusiones, has perdido un trocito de hueso, y aunque soldará bien, dudo que puedas mover el brazo como antes, y mucho menos hacer esfuerzos.
-No importa doctor, muchas gracias. Estoy seguro que en un hospital no lo hubieran hecho mejor. Ivo, alcanza mi cazadora y dale al doctor su dinero.
-Gracias, en la mesilla les dejo los medicamentos que tiene que tomar, y la pauta. Dentro de unas horas, cuando le vuelva el dolor, que tome una cápsula de “adolonta”, no le inyectes más morfina, podría enmascarar una complicación, y además acostumbrarse. Vendré mañana por la tarde para desinfectar la herida y cambiar el vendaje. Ahora descansa, amigo.

domingo, 21 de diciembre de 2008

El tuerto. 89: La misión

El primer paso era encontrar a los hombres adecuados para encarar el trabajo, mejor dicho: la misión, porque de eso se trataba. La plantilla de Esparta S.A. contaba con numerosos candidatos, entre los que no me fue difícil seleccionar a los mejores.

Ivo, un exguerrillero serbo bosnio de treinta años, con una endiablada puntería que ejecutaba en una doble especialidad: era un buen francotirador, que había practicado mucho en Sarajevo, con fusil de larga distancia y mira telescópica; y sobre todo era un excelente tirador instintivo y ambidextro, capaz de disparar dos pistolas a la vez, una en cada mano, y acertar un noventa y cinco por ciento. Con esas cualidades, algún defecto había de tener: estaba loco, era un alcohólico y un psicópata paranoico, un individuo indisciplinado e imprevisible, casi imposible de controlar. Había conseguido huir de Bosnia nada más terminar la guerra. Intentó enrolarse en Francia, en la legión extranjera…Y le habían rechazado precisamente por sus desequilibrios mentales. Viajó a Madrid, donde le habíamos librado de la cárcel, acusado de un delito de agresión. Teo le había reclutado para la empresa, pero no figuraba oficialmente en la nómina, ya que no tenía sus papeles en regla. Probablemente su pasaporte era falso (como el mío, al llegar a España), y sin duda le buscaría la justicia Bosnia, tal vez incluso el Tribunal de La Haya. Así que cobraba su nómina en dinero negro y prestaba sus servicios de escolta de manera disimulada bajo la figura de chofer o simplemente de acompañante. Los clientes, sus protegidos, no solían soportarle mucho tiempo sus excentricidades. En aquel momento no tenía asignado ningún servicio.

Si alguien podía controlar a Ivo ese era Dimitri, un exmilitar ucraniano, de Kiev. Pasaba de los cincuenta, con abundantes entradas y prominente barriga. Sin embargo era el único al que Ivo respetaba, precisamente por ser su polo opuesto. Dimitri era calmado, astuto, prudente, sabía imponer su autoridad con la sola mirada de sus ojos grises, fríos. Había estado en Afganistán en los primeros años ochenta, cuando todavía formaba parte del glorioso ejército soviético. Conocía, pues, todas las tácticas guerrilleras, las había combatido y la prueba de su eficacia es que había sobrevivido. Confiaba en su instinto para el buen fin de la misión.

Marek, un polaco al que todos llamaban Marco, a la española. En realidad no tenía preparación militar ni policial, su profesión en Polonia era ingeniero, pero en España no había encontrado trabajo en su especialidad y se había reconvertido a las tareas de vigilante de seguridad. A pesar de poca experiencia, lo elegí porque en las pruebas de tiro resultó ser también un excelente tirador, sin llegar a la altura de Ivo. Además, tenía buen carácter, era laborioso, leal, muy inteligente, un hombre de recursos. En suma, podía actuar de elemento integrador en el equipo y había demostrado que en un momento necesario podía servir para todo.

El segundo paso era informarles de la misión a realizar y conseguir que aceptaran. Les dije la verdad desde el principio:
-Chicos, se trata de que nos deis protección a mi amigo y a mi, en una digamos entrevista o reunión que vamos a tener con unos individuos que pueden ser peligrosos. De momento no puedo entrar en detalles, se trata de un trabajo ilegal, no estaréis por cuenta de la empresa, sino mía, por tanto es voluntario. A cambio estará muy bien pagado. Medio millón de pesetas a cada uno por apenas unos cuantos días de preparación, estar disponibles, y una operación que en sí apenas durará unos minutos. Por supuesto no se trata de ningún robo, sino al contrario, de que no nos roben a nosotros, es lo único que os puedo decir. A los que aceptéis se os contarán los detalles con antelación y podréis incluso dar vuestra opinión, sin que ello signifique aceptarla.

Naturalmente no hubo que hacer ningún esfuerzo para persuadir al loco Ivo, estaba deseoso de acción. De hecho era el aburrimiento lo que le mataba y le hacía consumir alcohol en grandes cantidades. Tan pronto supo de la operación se mantuvo sobrio y concentrado. En cambio el prudente Marco no quería involucrarse en nada ilegal. Tuve que vencer su resistencia doblando la cantidad a percibir por cada uno de ellos, un millón de pesetas. Dimitri, además, como buen militar quería tener el mando operativo.
-Tú estarás al mando de Ivo y Marco,-le respondí- pero la operación es de mi amigo y mía.- Dimitri asintió. De hecho fue de los tres al primero que le conté los detalles de la misión, tan pronto llegamos a las islas Canarias y estábamos instalados discretamente en cinco habitaciones de mi hotel en Puerto Mogán, ya terminado y habitable, si bien todavía no estaba abierto al público por cuestiones de papeles y licencias de apertura.

Estudie con Dimitri el material necesario y a través de Esparta hicimos la compra: armas, munición, chalecos antibala. Para disparar a dos manos Ivo prefería que fueran revólveres, ya que no precisan montar; en caso contrario tendría que llevar las pistolas ya alimentadas, es decir, el cartucho ya en la recámara, con el riesgo que ello suponía de disparo accidental. Mostró su deseo de llevar dos Colt 45, pero aquí no se encuentran armas de esa marca y calibre, tuvo que conformarse con Astra 38 especial. Yo también escogí un revólver, ya que llevaría la mano izquierda ocupada con el maletín y tampoco podría montar el arma. A Charlie le conseguimos una pistola BUL M5 de 9 mm. Y para Marco y Dimitri, que nos cubrirían desde la retaguardia, conseguimos dos subfusiles HK Calibre 45. Por si acaso, compramos también para Charlie un fusil de precisión, Stoner SR25, con mira telescópica.

Los chalecos eran de tipo militar, tamaño largo, con protección de cuello, costado y pelvis. Menos mal que era invierno, porque si no nos hubiéramos asado. Por encima, para disimular, usaríamos unas cazadoras de tela impermeable, muy ligeras.

Elegidos los hombres y el material, la tercera parte consistía en elaborar un procedimiento que nos garantizase la seguridad, o al menos que redujese al mínimo los riesgos. Dimitri apuntó que lo esencial era elegir nosotros el sitio donde se efectuaría la entrega, un lugar que pudiéramos vigilar, limpiar previamente, y colocar a los hombres en lugares estratégicos, donde su rendimiento fuera el óptimo, por ejemplo a Ivo, el francotirador, en un emplazamiento elevado, en el cual su eficacia fuera máxima.

Estuve plenamente de acuerdo, pero fijar el lugar de encuentro supuso una ardua negociación con los colombianos. Ellos pretendían que fuéramos a buscar la mercancía al barco donde la tenían almacenada, el cual estaría navegando a corta distancia de la costa, y cuyas coordenadas nos darían horas antes de la entrega. Nos negamos rotundamente, ni siquiera hubo dudas en ninguno de nosotros, era evidente que de esa forma estaríamos totalmente vendidos, en alta mar, y a merced de un barco que no sabíamos de cuántos hombres y armas dispondría.

Yo no tenía prisa en concretar, porque aún estaba gestionando el cambio de divisa, de pesetas a dólares. Propusimos a los narcos que la entrega se hiciera en una nave del polígono industrial “El sebadal”, colindante al Puerto de Las Palmas. Un sitio perfecto para nosotros, ya que podríamos instalar cámaras de vigilancia, controlar los movimientos de los colombianos e inclusive apostar a Ivo de forma que tuviera a tiro tanto el interior como el exterior, a través de una ventana que dominaba la salida.
Pero aquí fueron ellos los que rechazaron sin contemplaciones la propuesta. Si no queríamos ir al mar, dijeron, tendríamos que ir al menos al muelle pantalán, donde fondearía provisionalmente el barco. Podríamos ir con una furgoneta hasta el inicio de la dársena, y allí, con un carrito hacer el trasvase del material.
El Charlie estaba de acuerdo, yo me quedé dudando, pero Dimitri, siempre cauto, se negó. Nada de acercarnos a ese barco, ni siquiera a la dársena, es el lugar ideal para que nos preparen una encerrona, sentenció, y al instante le comprendí. En efecto, un lugar estrecho, con yates y mar a ambos lados, mientras lo transitáramos seríamos un blanco fácil, aparte que podían tener una segunda embarcación desde la que atacarnos por sorpresa.

-Si quieren que la saquen ellos del barco y de la dársena. –Le dije a Charlie, para que a su vez se lo transmitiera a los colombianos.- El punto de reunión será un lugar neutral, el recodo del muelle, donde enlaza con la calle Luis Doreste. Allí hay una explanada discreta, con aparcamientos. Que vengan con la furgoneta cargada, una furgoneta de alquiler. Tú, Charlie, compruebas la mercancía, la calidad y la cantidad, ellos nos entregan las llaves de la furgoneta y les damos el dinero. Así no hay que descargar y cargar. Nosotros devolveremos la furgoneta a la empresa de alquiler. Sencillo, ¿no? Es nuestra última propuesta, si no aceptan se terminaron las negociaciones, no hay trato. Ah, y que venga personalmente tu contacto, el representante del cártel. ¿Cómo se llama?
-Corbacho.
Aceptaron.
El día fijado, minutos antes de la hora señalada, llegamos a la explanada en un solo vehículo, un Ford Escort 16 válvulas. Nos situamos en el fondo del recodo, mirando a la entrada; a nuestra izquierda un muro nos separaba de la avenida Bethencourt, se oía el tránsito de coches; a la derecha otro muro, y a nuestra espalda una abertura de unos tres metros que daba a un camino de tierra paralelo al mar, entre el muro y la escollera: nuestra puerta de escape en caso de necesidad. Con el motor en marcha bajamos Charlie y yo. En mi mano izquierda el maletín con el dinero, un “samsonite” de acero, atado con una cadena y un candado a mi muñeca, para evitar que me lo arrebataran. Al volante Marco, su metralleta pasó a reposar en el asiento del copiloto. Detrás permaneció Dimitri, con el subfusil en las rodillas. Ivo, nervioso, salió también a estirar las piernas. La explanada estaba casi vacía, a aquella última hora de la tarde sólo quedaban un par de coches, seguramente de algún rezagado trabajador del muelle. Esperamos cosa de media hora, nos estábamos impacientando.

-Si no aparecen en diez minutos nos largamos.-Le dije a Charlie. En ese momento los vimos entrar, delante un Renault 21 con las luces ya encendidas. Detrás la furgoneta. Subimos todos al coche y nos acercamos a ellos, en mitad de la explanada, para no quedar encerrados y no perder de vista la trasera de la furgoneta. Charlie y yo nos adelantamos, Ivo se quedó de pie con la portezuela abierta, los otros dos dentro. Charlie saludó a uno de los tipos y me lo presentó.
-Este es Leocadio, el lugarteniente de Corbacho.
-Yo soy Ralph.- Dije, recurriendo a mi antiguo nombre de guerra. No me gustó el tipo, sonreía demasiado sin venir a cuento, me pareció falso.- ¿Pero dónde está Corbacho? Quedamos en que vendría.
-No ha podido ser, la policía le está siguiendo los pasos y hubiera sido temerario.
-Esto no es lo acordado.
-Lo que importa es que trajimos hasta acá la mercancía, como ustedes querían. Espero que hayan traído la plata.
-Por supuesto, ¿qué cree que tengo si no en el maletín?
-Queremos verla.-Sí, pero antes veamos la mercancía.
-Claro. –Leocadio le hizo seña a uno de sus secuaces y éste se acercó con un paquete. Charlie lo abrió, cogió un pellizco del polvo blanco y lo probó con la lengua. Su cara mostró satisfacción.
-Es superior.
-Ahora la plata.
Con el pulgar derecho introduje la combinación, abrí un poco el maletín y les mostré fugazmente los billetes, saqué un fajo, cerré de nuevo el maletín y desplegué ante sus ojos el dinero.
-Cinco millones de dólares, como ustedes querían.-Recalqué.- No ha sido fácil cambiar tanta divisa. Y ahora si no le importa, mi amigo subirá a la furgoneta y comprobará el resto de la mercancía, como hemos acordado.
-No querrá abrir todos los paquetes…
-Claro que no, sólo unos cuantos.
Charlie subió a la furgoneta, yo desde fuera le acompañé con la mirada y acto seguido giré el cuello hacia atrás y le hice una seña de alerta a Ivo, levantando las cejas. Charlie me hizo un gesto negativo desde la furgoneta, había abierto en total tres paquetes, de diversas cajas al azar, y salió pálido de la furgoneta.
-Esto son polvos de talco.- Dijo. Y fue lo último que dijo. El tal Leocadio de repente empuñaba una pistola y le descerrajó un tiro en la cabeza a Charlie. Yo sólo tuve tiempo de proteger la mía con el maletín de acero. En un segundo me llovieron disparos de todas partes. El maletín me golpeó la cabeza, por la fuerza de los proyectiles, pero resistió. Caí al suelo derribado por los impactos en el pecho. Pero sobre todo sentí un dolor abrasador en el brazo izquierdo, a la altura del codo. De repente cesó el tiroteo, tan bruscamente como había comenzado. Ivo había eliminado a cuatro de ellos. Los otros dos intentaron huir, uno al volante del Renault, y el otro en la furgoneta. Pero Marco y Dimitri, los acribillaron con los subfusiles.

Rápidamente Ivo se llegó a mi lado y examinó mi brazo izquierdo herido, que aún portaba el maletín. Con celeridad extrajo su navaja, cortó la manga de mi cazadora y con ella me hizo un torniquete para detener la hemorragia. Al ver la destreza con que manejaba la navaja pensé que era una similitud más entre nosotros dos, y no pude evitar agradecer a la legión francesa su error de no haber admitido a Ivo en sus filas. Mientras, Marco y Dimitri habían depositado a Charlie, el cadáver de Charlie para ser exactos, en el maletero. No podíamos dejarlo allí. De ninguna manera. Me incorporé con la ayuda de Ivo, entramos en la parte posterior del Ford Escort, y escapamos a toda velocidad.

jueves, 11 de diciembre de 2008

El tuerto. 88: Buenos “negosios”.

Todavía no sé porqué acepté participar en aquel disparate que me propuso Charlie. Es verdad que me lo pidió como un favor, que casi me echó en cara todo lo que él había hecho por mí, y no hacía falta mencionarlo ni entrar en detalles. Cómo podría olvidar que fue él quien me ayudó a establecerme en Tenerife cuando yo no era nada, menos que nada, era un perseguido de la justicia. Gracias a su ayuda conseguí mi permiso de residencia; Charlie me facilitó entrar en aquel primer golpe que me alejó de la miseria cuando ya se me estaban acabando las reservas monetarias; colaboró conmigo en el negocio de las facturas, tuvo que torear con drogadictos; me ayudó a liquidar al Philip, y también estuvo en lo del Guti.

No cabe duda de que además yo le había tenido últimamente un poquito abandonado a su propia suerte. El Charlie no terminaba de encajar en mis negocios. Para operaciones puntuales servía muy bien, pero no podía tener un papel permanente en ninguna empresa, ni en la gestión inmobiliaria, ni en la reciente empresa de seguridad, ni en la futura constructora. En un intento de que sentara la cabeza le ofrecí ser el director del hotel que estábamos a punto de inaugurar, pero lo rechazó con argumentos aplastantes, el no era un gerente, el era un relaciones públicas, un hombre simpático, sociable, lleno de contactos, un intermediario perfecto, pero incapaz de planificar, ni de organizar nada.

Lo único en lo que había sabido encontrar su hueco era el comercio…de la droga. Para eso era perfecto, porque su negocio no requería ningún establecimiento permanente, ni oficina, ni licencias, ni abogados, ni contratos por escrito, ni cotizaciones a la seguridad social, ni contabilidad, ni balances, ni libros de registro, ni nada. Sólo requería lo que él sabía dar mejor que nadie: una pequeña frase amistosa, una palabra deslizada como casualmente, “si quieres algo para pasarlo bien, ya sabes”, y un rápido trueque, así es como empezó. Su clientela fue numerosa, fiel, y hasta ahora nunca le habían traicionado, no sé si por azar o porque había sabido seleccionar. Con el tiempo, y paulatinamente, ascendió de tener una red de clientes a tener una red de camellos. Pasó de manejar unos cientos de gramos, a decenas de kilos.

Y en esto se fue de vacaciones a Inglaterra. Allí, además de conocer a Yasmín y traerse a Moon, amplió su agenda de contactos de cara a una ampliación de su negocio. Con esa trayectoria era inevitable que terminaran presentándole al apoderado del cártel de Cali para Europa. Fue en una de esas fiestas a las que él asistía con frecuencia, invitado por un magnate vicioso. Ya habían oído hablar el uno del otro, por lo que ni siquiera fue sorpresa la frase pronunciada por el caleño.
-Usted y yo podríamos “haser” buenos “negosios”.- Esa fue la frase que a Charlie le impactó, se le quedó grabada como una obsesión.

También es cierto que intenté convencerle de que desistiera de su plan.
-Mira, Charlie, no te dejes fascinar por ese mundillo; es difícil entrar, pero salir es imposible. Una vez que te metas nunca dejarán que te marches. ¿No querías casarte con Yasmín y llevar una vida respetable? Pues de ese modo nunca lo conseguirás.
-Sólo quiero hacer una operación y retirarme.
-Eso no te lo crees ni tú. ¿Cómo sabes que no es una trampa? ¿Y si el tipo ese lo que quiere es quedarse con tu dinero y quitarte de en medio? ¿No se te ha ocurrido pensar que cuando empieces a inundar de cocaína todas las islas, las canarias y las británicas, le estarás quitando el negocio a otros, y lógicamente querrán eliminarte?
-Joder, tuerto, para eso es para lo que te necesito a ti y a tus hombres, para protegerme en esta operación. Necesito tu olfato para detectar si algo va mal, y también para que organices todo, ya sabes que yo no sirvo para eso.
-¿Y para financiar la compra?
-En realidad también te necesito. Hay que pagar en dólares y querría que tú hicieras el cambio de divisa. Y…bueno, aún no hemos fijado la cantidad exacta ni el precio, si quieres entrar como socio podemos aumentar la compra; eso reduciría el precio por kilo y aumentaría el beneficio a repartir.
-¿De qué cantidad estamos hablando?
-Yo había pensado comprar trescientos kilos, tres millones de dólares, pero si tú entras podríamos doblar la cantidad, seiscientos kilos nos saldrían por cinco millones. Iríamos a partes iguales, como en los viejos tiempos…
-¿Estás loco?¿Pero dónde piensas colocar tamaña cantidad de coca?
-Tranquilo, tuerto, tú sabes de tu negocio, pero yo conozco bien el mío. Tengo una docena de camellos por todas las islas que venden cada uno entre cincuenta y cien gramos diarios, en total de seis a ocho kilos por semana. La gente consume coca a raudales, todo el mundo la consume, los ejecutivos para tener claridad mental en sus negocios, los políticos para mantenerse despiertos en sus maratonianas reuniones de partido, los estudiantes para divertirse en la discoteca…
-Aún así, tardarías un año en vender 400 kilos.
-Déjame terminar. La realidad, es que ahora mismo la demanda de coca es muy fuerte. Si no vendemos más no es por falta de clientes, sino porque se nos termina la mercancía. Muchos drogadictos tienen que contentarse y engañar el síndrome de abstinencia con sucedáneos, anfetaminas, tranquilizantes, o cualquier mierda que les trastorne la mente. Estoy seguro de que podríamos ampliar la venta. Y además, tengo un contacto en Londres para enviarle una mula con un par de kilitos a la semana.
-¿Una mula?
-Si, coño, un tipo en avión, un don nadie, un “pringao”, como dicen aquí…Bueno, ¿qué respondes? Ten en cuenta que en ocho o diez meses a lo sumo, habremos triplicado el capital.
-Lo estudiaré.

La siguiente vez que hablamos del tema le solté una batería de objeciones y peligros, pero cuando alguien está decidido a hacer una cosa, al final la hace.
-Mira, Charlie, todos esos drogadictos, esas docenas, cientos de clientes. ¿Quién te dice que alguno de ellos no es chivato de la policía? No digo por gusto, nadie es chivato por gusto, sino porque le han detenido con droga encima y para salvar su culo se pone a dar nombres…
-No te preocupes, sólo podrían dar el nombre de mi camello, hace tiempo que no trato directamente con clientes, excepto unos pocos de mi absoluta confianza.
-Bueno, piensa otra cosa: el tipo al que le estás comprando, si haces esta operación le vas a dejar de comprar, te perderá como cliente, ¿crees que le va a gustar? Tal vez intente joderte…
-Si, ya había pensado en ello. Ese tipo a su vez le compra a los del cártel de Medellín. Creo que lo mejor sería que me dejaras uno de tus hombres como escolta, durante unos meses…
-Ya veremos, todavía no tengo decidido si hacerlo o no. Pero quiero que me prometas que no harás nada por tu cuenta.
-Eso no puedo prometértelo.
-O sea, que de todas maneras lo harás, conmigo o sin mi.
-Es posible.-Dijo, enigmáticamente.- Lo cual, para mi significaba que sí, que de todos modos lo haría. Eso fue lo que me decidió a participar. Pensé que si yo lo organizaba, al menos tendría una oportunidad de que saliera bien.

lunes, 1 de diciembre de 2008

El tuerto. 87: La mujer de las diez y diez.

El hotel de Puerto Mogán ya estaba casi terminado. Las obras, con la nueva constructora, habían avanzado a buen ritmo y cumpliendo la calidad pactada. Los Toscos estaban más que satisfechos, ilusionados con el negocio que se avecinaba. Cien habitaciones, restaurante, discoteca, piscina y pista de tenis. Las cuatro estrellas estarían aseguradas, y lucharíamos por la quinta.

Sin embargo, mantuve una conversación con Teo y Blas el día que finalmente constituimos “Esparta, S.A”. Firmamos en la notaría temprano, a las diez y media; Lucía, después de aceptar el cargo de consejera delegada, se marchó a toda prisa al juzgado, tenía que practicar una diligencia en ejecución hipotecaria contra uno de mis deudores. Nosotros tres, Blas, Teo y yo, nos fuimos a tomar un café.

Esa charla me dio la idea de introducir una pequeña modificación de última hora. Al lado del hotel, en la zona destinada a aparcamiento, construiría un casino, y el aparcamiento quedaría subterráneo. No sería un gran casino, ni siquiera mediano, bastaría con uno pequeño para empezar. Tendría una sala de máquinas tragaperras, una sala de bingo, y otra con ruleta, black jack y distintas modalidades de póker. Después, si el negocio funcionaba, ya habría tiempo de ampliar.

Tomando sorbos de su carajillo, Blas me relató su investigación sobre los hurtos en el casino, aquella historia que apenas había empezado a contar en el almuerzo rústico, y que primero yo interrumpí con mi urgencia mingitoria, y finalmente quedó aparcada (pero no olvidada) cuando pasaron a proponerme la empresa de seguridad.

-El gerente del casino estaba convencido de que había un ladrón, pero yo no lo veía claro. Las cámaras no detectaron nada sospechoso.
-¿Sospechoso como qué?
- Hay muchas maneras de estafar a un casino, por ejemplo, un jugador que obtiene ganancias repetidas y abundantes se convierte en sospechoso de estar haciendo trampas. Se le vigila de cerca, si no se descubre el truco se le invita amablemente a no volver, y si se descubre se le denuncia. Más fácil aún si se tiene la complicidad de un empleado, en ese caso en una mesa determinada se producen demasiadas ganancias por uno o varios jugadores. Nada de esto detectamos. Pasamos entonces a investigar a todos los empleados, uno por uno, sus costumbres, su patrimonio, sus deudas, etc. Y nada, tampoco encontramos nada. Yo, la verdad, empecé a dudar de que realmente existieran los robos. Se lo dije al gerente:

“-Mire, me parece que estamos perdiendo el tiempo, ¿Qué le hace estar tan seguro de que alguien roba?
-Los ingresos han disminuido casi un cinco por ciento en los dos últimos años; en cambio las entradas de clientes se han mantenido estables, incluso han subido ligeramente.
-Pero eso puede ser porque los que entran se gastan menos dinero, debido a la crisis.
-No, porque las ventas de cartones de bingo, que están contabilizadas, ya que cada cartón queda inutilizado después de usarlo, se han mantenido. Y la recaudación de las máquinas tragaperras, ha aumentado ligeramente. Las que han bajado han sido las fichas de juego, de ruleta y póker, justamente las que no están controladas, porque son reutilizables.
-Pues entonces ponga un sistema de control de esas fichas.
-Tenemos un control de fichas en caja, de fichas vendidas, de fichas recuperadas, y fichas pagadas, pero es imposible establecer un control exacto de lo que se llama ficha flotante.
-¿Y eso qué es?
-Muy sencillo, las fichas, en cada jornada, parten de la caja, las llamamos fichas en caja. Las que se venden a los clientes son fichas vendidas. Las que el croupier gana para la banca se llaman fichas recuperadas. Pero…-hizo una pausa- las fichas que están en manos del cliente, ni siquiera están en la mesa de apuestas, esas no podemos saber la cantidad exacta en cada momento. De vez en cuando hacemos un control por sorpresa de las fichas en caja, lo llamamos control de ficha flotante, porque si del número total de fichas restamos las que hay en caja, y las que se han recuperado en mesa, obtenemos la cifra de fichas flotantes.
-Puede que el ladrón sea el cajero.- Sugerí.- Es el que más fácil lo tiene. Le bastaría con un solo cómplice, le entregaría más fichas de las realmente vendidas, y luego las anotaría como fichas pagadas.
-Tal vez.- Dijo el gerente.- Pero necesitamos demostrarlo. El cajero es un respetable señor de cincuenta y seis años, lleva trabajando con nosotros más de diez, le falta relativamente poco para jubilarse, no tendría sentido que se arriesgara, y los robos sólo se han empezado a producir hace año y medio más o menos. Además, por lo que sabemos, este hombre lleva una vida intachable.
-¿Pero porqué no le despiden sin más? Si, los robos dejan de producirse es que era él…
-Mire, no nos gusta dar palos de ciego, y menos aún dejar en la calle a un honrado padre de familia. Aparte que el Juez declararía nulo ese despido y tendríamos que readmitirlo o indemnizarle fuertemente. Esa solución ya la hemos pensado, pero no nos gusta. Le repito que necesitamos pruebas.
-Pues entonces sólo me queda infiltrarme en el casino como un empleado más.
-Haga lo que tenga que hacer”.

-Así que me firmaron un contrato de trabajo, me dieron de alta en la seguridad social, me vi vestido con el smoking y la pajarita, el uniforme del casino. Y ahí empezó lo divertido.
-¿Qué es lo divertido?
-Todo lo que aprendí, de la gente, de sus ingenuas pasiones. Hasta qué punto pueden ser estúpidos. Puedo comprender que alguien vaya al casino una vez, a probar suerte, a saciar su curiosidad. Pero que alguien acuda habitualmente, por hábito, por costumbre, por adicción, sabiendo positivamente que van a perder, porque la estadística no falla, a la larga siempre se pierde. Eso es que no lo entiendo, o no lo entendía, porque después de mi corta experiencia de croupier en la mesa de póker descubierto he intuido que detrás de esa pauta de conducta se esconde un vacío existencial, una búsqueda inútil de algún tipo de sensación, aunque sea sólo la fugaz emoción que experimentan mientras la ruleta está girando. Un casino es un laboratorio de sensaciones y de comportamiento humano, y el póker no es un juego de cartas, es un juego de psicología.
-Caray, estás hecho un filósofo.- Le cortó Teo.
-Pero todos tenemos nuestros agujeros negros, y los intentamos tapar de una manera u otra.- Dije, pensando sobre todo en mí mismo y en cómo satisfacía mi ansia de emoción buscando en los confines de la legalidad.
-Sí, pero no todo fue filosofía, también tuve tiempo de, bueno…me enrollé con una de las camareras, Vicky, eso fue lo mejor…creo. Yo, la verdad es que no tenía ninguna intención de complicarme la vida en medio de aquella investigación, sobre todo porque necesitaba tener los ojos bien abiertos si quería descubrir qué era lo que estaba pasando. Pero supongo que fue esa indiferencia lo que la picó a ella, porque la nena está buenísima, con una carita de muñeca y un cuerpazo de modelo, y no voy a dar más detalles a estas horas. El caso es que empezó a bromear conmigo, tirándome pullas, intentando burlarse de mí, a cuenta de mi supuesta inexperiencia como croupier. Yo le seguí el juego, me hice aún más el gilipollas. Me di cuenta de que la tía era una chula, narcisista, suspicaz y un pelín agresiva, y yo también soy muy chulo. En otro contexto habríamos acabado a hostias, pero allí no me interesaba dar la nota. A Vicky le gusta burlarse de los demás, pero su sentido del humor no le alcanza para reírse de sí misma.

A mi, la verdad, no me interesaban sus aventuras donjuanescas, sino lo otro, la investigación sobre los robos. Estuve tentado de interrumpirle otra vez mediante la técnica de irme al baño, pero luego pensé que podía ocurrir como la anterior ocasión, que me quedé sin saber el final de la historia, y decidí aguantar y seguirle el hilo.

-Empecé a llevarla a su casa en mi coche, al salir del trabajo. Ella vive en Aluche, me pillaba de paso hacia Móstoles. Por el camino me contaba su vida, se había separado recientemente de su novio de toda la vida, el tío le ponía los cuernos con unas y con otras. Yo le seguía la corriente, pero con moderación: “Qué imbécil, mira que no apreciar lo que tenía”…Pero sin caer en mis frases de halago típicas. La elogiaba, pero muy sutilmente. La verdad es que llegué a pensar que sólo me quería para un rollito de amigos, para contarme sus penas, y lo malos que somos los hombres, y lo buena que es ella. Yo sin hacer nada, sin dar un paso.

Y yo impacientándome, con ganas de preguntarle: “Si, pero ¿qué pasa con los robos?”, y me mordía la lengua, “déjale que termine, porque éste en cualquier momento se larga a ver a un cliente y te quedas con la curiosidad”.

-Entonces, una noche, se me echó a llorar, contándome que el ex-novio la estaba puteando, con una casa que habían comprado a medias y en la que él seguía viviendo y se negaba a liquidar, pero la hipoteca la tenían que pagar entre los dos. Yo la abracé para consolarla, pensando que era una faceta más de mis obligaciones como amigo. Pero ella me empezó a besar, primero en las mejillas, luego en los labios, y después…pero no os voy a contar detalles.
-Si, ya sabemos, sobre todo a estas horas.-Corroboró Teo.
-El caso es que me dijo que no quería pasar la noche sola, etc, y yo en lugar de irme a mi casa de Móstoles la llevé a un discreto apartamento en la zona de Nuevos Ministerios, que uso como picadero para mis aventurillas. En esta ocasión mi doble vida era completa, profesional y personal.

A mi todo aquello me parecía una pérdida de tiempo y un derroche de energías, pero Blas estaba tan orgulloso relatando su hazaña que ni Teo ni yo nos atrevíamos a cortarle. Hasta que hizo ademán de mirar el reloj mientras apuraba el último sorbo de su carajillo.
-Ah, no, de aquí no te vas sin antes revelarnos quién era el ladrón.
-Pues en honor a la verdad debo decir que fue una mezcla de casualidad y perseverancia que lo descubriéramos.
-Casualidad y una leche.- Dijo Teo.- En realidad fui yo quien lo descubrí, no lo olvides.
-Sí, pero con la información que yo te di, pues fui yo quien te dije lo que tenías que buscar. Lo cierto es que el principal sospechoso, por lógica, por ocasión, por oportunidades, era y seguía siendo el cajero, así que le dije a Teo que repasara una y otra vez las grabaciones de la caja, sobre todo las entregas de fichas. Hasta que lo descubrió.
-Vamos, que mientras tú estabas tirándote a la camarera yo me chupaba horas y horas de aburrida grabación,-se quejó Teo,- a cámara lenta, para observar entregas de dinero, entregas de fichas, así una y otra vez. Y de repente lo descubrí, allí estaba, allí había estado todo el tiempo. Llegaba la mujer, en hora de máxima afluencia, entregaba diez billetes de mil, y dos billetes de cinco mil, y decía: “diez y diez”, y el cajero, sin apenas mirarla, le entregaba diez fichas de mil, y, atención...diez fichas de diez mil.
-El plan era casi perfecto.-Concluyó Blas.- Si alguien lo hubiera advertido, o si el control de ficha flotante lo hubiera detectado, el cajero siempre podría haber alegado que había sido un error, un simple error. Pero el control de ficha flotante, como yo ya había observado, nunca se hacía en horas de máxima afluencia de clientela, entre otras cosas porque eso habría supuesto interrumpir la venta de fichas, y en definitiva habría perjudicado el negocio más que aquel robo continuado.
-¿Y quién era la mujer cómplice?
-Pues ahí está lo bueno, y por eso no habíamos percibido nada sospechoso en el comportamiento del cajero a pesar de que le habíamos vigilado. Y es que esa mujer, “la mujer de las diez y diez” la bautizamos, era su amante, claro está, pero además era…su vecina. Por eso el honrado padre de familia no salía del edificio, del trabajo al edificio y del edificio al trabajo, a robar un poco para su amante y para la jubilación. Por cierto, el golpe no les salió mal, después de todo. Sólo conservábamos cinco grabaciones, todas las anteriores se habían ido borrando, como no se había encontrado nada…así que de momento están en libertad provisional bajo fianza. Y de los quince o veinte millones que habrán robado sólo se podrán demostrar unas quinientas mil pesetillas. Hay golpes que aunque te pillen merecen la pena, ¿no?