martes, 30 de octubre de 2007

El tuerto. 9: el círculo blanco

-Le voy a contar un sueño, doctor, de esos angustiosos y reiterativos que sé que le gustan, a ver qué opina. Lo curioso es que me asaltaba en la época de posterior tranquilidad en que viví, durante casi dos años, hasta que ingresé en la Universidad, a los diecisiete:

“Estoy recorriendo las ruinas de una antigua construcción, en un impreciso lugar. Tiene varios estratos, a los que voy descendiendo sucesivamente. El primero, al nivel del suelo, es una iglesia gótica, de la que se conservan tan sólo algunas paredes. Unos escalones conducen a la cripta, una cámara abovedada de piedra prerrománica. De un hueco sale un pasadizo que atraviesa varias cuevas, en la primera hay esqueletos en nichos, siento una sensación de afinidad con esos esqueletos. Siempre bajando, y cada vez todo más oscuro, llego a otra caverna con pinturas del paleolítico. A la débil luz de mi linterna descubro un alacrán en la roca, escondiéndose en una grieta. A partir de aquí los pasadizos se bifurcan, pienso que es fácil perderse. Me detengo. De repente, en un nicho encuentro un maletín, lo abro, dentro hay una pistola, que tomo. En ese instante siento la presencia de alguien a mi espalda, me giro a tiempo de ver una mano que empuña un revolver. Huyo por los pasadizos, ese alguien me persigue disparando. Voy contando las detonaciones, al llegar a seis me detengo y le encaro. Ni me muevo cuando me apunta y…hace clic. Entonces él es quien huye y yo quien le persigue. Le apunto con la pistola, en ese instante la figura se desvanece y delante de mi solo hay un círculo blanco en la pared de la gruta. Aprieto el gatillo, pero en el último momento me arrepiento, desvío el cañón y deliberadamente...fallo. El círculo queda intacto.”

-Ahora dígame, doctor, porque no tengo ni idea de qué significa todo eso.

-Bien, en contra de mi metodología, haré una excepción con usted y le voy a revelar el significado. Esa antigua construcción que usted visita como si hiciera turismo, es su propio inconsciente. Usted desea entenderse a sí mismo. Los estratos cada vez más antiguos, son los de su personalidad, de ahí la sensación de afinidad. Ese alacrán escondiéndose... siento decirle que también es una parte de usted. Si no recuerdo mal su signo zodiacal es el escorpión. Es su inconsciente más instintivo intentando ocultarse de la luz de la razón. La pistola simboliza su fascinación por el delito. Es curioso que en el instante que usted toma la pistola, alguien le apunta con un revolver. El sueño le esta avisando, el que a hierro mata, a hierro muere. Hay un resto de ética en su inconsciente, de ahí la angustia que usted experimenta por los derroteros que está tomando su vida. Huir o perseguir, he ahí el dilema. Llegamos al círculo blanco, se trata de un mandala, una representación arquetípica del yo en su totalidad. Dirá usted, todo soy yo. Pues no exactamente, los anteriores eran facetas de su inconsciente. Frente a su yo explorador, un inconsciente explorado pasivamente, y un inconsciente que se repliega; eran distintas partes de usted. Ahora, el círculo blanco es usted en conjunto, consciente e inconsciente, explorador y explorado. Esa pistola que apunta al circulo blanco es, digamos, el momento de la verdad, usted se está jugando su autodestrucción. Se acabó el juego, amigo. Por suerte para usted, el instinto de autoconservación no le falla, y consigue desviar el disparo en el último segundo. No en vano también consiguió mantenerse apartado del delito durante varios años, que no es poco, ya que hace un tiempo se ha descubierto que a la par con la libido, se encuentra la mortido, el instinto de autodestrucción. Por último, el blanco podría representar su pureza o virginidad sexual, y sus deseos y tensiones para terminar con ella.
-Caray, doctor, me deja usted de piedra.

sábado, 27 de octubre de 2007

El tuerto. 8: Olivia y recuerdos

Pasaron dos semanas. Al ver que no sucedía nada me fui serenando. Logré avistar los coches de la policía sin sentir deseos de salir corriendo. Un domingo a última hora de la tarde se presentó en mi casa Olivia -Libby-, la hermana de Charlie. Yo estaba solo, como casi siempre, leyendo esta vez la segunda novela de Doris Lessing, "Un matrimonio convencional". Esas historias sudafricanas, rhodesianas, conseguían evadirme. Por las noches seguía recitando a Kant.
-Toma -dijo Olivia, y me entregó una carta -de parte de Charlie.

Desapareció escaleras abajo sin darme tiempo de reaccionar, de invitarla a entrar, a tomar una coca-cola o algo. Me quedé petrificado. Debo confesar que después de lo de Eve, a la cual seguía recordando con pasión de enamorado, la única chica que me atraía era Olivia. Bueno, no sé si seguía enamorado de verdad, pero algo me dolía por dentro cada vez que la veía. Recuerdo una tarde, iba por la calle, volvía de comprar cerveza para mi padre, apresuraba el paso porque estaba tronando y en cualquier momento podía estallar la tormenta. De repente les ví venir de frente, Eve y su nuevo novio, caminaban cogidos de la cintura. Algo se decían el uno al otro, y reían felices. En ese instante comenzó a llover y para mi dolor presencié cómo se subían la chaqueta por encima de la cabeza y echaban a correr, y reían. Y pasaban a mi lado sin mirarme.
Gruesos goterones impactaron en mi rostro y sustituyeron a las lágrimas que no pudieron fluir. Recuerdo que pensé: ¡Oh, Dios mío, qué felices son y yo qué desgraciado!

Olivia era especial, silenciosa, introvertida, con sus ojos negros mirando todo con profunda atención, larga melena oscura y rizada, y esa piel tan blanca y suave, pero sobre todo su aire misterioso. Ella solía reunirse con sus amigas en el parque. A veces Charlie se paraba a saludarla y yo la contemplaba a prudente distancia, sentía deseos de acercarme de hablar con ella, pero me infundía un extraño respeto, no sé...Supongo que después del trauma de Eve me había vuelto doblemente tímido.

La carta. Era una carta cifrada, con un código que no voy a revelar, pero que usábamos a veces para divertirnos. Baste decir que el mensaje aparente era una larga parrafada de frases intrascendentes y candorosas. La primera frase indicaba la secuencia para encontrar las palabras que componían el mensaje oculto: Chaval, no te preocupes por nosotros, estamos bien aquí en la cárcel.¿Y vosotros qué tal estais? Me refiero a ti y al dinero. A Luke y a mi nos han puesto en la misma celda. ¿Habrá sido suerte, o será que han colocado micrófonos para escuchar nuestras conversaciones? Por si acaso, dentro del hotel no hablamos ni una palabra, ni del golpe, ni del tercer hombre. Sólo en el patio nos acordamos de ti. La policía nos preguntó muchas veces. Por supuesto hemos negado todo. Los cacharros he dicho que no eran míos. Las iniciales será casualidad que coincidan. Luke lo tiene un poco peor, porque el cabrón del guardia le reconoció por foto. Se habrá confundido. El abogado dice que saldremos pronto, así que no te gastes la pasta, mariconazo.

No salieron tan pronto como decía el abogado, estuvieron casi tres meses en la cárcel hasta que lograron la libertad provisional y eso porque el guardia modificó su declaración posterior, le dijo al juez que no estaba seguro de que Luke fuese el que vió. Que estaba oscuro y que más bien fueron los policías en el hospital los que le convencieron. Yo creo que fue el tío de Luke el que se debió de ablandar ante los ruegos de su hermana, la madre de mi amigo, y le diría al guardia (su empleado, al fin y al cabo) que redujese un poco la contundencia de su testimonio. Tal vez ya había cobrado la indemnización del seguro.

No me enteré de su libertad hasta que vinieron los dos a buscarme a casa. La verdad es que nos abrazamos emocionados los tres.
-¿Os apetece una cerveza -propuse- o queréis que vayamos de inmediato por la pasta?-Se miraron entre sí.
-Yo creo que podemos tomar una cervecita para celebrar contigo nuestra libertad.
Abrí una botella grande y llené tres jarras. Brindamos.
-Por la libertad. -Dijimos al unísono.

Después de bebernos las jarras cogí el mamotreto de Kant, me lo puse debajo de la camisa y salimos hacia la biblioteca.
-Esperadme en los lavabos.- les dije. Saqué el libro de Kant de su estantería, cogí el sobre, intacto, y coloqué las 700 páginas de vuelta. Y allí, en los lavabos de la biblioteca, nos repartimos las quince mil libras.
-Oye tuerto, muchas gracias por ser legal con nosotros.-Dijo Luke.
-Bueno, y gracias a vosotros por tener la boquita cerrada. Lo mejor será que dejemos pasar un tiempo sin vernos.-Propuse. Y ellos estuvieron totalmente de acuerdo. Nos despedimos con un apretón de manos.

El tuerto. 7: Kant o el dinero

Aquella noche me la pasé en vela, dando vueltas en la cama, con el dinero debajo del colchón, pensando dónde esconderlo por si la policía se presentaba a registrar. Era probable que detuvieran a Charlie, y a Luke, y no descarté que uno de ellos cantase mi nombre. También me preguntaba qué habría pasado con el vigilante. La imagen de su cuello traspasado por mi navaja volvía una y otra vez a mi mente. Confiaba que el tipo no hubiera muerto. Intentaba recordar el punto exacto donde se había clavado. Me parecía que había entrado por el centro, rozando la tráquea, en cuyo caso no habría cortado la yugular y con un poco de suerte no habría sido mortal. Me apoyaba para creer esto en la impresión de que no había saltado ningún chorro de sangre. Por momentos me invadía la preocupación y el remordimiento por la vida del guardia; luego, al momento siguiente pensaba: ¿Pero quién le mandaba ponerse a disparar a Charlie, e intentar detenernos? ¿No podía haberse limitado a cobrar su sueldo y llamar a la policía?

A las ocho de la mañana me tomé un café con leche y salí a la calle con el dinero en un sobre metido por dentro del pantalón y la camisa. Me dí una vuelta por el parque para despejarme. Estaba vacío, a excepción de un señor de unos sesenta años que paseaba a su perrito, un cocker. Me encaminé a la biblioteca del barrio, sin prisa. Cuando subí los escalones el reloj daba las nueve en punto. Fui a los ficheros y busqué libros que no hubieran sido nunca leídos. No me costó mucho encontrar uno perfecto para mis fines, se titulaba “KRITIK DER REINEN VERNUNFT”, Crítica de la razón pura, en alemán. ¿Alguien lo ha leído? De un tal KANT. Seguro que nadie. Lo que no entiendo es qué hacía ese libro en alemán en la biblioteca de un barrio pobre londinense. Cosa del anterior bibliotecario, un excéntrico, sin duda. La edición era de 1957 en Berlín, en 28 años nadie lo había ni siquiera tomado en préstamo para ojearlo, simplemente por curiosidad. Esa falta de curiosidad en esta ocasión a mi me venía de perlas. Tenía el tamaño perfecto para mis fines. Las hojas estaban cosidas, se mantenían en bloque, y las tapas se habían despegado. Saqué las 700 páginas y me las metí bajo la camisa. Entre las tapas vacías coloqué el sobre con las 15.000 libras, y puse la “nueva edición” en su lugar de siempre, en lo alto de una estantería. A cambio del depósito en efectivo saqué un libro, éste sí legalmente y para leerlo: “Martha Quest”, de DORIS LESSING. Recuerdo que fue una perfecta evasión para mi estado de ansiedad. Qué bueno. Siempre me han gustado los libros de Doris. A veces he pensado escribir mi autobiografía: “El loco tuerto”. Je, he. Qué bueno que ahora lo haga usted por mi, señor Joseph.

Pero me estoy desviando de los hechos. Salí de la biblioteca doblemente ligero, monetaria y psicológicamente. Di una larga caminata hasta otro barrio, donde nadie me conocía y en una esquina compré los diarios de la mañana. Guardia gravemente herido en un robo, era el titular. Respiré aliviado.Uf, gravemente herido me sonó a música celestial. No había muerto. Al leer los detalles de la noticia supe que además estaba fuera de peligro. Estuve tentado de entrar a rezar a una Iglesia, para dar gracias. Después lo pensé mejor y tuve la idea de que acaso fuera de mal gusto, como si buscase la complicidad de altas instancias en mis fechorías. Preferí dejar al margen a los poderes celestes.

Aparte del estado de salud del guardia, los detalles de la crónica no me aportaban información alguna. Bueno, sí, una cosa me llamó la atención: según todos los periódicos el dinero robado ascendía a treinta mil libras esterlinas. Yo sabía perfectamente que sólo había la mitad, quince mil. Je, je, el bueno del tío de Luke quiere estafar a su compañía de seguros, fue lo que pensé. Nosotros jugandonos la vida para ganar honradamente quince mil a repartir entre tres, y él con un simple baile de números se embolsa la misma cantidad él solito.¿Quién es más delincuente? La verdad, después de leer esto último me sentí fortalecido moralmente.

El resto del sábado transcurrió con normalidad. Al día siguiente, se presentó la tía Julie en casa, una visita inusual. Se quedó a comer con nosotros y en un momento dado, como al azar, comentó:
-A tus amigos Charlie y Luke les ha detenido la policía, ¿tú sabías algo?
-¿Yooo? No, qué va, no sabía nada. -Los periódicos de la mañana no mencionaban nada de eso.
-Pero sabías que habían robado en la empresa del tío de Luke.
-Claro, tía, lo escuché en las noticias.
-Y que apuñalaron al guardia.
-Si, también lo dijeron.
-Pues parece que han sido ellos.
-Yo no lo creo, tía. ¿Cuando les han detenido?
-Esta misma mañana.
La verdad, creo que la tía Julie sospechaba algo de mí, ella sabía de la estrecha amistad que manteníamos los tres. Compré los periódicos de la tarde y leí con todo lujo de detalles las deducciones e indicios por los que la policía había identificado a los autores. El hecho de que la caja no había sido forzada, y las iniciales en los walkie-talkies. El vigilante, desde el hospital, había reconocido a Luke en fotografía. Las iniciales coincidían con las del amigo y vecino. Y lo peor de todo: la policía buscaba a un tercero, que aún no había sido identificado.

Esa noche la pasé más nervioso aún que la anterior, sopesando las probabilidades de que alguien dijese mi nombre a la policía. Por suerte, siempre quedaba con ellos directamente en la cabaña. Nunca fui a buscarles a sus casas, de modo que excepto la tía Julie (que evidentemente nunca diría nada) sólo otra persona sabía de mi amistad con los detenidos, era la hermana de Charlie, Olivia, y también estaba convencido de que nada contaría.

El hecho de tener bien escondido el dinero no me tranquilizaba gran cosa en aquellas horas. No era capaz de dormir, ni de concentrarme en leer “Martha Quest”. Así que cogí la edición sin tapas de “Kritik der reinen vernunft” y me puse a leerla. Bueno, sería más exacto decir que la recitaba a media voz, me aprendía párrafos enteros de memoria, sin comprender nada. En realidad la rezaba, eso es, y debo decir que ese rezo sí me calmaba los nervios. Añadiré que me dió suerte, pues la policía no se presentó en mi casa.

miércoles, 24 de octubre de 2007

El tuerto. 6: Un robo casi perfecto.

Una tarde fuimos a ver una película de Stanley Kubrick, "The killing", creo que aquí la han traducido como "Atraco perfecto". Emocionante desde el primer minuto hasta el último. Las imágenes en blanco y negro tenían la fuerza expresiva de un documento, de algo real. El protagonista, Sterling Hayden en un papel estelar, también me ofrecía un arquetipo con el que identificarme. Salimos del cine silenciosos y pensativos los tres, nadie decía nada para no romper el hechizo. Regresamos caminando, yo les acompañé hasta su barrio y después me volví yo sólo a mi casa.

Creo que esa noche soñé. Los tres atracábamos un banco, como había insinuado Charlie. Ibamos encapuchados, yo le ponía la pistola en la cabeza al cajero y él me llenaba la bolsa de dinero. Pero al salir nos estaba esperando la policía y se organizaba un tiroteo. Yo me refugiaba entre dos coches, en la calle, y disparaba sin cesar. Después salía corriendo y escuchaba los disparos a mi espalda, y mientras pensaba "alguien nos ha traicionado"; ahí me despertaba.

Al día siguiente, en la cabaña, comenzamos hablando de la película, analizando el argumento, cambiando detalles para que el atraco hubiera salido realmente perfecto. Al final, después de un silencio,Charlie me dijo que tenían un plan para un robo que sí sería perfecto, pero que Luke no sabía si yo tendría lo que hay que tener para ir con ellos, Charlie pensaba que sí.
-¿Un robo perfecto? Ya será menos, a ver contadme ese plan. -Les dije.
-Pues el tío de Luke tiene una empresa de montajes eléctricos, Luke ha estado en ella muchas veces. Un día, por casualidad, el tío tuvo que abrir la caja fuerte, y Luke consiguió mirar de reojo cuál era la combinación.
-Entrar es fácil -terció Luke animándose-, iríamos por la noche, romperíamos el cristal de una ventana, y ¡dentro!, a por la caja, que debe de estar llenita.
-¿Y porqué no lo hacéis vosotros solos, si es tan fácil?
-Porque...hay un guardia de seguridad. Lo más probable es que esté echando un sueñecito, pero puede estar haciendo una ronda, tanto dentro como fuera; por si acaso necesitamos uno que controle dentro y otro desde fuera, por si aparece la policía.-Yo noté que tenían miedo.
-Pues que entre Luke y abra la caja, y tú Charlie vigilas desde fuera.
-Luke quiere que le acompañes tú, por si aparece el guardia, y que yo vigile fuera.
-Y me llevo la navaja, ¿no? ¿Qué se supone que hago si aparece?
-Bueno, eso tú sabrás, pero el guardia lleva pistola.
-Joder, un robo fácil, ¿eh? Pues si aparece el guardia no hay nada que pensar, sino salir corriendo.¿Y si tu tío ha cambiado la combinación?
-En ese caso nos largamos tranquilamente por donde hemos venido. No tenemos dinamita para volar la dichosa caja.
-Vale, y¿cuándo lo haríamos?
-El viernes por la noche; es cuando hay más dinero en la caja. Los sábados por la mañana se hacen casi todos los pagos y se queda vacía.
-¿Cuánto dinero puede haber?
- No lo sabemos, Luke calcula entre diez y veinte mil libras.
- A partes iguales. - Dije. Se miraron entre sí.
-Vale.- Dijo Luke. Nos quedamos callados unos instantes.

-Mira, tenemos unos Walkie/talkies.- Continuó Charlie.
-Pues uno lo lleva Luke y el otro tú, Charlie. Yo me ocupo de llevar la navaja y coger el dinero en cuanto Luke abra la caja.


La noche del viernes tuve que salir a escondidas de mi casa, mientras mis padres dormían. Cuando llegué al lugar acordado ya me estaban esperando, impacientes.
-Llegas tarde.
-Mejor, así el vigilante se habrá dormido.

Nos acercamos silenciosamente, estuvimos observando un rato. No vimos ni luz ni señal alguna de que hubiera alguien. Un martillazo al cristal y entramos. Charlie se quedó fuera con el Walkie, según lo acordado. Todo estaba tranquilo. El walkie en el bolsillo de Luke en silencio. Sólo hablaríamos en caso de necesidad. Rápidamente llegamos hasta la caja fuerte. Yo enfoqué con la linterna. Luke giró cinco veces la ruedecita ante mis ojos, hasta me aprendí la combinación.

En ese momento sonaron unos disparos. Nos quedamos paralizados unas décimas de segundo.
-Joder, ¡Vámonos! -Dijo Luke.
-¡Espera!, Han sido fuera de la nave. Cojamos el dinero. - Y metí la mano en la caja e introduje todos los fajos de billetes en mi mochila. -Habla con el Charlie, a ver qué pasa.
-¿Qué pasa ahí fuera? Cambio. -Silencio por respuesta.
-Salgamos de aquí. -Dije.
Deshicimos el camino, Luke delante de mi. Yo llevaba la mochila en la espalda, la linterna en la mano izquierda, y mi navaja en la derecha. Luke se incorporó en el alféizar de la ventana.
-No te muevas o te mato. -El guardia le tenía encañonado. A Luke se le cayó el Walkie. Yo lancé mi navaja contra el guardia, se la clavé en el cuello. Luke le empujó. Sonó un disparo. Luke ya estaba fuera. Entonces salté yo, caí encima del guardia, tropecé, casi me doy de bruces, pero Luke me tendió el brazo y me sujetó.
-¡Corramos, ostia!
Lo hicimos como desesperados, cada uno en una dirección distinta, según lo acordado. Del Charlie ni rastro.
Al cabo de una hora nos reunimos en el punto de encuentro, la cabaña, claro. Esta vez yo fuí el primero en llegar. Después Charlie y por último Luke.
-¿Qué ha pasado?
-Coño que casi me pesca, no pude avisaros. Lo siento.
-No importa, oímos los disparos.
-¿Habéis abierto la caja?
-Si, aquí está el dinero.
Lo contamos. Quince mil libras.
-Tocamos a cinco mil, - dije.
-Mejor guárdalo tú por un tiempo.- Mi pidió Luke.
-¿Porqué, creéis habrá reconocido a alguien?
-¡Joder, se me cayó el Walkie! dijo Luke.
-Es verdad...-Se me había olvidado este detalle.
-Pues menuda gracia -terció Charlie- tenía mis iniciales.
-¿Si? Pues vaya inteligencia la tuya, llevar a un atraco un walkie con tus iniciales.
-¿Qué hago con éste? -Me enseñó el suyo.
-Trae, dámelo.- Apreté el botón de comunicación.- Oiga, ¿Quién hay ahí? Cambio.
-Aquí la policía, ¿quién es usted? Cambio.
-Pues que te den por culo, cambio. -Y tiré el walkie por una alcantarilla.

El tuerto. 5: La cabaña

Les voy a contar las circunstancias que condujeron a mi primer robo importante. Fue el verano siguiente, cuando conocí a Charlie y Luke. Eran vecinos del barrio de mi tía Julie. Como mis padres no estaban nunca en casa y yo tenía vacaciones la tía me dijo que fuera todos los días a comer con ella. En el parque Boetius conocí a estos dos y empezamos a frecuentarnos. Ambos eran un par de años mayores que yo. No se porqué me gustaba más estar con la gente mayor, eran más interesantes, los de mi edad me aburrían con sus tonterías.
Recuerdo la vez que nos conocimos. Yo estaba solo, sentado en un banco, mirando a las niñas cómo jugaban a la rayuela a escasos metros de mí. Charlie se me acercó. Y sin previa presentación me espetó:
-Anda, deja a esas, no andes con niñas. - En un tono medio burlón que a mí se me antojó despectivo.
-No, ahora estoy bien aquí.- No quise dar mi brazo a torcer, a pesar de que me estaba aburriendo y en realidad su forma desenvuelta de actuar había despertado mi interés.
-Anda bobo, que te vamos a enseñar un sitio muy majo, ya verás, y es secreto... -Ya había cambiado un poco el tono, buscaba la complicidad conmigo, intuí que no sería muy difícil hacerme respetar pese a que era mayor que yo. Miré a las chicas, pero ellas seguían a lo suyo, así que me levanté y fui con ellos lentamente, sin demostrar mucho entusiasmo.

El sitio que me enseñaron estaba al final del parque, donde se transformaba ya en bosque, apenas transitado. Cerca corría un riachuelo, y entre dos árboles cuyas espesas ramas se curvaban y descendían hasta casi tocar el suelo habían construido una cabaña, un refugio secreto donde fumaban y se contaban historias. Tenían escondido un arco y un tirachinas y practicamos por los alrededores. Cuando me dejaron probar demostré ser bastante bueno con ambos instrumentos, pero lejos de mi especialidad. Así que para granjearme una dosis más de su respeto saqué mi navaja y les hice una exhibición de lanzamiento. Los dejé anonadados.
En los sucesivos días nos fuimos haciendo habituales. Charlie se fabricó una ballesta casera. Yo era bueno en el tiro con todo, a menudo les ganaba, tanto en rapidez como en precisión. Mis amigos no comprendían cómo era posible que yo, con un solo ojo, tuviese más puntería que ellos con dos.
-Es que os sobra un ojo, chavales. Si queréis os lo saco...- Me burlaba, no se si de ellos o de mí mismo.

De todas formas lo que más me gustaba eran las historias que se contaban en la cabaña. Creo que fueron el gérmen de nuestra personalidad y de muchas de nuestras posteriores acciones. Dentro de la cabaña nos sentíamos en un mundo secreto en el que la imaginación, la aventura y la emoción resultaban posibles. Para mi sorpresa, la primera vez que hablaron de chicas no fue en el tono romántico e idealista que yo había vivido hasta entonces. Hablaban de cosas sucias, de sensualidad, hablaban de sexo. Cosas que al principio yo no comprendía.
-¿Tú has tocado algo? - Me interrogaba Luke.
-¿A qué te refieres? -Decía yo ingenuamente.
-¡Uuyy! Este no ha tocado nada. Ja,ja,ja. Se daban de codazos y se partían de risa a mi costa.
-¿Me lo queréis explicaar? -Terminaba exasperándome.
- Pues por ejemplo, ¿Conoces a Virginia? - Me preguntaba Charlie.
-Claro.
-Pues, chaval, me ha dejado que le tocase los pechos.
-Ah, ¿sí? ¿Y eso para qué?
-¡Aah! ¡Dice que para qué! - Y seguían tronchándose. -Joder, chaval, me ha dado gustirrinin. ¡Le sintonicé la radio bien! - Y hacía gesto como de girar unos botones..
-Pues qué bien.- Terminaba yo respondiendo, sin atreverme a preguntar qué era eso de gustirrinin, y menos aún lo de sintonizarle la radio a una chica...
-Pues yo, no te lo pierdas, -Proclamaba solemne Luke- le metí la lengua a la Patricia.
-Ah, ya entiendo, ¡Yo bese a una chica de mi barrio! -Dije espontáneamente, pensando en Eve. Era mentira, claro, pero al menos eso sí había imaginado que lo hacía...
-Uuuy, besó a una chica...¿Y dónde la besaste?...¿En la mejilla, chavalín?

Y así pasábamos el tiempo en la cabaña. Ellos haciendo escabrosas confidencias que, ahora que lo pienso, ya no se si serían ciertas o fantasiosas, como la mía del beso. Y yo escuchando, aprendiendo, y aguantando sus bromas.
Otras veces Charlie hablaba de sus proyectos de viajes. Pensaba largarse de Inglaterra y vivir aventuras en remotos países, podía ser en Africa, en la India, daba igual. Cierta ocasión le pregunté:
-¿Con qué dinero piensas viajar?- Cambió una mirada con Luke, bajó el tono y me respondió que pensaban robar un banco. Yo no le tomé en serio, me pareció una fantasía más, pero tampoco le llevé la contraria, ¿para qué?

domingo, 21 de octubre de 2007

El tuerto. 4: Eve

Hablar de chicas solo me trae recuerdos negativos, pero sé que debo hacerlo. Se llamaba Eve, estuve enamorado de ella muchos años. Quise pensar que no me afectaba cada vez que la veía con...su novio, más en realidad me sentía muy desdichado, si bien yo mismo no era consciente de hasta qué punto. Será mejor si empiezo por el principio.
Era finales del verano cuando la conocí, a mediados de septiembre. Yo tenía trece años. Estábamos en los jardines de Eagle. Hablaban de Eve, de que ya había vuelto de las vacaciones. Todos llevaban ya varias semanas en Londres, yo ni siquiera había podido marcharme, pero ella, decían, sí podía permitírselo, había estado en España, en una playa del mediterráneo. La gente mostraba curiosidad y expectación. Era la primera vez que oía hablar de Eve, hasta ese momento no significaba nada, sólo percibí, eso sí, que parecía ser muy importante para el grupo. Y entonces apareció, me la señalaron, "ahí viene Eve", y yo miré, como un tonto, esa fue la primera vez que la contemplé, con mi único ojo y aún tengo grabada su imagen. Exhibía un bronceado intenso, su piel parecía de melocotón, el pelo rubio destellaba, los ojos oscuros, casi orientales, brillaban alegres y los labios rojos y carnosos parecían sugerir deleites de toda clase. Venía hablando con unas amigas que la rodeaban, caminaba con soltura, era el centro de atención, se sabía protagonista, admirada por todos, envidiada por más de una. Yo al instante me enamoré.
Recuerdo que unos dias atrás había visto una película que se titulaba “Las mariposas”. Iba de unos adolescentes que se enamoraban y huían de sus familias para vivir su amor. Cuando vi aquella película me dejó intrigado, no comprendí el comportamiento de los adolescentes. No imaginaba la brutalidad de los sentimientos que podían desencadenarse. En ese instante de ver a Eve lo comprendí todo. Sentí mi corazón bombeando, la sangre corriendo por todo mi cuerpo, el calor en mi piel. Experimenté el impulso de acercarme a ella, de acariciar su pelo, coger su mano, besar su rostro, sus labios. Lo comprendí todo. Quise fugarme con ella, tener todo el tiempo para contemplarla, para abrazarla, lejos del mundo, lejos de todo.
Nunca me atreví a declararle mis sentimientos. Cómo iba a hacerlo, si cuando jugábamos en grupo ella ni me miraba, ni me dirigía la palabra. También es cierto que yo no tenía ni idea de cómo aproximarme, ni se me ocurría el menor atisbo de conversación que pudiéramos entablar. Me conformaba con fantasear que algún dia la salvaría de un grave peligro, y entonces se fijaría en mí, se enamoraria de mí, seríamos novios...Qué imbécil era.
Una tarde, meses después, se presentó mi oportunidad. Un chico se estaba metiendo con Eve, un grandullón de 15 o 16 años por lo menos, bastante más alto y fuerte que yo (el tipo años después iría a la cárcel por tenencia de cocaína). La agarraba del brazo, la intentaba besar, ella no quería, torcía la cara, le decía "déjame". Eramos un grupo de diez o doce, por lo menos, todos mirábamos a prudente distancia, nadie hacía el menor amago de intervenir. Hasta que con el corazón acelerado tomé mi decisión, me acerqué a él, y sin mediar palabra, saqué mi navaja automática y le pinché un poco en el culo, nada, un simple aviso. "Lárgate de aquí, gilipollas, o te rajo". Y el tío salió corriendo. No sé si habría oido algo de lo que le pasó a Larry, pero vi el pánico en su cara.
Pensé que a partir de entonces Eve me querría a mi, en lugar de al niñato chulo que, según todos los rumores, le gustaba. De inmediato salí de mi error. Eve no me dio ni las gracias, se giró sin mirarme, como siempre, y se marchó. Me quedé atónito, no entendí lo qué había que hacer para gustar a una chica. Una amiga, Mary, que se compadeció de mí, me lo explicó: "es que su chico es muy guapo". Le faltó añadir: "y tú eres feo y tuerto". Por lo visto el chulo les gustaba a todas, incluida la pobre Mary, la cual en eso sufría del mismo mal que yo. Sí, era feo y tuerto, y sigo siéndolo.
Ese mismo día juré que renunciaba a su amor, y lo cumplí. Dejé de frecuentar el grupo para no encontrarme con ella, evitaba los lugares que frecuentaba. Y por supuesto no me permití volver a fantasear con salvarla de nada, que se las apañase solita. Sin embargo cada vez que casualmente me la cruzaba, de cerca o de lejos, la mirada se me iba y sentía un amargo dolor en el pecho, y ganas de llorar con mi ojo solitario.

viernes, 19 de octubre de 2007

El tuerto. 3: Navajero

A los 12 años me compré mi primer arma blanca, de apertura y cierre automático, y comencé así mi andadura de navajero. El desencadenante fue que había una banda de otro barrio que se dedicaba a atracar y vejar a la gente del nuestro, la banda de "Larry". Famosos por sus desmanes y temidos hasta el punto que bastaba que dijeran "somos de la banda de Larry" para que la gente les diera todo lo que llevaba encima. ¿Quién no tenía alguien cercano que había sido víctima? Yo había oído hablar de ellos, pero me mantuve al margen. Hasta que me atracaron a mi.
Nos sorprendieron ya al anochecer, estaba con dos amigos, Mike y Norbert, haciendo fuego en un descampado; fumábamos tranquilamente. De pronto, de un montículo, aparecieron seis o siete individuos, sacaron las navajas, nosotros no llevábamos nada con que defendernos, ni un triste cortauñas, y nos quitaron todo. Mi reloj, que tanto esfuerzo me había costado afanar, el tabaco, algunas monedas.
Los tres decidimos comprar navajas y empezamos a entrenar. Comenzamos por el lanzamiento, con el tocón de un árbol como diana. Desde el principio quedó claro que yo era muy bueno como lanzador, mucho mejor que mis dos amigos, pese a que eran un par de años mayores que yo. Su respeto, cada vez que inexorablemente mi hoja se clavaba, me enardecía. La automática era bonita e impresionaba cuando se abría de repente, pero inadecuada para entrenar; el mecanismo se rompió a las pocas sesiones de lanzamiento. Tuve que comprarme otra, esta vez elegí una sólida, resistente, de gruesa y afilada hoja y cachas revestidas, un auténtico puñal. De todos modos, pronto descubrí que para practicar lo mejor era un simple cuchillo de cocina; me hice con uno. Con el cuchilo mis lanzamientos se hicieron mucho más precisos; llegué a acertar en un palillo mondadientes a tres pasos de distancia. El truco está en el juego de la muñeca y el balanceo del brazo.
Después pasamos a entrenar la lucha cuerpo a cuerpo, con puñales de madera que tallamos, claro, para evitar herirnos. Para mí, la verdad, tampoco había gran misterio y pronto aventajé a mis compinches me tocó hacer de instructor. El truco aquí era mirar a los ojos del rival -no a su arma- para descubrir sus intenciones.
Cuando nos sentimos bastante preparados hablamos con otros chavales del barrio y se nos unieron algunos. Una tarde, al salir de clase, fuimos al mismo descampado a esperarles. Hicimos fuego, como la última ocasión, y picaron el anzuelo.
-Dadnos todo lo que tengáis.- Dijo el cabecilla, Larry.
La consigna era no sacar la navaja hasta el último momento, cuando estuvieran bien cerca, y entonces lanzarnos al unísono, aprovechando el factor sorpresa.
-Toma, ¿quieres esto?
¡Zas!Le clavé una estocada en el pecho y otra en el abdomen, no le dió tiempo a defenderse, Larry se derrumbó con cara de estupor, en el fondo era un blando. Vinieron otros dos a por mi, tuve que ir esquivando los golpes, pero enseguida acudió a ayudarme Mike y surgió el uno-contra-uno. Reflejos. Un instante de serenidad. Contemplé la escena como si no fuera yo el que estaba allí. Observé con mi ojo bueno, la mirada del tío...de reojo veo que lleva un machete que utiliza a modo de espada... no puedo acercarme demasiado, ni pararle con el brazo porque me lo destrozaría... sí amagar una, dos, tres veces, y un sexto sentido del peligro que se apodera de mí, y se dispara como un calambre desde mi ojo tuerto a mi puño derecho , ¡ZAS! brazo pinchado, rodillazo en los huevos, y al suelo.-Toma, esto por el reloj- Le di de patadas en la cabeza.
Esa pelea fue una de las más emocionantes de mi vida. A pesar de tantos años transcurridos todavía la recuerdo con nitidez. La verdad es que al principio tenía miedo que me pincharan a mi, pero sólo al principio, después, a la vista de la primera sangre de Larry, se desató la fría rabia que habitaba en mi. Puse a dos fuera de combate, uno de ellos, el jefe, con buen escarmiento; después oi por el barrio que casi se muere el cabrón del Larry, tuvo suerte que le cosieron en el hospital...
Salimos corriendo y nunca más volvi a relacionarme con aquella gente. Estuve casi un año sin salir de casa, solo para ir a clase y a la biblioteca a sacar novelas. Cada vez que veía un coche de la policia me entraba el miedo de que me buscaran a mí. Hasta que poco a poco llegué a la conclusión de que ninguno me había denunciado. Otra vez mi buena suerte, y otra vez me prometí mantenerme en el buen camino. De hecho lo cumplí durante casi tres años. No está mal, ¿no cree?

miércoles, 17 de octubre de 2007

El tuerto. 2: Pequeños hurtos.

Comencé por robarle dinero a mi padre. Supongo que es una manera bastante habitual de comenzar. Es más, a veces pienso que todo lo que hice después no fueron sino variaciones y repeticiones del mismo robo. O sea, en el fondo cada vez que robaba era a mi padre a quien se lo hacía una y otra vez...Qué aburrido, ¿no? Por otro lado, a veces tengo la sensación de que la primera vez fue mi padre quien me lo ofreció y quien me provocó. Me lo ofreció porque se le cáyó del bolsillo, en una de sus borracheras, un billete de cinco libras, arrugado y sucio, pero cinco libras. Y yo lo recogí, casi como quien dice, al vuelo. Por un instante pensé en devolvérselo, pero vino a mi mente la imagen de tiempo atrás, cuando yo ingenuamente le pedí...
-Papi, ¿me das una libra?
-No.- Me dijo.
-¿Y diez chelines?
-Tampoco.
-¿Cinco?
-No.
-¿Un chelín?
-Nada, no te doy nada.
-¿Porqué? Dame al menos seis peniques.
-No, ni un penique.
Así que apreté el billete en mi mano y disimulé mientras por dentro pensaba : "Y ahora qué, bastardo, no querías darme un penique y me has dado cinco libras", y me regodeaba.
Las siguientes veces fue incluso más fácil. Me bastaba esperar a que se durmiera borracho para introducir mis dedos en su cartera y sacar un billetito, nunca más de uno. Mi padre por entonces trabajaba de botones en un hotel y siempre tenía billetitos, de las propinas que le daban.
Esta etapa del hurto familiar duró como un par de años. ¿Para qué quería el dinero? Pues para comprarme todos los días un bocadillo en el recreo, de chorizo frito caliente, o de tocino y queso. O una bolsa de patatas fritas, o avellanas. Para viajar en autobús los días que llovía o hacía mucho frío, en lugar de ir andando y terminar con los pies mojados. Para ir al cine algún sábado por la mañana o domingo por la tarde.
Luego vino la crisis económica, despidieron a mi padre y se terminaron los billetitos en su cartera, siempre vacía, y él de peor humor que nunca. La crisis me afectó, y vaya de qué manera. Así que tuve que salir a buscarme la vida.
Tendría unos diez años cuando pasé a cometer pequeños hurtos en supermercados y grandes almacenes. Al principio me llevaba una o dos cosas sin pagar, una lata pequeña, boligrafos. Poco a poco me fui haciendo mas temerario, en cierta ocasión birlé un reloj. Me dieron treinta libras por él. Nunca había visto tanto dinero. Lo guardaba en un doble fondo del armario de mi habitación. Recuerdo que me duró una buena temporada, varios meses. Hasta que una vez que me habia llenado los bolsillos me pillaron. Qué vergüenza pasé. Se me pusieron las orejas coloradas, me ardía la cara. Me llevaron a un cuarto privado, me registraron y me pidieron el nombre, apellidos y el teléfono. Me amenazaron que si no se lo daba o no era el correcto llamarían a la policía. Se lo dí. Llamaron a mi casa delante de mí. Mientras marcaban el número yo rezaba por dentro para que no hubiera nadie en casa. Lo intentaron varias veces pero nadie contestó. No tenía nada de particular porque en nuestra casa nunca había nadie, los viejos siempre trabajando. Me dejaron marchar, advirtiéndome que llamarían a casa para decirselo a mis padres. Yo estuve atemorizado, encogido, durante algunos días. Cada vez que sonaba el teléfono me sobresaltaba e iba rápido a cogerlo, por si acaso. Hasta que al fin un día llamaron. Era la hora de la comida. .
- ¿Dígame?
- ¿Vive ahí ....? - Y dijeron mi nombre.
- No, aquí no es.
- ¿Es el número...?- Era mi número.
- Si. - Y colgaron.
- ¿Quién era? -Preguntó mi padre.
- Nada, se habían equivocado. -Contesté, mirando de reojo el teléfono.
- Pero ¿por quién preguntaban? -Insistió.
- Por un tal ...-Y dije el primer nombre que me vino a la cabeza .-... Barthol.
Seguimos comiendo, yo con el corazón en vilo, temiendo que volviese a sonar el teléfono de un momento a otro. Me imaginaba que habrian reconocido mi voz y que volverían a llamar en otro momento para intentar hablar directamente con mi padre. Terminé de comer y no había sonado. Me tuve que marchar al colegio. Al salir de casa me prometi que nunca mas volvería a robar en unos grandes almacenes (de hecho literalmente sí lo he cumplido, he robado en otros sitios, pero no en grandes almacenes, y he hecho otras cosas en grandes almacenes, pero no robar).
Y no volvieron a llamar nunca más. No entendí porqué. Lo lógico es que lo hubieran intentado. Tuve mucha suerte. Con una mezcla de alivio y superstición me mantuve en mi propósito de enmienda durante un par de años.

martes, 16 de octubre de 2007

EL TUERTO. 1: El Doctor Merchant.

Fue en el curso de una cena, hace ya tiempo, durante unas vacaciones en Tenerife cuando conocí al Doctor Merchant, Psiquiatra que fue subdirector de clínica de la Facultad de Medicina de Londres, y activo miembro de las Asociaciones Internacionales de Psicofarmacologia, y de Psicoanálisis. Por entonces se hallaba semiretirado, vivía en la isla por razones de salud y dirigía una pequeña clínica psiquiátrica particular. Me lo presentó una amiga -omitiré por ahora su nombre- que era vecina suya, y sospecho que también fue paciente del doctor.

Durante la conversación hablamos de nuestras respectivas profesiones, y salió a relucir la conexión entre enfermedades mentales y delincuencia. Creo que yo comenté que como abogado penalista muchos de mis clientes padecían trastornos mentales. Y el corroboró que gran parte de sus pacientes habían cometido algún tipo de delito.

Le comenté mi interés en explorar esa conexión psiquiátrico-judicial, y al final de la velada me atreví a preguntarle si me dejaría estudiar sus notas tomadas durante las sesiones de terapia con uno de sus pacientes, con mi compromiso de no revelar nada. Gracias a la mediación de mi amiga, accedió.

Al leer las notas aumentó mi curiosidad. Se trataba de un paciente al que llamaremos Johnny, alias"el tuerto", un joven de 30 años de edad, británico, afincado también en Tenerife, cuyo diagnóstico principal era “Trastorno antisocial de la personalidad”; además, padeció ciertas fobias y obsesiones y ha tenido problemas con la justicia. Transcribo aquí la primera Nota:

“Mi primer recuerdo…tendría unos siete años… íbamos paseando por el parque, para oxigenarnos después del banquete de la boda de alguien, no recuerdo quién... Yo jugaba a tirar una piedrecilla al aire, en vertical, y cogerla al vuelo antes de que cayese. Me resultaba mágico ver cómo se elevaba, al principio muy rápido, luego perdiendo velocidad hasta frenarse, y quedar durante una fracción de segundo suspendida en el aire, flotando. En ese instante todo lo normal, lo cotidiano, lo necesario, quedaba abolido. Una y otra vez repetí mi juego. De repente, algo me distrajo. Quizá uno de mis primos se me cruzó...No recuerdo. El caso es que la piedra cayó en mi ojo izquierdo. No puedo decir más, no puedo describir el pozo en el que me hundí. Existe un vacío en mi memoria; solo sé que perdí el ojo”.

“¿Un sueño que recuerde?...Ahora mismo sólo recuerdo uno en el que yo caigo por un precipicio…Me siento aterrorizado…intento gritar pero no me sale la voz…Me despierto sudoroso.”

Días después le pregunté al Doctor:

-¿Cree usted que ese sueño estaba relacionado con el incidente de la piedra en el ojo?

-No es fácil saberlo con certeza, a medida que la conciencia descubre un mecanismo del subconsciente, éste inventa otro. El psicoanálisis es como una persecución sin fin, cada vez más compleja. Lo que sí sé es que un inocente juego de la infancia puede convertirse en un hecho crucial que determina los rasgos de su personalidad y en definitiva todo su futuro. Hay que imaginar el complejo que sufriría, el resentimiento contra si mismo y contra los demás, contra ese primo que se cruzó y al que no quiere ni recordar. En cuanto al análisis, creo que sólo sirve en momentos o circunstancias muy puntuales, para aclarar confusiones, errores, y para desentrañar fobias, temores, obsesiones. Y aún eso, con el riesgo de despertar monstruos que habías tomado por tierra firme.

Le confesé que el personaje me había interesado mucho, que deseaba ampliar mi información e incluso insinué que acariciaba la idea de escribir algo.

-¿Porqué no escribe usted de sus clientes? - Me espetó a bocajaro. Le miré, parecía molesto, a la defensiva.
-¿Acaso trata usted como pacientes a sus familiares y amigos? -Me miró y esbozó una sonrisa como diciendo "me has pillado".- Pues esto es lo mismo -añadí-, con mis propios clientes perdería la objetividad. Lo quiera o no tengo ya una idea preconcebida, o para exculparles o para condenarles, y en esta ocasión quiero ser lo más imparcial posible, ni juzgar ni justificar, sólo observar y contar los hechos lo más pura y escuetamente posible.

El doctor se quedó pensando, pareció comprenderme. Finalmente me preguntó:

-¿Y qué es lo que quiere?

-Hablar con el propio Johnny, y si es posible con su abogado.

-Con cual de ellos, porque tiene varios, uno aquí y otro en Londres, para sus distintas causas judiciales.

-Con todos ellos. Quiero tener una visión lo más completa posible de su vida.

-Esta bien, haré lo que pueda, pero ¿por qué motivo le digo que quiere usted verle?
-Dígale la verdad, que quiero escribir sobre su vida.
Al cabo de un par de semanas conseguí entrevistarme con Johnny el tuerto, con la condición de no descubrir su paradero ni las circunstancias de la entrevista. Creo que le caí bien, pues me contó su vida con todos los detalles que necesitaba y me autorizó todo lo que le pedí, a escribir su historia, hablar con sus abogados y obtener una copia de sus expedientes judiciales.
Pero dejemos hablar directamente a...El Tuerto.

sábado, 13 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 10: Final.

Sus mareos, vómitos, dolores de cabeza, debilidad, aumentaron rápidamente y en progresión geométrica. Tuve la triste oportunidad de presenciar alguna de sus crisis. Perdía la visión, se desmayaba, la última vez tuvo convulsiones. Le llevaron al hospital de la base militar en Alemania, por lo visto allí tenían los mayores adelantos tecnológicos. Los médicos intentaron una cirugía desesperada y falleció en el quirófano. Era el 28 de Febrero de 1975, tenía 34 años. Me consuela pensar que no sufrió, durmió con la anestesia y de ahí pasó al sueño eterno, sin agonía. Repatriaron sus restos directamente a Ohio, Estados Unidos, no llegué a ver su cadáver. En Estartit hubo dos misas por el querido difunto, una por la mañana en la capilla de la base y otra por la tarde en la iglesia del pueblo a la que asistieron Rosa, Elcira y muchos vecinos. Aquella noche se me apareció en sueños por primera vez (lo haría en diversos hitos a lo largo de mi vida). "Buceábamos juntos en un mar esmeralda, el fondo estaba plagado de rocas; había una cueva por la que entraban y salían peces de múltiples colores; entonces el tío se dirigía a la cueva, desde el umbral me hacia un gesto de adiós con la mano y se introducía por ella; yo salía a la superficie".
Tiempo después conseguí leer los informes médicos y averigúé el nombre científico de su asesino: gliosarcoma.
Aquel curso suspendí cuatro asignaturas, en lugar de estudiar me dedicaba a leer novelas de Salgari, Verne, Defoe, etc. Tuve que presentarme en septiembre y solo con un gran esfuerzo de voluntad y la benevolencia de algún profesor logré aprobar por los pelos. La tía me dijo un día, "Joseph, tienes que ser feliz, el tío adoraba verte feliz".Y lo intenté. También gracias a Rosa y nuestros paseos en bicicleta me fui consolando.
En Octubre la tía consiguió un trabajo administrativo en la base de Torrejón, la pensión de viuda, con el dólar cayendo, no permitía seguir viviendo al ritmo que lo habíamos hecho hasta entonces. Por otro lado a la tía no le agradaba la idea de quedarnos en Estartit, demasiados recuerdos penosos, así que nos trasladamos. Hubo que vender los vehículos, el Kart se lo quedó Terry, la bicicleta se la regalé a Rosa. Cuando nos despedimos me abrazó y por primera y última vez me besó en la boca, un beso rápido e impetuoso en el que nuestros dientes chocaron.
Nuestra vida continuaría, en Torrejón, pero esa es otra historia. Esta venía a cuento de que Dick cambió mi destino, como dije al principio. Me libró de mis deprimentes padres, me arraigó a vivir en España, pero sobre todo me dio una imagen que idealizar y tratar de imitar. Su generosidad, alegría, liderazgo, autosacrificio. Su actitud ante la vida y ante la muerte. El valor incluso ante la horrible enfermedad. Su mayor pena era la perspectiva de abandonarnos a la tía y a mí. Estaba asustado pero no por ello perdió la sonrisa. El me demostró que es posible sentir miedo y sin embargo enfrentarse a él y controlarlo. Hasta el héroe tiene su debilidad y no por ello es menos héroe.
Esta historia es un homenaje al tío Dick.
- FIN -

viernes, 12 de octubre de 2007

Cap. Richard.9: La señorita Smith.

Cuando vi de nuevo al tío, dos semanas después, pálido, demacrado, débil, un torrente de emociones me turbó, me llenó de confusión. Su boca aún esbozaba la sonrisa, pero sus ojos habían perdido la viveza característica, apagados, sin brillo. Parecía incluso asustado. Lo primero que conseguí pensar es "¿por qué? ¿Por qué el tío? ¿Cómo es posible que, si existe un poder superior, que hasta ahora parece protegerme, permite que la mejor persona que conozco sufra de esta manera? ¡¿Por qué no me castigas a mí, en vez de a él?! ", le pregunté directamente. Pero no, a mí que no era ni la mitad de bueno me premiaba con pasteles de ciruelas y noches de sensaciones indescriptibles. "Cúrale y te prometo que seré bueno, y no comeré ni pasteles, ni helados, ni chocolate, ni.."
Y el caso es que pareció mejorar. Se levantaba de la cama, daba paseos, hasta volvió a la base. Un día que él no estaba escuché una conversación de la tía por teléfono y se me grabaron dos palabras: tumor cerebral. Busqué en mi enciclopedia y desde entonces yo estaba tan asustado como el tío.
Pasaron algunas semanas. Un sábado por la tarde salimos en el Kart y el tío me mandó ir precisamente a la base. "Tengo algo que enseñarte", añadió. Yo pensé que seria algo relacionado con el Kart. Imaginé alguna innovación. Hacía poco habían retrasado el asiento y los pedales, para ajustarlos a mi crecimiento. Pero no era nada de eso. El tío me fue explicando: "Hoy hay pocas personas en la base, están todos en el pueblo, excepto los de guardia. Los casados en su hogar, los solteros bebiendo en los bares o paseando por la playa. De oficial de guardia esta Terry".
Fuimos al hangar de camiones, él y Terry sacaron los dos que había, dejaron sonando el motor. Entramos en la nave y cerraron los portones. La pared del fondo estaba acolchada con goma espuma, debajo por lo visto una gruesa madera aglomerada y por ultimo la pared de ladrillo.
-Y ahora te presento a la señorita Smith -dijo Terry, y me tendió una pistolita que parecía de juguete. Una Smith&Wesson calibre 22 milímetros, aclaró. Y me explico todo su funcionamiento. "Apretando aquí se extrae el cargador, ¿ves? Ahora ponemos las balas, a la señorita solo le caben seis, cerramos; ahora tirando de esta corredera la bala sube y ya esta lista para disparar; si todavía no quieres hacerlo aprietas este botoncito y entonces el gatillo no se mueve".
Yo había grabado sin pestañear todas sus explicaciones. A pesar de mi naturaleza poco violenta las armas de fuego me fascinaban. Terry me enseñó a empuñar el arma, y apuntar, todo bajo la atenta mirada del tío. Me colocó ante la diana, a unos cuantos metros.
-Y ahora suavemente dispara. - Lo hice. La detonación me sorprendió, me aturdió un poco. Sin darme tiempo a respirar Terry me ordeno seguir disparando hasta vaciar el cargador.
-Tendrás que mejorar mucho si no quieres ser un tirador mediocre " dijo, comprobando mi pobre resultado.
-Bueno, basta de charla -intervino el tío- ahora debes conocer al señor Colt - y me entregó un revolver bastante grande y pesado (un 45). Siguieron las explicaciones de funcionamiento, y añadió:
-Pero para tirar con éste será mejor que te pongas los tapones y los cascos en los oídos.
Aquel pesado revolver oscilaba en mis manos queriendo apuntar.
-¡Respira mas despacio! -me gritó - ¡si no puedes fijarlo al blanco procura disparar cuando hayas soltado el aire!
Aquel gatillo estaba mucho mas duro, casi no podía aplastarlo, y de repente...¡pum! Otra vez me sorprendió el estruendo. Esta vez yo mismo seguí disparando, casi le estaba cogiendo el gusto.
-Bueno, el primer disparo de cada serie ha sido el mejor -dijo el tío.- Y ahora, para terminar, te falta probar con Mister Uno -. Se trataba del fusil M-1 (para los aficionados, el antecedente del famoso M-16).-Con éste vas a hacer un solo disparo, no necesitas más.
Me hicieron tumbar en el suelo y apoyar el fusil en un saco de arena. En el hombro me colocaron una almohadilla. El tío sabía lo que se hacía.
-¡Apoya fuertemente la culata en tu hombro!
El trueno me conmocionó, el retroceso me dejaría un tenue cardenal en el hombro, y sin embargo aquel único disparo con el M-1 fue mi mejor diana.
Después de aquello nos fuimos a tomar un baño en la playa, con el sol ya ocultándose. Yo me adentré en el mar, nadando con soltura, y el tío se quedó en la orilla, remojándose sólo hasta el pecho, justo la imagen contraria que cinco años antes.
(Continuará.)

jueves, 11 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 8: Noche con Elcira.

Aquel hermoso y cálido día de primeros de junio que anunciaba el verano, al volver de la escuela encontré a la tía haciendo las maletas con cara de preocupación.
-¿Qué ocurre? "pregunté.
-Que el tío se ha puesto malo, le llevan al hospital de Torrejón (refiriéndose a la base militar central en España, por la época).
-Pero ¿cómo ha sido, dónde está?
-Pues que se ha mareado, está en la enfermería.
-¿Nos vamos con él?
-Me voy yo, tú té quedas.
-Yo quiero ir.
-De eso nada, no puedes perder las clases. Escúchame bien, tú te quedas en casa de Elcira "sentenció- , va a venir a buscarte dentro de un rato, así que prepara tus cosas, y pórtate bien, que ya eres mayorcito (tenia doce años).
Elcira pasó a recogerme. Había terminado magisterio y estaba estudiando oposiciones para ganar plaza de maestra nacional. Venía con regularidad a tomar café con la tía, desde aquel año que me dió clases de español se habían hecho amigas, a pesar de la diferencia de edad. Mi tía elogiaba su inteligencia y su cultura. Ella aprendía de la experiencia de la tía y bebía sus historias sobre América y la familia.
-Solo cojo una muda y el pijama, ya vendré cuando necesite algo, tengo llave.
-Está bien, dame un beso, y no te preocupes.
-Vuelve pronto con el tío.
-Si, te llamaré por teléfono.
Aquella noche la tristeza y la preocupación se mezclaban con la novedad de estar en casa de Elcira. Los padres, casi ancianos, me trataban con mucha cortesía y benevolencia. Todos querian tranquilizarme. Elcira contaba chistes y anécdotas de la universidad durante la cena, una sopa de verduras que tomé entera y me sentó bien, y un pescado que apenas probé. Lo recuerdo porque me sorprendió que apenas insistieran, al contrario de lo que hubiera hecho la tía (ella hubiera dicho algo así: come si no quieres que te pase lo que al tío.
De postre hubo pastel de ciruelas, como si quisieran complacerme en todo aquella primera noche de ausencias. Al ver el pastel casi me arrepentí de no haberme esforzado en comer mas pescado, pero ya era tarde. En compensación rechacé su oferta de repetir pastel.
-¿Y donde quieres dormir, en el cuarto de Paco o con Elcira? -Preguntó inopinadamente el padre. Paco, hermano de Elcira estaba en el servicio militar. Por un instante dudé, me vino a la mente mi problema de enuresis nocturna, no del todo resuelto. Hubiera sido un bochorno mojar a la simpática Elcira. Pero después hice acopio de valor. .Si hace falta no probare ni gota de agua hasta por la mañana, pensé.
-Con Elcira....
Los padres se acostaron pronto, no tenían costumbre de jugar partidas de cartas. Yo les imité. Elcira tenia que estudiar y me apetecía ponerme a pensar tranquilamente en la cama. Al introducirme entre las sabanas percibí el perfume que emanaba, y con un gemido de placer lo identifique con el aroma del cuerpo de Elcira.
A pesar de mis propósitos de vigilia era tan sedante aquel perfume que me sumergí en un dulce sueño. Lo siguiente que recuerdo es que orinaba voluptuosamente contra una pared...y desperté de repente. Angustiado me palpe el pijama, ¡uf! Por suerte no me había orinado. A mi lado Elcira dormía con placidez. Escuché su respiración acompasada. Me levanté sigilosamente y me dirigí al baño sin encender la luz, con la claridad que entraba por la ventana. Qué alivio después de orinar. Por esta noche me he librado de la vergúenza, pensé. Al regresar a la cama miré el despertador de agujas fosforescentes: las tres y media. Estaba resuelto a mantenerme despierto hasta el amanecer. Durante un buen rato me quedé quieto, meditando en el pobre tío. Después volví a sentir la presencia de Elcira, al removerse. ."No me he enterado cuando ha venido a la cama. Si me acerco un poquito, ¿se despertará?". Lo hice muy lentamente, ella dormía de espaldas a mí. Extendí la mano muy despacio y toqué...su muslo. Al principio me dió como un calambre, después dejé reposar la palma. Sentí la tersura de su piel, la finísima pelusilla de su vello, el calor de su carne. El corazón me golpeaba el pecho como una locomotora, a ciento cincuenta pulsaciones por minuto.
Nunca había sentido tanta emoción, inmóvil, paralizado. No sé cuanto tiempo transcurrió en esa postura, perdí por completo la noción. Lo siguiente fue que deslice muy suave mi mano hacia arriba, hasta alcanzar el borde de su camisón de seda. Nuevamente deje pasar el tiempo. Temía que ella despertara y a la vez no era capaz de retirar mi mano. Era una emoción dulce y sensual, un mundo nuevo para mis sentidos. Hasta que se movió para darse la vuelta y levante la mano asustado. Por un segundo pensé que estaba despierta, pero no, sus ojos seguían cerrados. Me quede quieto una vez mas, contemplándola extasiado, a la débil claridad de la luna que se filtraba a trabes de las cortinas. Lo siguiente que recuerdo es ella zarandeándome suavemente y diciendo:
-Vamos, despierta, ya es de día.
(Continuará...)

miércoles, 10 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 7: Matanza de ratas.

Poco a poco Rosa, la niña ciclista, había ido entrando en mi vida, de una manera pausada, imperceptible. Aquellos paseos en bici, normalmente ella delante, con su bicicleta de rueda pequeña; se conocía todos los caminos, los lugares tranquilos e interesantes. Yo detrás, con mi bici grande, comprada generosamente por el tío. Nos salíamos de las carreteras, tomábamos senderos intransitados, apartándonos de todo. Nunca he tenido buen sentido de la orientación, sin Rosa me hubiera perdido, admiraba esa destreza suya. Ante una bifurcación yo nunca sabía el camino a seguir, todos me parecían igual. Aún hoy solo se orientarme con un buen plano (en su caso, una brújula) y memorizando de pe a pa los números de coordenadas o de carreteras.
Desmontábamos, caminábamos un trecho campo a través, buscábamos asiento en el tocón de un árbol, en una piedra, o cruzábamos las piernas y nos acomodábamos en el césped, y conversábamos. Le había prestado tiempo atrás mis primeros dos libros, de Julio Verne. Rosa prefería ."Dos años de vacaciones", le encantaba imaginar lo que haríamos en tal situación (un grupo de muchachos sobreviviendo en una isla desierta). No tener colegio, hacer lo que nos diera la gana, ir todos los días a bañarnos. Yo contribuía resolviendo las dificultades prácticas: encontrábamos una cueva en la que habitar, recolectábamos todo tipo de frutas silvestres, capturábamos tortugas en la playa, incluso ideábamos trampas para cazar.
Un día me trajo uno de sus libros, de Enid Blyton, ."Misterio en la casa deshabitada." Los protagonistas, también muchachos, se dedicaban por su cuenta a investigar misterios en un pequeño pueblo inglés. La situación era extrapolable a nuestro pueblecito, donde -salvo en verano, que se llenaba de turistas- todo el mundo se conocía. Y sin embargo Rosa encontraba extraño y misterioso el comportamiento de determinados vecinos. Fulanito que no se habla con nadie del pueblo. Menganito que va todos los sábados por la tarde a la capital, dejando en casa a su mujer. Zutanito que nunca va a misa. A veces hacíamos pesquisas, sobre todo si algún anciano con ganas de contar batallitas atendía nuestra curiosidad. Zutanito es un hereje, nos decía en voz baja. Menganito tiene una querida, pero no se os ocurra decir nada.Fulanito es mala hierba, ha reñido hasta con sus hermanos, por la herencia.En fin, nada suficientemente novelesco, para el gusto de Rosa, que entonces la tomaba con las actividades militares secretas en la base, a la que yo tenía el privilegio de acceder con mi tío, y a mí me tocaba responder a sus interrogatorios.
De vez en cuando, por la tarde, o en fin de semana, el tío me dejaba dar una vuelta en el kart. Unas veces iba a mi lado, de copiloto, otras venía Rosa conmigo, entonces él me seguía con el Alfa. Nunca, me entiendes, nunca salgas tú solo, me tenía recalcado. Y yo siempre lo cumplí.
Rosa tenía dos hermanos mayores bastante brutos, Pepín y Félix, que la ignoraban o se burlaban de ella, según les diera. Yo guardaba las distancias y ellos a cambio se limitaban a despreciarme sordamente. En cierta ocasión, por el otoño de 1973, Rosa y yo presenciamos una de sus brutales diversiones. Había ido a su casa a buscarla para nuestro acostumbrado paseo. Además de los hermanos había cuatro o cinco chicos más; haciendo algo que me pareció extraño y que nunca más volví a ver: estaban rodeando de alambres los matorrales que había en la parte baja de una gruesa higuera; por lo visto estaban infestadas de ratas que habían ido proliferando y excavando madrigueras entre las raíces del árbol. Eso fue lo que Rosa me explicó. Después de cerrar el perímetro con esa fina alambrada, rociaron con gasolina -bajo la supervisión del padre- y prendieron fuego a los matorrales. A los pocos segundos comenzaron a asomar multitud de ratas intentando huir, lanzándose contra la alambrada. El pelotón de muchachos, previamente armados de gruesos palos, las machacaban. Uno de ellos se había traído su carabina de aire comprimido y las disparaba. Las ratas chillaban de forma horrible, y los muchachos disfrutaban dando garrotazos, espachurrando cuerpos de roedores. La sangre salpicaba. Otro de los chicos, con un largo machete, lanzaba tajos, despedazaba. El espectáculo era repugnante, pero lo peor de todo era el regocijo que manifestaban los crueles adolescentes, enardecidos por la matanza. Rosa y yo permanecíamos a distancia, contemplando la escena horrorizados. En un momento dado Rosa se acercó a mí, cogió mi mano y yo se la apreté con firmeza.
(Continuará.)

martes, 9 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 6: Paseo submarino

Un domingo fuimos el tío y yo a buscar a Terry. Ibamos a salir al mar en un barco que Terry había alquilado. La tía dijo que se quedaba en casa (siempre se marea en los barcos). Yo llevaba el bañador puesto y una mochila con toalla, ropa para cambiarme -por si acaso-, las gafas de bucear, y el snórkel. El tío llevaba bocadillos para los tres y un montón de cervezas. Para mi varias coca-colas.
Por si no lo había dicho antes, Terry es teniente y es negro. Pero no moreno ni mulato, sino negro como el betún, en palabras de mi tía. Un negrazo musculoso, puro bíceps, deltoides y trapecios. El hecho de que Terry fuera el mejor amigo de Dick, ahora que lo pienso, da cuenta de hasta qué punto mi tío era indiferente a cuestiones raciales, políticas, o meramente ideológicas. Nunca hasta ahora había reparado en el alcance de esa indiferencia, que en su entorno debió de ser llamativa. Si que recuerdo alguna frase dicha por Dick a la tía, en privado, y por mi escuchada casualmente, que se me quedó grabada: yo no quiero saber nada de política. Sí, recuerdo la sorpresa de que hubiera algo de lo que mi tío no quisiera saber. El, que conocía el funcionamiento de cualquier aparato, que sabía reparar motores, automóviles, electrodomésticos, relojes, muebles, bicicletas. El, que sabia practicar cualquier deporte: nadaba, buceaba, montaba a caballo, jugaba al billar, pilotaba helicópteros, aviones, etc.
Tampoco yo sabía qué era eso de política. Un día se lo pregunté a la tía y ella me aclaró perfectamente el enigma.
-Política son los trucos que hacen los hombres que mandan para engañar a los que trabajan.
-¿Como hacer trampas al monopoly?
-Si, exacto, pero en vez de ser un juego es en la vida real.
Ajá! Ahora lo entendía. El tío nunca haría trampas en la vida real, solo en el juego.
La embarcación era poco mas que una lancha con motor, volante, y una pequeña cabina para pilotar. A mi me pareció la octava maravilla. Al partir el mar estaba sereno, como una tabla, pero al poco rato comenzó a encresparse un poco y yo acabé sintiendo un cosquilleo de emoción que se tradujo en un retortijón.
-Tío, tengo ganas de hacer caca.
Terry puso el motor en punto muerto y yo, agarrado a la escalerilla de acceso, me acuclillé en el exterior del barco y, sin importarme las burlas de Terry y mi tío, pagué el tributo que el mar me reclamaba. Terry era el que más se mofaba.
-Ten cuidado con los tiburones, les gustan los culetes blanquitos.
-Si fuera un culo negro como el tuyo no habría peligro, ningún tiburón tiene tan mal gusto.
Llegamos a la zona que habían elegido. Terry describió un circulo con el barco y paró totalmente el motor. Yo le pregunté porqué lo hacía.
-Para marcar nuestro territorio, chico.
-¿Me puedo bañar?
-Pues claro.
Me zambullí con mis gafas y mi snorkel, ingenuo de mí. No veía absolutamente nada. El fondo estaba completamente oscuro, negro. Lo único que podía ver era el casco del barco. Mas allá solo oscuridad. Volví a subir al barco, un poco frustrado, la verdad. Vi que los dos se estaban poniendo el equipo completo de bucear, con botella de oxigeno y manómetro.
-¿Qué profundidad hay? "Pregunté. Terry tiró el ancla.
-Veinte metros. "Tu quédate ahora en el barco, en seguida volvemos. Y se lanzaron los dos. Yo realmente estaba impresionado. Me abrí una coca-cola mientras contemplaba el horizonte desierto y esperaba. No puedo calcular el tiempo que estuvieron abajo, veinte minutos, media hora. Cuando subieron mi coca-cola estaba vacía.
-¿Qué habéis visto tanto rato?
-Hay rocas en el fondo, unas cuevas, y peces de todas clases y colores, ¿quieres bajar conmigo?
-Si.
-Pues date ahora un bañito mientras nosotros nos tomamos una cerveza. -Impaciente, obedecí.
Entre los dos me colocaron la botella de oxigeno de Terry, Dick me explicó la forma de mover la mandíbula cuando sintiera la presión en los oídos, durante el descenso, y me avisó que no podríamos subir de golpe. Fuimos bajando muy despacio a lo largo de la cadena del ancla. El me llevó en todo momento, yo solo iba cogido de su cinturón. De vez en cuando me miraba y me hacia el gesto con el pulgar hacia arriba. Yo le devolvía el gesto para indicarle que todo iba bien. A pocos metros del fondo, cuando ya vislumbraba las rocas e incluso el negro agujero de una cueva, comencé a sentirme no tan bien. Dick debió de notar mi palidez, o mi flojera, algo, porque paró de inmediato y me hizo subir algunos metros. Descansamos unos minutos. Me sentía mareado pero el me hacía suaves gestos de tranquilidad, con las palmas hacia abajo. Subimos otro poco, ya se veía el casco. Entonces, antes de la subida final se puso el índice en los labios, pidiéndome que no contara nada. Yo asentí. Salimos a flote.
-Chico, estas pálido -me dijo Terry- ¿qué tal el paseo?
-Me ha sabido a poco -dije.
(Continuará.)

lunes, 8 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 5: la preciosa botella.

Aquella tarde me encontraba solo en casa, deambulando de un cuarto a otro, sin saber qué hacer. El tío estaba en La Base. Yo primero había salido con la bici, nada más comer, a buscar a Rosa para dar un paseo, pero no estaba, el padre me dijo que había ido con la madre a comprar no sabía qué exactamente. Cuando regresé la tía se estaba arreglando para tomar café con las amigas. Me preguntó si quería acompañarla pero preferí quedarme a leer. Cuando la tía estaba con sus amigas me aburría como una ostra. Aquellas navidades me habían regalado mis dos primeros libros, de Julio Verne: "El faro del fin del mundo" y "Dos años de vacaciones". Ya había leído el primero y del segundo iba por la mitad, en esa fase en que el entusiasmo sufre un descenso en espera de que empiece a vislumbrarse el desenlace. Así que con el libro ante los ojos mi mente comenzó a vagar. Echaba de menos las clases vespertinas con Elcira. Este año se había ido a hacer el curso preuniversitario a Gerona, y por otro lado yo no necesitaba más clases, había alcanzado el nivel de mis compañeros de "cuarto". Si hubiera estado Rosa por lo menos habríamos hablado. Días antes me había estado preguntando:
-Oye, ¿los americanos tenéis la bomba atómica?
-Si.- No sé por qué le había dado con ese tema, supongo que habría visto algo en la tele.
-Y ¿quién tiene mas bombas, los rusos o vosotros?-Tampoco se porqué me di por aludido con ese "vosotros".
-Nosotros, claro.
-¿Y cuantas tenéis?- Me quedé pensando, pregunta difícil. ¿Por qué habría de saberlo? Vagamente me vino a la cabeza mi relación con La Base a través de mi tío. Se me ocurrió imitar su táctica.
-Bueno...Eso es secreto.
-Pero ¿tú lo sabes?
-Hombre, mi tío me lo ha dicho...
Por la cara que puso percibí que mi prestigio ante ella había aumentado. A sus ojos yo no era un niño raquítico, débil y con orejas de soplillo; era un poseedor de altos secretos militares...
En ese punto cerré el libro. No tenia sentido intentar leer cuando por mi mente pululaban fantasías aun mayores que las de Verne. Me puse a recorrer las habitaciones, buscando mi propia aventura. De pronto me acordé de esa botella de la que con cara de placer bebía el tío casi todas las noches. Fuí al salón y la contemplé. Una botella preciosa, de cristal tallado con elegantes relieves, color verde oscuro, que al girarla emitía destellos iridiscentes.
La botella me estaba invitando. Yo quería ser como el tío en todo. Si bebía de su botella lo sería en cierto modo. Esta bebida seguro que sabe riquísima, pensaba, la otra que toma por el día, la cerveza, puajj, qué amarga, pero esta, ¿cómo la llama? Guiski, que nombre tan bonito, debe ser mejor que la coca-cola.
Levanté el tapón y sin dudarlo, con decisión, bebí un largo trago a morro, sin respirar. Sentí que me quemaba la boca, la garganta, el estómago. Miré la botella sorprendido. No puede ser, ¿me habré equivocado de botella y habré bebido lejía?., me asaltó el temor. Volví a mirar: No, no, es esta la botella.
Me quedé como alelado. De repente no recordaba ni una palabra de español, me vi pensando de nuevo en inglés. .œIgual que la primera vez que entré en esta casa.. Es como si los dos años que llevaba se hubieran borrado de mi recuerdo. Sin embargo yo sabía que realmente no se habían borrado, puesto que recordaba a las personas, al tío, a Rosa, a Elcira. Pero en cierto modo era como si acabara de llegar. Si, comprendí, era la misma sensación de novedad. Me eché a reír.Todo me parecía nuevo. Me imaginé hablando con Rosa como la primera vez, cuando casi no la comprendía, ella preguntándome muy despacio mi nombre, de donde venía, y si mi padre trabajaba en La Base. Mi padre no, mi tío ,acerté a responder. Me imaginé diciendo, orgulloso:
-Tío, he bebido gúisqui.
Quería cantar una canción de moda en español que decía:
"La felicidad, ah, ah, ah, ah,
me la dió tu amor, oh, oh, oh, oh"...
Pero no me salía, solo conseguía cantar el . "She loves you, yeh, yeh, yeh"...de los Beatles. Y encima no podía parar de reír.
Al rato regresa mi tía con una vecina. La vecina me hablaba en español y yo le contestaba entre carcajadas con frases incongruentes en inglés.
-¿Pero que le pasa e este chico? "Terminó preguntando mosqueada la vecina.
-Me temo que ha tomado algo que le ha sentado mal. "Contestó la tía sospechando la verdad. " Anda, vete a tu cuarto a dormir la siesta. Ya hablaremos...
(Continuará.)

sábado, 6 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 4: trampas y bromas.

Pero no todo eran mimos y regalos, al tío Dick también le gustaba "hacerme trampas" en el juego, y sobre todo gastarme bromas pesadas. Lo de las trampas ahora pienso que lo hacía en el fondo para que yo me diera cuenta, para animar el juego con mis protestas, sus negaciones absurdas de lo para mí evidente, y las risas de todos. Si era al monopoly, veíamos multiplicarse las casas y hoteles en sus propiedades por arte de magia, el dinero, parecía que salía de sus manos y en realidad no había salido, etc. Si era el parchís, había que memorizar constantemente dónde estaban sus fichas, y vigilar cada vez que "contaba". Con las cartas, a veces repartía de arriba y otras de abajo, creías que barajaba y en realidad no había movido una carta, por no hablar de cuando era invierno y llevaba manga larga. Cuando le reprochábamos que fuera tan tramposo él argumentaba muy serio que era para enseñarme y que en el futuro no me las hicieran a mí. Yo entonces no le creía, pero ahora se que sin esas trampas el juego hubiera sido pronto muy aburrido, y no descarto que hubiera una lección de estar siempre alerta en la vida.
De las bromas, recuerdo una especialmente memorable. Era una tarde que yo estaba en el porche mordisqueando un sándwich de mantequilla de cacahuete (no estaba acostumbrado al bocadillo de jamón con tomate), la tía frente a mi leyendo una revista. Vimos llegar a Dick, que aquella tarde había ido a La Base, traía algo en la mano, envuelto. Se sentó a mi lado. La tía dijo "voy a hacerme un café". Desenvolvió el paquete, era un gran imán en forma de herradura, una pieza que habían sustituido de un electroimán en el taller mecánico de La Base, y él se la había traído a casa. El arco de la herradura tenía el perímetro de mi muñeca, el grosor unos cinco centímetros, de largo unos diez y de ancho otro tanto; debía pesar unos dos kilos.
Se puso a jugar con él sobre la mesa, extrajo unas bolas metálicas y las hacía bailar ante mis ojos, primero de un lado a otro, después en círculos, acelerando cada vez más. Luego sacó un puñado de clavos, los alineó, y con el imán los hacía girar al unísono, como si fuese un pelotón de soldaditos, mientras daba las correspondientes órdenes militares, "derecha, ¡ar!, izquierda,¡ar!. Yo estaba hipnotizado, hacía rato que había dejado de masticar, con el bocado en la boca. Entonces, cuando ya me tenía subyugado, me dejó probar a mí. Yo apenas podía sujetar el imán, y no lograba mover las bolas, sólo conseguía que saltaran hacia el imán y quedaran atrapadas. Con los clavos peor aún, salían disparados.
Empecé a impacientarme y protestar, todo aquello me parecía cosa de magia. El me explicó en qué consistía el truco, había que pasar con el imán suavemente a la distancia justa para mover sin atraer. Volví a probar, pero era inútil, con mi escasa fuerza y el peso del imán no podía controlar esa distancia. Entonces cambió de táctica.
-Bueno, vamos a probar otro juego. Ven, pon la mano aquí en la barandilla.
Yo incautamente la puse y Dick rápidamente colocó encima el pesado imán, encajado en mi muñeca y adherido férreamente a la metálica barandilla del porche.
-Vale, ahora trata de despegar el imán con la otra mano.
Probé, claro, tiré con todas mis fuerzas, pero el imán no se desplazó ni un milímetro. Yo era un niño enclenque, como bien me recordaba la tía en la hora de las comidas.
-Venga, tira con más fuerza, hombre. -Dick comenzaba a recrearse ante mi situación.
-No puedo, tío, quítamelo tú.
-A ver, vamos a ver si puedo yo...
Fingió que tiraba de él, contrayendo la cara por el esfuerzo, pero ahí me di cuenta de que me estaba engañando.
-Uff, esto está más difícil de lo que yo pensaba...
-Mentira, me estás tomando el pelo.
-Espera, voy a buscar una palanca.- Y desapareció.
Ahora ya tenía la certeza de que era una de sus bromas, así que sin dudarlo me puse a gritar llamando a la tía para que me rescatara. Yo también exagerando un poco.
-¡Tíaa... veen...socorroo...auxilioo!
Pero la tía tampoco daba señales de vida. Comencé a sospechar que también estaba en el ajo. Sí, ahora que lo pensaba, ya era extraño que hubiera desaparecido tan rápido de la escena, con lo que a ella le gusta meter la nariz en todo. Pasaban los minutos, que a mí se me antojaban horas, y nadie asomaba la cara. Por fin apareció el tío con una palanca.
-¿Dónde te has metido?
-Estaba buscando la palanca.
-¿Y la tía?
-No se.
Hizo como que intentaba apalancar, pero claro, no podía introducir la cuña por ningún sitio.
-Pues tendré que ir a La Base por la sierra eléctrica y cortar el trozo de barandilla. Tú no te vayas, espérame aquí.- Esto ya era pitorreo.
-¿Pero cómo me voy a ir de aquí? ¿Y qué es eso de cortar la barandilla, me tomas por tonto? No pienso ir toda la vida con el imán puesto.
-No preferirás que haya que cortar el brazo...
-Ya está bien de broma, que me estoy haciendo pis.
Lo del pis parece que surtió efecto, porque la tía apareció de inmediato, desternillándose de risa, y liberándome dijo:
-Lo ves, si comieras bien no estarías tan escuchimizado y te lo habrías quitado tú sólo.
(Continuará...)

El capitán Richard. 3: Al volante.

El tío Dick me enseñó a conducir...a los ocho años. Empezó una tarde, la primavera de 1970, que íbamos los tres en la vieja camioneta, recorriendo la carretera de Palafrugell. Yo iba sentado entre ellos , mirando atentamente, a ratos el paisaje y otros el velocímetro, que marcaba en millas. Me gustaba hacer la cuenta en voz alta de a cuantos kilómetros equivalía en cada momento. Ví que la aguja señalaba 35 y dije "vamos a sesenta". Entonces Dick aflojó el acelerador, me sentó sobre sus piernas y apoyó mis manos sobre el volante.
-Ahora tú diriges.
A la tía casi le da un ataque, "estás loco, eres peor que el muchacho". Y él se reía, y aún la provocaba más: "déjale, el chico sabe conducir muy bien, mucho mejor que tú". Yo me concentraba en el volante y en la carretera. Los pedales los manejaba él, claro, yo no llegaba, así que en realidad conducíamos a medias. La camioneta era de cambio automático, se la había traído de Estados Unidos. Mi tío se encendió un cigarrillo. Cuando nos cruzábamos con algún coche acercaba una mano al volante, sin llegar a tocarlo, sólo para tranquilizarme. El resto del tiempo fumaba tranquilamente. La tía se había resignado y guardaba silencio.
Semanas después hacíamos lo mismo con el Alfa. Me enseñó a cambiar las marchas y luego él pisaba el embrague y me iba diciendo "pon segunda" o "pon tercera". Ya cerca del verano recuerdo que un día en la recta de Estartit a Torroella me dijo "pon cuarta". Esa vez sí miré el velocímetro, marcaba 80 km/h. De vértigo.
Llegaron las vacaciones. Ahora que lo pienso, no he hablado del colegio. Me habían mandado a uno de monjas en Torroella, el único en que me habían admitido. Hubo problemas porque mis tíos no tenían en regla mis papeles, la autorización de mi padre, no se, el caso es que las monjas fueron las únicas que se ablandaron. Puede que algo influyera la acostumbrada generosidad de mi tío, y también el hecho de que tenían muy pocos alumnos, no más de una docena. Sólo había un curso, en el que estábamos todos, "tercero" lo llamaban, por la sencilla razón de que primero y segundo no existían. Así, un perfecto analfabeto como yo, que apenas entendía unas pocas palabras de español y menos aún las hablaba, me vi progresado y encumbrado directamente a las alturas de "tercero". También pueden hacerse una idea de mi inconsciencia ante el hecho de que yo ¡estaba contento de ir al colegio!, más aún, orgulloso. Por mi cabeza daba vueltas aquella idea de ser un protegido de los poderes celestiales.
Aquel primer día de colegio me senté en el pupitre, provisto de mis cuadernos y lápices. La monja dijo algunas palabras y ví que todos se ponían muy serios a escribir o dibujar algo en sus cuadernos. Yo fingí hacer lo mismo. Ahora bien, ¿qué escribir? Discretamente alcé mi cabeza por encima del hombro de mi compañero de delante y me puse a imitar las figuras que él hacía. Ahora sé que eran un triángulo, un cuadrado, dos círculos, pero en aquel momento no significaban nada para mí. La monja fue recorriendo los pupitres uno a uno. Cuando llegó al mío dijo, eso sí lo entendí:
-Muy bien.
Sin embargo mi tía debió de ver mi cara de preocupación cuando me recogió a la salida, porque lo primero que me dijo fue que no me preocupara, que esa misma tarde vendría una profesora particular a enseñarme español. Años después, la tía siempre me ha tomado el pelo a propósito de aquella primera vez, en que conocí a Elcira. Se burlaba diciendo que yo estaba "enamorado" de ella. Tenía 16 años, era estudiante de bachillerato, muy lista según la tía. Llegó a casa a la hora convenida, yo estaba en mi cuarto leyendo un tebeo y escuchaba las voces de mi tía y ella (suponía). Entonces la tía me llamó. Elcira llevaba una cartera de cuero, era morena, de pelo largo rizado, rostro fino, grandes ojos, una sonrisa de picardía; vestía con atrevida elegancia, botas altas, falda corta, blusa sin mangas, chaqueta sobrepuesta en los hombros.
-Así que éste es el americanito -dijo mirándome de arriba abajo.
Yo enrojecí, me sentí feo, ridículo, enclenque (así me llamaba la tía cuando quería aguijonearme para que comiera -yo siempre dejaba los platos a la mitad-). Mi natural timidez se convirtió en confusión, vergúenza.
-¿Cómo te llamas?- me preguntó. Yo le contesté.
-Nada de Joseph, yo te voy a llamar Josito, ¿vale? Aquí estamos en España. Yo me llamo Elcira.
Entonces se acercó a mí, con una mano me alborotó un poco el pelo y me acarició fugazmente la cara. Le hubiera permitido que me llamara cualquier nombre. Cuando tocó mi pelo fue como si me estuviera bautizando, sin agua. Se convirtió en una especie de madrina para mí. Así tuve un motivo más para esforzarme en aprender español, agradar a Elcira.
Volviendo al verano de 1970, todos estaban satisfechos conmigo, las monjas me habían aprobado "tercero", los tíos orgullosos, y hasta Elcira estaba contenta con su americanito.
Dick llevaba varios días muy misterioso, diciéndome que tenía un regalo para mí, que muy pronto lo iba a ver. Yo intentaba descubrir qué era, pero él no soltaba prenda.
-Dime qué es.
-No, es un secreto.
-¿Es una colchoneta hinchable?
-No, es mucho mejor que eso.
-¿Una barca de remos?
-Mejor aún.
Una mañana se presentó en casa antes de la hora habitual. Estábamos en la cocina, yo ayudaba a la tía a pelar guisantes. Dick se me acercó sonriente y dijo:
-Asómate por la ventana.
Lo que vi era un autito híbrido, mezcla de KART, con elementos de Boogie: chásis bajo, cuatro ruedas pequeñas, motor trasero, biplaza, color azul, doble tubo de escape, barra antivuelco. El mecánico de La Base lo había reconstruido para mi tío a partir de un viejo motor y piezas sueltas que habían ido reuniendo durante meses. Salí corriendo y me monté. Todo estaba adaptado a mi tamaño, el asiento del conductor, el volante, la altura de los pedales. Toqué la palanca de cambios, tenía tres marchas. La llave de contacto estaba puesta. Mi tío, en el asiento del copiloto, me sonreía. A pesar de que nunca nos hacíamos demostraciones de afecto esta vez no pude contenerme, le di un abrazo.
-Vamos, arranca- me dijo él, desasiéndose.
(Continuará...)

viernes, 5 de octubre de 2007

El capitán Richard. 2: Desnaturalizado.

Esa primera curva que trazó mi destino, cada vez que lo pienso me asombra la suerte de que gocé. Tener unos padres insoportables, de repente verme libre de ellos, sin trauma alguno, y poder vivir con las personas que admiraba y quería. ¿Algún niño de siete años ha podido imaginar tanta suerte? Durante mucho tiempo -unos cinco años- estuve convencido de que existía un poder supremo que atendía mis peticiones, que bastaba con rezar con fuerza y mis deseos se cumplirían. Después, cuando me di cuenta de que no era así, pensé que ese poder supremo era caprichoso y a veces hacía lo contrario sólo para fastidiarme.
También pienso que ese temprano fracaso entre mis padres biológicos y yo -abandono por su parte, rechazo por la mía- influyó decisivamente en el hecho de que yo nunca quisiera tener hijos. Creo ahora que fue esa la razón, y no las que argumentaba yo siempre, sobre la superpoblación del planeta, mi libertad, etc. Supongo que en mi inconsciente subyacía el temor a repetir el mismo fracaso. Tal vez mi tía Agnes contribuyó a ese temor, lo alimentó incluso, cuando me contaba sus historias y teorías de que proveníamos de una familia de "judíos desnaturalizados"; que en nuestra esencia estaba el no tener raíces y el no dar frutos.
Se refería por una parte a que de los cuatro hijos del bisabuelo Isaac, los tres varones se habían hecho ateos y comunistas, abandonando toda creencia, toda costumbre, borrando incluso todo sentimiento de judaísmo. El primero, Saúl, mi abuelo, abandonó Berlín y emigró a Estados Unidos en 1932, se instaló en Detroit, abandonando la militancia política, se dedicó al comercio y se casó con una canadiense anglófona, Regina; en 1937 nació mi padre, Mike, y en 1940 mi tía Agnes.
El segundo, Uri, escapò a Francia en 1933, cuando ya le buscaba la policía de Hitler por sus actividades comunistas; en 1936 vino a España, participó en la Guerra Civil, contra Franco, a cuyo término consiguió huir de nuevo a Francia; en 1940 ingresó en la Resistencia; durante veinte años desaparece la pista de él, hasta que sorpresivamente vuelve a contactar con Saúl en 1960, primero por carta, y luego visitándoles durante unas cortas vacaciones. Parece que fue él quien contó a mi tía toda la historia de la familia, pues el abuelo nunca quiso dar detalle ni explicación alguna, y mantuvo todo en secreto, suponemos que por miedo a que alguno de sus hijos quisiera volver al seno del judaísmo. Tanto mi tía como mi padre fueron a colegios públicos en Detroit.
El tercero, David, tuvo menos suerte, fue capturado por la época en que Uri escapó y nunca más se supo. Por último Rachel fue la única que permaneció fiel al Talmud. Parece que mi abuelo se escribió con ella durante algún tiempo. Después, sin previo aviso, la pista se pierde definitivamente.
Mi tía habla de esa sensación extraña de no tener parientes, ni primos, ni tíos, ni abuelos, nada. Para mayor desgracia su madre, Regina, había fallecido de un parto en 1943 (el bebé también murió), y Saúl se volvió a casar muy pronto, esta vez con una irlandesa recién emigrada. Colegios internos para ambos, mi padre y ella, hasta los 16 años, y después a trabajar, hasta que en 1962 (el año que nací yo) mi tía conoció a Richard y a los tres meses se casaron.
No tener raíces y no dar frutos, mi tía se refiere con esto último a que ella no puede tener hijos...Pero volvamos al hilo principal, cuando me dijeron que tendrían que buscarme un colegio. A los siete años yo prácticamente no había pisado ninguno. Hasta que cumplí los seis a mis padres no se les ocurrió matricularme, después estuve enfermo varias veces, luego nos trasladamos de Detroit a Columbus...de modo que yo no sabía hacer la ?o? con un canuto. En realidad todo ello redundó en mi favor, así no tuve gran cosa que olvidar y pude comenzar de cero sin lastre alguno. Me entregué por completo al estudio, además me pusieron una profesora particular que me enseñara el español. Aquel invierno casi no pude coger la bicicleta, mi contacto con la niña ciclista (se llamaba Rosa) quedó reducido a los sábados por la mañana. (Continuará...)

jueves, 4 de octubre de 2007

El CAPITAN RICHARD.1: Cambia mi destino

Año 1969, Estartit, Gerona (España); Estación de Radiotransmisiones del Ejército de los Estados Unidos, llamada "LA BASE". Construida en virtud de los acuerdos de 1953 entre Eisenhower y Franco.
Siete horas A.M., el capitán Richard (Dick para los amigos) sale en su Alfa Romeo "Giulietta" color blanco. Se lo ha comprado recientemente a su amigo el teniente Terry K., el cuál a su vez se lo ha ganado en una partida de póker al teniente John S., que se lo había traído de Italia cuando estuvo allí destinado.
Se dirige a Gerona a buscar a su esposa Agnes y al sobrino de ésta, Joseph. LLegan en avión a las nueve A.M. procedentes de Columbus, Ohio (USA), vía Madrid. En realidad, aunque él no lo sabe, se dirige a cambiar el destino de Joseph.
Joseph era yo, tenía siete años, y Agnes mi tía favorita, la hermana de mi padre, Mike. Venía a España por primera vez, se suponía que a pasar los tres meses de verano. Lo que nadie sospechaba es que nunca regresaría a los Estados Unidos.
Tío Dick fue para mí desde el primer momento el auténtico héroe. Un rubio alto y atlético, puro músculo, bien parecido, sonriente, extrovertido, seguro de sí mismo, despreocupado, optimista. Y cuanto más le fuí conociendo más se incrementó mi admiración. Era generoso, abnegado, hábil en todo lo que se proponía, un auténtico líder entre sus compañeros y subordinados, un valor seguro para sus jefes. La tía Agnes estaba locamente enamorada.
Yo rápidamente olvidé todo lo que dejaba atrás, en Columbus, una madre histérica y pirada, y un padre gris, depresivo y alcohólico.
Aquel verano fue idílico, lo más cercano al paraíso que un niño pueda imaginar. Sencillamente era felíz. Vivíamos en un chalecito con jardín y una higuera, a cuya sombra jugábamos los tres largas partidas de cartas, de parchís, de monopoly. Por las mañanas mi tía y yo íbamos a la playa, mientras Dick trabajaba. Por las tardes, nos llevaba unas veces en el Alfa, otras en la vieja camioneta pick-up, a recorrer las tranquilas y arboladas carreteras de la costa, a bañarnos en caletas recónditas, a pasear por los pueblecitos de pescadores, comiendo palomitas y helados que Dick nunca me escatimaba, pese a las protestas de mi tía. "Le mimas demasiado", insistía. "Déjale que sea felíz", respondía mi tío, "me gusta verle felíz".
Una de las primeras cosas que hizo mi tío fue comprarme una bicicleta y enseñarme a manejar. A los pocos días ya recorría con soltura el pueblo y salía a la carretera, también ante las quejas de mi tía y la tolerancia de Dick. Cada vez que ella iba a comprar o a tomar un café con las amigas yo aprovechaba para saltar sobre la bici y escapar. En uno de esos paseos conocí a una niña también ciclista. No recuerdo quién se puso a pedalear al lado del otro, lo cierto es que nos hicimos amigos.
Otra de las cosas que hizo fue enseñarme a nadar. Para la primera clase escogió una piscina, en vez de la playa.
- ¿Sabes algo de nadar?
- No.
-Está bien.
Me colocó junto al borde, en lo más profundo, y me dijo "salta". Yo sin dudarlo un instante salté. Me hundí, me entró agua por la nariz, braceé instintivamente, sentí que en realidad subía, flotaba ...y cuando saqué la cabeza él estaba a mi lado sujetándome. No me había dado tiempo a pasar miedo, sólo sorpresa.
-¿Has visto?, es fácil ¿no?
-Creo que sí.
Después, ya donde no cubría, me enseñó a mover brazos, piernas, cabeza. Yo prestaba mucha atención e imitaba todo lo que él hacía. Por nada del mundo hubiera consentido en decepcionarle. Además, la seguridad que él me transmitía convertía todo en algo fácil.
Así las cosas, el verano transcurría con demasiada rapidez para mi gusto. A medida que se acercaban las últimas semanas deseaba con mayor intensidad quedarme a vivir con ellos. En mi fuero interno rezaba para que algo ocurriese que me impidiera partir. Y en efecto, algo ocurrió. Días antes de mi regreso, una noche, mis tíos me preguntaron si me gustaría quedarme con ellos .œalgún tiempo más., tendrían que buscarme un colegio.
-¡Siii! "grité.
Lo que había ocurrido fue simplemente que mi madre había abandonado a mi padre; se largó a California con un ligue y se hizo hippie. Mi padre, desolado, se hundió aún más en la depresión y en el alcohol, y sencillamente no estaba en condiciones de responsabilizarse de mí.
De ese modo, Agnes pasó de tía favorita a madre de hecho, y el capitán Richard, de ser mi superhéroe se convirtió en mi figura paterna. El cambió mi destino. Sin duda.
(Continuará...)