sábado, 27 de octubre de 2007

El tuerto. 8: Olivia y recuerdos

Pasaron dos semanas. Al ver que no sucedía nada me fui serenando. Logré avistar los coches de la policía sin sentir deseos de salir corriendo. Un domingo a última hora de la tarde se presentó en mi casa Olivia -Libby-, la hermana de Charlie. Yo estaba solo, como casi siempre, leyendo esta vez la segunda novela de Doris Lessing, "Un matrimonio convencional". Esas historias sudafricanas, rhodesianas, conseguían evadirme. Por las noches seguía recitando a Kant.
-Toma -dijo Olivia, y me entregó una carta -de parte de Charlie.

Desapareció escaleras abajo sin darme tiempo de reaccionar, de invitarla a entrar, a tomar una coca-cola o algo. Me quedé petrificado. Debo confesar que después de lo de Eve, a la cual seguía recordando con pasión de enamorado, la única chica que me atraía era Olivia. Bueno, no sé si seguía enamorado de verdad, pero algo me dolía por dentro cada vez que la veía. Recuerdo una tarde, iba por la calle, volvía de comprar cerveza para mi padre, apresuraba el paso porque estaba tronando y en cualquier momento podía estallar la tormenta. De repente les ví venir de frente, Eve y su nuevo novio, caminaban cogidos de la cintura. Algo se decían el uno al otro, y reían felices. En ese instante comenzó a llover y para mi dolor presencié cómo se subían la chaqueta por encima de la cabeza y echaban a correr, y reían. Y pasaban a mi lado sin mirarme.
Gruesos goterones impactaron en mi rostro y sustituyeron a las lágrimas que no pudieron fluir. Recuerdo que pensé: ¡Oh, Dios mío, qué felices son y yo qué desgraciado!

Olivia era especial, silenciosa, introvertida, con sus ojos negros mirando todo con profunda atención, larga melena oscura y rizada, y esa piel tan blanca y suave, pero sobre todo su aire misterioso. Ella solía reunirse con sus amigas en el parque. A veces Charlie se paraba a saludarla y yo la contemplaba a prudente distancia, sentía deseos de acercarme de hablar con ella, pero me infundía un extraño respeto, no sé...Supongo que después del trauma de Eve me había vuelto doblemente tímido.

La carta. Era una carta cifrada, con un código que no voy a revelar, pero que usábamos a veces para divertirnos. Baste decir que el mensaje aparente era una larga parrafada de frases intrascendentes y candorosas. La primera frase indicaba la secuencia para encontrar las palabras que componían el mensaje oculto: Chaval, no te preocupes por nosotros, estamos bien aquí en la cárcel.¿Y vosotros qué tal estais? Me refiero a ti y al dinero. A Luke y a mi nos han puesto en la misma celda. ¿Habrá sido suerte, o será que han colocado micrófonos para escuchar nuestras conversaciones? Por si acaso, dentro del hotel no hablamos ni una palabra, ni del golpe, ni del tercer hombre. Sólo en el patio nos acordamos de ti. La policía nos preguntó muchas veces. Por supuesto hemos negado todo. Los cacharros he dicho que no eran míos. Las iniciales será casualidad que coincidan. Luke lo tiene un poco peor, porque el cabrón del guardia le reconoció por foto. Se habrá confundido. El abogado dice que saldremos pronto, así que no te gastes la pasta, mariconazo.

No salieron tan pronto como decía el abogado, estuvieron casi tres meses en la cárcel hasta que lograron la libertad provisional y eso porque el guardia modificó su declaración posterior, le dijo al juez que no estaba seguro de que Luke fuese el que vió. Que estaba oscuro y que más bien fueron los policías en el hospital los que le convencieron. Yo creo que fue el tío de Luke el que se debió de ablandar ante los ruegos de su hermana, la madre de mi amigo, y le diría al guardia (su empleado, al fin y al cabo) que redujese un poco la contundencia de su testimonio. Tal vez ya había cobrado la indemnización del seguro.

No me enteré de su libertad hasta que vinieron los dos a buscarme a casa. La verdad es que nos abrazamos emocionados los tres.
-¿Os apetece una cerveza -propuse- o queréis que vayamos de inmediato por la pasta?-Se miraron entre sí.
-Yo creo que podemos tomar una cervecita para celebrar contigo nuestra libertad.
Abrí una botella grande y llené tres jarras. Brindamos.
-Por la libertad. -Dijimos al unísono.

Después de bebernos las jarras cogí el mamotreto de Kant, me lo puse debajo de la camisa y salimos hacia la biblioteca.
-Esperadme en los lavabos.- les dije. Saqué el libro de Kant de su estantería, cogí el sobre, intacto, y coloqué las 700 páginas de vuelta. Y allí, en los lavabos de la biblioteca, nos repartimos las quince mil libras.
-Oye tuerto, muchas gracias por ser legal con nosotros.-Dijo Luke.
-Bueno, y gracias a vosotros por tener la boquita cerrada. Lo mejor será que dejemos pasar un tiempo sin vernos.-Propuse. Y ellos estuvieron totalmente de acuerdo. Nos despedimos con un apretón de manos.

1 comentario:

-Anna- dijo...

Toda una organización con el código y todo.
Tres meses en la cárcel los pobres chicos...y bueno, ese será el precio.
Sigo enganchada ;)