sábado, 27 de octubre de 2007

El tuerto. 7: Kant o el dinero

Aquella noche me la pasé en vela, dando vueltas en la cama, con el dinero debajo del colchón, pensando dónde esconderlo por si la policía se presentaba a registrar. Era probable que detuvieran a Charlie, y a Luke, y no descarté que uno de ellos cantase mi nombre. También me preguntaba qué habría pasado con el vigilante. La imagen de su cuello traspasado por mi navaja volvía una y otra vez a mi mente. Confiaba que el tipo no hubiera muerto. Intentaba recordar el punto exacto donde se había clavado. Me parecía que había entrado por el centro, rozando la tráquea, en cuyo caso no habría cortado la yugular y con un poco de suerte no habría sido mortal. Me apoyaba para creer esto en la impresión de que no había saltado ningún chorro de sangre. Por momentos me invadía la preocupación y el remordimiento por la vida del guardia; luego, al momento siguiente pensaba: ¿Pero quién le mandaba ponerse a disparar a Charlie, e intentar detenernos? ¿No podía haberse limitado a cobrar su sueldo y llamar a la policía?

A las ocho de la mañana me tomé un café con leche y salí a la calle con el dinero en un sobre metido por dentro del pantalón y la camisa. Me dí una vuelta por el parque para despejarme. Estaba vacío, a excepción de un señor de unos sesenta años que paseaba a su perrito, un cocker. Me encaminé a la biblioteca del barrio, sin prisa. Cuando subí los escalones el reloj daba las nueve en punto. Fui a los ficheros y busqué libros que no hubieran sido nunca leídos. No me costó mucho encontrar uno perfecto para mis fines, se titulaba “KRITIK DER REINEN VERNUNFT”, Crítica de la razón pura, en alemán. ¿Alguien lo ha leído? De un tal KANT. Seguro que nadie. Lo que no entiendo es qué hacía ese libro en alemán en la biblioteca de un barrio pobre londinense. Cosa del anterior bibliotecario, un excéntrico, sin duda. La edición era de 1957 en Berlín, en 28 años nadie lo había ni siquiera tomado en préstamo para ojearlo, simplemente por curiosidad. Esa falta de curiosidad en esta ocasión a mi me venía de perlas. Tenía el tamaño perfecto para mis fines. Las hojas estaban cosidas, se mantenían en bloque, y las tapas se habían despegado. Saqué las 700 páginas y me las metí bajo la camisa. Entre las tapas vacías coloqué el sobre con las 15.000 libras, y puse la “nueva edición” en su lugar de siempre, en lo alto de una estantería. A cambio del depósito en efectivo saqué un libro, éste sí legalmente y para leerlo: “Martha Quest”, de DORIS LESSING. Recuerdo que fue una perfecta evasión para mi estado de ansiedad. Qué bueno. Siempre me han gustado los libros de Doris. A veces he pensado escribir mi autobiografía: “El loco tuerto”. Je, he. Qué bueno que ahora lo haga usted por mi, señor Joseph.

Pero me estoy desviando de los hechos. Salí de la biblioteca doblemente ligero, monetaria y psicológicamente. Di una larga caminata hasta otro barrio, donde nadie me conocía y en una esquina compré los diarios de la mañana. Guardia gravemente herido en un robo, era el titular. Respiré aliviado.Uf, gravemente herido me sonó a música celestial. No había muerto. Al leer los detalles de la noticia supe que además estaba fuera de peligro. Estuve tentado de entrar a rezar a una Iglesia, para dar gracias. Después lo pensé mejor y tuve la idea de que acaso fuera de mal gusto, como si buscase la complicidad de altas instancias en mis fechorías. Preferí dejar al margen a los poderes celestes.

Aparte del estado de salud del guardia, los detalles de la crónica no me aportaban información alguna. Bueno, sí, una cosa me llamó la atención: según todos los periódicos el dinero robado ascendía a treinta mil libras esterlinas. Yo sabía perfectamente que sólo había la mitad, quince mil. Je, je, el bueno del tío de Luke quiere estafar a su compañía de seguros, fue lo que pensé. Nosotros jugandonos la vida para ganar honradamente quince mil a repartir entre tres, y él con un simple baile de números se embolsa la misma cantidad él solito.¿Quién es más delincuente? La verdad, después de leer esto último me sentí fortalecido moralmente.

El resto del sábado transcurrió con normalidad. Al día siguiente, se presentó la tía Julie en casa, una visita inusual. Se quedó a comer con nosotros y en un momento dado, como al azar, comentó:
-A tus amigos Charlie y Luke les ha detenido la policía, ¿tú sabías algo?
-¿Yooo? No, qué va, no sabía nada. -Los periódicos de la mañana no mencionaban nada de eso.
-Pero sabías que habían robado en la empresa del tío de Luke.
-Claro, tía, lo escuché en las noticias.
-Y que apuñalaron al guardia.
-Si, también lo dijeron.
-Pues parece que han sido ellos.
-Yo no lo creo, tía. ¿Cuando les han detenido?
-Esta misma mañana.
La verdad, creo que la tía Julie sospechaba algo de mí, ella sabía de la estrecha amistad que manteníamos los tres. Compré los periódicos de la tarde y leí con todo lujo de detalles las deducciones e indicios por los que la policía había identificado a los autores. El hecho de que la caja no había sido forzada, y las iniciales en los walkie-talkies. El vigilante, desde el hospital, había reconocido a Luke en fotografía. Las iniciales coincidían con las del amigo y vecino. Y lo peor de todo: la policía buscaba a un tercero, que aún no había sido identificado.

Esa noche la pasé más nervioso aún que la anterior, sopesando las probabilidades de que alguien dijese mi nombre a la policía. Por suerte, siempre quedaba con ellos directamente en la cabaña. Nunca fui a buscarles a sus casas, de modo que excepto la tía Julie (que evidentemente nunca diría nada) sólo otra persona sabía de mi amistad con los detenidos, era la hermana de Charlie, Olivia, y también estaba convencido de que nada contaría.

El hecho de tener bien escondido el dinero no me tranquilizaba gran cosa en aquellas horas. No era capaz de dormir, ni de concentrarme en leer “Martha Quest”. Así que cogí la edición sin tapas de “Kritik der reinen vernunft” y me puse a leerla. Bueno, sería más exacto decir que la recitaba a media voz, me aprendía párrafos enteros de memoria, sin comprender nada. En realidad la rezaba, eso es, y debo decir que ese rezo sí me calmaba los nervios. Añadiré que me dió suerte, pues la policía no se presentó en mi casa.

2 comentarios:

-Anna- dijo...

¡Que capacidad! yo no me aprendo los párrafos de memoria en español y este chicuelo se los aprende en Alemán :D
Respuesta a mi pregunta anterior: el policía no se murió.
¡Que impaciente soy!
Prosigo...

Joseph Seewool dijo...

Aah, me encanta tu impaciencia de lectora y la forma que tienes de combatirme, acumulando episodios para leerlos después todos juntos... Reconozco que mi forma de publicar por entregas te debe exasperar un poquitín...8-)