martes, 9 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 6: Paseo submarino

Un domingo fuimos el tío y yo a buscar a Terry. Ibamos a salir al mar en un barco que Terry había alquilado. La tía dijo que se quedaba en casa (siempre se marea en los barcos). Yo llevaba el bañador puesto y una mochila con toalla, ropa para cambiarme -por si acaso-, las gafas de bucear, y el snórkel. El tío llevaba bocadillos para los tres y un montón de cervezas. Para mi varias coca-colas.
Por si no lo había dicho antes, Terry es teniente y es negro. Pero no moreno ni mulato, sino negro como el betún, en palabras de mi tía. Un negrazo musculoso, puro bíceps, deltoides y trapecios. El hecho de que Terry fuera el mejor amigo de Dick, ahora que lo pienso, da cuenta de hasta qué punto mi tío era indiferente a cuestiones raciales, políticas, o meramente ideológicas. Nunca hasta ahora había reparado en el alcance de esa indiferencia, que en su entorno debió de ser llamativa. Si que recuerdo alguna frase dicha por Dick a la tía, en privado, y por mi escuchada casualmente, que se me quedó grabada: yo no quiero saber nada de política. Sí, recuerdo la sorpresa de que hubiera algo de lo que mi tío no quisiera saber. El, que conocía el funcionamiento de cualquier aparato, que sabía reparar motores, automóviles, electrodomésticos, relojes, muebles, bicicletas. El, que sabia practicar cualquier deporte: nadaba, buceaba, montaba a caballo, jugaba al billar, pilotaba helicópteros, aviones, etc.
Tampoco yo sabía qué era eso de política. Un día se lo pregunté a la tía y ella me aclaró perfectamente el enigma.
-Política son los trucos que hacen los hombres que mandan para engañar a los que trabajan.
-¿Como hacer trampas al monopoly?
-Si, exacto, pero en vez de ser un juego es en la vida real.
Ajá! Ahora lo entendía. El tío nunca haría trampas en la vida real, solo en el juego.
La embarcación era poco mas que una lancha con motor, volante, y una pequeña cabina para pilotar. A mi me pareció la octava maravilla. Al partir el mar estaba sereno, como una tabla, pero al poco rato comenzó a encresparse un poco y yo acabé sintiendo un cosquilleo de emoción que se tradujo en un retortijón.
-Tío, tengo ganas de hacer caca.
Terry puso el motor en punto muerto y yo, agarrado a la escalerilla de acceso, me acuclillé en el exterior del barco y, sin importarme las burlas de Terry y mi tío, pagué el tributo que el mar me reclamaba. Terry era el que más se mofaba.
-Ten cuidado con los tiburones, les gustan los culetes blanquitos.
-Si fuera un culo negro como el tuyo no habría peligro, ningún tiburón tiene tan mal gusto.
Llegamos a la zona que habían elegido. Terry describió un circulo con el barco y paró totalmente el motor. Yo le pregunté porqué lo hacía.
-Para marcar nuestro territorio, chico.
-¿Me puedo bañar?
-Pues claro.
Me zambullí con mis gafas y mi snorkel, ingenuo de mí. No veía absolutamente nada. El fondo estaba completamente oscuro, negro. Lo único que podía ver era el casco del barco. Mas allá solo oscuridad. Volví a subir al barco, un poco frustrado, la verdad. Vi que los dos se estaban poniendo el equipo completo de bucear, con botella de oxigeno y manómetro.
-¿Qué profundidad hay? "Pregunté. Terry tiró el ancla.
-Veinte metros. "Tu quédate ahora en el barco, en seguida volvemos. Y se lanzaron los dos. Yo realmente estaba impresionado. Me abrí una coca-cola mientras contemplaba el horizonte desierto y esperaba. No puedo calcular el tiempo que estuvieron abajo, veinte minutos, media hora. Cuando subieron mi coca-cola estaba vacía.
-¿Qué habéis visto tanto rato?
-Hay rocas en el fondo, unas cuevas, y peces de todas clases y colores, ¿quieres bajar conmigo?
-Si.
-Pues date ahora un bañito mientras nosotros nos tomamos una cerveza. -Impaciente, obedecí.
Entre los dos me colocaron la botella de oxigeno de Terry, Dick me explicó la forma de mover la mandíbula cuando sintiera la presión en los oídos, durante el descenso, y me avisó que no podríamos subir de golpe. Fuimos bajando muy despacio a lo largo de la cadena del ancla. El me llevó en todo momento, yo solo iba cogido de su cinturón. De vez en cuando me miraba y me hacia el gesto con el pulgar hacia arriba. Yo le devolvía el gesto para indicarle que todo iba bien. A pocos metros del fondo, cuando ya vislumbraba las rocas e incluso el negro agujero de una cueva, comencé a sentirme no tan bien. Dick debió de notar mi palidez, o mi flojera, algo, porque paró de inmediato y me hizo subir algunos metros. Descansamos unos minutos. Me sentía mareado pero el me hacía suaves gestos de tranquilidad, con las palmas hacia abajo. Subimos otro poco, ya se veía el casco. Entonces, antes de la subida final se puso el índice en los labios, pidiéndome que no contara nada. Yo asentí. Salimos a flote.
-Chico, estas pálido -me dijo Terry- ¿qué tal el paseo?
-Me ha sabido a poco -dije.
(Continuará.)

2 comentarios:

-Anna- dijo...

Vaya, que suerte tiene, todas estas aventuras para un niño son como encontrar un tesoro. A mi siempre me dio miedo el mar...me hace sentir desprotegida :S
Jajaja a cada mensaje es una confesión nueva la mía. En la que le enseñaron a manejar me olvidé de decir que tengo fobia a los autos. Pero que chica más miedosa! Si!
Sigo leyendo...

Joseph Seewool dijo...

Cada uno tiene sus propios miedos, Anita, pero todos ellos (sin excepción) son enfrentables y superables. Yo adoro el mar, fui fanático de los autos y las motos, y me fascinaron las armas un tiempo. Sin embargo...me daba pavor que me sacaran sangre; un simple análisis me ponía a punto de desmayar. Hasta que me tuvieron que operar hace años y no tuve más remedio que acostumbrarme, y ahora nada, ni me inmuto.
También dicen que un miedo se cura con otro miedo... Un placer conocerte incluso en tus fobias ;-)