miércoles, 17 de octubre de 2007

El tuerto. 2: Pequeños hurtos.

Comencé por robarle dinero a mi padre. Supongo que es una manera bastante habitual de comenzar. Es más, a veces pienso que todo lo que hice después no fueron sino variaciones y repeticiones del mismo robo. O sea, en el fondo cada vez que robaba era a mi padre a quien se lo hacía una y otra vez...Qué aburrido, ¿no? Por otro lado, a veces tengo la sensación de que la primera vez fue mi padre quien me lo ofreció y quien me provocó. Me lo ofreció porque se le cáyó del bolsillo, en una de sus borracheras, un billete de cinco libras, arrugado y sucio, pero cinco libras. Y yo lo recogí, casi como quien dice, al vuelo. Por un instante pensé en devolvérselo, pero vino a mi mente la imagen de tiempo atrás, cuando yo ingenuamente le pedí...
-Papi, ¿me das una libra?
-No.- Me dijo.
-¿Y diez chelines?
-Tampoco.
-¿Cinco?
-No.
-¿Un chelín?
-Nada, no te doy nada.
-¿Porqué? Dame al menos seis peniques.
-No, ni un penique.
Así que apreté el billete en mi mano y disimulé mientras por dentro pensaba : "Y ahora qué, bastardo, no querías darme un penique y me has dado cinco libras", y me regodeaba.
Las siguientes veces fue incluso más fácil. Me bastaba esperar a que se durmiera borracho para introducir mis dedos en su cartera y sacar un billetito, nunca más de uno. Mi padre por entonces trabajaba de botones en un hotel y siempre tenía billetitos, de las propinas que le daban.
Esta etapa del hurto familiar duró como un par de años. ¿Para qué quería el dinero? Pues para comprarme todos los días un bocadillo en el recreo, de chorizo frito caliente, o de tocino y queso. O una bolsa de patatas fritas, o avellanas. Para viajar en autobús los días que llovía o hacía mucho frío, en lugar de ir andando y terminar con los pies mojados. Para ir al cine algún sábado por la mañana o domingo por la tarde.
Luego vino la crisis económica, despidieron a mi padre y se terminaron los billetitos en su cartera, siempre vacía, y él de peor humor que nunca. La crisis me afectó, y vaya de qué manera. Así que tuve que salir a buscarme la vida.
Tendría unos diez años cuando pasé a cometer pequeños hurtos en supermercados y grandes almacenes. Al principio me llevaba una o dos cosas sin pagar, una lata pequeña, boligrafos. Poco a poco me fui haciendo mas temerario, en cierta ocasión birlé un reloj. Me dieron treinta libras por él. Nunca había visto tanto dinero. Lo guardaba en un doble fondo del armario de mi habitación. Recuerdo que me duró una buena temporada, varios meses. Hasta que una vez que me habia llenado los bolsillos me pillaron. Qué vergüenza pasé. Se me pusieron las orejas coloradas, me ardía la cara. Me llevaron a un cuarto privado, me registraron y me pidieron el nombre, apellidos y el teléfono. Me amenazaron que si no se lo daba o no era el correcto llamarían a la policía. Se lo dí. Llamaron a mi casa delante de mí. Mientras marcaban el número yo rezaba por dentro para que no hubiera nadie en casa. Lo intentaron varias veces pero nadie contestó. No tenía nada de particular porque en nuestra casa nunca había nadie, los viejos siempre trabajando. Me dejaron marchar, advirtiéndome que llamarían a casa para decirselo a mis padres. Yo estuve atemorizado, encogido, durante algunos días. Cada vez que sonaba el teléfono me sobresaltaba e iba rápido a cogerlo, por si acaso. Hasta que al fin un día llamaron. Era la hora de la comida. .
- ¿Dígame?
- ¿Vive ahí ....? - Y dijeron mi nombre.
- No, aquí no es.
- ¿Es el número...?- Era mi número.
- Si. - Y colgaron.
- ¿Quién era? -Preguntó mi padre.
- Nada, se habían equivocado. -Contesté, mirando de reojo el teléfono.
- Pero ¿por quién preguntaban? -Insistió.
- Por un tal ...-Y dije el primer nombre que me vino a la cabeza .-... Barthol.
Seguimos comiendo, yo con el corazón en vilo, temiendo que volviese a sonar el teléfono de un momento a otro. Me imaginaba que habrian reconocido mi voz y que volverían a llamar en otro momento para intentar hablar directamente con mi padre. Terminé de comer y no había sonado. Me tuve que marchar al colegio. Al salir de casa me prometi que nunca mas volvería a robar en unos grandes almacenes (de hecho literalmente sí lo he cumplido, he robado en otros sitios, pero no en grandes almacenes, y he hecho otras cosas en grandes almacenes, pero no robar).
Y no volvieron a llamar nunca más. No entendí porqué. Lo lógico es que lo hubieran intentado. Tuve mucha suerte. Con una mezcla de alivio y superstición me mantuve en mi propósito de enmienda durante un par de años.

3 comentarios:

Maria dijo...

Hola Joseph

Simplemente decirte que me dejastes con las ganas de seguir leyendote.....espero que pongas la novela entera como la del Capitan
un saludo

Maria

Joseph Seewool dijo...

Hola María:
Claro que pondré la novela entera, no lo dudes, hasta el Final. Sólo que no puedo asegurar a qué ritmo lo haré. En principio intentaré poner un episodio cada 2/3 días. Tendrá un mínimo de 30 episodios! y un máximo de...¿?Humm. No se sabe. Saludos y gracias por tu presencia.

-Anna- dijo...

Que susto se llevó ah??
Es todo un proceso...se empieza por pequeñas cosas que probablemente llevarán a grandes cosas.
Un billetito...y después?
Sigo leyendo