viernes, 19 de octubre de 2007

El tuerto. 3: Navajero

A los 12 años me compré mi primer arma blanca, de apertura y cierre automático, y comencé así mi andadura de navajero. El desencadenante fue que había una banda de otro barrio que se dedicaba a atracar y vejar a la gente del nuestro, la banda de "Larry". Famosos por sus desmanes y temidos hasta el punto que bastaba que dijeran "somos de la banda de Larry" para que la gente les diera todo lo que llevaba encima. ¿Quién no tenía alguien cercano que había sido víctima? Yo había oído hablar de ellos, pero me mantuve al margen. Hasta que me atracaron a mi.
Nos sorprendieron ya al anochecer, estaba con dos amigos, Mike y Norbert, haciendo fuego en un descampado; fumábamos tranquilamente. De pronto, de un montículo, aparecieron seis o siete individuos, sacaron las navajas, nosotros no llevábamos nada con que defendernos, ni un triste cortauñas, y nos quitaron todo. Mi reloj, que tanto esfuerzo me había costado afanar, el tabaco, algunas monedas.
Los tres decidimos comprar navajas y empezamos a entrenar. Comenzamos por el lanzamiento, con el tocón de un árbol como diana. Desde el principio quedó claro que yo era muy bueno como lanzador, mucho mejor que mis dos amigos, pese a que eran un par de años mayores que yo. Su respeto, cada vez que inexorablemente mi hoja se clavaba, me enardecía. La automática era bonita e impresionaba cuando se abría de repente, pero inadecuada para entrenar; el mecanismo se rompió a las pocas sesiones de lanzamiento. Tuve que comprarme otra, esta vez elegí una sólida, resistente, de gruesa y afilada hoja y cachas revestidas, un auténtico puñal. De todos modos, pronto descubrí que para practicar lo mejor era un simple cuchillo de cocina; me hice con uno. Con el cuchilo mis lanzamientos se hicieron mucho más precisos; llegué a acertar en un palillo mondadientes a tres pasos de distancia. El truco está en el juego de la muñeca y el balanceo del brazo.
Después pasamos a entrenar la lucha cuerpo a cuerpo, con puñales de madera que tallamos, claro, para evitar herirnos. Para mí, la verdad, tampoco había gran misterio y pronto aventajé a mis compinches me tocó hacer de instructor. El truco aquí era mirar a los ojos del rival -no a su arma- para descubrir sus intenciones.
Cuando nos sentimos bastante preparados hablamos con otros chavales del barrio y se nos unieron algunos. Una tarde, al salir de clase, fuimos al mismo descampado a esperarles. Hicimos fuego, como la última ocasión, y picaron el anzuelo.
-Dadnos todo lo que tengáis.- Dijo el cabecilla, Larry.
La consigna era no sacar la navaja hasta el último momento, cuando estuvieran bien cerca, y entonces lanzarnos al unísono, aprovechando el factor sorpresa.
-Toma, ¿quieres esto?
¡Zas!Le clavé una estocada en el pecho y otra en el abdomen, no le dió tiempo a defenderse, Larry se derrumbó con cara de estupor, en el fondo era un blando. Vinieron otros dos a por mi, tuve que ir esquivando los golpes, pero enseguida acudió a ayudarme Mike y surgió el uno-contra-uno. Reflejos. Un instante de serenidad. Contemplé la escena como si no fuera yo el que estaba allí. Observé con mi ojo bueno, la mirada del tío...de reojo veo que lleva un machete que utiliza a modo de espada... no puedo acercarme demasiado, ni pararle con el brazo porque me lo destrozaría... sí amagar una, dos, tres veces, y un sexto sentido del peligro que se apodera de mí, y se dispara como un calambre desde mi ojo tuerto a mi puño derecho , ¡ZAS! brazo pinchado, rodillazo en los huevos, y al suelo.-Toma, esto por el reloj- Le di de patadas en la cabeza.
Esa pelea fue una de las más emocionantes de mi vida. A pesar de tantos años transcurridos todavía la recuerdo con nitidez. La verdad es que al principio tenía miedo que me pincharan a mi, pero sólo al principio, después, a la vista de la primera sangre de Larry, se desató la fría rabia que habitaba en mi. Puse a dos fuera de combate, uno de ellos, el jefe, con buen escarmiento; después oi por el barrio que casi se muere el cabrón del Larry, tuvo suerte que le cosieron en el hospital...
Salimos corriendo y nunca más volvi a relacionarme con aquella gente. Estuve casi un año sin salir de casa, solo para ir a clase y a la biblioteca a sacar novelas. Cada vez que veía un coche de la policia me entraba el miedo de que me buscaran a mí. Hasta que poco a poco llegué a la conclusión de que ninguno me había denunciado. Otra vez mi buena suerte, y otra vez me prometí mantenerme en el buen camino. De hecho lo cumplí durante casi tres años. No está mal, ¿no cree?

5 comentarios:

Ju dijo...

Gracias por pasar por mi blog! Me alegro que le haya gustado...
...no suelo citarlo mucho a Freud, me siento muy poco preparada para citarlo o hablar sobre él. Pero sin dudas leerlo es siempre un gusto, la forma en la que escribe ya es un delicia.

Un saludo!

Maria dijo...

Hola Joseph

El tuerto cada dia me tiene mas enganchada (con tu permiso voy a leer el otro capitulo)

un saludo
Maria

Joseph Seewool dijo...

Juli: Gracias a tí, por tu respuesta. Y yo creo que sí puedes citar a Freud y opinar sobre él (mucha gente lo hace sin haber leído nada). Además su pensamiento no es algo cerrado ni dogmático, sino que debe adaptarse a los nuevos tiempos. Saludos.

María: Gracias por tu comentario, es muy halagador tu interés por este relato. Tienes todo el permiso. Saludos.

-Anna- dijo...

Coincido con María, esta historia engancha...
Me gusta el contraste entre el coraje de hacer las cosas, el miedo por el castigo y el arrepentimiento.
Sigo leyendo...

Joseph Seewool dijo...

Gracias, Anita, me encanta que sepas apreciar los contrastes. Aquí los encontrarás en abundancia, creo.