sábado, 6 de octubre de 2007

El capitán Richard. 3: Al volante.

El tío Dick me enseñó a conducir...a los ocho años. Empezó una tarde, la primavera de 1970, que íbamos los tres en la vieja camioneta, recorriendo la carretera de Palafrugell. Yo iba sentado entre ellos , mirando atentamente, a ratos el paisaje y otros el velocímetro, que marcaba en millas. Me gustaba hacer la cuenta en voz alta de a cuantos kilómetros equivalía en cada momento. Ví que la aguja señalaba 35 y dije "vamos a sesenta". Entonces Dick aflojó el acelerador, me sentó sobre sus piernas y apoyó mis manos sobre el volante.
-Ahora tú diriges.
A la tía casi le da un ataque, "estás loco, eres peor que el muchacho". Y él se reía, y aún la provocaba más: "déjale, el chico sabe conducir muy bien, mucho mejor que tú". Yo me concentraba en el volante y en la carretera. Los pedales los manejaba él, claro, yo no llegaba, así que en realidad conducíamos a medias. La camioneta era de cambio automático, se la había traído de Estados Unidos. Mi tío se encendió un cigarrillo. Cuando nos cruzábamos con algún coche acercaba una mano al volante, sin llegar a tocarlo, sólo para tranquilizarme. El resto del tiempo fumaba tranquilamente. La tía se había resignado y guardaba silencio.
Semanas después hacíamos lo mismo con el Alfa. Me enseñó a cambiar las marchas y luego él pisaba el embrague y me iba diciendo "pon segunda" o "pon tercera". Ya cerca del verano recuerdo que un día en la recta de Estartit a Torroella me dijo "pon cuarta". Esa vez sí miré el velocímetro, marcaba 80 km/h. De vértigo.
Llegaron las vacaciones. Ahora que lo pienso, no he hablado del colegio. Me habían mandado a uno de monjas en Torroella, el único en que me habían admitido. Hubo problemas porque mis tíos no tenían en regla mis papeles, la autorización de mi padre, no se, el caso es que las monjas fueron las únicas que se ablandaron. Puede que algo influyera la acostumbrada generosidad de mi tío, y también el hecho de que tenían muy pocos alumnos, no más de una docena. Sólo había un curso, en el que estábamos todos, "tercero" lo llamaban, por la sencilla razón de que primero y segundo no existían. Así, un perfecto analfabeto como yo, que apenas entendía unas pocas palabras de español y menos aún las hablaba, me vi progresado y encumbrado directamente a las alturas de "tercero". También pueden hacerse una idea de mi inconsciencia ante el hecho de que yo ¡estaba contento de ir al colegio!, más aún, orgulloso. Por mi cabeza daba vueltas aquella idea de ser un protegido de los poderes celestiales.
Aquel primer día de colegio me senté en el pupitre, provisto de mis cuadernos y lápices. La monja dijo algunas palabras y ví que todos se ponían muy serios a escribir o dibujar algo en sus cuadernos. Yo fingí hacer lo mismo. Ahora bien, ¿qué escribir? Discretamente alcé mi cabeza por encima del hombro de mi compañero de delante y me puse a imitar las figuras que él hacía. Ahora sé que eran un triángulo, un cuadrado, dos círculos, pero en aquel momento no significaban nada para mí. La monja fue recorriendo los pupitres uno a uno. Cuando llegó al mío dijo, eso sí lo entendí:
-Muy bien.
Sin embargo mi tía debió de ver mi cara de preocupación cuando me recogió a la salida, porque lo primero que me dijo fue que no me preocupara, que esa misma tarde vendría una profesora particular a enseñarme español. Años después, la tía siempre me ha tomado el pelo a propósito de aquella primera vez, en que conocí a Elcira. Se burlaba diciendo que yo estaba "enamorado" de ella. Tenía 16 años, era estudiante de bachillerato, muy lista según la tía. Llegó a casa a la hora convenida, yo estaba en mi cuarto leyendo un tebeo y escuchaba las voces de mi tía y ella (suponía). Entonces la tía me llamó. Elcira llevaba una cartera de cuero, era morena, de pelo largo rizado, rostro fino, grandes ojos, una sonrisa de picardía; vestía con atrevida elegancia, botas altas, falda corta, blusa sin mangas, chaqueta sobrepuesta en los hombros.
-Así que éste es el americanito -dijo mirándome de arriba abajo.
Yo enrojecí, me sentí feo, ridículo, enclenque (así me llamaba la tía cuando quería aguijonearme para que comiera -yo siempre dejaba los platos a la mitad-). Mi natural timidez se convirtió en confusión, vergúenza.
-¿Cómo te llamas?- me preguntó. Yo le contesté.
-Nada de Joseph, yo te voy a llamar Josito, ¿vale? Aquí estamos en España. Yo me llamo Elcira.
Entonces se acercó a mí, con una mano me alborotó un poco el pelo y me acarició fugazmente la cara. Le hubiera permitido que me llamara cualquier nombre. Cuando tocó mi pelo fue como si me estuviera bautizando, sin agua. Se convirtió en una especie de madrina para mí. Así tuve un motivo más para esforzarme en aprender español, agradar a Elcira.
Volviendo al verano de 1970, todos estaban satisfechos conmigo, las monjas me habían aprobado "tercero", los tíos orgullosos, y hasta Elcira estaba contenta con su americanito.
Dick llevaba varios días muy misterioso, diciéndome que tenía un regalo para mí, que muy pronto lo iba a ver. Yo intentaba descubrir qué era, pero él no soltaba prenda.
-Dime qué es.
-No, es un secreto.
-¿Es una colchoneta hinchable?
-No, es mucho mejor que eso.
-¿Una barca de remos?
-Mejor aún.
Una mañana se presentó en casa antes de la hora habitual. Estábamos en la cocina, yo ayudaba a la tía a pelar guisantes. Dick se me acercó sonriente y dijo:
-Asómate por la ventana.
Lo que vi era un autito híbrido, mezcla de KART, con elementos de Boogie: chásis bajo, cuatro ruedas pequeñas, motor trasero, biplaza, color azul, doble tubo de escape, barra antivuelco. El mecánico de La Base lo había reconstruido para mi tío a partir de un viejo motor y piezas sueltas que habían ido reuniendo durante meses. Salí corriendo y me monté. Todo estaba adaptado a mi tamaño, el asiento del conductor, el volante, la altura de los pedales. Toqué la palanca de cambios, tenía tres marchas. La llave de contacto estaba puesta. Mi tío, en el asiento del copiloto, me sonreía. A pesar de que nunca nos hacíamos demostraciones de afecto esta vez no pude contenerme, le di un abrazo.
-Vamos, arranca- me dijo él, desasiéndose.
(Continuará...)

1 comentario:

-Anna- dijo...

Muchas hazañas, esta parte de la historia va cargada de espacios para poder hacer toda la escena mental en imágenes.
Seguiré leyendo...