sábado, 6 de octubre de 2007

El Capitán Richard. 4: trampas y bromas.

Pero no todo eran mimos y regalos, al tío Dick también le gustaba "hacerme trampas" en el juego, y sobre todo gastarme bromas pesadas. Lo de las trampas ahora pienso que lo hacía en el fondo para que yo me diera cuenta, para animar el juego con mis protestas, sus negaciones absurdas de lo para mí evidente, y las risas de todos. Si era al monopoly, veíamos multiplicarse las casas y hoteles en sus propiedades por arte de magia, el dinero, parecía que salía de sus manos y en realidad no había salido, etc. Si era el parchís, había que memorizar constantemente dónde estaban sus fichas, y vigilar cada vez que "contaba". Con las cartas, a veces repartía de arriba y otras de abajo, creías que barajaba y en realidad no había movido una carta, por no hablar de cuando era invierno y llevaba manga larga. Cuando le reprochábamos que fuera tan tramposo él argumentaba muy serio que era para enseñarme y que en el futuro no me las hicieran a mí. Yo entonces no le creía, pero ahora se que sin esas trampas el juego hubiera sido pronto muy aburrido, y no descarto que hubiera una lección de estar siempre alerta en la vida.
De las bromas, recuerdo una especialmente memorable. Era una tarde que yo estaba en el porche mordisqueando un sándwich de mantequilla de cacahuete (no estaba acostumbrado al bocadillo de jamón con tomate), la tía frente a mi leyendo una revista. Vimos llegar a Dick, que aquella tarde había ido a La Base, traía algo en la mano, envuelto. Se sentó a mi lado. La tía dijo "voy a hacerme un café". Desenvolvió el paquete, era un gran imán en forma de herradura, una pieza que habían sustituido de un electroimán en el taller mecánico de La Base, y él se la había traído a casa. El arco de la herradura tenía el perímetro de mi muñeca, el grosor unos cinco centímetros, de largo unos diez y de ancho otro tanto; debía pesar unos dos kilos.
Se puso a jugar con él sobre la mesa, extrajo unas bolas metálicas y las hacía bailar ante mis ojos, primero de un lado a otro, después en círculos, acelerando cada vez más. Luego sacó un puñado de clavos, los alineó, y con el imán los hacía girar al unísono, como si fuese un pelotón de soldaditos, mientras daba las correspondientes órdenes militares, "derecha, ¡ar!, izquierda,¡ar!. Yo estaba hipnotizado, hacía rato que había dejado de masticar, con el bocado en la boca. Entonces, cuando ya me tenía subyugado, me dejó probar a mí. Yo apenas podía sujetar el imán, y no lograba mover las bolas, sólo conseguía que saltaran hacia el imán y quedaran atrapadas. Con los clavos peor aún, salían disparados.
Empecé a impacientarme y protestar, todo aquello me parecía cosa de magia. El me explicó en qué consistía el truco, había que pasar con el imán suavemente a la distancia justa para mover sin atraer. Volví a probar, pero era inútil, con mi escasa fuerza y el peso del imán no podía controlar esa distancia. Entonces cambió de táctica.
-Bueno, vamos a probar otro juego. Ven, pon la mano aquí en la barandilla.
Yo incautamente la puse y Dick rápidamente colocó encima el pesado imán, encajado en mi muñeca y adherido férreamente a la metálica barandilla del porche.
-Vale, ahora trata de despegar el imán con la otra mano.
Probé, claro, tiré con todas mis fuerzas, pero el imán no se desplazó ni un milímetro. Yo era un niño enclenque, como bien me recordaba la tía en la hora de las comidas.
-Venga, tira con más fuerza, hombre. -Dick comenzaba a recrearse ante mi situación.
-No puedo, tío, quítamelo tú.
-A ver, vamos a ver si puedo yo...
Fingió que tiraba de él, contrayendo la cara por el esfuerzo, pero ahí me di cuenta de que me estaba engañando.
-Uff, esto está más difícil de lo que yo pensaba...
-Mentira, me estás tomando el pelo.
-Espera, voy a buscar una palanca.- Y desapareció.
Ahora ya tenía la certeza de que era una de sus bromas, así que sin dudarlo me puse a gritar llamando a la tía para que me rescatara. Yo también exagerando un poco.
-¡Tíaa... veen...socorroo...auxilioo!
Pero la tía tampoco daba señales de vida. Comencé a sospechar que también estaba en el ajo. Sí, ahora que lo pensaba, ya era extraño que hubiera desaparecido tan rápido de la escena, con lo que a ella le gusta meter la nariz en todo. Pasaban los minutos, que a mí se me antojaban horas, y nadie asomaba la cara. Por fin apareció el tío con una palanca.
-¿Dónde te has metido?
-Estaba buscando la palanca.
-¿Y la tía?
-No se.
Hizo como que intentaba apalancar, pero claro, no podía introducir la cuña por ningún sitio.
-Pues tendré que ir a La Base por la sierra eléctrica y cortar el trozo de barandilla. Tú no te vayas, espérame aquí.- Esto ya era pitorreo.
-¿Pero cómo me voy a ir de aquí? ¿Y qué es eso de cortar la barandilla, me tomas por tonto? No pienso ir toda la vida con el imán puesto.
-No preferirás que haya que cortar el brazo...
-Ya está bien de broma, que me estoy haciendo pis.
Lo del pis parece que surtió efecto, porque la tía apareció de inmediato, desternillándose de risa, y liberándome dijo:
-Lo ves, si comieras bien no estarías tan escuchimizado y te lo habrías quitado tú sólo.
(Continuará...)

1 comentario:

-Anna- dijo...

Jajaja, pobre chico...en la niñez esa mezcla de inocencia, de creer en todo pero a la vez desconfiar es hermosa. Es muy característico.
Me hiciste reír :D
Sigo leyendo...