sábado, 5 de enero de 2008

El tuerto. 36: Propietario y socio

Continué con mi trabajo de vender pisos en la agencia. El jefe no insistió en preguntar sobre los motivos de mi absentismo laboral, después de todo yo era un buen vendedor. Sólo que como ya tenía decidido trabajar para mí mismo, empecé por aprovechar una buena oportunidad que se presentó. Entre mi cartera de inmuebles a la venta figuraba un magnífico apartamento en una excelente zona de Santa Cruz de Tenerife, en la calle de La Palma. El dueño había fallecido y los herederos –cinco hijos mal avenidos- no se ponían de acuerdo. De hecho se odiaban unos a otros. Ya se habían malogrado dos oportunidades de vender porque siempre había uno que se negaba a firmar en el último instante, una vez por el precio, otra por la forma de reparto. Lo que hubiera sido fácil amenazaba eternizarse o incluso acabar en los tribunales.

Ahora, dada mi reciente próspera situación financiera, diseñé una estrategia para adquirir yo el apartamento a la mitad de su valor. Fui reuniéndome por separado con cada uno de los herederos y les compré su cuota hereditaria. En realidad todos, excepto uno, estaban necesitados de dinero. Me bastó insinuar la posibilidad de que el asunto acabara en un pleito, totalmente creíble, dado que no se hablaban entre sí, y sobre todo sacar mi reluciente talonario de cheques, para que los cuatro, uno tras otro, firmaran el contrato de venta y los poderes notariales necesarios para otorgar la escritura pública.

Me reuní entonces con el quinto y último, el más recalcitrante, y me presenté como el propietario de las otras cuatro quintas partes. Le mostré mis contratos y le dije que deseaba llegar a un acuerdo, pero que también podíamos dirimirlo a través de la justicia, yo no tenía prisa y sí dinero para pleitear. Para mi sorpresa, se mostró totalmente favorable a mi oferta.
-Así que ha comprado usted poco a poco a los imbéciles de mis hermanos…Me parece bien, no tengo inconveniente en venderle a usted mi parte. Lo único que quería era fastidiar un poco a esos cabrones, pero ahora que ya ellos han vendido, a mí me da igual. Eso sí, págueme un poco más que a ellos, sólo para que pueda reirme a mis anchas. Digamos un diez por ciento más.
-Pues ahora mismo.-Dije, y saqué el contrato y mi talonario de cheques. Y así fue como me estrené como propietario.

Tuve que comunicárselo a mi jefe, ya que de todos modos se hubiera enterado. No sabía cuál sería su reacción. Tal vez le molestase que hubiera usado la información de la agencia para mis propios fines. No es que me preocupase mucho, estaba dispuesto a marcharme, si se terciaba, pero prefería llevarme bien. Es por eso que le conté todo el proceso negociador y concluí:
-Evidentemente abonaré a la agencia su comisión…
-Ah, no, la agencia no le va a cobrar a uno de sus mejores empleados, délo por zanjado. Y por cierto, le felicito, ha empleado usted una buena estrategia mercantil.
-Gracias. Y a propósito, quería comentarle que nuevamente necesitaré algunos días libres, tengo que viajar a la península. Un asunto personal.
-Si, no se preocupe. Tal vez a su regreso podamos hablar de su futura condición de socio en la agencia…
-¿Socio? Vaya, gracias, me sorprende.
-Bueno, de hecho es usted más que un simple vendedor, tiene iniciativa para buscar negocios, tiene conocimientos de leyes, en fin, que podríamos sacarle más partido a sus cualidades…En beneficio mutuo, por supuesto.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola. Me ha gustado mucho este capítulo, porque pone de manifiesto varios caracteres del espíritu humano. En primer lugar el desencuentro y cainismo entre hermanos, cosa bastante habitual, entre personas allegadas. El segundo lugar, el resultado de abandono y pérdida de una cosa porque es propiedad de todos y de nadie. En tercer lugar la habilidad de un picapleitos, para evitar un pleito y encontrar una solución externa, en donde no podía darse desde dentro y que precisamente estaba abocada a un eterno pleito, dado que la justicia es lenta, insegura y a veces muy injusta. Y en cuarto lugar la conversión de ideas en patrimonio. Esta claro que el tuerto tenía dinero para blanquear comprando el piso, para revenderlo y así ganar más dinero. Pero también podia haberlo vendido antes de comprarlo, encontrando primero al comprador y despues adquiriendolo de la forma que lo hizo. Y añadiría que, en quinto lugar, ese espíritu que todos llevamos dentro de cambiar de trabajo, o al menos de empresa y de jefes. Y aunque yo ahora no podría quejarme, pues mi jefa es como una madre, siempre subyace ese espíritu de abandonar la empresa por algo mejor retribuido y de más calidad laboral. Un saludo. Jb.

Anónimo dijo...

Pues me alegra que haya sido de tu agrado este capítulo, y que hayas encontrado tanto significados. Lo cierto es que trato de ceñirme a la realidad tal cual es. Un saludo, mister Blake.

Maria dijo...

Si es que el Tuerto es todo un negociante como siempre demuestra, encima ahora socio
Un portento es jaja
Un beso Joseph

Joseph Seewool dijo...

Hola María, el tuerto es más bien un oportunista y aprovechado. Si te das cuenta, él nunca ha planeado ninguno de los golpes, siempre se apunta a lo que otros planean.
Besos para ti.

-Anna- dijo...

Un maestro de las leyes y demasiado inteligente. Como en todos los capitulos anteriores el tuerto me cae bien.
No se cual sea la libertad que te tomaste en el 47 pero ya me muero por saber, soy tan curiosa...
Ayer no pude seguir leyendo, en cierta forma sigo de vacaciones, hoy ya vuelvo para mi pais y se termina el asunto jeje, asi que en estos dias termino de actualizarme con la novela.
Un abrazo Joseph

-Anna- dijo...

Fe de erratas: No era el 47, era el 45...entendi o memorice cualquier cosa jeje