jueves, 14 de febrero de 2008

El tuerto. 48: Playa frustrada.

Una mañana de sábado había quedado con Rosita para ir a la playa. Era la primera vez que iríamos juntos. La noche anterior habíamos estado hablándolo, decidiendo a cuál playa ir. Finalmente nos inclinamos por la “Playa Jardín”, el entorno era agradable para una parejita iniciándose, como nosotros. La entrada al agua era difícil, por los guijarros, pero eso pasaba en casi todas las playas, y tampoco pensábamos estar mucho en el agua -ni ella ni yo sabíamos apenas nadar-, como mucho remojarnos las pantorrillas. Y eso sí, tomar el agradable sol de febrero. Ese año (era ya 1992) estaba haciendo un tiempo excelente, despejado y con brisa del sáhara. Cuando el sol nos quemase podríamos ponernos en las tumbonas con sombrilla y tomarnos un martíni antes de comer. Luego podíamos ir dando un paseo hasta el muelle pesquero, y tomar un delicioso pescado en alguna de las tascas de la zona.
-De todas maneras –le dije a Rosita- no te preocupes, en caso de que amanezca nublado cogemos el coche y nos vamos al sur, a la “Playa de las Américas”, que allí seguro que hace un sol espléndido.

Me encontraba un poco más nervioso de lo habitual, de hecho me tomé doble ración de pastilla de dormir. Presentía que algo crucial podía suceder al día siguiente, un acercamiento especial entre nosotros, algo que acaso consolidase nuestra incipiente y aún indefinida relación. Imaginaba cómo sería contemplar el cuerpo de Rosita en bañador, cómo sería su piel en partes que aún no había visto, por ejemplo en sus piernas. Hasta ahora siempre la había visto con pantalones. Recostado en mi cama, dando vueltas, cerraba los ojos e imaginaba la misma suavidad de sus manos y de sus mejillas…en sus muslos. Después me veía a mi mismo conversando con ella, frente a frente, tomando un café ante los restos del pescado y diciéndole: “creo que me voy a comprar un piso para irme a vivir, ¿te vendrías conmigo?, claro que si quisieras antes nos podríamos casar, sólo por contentar a tu madre”. Y ahí se quedaba bloqueada mi fantasía, sin saber qué respondería, ni siquiera qué cara pondría ante mi atrevida propuesta.
Ah, no es bueno planear tanto en los asuntos del corazón, nunca salen como uno quiere. Es mejor improvisar, dejarse llevar por lo que surja. Planificar sólo hay que hacerlo en los negocios.
A la mañana siguiente yo estaba desayunando en el comedor de la pensión. Me extrañó que Rosita no hubiera bajado. En esto se me acercó la madre y dueña de la pensión.


-De parte de Rosita, que lo siente pero no puede ir a la playa.
-¿Porqué, está enferma?
-No, está bien, pero tiene mucho que estudiar.
-Ah, bueno, lo comprendo. Otra vez será.
La madre se dio la vuelta y no me contestó. Mentiría si dijera que no me sentí decepcionado. Me preguntaba qué habría ocurrido, qué clase de discusión o de batalla se habría celebrado entre Rosita y su madre, en la que evidentemente la madre había vencido. ¿O acaso era la propia Rosita la que se había echado atrás y ponía a su madre como escudo? Confuso, me levanté y me fui. Cogí el coche, me dirigí hacia el sur, hacia esa Playa de las Américas que había pasado de segunda opción a vía de escape. No tenía sentido ir yo sólo a Playa Jardín, hubiera sido recrearme en la ausencia de Rosita. Playa Jardín se convertiría en mi recuerdo en “playa frustrada”.


Conduje a alta velocidad, por esa carretera de suaves curvas, deseando alejarme cuanto antes. En menos de una hora alcancé e incluso pasé de largo la prevista Playa de las Américas. Llegué a la punta sur de la isla, “Punta de la Rasca”. Paré el coche cerca del faro y me quedé mirando el horizonte, el mar infinito. Intentando evadirme, consolarme, yo qué se. No se cuánto tiempo estuve contemplando el mar, hasta que me calmé. La serenidad me fue invadiendo.
De nuevo conduje, esta vez retrocediendo hasta la dichosa Playa de las Américas. Aparqué el auto a la entrada de la ciudad y caminé. Había mucha gente por las calles, la mayoría compatriotas. De repente me sobrecogió una sensación extraña pero muy intensa, casi de euforia. Me sentí envuelto en el anonimato de la multitud, era como estar en Inglaterra pero fuera del alcance de la ley. En ese momento se me ocurrió la idea de que tal vez existiera un lugar en el que fuese capaz de vivir, con Rosita o sin Rosita, algo parecido a esto pero más tranquilo y no tan cerca de “Los cristianos” y de aquella urbanización “Beverly hills” cuyo recuerdo aún me causaba inquietud. Empecé a estudiar con atención el entorno, los edificios, todo.


Entré en un local híbrido, mezcla de pub irlandés y restaurante de comidas rápidas, platos combinados y similares. Pedí cerveza negra, hacía tiempo que no saboreaba una. Las camareras eran inglesas, los parroquianos también. Luego me decanté por unos huevos fritos con beicon. Qué curioso, mi estómago se había desacostumbrado y ya no aceptaba tanta grasa, o puede que fuera por las pastillas, pensé. El caso es que sólo pude ingerir la mitad.


Caminé al buen tun-tun, después volví al coche y conduje también al azar. De repente vi un cartel que ponía “Costa del Silencio”, e instintivamente allí me dirigí. Entré en un pueblo que llaman “Las Galletas”, recorrí, esta vez muy despacio, la avenida del Atlántico, y desemboqué directamente en la Playa de la Ballena. Sentí un aguijoneo en el estómago y no era del huevo con beicon, sino de la emoción que me produjo el paraje. Este podría ser mi refugio, me dije, un pueblo pequeño, tranquilo, apartado de los recuerdos de todo tipo. Un poco lejos para ir a trabajar todos los días, pero buen lugar para retirarme los fines de semana. Así, en ese estado de indecisión, de duda, de esperanza, concluyó el día. Cuando regresé a la pensión no hallé ni el menor rastro de Rosita.

8 comentarios:

Hisae dijo...

Si estaba más nervioso de lo habitual, es por que está enamorado hasta las trancas. Mira este tuerto, si va a resultar que es más sensiblero de lo que esperábamos.

Abrazos, Joseph.

Anónimo dijo...

Hola Mario. Sí, hasta el tuerto tiene su corazoncito, pero la suerte le da la espalda en cuestión de amores y sólo le favorece en los "negocios".
Un abrazo para ti, gracias por seguir en esta saga.

Unknown dijo...

Y sin quererlo nos das unos paseos impresionantes por las islas, sus playas, sus urbanizaciones, aunque claro, sin querer seguro que no es. Un abrazo Joseph

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola Joseph. Mi escasa experiencia con las chicas y con las mujeres, me dice que, Rosita se esta poniendo un poco dificil para el Tuerto, tal vez, con el ánimo de resultar más apetecible. Verdaderamente, una chica o una mujer, que a la primera se de por vencida, pues como que no tiene mucha emoción. En cambio, una de cal y otra de arena, en la escalada a la playa, yo creo que es hasta normal. Aún recuerdo, aquella chica, que luego fue mi ex, cuando iba con todas amigas y amigos a las playas, menos conmigo.
El día que conseguí que fuesemos a la playa juntos, pues como que creí que era casi como algo que se me debía. Tal vez, a obstinación en no ir a la playa conmigo, tuviese una causa o una interpretación razonable. La verdad, que aún no la he descubierto. Pero, yo opino, que por mucho que uno tarde en destapar la olla del cocido, antes o despues llegarán las flatulencias. ¿que sentido virtuoso tendrá para las mujeres, tapar la olla y no dejar comer a los comensales, cuando, precisamente, ha llegado la hora de comer?. Pos ninguno. Digo yo. Un saludo y chapó por este capítulo, me ha gustado mucho.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Ricardo: gracias por el comentario, me alegra que te haya gustado el paseíto. Un abrazo.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Jack: en este caso discrepo de tu interpretación, parece más bien que es la madre la que se interpone, pero en fin, supongo que lo averiguaremos. Muchas gracias por elogiar el capítulo. Un saludo.

-Anna- dijo...

"no es bueno planear tanto en los asuntos del corazón, nunca salen como uno quiere. Es mejor improvisar, dejarse llevar por lo que surja. Planificar sólo hay que hacerlo en los negocios."

Me encantó eso...es tan real.

Pobre tuerto, espero que todo le salga bien con Rosita, sino ya me va a hacer llorar a mi con sus frustraciones amorosas.

Me causó el comentario de Jack de la olla, es una buena analogía jejeje.

Saluditos desde este lado.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Anita, Ja, ha, las metáforas de Jack son muy alimenticias, es cierto, y ya verás, que en sus blogs siempre aparece algún delicioso plato cocinado al microondas...