jueves, 30 de octubre de 2008

El tuerto. 83: Carta blanca

Me citó en el Irish Tavern del paseo de la castellana, a las cinco de la tarde. Yo me desplacé en taxi, últimamente ni siquiera tenía ganas de conducir, me daba pereza. Tampoco quería llevar a Moon de chofer, para que fuera testigo de mis andanzas. Y menos aún andar buscando el taxi por la calle, así que normalmente lo pedía por el teléfono celular, que últimamente se había convertido en mi herramienta imprescindible para todo, y estaba a punto de igualarse en importancia y afecto a la navaja que siempre llevaba conmigo, unas veces en el bolsillo y otras en el calcetín, dependiendo de las circunstancias.

Llegó puntual, cosa que me satisfizo, no me gusta la informalidad, y menos aún la gente que en la primera cita llega tarde, me parece un muy mal comienzo, sea cual sea la índole del encuentro. Yo acababa de pedir mi zumo de naranja. Me saludó con un familiar beso en la mejilla, rechazando la mano que yo le tendía, cortés pero prudente.
-Hola, Ester. ¿Qué quieres tomar?
-Un Chivas con hielo. Pero lo primero que quiero es saber cómo estás, y pedirte perdón por lo del juzgado.
-Pues estoy bien, gracias. Y tú no tienes la culpa del comportamiento de otros, aunque sea tu esposo.
-No debí dejar que Sebastián me acompañara, en realidad hay tantas cosa que no debí dejar que sucedieran…Pero no importa, ya pronto va a dejar de ser mi esposo, he pedido el divorcio.

En ese momento le sirvieron el Chivas, lo cual me ahorró tener que decir algo, porque en realidad no sabía qué decir. Guardamos silencio mientras ella paladeaba su whisky, dio varios tragos hasta tomar más de la mitad de la consumición. Sólo se me ocurría decir aquello de “todos cometemos errores, lo que importa es aprender a no repetirlos”, pero me sonó una tontería, preferí callar. En su lugar opté por un toque de humor, que tampoco sé si fue de muy buen gusto, pero lo dije.
-Veo que en el aprecio por el whisky sí que te pareces a tu padre. –Por un instante le cambió la expresión, me arrepentí de haberlo dicho. Pero luego recuperó la compostura y decidió tomárselo a broma.
-Sí, es cierto.- Sonrió.- Y también en la capacidad para conocer a las personas. En cambio nunca coincidimos en el afán por el dinero.
-Comprendo.- Yo también sonreí, me estaba devolviendo el golpe, lo cual interpreté como una buena señal, un signo de que nos estábamos entendiendo. Ester apuró su whisky e hizo un gesto al camarero de que le sirviera otro. Yo aproveché para pedir un segundo zumo, éste de melocotón, para que no me diera tanta acidez en el estómago. A estas alturas yo ni siquiera me preguntaba qué era lo que pretendía de mí. La calma con la que se lo tomaba todo, su aparente indiferencia, se me había contagiado. Yo tampoco tenía ninguna prisa por ir al grano.

-Ya sabes que me he retirado de la impugnación del testamento.
-Sí, me lo dijo el albacea.
-Os dejo a mi hermanita y a ti para que os peleéis.
-Gracias.
-No me des las gracias, no te arriendo la ganancia. En realidad me ha costado mucho entender todo esto…Entenderte a ti. –Noté que se estaba acercando a una zona caliente de la conversación. Tomó un largo trago de su segundo whisky, se demoró unos instantes contemplándome con una media sonrisa, mitad burlona, mitad cómplice. Yo me puse un poco tenso, la verdad, intuí que se avecinaba una revelación, algo importante. Por primera vez en mucho tiempo eché de menos mis pastillas tranquilizantes.

-¿Cuántos años tienes? –Caray, era la segunda vez en poco tiempo que me hacían la misma pregunta.
-Voy a cumplir veinticinco. –Le dije, como al enfermero, la edad que figura en mi pasaporte falso y en mi tarjeta de residencia. En realidad tengo uno más, voy a cumplir veintiséis, pero eso únicamente yo lo sé, ni siquiera Rosita. No por nada, sino para no crear confusiones inútiles. Al fin y al cabo, ¿Qué importa un año más o menos? La historia del pasaporte nunca llegué a conocerla del todo, pienso que utilizaron los datos y el pasaporte auténtico de alguien, y cambiaron sólo la foto y la huella, por eso la discordancia en la fecha de nacimiento.

-Desde el primer momento me pregunté qué pudo ver mi padre en ti para nombrarte su fideicomisario. En realidad, querido Peter, merced a ese testamento, ahora somos prácticamente parientes…De por vida.
-Creo que mi edad fue un factor que tuvo en cuenta, se supone que…
-Perdona, -me interrumpió en mi evasiva- pero no creo que fuera eso, no te eligió por tu edad, sino a pesar de ella. Te voy a ser sincera. –Hizo una pausa, que aprovechó para ingerir más whisky-. Hace unos meses contraté un detective para que te investigara. –Y al ver mi sorpresa intentó calmarme-. Tranquilo, no tengo ninguna intención de ir contra ti.
-Tampoco creo que pudieras hacer nada, Ester, simplemente confieso que me has sorprendido.- Esto último era cierto. Vaya, me dije, la última persona de quien hubiera imaginado esa estrategia. Yo poniendo detectives a unos y otros, atesorando dossieres, y resulta que la indolente Ester, la mujer instalada en un sueño de juventud, la niña mimada de su papá, que succionaba el whisky como si fuera biberón, había tenido la misma idea. Nunca subestimes al enemigo, menos aún si es enemiga.

-Mira, Peter, la diferencia entre mi hermana y yo, y lo aplico a mi cuñado y a Sebastián, es que a ellos les gusta creerse sus propias mentiras. Se inventan una teoría para culpar a los demás de sus contrariedades y terminan por convencerse de ella. En cambio a mi no, a mi me gusta saber la realidad. – El camarero le llenó el vaso por tercera vez y dejó la botella en la mesa.
-¿Y cuál es tu conclusión? -Adopté un tono desenfadado, volvimos a relajarnos.
-Lo primero que intuía es que si tú tenías negocios con mi padre, entonces te tiene que gustar mucho el dinero, hasta el punto de no reparar en medios ni en métodos para conseguirlo.
-¿Conocías mucho a tu padre en ese aspecto? –Quise desviar un poco la conversación. La verdad es que no me estaba gustando descubrir que alguien pudiera conocerme más de lo conveniente, sobre todo alguien a quien apenas había visto un par de veces y aquella era nuestra primera conversación.
-Mira, si he averiguado de ti, te puedes imaginar que de mi padre lo sé casi todo. Si te refieres a sus negocios sucios, vuestros negocios sucios –subrayó la palabra vuestros- si, los conozco, y no me interesan. Ni te preocupes, no pienso remover nada de eso. Pero a lo que iba, que me estás apartando del tema. Además de vuestra común ansia por el dinero, mi padre vio algo más en ti, algo que le inspiró seguridad, hasta el punto de confiarte nuestro futuro. Si, eres valiente, de eso no hay duda, y no te ibas a amedrentar por presiones ni amenazas. Pero la verdad es que la última oferta que se te hizo a través de tu abogada era muy generosa. ¿Por qué la rechazaste? Si sólo te interesase el dinero no tenía sentido, era mucho más práctico para ti coger tu parte y liquidar el fideicomiso, que no tener una mera propiedad futura que no te da más que gastos y dolor de cabeza.

-Dolor de nariz, para ser más exactos.- Bromeé de nuevo. Ester se rió, esta vez de buena gana. Pero tampoco así logré apartarla de su idea.
-Bueno, ya que no me respondes tú, lo haré yo por ti. Lo que mi padre percibió es que a ti, por encima de todo, lo que te gusta es hacer lo que te da la gana, o sea, tu santa voluntad.
-No lo había pensado en esos términos.
-Mi padre te consultó su idea antes de nombrarte, ¿no?
-Claro.
-Te convenció, ¿verdad?
-Si.
-Pues ahí lo tienes. Mi padre sabía que una vez que te hubiera convencido, que hubiera logrado que te gustara la idea, ya nada ni nadie te apartaría de ella, ni siquiera una oferta económica ventajosa, y mucho menos presiones o amenazas.
-Ya. –Dije escuetamente. No me gustaba nada el giro de la conversación. Ester parecía descubrir facetas de mi de las que yo mismo no era consciente.
Me quedé pensativo algunos instantes. Ella guardó silencio, como para dejarme que asimilara todas las implicaciones, y se sirvió nuevamente de la botella. Volví a preguntarme qué era lo que pretendía. Esta vez formulé la cuestión.

-¿Y qué pretendes, que yo mismo me convenza de que he sido manipulado por tu difunto padre, y cambie de opinión y os libere del fideicomiso? Muy sutil…
-Pues créeme que si la idea se me hubiera ocurrido antes de saber lo que sé de ti, lo hubiera intentado.
-¿Ah, si, y ahora ya no?
-Ahora sé que mi padre tenía razón. –Hizo otra pausa para beber un poco más; a estas alturas lo que me sorprendía era su resistencia al alcohol.- Tú tienes veinticuatro años, yo tengo cuarenta, pero tú has vivido el doble que yo. Conozco los negocios de joyas que hiciste con mi padre, sí, he hablado con algunos antiguos empleados, con su secretaria. Algo sé también del fraude fiscal que os traíais entre manos. Y por supuesto que se de tus actividades inmobiliarias. Tú pista se me pierde en Londres, no sé a qué te dedicabas antes de aterrizar en las Canarias…¿Por dónde iba? –Vaya, por fin se le empezaban a notar los efectos del whisky.
-Que tu padre tenía razón.
-Ah, sí. Mi padre nos educó para ser unas princesas. Esa fue su equivocación, nos protegió demasiado de un mundo duro y cruel. Cuando llegó la hora de la verdad, descubrió que no había príncipes para nosotras. Que ya no quedan príncipes en esta época que nos ha tocado vivir…Mira, a mi me gusta la vida contemplativa. A tu edad yo estaba en Katmandú, practicando el budismo, el amor libre y viviendo paraísos artificiales. –Ahora sí, por fin se le había subido todo el whisky a la cabeza, su voz se arrastraba, le costaba mover la lengua, su relato se hacía más lento, más delirante. Yo guardaba silencio, que hablara ella, que se descubriera.- A mi no me importa el dinero, -continuó- mientras no me falte. No quiero grandes lujos. Dentro de unos días me marcho a Irlanda, con una amiga.
-Encontrarás buen whisky.
-Ja, ja. Ya sé que me desprecias, pero no te lo reprocho. En el fondo me envidias, algún día lo descubrirás. Mientras tanto, lo que te quería decir, la conclusión de todo, es que me interesa que te quedes con el fideicomiso. Recibir todos los meses una renta y no preocuparme de nada.
-¿Entonces qué quieres que haga con…Sebastián?
-Haz lo que tengas que hacer, me da igual. Cuando me canse de estar en Irlanda, de beber buen Whisky como dices, me iré una temporadita a la India, a purificarme. ¿Sabes? En el fondo tú y yo tenemos algo en común.
-¿Si?
-Si, los dos despreciamos este sistema de valores. Tú lo demuestras delinquiendo, y yo marchándome a la India, a buscar otras ideas, otras formas de vida.
-No se me había ocurrido.
-Algún día tal vez quieras viajar a la India.
-Tal vez.
-Bueno, me marcho. Ya sabes, ocúpate de todo. -Me dio dos besos de despedida.- Ah, paga tú la cuenta, apúntaselo al fideicomiso.

Y me dejó allí sentado.

4 comentarios:

Hisae dijo...

Feliz cumpleaños, Josep.
No se te dan los 25...

Anónimo dijo...

Je,je, muchas gracias Mario, qué amable eres...

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Veo que, hay que empujar al autor a escribir más, que llegan las Navidades y vacaciones. Espero saber algo más del Tuerto, antes de que lleguen las fiestas.
En principio, este post, me recuerda un poco, a la única obra que he leido de Perez Reverte, La Carta Esférica. Imagenes que se desarrollan en una mesa de una cafetería, tienen vida propia. Pues, ni los personajes saben como va a terminar el encuentro. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola, Jack, en ello estoy, por la mitad del capítulo 84. Ya sabes que todavía no he leído La carta esférica, voy por el capitán alatriste, pero no me olvido que lo tengo apuntado como recomendación tuya, je, y muchas gracias por esa comparación que insinúas con el maestro Pérez Reverte, un gran narrador.