sábado, 8 de noviembre de 2008

El tuerto. 84: Los detectives silvestres.

Ester me dejó allí sentado, preguntándome quién había manipulado a quién; si toda la conversación no habría sido una estrategia para hacer que yo mismo me convenciera de lo inútil de mi postura y viera las ventajas de aceptar el acuerdo, liquidar el fideicomiso y finiquitar así ese parentesco que Don Fede nos había impuesto post mortem.

Después me quedé dudando qué haría con el tal Sebastián. Lucía, la abogada, ya me estaba representando como acusación particular contra él. En la duda opté por algo que ya se estaba convirtiendo en rutinario: contratar un detective para investigar y vigilar al Sebas. Si encontraba una oportunidad, tal vez le aplastaría de forma legal, y si no ya veríamos.

Salí de la cafetería. “No voy a hacer nada más, no tengo fuerzas, necesito descansar, esperaré”. La dieta, la hipertensión, la depresión, qué se yo.

Y sin embargo, no fue posible descansar mucho tiempo. Si yo no buscaba los negocios, parecía que los negocios me buscaban a mí.
El encargo al detective se lo encomendé a Lucía. No tenía ganas ni de ocuparme de eso. Ella escogió una agencia de una oscura oficina de la calle Gran Vía de Madrid. “Teo y Blas C.B.”, así se llamaba la agencia, en atención a los dos socios y únicos detectives que componían la plantilla. Teo era un antiguo vigilante jurado de un banco, que a base de cursillos se había reconvertido a labores de investigación hasta conseguir el título. Poca cultura, mediana inteligencia, pero mucha constancia, tesón, y fortaleza. Era de un pueblo de Toledo y tenía a gala sus orígenes campesinos. De vez en cuando hacía ostentación de rusticidad.

El otro, Blas, era un ex policía, expulsado del cuerpo debido a razones que nunca conseguimos averiguar con detalle. Unas veces daba a entender que fue por saltarse procedimientos y utilizar métodos expeditivos con los delincuentes. Otras dejaba entrever la sombra de la corrupción.

En un primer momento le hicieron varias vigilancias y seguimientos para saber a qué se dedicaba en la actualidad. En pocos días el Sebas asistió a fiestas, conciertos, discotecas y restaurantes. A pesar de lo cual parece que se aburría, ya que al cabo de una semana se marchó con destino a Ibiza, que era su principal residencia. Al mismo tiempo investigaron su situación financiera y fiscal. Accedieron, a través de un hacker, a la base de datos de la seguridad social, con el resultado de que en toda su vida sólo había cotizado 45 días, en su juventud, un exceso que no volvió a repetir. En Hacienda tampoco tenían noticias de su existencia. En compensación, los bancos sí que le conocían sobradamente, como cliente moroso que había obtenido múltiples créditos en distintas sucursales, ninguno de los cuales había satisfecho.

-¿Qué hacemos, nos desplazamos a Ibiza para seguirle los pasos, o lo dejamos en este punto? –Le preguntó Teo a Lucía, al entregarle el informe preliminar.- La verdad, les va a salir caro, y si lo que buscan es cobrarle alguna deuda me parece que lo tienen ustedes muy negro. Aunque hay otros métodos…-Insinuó.
-No, no se trata de ninguna deuda. Lo que desea mi cliente es información de este sujeto, para ver cuál es su punto débil.
-¿Su punto débil para qué?
-No lo sabemos aún, eso lo decidirá mi cliente.
-Si su cliente quiere darle un escarmiento, le podemos pegar una buena paliza…Y a propósito de palizas, aprovechando que es usted abogada, le quería comentar que mi socio y yo tenemos un juicio de faltas dentro de poco.
-¿Tiene aquí la citación? –Teo se la entregó.- Ya sabe usted, además aquí se lo pone, que no es necesario acudir con abogado…
-Ya, pero a Blas y a mí nos gustaría llevar una buena defensa, ya me entiende.
-Bueno, veo que es por una falta de lesiones y amenazas. Antes de aceptar el caso tendría que consultarlo con mi cliente, ya que tengo un contrato en exclusiva con él, para sus muchos asuntos, y es en realidad mi jefe. Pero podría contarme de qué se trata y así mientras lo voy pensando.
-Pues mi primo traspasó un restaurante que tenía, a este tipo, el que nos ha denunciado. El precio del traspaso eran diez millones, le pagó tres en efectivo, y los otros siete en letras de cambio. Y bueno, de esas letras no le ha pagado ninguna, todas han sido devueltas por el banco.
-¿Y qué hicieron ustedes?
-Pues le compramos las letras de cambio a mi primo, por el cuarenta por ciento.
-¿Le compraron la deuda?
-Sí, en realidad fue mi primo el que me lo propuso con mucha insistencia, estaba apurado de dinero. Así que Blas y yo pedimos un crédito al banco y se la compramos.
-¿Y después?
-Intentamos cobrarle, claro. Primero por las buenas, haciéndole visitas para recordarle su deuda. Unas veces nos daba veinte mil pesetas, otros días quince mil, lo que tenía en la caja en ese momento. Últimamente casi nunca nos daba nada, solía tener la caja vacía. Nos dimos cuenta que a ese paso no íbamos a terminar de cobrar en la vida, nos estaba tomando el pelo. Así que una noche que estábamos cabreados mi socio y yo, nos habíamos tomados unas copas, y fuimos a por él a su restaurante. Le dimos una buena somanta de hostias, y le dijimos que si no nos pagaba en veinticuatro horas le íbamos a matar. Al día siguiente el tipo estaba asustado y nos pagó todo lo que debía, la verdad, no sé de dónde sacaría el dinero, nos quedamos asombrados. Sin embargo, después se ha debido de arrepentir, o se le ha pasado el miedo, o alguien le ha aconsejado, porque el caso es que nos ha denunciado.

Eso fue lo que me contó Lucía, preguntándome si me parecía bien que les defendiera.
-¿Por qué no? Un simple juicio de faltas no te va a robar mucho tiempo…
-Claro que no, y siempre viene bien tener unos clientes que a la vez son nuestros detectives.

Lucía realizó una defensa eficaz, basándose en que el denunciante no había acudido de inmediato al centro médico, sino varios días después de los supuestos hechos, por lo que el informe de las lesiones no podía considerarse probatorio. Anulado este documento como prueba, lo único que había era la versión contradictoria entre el denunciante y los denunciados. Se acreditaba además que había un conflicto de intereses entre ambas partes, debido a los impagados, que cuestionaba la veracidad del denunciante. Los detectives fueron absueltos. Para celebrarlo, invitaron a Lucía a una comida. Esta les preguntó si podía acudir acompañada por su cliente, o sea yo, dado que había percibido la posibilidad de establecer una colaboración más estrecha, incluso permanente, entre nosotros, yo como cliente habitual, ellos como detectives. Teo Y Blas aceptaron encantados, de hecho les picaba la curiosidad por conocerme. Lucía casi me arrastró a esa comida, yo me resistía, instalado en mi pereza, en mi apatía. O tal vez quería saber hasta dónde llegaba su interés por incluirme.

-Creo que de esa comida puede salir algo interesante…Si tú estás. –Dijo Lucía.
-No sé a qué te refieres.
-Pues que si voy yo sola intentarán vacilar un poquito conmigo, ni siquiera ligarme, y eso será todo, no se hablará de nada más, aquí paz y después gloria.
-¿Y si voy qué puede pasar? Que no intentarán ligarte. Ya entiendo, quieres que te proteja de sus galanterías, eso es que temes no resistir…-Intenté bromear, pero me cortó. Sin embargo, vi para mi sorpresa que se había ruborizado, lo que me llevó a considerar que de algún modo había dado en el blanco.
-Mira jefe, a ti te interesa esto de los detectives, te encanta, lo sé. Tal vez no ocurra nada, pero no puedes perder la oportunidad de conocer a estos dos personajes, créeme, son atípicos.
-Está bien, tú ganas. –Creo que eso fue lo que me convenció, que mi abogada los calificara de atípicos. Sinceramente fui con la intención de divertirme un poco, al menos distraerme de mis obsesiones.
Lo primero que me llamó la atención, nada más verlos, era la aparente total disparidad entre ellos. Teo iba vestido como él era, rústico, un pantalón vaquero, una camisa y un jersey gastado algo arrugado. De estatura media, fuerte, robusto, y una incipiente barriga. Por el contrario, Blas Cuerda, así se me presentó mientras me estrechaba la mano, era guapo como un actor americano a punto de recibir el oscar. Alto, de más de un metro noventa, esbelto, ataviado con un elegante traje de Armani, perfumado, estirado. Al punto comprendí aquel rubor de Lucía, y el hecho de que apenas me hubiera contado de Blas. Los silencios y las omisiones también son significativos.

Ellos hablaban mucho, sobre todo Teo, y al mismo tiempo atacaban el jamón de bellota, la cecina, los pimientos. Era un almuerzo rústico, al estilo de Teo, pero muy sustancioso. Yo mismo comencé picando lentamente, probando una pizca de cada plato, y terminé cogiéndole el gustillo, olvidando mi dieta, mi salud y mi apatía. Escuchaba con interés y de vez en cuando hacía preguntas. Me contaban sus aventuras como investigadores. Enseguida me di cuenta que disfrutaban de su trabajo. Para ellos representaba la libertad casi total. Intuí cuál era el punto de encuentro entre un vigilante de banco que a fuerza de voluntad había conseguido el título de investigador, y un policía cuyos gustos y maneras difícilmente podían casar con la burocracia de los cuerpos de seguridad del estado. Teo era el encargado de las tareas de paciente vigilancia y seguimiento. Blas en cambio asumía los encargos más difíciles, arriesgados incluso, que requerían su inventiva, su capacidad para el disfraz, el engaño, para sonsacar la verdad a través de la mentira.

-Acabo de terminar un caso que me ha divertido mucho.- Se arrancó Blas, mediado ya el almuerzo.- En un casino llevaban tiempo sospechando que alguno de los empleados estaba robando parte del dinero. Simplemente los ingresos no se correspondían con el número de clientes que entraban. No sabían quién, ni cómo lo conseguía, pero alguien robaba. Colocamos cámaras ocultas de filmación, sin embargo el estudio de las grabaciones no proporcionó ninguna pista. Todos los movimientos y gestos de empleados y clientes eran aparentemente normales. Intentaron, por consejo mío, aprobar una norma que permitiera los registros a los empleados, pero el comité sindical se negó, amenazando con ir a los tribunales, porque atentaba contra la dignidad del trabajador. Así que sólo quedaba un camino.

-Espera un momento, tengo que ir al baño, -le interrumpí a mi pesar, pero tanta agua que bebía últimamente, por orden de mi dietista, me obligaba a hacer constantes excursiones a los inodoros, que por cierto la mayoría no hacen honor a su nombre- no cuentes nada hasta que regrese, no quiero perderme ningún detalle.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Queridissssssimo Seewool,

Lo se, he tardado en visitarte, pero voy más "liá que una enredadera", y el tiempo no se agranda a mi voluntad.

Bien, he leído con todo primor los cuatro últimos capítulos.

Mira, coincido con Jack Blake en lo de la edad del Tuerto; realmente su forma de actuar corresponde a una persona de mayor edad y experiencia. En los años 90, como ahora, los chicos a los 24 años son bastante inmaduros.

Claro que el Tuerto dejó pronto la juventud debido a sus devaneos con la delincuencia, pero, sus razonamientos y forma de ser, son persona cuarentona.

En cuanto a los capítulos, El teatro que se montó con la confesión judicial es sublime; poder llegar a controlar una situación así, es magistral, genial, y desde luego, nos sorprendes por doquier con lo de la tensión alta y la dieta, lo cual hace que baje la actividad neuronal y de acción de tu personaje, que por cierto, vive divinamente. Si tuviera que currar como camarero, cocinero, albañil y no digamos agricultor, no tendría tensión alta (jejeje). Vive demasiado bien para ser tan joven.

El capítulo dedicado a Ester, hombre planteas una espectativa interesante; a ver cual será el punto debil de Sebas, para que su mujer pueda "desprenderse" de tamaña sanguijuela. Los ricos, no tienen manías.

Y en cuanto a este último capitulo, lo de Teo y Blas... ¡¡¡ QUÉ MALOOOOO!!!! ¿quieres ridiculizar a Epi y Blas y a Barrio Sésamo? (jejejeje).

Un contraste interesante de personajes de los bajos fondos, muy del gusto del Tuerto. Aunque reconozco que este capítulo es un poco flojillo, oye, lo de dejarnos con ansía hasta el próximo episodio para ir al mintigorio... jajajaja, "demasié pal body" (jajajaja), pero sin duda, muy real, porqué las micciones no pasan tarjetas de visita, se presentan y ala...donde te coja.

Ay, querido Seewool, permitéme estas licencias a horas nocturnas para divertirme un rato.

Hay varios frentes abiertos: el Sebas, la propia Ester, le hipertensión del Tuerto, Teo y Blas, (o vaya par de marditos roedores que diria el gato Jinks sobre Pixie and Dixie)... interesante.

Bueno, esperemos que el Tuerto vuelva pronto de su larga y cálida me---da (título procedente de un libro de Álvaro de la Iglesia, director de La Codorniz), y nos sigas deleitando con sus delincuencias.

Besos, querido Joseph, y mi más rendida admiración por tu imaginación a raudales, y por tu magisterio para contar historias.

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Je,je. Vaya par de roedores. Pero, no esta mal. Pues aqui, en España, los detectives son asi, más que silvestres, podría decirse que son residuales. Cuando no sirven para otra cosa, se hacen detectives.
En cuanto a las hipermicciones, derivadas posiblemente de la ingesta de medicamentos hipotensores, yo no podría darle un consejo. Solo que, si la tensión baja sintiendo esa necesidad apremiante, a cada momento de ir al baño, ello produce un estres, otro tipo de tensión, o falta de calidad de vida, que bien podría dejar de tomarlas,(las pastillas) previa consulta con el cardiólogo. Simplemente por dos razones de peso: la cantidad ingente de agua trasegada por su estómago es un bien escaso en esta España seca e insolidaria, antitrasvasista, etc. Además, dada la crisis de los fondos de pensiones, y del futuro incierto de los jubilados del mañana. ¿No es mejor llevar una vida digna, sin tanta micción, bebiendo menos agua y falleciendo a una edad prudencialmente temprana?. Bueno, solo es una broma y una hipótesis de economía política, y de calidad de vida, no una eutanasia activa a largo plazo. Un saludo.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Marta y Jack: Os voy a responder y repreguntar en conjunto, ya que veo que os habeis puesto de acuerdo en lo de la edad mental del tuerto. Me rindo, supongo que teneis razón y que el tuerto es en realidad un viejo prematuro.
Pero unas preguntas, ¿lo que os parece tan maduro es su comportamiento, o la forma de contarlo e interpretarlo?
Y aparte la sorpresa: ¿resulta creíble su madurez, dada su precocidad delictiva, o encontrais algo que "chirría"?
Lo digo porque estoy ya acercandome al final de la novela, y entonces tal vez tendría que o bien retocar la cronología para darle más edad...o simplemente omitir la edad y dejar que cada uno le atribuya la que considere en su imaginación. ¿qué os parece, mis queridos y fieles lectores? No digo que vaya a seguir vuestros consejos, pero me gustaría vuestra opinión. Ya sabeis que agradezco especialmente las críticas constructivas, porque me ayudan realmente a mejorar. SAludos, besos y abrazos a la carta.