sábado, 25 de octubre de 2008

El tuerto. 82: Sensación de marioneta.

Tumbado en la ambulancia iba todavía recreándome en la escena final de mi salida. Mientras el enfermero me tomaba la tensión, en mi cabeza se habían quedado grabados los rostros de todos los intervinientes. La mirada de preocupación de Ester, la cara de solicitud de Lucía, la expresión dura del juez. A quien no vi por ninguna parte fue a Josefina, la hermana de Ester, seguramente aprovechó la confusión para ir al servicio a empolvarse la nariz, estos barullos de verduleras no le interesarían lo más mínimo.

-¿Qué edad tiene usted?
-Veinticuatro.
-Pues tiene usted la tensión demasiado alta, 10 y media, dieciséis. Es un poco raro a su edad.

Maldita sea, pensé, no tenía que haberme dejado llevar al hospital. Nunca vayas al médico, me decía un viejo conocido, seguro que te encuentran algo. Se me ocurrió la idea de escaparme, pero ya era tarde, la ambulancia estaba entrando en el túnel de acceso a urgencias. Me sentaron en una silla de ruedas.
-No es para tanto- dije- un simple puñetazo en la nariz.
-Son las normas, por si acaso se vuelve a desmayar.

Me pasearon por distintas salas y cuartos, en una me sacaron sangre, me pesaron y midieron, en otra me hicieron una radiografía de la nariz, por si tenía algo roto, y en la última un electrocardiograma. Por último, me hicieron esperar un rato en una consulta, hasta que apareció un doctor de mediana edad, muy cordial, campechano, y charlatán.
-Hola, Peter, soy el doctor Galio ¿cómo te encuentras?
-Bien, doctor, ¿y usted?
-Muy cansado de tener que atender a lesionados, agredidos, y gente que no se cuida, como tú. Vamos a ver, tienes la tensión muy alta para tu edad, estás bajo de peso y masa muscular, y encima tienes el colesterol alto.
-Vamos, que estoy hecho una piltrafa.- Concluí, entristecido.
-Bueno, te vamos a poner una dieta y volverás dentro de un mes, a la consulta de tu médico de cabecera, con éste informe. Si no has mejorado tendrás que tomar medicación.
-¿Medicación? Si yo me encuentro bien.
- Pues muy sencillo, si no te cuidas, dentro de algunos años puedes tener un derrame cerebral, y morirte…O perder el otro ojo y quedarte ciego, ¿es eso lo que quieres?
-No, claro.
-¿Tomas frutas y verduras?
-Muy poco.
-¿Ensaladas?
-Eh, no.
-¿Pescado?...¿Pero tú qué es lo que comes?
-Sandwiches de jamón y queso.
-¿Haces deporte?
-Muy poco. –Sólo lanzamiento de cuchillo de vez en cuando, pensé.
-Pues tendrás que caminar todos los días una hora, y hacer todo el ejercicio que puedas…Incluido féminas. Alimentarte bien, nada de sal, ni de alcohol, ni café, ni grasas.¿fumas?
-No, doctor. –Contesté abatido.
-Menos mal. Una cosa que haces correctamente. Y levanta ese ánimo, muchacho, esto es sólo un aviso, para que cambies de vida. Pero un aviso serio. Ya te puedes ir, y espero no verte más, salvo que nos encontremos en un bar, yo tomando una cerveza y tú un zumo, ah, nada de coca-cola. Venga, lárgate, que tengo mucho trabajo.
-Adiós, doctor. –Me despedí dócilmente.


No me lo podía creer. Toda la diversión, el regocijo, la pantomima, todo eso había desaparecido; en su lugar el desánimo y la autocompasión se habían enseñoreado de mi. Lucía me estaba esperando, solícita. Me preguntó si necesitaba algo. Sólo quería irme a casa y tumbarme, no hacer nada, intentar asimilar lo que me había pasado y lo que significaba. En cuanto me vio entrar por la puerta Rosita se percató de mi rostro cariacontecido.
-¿Qué ha pasado?
-Nada, que estoy lleno de achaques de viejo. –Y le expliqué todo.
-Entonces no querrás la pizza. ¿Te preparo una ensalada de lechuga y tomate?
-El médico no me ha dicho nada de pizza.
-Ya, pero eso se deduce, tienes colesterol.

Me tuve que resignar a esa nueva vida insípida. Caminar me aburría, nunca me gustó el ejercicio físico. Me desentendí de la rutina de los negocios. ¿Para qué preocuparme, para qué tanto afán? Lo delegué todo. En Jesús, en los toscos, en Lucía, en Rosa. Yo me limitaba a hablar por teléfono con unos y con otros –excepto Rosa, claro, con quien vivía-, darles algunas instrucciones, y a veces enviar a Charlie de un lugar a otro. Por aquel entonces ya comenzaron a comercializarse los teléfonos celulares, así que me compré un aparato y daba mis paseos mientras hablaba. Al cabo de un mes volví al médico. Algo había mejorado, muy poco.
-Tendrá que continuar con el mismo programa. Me dijo.

Definitivamente dejé de tomar tranquilizantes, ya no los necesitaba, estaba muy tranquilo, demasiado. ¿Para qué?, me preguntaba una y otra vez. ¿Qué sentido tiene todo esto? Dormía lo que nunca, ocho y diez horas diarias, incluso me entraba sueño después de comer y me tumbaba la siesta. Leía novelas todo el día, horas y horas. Me dio por la novela sudamericana, García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar, Mújica Láinez, y un largo etcétera. Todo lo que me transportara a otro mundo, otro ambiente, otros problemas que fueran bien distintos a los míos. Leía por puro placer de evadirme, sin intentar razonar ni extraer nada. Aunque a la larga supongo que todos esos sentimientos, esas ideas de los personajes fueron calando poco a poco dentro de mi, creando un caldo de cultivo que me permitió tener otra visión de la realidad. Tomé conciencia de hasta qué punto yo había sido un personaje más, una marioneta en manos del destino. Acabé pensando que el tipo me había hecho un gran favor al darme aquel puñetazo, esa cadena de causas y efectos me había conducido a cambiar de vida, a pararme a pensar, a no dejarme llevar ciegamente –y nunca mejor dicho- por un camino que me abocaba de forma inexorable al desastre. Decidí que tenía que tomar las riendas de mi propio destino.

En esas estaba cuando recibí una llamada del albacea de Federico. Me comunicaba que Ester se había retirado de la impugnación del testamento, y solicitaba una entrevista personal conmigo, ella y yo, sin abogados; me preguntaba si podía darle mi teléfono para que nosotros mismos fijáramos el encuentro. Lo pensé unos instantes, si se hubiera tratado de una reunión con abogados, para seguir discutiendo y negociando, hubiera escurrido el bulto enviando a Lucía para lidiar. Pero aquello daba la impresión de tratarse de algo más personal, distinto de la rutina.
-De acuerdo, dele mi número de celular.

Mientras esperaba la llamada, que tardó varios días en producirse, hacía cábalas sobre cuál sería su objetivo. Desconfía, me dije. Seguramente, ya que se ha apartado de la impugnación, me sugerirá que yo a mi vez retire la denuncia contra su marido. Vale, estoy dispuesto a hacerlo, se librará de pagar por mis lesiones, pero aún así le quedará la acusación por resistencia a la autoridad, y esa esta en manos del fiscal. Además, todavía está la otra hermanita, Josefina, tendrá que proponerme alguna táctica para hacerla regresar al redil de la cordura. Todo eso, y más, pensaba mientras se demoraba la llamada de Ester.

2 comentarios:

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Debe ser que no me he leído todos los capítulos enteros, pero yo pensaba que la edad de El Tuerto, dada su visión despejada respecto de la esencia y realidad de las cosas, más bien estaría próxima a los cuarenta y tantos. Confieso que, me he quedado de piedra con la edad de 24 años. Para mí, esa edad, en la gente actual, mantenida por sus papás hasta los treinta y tantos, solo es propia de un cuasi bebé descerebrado aún. También es cierto que, en los años 70, quien disponía ya de 24 primaveras, si no tenía ya un par de churumbeles, o era impotente, o estéril, o su mujer frígida o igualmente estéril. En fin, cosas de los tiempos que corren ese tema de los descerebrados de 24 años actuales. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola, Jack.
Repasemos la cronología de “El tuerto”.

Comienza a estudiar en Exeter con 17 años, los 18 los cumple estando allí. Poco después se implica en los billetes falsos, y estamos en 1989, de donde se deduce que ha nacido en torno a 1970. En 1990 ya está huido en Tenerife, donde se entera de la invasión de Irak por Sadam Hussein y la movilización de tropas en Reino Unido, lo que le convierte además de prófugo en desertor. Hay vagas referencias cronológicas hacia la mitad de la novela, a las olimpiadas de Barcelona, y la Expo de Sevilla, en 1992. Y ya en los últimos capítulos se menciona la comercialización de los teléfonos celulares, que podemos situar en torno a 1994. En consecuencia, sí, tiene la edad que le dice al enfermero, habida cuenta que es la edad que figura en su pasaporte falso, y que por tanto no es la suya exacta, pero sí muy aproximada.

En cuanto a la personalidad del tuerto, diría que es muy avispado en todo lo social, pero en lo emocional es impulsivo (quería liarse a tiros con el Guti, apuñaló a un drogadicto en un arrebato) y sentimentalmente está inmaduro, ni siquiera menciona cuáles son sus sentimientos hacia Rosita, más allá de la atracción y camaradería. Es obsesivo, neurótico, y arrastra multitud de secuelas psicológicas, que enmascara a base de emociones fuertes y de pastillas.

Un saludo, espero haberte respondido.