lunes, 29 de septiembre de 2008

El tuerto. 76: Caribbean Investments, S.A.

-Bueno, el caso es que hay otro problema.- Por fin arrancó Basilio, que se había aireado en la terraza hasta el punto de animarse a “enjuagar” el oxígeno sobrante con un whisky escocés de primera marca.
-¿Qué problema? Cuénteme, seguro lo resolvemos.
-Pues…Por unas deudas tributarias que tengo…Ese capital social no puede estar a mi nombre, porque Hacienda lo embargaría. –Ajá, pensó Rosita, ya hemos llegado a la encrucijada.
Ese fue el momento crítico, decisivo en el curso que tomarían los acontecimientos posteriores. Hasta aquí, todo había resultado según lo previsible. La ambición desmedida de Gutiérrez le había llevado a escuchar la propuesta con agrado. Incluso había revelado la cantidad de dinero de que disponía (la mitad del cual era nuestro, por cierto). Pero, ¿cómo conseguir que aflorase, de forma que pudiéramos embargarle mediante el procedimiento civil que ya estaba iniciado? Ni que decir tiene que en este punto Rosita seguiría su instinto, lo que habíamos hablado y debatido con anterioridad sólo servía ya como bagaje de conocimientos que ella dosificaría para improvisar los quiebros tácticos de la negociación.

-Ay, mi amor, pues ese sí que es un problema. –Rosa hizo ademán de retirarse. Tenía el cuerpo ligeramente inclinado hacia el Guti, mirándole a la cara, y entonces fue cuando se recostó en el sillón y se puso a mirar el mar, y los veleros, con gesto de estar perdiendo el tiempo y pensando en otra cosa. Y dejó pasar los minutos. En silencio. Que pensara y propusiera él. No había que demostrar ningún interés. Ni mucho menos dejar entrever que existía una idea preconcebida.
-Bueno…Las acciones podrían estar a nombre de mi esposa. En realidad el dinero saldría de una cuenta en que ella es titular, yo sólo estoy autorizado.
-Ah, tú estás autorizado. ¿Pero tu esposa tiene experiencia en ser administradora? –Inconscientemente Rosa había pasado a tutearle, pero en el clímax de la negociación el Guti no pareció percatarse.
-No, mi esposa es ama de casa, el administrador sería yo, por supuesto.
-Sí, pero entonces ya seríamos tres personas a tener en cuenta, y no dos. Mis socios no aceptarían eso porque rompe el equilibrio de la sociedad. Además, las esposas siempre terminan dando complicaciones…-Hizo una pausa para crear un poco de expectación en Guti, y para evaluar su grado de ansiedad.- A menos que…
-¿Sii?
-A menos que tu esposa firme un documento privado…En el que reconozca que te ha vendido a ti las acciones y que tú eres el único titular…-Rosa hablaba muy lentamente, para que la idea calara en la mente del Guti, pero también como si lo estuviera pensando en ese momento, cuando en realidad ya lo tenía muy pensado.- En el Registro Mercantil figurando tu esposa, en eso no tenemos problema y por supuesto Hacienda nunca se enterará. Ese papel será sólo para tranquilizar a mis socios, y de paso asegurarte a ti, cariño, para que tu linda esposa no te de problemas en el futuro.
-Si, no es mala idea…¿Y tú me garantizas que ese papel no irá a ninguna parte, será sólo entre nosotros?
-¡Pero claro, mi amor! Ese papel no saldrá de mis manos; ¿Qué interés voy a tener yo en que venga Hacienda a jodernos la sociedad?
-Si, es cierto.
-Pues entonces todo arreglado. –Rosa dejó escapar un ligero suspiro de alivio. Estaba claro que el Guti ni por un instante había sospechado de ella. ¿Y es que quién iba a sospechar de Flor, esa joven delicada y elegante que todavía conservaba la imagen de su pasada ingenuidad? Ni por lo más remoto de la astuta mente del Guti había pasado la sombra de lo que podía estar cocinándose detrás, y mucho menos que esa criatura hubiese venido de Venezuela para tenderle una trampa.

Flor cambió de conversación. No había que darle más vueltas al asunto. Se puso a hablarle de su amada ciudad, Caracas, a contarle historias inventadas o leídas en novelas de Rómulo Gallegos, o de Uslar Pietri, daba igual porque el tipo no había leído un libro en su vida. Incluso le invitó a viajar con él, donde le presentaría a su esposo –un militar de la más antigua escuela de América latina, las armas y las finanzas debían trabajar unidas-, a sus socios, visitarían un barrio, La Candelaria, donde había buenos restaurantes especializados en, qué te parece, comida canaria, pasearían por la avenida de Los Próceres, subirían en el teleférico.
-Y si vienes sin tu esposa te presentaré a unas muchachas muy lindas. El administrador de una empresa llamada “Caribbean Investments” tiene que conocer la cultura venezolana en todas sus facetas…-Sentenció Rosa, y se detuvo analizando la expresión de Basilio, preguntándose si se habría excedido. Pero no, el Guti estaba fascinado por el torrente de seductoras promesas.
-¿Caribian invesmes?
-Sí, así se llamará nuestra sociedad, ya tengo reservado el nombre en el Registro Mercantil.
-Me gusta, suena bien.

Tras divagar un rato más en la terraza del casino, y pasada ya la medianoche, la caraqueña de guía turística dio por concluida la velada.
-Tengo que llamar a mis socios para comunicarles que está cerrado el trato, pero en Caracas apenas son las seis y media de la tarde, así que mi chofer y yo podemos acompañarte hasta tu casa.
-No te molestes, pediré un taxi.
-Molestia ninguna, de camino conversamos un poco más.

No, para Rosa no era ninguna molestia, estaba disfrutando con el papel, máxime, después de la tensión inicial, cuando se persuadió de que el Guti se había tragado el anzuelo. No, la molestia era para nosotros, para Charlie y yo, que llevábamos esperando toda la tarde y noche, con apenas un bocadillo comido en el asiento del auto, y un par de ansiolíticos para relajarme, porque sino hubiera tirado de pistola sin más dilación, y al traste con nuestro magnífico plan.

Por suerte no vivía lejos de allí, sólo tuvimos que subir, atravesando los muelles, continuar subiendo por Princesa Guayamina, sexta a la izquierda, y hasta el fondo. En la calle Timagán vivía, en un edificio que daba directamente a una playa semicircular, de arena negra y rocas, muy batida por el oleaje del norte.
-Mañana os recojo a ti y a tu esposa, vamos a tu banco y depositamos el capital social a nombre de “Caribbean”, ¿Ok? Después vamos al notario y firmamos las escrituras.

El resto fue coser y cantar. La esposa, como bien dijo el Guti, no tenía ni idea de negocios, no hizo ninguna pregunta, se limitó a firmar el cheque por los sesenta millones. Tampoco puso ningún reparo al documento por el que vendía sus acciones al marido, en régimen de separación de bienes. Firmó las dos copias, una para el Guti, y la otra Rosa la guardó como oro en paño en su pequeño maletín. Ese papelito era el que nos abría las puertas al embargo de bienes.

Curiosamente, hubo un problema de última hora y nunca mejor dicho, en el banco, pero fue por culpa nuestra. El director, amigo de Gutiérrez, intentó pedir conformidad telefónica al traspaso desde mi cuenta de Panamá, y claro que a esas horas estaba cerrado. Rosa llamó en un aparte a Charlie, éste a su vez me lo explicó a mi, y yo me fui directo a otra oficina bancaria en la que tenía una jugosa cuenta a la vista, con el producto de las facturas falsas. Saqué un cheque bancario al portador por la cifra requerida, y se lo hice llegar a Rosa por el mismo conducto. En total apenas nos retrasó tres cuartos de hora. Ventajas de tener exceso de liquidez. El director del banco sonrió al recibir el cheque a manos de Doña Flor, como si los millones fueran para él.
-Todo correcto.

Esa misma tarde le entregué al abogado el documento firmado por Gutiérrez y su esposa. El abogado lo presentó en el juzgado y solicitó el embargo preventivo. El juez, días después, lo despachó previa fianza para asegurar responsabilidades, que presentamos de inmediato. Habíamos cruzado el rubicón. Antes de recuperar lo nuestro con engaño no hubiera tenido gracia matarle. Ahora, dejarle vivo hubiera sido una peligrosa imprudencia.

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