domingo, 14 de septiembre de 2008

El tuerto. 74: Operación Sanahan.

La oficina de Guticonsa estaba en un edificio sobrio de la Plaza del Doctor O´Sanahan, esquina León y Castillo. Dos calles antes había visto la Clínica Nuestra Señora del Carmen, me acuerdo que pensé: del doctor a la clínica, ahí te vamos a mandar, puerco. Rosa iba en una limusina alquilada para la ocasión, un Mercedes 500 conducido por…Charlie, que había venido desde Tenerife a prestarnos apoyo logístico y lucía un impecable uniforme de chofer. Yo iba detrás, en un discreto Renault Clío. El Mercedes entró en la plaza y yo observé desde la esquina cómo se detenía a la entrada del edificio. Rosa no se bajaba del coche. Pasaron algunos segundos, por fin salió Charlie y le abrió la portezuela, como debe ser. Yo le rebasé, salí al otro lado de la plaza y aparqué bajo unos árboles. Cuando el Mercedes reemprendiese la marcha pasaría por fuerza delante de mi. Charlie tenía instrucciones de esperar a la puerta, pese a que estaba prohibido aparcar. Si aparecía algún policía daría la vuelta a la manzana y regresaría. Por si acaso a alguno de nosotros –especialmente a Rosa, que se iba a meter en la boca del lobo- le surgía algún imprevisto, llevábamos un aparatito que se llamaba “busca”, y que mediante una llamada de teléfono enviaba una señal y un mensaje al usuario del busca en cuestión. En concreto, si Rosa decidía que teníamos que entrar de inmediato en acción, nos enviaría un mensaje a los dos que diría: “urge cirujano”. En tal hipótesis, ambos echaríamos mano a la pistola y nos cargaríamos yo al Guti y Charlie a su guardaespaldas. Pero no era ese el plan inicial, era un poco más sutil y sofisticado.

La secretaria, una señora madura vestida de marrón, tenía pinta de ser esa empleada de toda la vida, que sin duda conoce bien los trapicheos de su jefe. Miró a Rosa con interés, dedicándole una especial atención al collar de perlas que había tomado prestado de nuestra joyería de la calle Arenal.
-Buenas tardes, venía ver al señor Gutiérrez.
-Está reunido con el arquitecto ¿Tenía cita?
-Si es tan amable entréguele mi tarjeta de visita y esperaré a que pueda recibirme. –Y Rosa le tendió una elegante cartulina, con su nombre, su dirección en Caracas, y un escueto pero sugerente título, “investments”. Una palabra sencilla, para que un paleto como el Guti pueda entenderla y provoque en él atrayentes asociaciones de ideas. Pero la secretaria todavía no estaba leyendo la tarjetita, sino que su mirada se había posado en la muñeca de Rosa, en la que brillaba una pulsera de oro y diamantes, o tal vez se había detenido en el anillo de platino que decoraba su anular. Por fin leyó la tarjeta.
-Siéntese, por favor.
-Gracias.

La empleada recorrió el pasillo y entró sin llamar en el cuarto del fondo. En otra habitación, tras una mampara de cristal, se veía a un señor con aspecto de contable, rodeado de archivadores y afanándose con una pila de papeles (probablemente facturas impagadas, pensó Rosa). Tenía el rostro gordo y amarillento, con la cabeza gacha la papada le caía sobre la camisa, y hasta el pelo encanecido amarilleaba, enfermo de las preocupaciones infinitas que le causaba la tarea de cuadrar las cuentas de la empresa. Seguramente el contable no ganaba para sustos ni para medicamentos contra la ictericia. Dentro de poco tendría que acogerse a la incapacidad laboral transitoria y no llegaría ni a la jubilación.

Rosa observó el resto de la sala de espera: planos enmarcados colgando de la pared, a modo de cuadros a modo de cuadros de abstracción geométrico-futurista. Maquetas de edificios de diseño vanguardista. En fin, una horterada de pésimo gusto, pensó, lo cual, por asociación de ideas le hizo percatarse de que por ningún lado se veía al chofer-guardaespaldas. Rosa se lo imaginó asistiendo a la reunión de su jefe con el arquitecto, para protegerle de las amenazas de éste último.
-Mire, señor Gutiérrez, si no echa usted más cemento y menos arena no podré firmar el certificado de finalización de la obra.
-Pues me buscaré otro arquitecto que sea menos melindroso.

El sonido de los tacones la sacó de su ensoñación.
-Puede pasar.
-Gracias. -¿Pero no estaba reunido con el arquitecto? Pues no le he visto salir…Rosa caminó con elegancia, acompañando sus pisadas de un leve balanceo de brazos cuyo efecto óptico disimulaba ya por completo su cojera. En ese instante de entrar en el despacho del Guti experimentó una nueva clase de confianza en sí misma, que por primera vez iba más allá de la inteligencia o de su capacidad de seducción, era una confianza física, en su identidad corporal. Por primera vez se sintió dueña de su cuerpo, y eso en aquella tesitura le proporcionó la extraña convicción de que todo saldría bien.

El Guti, un paleto cincuentón con barriga, de rostro bien parecido, de facciones regulares, que sin duda había sido atractivo en su juventud, lo cual le hacía creer que aún lo era, esbozó una sonrisa melosa cuando contempló a aquella mujer joven, elegante y de exótica belleza. La curiosidad inicial que mostraban sus ojos, se transformó en abierta atracción. Sus pupilas se dilataron, por un instante recobraron el fulgor de antaño. Rosa le ofreció la mano con la palma hacia abajo, para que se la besara, pero el tipo no se percató a tiempo del gesto, porque no miraba la mano, y simplemente se la estrechó. Tomaron asiento frente a frente.
-Dígame en qué puedo servirla. –Dijo el tipo, todo obsequioso.
-Pues verá, señor Gutiérrez, yo represento a un grupo de inversores de mi país, Venezuela, y también algunos de la vecina Colombia. Traigo cartas de presentación y de crédito de diversos bancos que ahora mismo le estoy mostrando para corroborar lo que le digo. –Y así diciendo le entregó documentos de un banco de Panamá, uno de Gibraltar, otro de Suiza y finalmente uno de Holanda. Los documentos de Panamá eran los únicos auténticos, me los había proporcionado su director, como titular que yo era de la cuenta del difunto Federico. Era el único que estaba escrito en español y desde luego el único que a esas horas de la tarde podría comprobar el Guti, porque los otros bancos, todos europeos, ya estaban cerrados. Los había redactado la propia Rosa, en inglés, francés y nada menos que holandés. Los sellos y membretes nos los había proporcionado nuestra imprenta habitual de Tenerife. Lo que sí entendería el zafio Guti son las cifras consignadas: un millón de dólares, dos millones de libras esterlinas, ocho millones de francos, doce millones de florines.

2 comentarios:

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Cada vez me convenzo más de la teoría esa, según la cual es más fácil engañar a un estafador que a una persona honrada. Yo creo que, tienen el camino trillado. Suerte para el Tuerto y su amiga. Un saludo.

Joseph Seewool dijo...

Hola Jack, muchas gracias por tu paciencia en seguir leyendo.
No se si está trillado el camino, por un lado los estafadores son más ambiciosos y en ese sentido es más fácil que caigan en la trampa, pero por otro lado también son más desconfiados que la media, así que no sé de qué lado se inclinará la balanza...A ver si mañana puedo colocar un nuevo capítulo y adelantamos algo. Un saludo.