lunes, 1 de diciembre de 2008

El tuerto. 87: La mujer de las diez y diez.

El hotel de Puerto Mogán ya estaba casi terminado. Las obras, con la nueva constructora, habían avanzado a buen ritmo y cumpliendo la calidad pactada. Los Toscos estaban más que satisfechos, ilusionados con el negocio que se avecinaba. Cien habitaciones, restaurante, discoteca, piscina y pista de tenis. Las cuatro estrellas estarían aseguradas, y lucharíamos por la quinta.

Sin embargo, mantuve una conversación con Teo y Blas el día que finalmente constituimos “Esparta, S.A”. Firmamos en la notaría temprano, a las diez y media; Lucía, después de aceptar el cargo de consejera delegada, se marchó a toda prisa al juzgado, tenía que practicar una diligencia en ejecución hipotecaria contra uno de mis deudores. Nosotros tres, Blas, Teo y yo, nos fuimos a tomar un café.

Esa charla me dio la idea de introducir una pequeña modificación de última hora. Al lado del hotel, en la zona destinada a aparcamiento, construiría un casino, y el aparcamiento quedaría subterráneo. No sería un gran casino, ni siquiera mediano, bastaría con uno pequeño para empezar. Tendría una sala de máquinas tragaperras, una sala de bingo, y otra con ruleta, black jack y distintas modalidades de póker. Después, si el negocio funcionaba, ya habría tiempo de ampliar.

Tomando sorbos de su carajillo, Blas me relató su investigación sobre los hurtos en el casino, aquella historia que apenas había empezado a contar en el almuerzo rústico, y que primero yo interrumpí con mi urgencia mingitoria, y finalmente quedó aparcada (pero no olvidada) cuando pasaron a proponerme la empresa de seguridad.

-El gerente del casino estaba convencido de que había un ladrón, pero yo no lo veía claro. Las cámaras no detectaron nada sospechoso.
-¿Sospechoso como qué?
- Hay muchas maneras de estafar a un casino, por ejemplo, un jugador que obtiene ganancias repetidas y abundantes se convierte en sospechoso de estar haciendo trampas. Se le vigila de cerca, si no se descubre el truco se le invita amablemente a no volver, y si se descubre se le denuncia. Más fácil aún si se tiene la complicidad de un empleado, en ese caso en una mesa determinada se producen demasiadas ganancias por uno o varios jugadores. Nada de esto detectamos. Pasamos entonces a investigar a todos los empleados, uno por uno, sus costumbres, su patrimonio, sus deudas, etc. Y nada, tampoco encontramos nada. Yo, la verdad, empecé a dudar de que realmente existieran los robos. Se lo dije al gerente:

“-Mire, me parece que estamos perdiendo el tiempo, ¿Qué le hace estar tan seguro de que alguien roba?
-Los ingresos han disminuido casi un cinco por ciento en los dos últimos años; en cambio las entradas de clientes se han mantenido estables, incluso han subido ligeramente.
-Pero eso puede ser porque los que entran se gastan menos dinero, debido a la crisis.
-No, porque las ventas de cartones de bingo, que están contabilizadas, ya que cada cartón queda inutilizado después de usarlo, se han mantenido. Y la recaudación de las máquinas tragaperras, ha aumentado ligeramente. Las que han bajado han sido las fichas de juego, de ruleta y póker, justamente las que no están controladas, porque son reutilizables.
-Pues entonces ponga un sistema de control de esas fichas.
-Tenemos un control de fichas en caja, de fichas vendidas, de fichas recuperadas, y fichas pagadas, pero es imposible establecer un control exacto de lo que se llama ficha flotante.
-¿Y eso qué es?
-Muy sencillo, las fichas, en cada jornada, parten de la caja, las llamamos fichas en caja. Las que se venden a los clientes son fichas vendidas. Las que el croupier gana para la banca se llaman fichas recuperadas. Pero…-hizo una pausa- las fichas que están en manos del cliente, ni siquiera están en la mesa de apuestas, esas no podemos saber la cantidad exacta en cada momento. De vez en cuando hacemos un control por sorpresa de las fichas en caja, lo llamamos control de ficha flotante, porque si del número total de fichas restamos las que hay en caja, y las que se han recuperado en mesa, obtenemos la cifra de fichas flotantes.
-Puede que el ladrón sea el cajero.- Sugerí.- Es el que más fácil lo tiene. Le bastaría con un solo cómplice, le entregaría más fichas de las realmente vendidas, y luego las anotaría como fichas pagadas.
-Tal vez.- Dijo el gerente.- Pero necesitamos demostrarlo. El cajero es un respetable señor de cincuenta y seis años, lleva trabajando con nosotros más de diez, le falta relativamente poco para jubilarse, no tendría sentido que se arriesgara, y los robos sólo se han empezado a producir hace año y medio más o menos. Además, por lo que sabemos, este hombre lleva una vida intachable.
-¿Pero porqué no le despiden sin más? Si, los robos dejan de producirse es que era él…
-Mire, no nos gusta dar palos de ciego, y menos aún dejar en la calle a un honrado padre de familia. Aparte que el Juez declararía nulo ese despido y tendríamos que readmitirlo o indemnizarle fuertemente. Esa solución ya la hemos pensado, pero no nos gusta. Le repito que necesitamos pruebas.
-Pues entonces sólo me queda infiltrarme en el casino como un empleado más.
-Haga lo que tenga que hacer”.

-Así que me firmaron un contrato de trabajo, me dieron de alta en la seguridad social, me vi vestido con el smoking y la pajarita, el uniforme del casino. Y ahí empezó lo divertido.
-¿Qué es lo divertido?
-Todo lo que aprendí, de la gente, de sus ingenuas pasiones. Hasta qué punto pueden ser estúpidos. Puedo comprender que alguien vaya al casino una vez, a probar suerte, a saciar su curiosidad. Pero que alguien acuda habitualmente, por hábito, por costumbre, por adicción, sabiendo positivamente que van a perder, porque la estadística no falla, a la larga siempre se pierde. Eso es que no lo entiendo, o no lo entendía, porque después de mi corta experiencia de croupier en la mesa de póker descubierto he intuido que detrás de esa pauta de conducta se esconde un vacío existencial, una búsqueda inútil de algún tipo de sensación, aunque sea sólo la fugaz emoción que experimentan mientras la ruleta está girando. Un casino es un laboratorio de sensaciones y de comportamiento humano, y el póker no es un juego de cartas, es un juego de psicología.
-Caray, estás hecho un filósofo.- Le cortó Teo.
-Pero todos tenemos nuestros agujeros negros, y los intentamos tapar de una manera u otra.- Dije, pensando sobre todo en mí mismo y en cómo satisfacía mi ansia de emoción buscando en los confines de la legalidad.
-Sí, pero no todo fue filosofía, también tuve tiempo de, bueno…me enrollé con una de las camareras, Vicky, eso fue lo mejor…creo. Yo, la verdad es que no tenía ninguna intención de complicarme la vida en medio de aquella investigación, sobre todo porque necesitaba tener los ojos bien abiertos si quería descubrir qué era lo que estaba pasando. Pero supongo que fue esa indiferencia lo que la picó a ella, porque la nena está buenísima, con una carita de muñeca y un cuerpazo de modelo, y no voy a dar más detalles a estas horas. El caso es que empezó a bromear conmigo, tirándome pullas, intentando burlarse de mí, a cuenta de mi supuesta inexperiencia como croupier. Yo le seguí el juego, me hice aún más el gilipollas. Me di cuenta de que la tía era una chula, narcisista, suspicaz y un pelín agresiva, y yo también soy muy chulo. En otro contexto habríamos acabado a hostias, pero allí no me interesaba dar la nota. A Vicky le gusta burlarse de los demás, pero su sentido del humor no le alcanza para reírse de sí misma.

A mi, la verdad, no me interesaban sus aventuras donjuanescas, sino lo otro, la investigación sobre los robos. Estuve tentado de interrumpirle otra vez mediante la técnica de irme al baño, pero luego pensé que podía ocurrir como la anterior ocasión, que me quedé sin saber el final de la historia, y decidí aguantar y seguirle el hilo.

-Empecé a llevarla a su casa en mi coche, al salir del trabajo. Ella vive en Aluche, me pillaba de paso hacia Móstoles. Por el camino me contaba su vida, se había separado recientemente de su novio de toda la vida, el tío le ponía los cuernos con unas y con otras. Yo le seguía la corriente, pero con moderación: “Qué imbécil, mira que no apreciar lo que tenía”…Pero sin caer en mis frases de halago típicas. La elogiaba, pero muy sutilmente. La verdad es que llegué a pensar que sólo me quería para un rollito de amigos, para contarme sus penas, y lo malos que somos los hombres, y lo buena que es ella. Yo sin hacer nada, sin dar un paso.

Y yo impacientándome, con ganas de preguntarle: “Si, pero ¿qué pasa con los robos?”, y me mordía la lengua, “déjale que termine, porque éste en cualquier momento se larga a ver a un cliente y te quedas con la curiosidad”.

-Entonces, una noche, se me echó a llorar, contándome que el ex-novio la estaba puteando, con una casa que habían comprado a medias y en la que él seguía viviendo y se negaba a liquidar, pero la hipoteca la tenían que pagar entre los dos. Yo la abracé para consolarla, pensando que era una faceta más de mis obligaciones como amigo. Pero ella me empezó a besar, primero en las mejillas, luego en los labios, y después…pero no os voy a contar detalles.
-Si, ya sabemos, sobre todo a estas horas.-Corroboró Teo.
-El caso es que me dijo que no quería pasar la noche sola, etc, y yo en lugar de irme a mi casa de Móstoles la llevé a un discreto apartamento en la zona de Nuevos Ministerios, que uso como picadero para mis aventurillas. En esta ocasión mi doble vida era completa, profesional y personal.

A mi todo aquello me parecía una pérdida de tiempo y un derroche de energías, pero Blas estaba tan orgulloso relatando su hazaña que ni Teo ni yo nos atrevíamos a cortarle. Hasta que hizo ademán de mirar el reloj mientras apuraba el último sorbo de su carajillo.
-Ah, no, de aquí no te vas sin antes revelarnos quién era el ladrón.
-Pues en honor a la verdad debo decir que fue una mezcla de casualidad y perseverancia que lo descubriéramos.
-Casualidad y una leche.- Dijo Teo.- En realidad fui yo quien lo descubrí, no lo olvides.
-Sí, pero con la información que yo te di, pues fui yo quien te dije lo que tenías que buscar. Lo cierto es que el principal sospechoso, por lógica, por ocasión, por oportunidades, era y seguía siendo el cajero, así que le dije a Teo que repasara una y otra vez las grabaciones de la caja, sobre todo las entregas de fichas. Hasta que lo descubrió.
-Vamos, que mientras tú estabas tirándote a la camarera yo me chupaba horas y horas de aburrida grabación,-se quejó Teo,- a cámara lenta, para observar entregas de dinero, entregas de fichas, así una y otra vez. Y de repente lo descubrí, allí estaba, allí había estado todo el tiempo. Llegaba la mujer, en hora de máxima afluencia, entregaba diez billetes de mil, y dos billetes de cinco mil, y decía: “diez y diez”, y el cajero, sin apenas mirarla, le entregaba diez fichas de mil, y, atención...diez fichas de diez mil.
-El plan era casi perfecto.-Concluyó Blas.- Si alguien lo hubiera advertido, o si el control de ficha flotante lo hubiera detectado, el cajero siempre podría haber alegado que había sido un error, un simple error. Pero el control de ficha flotante, como yo ya había observado, nunca se hacía en horas de máxima afluencia de clientela, entre otras cosas porque eso habría supuesto interrumpir la venta de fichas, y en definitiva habría perjudicado el negocio más que aquel robo continuado.
-¿Y quién era la mujer cómplice?
-Pues ahí está lo bueno, y por eso no habíamos percibido nada sospechoso en el comportamiento del cajero a pesar de que le habíamos vigilado. Y es que esa mujer, “la mujer de las diez y diez” la bautizamos, era su amante, claro está, pero además era…su vecina. Por eso el honrado padre de familia no salía del edificio, del trabajo al edificio y del edificio al trabajo, a robar un poco para su amante y para la jubilación. Por cierto, el golpe no les salió mal, después de todo. Sólo conservábamos cinco grabaciones, todas las anteriores se habían ido borrando, como no se había encontrado nada…así que de momento están en libertad provisional bajo fianza. Y de los quince o veinte millones que habrán robado sólo se podrán demostrar unas quinientas mil pesetillas. Hay golpes que aunque te pillen merecen la pena, ¿no?

4 comentarios:

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Esto de los casinos, no va conmigo. Siempre les he tenido aversión. Estoy viviendo en donde vivo, por culpa de un casino. Mi padre trabajaba en él de madrugada. Y se compró este apartamento, próximo a aquel casino, que durante muchos años fue de los únicos y más importantes de esta zona. Y hoy, se encuentra cerrado desde hace varios años. Gente adinerada de España y de otros paises pasaban las madrugadas dejando parte de sus fortunas en aquel. Mi padre, vivía holgadamente, no por su sueldo, sino por las propinas.
Hoy, maldigo la idea que tuvo mi progenitor de comprar un apartamento en este maldito lugar, por estar cerca de su trabajo. Y me maldigo a mi mismo, pora habermelo quedado, odiando el lugar, tanto como lo odiaba.
Y lo peor de todo, es que fue por culpa de un casino. Un saludo.

Anónimo dijo...

Admirado Joseph,

Has dado en el clavo en este capítulo para ampliar las fechorías del Tuerto. Pero el relato de Blas, mantiene la atención todo el tiempo, consiguiendo un efecto interesantísimo: el lector se piensa todo el rato que la camarera es la autora de los robos, y en realiad vuelves a la sospecha inicial. Un honrado e intachable empleado, con una doble vida muy bien llevada, conocedor del funcionamiento del casino, y demasiado codicioso.

Me gusta la observación sobre la gente del casino, y del vacío de sus vidas, y como lo llenan a base del juego y la insustancialidad. Sabes en el restaurante yo observo lo mismo, solo que en lugar de jugar, comen. En el fondo, dos lugares donde se manifiestas dos pecados capitales: la avaricia y la gula.

Un capitulo interesante, como todos, pero que añade un profundo conocimiento de la psique humana. Teo y Blas, también son dignos de estudio.

En fin, queridisssssimo y admirado Seewool, genial. Te mereces que me coma una trufa, o dos, de chocolate, y eso es lo que voy a hacer.

Besos chocolateados.

A Jake Blake

Hola Jake, aprovecho la ventana de Seewool para un poco responder a tu comentario, el cual comprendo muy bien. El casino puede parecer un lugar de "glamour", pero en realidad se ponen de manifiesto el materialismo en estado puro. Emocionarse por ganar dinero, el cual "como los dineros del sacristán..." suele desaparecer rápidamente.

El juego puede ser interesante, si se usa como elemento de concentración y probabilidades. Pero en la mayoría de los casos, no hay cálculo, sino instinto y posesión.

Sólo he estado una vez en un casino, y es de lo más aburrido que pueda existir... para personas con espíritu y sensibilidad. pero para otras, puede ser su vida y su perdición.

Maldecir la idea de tu progenitor o la de quedarte el piso, no aporta nada. No es la vivienda, es el casino, un edificio que debes tomar como un elemento más. Si no es así, mejor marcharse; un lugar puede llevar demasiados condicionamientos, como te ocurre, pero tal vez, le puedas tener un extraño apego, y también puede ser contradictoriamente a lo que manifiestas, una posesión de una mismo.

Besos querido Jacke Blake y hasta la próxima Josep Seewool.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Jack. Qué sorpresa, quién iba a decir que tu vida estaría tan influida por el mundo del juego. Y la de vueltas e ironías que tiene la vida. Lo cual me confirma lo que siempre he sospechado, que detrás de cada persona hay una novela...y a menudo una novela negra.Realmente interesante. Saludos.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Marta:
El único juego que siempre me atrajo, una de mis vocaciones frustradas, es el póker, y es que no es un juego de cartas, sino de psicología, que consiste en engañar al contrincante y evitar que te engañe. Una metáfora de la vida misma. Y por cierto que últimamente las mujeres, en los campeonatos mundiales y en Las Vegas están demostrando ser mejores que los hombres...
Un póker de besos para ti.