domingo, 21 de diciembre de 2008

El tuerto. 89: La misión

El primer paso era encontrar a los hombres adecuados para encarar el trabajo, mejor dicho: la misión, porque de eso se trataba. La plantilla de Esparta S.A. contaba con numerosos candidatos, entre los que no me fue difícil seleccionar a los mejores.

Ivo, un exguerrillero serbo bosnio de treinta años, con una endiablada puntería que ejecutaba en una doble especialidad: era un buen francotirador, que había practicado mucho en Sarajevo, con fusil de larga distancia y mira telescópica; y sobre todo era un excelente tirador instintivo y ambidextro, capaz de disparar dos pistolas a la vez, una en cada mano, y acertar un noventa y cinco por ciento. Con esas cualidades, algún defecto había de tener: estaba loco, era un alcohólico y un psicópata paranoico, un individuo indisciplinado e imprevisible, casi imposible de controlar. Había conseguido huir de Bosnia nada más terminar la guerra. Intentó enrolarse en Francia, en la legión extranjera…Y le habían rechazado precisamente por sus desequilibrios mentales. Viajó a Madrid, donde le habíamos librado de la cárcel, acusado de un delito de agresión. Teo le había reclutado para la empresa, pero no figuraba oficialmente en la nómina, ya que no tenía sus papeles en regla. Probablemente su pasaporte era falso (como el mío, al llegar a España), y sin duda le buscaría la justicia Bosnia, tal vez incluso el Tribunal de La Haya. Así que cobraba su nómina en dinero negro y prestaba sus servicios de escolta de manera disimulada bajo la figura de chofer o simplemente de acompañante. Los clientes, sus protegidos, no solían soportarle mucho tiempo sus excentricidades. En aquel momento no tenía asignado ningún servicio.

Si alguien podía controlar a Ivo ese era Dimitri, un exmilitar ucraniano, de Kiev. Pasaba de los cincuenta, con abundantes entradas y prominente barriga. Sin embargo era el único al que Ivo respetaba, precisamente por ser su polo opuesto. Dimitri era calmado, astuto, prudente, sabía imponer su autoridad con la sola mirada de sus ojos grises, fríos. Había estado en Afganistán en los primeros años ochenta, cuando todavía formaba parte del glorioso ejército soviético. Conocía, pues, todas las tácticas guerrilleras, las había combatido y la prueba de su eficacia es que había sobrevivido. Confiaba en su instinto para el buen fin de la misión.

Marek, un polaco al que todos llamaban Marco, a la española. En realidad no tenía preparación militar ni policial, su profesión en Polonia era ingeniero, pero en España no había encontrado trabajo en su especialidad y se había reconvertido a las tareas de vigilante de seguridad. A pesar de poca experiencia, lo elegí porque en las pruebas de tiro resultó ser también un excelente tirador, sin llegar a la altura de Ivo. Además, tenía buen carácter, era laborioso, leal, muy inteligente, un hombre de recursos. En suma, podía actuar de elemento integrador en el equipo y había demostrado que en un momento necesario podía servir para todo.

El segundo paso era informarles de la misión a realizar y conseguir que aceptaran. Les dije la verdad desde el principio:
-Chicos, se trata de que nos deis protección a mi amigo y a mi, en una digamos entrevista o reunión que vamos a tener con unos individuos que pueden ser peligrosos. De momento no puedo entrar en detalles, se trata de un trabajo ilegal, no estaréis por cuenta de la empresa, sino mía, por tanto es voluntario. A cambio estará muy bien pagado. Medio millón de pesetas a cada uno por apenas unos cuantos días de preparación, estar disponibles, y una operación que en sí apenas durará unos minutos. Por supuesto no se trata de ningún robo, sino al contrario, de que no nos roben a nosotros, es lo único que os puedo decir. A los que aceptéis se os contarán los detalles con antelación y podréis incluso dar vuestra opinión, sin que ello signifique aceptarla.

Naturalmente no hubo que hacer ningún esfuerzo para persuadir al loco Ivo, estaba deseoso de acción. De hecho era el aburrimiento lo que le mataba y le hacía consumir alcohol en grandes cantidades. Tan pronto supo de la operación se mantuvo sobrio y concentrado. En cambio el prudente Marco no quería involucrarse en nada ilegal. Tuve que vencer su resistencia doblando la cantidad a percibir por cada uno de ellos, un millón de pesetas. Dimitri, además, como buen militar quería tener el mando operativo.
-Tú estarás al mando de Ivo y Marco,-le respondí- pero la operación es de mi amigo y mía.- Dimitri asintió. De hecho fue de los tres al primero que le conté los detalles de la misión, tan pronto llegamos a las islas Canarias y estábamos instalados discretamente en cinco habitaciones de mi hotel en Puerto Mogán, ya terminado y habitable, si bien todavía no estaba abierto al público por cuestiones de papeles y licencias de apertura.

Estudie con Dimitri el material necesario y a través de Esparta hicimos la compra: armas, munición, chalecos antibala. Para disparar a dos manos Ivo prefería que fueran revólveres, ya que no precisan montar; en caso contrario tendría que llevar las pistolas ya alimentadas, es decir, el cartucho ya en la recámara, con el riesgo que ello suponía de disparo accidental. Mostró su deseo de llevar dos Colt 45, pero aquí no se encuentran armas de esa marca y calibre, tuvo que conformarse con Astra 38 especial. Yo también escogí un revólver, ya que llevaría la mano izquierda ocupada con el maletín y tampoco podría montar el arma. A Charlie le conseguimos una pistola BUL M5 de 9 mm. Y para Marco y Dimitri, que nos cubrirían desde la retaguardia, conseguimos dos subfusiles HK Calibre 45. Por si acaso, compramos también para Charlie un fusil de precisión, Stoner SR25, con mira telescópica.

Los chalecos eran de tipo militar, tamaño largo, con protección de cuello, costado y pelvis. Menos mal que era invierno, porque si no nos hubiéramos asado. Por encima, para disimular, usaríamos unas cazadoras de tela impermeable, muy ligeras.

Elegidos los hombres y el material, la tercera parte consistía en elaborar un procedimiento que nos garantizase la seguridad, o al menos que redujese al mínimo los riesgos. Dimitri apuntó que lo esencial era elegir nosotros el sitio donde se efectuaría la entrega, un lugar que pudiéramos vigilar, limpiar previamente, y colocar a los hombres en lugares estratégicos, donde su rendimiento fuera el óptimo, por ejemplo a Ivo, el francotirador, en un emplazamiento elevado, en el cual su eficacia fuera máxima.

Estuve plenamente de acuerdo, pero fijar el lugar de encuentro supuso una ardua negociación con los colombianos. Ellos pretendían que fuéramos a buscar la mercancía al barco donde la tenían almacenada, el cual estaría navegando a corta distancia de la costa, y cuyas coordenadas nos darían horas antes de la entrega. Nos negamos rotundamente, ni siquiera hubo dudas en ninguno de nosotros, era evidente que de esa forma estaríamos totalmente vendidos, en alta mar, y a merced de un barco que no sabíamos de cuántos hombres y armas dispondría.

Yo no tenía prisa en concretar, porque aún estaba gestionando el cambio de divisa, de pesetas a dólares. Propusimos a los narcos que la entrega se hiciera en una nave del polígono industrial “El sebadal”, colindante al Puerto de Las Palmas. Un sitio perfecto para nosotros, ya que podríamos instalar cámaras de vigilancia, controlar los movimientos de los colombianos e inclusive apostar a Ivo de forma que tuviera a tiro tanto el interior como el exterior, a través de una ventana que dominaba la salida.
Pero aquí fueron ellos los que rechazaron sin contemplaciones la propuesta. Si no queríamos ir al mar, dijeron, tendríamos que ir al menos al muelle pantalán, donde fondearía provisionalmente el barco. Podríamos ir con una furgoneta hasta el inicio de la dársena, y allí, con un carrito hacer el trasvase del material.
El Charlie estaba de acuerdo, yo me quedé dudando, pero Dimitri, siempre cauto, se negó. Nada de acercarnos a ese barco, ni siquiera a la dársena, es el lugar ideal para que nos preparen una encerrona, sentenció, y al instante le comprendí. En efecto, un lugar estrecho, con yates y mar a ambos lados, mientras lo transitáramos seríamos un blanco fácil, aparte que podían tener una segunda embarcación desde la que atacarnos por sorpresa.

-Si quieren que la saquen ellos del barco y de la dársena. –Le dije a Charlie, para que a su vez se lo transmitiera a los colombianos.- El punto de reunión será un lugar neutral, el recodo del muelle, donde enlaza con la calle Luis Doreste. Allí hay una explanada discreta, con aparcamientos. Que vengan con la furgoneta cargada, una furgoneta de alquiler. Tú, Charlie, compruebas la mercancía, la calidad y la cantidad, ellos nos entregan las llaves de la furgoneta y les damos el dinero. Así no hay que descargar y cargar. Nosotros devolveremos la furgoneta a la empresa de alquiler. Sencillo, ¿no? Es nuestra última propuesta, si no aceptan se terminaron las negociaciones, no hay trato. Ah, y que venga personalmente tu contacto, el representante del cártel. ¿Cómo se llama?
-Corbacho.
Aceptaron.
El día fijado, minutos antes de la hora señalada, llegamos a la explanada en un solo vehículo, un Ford Escort 16 válvulas. Nos situamos en el fondo del recodo, mirando a la entrada; a nuestra izquierda un muro nos separaba de la avenida Bethencourt, se oía el tránsito de coches; a la derecha otro muro, y a nuestra espalda una abertura de unos tres metros que daba a un camino de tierra paralelo al mar, entre el muro y la escollera: nuestra puerta de escape en caso de necesidad. Con el motor en marcha bajamos Charlie y yo. En mi mano izquierda el maletín con el dinero, un “samsonite” de acero, atado con una cadena y un candado a mi muñeca, para evitar que me lo arrebataran. Al volante Marco, su metralleta pasó a reposar en el asiento del copiloto. Detrás permaneció Dimitri, con el subfusil en las rodillas. Ivo, nervioso, salió también a estirar las piernas. La explanada estaba casi vacía, a aquella última hora de la tarde sólo quedaban un par de coches, seguramente de algún rezagado trabajador del muelle. Esperamos cosa de media hora, nos estábamos impacientando.

-Si no aparecen en diez minutos nos largamos.-Le dije a Charlie. En ese momento los vimos entrar, delante un Renault 21 con las luces ya encendidas. Detrás la furgoneta. Subimos todos al coche y nos acercamos a ellos, en mitad de la explanada, para no quedar encerrados y no perder de vista la trasera de la furgoneta. Charlie y yo nos adelantamos, Ivo se quedó de pie con la portezuela abierta, los otros dos dentro. Charlie saludó a uno de los tipos y me lo presentó.
-Este es Leocadio, el lugarteniente de Corbacho.
-Yo soy Ralph.- Dije, recurriendo a mi antiguo nombre de guerra. No me gustó el tipo, sonreía demasiado sin venir a cuento, me pareció falso.- ¿Pero dónde está Corbacho? Quedamos en que vendría.
-No ha podido ser, la policía le está siguiendo los pasos y hubiera sido temerario.
-Esto no es lo acordado.
-Lo que importa es que trajimos hasta acá la mercancía, como ustedes querían. Espero que hayan traído la plata.
-Por supuesto, ¿qué cree que tengo si no en el maletín?
-Queremos verla.-Sí, pero antes veamos la mercancía.
-Claro. –Leocadio le hizo seña a uno de sus secuaces y éste se acercó con un paquete. Charlie lo abrió, cogió un pellizco del polvo blanco y lo probó con la lengua. Su cara mostró satisfacción.
-Es superior.
-Ahora la plata.
Con el pulgar derecho introduje la combinación, abrí un poco el maletín y les mostré fugazmente los billetes, saqué un fajo, cerré de nuevo el maletín y desplegué ante sus ojos el dinero.
-Cinco millones de dólares, como ustedes querían.-Recalqué.- No ha sido fácil cambiar tanta divisa. Y ahora si no le importa, mi amigo subirá a la furgoneta y comprobará el resto de la mercancía, como hemos acordado.
-No querrá abrir todos los paquetes…
-Claro que no, sólo unos cuantos.
Charlie subió a la furgoneta, yo desde fuera le acompañé con la mirada y acto seguido giré el cuello hacia atrás y le hice una seña de alerta a Ivo, levantando las cejas. Charlie me hizo un gesto negativo desde la furgoneta, había abierto en total tres paquetes, de diversas cajas al azar, y salió pálido de la furgoneta.
-Esto son polvos de talco.- Dijo. Y fue lo último que dijo. El tal Leocadio de repente empuñaba una pistola y le descerrajó un tiro en la cabeza a Charlie. Yo sólo tuve tiempo de proteger la mía con el maletín de acero. En un segundo me llovieron disparos de todas partes. El maletín me golpeó la cabeza, por la fuerza de los proyectiles, pero resistió. Caí al suelo derribado por los impactos en el pecho. Pero sobre todo sentí un dolor abrasador en el brazo izquierdo, a la altura del codo. De repente cesó el tiroteo, tan bruscamente como había comenzado. Ivo había eliminado a cuatro de ellos. Los otros dos intentaron huir, uno al volante del Renault, y el otro en la furgoneta. Pero Marco y Dimitri, los acribillaron con los subfusiles.

Rápidamente Ivo se llegó a mi lado y examinó mi brazo izquierdo herido, que aún portaba el maletín. Con celeridad extrajo su navaja, cortó la manga de mi cazadora y con ella me hizo un torniquete para detener la hemorragia. Al ver la destreza con que manejaba la navaja pensé que era una similitud más entre nosotros dos, y no pude evitar agradecer a la legión francesa su error de no haber admitido a Ivo en sus filas. Mientras, Marco y Dimitri habían depositado a Charlie, el cadáver de Charlie para ser exactos, en el maletero. No podíamos dejarlo allí. De ninguna manera. Me incorporé con la ayuda de Ivo, entramos en la parte posterior del Ford Escort, y escapamos a toda velocidad.

2 comentarios:

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Esto esta tan bien descrito, que ya me veía yo palpandome la sangre por si había recibido también un balazo, más o menos grave, por leer este post, aunque hubiese sido de una bala rebotada. Je,je. Bueno este capítulo de El Tuerto.Antes de este post, faltaba acción. Ahora, veremos a como eluden las investigaciones de la pcía. científica, con tantos cadáveres y tanto casquillo, con padre y madre. Un saludo.

Anónimo dijo...

Muchísimas gracias, Jack. Debí advertirte que leyeras este capítulo con el chaleco antibalas puesto.
En cuanto a los casquillos, del grupo del tuerto sólo pueden encontrar los de los dos subfusiles, ya que los revólveres, como sabes, no expulsan la vaina.
Del grupo de los colombianos, desconocemos las armas exactas que emplearon, tan sólo de Leocadio se dice que empuñaba una pistola.
En todo caso, y pese a que tampoco se dice (ya era bastante largo el capítulo sin esos detalles), imagino que los subfusiles no estaban registrados, así que bastaría con deshacerse de las armas.
Aparte, a la policia también le puede costar trabajo identificar a los cadáveres, si no portaban documentación...
Saludos.