viernes, 21 de noviembre de 2008

El tuerto. 86: Just Moon

Es más de medianoche, Rosita está tumbada en la cama, sola, el tuerto se ha ido a Tenerife, a realizar otro de sus negocios, a comprar un nuevo terreno rústico y después a una entrevista con un concejal, para “impulsar” la correspondiente recalificación. A la entrevista irá acompañado de Mario, el sobrino de don Luis, y pertrechado con la grabadora. Eso le ha contado por teléfono.

Con la luz de la mesilla encendida, mira el techo y repasa mentalmente lo sucedido. Esta tarde ha ido a la joyería, como casi todas las tardes. Yasmín estaba atendiendo a una clienta, una mujer alta, madura, elegante casi en exceso. Se ha llevado unos pendientes de oro y ha contemplado extasiada el collar de diamantes, pero no se ha decidido a comprarlo, vendrá otro día.

Rosita se ha puesto a clasificar una colección que ha llegado nueva. El trabajo es lento, a Rosita le gusta recrearse en la contemplación de perlas, zafiros, esmeraldas, todo un mundo de colores, brillos, un orden geométrico perfecto, sedante, seductor.

Pasan la tarde tranquilamente. La clientela entra con cuentagotas. Ambas aplican estrictamente las medidas de seguridad instaladas por el tuerto. Un cartel en la puerta avisa a los clientes, les pide disculpas por las molestias, les explica que han sufrido muchos atracos violentos y es por la seguridad de todos, también de los clientes, agradece su colaboración y garantiza su confidencialidad.

Para entrar el cliente debe pulsar un timbre, en ese momento la cámara de seguridad exterior graba su imagen. Si les infunde total confianza le abren, si no, le piden que exhiba la documentación. Todos los cristales, interiores y exteriores, del escaparate, de la puerta y del mostrador, son blindados. Dentro del establecimiento tampoco hay posibilidad de contacto entre empleada y cliente. En todo momento la exhibición del objeto se hace a través del cristal, y la compra y el pago se efectúa mediante una bandeja. Ni que decir tiene que hay una alarma conectada con la policía, y que basta pulsar un botoncito para hacerla saltar.

-¿Pero eso no disuadirá a muchos clientes de entrar siquiera? –A Rosa le parecen excesivas.
-Si alguno protesta o pide explicaciones, se le dice que a menudo hay rehenes, incluso muertos entre los clientes. Pero no quiero que se relajen las medidas ni lo más mínimo. Es preferible vender menos, pero con seguridad. A largo plazo, la clientela fiel apreciará el poder mirar y comprar con absoluta tranquilidad.

Casi nunca se acumulan más de dos compradores. En ese caso Rosita acude a ayudar a Yasmín. Un señor de mediana edad, distinguido, educado, bien trajeado, ha adquirido un anillo de oro y diamantes. Traía la medida dibujada en un papel, y ha explicado con precisión el diseño que buscaba. Yasmín, cuando ha terminado de atender, se ha aproximado discretamente, observando la operación.

-Es para mi prometida.- Ha explicado el hombre, sin que nadie le preguntara nada. Ha sacado un enorme fajo de billetes de cinco mil y ha pagado en efectivo el elevado precio, nada de tarjetas. Yasmín ha contado el dinero, y al tacto, con las yemas de los dedos, ha verificado su autenticidad.
-Intuyo que es para su amante.- Ha aventurado Rosa cuando se han quedado las dos solas.

A última hora han bajado los cierres metálicos y se han puesto a verificar la caja, la contabilidad, las facturas, los libros de registro. De repente Yasmín, que de vez en cuando echaba un vistazo al monitor conectado con la cámara exterior, ha dicho:
-Yo creo afuera unos tipos están esperandonos…
-¿Queé? –Rosa ha tardado unos segundos en comprender el alcance de sus palabras.
-Si, llevan veinte minutos calle arriba, calle abajo, y disimulan que se conocen entre sí, pero miran mucho a nuestra tienda. –Rosa observa el monitor unos minutos y comprueba que es cierto, es más, uno de ellos le suena su cara, como de haberle visto antes merodeando por allí, tal vez el día anterior.

-¿Dónde está Moon?
-Ha ido entregar unas joyas, él regresa rápido.
-Pues ya se está retrasando. Vamos a llamarle a su celular. –Moon tiene órdenes tajantes del tuerto de acompañarlas siempre al abrir y cerrar la joyería, justo los instantes en que son más vulnerables. El tuerto sabe bien que si tuviera que atracar su propia joyería ese sería el momento que elegiría.

-¿Dónde te has metido?
-Estoy en un atasco de tráfico, ya llego en cinco minutos.
-Menos mal. Escucha, hay unos tipos afuera, creo que nos quieren atracar.
-¿Qué aspecto tienen? –Rosa se los describe:
-Uno joven, unos 25 años, de un metro setenta, con el pelo largo, pantalones tejanos y cazadora deportiva. El otro de unos cuarenta años, pelo corto gris, gafas oscuras, pantalón de tela y abrigo largo.
-¿Veis algún coche que les esté esperando?
-Por la cámara no se ve ninguno, tal vez lo tengan más arriba. Ya sabes que aquí no se puede aparcar.
-Vale, tranquilas. ¿Estais preparadas?
-Si.
-Voy a subir el Jeep encima de la acera, en cuanto veais mi coche salís corriendo, os meteis en la parte trasera y os agachais bien.

Os agachais bien, por si hay tiros, piensa Moon, pero no lo dice, para no asustarlas más. En la última esquina, antes de tomar la calle, se detiene un instante, saca su pistola Walther de la sobaquera, le coloca el silenciador, y la monta deslizando suavemente la corredera hacia atrás, hasta insertar un cartucho en la recámara. Después la deja sobre el asiento del copiloto. Arranca despacio, gira la esquina y observa la calle, ya está, ya los ha visto a los dos individuos, el joven y el viejo. Más arriba se ve un auto, un Opel Kadett con un conductor dentro, seguramente ése es el coche y el tercer hombre. En ese instante Moon se alegra especialmente de que el tuerto le haya comprado un Jeep para sus desplazamientos, y no por subirse encima de la acera, eso lo hacen todos los coches, sino porque si el kadett intenta cortarle el paso no tiene duda de que lo embestirá, lo arrollará, lo arrastrará, se lo llevará por delante, lo que haga falta.

Se sube con fuerza y se detiene con un frenazo. Las chicas ya han subido el cierre metálico y están saliendo. Moon baja el cristal de su ventanilla, empuña la pistola y apunta hacia los tipos. Ya se han dado cuenta de la maniobra, vienen hacia acá, están en mitad de la calzada, están sacando sus armas.
-Quietos ahí, cabrones.
Moon apunta a uno y a otro, alternativamente. Los dos se quedan clavados, la cabeza rapada y la fiera expresión de Moon les deja petrificados en medio de la calzada. Los tres se miran mutuamente. En otras circunstancias Moon sabe que los mataría a los dos, sin titubear, si estuviera solo, si no hubiera testigos, pero sabe que su deber es proteger a las chicas, y además el coche está a nombre del tuerto, le metería en un lío. Los atracadores titubean unos segundos, los suficientes, las chicas ya están dentro y agachadas. Pone la primera y pisa el acelerador.
-Adios.


Rosita sigue tumbada, recordando. Al entrar en el Jeep le ha dado tiempo a ver fugazmente las armas de los atracadores. Le ha entrado un miedo, un temblor incontrolable. Lo suyo no son las armas, ni la violencia, lo suyo es el veneno y el engaño. Por un instante ha pensado: ya está aquí, éste es mi castigo, voy a morir. Se ha abrazado con Yasmín, jadeando de pánico durante unos instantes. Luego, cuando ha sentido que se alejaban de allí, y que nada ocurría, se ha ido poco a poco calmando, pero sin alcanzar la tranquilidad. Moon las ha llevado a casa, cerciorándose de que nadie les seguía.

-Anda, sube con nosotras, no nos dejes solas esta noche.
-Por supuesto. –Moon se siente protector hacia ellas, le encanta su papel, y además le profesa cierta admiración a Rosita, la chica del jefe. Yasmín prepara una cena ligera estilo de su país, un arroz basmati con verduras. Después han tomado una infusión relajante, pero no le ha servido de mucho. Moon estaba dispuesto a dormir en el sofá del salón, pero Yasmín ha tenido una idea mejor, ha despejado el cuarto que utiliza para pintar, y ha sacado una colchoneta hinchable de los tiempos en que peregrinaba por pensiones de mala muerte y compartía el dormitorio con varias personas más.

Y ahora Rosa tiene a Moon en el cuarto de al lado, casi le oye respirar, y piensa que le gustaría tocar su cabeza rapada, palpar la musculatura de sus brazos, dejarse rodear por ellos.
-A la porra. –Murmura, y se levanta sigilosamente, sale de su habitación y entra sin llamar en la de al lado.

Está clareando, anoche se les olvidó bajar la persiana. Rosita entreabre los ojos, a su lado en la colchoneta Moon duerme un sueño profundo, relajado. Se queda unos minutos escuchando su respiración acompasada. Luego le intenta despertar con ligeras caricias.
-Buenos díiaas…-Pero Moon no responde. Le zarandea suavemente.- Oye, Moon, despierta, que te quiero hacer una pregunta.
-¿Eh?
-¿Tú cómo te llamas?
-Moon.
-No, tonto, tu nombre de pila.
-Just Moon.- Sólo Moon.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Queridisssssimo y admirado Seewool,

Mi reverencia más efusiva a capítulo tan emocionate, con acción a raudales y suspense hasta el final. Tus relatos son como el chocolate para mi; no puedo dejar de caer en la tentación. Me mantienes en vilo constantemente, y por supuesto, la sorpresa final. ¡Ay las!, que me veo al Tuerto colgado de nuevo, porqué Rosita se ha encaprichado del segurata.

Hombre, una situación así, propicia una alegría al cuerpo. Rosita no ha visto actuar al Tuerto con la muerte de Philip, y supongo que no podrá evitar el hacer comparaciones entre la inteligencia y la fuerza. En fin, un nuevo frente para seguir las aventuras del Tuerto con más emoción si cabe. Por supuesto, excelente construcción de relato, muy gráfico y explícito.

Hasta el próximo capítulo, Maestro. Besos y mi más ferviente admiración.

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Este capítulo, me parece una bala rompedora. Pues, cuando se empieza poniendo los cuernos a alguién, antes o despues se lía una de troyanos. En fin, que veo al pobre Moon, víctima de una mujer y hecho un colador, porque si no le matan los mafiosos, el tuerto se encargará de hacerlo. Empieza la alta tensión. Un saludo.

Anónimo dijo...

Respetabilísima Lectora Marta: muy agradecido por tu comentario, y poco puedo añadir a tu análisis sobre el capricho de Rosita.
Esta semana no he tenido tiempo de preparar el próximo capítulo, pero confío que a lo largo del fin de semana pueda aparecer.
Besos ruborizados.

Anónimo dijo...

Hola, mister Blake. Bueno, bueno, el tuerto por ahora nada sabe ni sospecha, así que dejemos a los adúlteros que disfruten de todos los placeres: el placer de venus, el placer de la culpa, el del miedo, etc...Saludos, y gracias por supuesto por tu fiel seguimiento.