jueves, 15 de mayo de 2008

El tuerto. 63: Venganza.

El resto del viaje mi pensamiento se fue dispersando, entre la decepción por el escaso contenido hallado y la inquietud por la decisión a tomar respecto a Philip y cómo darle su merecido por chivato.

En La Guardia lo único que encontramos fue una docena de cuadros, que según Rosita sólo podían ser falsos. Un Manet cuyo original se hallaba en el Museo del Louvre, en París, un Madox Brown que debía estar en Manchester, un Rossetti que se encontraba en Londres, un Esquivel que se ubicaba en el Museo del Prado, y así sucesivamente. Me preguntaba cómo habrían ido a parar allí, quién se los habría vendido a Federico, si éste sabría que eran falsos y para qué los tendría, si con el propósito de deleitarse con su vista, y con la finalidad práctica de darles salida de alguna forma. En todo caso, el hallazgo me sugirió algo.
-Recuérdame que cuando estemos en Madrid vayamos a echar un vistazo a unos cuadros que hay en la mansión de La Moraleja, a ver qué te parecen.- Le dije a Rosita.

Aparte de mirar falsas pinturas, también comimos auténtico marisco de la ría gallega, y bebimos vino blanco de albariño. Y por cierto, el pazo no estaba rayando literalmente con la frontera, pero tampoco distaba mucho, un par de kilómetros. Deduje que ambos lugares habían sido elegidos como estratégico retiro en los momentos que amenazaba la tormenta policial, bien a la espera de que se calmaran las aguas, o bien para ponerse a recaudo.

Pensándolo con lógica, era normal que no hubiéramos encontrado gran cosa en ninguno de los dos lugares de recreo, habida cuenta que Federico los utilizaba tan sólo de forma eventual. Ello me dejó el resto del camino de regreso para meditar en plan de venganza contra Philip, en caso de que se confirmara su localización. La primera de mis dudas era si merecía realmente la pena correr el riesgo, el tipo era peligroso y ejecutarle no sería tarea fácil, amén de la posibilidad de ser perseguido por la justicia. Ahora que mi vida parecía asentarse en el terreno sentimental con Rosita, y en el de los negocios por cauces de relativa legalidad con la inmobiliaria, ¿iba a jugármela por un mero ajuste de cuentas? Por otro lado, pensaba, este cabrón de Philip se ha venido demasiado cerca de mi, e igual que yo le he localizado a él, también él podría localizarme a mi, o incluso toparse conmigo casualmente y denunciarme a la policía. Su mera presencia ponía en riesgo todos los fundamentos de mi vida actual. En un instante, mientras conducía, con mi único ojo clavado en el horizonte de la autopista, tuve la visión clara de que debía eliminarle. Era mejor correr ahora el riesgo y a cambio tener una tranquilidad en el futuro. Por el contrario, eludir ahora el desafío supondría correr toda la vida con la incertidumbre. Paré en la primera estación de servicio, reposté combustible y fui a la cabina de teléfonos. A juzgar por la hora, el charlie debía estar en el hotel.
-¿Sabes algo del detective?
-Si, tuerto, me ha confirmado su dirección, no vive donde decía en el testimonio notarial, sino en un chalet en las afueras de San Andrés. ¿Qué hacemos?
-Que le tengan vigilado muuy discretamente las veinticuatro horas, no quiero perderle de vista. Que se turnen varios detectives para no llamar la atención, y que te informen de cualquier movimiento que haga. ¿Se ha traído el Ferrari?
-¿Ferrari? No, me ha dicho que se desplaza en un Mercedes de alquiler.
-Entonces es que va a estar poco tiempo. Escucha, ¿te acuerdas de las medicinas que usamos para calmar a aquella vieja? – Me refería a las pistolas que utilizamos en el golpe que dimos con Plácido.
-¿Qué medicinas? Ah, sí, ya se. Pues creo que puedo conseguir otras parecidas. ¿Cuántas quieres? ¿Dos?
-Sí, dos. Ténlas preparadas, mañana estaré allí.

Ya en Madrid, y con las prisas y preocupación, casi se me olvida lo de echar un vistazo a los cuadros de La Moraleja. Fue Rosita quien me lo recordó. Esta vez, además, hicimos fotos de todos ellos. Había un angustioso cuadro de Francis Bacon, un enigmático lienzo de Fernando Zóbel, una escena naturalista de Renato Gatusso, una tela surrealista de llanura insondable de Yves Tanguy, una pintura metafísica de Carlo Carrá, un grabado de Max Klinger, un pequeño paisaje de Giorgio Morando, otro de José Frau, y un largo etcétera que incluía pintores como Romero de Torres, Anglada Camarasa, Gustav Klimt, Karl Kaufmann…
-Un gusto muy ecléctico tenía este hombre.-Sentenció Rosita.

Al día siguiente volé yo sólo, de vuelta a Tenerife, Rosita se quedó en Madrid para tomar posesión de su plaza de profesora en Leganés, lo cual me vino de maravilla para dejarla totalmente al margen del feo asunto que se me avecinaba. Charlie fue a esperarme al aeropuerto, como en aquella primera ocasión, dos años atrás, que aterricé procedente de Londres. Como siempre, miré por la ventanilla cuando el avión se aproximaba a la isla. Me seguía impresionando la vista del inmenso volcán.
-Cuéntame, ¿cuáles son sus movimientos?
-Como te dije, vive en un Chalet en San Andrés, al norte de Santa Cruz. Se mueve poco, a veces sale a comer, o a cenar, donde se reúne con gente, no tiene horas fijas. Por la vestimenta que usa, podría ir armado. A veces da un paseo por el jardín o toma el sol en la terraza. Ya te digo, sale poco.
-¿Y no va al gimnasio? – Recordé que Philip tenía es costumbre.
-No, pero ahora que lo dices, sale a nadar todos los días casi de noche, a eso de las siete de la mañana.
-Joder, Charlie, eso es importante. A ver, dime qué hace exactamente.
-Déjame recordar lo que me contó el detective. Sí, pues conduce hasta la playa, se mete en el agua justo cuando está saliendo el sol, vaya huevos el tío, con lo fría que a esas horas debe estar el agua, nada mar adentro un buen rato y vuelve a la orilla, se viste, se mete en el coche y vuelve a su casa.
-¿A qué playa va a nadar?
-A Las Teresitas.
-Perfecto. Consigue una lancha con motor fuera borda, un par de fusiles de pesca submarina, y un par de trajes de buceo con su equipo completo. También bastante cuerda, y ah, un ancla y unos prismáticos.
-¿Qué pasa, vamos a ir de pesca?
-Mas o menos.

Todavía de noche, salimos en una lancha de la dársena pesquera y navegamos hasta la parte exterior del dique de la playa de Las Teresitas, junto a la boca de salida, y allí permanecimos esperando la salida del sol y la llegada de Philip, con el motor parado. No tardó en aparecer, desde la lancha, mirando por encima del dique con los prismáticos, le ví llegar en su coche, caminar por la playa, e introducirse en el agua con las gafas de nadar puestas. Vimos que venía nadando hacia la salida del dique, con intención de seguir mar adentro. El solito se metió en la boca del lobo. Salió al mar exterior, sin apercibirse de nuestra presencia. Dejamos que continuase nadando varios cientos de metros más, vigilándole con los prismáticos. Por fin, cuando dio la vuelta para regresar, arrancamos el motor y fuimos a toda velocidad hasta él, cortándole el paso. Al oír el ruido de nuestro motor, levantó la cabeza y miró varias veces hacia nosotros. Charlie dirigía la embarcación y yo empuñaba el fusil de pesca submarina. A unos cinco metros de distancia le apunté, cuando ya alarmado intentaba inútilmente escapar, y disparé. El arpón salió catapultado con una fuerza increíble y se clavó en el centro de su espalda, lo atravesó como si fuera un pescado. Cogí el otro fusil, y ya desde cerca e inmovilizado, a escasos dos metros, le disparé en el cuello causándole una herida mortal de necesidad.
-Recuerdos de parte de Luke.- Le dije.

Afianzando los fusiles, le acercamos hasta la barca y le izamos. Nos dirigimos primero mar adentro, alejándonos de la vista de la costa y después en dirección al norte de la isla. Pasamos la Punta del Roquete, la de Antequera, y por último la de Anaga. Giramos a la izquierda, dejamos atrás el faro, y abandonamos por completo la isla. En esa zona la marea era fuerte. Le abrochamos los dos cinturones de bucear, con las pesas de ocho kilos cada uno, en total dieciséis kilos, para que se hundiera bien en las frías aguas del Atlántico. Para mayor seguridad, le atamos con múltiples vueltas el ancla. Le extrajimos los dos arpones y le arrojamos al mar, donde se hundió plácidamente, sin protesta alguna. Calculé que permanecería en el fondo bastante tiempo, hasta que se descompusiera. Después, tras servir de alimento para los peces, la corriente cálida de superficie conduciría sus huesos en dirección a Centroamérica, al Caribe, donde disfrutarían de aguas más cálidas, y gozarían del merecido reposo, lejos de la fatigosa vida de chivato.

5 comentarios:

Joseph Seewool dijo...

Espero que este capítulo guste a todos los lectores, que encuentren la tan esperada acción y emoción, después de muchos capítulos de lento discurrir.
No puedo evitar, sin embargo, hacer una mención especial a dos de ellos que de algún modo me han servido de inspiración:
Marta, con sus crónicas pictóricas, me ha facilitado la pista de los cuadros que integrarían la colección de Don Federico. Marta, te invito a que pongas aquí tu enlace para que puedan disfrutar los demás leyéndote.
Jack Blake, es evidente que mis lecturas de tus numeroso blogs me han servido de inspiración general en este capítulo, amén de muchos detalles. Ya me corregirás los errores e imprecisiones que sin duda habré cometido (hmmm...no sé cual es el verdadero alcance del fusil de pesca).
Y a todos, gracias por vuestra paciencia y benevolencia al leerme.

Anónimo dijo...

Queridissimo Seewool,

GENIAL, FÁNTASTICO, HE DISFRUTADO HORRORES con este capítulo. También he leído el anterior que ya nos preparaba para esta excitante acción.

Ya te lo he comentado en varias ocasiones, sabes canalizar el texto y atrapas al lector sumergiéndole en la trama, sin per der el hilo, y con el corazón en vilo hasta la última linea.

Queriamos sangre, pues, con arpón nos la has servido. Este Tuerto tuyo es único; con un sólo ojo, pero de amplia visión. Claro que su experiencia en el mundo del hampa también tiene mérito. Hasta Don Fede debe sentirse orgulloso de su fideicomisario (jejeje).

Oye, no se que va a pasar ahora. Un poco de calma, de acción de "sala de justicia" supongo.

Seewool, no tienes nada que agradecerme por la lista de los cuadros. Un placer, ya lo sabes. La agradecida soy yo por el excelente rato que he pasado.

Acepto tu invitación, pero recuerdo que "Cròniques mataronines" está escrito en catalán y no se si se comprenderà. Tampoco escribo un catalán "excelso".

http://croniquesmataronines.blogspot.com/

De nuevo gràcias y besos mega mediterráneos, que te los mereces.

Muaks.

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola Joseph. Te diré, que los detalles, de los ocho kilos de plomo de los cintos de lastre para bucear, es exacto. Al menos, eso llevo yo en el cinto. Incluso, con un sólo cinto de plomos hubiese sido suficiente para hundirlo para siempre. Ten en cuenta, que el cinto sirve para contrarrestar la flotabilidad positiva del traje de neopreno, cuyas celdillas hacen flotar a un submarinista. Sabiendo que, submarinistas perdidos para siempre, con traje y con un sólo cinto, nunca han aparecido, pues quedan atrapados al fondo, y sólo las corrientes les hacen andar millas submarinas. Además con traje el cuerpo suele conservarse cierto tiempo, pero sin él se descompone, o es devorado por los peces rápidamente. Asi, pues, el tal Philipf, que no llevaba traje de neopreno, y con dos cintos, tiene asegurada su pasaporte al cementerio submarino. Su cuerpo se descompondrá rapidamente, y hasta sus huesos seran comidos por los peces abisales, bacterias, u otra fauna submarina. Su final, es tan efectivo, que en terminos jurídicos podría decirse de él, que ha sido declarado nulo de toda nulidad. Es decir, como si nunca hubiese existido. Ni rastro de él.
Y chapó por haber captado detalles que a mi me hubiesen pasado desapercibidos, de haber sido el Tuerto, en el acto ejecutorio. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola, Marta: Sí, ya he comprobado que lo que os gusta es la sangre...Ahora, sin embargo, vendrá necesariamente un periodo de relativa calma, no demasiada, ya que el tuerto es hiperactivo.. Gracias por poner tu enlace y besos para ti.

Hola, Jack: Me complace que un lobo marino como tú juzgue verosímiles los detalles de este capítulo.Ignoraba que hasta los huesos devoran los peces. En términos jurídicos: no hay cuerpo del delito. Un caso más de "desaparición". En España podría ser declarado civilmente "AUSENTE"...Gracias y un saludo.

Y a los lectores silenciosos igualmente gracias por leer.

-Anna- dijo...

Wiiiiii, me estoy mordiendo las uñas y he de decir que hacía 6 meses no me mordía las uñas...vicios antiguos.

Este capítulo es genial, la ironía del final me encantó...todo todo...

Sigo, ya que estamos termino hoy todo lo que me faltaba :P

Besos