viernes, 4 de julio de 2008

El tuerto. 69: El poder de Rosa.

Se trata de una pequeña joyería en la calle Postas, el local es reducido y necesita una buena reforma, pero la zona es muy comercial. Ha sido una casualidad que Rosa viera el cartel de “Se vende”, de hecho en ese momento no iba pensando en joyas, simplemente caminaba al azar, mirando tiendas en busca de algo de ropa, unos vaqueros, una blusa. Al ir despacio, renqueaba muy ligeramente, apenas perceptible. Se queda mirando el cartel, medio absorta, tropieza con el bordillo de la acera y casi cae al suelo; suerte que al perder el equilibrio ha chocado con un caballero de mediana edad que gentilmente la sujeta del brazo.
-¿Se encuentra bien?
-Sí, gracias.
-De nada. Si me permite la acompaño un trecho.- El caballero no pierde oportunidad. Va bien trajeado, casi excesivo, de esos dandis que llevan un pañuelito asomando del bolsillo superior de la chaqueta.
-No, gracias, voy a esta joyería.
-Usted no es de aquí, ¿verdad?, lo digo por el acento…
-No señor, soy canaria.- Rosa le contesta educada pero fría, pensando que ya ha pagado su cuota de amabilidad, y se dirige directa a la puerta de la joyería, sin mirar atrás.
-Ah, canaria. –El señor se la queda mirando. Ella siente la mirada del hombre en su nuca. Finalmente desaparece tras la puerta de la joyería y el caballero, con una media sonrisa prosigue su camino.

-Hola, hija ¿qué querías?
-Buenas tardes, he visto el cartel de “Se vende” y lo cierto es que tengo pensado dedicarme al negocio. ¿Es usted la dueña?
-Mi marido y yo somos los dueños, hija. Llevamos toda la vida en esta joyería y nos vamos a jubilar. Mi marido está enfermo.
-Cuánto lo siento. ¿Y usted me podría informar del local?
-Claro, hija, últimamente soy yo quien se ocupa de todo. No hay más que lo que ves, y ésta pequeña trastienda. Todo está en regla, la escritura de propiedad, la licencia del negocio, los libros, todo. ¿Así que tú entiendes de joyería?
-Sí, señora, mi mamá tenía una. ¿Y el precio?
-Bueno, pedimos cuarenta millones.
-No sé, el local es pequeño y necesita muchos arreglos…
-Ya lo sé hija, pero ese tema mejor que lo hables con mi marido, él es quien tiene la última palabra.
-La verdad es que yo también tendría que consultar con mi compañero. ¿Cuándo podríamos verle?
-Toma nuestra tarjeta, llámanos por teléfono, y venís a casa un día, mi marido casi no sale.

Cuando Rosa me tendió la tarjeta, al tiempo que terminaba de contarme su entrevista, ambos sabíamos que yo no sería capaz de negarme. A lo sumo le haría ver los inconvenientes reales que presentaba su plan.
-La idea es buena –tuve que reconocer- pero ¿quién se hará cargo de atender el negocio? Tú trabajas…
-Sólo por las mañanas. Podría contratar a alguien media jornada. ¿Has calculado lo que podríamos ganar con las joyas si las vendemos bien, poco a poco, en lugar de dárselas a menos de la mitad de su precio a un comerciante abusivo? Yo te lo diré: para comprar dos o tres locales como ése.
-No es eso lo que me preocupa, pero, ¿y cuándo tendrías tiempo libre para estar conmigo? –Me puse en plan egoísta.
-Por las noches…-Me susurró, insinuando su arma secreta. Y esa era otra de las facetas en las que Rosa mostraba una creciente seguridad: el sexo y el consiguiente poder que a través de él ejercía sobre mí. Dentro de casa había perdido por completo no ya cualquier complejo, sino la timidez e incluso el pudor. Con cualquier pretexto –salir de la ducha, cambiar de ropa- se paseaba desnuda por la casa, de un cuarto a otro. Se regodeaba en exhibir su desnudez ante mí, en llamar mi atención, provocar mi estímulo Más aún, había alcanzado una notable habilidad, que acaso poseyera innata, en manejar esa rueda del destino que empieza en el deseo y termina en la satisfacción y la calma. Se había convertido en una especie de diosa doméstica que regulaba los ciclos de mis mareas
-Está bien, me has convencido, mañana hablaremos con ese joyero. –Concluí, mientras la abrazaba…

Fui a ver la joyería con Rosa, a última hora de la tarde, casi en hora de cerrar. La mujer nos enseñó la documentación, yo examiné la escritura y la licencia. Después, mientras Rosa terminaba de ver los libros y la mujer parloteaba, comprobé que no tenía ninguna medida de seguridad, ni tan siquiera una alarma. Después la señora echó el cierre, simple cierre metálico, y fuimos caminando a la casa, quedaba cerca. El hombre nos recibió sentado en su butaca, nos tendió la mano, pero no se movió ni hizo ademán de levantarse para saludarnos. Mientras Rosa charlaba con la dueña yo eché un vistazo por la habitación. Vi una foto.
-¿Son sus hijos? –La mujer asintió-Y dígame, señor, -me dirigí a él- ¿cuántos atracos han sufrido últimamente? Porque usted está así por un atraco, ¿verdad? Fue herido, ¿no es eso? –El hombre guardaba silencio, con la mirada perdida en el infinito; la señora se había echado una mano a la cabeza en señal de pesadumbre; yo continué presionando- Díganos la verdad. ¿Quiere que arriesgue la vida de mi mujer? Rosa, será mejor que nos vayamos, déjales una tarjeta nuestra, si alguna vez quieren ser honestos que nos llamen y seguiremos hablando. Pero creo que éste es un negocio peligroso. Buenas tardes.

Ya en la calle, Rosita (por unos minutos la sentí pequeña de nuevo) me preguntó:
-¿Cómo sabías lo de los atracos?
-Cariño, fue una intuición. Te confieso que al ver el local lo primero que pensé fue en lo fácil que resultaría atracarlo, llámalo deformación profesional si quieres. Luego, en la foto estaba el matrimonio y cuatro hijos. ¿Porqué razón iban a vender un negocio potencialmente tan bueno, si podían dejárselo a cualquiera de ellos? Fue lo que pensé. Y después, mientras miraba al hombre en la butaca me vino a la mente, no está enfermo, se ha quedado paralizado por un disparo que le alcanzó la columna. No sé, tal vez leí la noticia en algún periódico, hace tiempo, y se quedó grabado en mi subconsciente, y de súbito lo relacioné todo.
-Vaya subconsciente que tienes. Pues lamento haberte hecho perder el tiempo.
-Qué va, cielo, no lo hemos perdido en absoluto, creo que al final nos llamarán y compraremos la joyería, pero eso sí, por menos precio y tendremos que solucionar el problema de la seguridad, ya pensaré algo.

Rosita se cogió de mi brazo y seguimos caminando en silencio.

6 comentarios:

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. El buen ojo clínico es la clave de todas las ganancias. No cabe duda que, haber vivido la vida intensivamente,o extensivamente, no importa, suele conceder una especie de tercer ojo clínico, que ve la sustancia de las cosas, por muy tapadas que se nos presenten. Es el efecto del famoso refrán que dice: al pan, pan, y al vino, vino. Un saludo.

Marta Teixidó dijo...

Queridissssssssimo Seewool,

He leído tus dos últimos capítulos, con retraso, todo hay que decirlo - y si pasas por mi blog, sabrás el por qué - y imaginativamente hablando ERES DIVINO DE LA MUERTE!!!!.

Vaya par de "marditos roedores" (jejeje) Rosita y el Tuerto.

Sencillamente, demuestran tener instinto "comercial", aplicando sus conocimientos, inteligencia y olfato en lo habitual de la vida cotidinana, pero con toques de delicuencia.

Si Rosa tiene seguridad en si misma, también es gracias a el Tuerto, quien confió plenamente en ella. Una pareja particular y especial, donde realmente creo que hay los cimientos de una buena relación sentimental, gracias a valorar uno las cualidades e inteligencia del otro.

Tus relatos, como siempre, sensacionales y sin dejar de leer hasta el final.

Relamente, nos presentas situaciones y personajes muy ricos psicológicamente, y ello contribuye a una lectura amena, sin dejar de perder nunca el interés.

Enhorabuena por el "ojo clínico" del Tuerto con respecto a la joyería. Aquí se cumple aquello de "la veteranía es un grado".

Y por cierto, como buen delincuente, poca compasión y piedad por su parte. Eso siempre lo ha demostrado. Claro, es malo, y sus sentimientos humanos, demasiado heridos por la vida, no los muestra con las desgracias ajenas.

Apuesto que cuando sean propietarios de la joyeria, no van a tener atracos. Y si los hay, ya sabemos que métodos va a utilizar el Tuerto.

Besos mediterráneos, querido Seewool, y hasta el próximo capítulo.

-Anna- dijo...

Eso pasa siempre, incluso con las casas, uno no entiende porqué las venden y después de un tiempo entran a saltar todos los defectos. Es claro que la inteligencia del tuerto no se iba a dejar engañar en esta ocasión.

Me quedo a la espera de los próximos Joseph.

Un beso grande para vos :)

Joseph Seewool dijo...

Hola, Jack. El tuerto tiene buen ojo (en singular) para algunas cosas, pero para otras se queda con las dudas (por ejemplo en el caso de Philip). O será que a veces no es posible salir de la incertidumbre...Un saludo.

Joseph Seewool dijo...

Hola, Marta, distinguida dama: Creo que Rosita ha ganado en autoconfianza gracias a haber salido del cerco de su madre, lo cual le ha permitido empezar a ser ella misma, o al menos a tantear lo que quiere ser. Je, he, un par de empresarios con toques de delincuencia...femenina. Un beso.

Joseph Seewool dijo...

Hola Anita: pues el tuerto es como todos, astuto para algunas cosas y torpe para otras. Y los defectos ocultos no aparecen sólo con las casas, también ocurre lo mismo con las personas. Te dan una buena imagen, y de repente aparecen las grietas, goteras, etc.
Un beso para ti.