domingo, 20 de abril de 2008

El tuerto. 60: Las cuatro maletas.

Salí del despacho de Don Baltasar con toda la documentación, copia del testamento, inventario de los bienes, y los tres juegos de llaves, no sin antes preguntarle si las hijas de Federico también tenían las llaves.
-Pues no. Me las pidieron, pero no quisieron firmar el recibo, supongo que por consejo de su abogada, para no realizar ningún acto posesorio antes de tener presentada la petición judicial de beneficio de inventario.

Después hice varias cosas, en primer lugar llamé por teléfono a Rosita. Hasta ahora la había tenido al margen del asunto, ya que en principio sólo se iba a tratar de una entrevista, pero dado que mi estancia en la península se prolongaría varios días, e incluiría visitas a Galicia y Cáceres, me apetecía contar con su presencia, su compañía, y tal vez su ayuda. Quedamos en que tomaría el próximo vuelo y se reuniría conmigo en mi hotel.

Pasé por una famosa gran superficie y compré una cámara fotográfica, la de más sencillo manejo. Nunca había estado interesado en esos cacharros, no soy precisamente fotogénico, y hasta el presente me había sobrado con mi memoria selectiva para dejar grabado cuanto me impresionó en la vida. Pero en aquel momento se me ocurrió que no sabía lo que me iba a encontrar, y acaso me conviniera tener una prueba de lo que había en la mansión de Federico. En el inventario no había ninguna lista de muebles, ni cuadros, ni objetos que yo había visto en la mansión.

Allí mismo gestioné el alquiler de un vehículo. No me querían dar uno de alta gama, me decían que se necesitaba una solicitud especial, que tenían que comprobar mi solvencia, etc, hasta que le mostré un extracto bancario de uno de mis depósitos, suficiente para comprar media docena de vehículos como el que pretendía alquilar. Llame, si lo desea, al banco, para comprobar mi solvencia, le dije. No hizo falta, al cuarto de hora me estaba entregando las llaves de un flamante BMW, muy parecido al que tenía Charlie. Que lo disfrute, me deseó el empleado.

Acto seguido me dirigí a La Moraleja. La mansión de Federico presentaba el mismo aspecto de siempre, no había ninguna persona ni vehículo a la vista. Antes de introducir la llave en la cerradura me asaltó una duda, ¿estaría la alarma conectada y empezaría a sonar? Después pensé, caso de que empiece a sonar, rápidamente estaré dentro de la casa, iré al cuadro de interruptores, -recordé que estaba nada más entrar- y cortaré el suministro eléctrico. Como aún era de día, levantando las persianas podría inspeccionar la casa.

Giré la llave con cuidado, abrí la puerta rápidamente, y al tercer aullido tiré de la palanca más grande hacia abajo y se hizo el silencio. Si acudían los vigilantes de la urbanización tendría que dar explicaciones y mostrar mis documentos para demostrar la legitimidad de mi presencia. Hice votos para que fueran tan poco diligentes como los de cierta urbanización…

La búsqueda de la caja fuerte resultó sencilla. Cuando le vendía las joyas y decía que “iban a buscar el dinero”, yo siempre había sospechado que el dinero en realidad estaba en la casa, en una caja fuerte, pero él no quería que nadie extraño (entonces yo era un extraño) lo supiera. Me puse en la mente de Federico, y recordé que siempre al cabo de un rato salía del salón y…Subía las escaleras, eso es, la caja estaba arriba, en el dormitorio principal. No había muchos sitios donde esconder una caja fuerte que yo imaginaba de buenas dimensiones, para acoger los secretos y tesoros de Federico. Tras los cuadros no había nada, excepto la blanca pared. Así que tocando el fondo de los armarios descubrí un panel ligeramente distinto, que se deslizaba presionando ligeramente hacia arriba, para librar el resalte. Y, eureka, ahí estaba. Lo demás fue coser y cantar, es decir, introducir la combinación y abrir.

La caja sería de metro y medio de alto, por uno de ancho y uno de fondo, y estaba dividida en cuatro compartimentos. Uno contenía una gran maleta llena de billetes nuevecitos de diez mil pesetas. El segundo y el tercero sendas maletas con joyas de todo tipo, entre las que creí reconocer algunas de las que yo mismo le vendí. Y el cuarto una inevitable maleta repleta de documentos en sus archivadores, que llevaría tiempo estudiar, así por encima parecían contratos privados de operaciones con testaferro, documentos bancarios, listas de nombres, direcciones, teléfonos. Y en el fondo de esta última…Una pistola, una Star del nueve largo, un pistolón, para ser exactos, y varias cajas de municiones.

Después de aquello, no había tiempo que perder, para hacer fotos a los cuadros, estatuillas, porcelanas y demás, ya habría ocasión. Saqué las cuatro maletas, cerré la caja fuerte, coloqué de nuevo el panel, metí las maletas en mi coche, cerré la casa y me fui de allí. Los vigilantes no habían aparecido.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Queridisímo Seewool,

Dándole a la tabletita de chocolate de rigor (que aunque no lo diga, siempre que te leo, está poco tiempo presente, pero está), he de decirte que encuentro este capítulo de transición.

Como siempre, cuidadoso en los detalles, manteniendo la tensión del espectador y bien estructurado para mantener la atención hasta el final. Y como nos has "mal acostumbrado" a finales inesperados pues, y acciones imprevistas, pues se lee avidamente.

Pero, so sorry, Querido Seewool, pero a este le falta cierta tensión, aunque claro la aparición de las cuatro maletas no es moco de pavo.

A ver, ¿qué nos deparas, malvado? Muchos detalles hay por aquí, que parecen innecesarios, pero apuesto que los habremos de tener en cuenta.

Besos nada policiales, amigo Seewool, a la espera de atar cabos sueltos y acciones imprevistas, de excelente novela negra, como es ésta.

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Como dice Marta, bien por el capítulo. Pero, si me permites una sugerencia, ¿no sería factible liquidarse a alguien en este lapsus o compás de espera, hasta que el tuerto emigre a la vida honrada?. Digo yo, aunque, el sujeto a eliminar, sea a un violador, asesino, pederasta, o lo que sea, pero que se cargue a alguien ya, o el final, más que el de una novela negra, va a parecer una novela rosa. Je,je. Es broma. Un saludo.

Anónimo dijo...

Hola Jake Blake

Voto por eso !!! (jajaja), parece que nos va la sangre, y aquí el Seewool se va llenando de demasiada sutileza, pero está bien que nos transporte al mundo del dinero, "cargándose" a alguien simplemente por unos papeles.

Hombre, comprendo que estamos acostumbrados a la acción, tal vez demasiada, pero, a ver si el Seewool se nos inspira, y nos pasa un capitulo de esos, que te deja "pasmao", y con "mala milk".

Saludos Jake Blake y por supuesto, Queridisssssimo Seewool, besos para tu inspiración.

Quebienmesuenatunombre dijo...

Hola. Me parece, creo que, el Tuerto se ha largado con las maletas y nunca más se supo de él. Je,je. Estos finales de suspense, no los habría digerido ni el propio Hisckot. Un saludo.

Joseph Seewool dijo...

Cielos, qué vergüenza. ¿Pensabais que os había abandonado? ¡Eso nunca! Ay, no me quejaré de mi exceso de ocupaciones (no todas son desagradables), aunque es cierto que me roban tiempo y tal vez incluso inspiración...
Prometo esforzarme más por complaceros, mis muy estimados lectores y amigos.

-Anna- dijo...

Jojojo y acá quieren matar a alguien????? jeje

Voto por la abogada!!!!

Che el Federico si que tenía una fortaleza de bienes, eso es vida qué caray!

Sigo algunos más, ahora que pidieron sangre no puedo evitar la tentación de ver un poco más allá :P

Besitos